El descanso como aspiración natural. La muerte y el trabajo
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El descanso como aspiración natural. La muerte y el trabajo
En el siglo I. a.C. un invento, que anteriormente se había utilizado con otros fines en el marco del mundo político, pasó al ámbito ordinario de la producción. Me estoy refiriendo al mecanismo de una rueda con palas que al ser movida por una corriente de agua –de un río, normalmente- permitía mover a su vez una rueda de piedra de un molino, lo cual evitaba en trabajo de moverla a mano o con animales girando en torno a ella.
Como en el siglo XIX ocurrió con el invento de la máquina automotora del ferrocarril, en ese momento también se escribieron poemas de alabanza a ese avance técnico. Es lo que sucede con unos versos en los que Antípater de Tesalónica, contemporáneo de Cicerón, cantaba a los nuevos molinos de agua, que sustituían los trabajos de molienda (generalmente realizados al alba por mujeres armadas de mazos de madera y cuencos o “molinos” de piedra):
"Dejad de moler ¡oh! vosotras, mujeres que os esforzáis en el molino; dormid hasta más tarde, aunque los cantos de los gallos anuncien el alba. Pues Deméter ordenó a las ninfas [de las aguas] que hagan la tarea de vuestras manos y ellas, saltando a lo alto de la rueda, hacen girar su eje, que con sus rayos mueve las pesadas y cóncavas muelas de [piedra de] Nisiria. Gustemos nuevamente de la vida primitiva aprendiendo a regalarnos con los productos de Deméter [diosa madre de la tierra] sin esfuerzo".
Se entendía que se podía tener lo mismo pero trabajando ahora menos. Pero los señores, que no trabajaban aunque se esforzaban, entendieron que mejor sería que todos los demás siguieran trabajando lo mismo para tener más. El Estado, montado sobre el monopolio de la fuerza por los que lo controlan, se vio muy favorecido con ello. Los esclavos no desaparecieron, sino que se reconvirtieron mediante reciclaje.
El trabajo siempre fue considerado una maldición, hasta que el capitalismo calvinista se inventó lo contrario ideológicamente para explotar mejor a las personas sin necesidad de hacerlos formalmente esclavos (a los esclavos al fin y al cabo había que mantenerlos, cosa que no hay que hacer con un asalariado que tiene que buscarse su sustento por su cuenta, por lo que es más barato hacerlo "libre"). Se puso el acento en el tener, en lugar de en el ser, ahora con medios técnicos superiores, lo que deja sin sentido profundo la vida humana e incita al suicidio aunque sea rodeado de riqueza. Los pobres no se suicidan, simplemente luchan para salir adelante. El desarrollo de las máquinas automotoras (que se mueven sin que el hombre las empuje) desplazó el mundo del trabajo, pues lo hacían de forma autónoma. Pero en vez de ser empleadas para liberar al hombre se emplearon para explotar en mayor medida a la Naturaleza, como si ésta fuera interminable, y así estamos con los problemas ecológicos gravísimos que tenemos, que en cualquier caso impedirían salir de la crisis económica actual sin meternos en otra mucho más grave: la supervivencia en un planeta que no puede mantenernos en ningún sentido.
Es absurdo, si bien se piensa con la misma perspectiva de Antípater de Tesalónica, que la jornada laboral siga siendo de 8 horas cuando la productividad de las máquinas es muchísimo mayor que cuando se estableció ese límite teórico. En realidad no habría que repartir el trabajo, sino el paro, para que no lo tengan todo los señores, como antaño. Sobre todo hoy cuando no es el trabajo sino la creatividad lo que se valora, y ésta demanda, como ayer, tiempo libre. Es el esfuerzo creativo voluntario y no el trabajo torturador la base de la cultura. La inteligencia creadora que encauza la fuerza destructora.
Si los humanos tenemos que igualarnos, mejor que lo hagamos con los que mejor viven y no al revés. Esto es lo que plantea, de modo muy preciso y sugerente, el sociólogo e investigador Jorge Moruno Danzi, de la Universidad Autónoma de Barcelona, en un escrito titulado “No pidamos trabajo, que nos lo dan” que te invito a leer:
http://www.elconfidencial.com/opinion/tribuna/2012/02/04/no-pidamos-trabajo-que-nos-lo-dan-8661/http://www.elconfidencial.com/opinion/tribuna/2012/02/04/no-pidamos-trabajo-que-nos-lo-dan-8661/
Salud y esfuerzo
Como en el siglo XIX ocurrió con el invento de la máquina automotora del ferrocarril, en ese momento también se escribieron poemas de alabanza a ese avance técnico. Es lo que sucede con unos versos en los que Antípater de Tesalónica, contemporáneo de Cicerón, cantaba a los nuevos molinos de agua, que sustituían los trabajos de molienda (generalmente realizados al alba por mujeres armadas de mazos de madera y cuencos o “molinos” de piedra):
"Dejad de moler ¡oh! vosotras, mujeres que os esforzáis en el molino; dormid hasta más tarde, aunque los cantos de los gallos anuncien el alba. Pues Deméter ordenó a las ninfas [de las aguas] que hagan la tarea de vuestras manos y ellas, saltando a lo alto de la rueda, hacen girar su eje, que con sus rayos mueve las pesadas y cóncavas muelas de [piedra de] Nisiria. Gustemos nuevamente de la vida primitiva aprendiendo a regalarnos con los productos de Deméter [diosa madre de la tierra] sin esfuerzo".
