¿Hay vida después de la muerte?
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¿Hay vida después de la muerte?
Conversación entre dos bebés antes de nacer
En el vientre de una mujer embarazada se encontraban dos bebés. Uno pregunta al otro:
- ¿Tú crees en la vida después del parto?
- Claro que sí. Algo debe existir después del parto. Tal vez estemos aquí porque necesitamos prepararnos para lo que seremos más tarde.
- ¡Tonterías! No hay vida después del parto. ¿Cómo sería esa vida?
- No lo sé pero seguramente... habrá más luz que aquí. Tal vez caminemos con nuestros propios pies y nos alimentemos por la boca.
- ¡Eso es absurdo! Caminar es imposible. ¿Y comer por la boca? ¡Eso es ridículo! El cordón umbilical es por donde nos alimentamos. Yo te digo una cosa: la vida después del parto está excluida. El cordón umbilical es demasiado corto.
- Pues yo creo que debe haber algo. Y tal vez sea sólo un poco distinto a lo que estamos acostumbrados a tener aquí.
- Pero nadie ha vuelto nunca del más allá, después del parto. El parto es el final de la vida. Y a fin de cuentas, la vida no es más que una angustiosa existencia en la oscuridad que no lleva a nada.
- Bueno, yo no sé exactamente cómo será después del parto, pero seguro que veremos a mamá y ella nos cuidará.
- ¿Mamá? ¿Tú crees en mamá? ¿Y dónde crees tú que está ella?
- ¿Dónde? ¡En todo nuestro alrededor! En ella y a través de ella es como vivimos. Sin ella todo este mundo no existiría.
- ¡Pues yo no me lo creo! Nunca he visto a mamá, por lo tanto, es lógico que no exista.
- Bueno, pero a veces, cuando estamos en silencio, tú puedes oírla cantando o sentir cómo acaricia nuestro mundo. ¿Sabes?... Yo pienso que hay una vida real que nos espera y que ahora solamente estamos preparándonos para ella...
COMENTARIO PERSONAL:
Confieso que tengo la misma fe en una vida de ultratumba similar a la que puedan tener en la democracia los Hermanos Musulmanes (por no poner ejemplos más cercanos). Pero también confieso que cuando contemplo la muerte de mi vecina, una mujer nada mojigata, que en los terribles momentos finales de un cáncer de hígado pone toda su fe en la extremaunción y comunión católicas, lo que la conforta para morir, no puedo sino valorar el poder de esa creencia positiva. Al fin y al cabo siempre vivimos de creencias, y a través de ellas configuramos el mundo en el que creemos que vivimos.
Y la razón no acaba con las creencias. Sólo las transforma en otras distintas, aunque sean científicas.
Saludos
En el vientre de una mujer embarazada se encontraban dos bebés. Uno pregunta al otro:
- ¿Tú crees en la vida después del parto?
- Claro que sí. Algo debe existir después del parto. Tal vez estemos aquí porque necesitamos prepararnos para lo que seremos más tarde.
- ¡Tonterías! No hay vida después del parto. ¿Cómo sería esa vida?
- No lo sé pero seguramente... habrá más luz que aquí. Tal vez caminemos con nuestros propios pies y nos alimentemos por la boca.
- ¡Eso es absurdo! Caminar es imposible. ¿Y comer por la boca? ¡Eso es ridículo! El cordón umbilical es por donde nos alimentamos. Yo te digo una cosa: la vida después del parto está excluida. El cordón umbilical es demasiado corto.
- Pues yo creo que debe haber algo. Y tal vez sea sólo un poco distinto a lo que estamos acostumbrados a tener aquí.
- Pero nadie ha vuelto nunca del más allá, después del parto. El parto es el final de la vida. Y a fin de cuentas, la vida no es más que una angustiosa existencia en la oscuridad que no lleva a nada.
- Bueno, yo no sé exactamente cómo será después del parto, pero seguro que veremos a mamá y ella nos cuidará.
- ¿Mamá? ¿Tú crees en mamá? ¿Y dónde crees tú que está ella?
- ¿Dónde? ¡En todo nuestro alrededor! En ella y a través de ella es como vivimos. Sin ella todo este mundo no existiría.
- ¡Pues yo no me lo creo! Nunca he visto a mamá, por lo tanto, es lógico que no exista.
- Bueno, pero a veces, cuando estamos en silencio, tú puedes oírla cantando o sentir cómo acaricia nuestro mundo. ¿Sabes?... Yo pienso que hay una vida real que nos espera y que ahora solamente estamos preparándonos para ella...
COMENTARIO PERSONAL:
Confieso que tengo la misma fe en una vida de ultratumba similar a la que puedan tener en la democracia los Hermanos Musulmanes (por no poner ejemplos más cercanos). Pero también confieso que cuando contemplo la muerte de mi vecina, una mujer nada mojigata, que en los terribles momentos finales de un cáncer de hígado pone toda su fe en la extremaunción y comunión católicas, lo que la conforta para morir, no puedo sino valorar el poder de esa creencia positiva. Al fin y al cabo siempre vivimos de creencias, y a través de ellas configuramos el mundo en el que creemos que vivimos.
Y la razón no acaba con las creencias. Sólo las transforma en otras distintas, aunque sean científicas.
Saludos
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: ¿Hay vida después de la muerte?
Reflexiones de un psiquiatra:
Holden, Greyson y James, en su excelente libro The Handbook of Near Death Experiences, hacen notar la diversidad de textos donde aparecen las experiencias cercanas a la muerte (ECM) en la literatura mundial, ya sea de forma accidental o como parte del relato. Por ejemplo, la mencionada por el famoso explorador David Livingstone en su libro Aventuras y descubrimientos en el interior de África. Uno de los casos más llamativos del siglo XIX, publicado en 1889 en el Saint Louis Medical and Surgical Journal, fue el protagonizado por el doctor A. S. Wiltse, del pequeño poblado de Skiddy (Texas). Este médico aparentemente falleció de unas fiebres tifoideas en el verano de 1889. Incluso las campanas de la iglesia se echaron al vuelo para anunciar el deceso del médico del pueblo, pero la cosa no acabó ahí. El propio doctor Wiltse describe lo que ocurrió en unas líneas que merece la pena reproducir: «Descubrí que todavía estaba en mi cuerpo, pero este y yo ya no teníamos intereses en común. Me quedé perplejo y fascinado de alegría mientras me veía a mí mismo desde arriba [...]. Con todo el interés que puede tener un médico [...] observé el interesante proceso de separación de alma y cuerpo». En el mismo artículo el doctor Wiltse describe cómo desde fuera de su cuerpo puede observar a una persona en la puerta de su habitación del hospital. Se acerca e intenta tocarle pero, como en los relatos de fantasmas, su brazo parece atravesarle sin generar la mínima reacción en la otra persona: «Mi brazo pasó a través de él sin encontrar resistencia aparente [...]. Le miré rápidamente a la cara para ver si había advertido mi contacto, pero nada. Él solo miraba hacia el sillón que yo acababa de dejar. Dirigí mi mirada en la misma dirección que la de él y pude ver mi propio cuerpo ya muerto [...]. Me impresionó la palidez del rostro [...]. Intenté ganar la atención de las demás personas con objeto de reconfortarlas y asegurarles su propia inmortalidad [...]. Me paseé entre ellas, pero nadie pareció advertirme. Entonces la situación me pareció muy graciosa y comencé a reírme [...]. Qué bien me sentía. Hacía tan solo unos minutos me encontraba terriblemente enfermo y con malestar. Entonces vino ese cambio llamado muerte que tanto temía. Esto ya ha pasado y aquí estoy, todavía un hombre, vivo y pensante. Sí, pensando más claramente que nunca y qué bien me siento. Nunca más volveré a estar enfermo. Nunca más tendré que morir».
