El marxismo fue un sistema exitoso
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El marxismo fue un sistema exitoso
En la Antigüedad, Plinio el Viejo dejó escrito que si queremos seguir manteniendo fértiles las minas, si queremos seguir teniendo metales como la plata o el cobre, era necesario no explotarlas en demasía para seguir permitiendo que "florecieran" estos minerales y así no agotar los recursos de los que se disponía. Esta visión, una explicación mítica de determinados procesos químicos, guarda detrás un mensaje sabio: los recursos no son ilimitados. Lo que, traducido en términos económicos, podríamos llamar escasez. Esta escasez es un poder que puede permitir controlar las fluctuaciones de los mercados tanto a niveles de precios como a niveles de ejecución de amortizaciones patrimoniales ya sea en moneda, ya sea en bienes raíces o inmuebles, según vio David Ricardo. La escasez es proclive a generar "perversiones" en cualquier sistema político-económico, ya que la especulación surge como un instrumento de alteración de los valores en el mercado. Que se lo digan al emperador Claudio cuando le arrojaron verdura en el foro ante la escasez de trigo, o a cualquier gobernante actual ante la escasez de créditos bancarios. Inmediatamente lo que uno piensa es "a lo mejor Malthus tenía razón". Porque, dado que los recursos son ilimitados, el control y regulación del poder de la escasez sólo puede ser equilibrado mediante su entrega a un poder fáctico mayor al que se le presupone la altura moral y la capacidad de gestión suficiente para que no se agoten esos recursos y para que todos tengan disposición de los mismos. Ese Gran Director de la economía, como lo llama Charles Lindblom (El Sistema de Mercado) puede ser un Estado de cualquier tendencia política o puede ser una entidad multiforme y heterogénea basada en masa empresarial y financiera regulada por leyes políticas. El problema surge al confundir la sociedad con el mercado. Entonces son las leyes económicas las que se imponen a las políticas, surgen estados supranacionales con multitud de regímenes fiscales y laxos controles que permiten a las empresas constituirse como multinacionales y, de este modo, huir a cualquier control estatal concreto.
En este panorama, como es lógico, el hundimiento del comunismo era una condición sine qua non para insertar el discurso del marxismo como economía global dentro de los presupuestos del capitalismo. En realidad, ambos parten de una misma realidad: la existencia de un capital de especulación basado en el poder de la escasez. En el caso del comunismo, era necesario reforzar la lucha contra el principio de los bienes de Giffen. La razón es sencilla, al haber una alta demanda de determinados productos llamados "de primera necesidad", la escasez aumenta no tanto por la dificultad para encontrarlos o ponerlos en el mercado como porque son muchos los demandantes. Esto conlleva, curiosamente y como señaló Giffen, que estos bienes destinados al consumo especialmente de clases bajas y medias vean crecer su precio al mismo tiempo que la demanda, ya que mientras haya un margen crediticio el demandante seguirá comprándolo en detrimento de otro tipo de bienes realmente más escasos cuyo precio baja y se hace, al tiempo, accesible. Este efecto se ha visto en gran parte en la crisis inmobiliaria, motivada por una escalada de precios de un producto, el bien inmueble, que se ha ofertado a precios desmesurados a clases bajas y medias que no podían de forma real hacer frente a un pago semejante de no mediar una oferta crediticia engañosa. Como indica Leopoldo Abadía (La hora de los sensatos), esto ha conllevado una crisis de mayo envergadura social que el crack del 29, porque mientras que en la Gran Depresión no todo el espectro social poseía acciones (Groucho Marx cuenta, no obstante, en sus memorias cómo en los días previos a la caída de la Bolsa hasta el limpiabotas tenía acciones), actualmente una gran parte de la población activa se ha visto inmersa en la participación de la crisis financiera al poseer sus mayores activos: las hipotecas.
Ante este modelo el marxismo se presentaba con una pretendida altura moral. Como nos dice Ernest Gellner (Condiciones de la libertad), "la intuición moral que subyacía a la idea de socialismo y en particular al marxismo era muy simple: la codicia, el anhelo por adquirir, la propiedad competitiva, la posesión en tanto que símbolo fundamental del estatus y de las realizaciones humanas, todo esto es malo. Y además de ser malo es perfectamente evitable: la propiedad y la competencia económica no están inscritas en la naturaleza de las cosas o enraizadas en el carácter humano", aunque esto último pueda ser cuestionable. Lo que sí es cierto es que la idea del marxismo-comunismo implicaba una hipotética altura moral entregada al Estado que emergía como una comunidad que velaba por sus fieles, una umma que llevaba a la sumisión doctrinal de sus practicantes en la idea de un futuro mejor. Y en esta idea va implícito el sacrificio, que en la primera religión secular de la historia (el comunismo), implicaba una austeridad vital muy importante. Es cierto, como añade también Gellner, que el comunismo había "transformando un país de campesinos analfabetos en un país de trabajadores alfabetizados, capaces de hacer y ganar la guerra a la primera potencia industrial de Europa [Alemania en la Segunda Guerra Mundial] (…); además fue capaz de convertirse en una de las dos superpotencias mundiales e incluso por algún tiempo de tomar el liderazgo en la exploración del espacio".
El propio autor da la clave de este discurso: los rusos habían pasado de ser una sociedad feudal, empobrecida, cada vez menos importante en el panorama internacional, sin recursos de una moderna economía, a ser una población con un nivel de libertad desconocido hasta entonces, con una solvencia económica sin precedentes, donde gran parte de la población tenía unos niveles de riqueza medios y acceso a suficientes recursos. Para un ruso de entonces aquello era el paraíso. La situación era la misma, no hay que ir muy lejos, a la planteada por el tecnócrata López Rodó en España para quien "los españoles se olvidarían de la política cuando ganaran 200.000 dólares al año". Hoy día, como es manifiesto, eso sólo es posible si uno es político corrupto o controlador aéreo.