Se entendía que se podía tener lo mismo pero trabajando ahora menos. Pero los señores, que no trabajaban aunque se esforzaban, entendieron que mejor sería que todos los demás siguieran trabajando lo mismo para tener más. El Estado, montado sobre el monopolio de la fuerza por los que lo controlan, se vio muy favorecido con ello. Los esclavos no desaparecieron, sino que se reconvirtieron mediante reciclaje.
El trabajo siempre fue considerado una maldición, hasta que el capitalismo calvinista se inventó lo contrario ideológicamente para explotar mejor a las personas sin necesidad de hacerlos formalmente esclavos (a los esclavos al fin y al cabo había que mantenerlos, cosa que no hay que hacer con un asalariado que tiene que buscarse su sustento por su cuenta, por lo que es más barato hacerlo "libre"). Se puso el acento en el tener, en lugar de en el ser, ahora con medios técnicos superiores, lo que deja sin sentido profundo la vida humana e incita al suicidio aunque sea rodeado de riqueza. Los pobres no se suicidan, simplemente luchan para salir adelante. El desarrollo de las máquinas automotoras (que se mueven sin que el hombre las empuje) desplazó el mundo del trabajo, pues lo hacían de forma autónoma. Pero en vez de ser empleadas para liberar al hombre se emplearon para explotar en mayor medida a la Naturaleza, como si ésta fuera interminable, y así estamos con los problemas ecológicos gravísimos que tenemos, que en cualquier caso impedirían salir de la crisis económica actual sin meternos en otra mucho más grave: la supervivencia en un planeta que no puede mantenernos en ningún sentido.
Es absurdo, si bien se piensa con la misma perspectiva de Antípater de Tesalónica, que la jornada laboral siga siendo de 8 horas cuando la productividad de las máquinas es muchísimo mayor que cuando se estableció ese límite teórico. En realidad no habría que repartir el trabajo, sino el paro, para que no lo tengan todo los señores, como antaño. Sobre todo hoy cuando no es el trabajo sino la creatividad lo que se valora, y ésta demanda, como ayer, tiempo libre. Es el esfuerzo creativo voluntario y no el trabajo torturador la base de la cultura. La inteligencia creadora que encauza la fuerza destructora.
Si los humanos tenemos que igualarnos, mejor que lo hagamos con los que mejor viven y no al revés. Esto es lo que plantea, de modo muy preciso y sugerente, el sociólogo e investigador Jorge Moruno Danzi, de la Universidad Autónoma de Barcelona, en un escrito titulado “No pidamos trabajo, que nos lo dan” que te invito a leer:
http://www.elconfidencial.com/opinion/tribuna/2012/02/04/no-pidamos-trabajo-que-nos-lo-dan-8661/http://www.elconfidencial.com/opinion/tribuna/2012/02/04/no-pidamos-trabajo-que-nos-lo-dan-8661/
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Última edición por Genaro Chic el Miér Ago 22, 2012 1:20 pm, editado 2 veces
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
La muerte y el trabajo
Por un lado, la humanidad surge y se afirma como negación de la animalidad. Y la animalidad, por más que sea impenetrable para nosotros, nos la representamos como el reino de la «inmanencia». El animal, dice Bataille, vive en el mundo «como el agua en el seno de las aguas», en un estado de inmediatez temporal y de indistinción con respecto a todos los otros seres. El animal vive siempre en el presente, en un presente eterno: no se preocupa del futuro, sencillamente porque no sabe por anticipado que tarde o temprano ha de morir. En otras palabras, no tiene conciencia de sí como ser finito, como ser separado de los otros. Aunque un animal procure astutamente devorar a otro y no ser devorado por él, no puede decirse que lo haga «conscientemente»; sigue viviendo en la inmediatez y en la indistinción, sigue experimentando la vida como una continuidad que nada interrumpe.