El famoso discípulo de Sigmund Freud y también psiquiatra, Carl Jung, describe una ECM tras fracturarse un pie y sufrir un infarto de miocardio muy poco después. Una acompañante, enfermera, cuenta cómo una luz le envolvía durante su agonía, al igual que en las experiencias de muerte compartidas. Algo, al parecer, que ella ya había observado con anterioridad. Pero ahí no acaba la experiencia, ya que el propio Jung describe cómo llega a ver la Tierra desde el espacio bañada en una gloriosa luz azulada. Más aún, describe la profundidad de los océanos y la conformación de los continentes. Debajo de sus pies se encontraba Sri Lanka (Ceilán) y un poco más adelante la India. No llegaba a ver toda la Tierra, pero sí su forma global y su perfil delimitado con una especie de rayo, toda ella llena de la luz azulada. No solo eso: después de mirar la Tierra durante un rato se giró y pudo apreciar un bloque pétreo similar a un meteorito flotando en el espacio, con una especie de entrada donde un ser con apariencia hindú se encontraba sentado en posición de loto. Jung asegura que se encontraba en paz y tranquilo: «Yo tenía todo lo que era y era todo lo que tenía». En ese momento Jung notó que iba a pasar a una habitación donde se encontraba todo lo relacionado con el sentido de su vida, cuando su médico de cabecera llegó. Sumergido en su experiencia, Jung escuchó cómo el médico le comentaba que no tenía derecho a abandonar la Tierra y que debía volver a su lugar de procedencia. Carl Jung se mostró «profundamente decepcionado» y a regañadientes retornó a su cuerpo. Incluso en su libro Memories, Dreams, Reflections [1962] llega a decir que odió al médico que le devolvió a la vida.
A medida que Jung se recuperaba tuvo más visiones, llegando a afirmar: «Resulta imposible resumir la belleza y la intensidad de las emociones durante estas visiones. Es lo más tremendo que nunca haya experimentado [...]. Nunca imaginé que una experiencia así pudiera acontecerme. No fue producto de mi imaginación. Las visiones y la experiencia fueron totalmente reales. No existió nada subjetivo. Todo poseía la cualidad de absoluta objetividad». Estos comentarios del famoso psiquiatra concuerdan con los que realizan la mayor parte de las personas que experimentan una ECM: claridad y objetividad en su relato.
Prácticamente todas las culturas poseen tradiciones en las que el ser humano prevalece ante la muerte. En las más primitivas los cuerpos eran enterrados acompañados de enseres: arcos y flechas, vasijas con alimentos, objetos personales, etc., como si la muerte tan sólo fuese una transición hacia otro estado en el que dichos objetos pudieran ser útiles en el desempeño de la nueva vida.
OTRAS ACOTACIONES TOMADAS DEL AUTOR:
Las experiencias cercanas a la muerte (ECM) pueden encontrarse prácticamente en todas las culturas, al igual que las experiencias de salida extracorpórea o EEC.
En ocasiones las ECM son terroríficas en vez de placenteras.
Muchas personas han experimentado síntomas similares sin haberse encontrado cerca de perder la vida.
No es menos cierto que se han producido alucinaciones parcialmente similares a las experimentadas en las ECM por simple anoxia cerebral.
Este tipo de experiencias ha servido para acercar a polos sociales muy separados. En un extremo fundamentalistas religiosos y en el otro ateos consumados, ambos discutiendo a un nivel descriptivo y comparándolo con la realidad física. Los fundamentalistas religiosos asumen que las descripciones de las ECM son literales, que describen objetos, personas y situaciones diversas. Al otro lado, los reduccionistas intentan explicarlo todo desde una visión materialista, ya que los sucesos descritos son manifiestamente imposibles desde los conocimientos científicos actuales, y por tanto increíbles.
A este respecto, quizás una de las cuestiones más llamativas es que lo que los fundadores de las principales religiones del mundo han reivindicado durante siglos mediante sus escrituras sagradas parece ser hoy en día corroborado a través de las personas que sufren experiencias cercanas a la muerte. Hasta el punto de que muchos científicos que otrora despreciaban este tipo de conocimientos milenarios se encuentran hoy fascinados y con un interés creciente en este tipo de cuestiones. Un detalle aún más notable cuando esta intriga involucra a sectores sociales a los que resulta difícil explicar las ECM, como es el caso de los niños pequeños, los invidentes de nacimiento [que luego describen lo que han visto] y las personas en coma que fueron declaradas cerebralmente muertas.
El éxito de la ciencia moderna comienza con Galileo, con una manera de hacer preguntas científicas de manera que el investigador pueda evitar discutir sobre el significado de las cosas. Pero, claro, ¿cómo podemos discutir de algo sobre lo que no existe un lenguaje apropiado? Cuantificando los fenómenos, es decir, midiéndolos, los científicos crearon un lenguaje normalizado que hace posible la discusión de los hallazgos. Además, los científicos han creado innumerables escalas y unidades como, por ejemplo, los grados o los voltios para poder medir los efectos de sus investigaciones. Ahora bien, en el caso de las ECM la tarea es ardua. Afortunadamente la ciencia es algo más que una simple medición mecánica de las cosas: es una forma de conocimiento. Para poder proyectar ese tipo de conocimiento los científicos y los filósofos de la ciencia han desarrollado vías de discernimiento. A pesar de todo, mientras se construye una ciencia más elevada, el positivismo, lo empírico, el materialismo, el reduccionismo y el determinismo intentan hacerse con parte del pastel del pensamiento.
Para los que crean que el cuadro de las ECM se debe a síntomas dependientes de la pura fisiología, como por ejemplo la experiencia extracorpórea por aislamiento sensorial, la secreción de endorfinas que produce analgesia y sensación de felicidad y paz o bien, la anoxia cerebral galopante que produce sobre el sistema visual una ilusión de túneles y luces, así como alteraciones del lóbulo temporal que hagan revivir las memorias o visiones de personas ya fallecidas en otras dimensiones, las cosas no parecen ser tan sencillas, ya que toda experiencia cercana a la muerte parece perfectamente orquestada y sigue una pauta no caótica en la que algo, similar al antiguo concepto de alma, parece cobrar vida y escapar del cuerpo. Es decir, lo que nos estamos jugando al intentar comprender en qué consisten las ECM no es solo si existe vida más allá de la presente, sino también si podemos entender los complejos modelos de consciencia, incluyendo la percepción sensorial o la memoria, ya que estos procesos podrían estar enfrentados a los conocimientos actuales de la neurofisiología si los intentamos aplicar a este tipo de experiencias.
Todos estos argumentos pueden llevarnos a razonar en círculos, como una pescadilla que se muerde la cola. Para los que son creyentes, las ECM les proveen de argumentos para hacer de sus vidas algo trascendente y de unión con Dios. Para los que no son creyentes, estas experiencias les elevan a un plano metafísico de difícil digestión.
[Como dice el prologuista, Raymond Moody:]
Es muy importante comenzar a pensar de una manera distinta acerca de este tipo de cuestiones. Se trata, en definitiva, de empezar a reflexionar desde otro punto de vista para aproximarnos racionalmente a las grandes preguntas que, hasta ahora, ha eludido la razón.
Todo lo anterior está tomado del libro del psiquiatra José Miguel Gaona Cartolano, Al otro lado del túnel. Un camino hacia la luz en el umbral de la muerte, ed. La Esfera de los libros, 2012.
El autor fue entrevistado recientemente en televisión, donde expuso sus planteamientos científicos en:
http://www.cuatro.com/cuarto-milenio/programas/temporada-08/t08xp08/lado-tunel_2_1499430022.html
Te invito a verlo y a leer el libro.