La interrupción de esa continuidad tiene lugar cuando se instaura una distancia, una separación, una «trascendencia» de la conciencia con respecto al resto de los seres (animales, plantas, cosas) y del resto de los seres con respecto a la conciencia, es decir, cuando se pone el «objeto» como opuesto al «sujeto» y subordinado a él con vistas a un fin. En efecto, la conciencia instaura a un tiempo la separación entre los seres y la subordinación funcional de los medios a los fines, del presente al futuro. Siguiendo una línea de pensamiento que va de Hegel a Marx, y que luego ha confirmado la investigación arqueológica, Bataille considera que la cabeza y la mano son hermanas inseparables en la génesis de la humanidad, es decir, que el surgimiento de la conciencia y el consiguiente tránsito de la inmanencia animal a la trascendencia humana está estrechamente ligado a la aparición del trabajo, de la actividad productiva, de la fabricación y el uso de armas y herramientas para la obtención de bienes materiales. La fabricación y el uso del útil es lo que rompe la inmanencia del mundo y hace posible el surgimiento de la conciencia humana como conciencia del tiempo, esto es, como conciencia de la muerte del ser separado y como subordinación funcional o utilitaria entre medios y fines.
Pero el trabajo, que hace posible la separación entre humanidad y animalidad mediante la contraposición entre sujeto y objeto, hace igualmente posible que el hombre se convierta en un objeto para sí mismo. Por medio del trabajo, el hombre deja de estar en relación de comunicación o de «intimidad» con el mundo, entra en una relación de extrañeza o de «exterioridad» [objetividad racional] con respecto al resto de los seres, pero también con respecto a sí mismo, a su propia animalidad. El trabajo exige la negación de la satisfacción inmediata del deseo y la subordinación de la acción presente a un fin lejano. Ese fin lejano no es otro que la obtención de los bienes materiales necesarios para la subsistencia; de modo que estos bienes se convierten a su vez en medios para ese otro fin que es renovar la energía del cuerpo. Y la energía del cuerpo, a su vez, es la principal herramienta de que dispone el hombre, el medio del que ha de servirse para obtener nuevamente los fines del trabajo. En el mundo del trabajo, todos los fines son relativos, son a un tiempo medios para otros fines, de modo que unos y otros sé sitúan en el mismo plano, se remiten entre sí circularmente, en una cadena interminable. El propio hombre se convierte en un útil, en un elemento funcional de la cadena reproductora, y todas sus acciones deben subordinarse a ella. El hombre no adquiere condición de sujeto (separado del mundo de los objetos, capaz de conocerlos y utilizarlos para su provecho) más que convirtiéndose, simultáneamente, en un objeto para sí mismo, en una cosa clara y distinta, susceptible de ser conocida, y utilizada.
Pero, ¿por qué abandona el hombre la relación de intimidad o de inmanencia que le une a los otros seres y entabla con ellos una relación de exterioridad, de trascendencia, de separación?, ¿por qué se reduce a sí mismo a la condición de objeto útil, sometiéndose a la lógica del trabajo y del cálculo económico?, ¿por qué se convierte en un mero eslabón de la cadena, en una mera función del proceso de reproducción material?, ¿por qué subordina el presente al futuro? Precisamente porque el temor al futuro, que no es sino el temor a la muerte, pesa angustiosamente sobre él. El hombre trabaja para evitar la muerte y asegurar la perduración de la vida. Es el temor a la muerte el que hace del hombre un trabajador, un ser que niega en sí mismo el presente para asegurarse el futuro. De modo que la humanidad surge a un tiempo con el trabajo y con el miedo a la muerte.
Pero el trabajo humano surge como una actividad social, como una actividad colectiva que requiere la coordinación funcional de las acciones y la subordinación o encadenamiento teleológico de las mismas. Ahora bien, esto no puede conseguirse si no se prohíbe la satisfacción inmediata del deseo, si no se pone en suspenso el primado de la inmediatez animal. La supervivencia del individuo y del grupo dependen del trabajo colectivo, pero el éxito del trabajo depende de la instauración de leyes que prohíban la irrupción repentina y desordenada de las pasiones animales, al menos durante el tiempo de trabajo. Y hay dos grandes pasiones que pueden poner en peligro el rendimiento y la supervivencia del grupo laborante: la pasión erótica y la pasión tanática [de matar], el desorden del amor y el desorden de la violencia: Ambas pasiones, aunque contrarias, mantienen estrechas relaciones entre sí: la pasión erótica puede llevar a los amantes a afirmar su deseo aun a riesgo de morir, y la lucha a muerte entre los miembros del grupo (generalmente entre los varones) puede deberse a una rivalidad por la posesión sexual (de las mujeres). Por eso, las dos grandes prohibiciones sobre las que se funda toda sociedad humana son el tabú del sexo y el tabú del asesinato. Ambos tabúes, al limitar los movimientos desordenados del amor y de la violencia, tratan de regular los dos azarosos acontecimientos de los que depende la vida humana: el nacimiento y la muerte. La ley social prohíbe entregarse al amor y a la violencia de forma indiscriminada, sobre todo en el interior del propio grupo y durante el tiempo de trabajo; en cambio, prescribe practicarlos en ciertas ocasiones, con ciertas personas, sobre todo con personas ajenas al propio grupo, con las que cabe establecer relaciones de alianza matrimonial o de guerra. En una palabra, la ley social prohíbe el primado de la inmediatez animal, y lo condena como el mal por excelencia, como aquello que pone en peligro la supervivencia del individuo y del grupo. Porque la ley social se impone precisamente para asegurar la perduración de la vida y conjurar el temor a la muerte, para impedir el desorden de las pasiones animales e imponer la racionalidad del trabajo. La ley se presenta como necesaria, incluso bajo pena de muerte, precisamente para hacer frente a la necesidad de la muerte.