Holden, Greyson y James, en su excelente libro The Handbook of Near Death Experiences, hacen notar la diversidad de textos donde aparecen las experiencias cercanas a la muerte (ECM) en la literatura mundial, ya sea de forma accidental o como parte del relato. Por ejemplo, la mencionada por el famoso explorador David Livingstone en su libro Aventuras y descubrimientos en el interior de África. Uno de los casos más llamativos del siglo XIX, publicado en 1889 en el Saint Louis Medical and Surgical Journal, fue el protagonizado por el doctor A. S. Wiltse, del pequeño poblado de Skiddy (Texas). Este médico aparentemente falleció de unas fiebres tifoideas en el verano de 1889. Incluso las campanas de la iglesia se echaron al vuelo para anunciar el deceso del médico del pueblo, pero la cosa no acabó ahí. El propio doctor Wiltse describe lo que ocurrió en unas líneas que merece la pena reproducir: «Descubrí que todavía estaba en mi cuerpo, pero este y yo ya no teníamos intereses en común. Me quedé perplejo y fascinado de alegría mientras me veía a mí mismo desde arriba [...]. Con todo el interés que puede tener un médico [...] observé el interesante proceso de separación de alma y cuerpo». En el mismo artículo el doctor Wiltse describe cómo desde fuera de su cuerpo puede observar a una persona en la puerta de su habitación del hospital. Se acerca e intenta tocarle pero, como en los relatos de fantasmas, su brazo parece atravesarle sin generar la mínima reacción en la otra persona: «Mi brazo pasó a través de él sin encontrar resistencia aparente [...]. Le miré rápidamente a la cara para ver si había advertido mi contacto, pero nada. Él solo miraba hacia el sillón que yo acababa de dejar. Dirigí mi mirada en la misma dirección que la de él y pude ver mi propio cuerpo ya muerto [...]. Me impresionó la palidez del rostro [...]. Intenté ganar la atención de las demás personas con objeto de reconfortarlas y asegurarles su propia inmortalidad [...]. Me paseé entre ellas, pero nadie pareció advertirme. Entonces la situación me pareció muy graciosa y comencé a reírme [...]. Qué bien me sentía. Hacía tan solo unos minutos me encontraba terriblemente enfermo y con malestar. Entonces vino ese cambio llamado muerte que tanto temía. Esto ya ha pasado y aquí estoy, todavía un hombre, vivo y pensante. Sí, pensando más claramente que nunca y qué bien me siento. Nunca más volveré a estar enfermo. Nunca más tendré que morir».
El famoso discípulo de Sigmund Freud y también psiquiatra, Carl Jung, describe una ECM tras fracturarse un pie y sufrir un infarto de miocardio muy poco después. Una acompañante, enfermera, cuenta cómo una luz le envolvía durante su agonía, al igual que en las experiencias de muerte compartidas. Algo, al parecer, que ella ya había observado con anterioridad. Pero ahí no acaba la experiencia, ya que el propio Jung describe cómo llega a ver la Tierra desde el espacio bañada en una gloriosa luz azulada. Más aún, describe la profundidad de los océanos y la conformación de los continentes. Debajo de sus pies se encontraba Sri Lanka (Ceilán) y un poco más adelante la India. No llegaba a ver toda la Tierra, pero sí su forma global y su perfil delimitado con una especie de rayo, toda ella llena de la luz azulada. No solo eso: después de mirar la Tierra durante un rato se giró y pudo apreciar un bloque pétreo similar a un meteorito flotando en el espacio, con una especie de entrada donde un ser con apariencia hindú se encontraba sentado en posición de loto. Jung asegura que se encontraba en paz y tranquilo: «Yo tenía todo lo que era y era todo lo que tenía». En ese momento Jung notó que iba a pasar a una habitación donde se encontraba todo lo relacionado con el sentido de su vida, cuando su médico de cabecera llegó. Sumergido en su experiencia, Jung escuchó cómo el médico le comentaba que no tenía derecho a abandonar la Tierra y que debía volver a su lugar de procedencia. Carl Jung se mostró «profundamente decepcionado» y a regañadientes retornó a su cuerpo. Incluso en su libro Memories, Dreams, Reflections [1962] llega a decir que odió al médico que le devolvió a la vida.
A medida que Jung se recuperaba tuvo más visiones, llegando a afirmar: «Resulta imposible resumir la belleza y la intensidad de las emociones durante estas visiones. Es lo más tremendo que nunca haya experimentado [...]. Nunca imaginé que una experiencia así pudiera acontecerme. No fue producto de mi imaginación. Las visiones y la experiencia fueron totalmente reales. No existió nada subjetivo. Todo poseía la cualidad de absoluta objetividad». Estos comentarios del famoso psiquiatra concuerdan con los que realizan la mayor parte de las personas que experimentan una ECM: claridad y objetividad en su relato.
Prácticamente todas las culturas poseen tradiciones en las que el ser humano prevalece ante la muerte. En las más primitivas los cuerpos eran enterrados acompañados de enseres: arcos y flechas, vasijas con alimentos, objetos personales, etc., como si la muerte tan sólo fuese una transición hacia otro estado en el que dichos objetos pudieran ser útiles en el desempeño de la nueva vida.
OTRAS ACOTACIONES TOMADAS DEL AUTOR:
Las experiencias cercanas a la muerte (ECM) pueden encontrarse prácticamente en todas las culturas, al igual que las experiencias de salida extracorpórea o EEC.
En ocasiones las ECM son terroríficas en vez de placenteras.
Muchas personas han experimentado síntomas similares sin haberse encontrado cerca de perder la vida.
No es menos cierto que se han producido alucinaciones parcialmente similares a las experimentadas en las ECM por simple anoxia cerebral.
Este tipo de experiencias ha servido para acercar a polos sociales muy separados. En un extremo fundamentalistas religiosos y en el otro ateos consumados, ambos discutiendo a un nivel descriptivo y comparándolo con la realidad física. Los fundamentalistas religiosos asumen que las descripciones de las ECM son literales, que describen objetos, personas y situaciones diversas. Al otro lado, los reduccionistas intentan explicarlo todo desde una visión materialista, ya que los sucesos descritos son manifiestamente imposibles desde los conocimientos científicos actuales, y por tanto increíbles.
A este respecto, quizás una de las cuestiones más llamativas es que lo que los fundadores de las principales religiones del mundo han reivindicado durante siglos mediante sus escrituras sagradas parece ser hoy en día corroborado a través de las personas que sufren experiencias cercanas a la muerte. Hasta el punto de que muchos científicos que otrora despreciaban este tipo de conocimientos milenarios se encuentran hoy fascinados y con un interés creciente en este tipo de cuestiones. Un detalle aún más notable cuando esta intriga involucra a sectores sociales a los que resulta difícil explicar las ECM, como es el caso de los niños pequeños, los invidentes de nacimiento [que luego describen lo que han visto] y las personas en coma que fueron declaradas cerebralmente muertas.
El éxito de la ciencia moderna comienza con Galileo, con una manera de hacer preguntas científicas de manera que el investigador pueda evitar discutir sobre el significado de las cosas. Pero, claro, ¿cómo podemos discutir de algo sobre lo que no existe un lenguaje apropiado? Cuantificando los fenómenos, es decir, midiéndolos, los científicos crearon un lenguaje normalizado que hace posible la discusión de los hallazgos. Además, los científicos han creado innumerables escalas y unidades como, por ejemplo, los grados o los voltios para poder medir los efectos de sus investigaciones. Ahora bien, en el caso de las ECM la tarea es ardua. Afortunadamente la ciencia es algo más que una simple medición mecánica de las cosas: es una forma de conocimiento. Para poder proyectar ese tipo de conocimiento los científicos y los filósofos de la ciencia han desarrollado vías de discernimiento. A pesar de todo, mientras se construye una ciencia más elevada, el positivismo, lo empírico, el materialismo, el reduccionismo y el determinismo intentan hacerse con parte del pastel del pensamiento.
Para los que crean que el cuadro de las ECM se debe a síntomas dependientes de la pura fisiología, como por ejemplo la experiencia extracorpórea por aislamiento sensorial, la secreción de endorfinas que produce analgesia y sensación de felicidad y paz o bien, la anoxia cerebral galopante que produce sobre el sistema visual una ilusión de túneles y luces, así como alteraciones del lóbulo temporal que hagan revivir las memorias o visiones de personas ya fallecidas en otras dimensiones, las cosas no parecen ser tan sencillas, ya que toda experiencia cercana a la muerte parece perfectamente orquestada y sigue una pauta no caótica en la que algo, similar al antiguo concepto de alma, parece cobrar vida y escapar del cuerpo. Es decir, lo que nos estamos jugando al intentar comprender en qué consisten las ECM no es solo si existe vida más allá de la presente, sino también si podemos entender los complejos modelos de consciencia, incluyendo la percepción sensorial o la memoria, ya que estos procesos podrían estar enfrentados a los conocimientos actuales de la neurofisiología si los intentamos aplicar a este tipo de experiencias.
Todos estos argumentos pueden llevarnos a razonar en círculos, como una pescadilla que se muerde la cola. Para los que son creyentes, las ECM les proveen de argumentos para hacer de sus vidas algo trascendente y de unión con Dios. Para los que no son creyentes, estas experiencias les elevan a un plano metafísico de difícil digestión.
[Como dice el prologuista, Raymond Moody:]
Es muy importante comenzar a pensar de una manera distinta acerca de este tipo de cuestiones. Se trata, en definitiva, de empezar a reflexionar desde otro punto de vista para aproximarnos racionalmente a las grandes preguntas que, hasta ahora, ha eludido la razón.
Todo lo anterior está tomado del libro del psiquiatra José Miguel Gaona Cartolano, Al otro lado del túnel. Un camino hacia la luz en el umbral de la muerte, ed. La Esfera de los libros, 2012.
El autor fue entrevistado recientemente en televisión, donde expuso sus planteamientos científicos en:
http://www.cuatro.com/cuarto-milenio/programas/temporada-08/t08xp08/lado-tunel_2_1499430022.html
Te invito a verlo y a leer el libro.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: ¿Hay vida después de la muerte?
Otro texto que considero interesante sobre el tema:
En el año 1955, mientras realizaba una operación de epilepsia, el neurocirujano canadiense Wilder Penfield estimuló una zona del cerebro de su paciente que le provocó un sobresalto. “Estoy abandonando mi cuerpo”, aseguró el sujeto mientras el médico estimulaba eléctricamente su giro angular.
Aquella fue la primera demostración de que muchas de las impresiones supuestamente paranormales que experimentan algunas personas tienen una base neurológica que puede explicar el fenómeno. Décadas de experimentos y estimulación cerebral han llevado a los neurocientíficos a identificar las zonas del cerebro y los procesos que entran en acción durante una de estas experiencias.
Abducciones, encuentros demoníacos, auras y demás experiencias místicas pueden tener una explicación científica algo más prosaica pero no menos fascinante. Éstas son algunas de las respuestas que da la neurociencia.
“Estoy en el techo”
“Si nos estimulan la corteza parietal derecha con un electrodo (mientras estamos despiertos y conscientes”, escribe el prestigioso neurocientífico V. S. Ramachandran, “por un instante parecerá que flotamos cerca del techo y veremos nuestro cuerpo abajo”.
La experiencia de abandonar el propio cuerpo no sólo está asociada con las vivencias cercanas a la muerte, el consumo de algunas drogas como la ketamina o situaciones extremas como las que viven los pilotos de caza, también ha sido recreada en el laboratorio. La clave está en estimular una zona concreta del hemisferio derecho del cerebro conocida como giro angular.
Siguiendo los pasos del pionero Wilder Penfield, el neurólogo suizo Olaf Blanke, del Hospital Universitario de Ginebra, ha comprobado los efectos de la estimulación de esta zona en alguno de sus pacientes. En diciembre del año 2000, una mujer de 43 años llamada Heidi entró en el quirófano del doctor Blanke para tratar de encontrar una solución a su epilepsia. Como en otros muchos casos, los médicos colocaron decenas de electrodos en su cerebro y los fueron activando alternativamente hasta llegar al giro angular.
La mujer se detuvo entonces y les dijo a los doctores que se encontraba en el techo del quirófano y que veía su propio cuerpo desde allí arriba. “Estoy en el techo”, exclamó, “estoy mirando hacia abajo, a mis piernas. Les veo a los tres”.
En el año 2007, The New England Journal of Medicine publicó una experiencia parecida a cargo de médicos británicos y holandeses.
Una mujer de 63 años aquejada de tinnitus (un ruido persistente en el oído) reportó que estaba saliendo de su cuerpo cuando los electrodos estimularon su giro angular, y que se encontraba a sí misma desplazada 50 centímetros por detrás de su cuerpo y un poco a la izquierda. Las experiencias duraban alrededor de 17 segundos y se descartó cualquier efecto placebo.
¿Qué sucede durante estos breves períodos de tiempo en que uno se siente fuera de su cuerpo?
Los científicos aseguran que estas áreas del cerebro están directamente relacionadas con la percepción que tenemos de nosotros mismos, la orientación y el equilibrio vestibular. Una estimulación del giro angular derecho puede alterar esta percepción y provocar esta especie de ilusión de encontrarse fuera de uno mismo. ¿Y las personas que lo experimentan sin estimulación “artificial” de la zona?
“Una explicación del fenómeno”, escribe Sandra Blakeslee en su libro El mandala del cuerpo (ed. La liebre de marzo, 2009), “es la alteración en el flujo sanguíneo. Grandes arterias convergen cerca del giro angular dentro de nuestro cerebro. Si algo comprime esta área, nuestras sensaciones corporales pueden llegar a desorientarse. Podemos llegar a sentir que nuestro cuerpo está flotando sobre la mesa de operaciones o la escena de un accidente de tráfico”.
Una luz al final del túnel
James Whinnery es cirujano de la Marina estadounidense y lleva desde los años '70 realizando pruebas con pilotos de cazas. Para ello utiliza una centrifugadora con un brazo de 15 metros y una pequeña cabina que gira a toda velocidad y simula las fuerzas G que tienen que soportar los pilotos durante el vuelo. Durante los últimos veinte años, Whinnery ha sometido a la prueba a más de 500 pilotos para estudiar el fenómeno conocido como “black out”, el momento en que el cerebro de los pilotos empieza a quedarse sin oxígeno, se produce la visión de túnel y terminan perdiendo el conocimiento.
De los 500 pilotos, al menos 40 vivieron la experiencia de salir de su propio cuerpo y algunos relatan experiencias parecidas a las cercanas a la muerte.
Durante las pruebas, los pilotos han llegado a alcanzar hasta 12G durante unos instantes, cerca del límite que les provocaría la muerte. Cada desmayo dura un promedio de entre 12 y 24 segundos y los pilotos relatan experiencias parecidas a las que otros compañeros han vivido alguna vez en vuelo: verse fuera del avión, sentado en un ala, o colocados junto encima de la cabina mientras se ven a sí mismos desde arriba. Entre el 10% y el 15% relatan experiencias similares a las cercanas a la muerte, con la característica luz al final de un túnel.
Esta experiencia tan común entre las personas que han sobrevivido a un accidente grave aún no tiene una explicación oficial, pero son muchos los indicios que apuntan a que la respuesta está en el cerebro.
Algunos investigadores, como el doctor Richard Strassman, de la Universidad de Nuevo México, aseguran que la glándula pineal segrega un alucinógeno natural llamado Dimetiltriptamina (DMT) que produciría la experiencia del túnel y las visiones.
Otros, como el doctor Birk Engmann, de la Universidad de Leipzig, aseguran que la ausencia de riego sanguíneo (anoxia) está detrás del carrusel de visiones que se desatan en el momento que precede a la muerte. La sensación placentera o de euforia, también descrita por los pilotos antes de los desmayos, se atribuye a la segregación de sustancias como la dopamina o la serotonina, aunque aún no está claro cuál es la respuesta exacta que está detrás de todos estas experiencias.
La doctora Willoughby B. Britton, de la Universidad de Arizona, ha hecho un estudio que plantea una tesis aún más atrevida. Para su experimento tomó a 23 sujetos que habían tenido una experiencia cercana a la muerte y un grupo de control sin experiencia ni ningún tipo de estrés post-traumático.