De modo que la humanidad surge a un tiempo con el trabajo y con la ley, que son los dos modos de que dispone el hombre para conjurar el temor a la muerte. El trabajo está en el origen de todo conocimiento, de todos los saberes técnicos y científicos que pretenden conocer y dominar el mundo como una totalidad de objetos exteriores al sujeto y susceptibles de ser manipulados por él con vistas a un fin. La ley está en el origen de todos los códigos jurídicos y morales que pretenden regular las relaciones entre los hombres y subordinarlas a un determinado fin o bien supremo. El trabajo y la ley, la relación del hombre con la naturaleza y las relaciones de los hombres entre sí, el encadenamiento entre medios y fines (al que está asociado el encadenamiento entre causas y efectos) y la subordinación de la parte al todo, del individuo a la sociedad (asegurada mediante la secuencia entre prohibiciones y castigos, o entre prescripciones y premios), responden a una misma lógica temporal, a una misma racionalidad calculadora, que subordina el presente al futuro. La economía y el derecho, la ciencia y la moral coinciden en este primado de la razón sobre el deseo, del «bien» o valor futuro sobre el «mal» o valor presente. El hombre niega en sí la inmediatez animal y afirma el cálculo racional para asegurar la perduración de su vida. Detrás de la racionalidad humana está la conciencia y la angustia de la muerte. El hombre pretende conjurar la muerte mediante el trabajo y la ley, mediante una racionalidad que es, a un tiempo, económica y jurídica, científica y moral, pero lo que obtiene a cambio no es más que una vida reducida a su mera condición de subsistencia, una vida que se limita a reproducirse con la sola voluntad de perdurar.
Por eso, la humanidad no puede dejar de negarse a sí misma, no puede dejar de negar ese mundo del trabajo y de la ley que ella misma ha edificado, no puede dejar de negar la negación que ella misma es, en fin, no puede dejar de afirmar el retorno de lo reprimido, el retorno de esa inmediatez que mantiene al animal en una relación de intimidad o inmanencia con el mundo. Evidentemente, no se trata de retroceder a la animalidad perdida, sino de recobrar para lo humano el valor de la animalidad negada. Este segundo movimiento constitutivo de lo humano, esta negación de la negación, que se resuelve en una reafirmación de la inmediatez animal, pone de manifiesto una dimensión diferente de la humanidad, sin la cual no serían comprensibles los más diversos aspectos de la cultura. Bataille se servirá de la escuela francesa de sociología, del psicoanálisis freudiano y de la filosofía nietzscheana para revelar la importancia de esta otra dimensión de la experiencia humana.
Sin ella, no sería siquiera comprensible el orden de la economía, en el que ocupan un lugar fundamental las actividades inútiles o antieconómicas. La satisfacción inmediata del deseo hace que los objetos externos (e incluso el propio cuerpo, las propias energías, las propias acciones) dejen de ser útiles, dejen de ser medios para un fin, y se conviertan en fines absolutos. Esto quiere decir que ya no son consumidos para obtener de ellos un beneficio ulterior, sino que el beneficio consiste en consumirlos por el placer de consumirlos, sin cálculo económico alguno. Lo que ahora importa de los objetos externos y de las propias energías no es su consumo productivo sino su gasto improductivo, no su ahorro sino su derroche, no su ganancia sino su pérdida; no su producción sino su destrucción, no su adquisición sino su donación. Lo que ahora importa no es la mera perduración de la vida sino su intensificación, su exaltación, su incandescencia, aun a riesgo de consumirla por completo, aun a riesgo de perderla. No se busca la muerte, pero tampoco se la teme. Lo que ahora importa no es la preocupación por el futuro, sino la afirmación del presente; no la supervivencia o perduración de uno mismo como ser separado, sino la convivencia o comunicación con el resto de los seres; no, pues, el temor a la muerte, sino el amor a la vida.
Texto tomado de Antonio CAMPILLO, "Introducción" al libro de G. Bataille, Lo que entiendo por soberanía, Barcelona, Paidós, 1996, pp. 16-20. El prologuista resume una parte del pensamiento del autor. Me ha parecido una reflexión interesante y por eso he querido compartir este fragmento, que es una invitación a una lectura más completa.