Tras escanear sus cerebros mientras dormían, descubrió que los patrones de sueño de unos y otros eran muy diferentes y encontró que una parte significativa (hasta un 20%) de los que habían visto la luz al final del túnel mostraban el mismo patrón en el lóbulo temporal que los enfermos de epilepsia y mayor actividad en la zona asociada con las vivencias místicas y religiosas[Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis: "Dales, Señor, el descanso eterno y que una luz perpetua alumbre para ellos"]. En su opinión, estas diferencias son significativas e indican que la diferencia de actividad en el lóbulo temporal tiene que ver con las alucinaciones generadas durante las experiencias cercanas a la muerte.
¿Auras? ¿Energía? No, sinestesia.
Si hacemos caso a los parapsicólogos, parece que los seres humanos caminamos por la vida irradiando un halo de “energía vital” a nuestro alrededor que ellos conocen como “aura”. Aparte de que la existencia del alma o de los “chakras” no se sostiene empíricamente, la ciencia empieza a encontrar otras posibles explicaciones a la percepción del fenómeno en algunas personas, relacionadas con una propiedad del cerebro conocida como sinestesia.
El grupo de investigación de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Granada lo define como “una facultad poco común que tienen algunas personas, que consiste en experimentar sensaciones de una modalidad sensorial particular a partir de estímulos de otra modalidad distinta”. Es decir, personas que ven una letra o una nota musical y la asocian automáticamente a un color, entre otras sensaciones.
Un estudio publicado en 2004 por el doctor Jamie Ward, de la Universidad de Londres, documentaba el caso de una paciente capaz de identificar auras de colores sobre las personas debido a un caso de sinestesia emoción-color.
A pesar de que ella no creía tener ningún tipo de poder sobrenatural, identificaba las personas a las que conocía con un color determinado y esta respuesta emocional le hacía ver un “aura” alrededor de ellos cuando los tenía frente a sí. Algunos neurocientíficos se plantean si este modo de sinestesia no puede estar detrás del fenómeno conocido durante siglos como aura. De este modo, lejos de tener que ver con vagas energías y espíritus indetectables, el aura tendría su origen en una peculiaridad del lóbulo parietal de algunas personas.
En cualquier caso, cada vez que se ha sometido públicamente a prueba la supuesta capacidad de uno de los autoproclamados “detectores de auras” los resultados han dado la razón a los escépticos.
El mago James Randi llevó a uno de estos individuos a su programa y no fue capaz de asociar correctamente las personas que se escondían detrás de un biombo con sus respectivos halos energéticos. En otros casos, los supuestos videntes no han sido capaces de saber siquiera que lo que se escondía detrás del biombo no era una persona sino un maniquí.
Íncubos, abducciones y falsos recuerdos
Algunas de las experiencias esotéricas más conocidas tienen como protagonistas a los llamados “visitantes de dormitorio”. Criaturas demoníacas que poseen nuestro cuerpo [el íncubo para poseer sexualmente a las mujeres u hombres], alienígenas que nos secuestran en mitad de la noche y nos someten a todo tipo de pruebas o vejaciones. Afortunadamente, si usted ha tenido una de estas experiencia parece casi descartado que sufra un trastorno mental grave. Lo que indica la ciencia es que casi con total certeza ha sido víctima de un episodio de “parálisis del sueño” y de una alucinación hipnogógica.
Mientras dormimos, nuestro cuerpo queda parcialmente paralizado, entre otras cosas, para evitar sobresaltos innecesarios y que nos pongamos a dar pedales si soñamos que estamos subiendo el Tourmalet. En ocasiones, en este estado “hipnogógico”, la persona recobra momentáneamente la conciencia y sigue paralizado durante un buen rato. En este estado entre la vigilia y el sueño se producen alucinaciones bien documentadas en los laboratorios del sueño.
La persona no se puede mover y siente que la trasladan o que seres imaginarios la secuestran y manipulan. Aunque la víctima asegura estar despierta y recordar todo lo que sucedía a su alrededor, los experimentos demuestran que buena parte de los sujetos ni siquiera abre los ojos. Estas alucinaciones han sido interpretadas de diferente manera en función de la época y la cultura. Durante siglos, en Europa, las víctimas de este fenómeno hablaban de visitas de íncubos y súcubos, o de brujas que les llevaban a volar en plena noche.
En China se interpreta como la visita de un fantasma inoportuno, en Nigeria es un “demonio en tu espalda” y en Turquía es una criatura que se sienta en el pecho y roba la respiración. En la sociedad occidental, al cambiar los parámetros culturales, se cree que muchos de los testimonios de supuestas abducciones alienígenas no son más que una reinterpretación de este mito causado por la parálisis del sueño y por el fenómeno de los “falsos recuerdos”.
Jesucristo en una tostada
La evolución de nuestro cerebro le ha llevado a desarrollar algunas características muy peculiares pero esenciales para nuestra supervivencia. Por un lado tiende a recopilar los fragmentos de información y a completar los huecos, y por otro es especialmente bueno en el reconocimiento de caras. Éstas y otras características explican un fenómeno conocido como “pareidolia”, el que lleva a algunas personas a distinguir la cara de un santo en las humedades del techo o los ojos y la boca del hombre en la Luna. Es decir, vemos caras o patrones reconocibles donde sólo hay estímulos al azar.
Nuestra capacidad para juntar información e interpretarla puede habernos proporcionado una ventaja evolutiva. Para explicarlo, siempre se pone el ejemplo del hombre primitivo que ve varias manchas amarillas tras un matorral y cuyo cerebro decide interpretar que detrás hay un tigre: es probable que el que no reuniera la información a tiempo no consiguiera que sus genes llegaran muy lejos. Por otro lado, la capacidad para reconocer caras frente a cualquier otra disposición geométrica en el espacio, se ha comprobado sistemáticamente en los bebés y tiene un componente innato.
De acuerdo con la neurociencia, el fenómeno psicológico de la pareidolia está detrás de experiencias paranormales tan variadas como las apariciones marianas, la visión de ovnis o las experiencias con fantasmas. Como sucedía con las visiones de dormitorio, tendemos a interpretar estos sucesos en función de unos patrones culturales que ya tenemos y que el cerebro utiliza a modo de filtro. Este tipo de ilusiones no son solo visuales, sino también auditivas.
El famoso experimento del psicólogo Christopher French, que en España emula con gran éxito el periodista Luis Alfonso Gámez, consiste en reproducir un fragmento al revés de una canción de Led Zeppelin ante un auditorio. Cuando el experimentador da unas pautas para interpretarlo en términos satánicos, nuestro cerebro ya no puede dejar de oírlo.
Todos estos fenómenos, y muchos otros, empiezan a ser aclarados a la luz de la neurociencia y otras ramas experimentales.
Aún queda un largo camino por recorrer, pero el conocimiento de nuestro cerebro permitirá algún día conocer perfectamente los mecanismos que nos llevan a extremos como la visión de alienígenas, fantasmas y a generar todo tipo de supersticiones.
Hasta entonces, no podemos más que agarrarnos a lo que dicen los experimentos y los hechos que se pueden probar en un laboratorio. Si existe algo real fuera de nuestras propias imaginaciones, sin duda se investigará. Hasta entonces habrá que descartar todo aquello que se mueve en esa difusa frontera que separa nuestras creencias de las alucinaciones.
Autores: Antonio M. Ron, Miguel Artime y Javier Peláez, “La neurociencia a la caza de los alienígenas”
http://www.bolinfodecarlos.com.ar/250511_neurociencia.htm
Salud mental
En el año 1955, mientras realizaba una operación de epilepsia, el neurocirujano canadiense Wilder Penfield estimuló una zona del cerebro de su paciente que le provocó un sobresalto. “Estoy abandonando mi cuerpo”, aseguró el sujeto mientras el médico estimulaba eléctricamente su giro angular.
Aquella fue la primera demostración de que muchas de las impresiones supuestamente paranormales que experimentan algunas personas tienen una base neurológica que puede explicar el fenómeno. Décadas de experimentos y estimulación cerebral han llevado a los neurocientíficos a identificar las zonas del cerebro y los procesos que entran en acción durante una de estas experiencias.
Abducciones, encuentros demoníacos, auras y demás experiencias místicas pueden tener una explicación científica algo más prosaica pero no menos fascinante. Éstas son algunas de las respuestas que da la neurociencia.
“Estoy en el techo”
“Si nos estimulan la corteza parietal derecha con un electrodo (mientras estamos despiertos y conscientes”, escribe el prestigioso neurocientífico V. S. Ramachandran, “por un instante parecerá que flotamos cerca del techo y veremos nuestro cuerpo abajo”.
La experiencia de abandonar el propio cuerpo no sólo está asociada con las vivencias cercanas a la muerte, el consumo de algunas drogas como la ketamina o situaciones extremas como las que viven los pilotos de caza, también ha sido recreada en el laboratorio. La clave está en estimular una zona concreta del hemisferio derecho del cerebro conocida como giro angular.
Siguiendo los pasos del pionero Wilder Penfield, el neurólogo suizo Olaf Blanke, del Hospital Universitario de Ginebra, ha comprobado los efectos de la estimulación de esta zona en alguno de sus pacientes. En diciembre del año 2000, una mujer de 43 años llamada Heidi entró en el quirófano del doctor Blanke para tratar de encontrar una solución a su epilepsia. Como en otros muchos casos, los médicos colocaron decenas de electrodos en su cerebro y los fueron activando alternativamente hasta llegar al giro angular.
La mujer se detuvo entonces y les dijo a los doctores que se encontraba en el techo del quirófano y que veía su propio cuerpo desde allí arriba. “Estoy en el techo”, exclamó, “estoy mirando hacia abajo, a mis piernas. Les veo a los tres”.
En el año 2007, The New England Journal of Medicine publicó una experiencia parecida a cargo de médicos británicos y holandeses.
Una mujer de 63 años aquejada de tinnitus (un ruido persistente en el oído) reportó que estaba saliendo de su cuerpo cuando los electrodos estimularon su giro angular, y que se encontraba a sí misma desplazada 50 centímetros por detrás de su cuerpo y un poco a la izquierda. Las experiencias duraban alrededor de 17 segundos y se descartó cualquier efecto placebo.
¿Qué sucede durante estos breves períodos de tiempo en que uno se siente fuera de su cuerpo?
Los científicos aseguran que estas áreas del cerebro están directamente relacionadas con la percepción que tenemos de nosotros mismos, la orientación y el equilibrio vestibular. Una estimulación del giro angular derecho puede alterar esta percepción y provocar esta especie de ilusión de encontrarse fuera de uno mismo. ¿Y las personas que lo experimentan sin estimulación “artificial” de la zona?
“Una explicación del fenómeno”, escribe Sandra Blakeslee en su libro El mandala del cuerpo (ed. La liebre de marzo, 2009), “es la alteración en el flujo sanguíneo. Grandes arterias convergen cerca del giro angular dentro de nuestro cerebro. Si algo comprime esta área, nuestras sensaciones corporales pueden llegar a desorientarse. Podemos llegar a sentir que nuestro cuerpo está flotando sobre la mesa de operaciones o la escena de un accidente de tráfico”.
Una luz al final del túnel
James Whinnery es cirujano de la Marina estadounidense y lleva desde los años '70 realizando pruebas con pilotos de cazas. Para ello utiliza una centrifugadora con un brazo de 15 metros y una pequeña cabina que gira a toda velocidad y simula las fuerzas G que tienen que soportar los pilotos durante el vuelo. Durante los últimos veinte años, Whinnery ha sometido a la prueba a más de 500 pilotos para estudiar el fenómeno conocido como “black out”, el momento en que el cerebro de los pilotos empieza a quedarse sin oxígeno, se produce la visión de túnel y terminan perdiendo el conocimiento.
De los 500 pilotos, al menos 40 vivieron la experiencia de salir de su propio cuerpo y algunos relatan experiencias parecidas a las cercanas a la muerte.
Durante las pruebas, los pilotos han llegado a alcanzar hasta 12G durante unos instantes, cerca del límite que les provocaría la muerte. Cada desmayo dura un promedio de entre 12 y 24 segundos y los pilotos relatan experiencias parecidas a las que otros compañeros han vivido alguna vez en vuelo: verse fuera del avión, sentado en un ala, o colocados junto encima de la cabina mientras se ven a sí mismos desde arriba. Entre el 10% y el 15% relatan experiencias similares a las cercanas a la muerte, con la característica luz al final de un túnel.
Esta experiencia tan común entre las personas que han sobrevivido a un accidente grave aún no tiene una explicación oficial, pero son muchos los indicios que apuntan a que la respuesta está en el cerebro.
Algunos investigadores, como el doctor Richard Strassman, de la Universidad de Nuevo México, aseguran que la glándula pineal segrega un alucinógeno natural llamado Dimetiltriptamina (DMT) que produciría la experiencia del túnel y las visiones.
Otros, como el doctor Birk Engmann, de la Universidad de Leipzig, aseguran que la ausencia de riego sanguíneo (anoxia) está detrás del carrusel de visiones que se desatan en el momento que precede a la muerte. La sensación placentera o de euforia, también descrita por los pilotos antes de los desmayos, se atribuye a la segregación de sustancias como la dopamina o la serotonina, aunque aún no está claro cuál es la respuesta exacta que está detrás de todos estas experiencias.
La doctora Willoughby B. Britton, de la Universidad de Arizona, ha hecho un estudio que plantea una tesis aún más atrevida. Para su experimento tomó a 23 sujetos que habían tenido una experiencia cercana a la muerte y un grupo de control sin experiencia ni ningún tipo de estrés post-traumático.
Tras escanear sus cerebros mientras dormían, descubrió que los patrones de sueño de unos y otros eran muy diferentes y encontró que una parte significativa (hasta un 20%) de los que habían visto la luz al final del túnel mostraban el mismo patrón en el lóbulo temporal que los enfermos de epilepsia y mayor actividad en la zona asociada con las vivencias místicas y religiosas[Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis: "Dales, Señor, el descanso eterno y que una luz perpetua alumbre para ellos"]. En su opinión, estas diferencias son significativas e indican que la diferencia de actividad en el lóbulo temporal tiene que ver con las alucinaciones generadas durante las experiencias cercanas a la muerte.
¿Auras? ¿Energía? No, sinestesia.
Si hacemos caso a los parapsicólogos, parece que los seres humanos caminamos por la vida irradiando un halo de “energía vital” a nuestro alrededor que ellos conocen como “aura”. Aparte de que la existencia del alma o de los “chakras” no se sostiene empíricamente, la ciencia empieza a encontrar otras posibles explicaciones a la percepción del fenómeno en algunas personas, relacionadas con una propiedad del cerebro conocida como sinestesia.
El grupo de investigación de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Granada lo define como “una facultad poco común que tienen algunas personas, que consiste en experimentar sensaciones de una modalidad sensorial particular a partir de estímulos de otra modalidad distinta”. Es decir, personas que ven una letra o una nota musical y la asocian automáticamente a un color, entre otras sensaciones.
Un estudio publicado en 2004 por el doctor Jamie Ward, de la Universidad de Londres, documentaba el caso de una paciente capaz de identificar auras de colores sobre las personas debido a un caso de sinestesia emoción-color.
A pesar de que ella no creía tener ningún tipo de poder sobrenatural, identificaba las personas a las que conocía con un color determinado y esta respuesta emocional le hacía ver un “aura” alrededor de ellos cuando los tenía frente a sí. Algunos neurocientíficos se plantean si este modo de sinestesia no puede estar detrás del fenómeno conocido durante siglos como aura. De este modo, lejos de tener que ver con vagas energías y espíritus indetectables, el aura tendría su origen en una peculiaridad del lóbulo parietal de algunas personas.
En cualquier caso, cada vez que se ha sometido públicamente a prueba la supuesta capacidad de uno de los autoproclamados “detectores de auras” los resultados han dado la razón a los escépticos.