La interrupción de esa continuidad tiene lugar cuando se instaura una distancia, una separación, una «trascendencia» de la conciencia con respecto al resto de los seres (animales, plantas, cosas) y del resto de los seres con respecto a la conciencia, es decir, cuando se pone el «objeto» como opuesto al «sujeto» y subordinado a él con vistas a un fin. En efecto, la conciencia instaura a un tiempo la separación entre los seres y la subordinación funcional de los medios a los fines, del presente al futuro. Siguiendo una línea de pensamiento que va de Hegel a Marx, y que luego ha confirmado la investigación arqueológica, Bataille considera que la cabeza y la mano son hermanas inseparables en la génesis de la humanidad, es decir, que el surgimiento de la conciencia y el consiguiente tránsito de la inmanencia animal a la trascendencia humana está estrechamente ligado a la aparición del trabajo, de la actividad productiva, de la fabricación y el uso de armas y herramientas para la obtención de bienes materiales. La fabricación y el uso del útil es lo que rompe la inmanencia del mundo y hace posible el surgimiento de la conciencia humana como conciencia del tiempo, esto es, como conciencia de la muerte del ser separado y como subordinación funcional o utilitaria entre medios y fines.
Pero el trabajo, que hace posible la separación entre humanidad y animalidad mediante la contraposición entre sujeto y objeto, hace igualmente posible que el hombre se convierta en un objeto para sí mismo. Por medio del trabajo, el hombre deja de estar en relación de comunicación o de «intimidad» con el mundo, entra en una relación de extrañeza o de «exterioridad» [objetividad racional] con respecto al resto de los seres, pero también con respecto a sí mismo, a su propia animalidad. El trabajo exige la negación de la satisfacción inmediata del deseo y la subordinación de la acción presente a un fin lejano. Ese fin lejano no es otro que la obtención de los bienes materiales necesarios para la subsistencia; de modo que estos bienes se convierten a su vez en medios para ese otro fin que es renovar la energía del cuerpo. Y la energía del cuerpo, a su vez, es la principal herramienta de que dispone el hombre, el medio del que ha de servirse para obtener nuevamente los fines del trabajo. En el mundo del trabajo, todos los fines son relativos, son a un tiempo medios para otros fines, de modo que unos y otros sé sitúan en el mismo plano, se remiten entre sí circularmente, en una cadena interminable. El propio hombre se convierte en un útil, en un elemento funcional de la cadena reproductora, y todas sus acciones deben subordinarse a ella. El hombre no adquiere condición de sujeto (separado del mundo de los objetos, capaz de conocerlos y utilizarlos para su provecho) más que convirtiéndose, simultáneamente, en un objeto para sí mismo, en una cosa clara y distinta, susceptible de ser conocida, y utilizada.
Pero, ¿por qué abandona el hombre la relación de intimidad o de inmanencia que le une a los otros seres y entabla con ellos una relación de exterioridad, de trascendencia, de separación?, ¿por qué se reduce a sí mismo a la condición de objeto útil, sometiéndose a la lógica del trabajo y del cálculo económico?, ¿por qué se convierte en un mero eslabón de la cadena, en una mera función del proceso de reproducción material?, ¿por qué subordina el presente al futuro? Precisamente porque el temor al futuro, que no es sino el temor a la muerte, pesa angustiosamente sobre él. El hombre trabaja para evitar la muerte y asegurar la perduración de la vida. Es el temor a la muerte el que hace del hombre un trabajador, un ser que niega en sí mismo el presente para asegurarse el futuro. De modo que la humanidad surge a un tiempo con el trabajo y con el miedo a la muerte.
Pero el trabajo humano surge como una actividad social, como una actividad colectiva que requiere la coordinación funcional de las acciones y la subordinación o encadenamiento teleológico de las mismas. Ahora bien, esto no puede conseguirse si no se prohíbe la satisfacción inmediata del deseo, si no se pone en suspenso el primado de la inmediatez animal. La supervivencia del individuo y del grupo dependen del trabajo colectivo, pero el éxito del trabajo depende de la instauración de leyes que prohíban la irrupción repentina y desordenada de las pasiones animales, al menos durante el tiempo de trabajo. Y hay dos grandes pasiones que pueden poner en peligro el rendimiento y la supervivencia del grupo laborante: la pasión erótica y la pasión tanática [de matar], el desorden del amor y el desorden de la violencia: Ambas pasiones, aunque contrarias, mantienen estrechas relaciones entre sí: la pasión erótica puede llevar a los amantes a afirmar su deseo aun a riesgo de morir, y la lucha a muerte entre los miembros del grupo (generalmente entre los varones) puede deberse a una rivalidad por la posesión sexual (de las mujeres). Por eso, las dos grandes prohibiciones sobre las que se funda toda sociedad humana son el tabú del sexo y el tabú del asesinato. Ambos tabúes, al limitar los movimientos desordenados del amor y de la violencia, tratan de regular los dos azarosos acontecimientos de los que depende la vida humana: el nacimiento y la muerte. La ley social prohíbe entregarse al amor y a la violencia de forma indiscriminada, sobre todo en el interior del propio grupo y durante el tiempo de trabajo; en cambio, prescribe practicarlos en ciertas ocasiones, con ciertas personas, sobre todo con personas ajenas al propio grupo, con las que cabe establecer relaciones de alianza matrimonial o de guerra. En una palabra, la ley social prohíbe el primado de la inmediatez animal, y lo condena como el mal por excelencia, como aquello que pone en peligro la supervivencia del individuo y del grupo. Porque la ley social se impone precisamente para asegurar la perduración de la vida y conjurar el temor a la muerte, para impedir el desorden de las pasiones animales e imponer la racionalidad del trabajo. La ley se presenta como necesaria, incluso bajo pena de muerte, precisamente para hacer frente a la necesidad de la muerte.