El mago James Randi llevó a uno de estos individuos a su programa y no fue capaz de asociar correctamente las personas que se escondían detrás de un biombo con sus respectivos halos energéticos. En otros casos, los supuestos videntes no han sido capaces de saber siquiera que lo que se escondía detrás del biombo no era una persona sino un maniquí.
Íncubos, abducciones y falsos recuerdos
Algunas de las experiencias esotéricas más conocidas tienen como protagonistas a los llamados “visitantes de dormitorio”. Criaturas demoníacas que poseen nuestro cuerpo [el íncubo para poseer sexualmente a las mujeres u hombres], alienígenas que nos secuestran en mitad de la noche y nos someten a todo tipo de pruebas o vejaciones. Afortunadamente, si usted ha tenido una de estas experiencia parece casi descartado que sufra un trastorno mental grave. Lo que indica la ciencia es que casi con total certeza ha sido víctima de un episodio de “parálisis del sueño” y de una alucinación hipnogógica.
Mientras dormimos, nuestro cuerpo queda parcialmente paralizado, entre otras cosas, para evitar sobresaltos innecesarios y que nos pongamos a dar pedales si soñamos que estamos subiendo el Tourmalet. En ocasiones, en este estado “hipnogógico”, la persona recobra momentáneamente la conciencia y sigue paralizado durante un buen rato. En este estado entre la vigilia y el sueño se producen alucinaciones bien documentadas en los laboratorios del sueño.
La persona no se puede mover y siente que la trasladan o que seres imaginarios la secuestran y manipulan. Aunque la víctima asegura estar despierta y recordar todo lo que sucedía a su alrededor, los experimentos demuestran que buena parte de los sujetos ni siquiera abre los ojos. Estas alucinaciones han sido interpretadas de diferente manera en función de la época y la cultura. Durante siglos, en Europa, las víctimas de este fenómeno hablaban de visitas de íncubos y súcubos, o de brujas que les llevaban a volar en plena noche.
En China se interpreta como la visita de un fantasma inoportuno, en Nigeria es un “demonio en tu espalda” y en Turquía es una criatura que se sienta en el pecho y roba la respiración. En la sociedad occidental, al cambiar los parámetros culturales, se cree que muchos de los testimonios de supuestas abducciones alienígenas no son más que una reinterpretación de este mito causado por la parálisis del sueño y por el fenómeno de los “falsos recuerdos”.
Jesucristo en una tostada
La evolución de nuestro cerebro le ha llevado a desarrollar algunas características muy peculiares pero esenciales para nuestra supervivencia. Por un lado tiende a recopilar los fragmentos de información y a completar los huecos, y por otro es especialmente bueno en el reconocimiento de caras. Éstas y otras características explican un fenómeno conocido como “pareidolia”, el que lleva a algunas personas a distinguir la cara de un santo en las humedades del techo o los ojos y la boca del hombre en la Luna. Es decir, vemos caras o patrones reconocibles donde sólo hay estímulos al azar.
Nuestra capacidad para juntar información e interpretarla puede habernos proporcionado una ventaja evolutiva. Para explicarlo, siempre se pone el ejemplo del hombre primitivo que ve varias manchas amarillas tras un matorral y cuyo cerebro decide interpretar que detrás hay un tigre: es probable que el que no reuniera la información a tiempo no consiguiera que sus genes llegaran muy lejos. Por otro lado, la capacidad para reconocer caras frente a cualquier otra disposición geométrica en el espacio, se ha comprobado sistemáticamente en los bebés y tiene un componente innato.
De acuerdo con la neurociencia, el fenómeno psicológico de la pareidolia está detrás de experiencias paranormales tan variadas como las apariciones marianas, la visión de ovnis o las experiencias con fantasmas. Como sucedía con las visiones de dormitorio, tendemos a interpretar estos sucesos en función de unos patrones culturales que ya tenemos y que el cerebro utiliza a modo de filtro. Este tipo de ilusiones no son solo visuales, sino también auditivas.
El famoso experimento del psicólogo Christopher French, que en España emula con gran éxito el periodista Luis Alfonso Gámez, consiste en reproducir un fragmento al revés de una canción de Led Zeppelin ante un auditorio. Cuando el experimentador da unas pautas para interpretarlo en términos satánicos, nuestro cerebro ya no puede dejar de oírlo.
Todos estos fenómenos, y muchos otros, empiezan a ser aclarados a la luz de la neurociencia y otras ramas experimentales.
Aún queda un largo camino por recorrer, pero el conocimiento de nuestro cerebro permitirá algún día conocer perfectamente los mecanismos que nos llevan a extremos como la visión de alienígenas, fantasmas y a generar todo tipo de supersticiones.
Hasta entonces, no podemos más que agarrarnos a lo que dicen los experimentos y los hechos que se pueden probar en un laboratorio. Si existe algo real fuera de nuestras propias imaginaciones, sin duda se investigará. Hasta entonces habrá que descartar todo aquello que se mueve en esa difusa frontera que separa nuestras creencias de las alucinaciones.
Autores: Antonio M. Ron, Miguel Artime y Javier Peláez, “La neurociencia a la caza de los alienígenas”
http://www.bolinfodecarlos.com.ar/250511_neurociencia.htm
Salud mental
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: ¿Hay vida después de la muerte?
Leo hoy en la prensa lo siguiente:
“La muerte, tal y como la concebimos, no existe, sólo es una ilusión”. Esta es la principal conclusión a la que ha llegado el médico y director de Advanced Cell Technology Robert Lanza, defensor de la teoría del biocentrismo, en la que se niega que el tiempo o el espacio sean lineales. Para la gran mayoría de científicos este tipo de afirmaciones son sólo sandeces o, al menos, hipótesis indemostrables. Sin embargo, Lanza parece haber encontrado en el famoso experimento de Young, también denominado de la doble rendija (doble-split), el perfecto aliado para defender su tesis. Si con este se logró demostrar la naturaleza ondulatoria de la luz, Lanza pretende hacer lo propio con el espacio y el tiempo.
En la obra Biocentrism: How Life and Consciousness are the Keys (BenBella Books), el físico norteamericano parte de la premisa de que la vida crea al universo, y no al revés, la base misma del biocentrismo. A partir de aquí, va deduciendo paso a paso que la mortalidad es una idea falsa, creada por nuestra conciencia.
En primer lugar, sugiere que la conciencia de una persona determina la forma y el tamaño de los objetos en el universo. Para explicarlo, utiliza como ejemplo la forma en la que percibimos el mundo que nos rodea: “Una persona ve un cielo azul, y se le dice que el color que están viendo es azul, pero las células cerebrales tienen la capacidad de variar esta percepción, pudiendo ver el cielo de color verde o rojo”. En pocas palabras, concluye, “lo que vemos sólo existe gracias a nuestra conciencia”.
El multiverso y la teoría de las cuerdas
Este es el motivo por el que Lanza dice que creemos en la muerte. Al observar el universo desde el punto de vista del biocéntrismo, erramos a la hora de concebir el espacio y el tiempo, pues lo haríamos en función de lo que nos dicta la conciencia. En resumen, el espacio y el tiempo son "meros instrumentos de nuestra mente”, por lo que entender la muerte como algo terminal no tendría sentido según sus tesis.
Al concebir que las dimensiones espacio-temporales son meras construcciones mentales, la inmortalidad sería una realidad para Lanza. Es decir, hay vida después de la muerte (física) debido a que habitaríamos un mundo sin fronteras lineales de espacio y tiempo, lo que entronca con la teoría de las cuerdas.
A pesar de ello, lamenta el científico, seguimos creyendo que “la vida es sólo un poco de carbono y una mezcla de moléculas, las cuales dan forma a nuestra existencia durante un tiempo y luego vuelven a descomponerse en el suelo”, explica el físico. ¿Por qué? Simplemente, “porque se nos ha ensañado que las personas se mueren, aunque sólo existe la evidencia de que desaparece el cuerpo en un momento dado”.