De modo que la humanidad surge a un tiempo con el trabajo y con la ley, que son los dos modos de que dispone el hombre para conjurar el temor a la muerte. El trabajo está en el origen de todo conocimiento, de todos los saberes técnicos y científicos que pretenden conocer y dominar el mundo como una totalidad de objetos exteriores al sujeto y susceptibles de ser manipulados por él con vistas a un fin. La ley está en el origen de todos los códigos jurídicos y morales que pretenden regular las relaciones entre los hombres y subordinarlas a un determinado fin o bien supremo. El trabajo y la ley, la relación del hombre con la naturaleza y las relaciones de los hombres entre sí, el encadenamiento entre medios y fines (al que está asociado el encadenamiento entre causas y efectos) y la subordinación de la parte al todo, del individuo a la sociedad (asegurada mediante la secuencia entre prohibiciones y castigos, o entre prescripciones y premios), responden a una misma lógica temporal, a una misma racionalidad calculadora, que subordina el presente al futuro. La economía y el derecho, la ciencia y la moral coinciden en este primado de la razón sobre el deseo, del «bien» o valor futuro sobre el «mal» o valor presente. El hombre niega en sí la inmediatez animal y afirma el cálculo racional para asegurar la perduración de su vida. Detrás de la racionalidad humana está la conciencia y la angustia de la muerte. El hombre pretende conjurar la muerte mediante el trabajo y la ley, mediante una racionalidad que es, a un tiempo, económica y jurídica, científica y moral, pero lo que obtiene a cambio no es más que una vida reducida a su mera condición de subsistencia, una vida que se limita a reproducirse con la sola voluntad de perdurar.
Por eso, la humanidad no puede dejar de negarse a sí misma, no puede dejar de negar ese mundo del trabajo y de la ley que ella misma ha edificado, no puede dejar de negar la negación que ella misma es, en fin, no puede dejar de afirmar el retorno de lo reprimido, el retorno de esa inmediatez que mantiene al animal en una relación de intimidad o inmanencia con el mundo. Evidentemente, no se trata de retroceder a la animalidad perdida, sino de recobrar para lo humano el valor de la animalidad negada. Este segundo movimiento constitutivo de lo humano, esta negación de la negación, que se resuelve en una reafirmación de la inmediatez animal, pone de manifiesto una dimensión diferente de la humanidad, sin la cual no serían comprensibles los más diversos aspectos de la cultura. Bataille se servirá de la escuela francesa de sociología, del psicoanálisis freudiano y de la filosofía nietzscheana para revelar la importancia de esta otra dimensión de la experiencia humana.
Sin ella, no sería siquiera comprensible el orden de la economía, en el que ocupan un lugar fundamental las actividades inútiles o antieconómicas. La satisfacción inmediata del deseo hace que los objetos externos (e incluso el propio cuerpo, las propias energías, las propias acciones) dejen de ser útiles, dejen de ser medios para un fin, y se conviertan en fines absolutos. Esto quiere decir que ya no son consumidos para obtener de ellos un beneficio ulterior, sino que el beneficio consiste en consumirlos por el placer de consumirlos, sin cálculo económico alguno. Lo que ahora importa de los objetos externos y de las propias energías no es su consumo productivo sino su gasto improductivo, no su ahorro sino su derroche, no su ganancia sino su pérdida; no su producción sino su destrucción, no su adquisición sino su donación. Lo que ahora importa no es la mera perduración de la vida sino su intensificación, su exaltación, su incandescencia, aun a riesgo de consumirla por completo, aun a riesgo de perderla. No se busca la muerte, pero tampoco se la teme. Lo que ahora importa no es la preocupación por el futuro, sino la afirmación del presente; no la supervivencia o perduración de uno mismo como ser separado, sino la convivencia o comunicación con el resto de los seres; no, pues, el temor a la muerte, sino el amor a la vida.