“Trascendemos a la vida, pero nuestra mente nos impide verlo”
Para explicar la muerte física del cuerpo, Lanza recurre a la teoría del multiverso o universos paralelos. Una interpretación a la que se ha dado un fuerte pábulo debido a los datos recogidos por el satélite Planck, que mostró una serie de anomalías supuestamente causadas por la atracción gravitatoria de otros universos. Así, según Lanza, “todo lo que ocurre en nuestro universo está sucediendo también en el multiverso, por lo que la vida nunca dejaría de existir en este sentido.
“Cuando morimos, nuestra vida se convierte en una planta perenne que vuelve a florecer una y otra vez en el multiverso”, explica gráficamente el físico. Por tanto, la vida trascendería a la forma lineal bajo la que se rige nuestro pensamiento. Esto es porque, como sucede con las partículas de la luz, la materia y la energía “funcionan como las ondas”.
El estudio del fenómeno de las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) ha centrado en los últimos años la atención sobre la posibilidad de que exista la inmortalidad. Una de cada cinco personas que sobrevive a una parada cardíaca asegura haber tenido una ECM durante el tiempo de duración de un coma o de muerte clínica, en el que supuestamente desaparecen todas las señales externas de vida, pero que son capaces de narrar luego sus sensaciones y percepciones.
Investigaciones millonarias para demostrar la inmortalidad
Cada vez son más los investigadores médicos interesados en este fenómeno, y la literatura sobre el tema llegó a su cénit con la publicación el pasado año de La prueba del cielo: El viaje de un neurocirujano a la vida después de la vida (Zenith). Un libro superventas en el que el neurocirujano Eben Alexander narra su supuesta experiencia en el más allá durante el tiempo que estuvo en coma.
Para intentar acabar con esta incertidumbre, la fundación fundación John Templeton que, con base en Filadelfia, se describe a sí misma como “un catalizador filántropo para la investigación sobre las Grandes Cuestiones de la vida”, financiará con cinco millones de dólares una selección de proyectos de investigación sobre las experiencias al borde la muerte. Es lo que se ha dado en llamar el Proyecto Inmortalidad.
Entre los elegidos en el Proyecto Inmortalidad destaca Sam Parnia, director de investigación sobre reanimaciones en la Universidad de Nueva York, quien tratará de de determinar si las ECM son reales. Es decir, discernir si sus causas son físicas o, por el contrario, parapsicológicas o metafísicas. Para ello, el autor de Erasing Death: The Science That Is Rewriting the Boundaries Between Life and Death analizará la actividad cerebral de los pacientes que sufren un paro cardíaco. De este modo, tratará de determinar si las conexiones neuronales son susceptibles de provocar una experiencia subjetiva, verse a uno mismo fuera del cuerpo y en tercera persona mientras los médicos tratan de reanimarlo.
http://bit.ly/19o9uwW
“La muerte, tal y como la concebimos, no existe, sólo es una ilusión”. Esta es la principal conclusión a la que ha llegado el médico y director de Advanced Cell Technology Robert Lanza, defensor de la teoría del biocentrismo, en la que se niega que el tiempo o el espacio sean lineales. Para la gran mayoría de científicos este tipo de afirmaciones son sólo sandeces o, al menos, hipótesis indemostrables. Sin embargo, Lanza parece haber encontrado en el famoso experimento de Young, también denominado de la doble rendija (doble-split), el perfecto aliado para defender su tesis. Si con este se logró demostrar la naturaleza ondulatoria de la luz, Lanza pretende hacer lo propio con el espacio y el tiempo.
En la obra Biocentrism: How Life and Consciousness are the Keys (BenBella Books), el físico norteamericano parte de la premisa de que la vida crea al universo, y no al revés, la base misma del biocentrismo. A partir de aquí, va deduciendo paso a paso que la mortalidad es una idea falsa, creada por nuestra conciencia.
En primer lugar, sugiere que la conciencia de una persona determina la forma y el tamaño de los objetos en el universo. Para explicarlo, utiliza como ejemplo la forma en la que percibimos el mundo que nos rodea: “Una persona ve un cielo azul, y se le dice que el color que están viendo es azul, pero las células cerebrales tienen la capacidad de variar esta percepción, pudiendo ver el cielo de color verde o rojo”. En pocas palabras, concluye, “lo que vemos sólo existe gracias a nuestra conciencia”.
El multiverso y la teoría de las cuerdas
Este es el motivo por el que Lanza dice que creemos en la muerte. Al observar el universo desde el punto de vista del biocéntrismo, erramos a la hora de concebir el espacio y el tiempo, pues lo haríamos en función de lo que nos dicta la conciencia. En resumen, el espacio y el tiempo son "meros instrumentos de nuestra mente”, por lo que entender la muerte como algo terminal no tendría sentido según sus tesis.
Al concebir que las dimensiones espacio-temporales son meras construcciones mentales, la inmortalidad sería una realidad para Lanza. Es decir, hay vida después de la muerte (física) debido a que habitaríamos un mundo sin fronteras lineales de espacio y tiempo, lo que entronca con la teoría de las cuerdas.
A pesar de ello, lamenta el científico, seguimos creyendo que “la vida es sólo un poco de carbono y una mezcla de moléculas, las cuales dan forma a nuestra existencia durante un tiempo y luego vuelven a descomponerse en el suelo”, explica el físico. ¿Por qué? Simplemente, “porque se nos ha ensañado que las personas se mueren, aunque sólo existe la evidencia de que desaparece el cuerpo en un momento dado”.
“Trascendemos a la vida, pero nuestra mente nos impide verlo”
Para explicar la muerte física del cuerpo, Lanza recurre a la teoría del multiverso o universos paralelos. Una interpretación a la que se ha dado un fuerte pábulo debido a los datos recogidos por el satélite Planck, que mostró una serie de anomalías supuestamente causadas por la atracción gravitatoria de otros universos. Así, según Lanza, “todo lo que ocurre en nuestro universo está sucediendo también en el multiverso, por lo que la vida nunca dejaría de existir en este sentido.
“Cuando morimos, nuestra vida se convierte en una planta perenne que vuelve a florecer una y otra vez en el multiverso”, explica gráficamente el físico. Por tanto, la vida trascendería a la forma lineal bajo la que se rige nuestro pensamiento. Esto es porque, como sucede con las partículas de la luz, la materia y la energía “funcionan como las ondas”.
El estudio del fenómeno de las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) ha centrado en los últimos años la atención sobre la posibilidad de que exista la inmortalidad. Una de cada cinco personas que sobrevive a una parada cardíaca asegura haber tenido una ECM durante el tiempo de duración de un coma o de muerte clínica, en el que supuestamente desaparecen todas las señales externas de vida, pero que son capaces de narrar luego sus sensaciones y percepciones.
Investigaciones millonarias para demostrar la inmortalidad
Cada vez son más los investigadores médicos interesados en este fenómeno, y la literatura sobre el tema llegó a su cénit con la publicación el pasado año de La prueba del cielo: El viaje de un neurocirujano a la vida después de la vida (Zenith). Un libro superventas en el que el neurocirujano Eben Alexander narra su supuesta experiencia en el más allá durante el tiempo que estuvo en coma.
Para intentar acabar con esta incertidumbre, la fundación fundación John Templeton que, con base en Filadelfia, se describe a sí misma como “un catalizador filántropo para la investigación sobre las Grandes Cuestiones de la vida”, financiará con cinco millones de dólares una selección de proyectos de investigación sobre las experiencias al borde la muerte. Es lo que se ha dado en llamar el Proyecto Inmortalidad.
Entre los elegidos en el Proyecto Inmortalidad destaca Sam Parnia, director de investigación sobre reanimaciones en la Universidad de Nueva York, quien tratará de de determinar si las ECM son reales. Es decir, discernir si sus causas son físicas o, por el contrario, parapsicológicas o metafísicas. Para ello, el autor de Erasing Death: The Science That Is Rewriting the Boundaries Between Life and Death analizará la actividad cerebral de los pacientes que sufren un paro cardíaco. De este modo, tratará de determinar si las conexiones neuronales son susceptibles de provocar una experiencia subjetiva, verse a uno mismo fuera del cuerpo y en tercera persona mientras los médicos tratan de reanimarlo.
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