Texto tomado de Antonio CAMPILLO, "Introducción" al libro de G. Bataille, Lo que entiendo por soberanía, Barcelona, Paidós, 1996, pp. 16-20. El prologuista resume una parte del pensamiento del autor. Me ha parecido una reflexión interesante y por eso he querido compartir este fragmento, que es una invitación a una lectura más completa.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Pepe Mújica y la búsqueda consciente del ocio
Es interesante ver y escuchar cómo en la actualidad hay países (Uruguay en este caso) al frente de los cuales se encuentran personajes -como José Mújica- regidos aún por este pensamiento tan sensato como poco "culto" que prefiere la libertad, entendiendo que lo que llamamos austeridad es simplemente una búsqueda del tiempo libre, al margen de la cultura consumista:
https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=whFm75ORPbE
https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=whFm75ORPbE
Genaro Chic- Mensajes : 729
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La esclavitud en la base del progreso
Si echamos la vista atrás observaremos que el desarrollo de la actividad laboral está ligada al progreso cultural. Sin embargo también observamos que los grupos dirigentes se esfuerzan por conseguir sus objetivos, con frecuencia ejercitando sus habilidades para la lucha. Pronto se considera que el trabajo rinde frutos positivos, pero exige una sumisión -que se ha comentado antes- que lo hace poco atractivo. De ahí que la moral dominante entre los que logran convertirse en organizadores de las sociedades sea el ocio, la ausencia de trabajo (que no de esfuerzo por conseguir la dominación y la supremacía). El trabajo es bueno, sí, porque facilita medios para obtener esa supremacía, pero sobre todo es bueno si se logra obligar a otro, con moral de perdedor, para que lo haga. No debe extrañarnos pues que las grandes civilizaciones antiguas sean de base esclavista, con seres humanos que trabajan porque se les obliga directamente a ello.
Por supuesto hay mejores métodos de dominio, más cómodos para los que mandan e incluso más rentables. Una semilibertad del trabajador, al que se le pueden dar ciertos alicientes para que trabaje algo más cómodo. Así, por ejemplo, la atribución de una pareja sexual como premio a su labor; o la posibilidad de tener un cierto beneficio parcial de los frutos de su trabajo; incluso el permiso para que desarrolle un cierto peculio propio con el fruto del cual pueda incluso comprar su propia libertad. Con ello se puede decir que se va dignificando la función laboral y se logra que vaya siendo asumido por quien la tiene que realizar como una actividad que, aunque molesta, es necesaria.
Por otro lado, el asalariado o el colono aparcero es más barato que el esclavo, pues no hay que mantenerlo en épocas de inactividad, y además le permite al afectado la ilusión de que es libre y que teóricamente puede ir escalando puestos en la escala de la libertad si es habilidoso para hacer que otro realice parte de su labor. En realidad es un gran avance social, pues, cuando esta situación se da, ya no hay que comprar a las personas, sino solo su trabajo, que se convierte en un objeto que se puede conseguir en el mercad laboral sin recurrir a la violencia física directa.
Si se logra convencer a la población sometida -incluso dándole el derecho al voto- de que el trabajo dignifica, está andado gran parte del camino de la dominación de los poderosos (ociosos aunque estén activos pero no sometidos a una persona que les haga trabajar si quieren vivir). Si además se logra conseguir un aumento de la productividad a través del desarrollo de máquinas automotrices -o casi- el estadio de dominio se puede alcanzar con facilidad a través del establecimiento de un sistema financiero que incluso expulse del mercado laboral a quien no sea imprescindible, para no tener que mantenerlo como una carga. El parado pasará así de nuevo a ser libre respecto al trabajo, pero no podrá disfrutar de ello, salvo que se dedique a actividades que los poderosos no considerarán legales. O sea salvo si emprende por sí mismo el camino de la apetecida libertad de los poderosos, que se arriesgan pero no trabajan. Si opta por el riesgo en vez de por la seguridad.
Por supuesto hay mejores métodos de dominio, más cómodos para los que mandan e incluso más rentables. Una semilibertad del trabajador, al que se le pueden dar ciertos alicientes para que trabaje algo más cómodo. Así, por ejemplo, la atribución de una pareja sexual como premio a su labor; o la posibilidad de tener un cierto beneficio parcial de los frutos de su trabajo; incluso el permiso para que desarrolle un cierto peculio propio con el fruto del cual pueda incluso comprar su propia libertad. Con ello se puede decir que se va dignificando la función laboral y se logra que vaya siendo asumido por quien la tiene que realizar como una actividad que, aunque molesta, es necesaria.
Por otro lado, el asalariado o el colono aparcero es más barato que el esclavo, pues no hay que mantenerlo en épocas de inactividad, y además le permite al afectado la ilusión de que es libre y que teóricamente puede ir escalando puestos en la escala de la libertad si es habilidoso para hacer que otro realice parte de su labor. En realidad es un gran avance social, pues, cuando esta situación se da, ya no hay que comprar a las personas, sino solo su trabajo, que se convierte en un objeto que se puede conseguir en el mercad laboral sin recurrir a la violencia física directa.
Si se logra convencer a la población sometida -incluso dándole el derecho al voto- de que el trabajo dignifica, está andado gran parte del camino de la dominación de los poderosos (ociosos aunque estén activos pero no sometidos a una persona que les haga trabajar si quieren vivir). Si además se logra conseguir un aumento de la productividad a través del desarrollo de máquinas automotrices -o casi- el estadio de dominio se puede alcanzar con facilidad a través del establecimiento de un sistema financiero que incluso expulse del mercado laboral a quien no sea imprescindible, para no tener que mantenerlo como una carga. El parado pasará así de nuevo a ser libre respecto al trabajo, pero no podrá disfrutar de ello, salvo que se dedique a actividades que los poderosos no considerarán legales. O sea salvo si emprende por sí mismo el camino de la apetecida libertad de los poderosos, que se arriesgan pero no trabajan. Si opta por el riesgo en vez de por la seguridad.
Genaro Chic- Mensajes : 729
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Re: El descanso como aspiración natural. La muerte y el trabajo
El desarrollo de la actividad laboral (producción/infraestructura) está ligada al progreso cultural (super estructura)... grupos dirigentes se esfuerzan por conseguir sus objetivos (grupos de poder) El acceso al poder sólo puede lograrlo un pequeño grupo de personas con privilegios entre los cuales está el ocio, o sea lo contrario al trabajo productivo.
El esclavismo es una de las primeras manifestaciones del ejercicio del poder cuando ya existe el estado o sea, el ejército. Los triunfos militares determinan también las condiciones de esclavitud.
La posibilidad de la posesión absoluta sobre objetos y sujetos es la característica predominante del esclavismo que desaparecerá a cambio de las relaciones serviles (el esclavo es libre parcialmente; lo será totalmente cuando aparece la posibilidad de vender la fuerza de trabajo como si fuera una mercancia. ¿hay un avance social? Sin lugar dudas, sí. Si desarrollo social se entiende como la conquista de derechos sociales o sea derechos que se pueden ejercer en grupo (reunión, protesta, voto, derechos humanos) y no solamente de manera individual (derecho a consumir).
La situación actual está caracterízándose por la ampliación de esos derechos invididuales, privados (liberalismo fundamentalista que en estados unidos está identificado como libertario) y la reducción cada vez mayor de los derechos sociales, comunes. El individualismo radical lo pueden ejercer plenamente solo quienes tienen el lucro acumulado en forma de capital.
En esta situación el consumidor (la mayoria) no buscará el trabajo productivo sino el simple empleo (forma de conseguir la capacidad de consumir) que hacen posible las nuevas tecnologías. En su mejor expresión terminará convirtiéndonos a todos en esclavos virtuales sin posiblidad de dejar de serlo porque todavía no se ha conformado el recurso útil para ello, menos ahora cuando la revolución social ya no es posible. Quizá solo la de la naturaleza. Amen
El esclavismo es una de las primeras manifestaciones del ejercicio del poder cuando ya existe el estado o sea, el ejército. Los triunfos militares determinan también las condiciones de esclavitud.
La posibilidad de la posesión absoluta sobre objetos y sujetos es la característica predominante del esclavismo que desaparecerá a cambio de las relaciones serviles (el esclavo es libre parcialmente; lo será totalmente cuando aparece la posibilidad de vender la fuerza de trabajo como si fuera una mercancia. ¿hay un avance social? Sin lugar dudas, sí. Si desarrollo social se entiende como la conquista de derechos sociales o sea derechos que se pueden ejercer en grupo (reunión, protesta, voto, derechos humanos) y no solamente de manera individual (derecho a consumir).
La situación actual está caracterízándose por la ampliación de esos derechos invididuales, privados (liberalismo fundamentalista que en estados unidos está identificado como libertario) y la reducción cada vez mayor de los derechos sociales, comunes. El individualismo radical lo pueden ejercer plenamente solo quienes tienen el lucro acumulado en forma de capital.
En esta situación el consumidor (la mayoria) no buscará el trabajo productivo sino el simple empleo (forma de conseguir la capacidad de consumir) que hacen posible las nuevas tecnologías. En su mejor expresión terminará convirtiéndonos a todos en esclavos virtuales sin posiblidad de dejar de serlo porque todavía no se ha conformado el recurso útil para ello, menos ahora cuando la revolución social ya no es posible. Quizá solo la de la naturaleza. Amen
jorge bs- Invitado
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