El comunismo, pues, es un sistema exitoso para aquellas comunidades que parten de unos niveles de pobreza enormes, que tienen una gran población a la que dar servicios y recursos y donde el poder de la escasez, combinado con el efecto Giffen que hemos descrito, puede tener unas consecuencias trágicas. El problema surge cuando, al aplicar el concepto global de esta nueva economía fusionada-global tras el fin del comunismo, nos damos cuenta que los recursos son ilimitados para todos a nivel mundial. Entonces surge la gran duda, ¿renunciamos a nuestros niveles actuales de bienestar en el mundo llamado occidental, el Primer Mundo, para poder abastecer a toda la población? ¿estaría dispuesto el ciudadano medio a renunciar a un sistema crediticio especulativo que lo empobrece en términos de economía real aunque le permite creerse de clase alta mientras pueda pagar un danegeld casi de por vida? El comunismo ha sido, pues, el único medio exitoso al imponer su ideal sobre toda la población, como ha sucedido en China. El capitalismo burgués ha fracasado, especialmente al articular un parlamentarismo burgués que, mientras intentó controlar al mercado, funcionó de un modo más o menos eficiente. Pero en cuanto el neoliberalismo se apropió de todo ha demostrado ser insuficiente. Se habla de "refundar el capitalismo", pero, ¿y la democracia?
En este panorama, como es lógico, el hundimiento del comunismo era una condición sine qua non para insertar el discurso del marxismo como economía global dentro de los presupuestos del capitalismo. En realidad, ambos parten de una misma realidad: la existencia de un capital de especulación basado en el poder de la escasez. En el caso del comunismo, era necesario reforzar la lucha contra el principio de los bienes de Giffen. La razón es sencilla, al haber una alta demanda de determinados productos llamados "de primera necesidad", la escasez aumenta no tanto por la dificultad para encontrarlos o ponerlos en el mercado como porque son muchos los demandantes. Esto conlleva, curiosamente y como señaló Giffen, que estos bienes destinados al consumo especialmente de clases bajas y medias vean crecer su precio al mismo tiempo que la demanda, ya que mientras haya un margen crediticio el demandante seguirá comprándolo en detrimento de otro tipo de bienes realmente más escasos cuyo precio baja y se hace, al tiempo, accesible. Este efecto se ha visto en gran parte en la crisis inmobiliaria, motivada por una escalada de precios de un producto, el bien inmueble, que se ha ofertado a precios desmesurados a clases bajas y medias que no podían de forma real hacer frente a un pago semejante de no mediar una oferta crediticia engañosa. Como indica Leopoldo Abadía (La hora de los sensatos), esto ha conllevado una crisis de mayo envergadura social que el crack del 29, porque mientras que en la Gran Depresión no todo el espectro social poseía acciones (Groucho Marx cuenta, no obstante, en sus memorias cómo en los días previos a la caída de la Bolsa hasta el limpiabotas tenía acciones), actualmente una gran parte de la población activa se ha visto inmersa en la participación de la crisis financiera al poseer sus mayores activos: las hipotecas.
Ante este modelo el marxismo se presentaba con una pretendida altura moral. Como nos dice Ernest Gellner (Condiciones de la libertad), "la intuición moral que subyacía a la idea de socialismo y en particular al marxismo era muy simple: la codicia, el anhelo por adquirir, la propiedad competitiva, la posesión en tanto que símbolo fundamental del estatus y de las realizaciones humanas, todo esto es malo. Y además de ser malo es perfectamente evitable: la propiedad y la competencia económica no están inscritas en la naturaleza de las cosas o enraizadas en el carácter humano", aunque esto último pueda ser cuestionable. Lo que sí es cierto es que la idea del marxismo-comunismo implicaba una hipotética altura moral entregada al Estado que emergía como una comunidad que velaba por sus fieles, una umma que llevaba a la sumisión doctrinal de sus practicantes en la idea de un futuro mejor. Y en esta idea va implícito el sacrificio, que en la primera religión secular de la historia (el comunismo), implicaba una austeridad vital muy importante. Es cierto, como añade también Gellner, que el comunismo había "transformando un país de campesinos analfabetos en un país de trabajadores alfabetizados, capaces de hacer y ganar la guerra a la primera potencia industrial de Europa [Alemania en la Segunda Guerra Mundial] (…); además fue capaz de convertirse en una de las dos superpotencias mundiales e incluso por algún tiempo de tomar el liderazgo en la exploración del espacio".
El propio autor da la clave de este discurso: los rusos habían pasado de ser una sociedad feudal, empobrecida, cada vez menos importante en el panorama internacional, sin recursos de una moderna economía, a ser una población con un nivel de libertad desconocido hasta entonces, con una solvencia económica sin precedentes, donde gran parte de la población tenía unos niveles de riqueza medios y acceso a suficientes recursos. Para un ruso de entonces aquello era el paraíso. La situación era la misma, no hay que ir muy lejos, a la planteada por el tecnócrata López Rodó en España para quien "los españoles se olvidarían de la política cuando ganaran 200.000 dólares al año". Hoy día, como es manifiesto, eso sólo es posible si uno es político corrupto o controlador aéreo.
El comunismo, pues, es un sistema exitoso para aquellas comunidades que parten de unos niveles de pobreza enormes, que tienen una gran población a la que dar servicios y recursos y donde el poder de la escasez, combinado con el efecto Giffen que hemos descrito, puede tener unas consecuencias trágicas. El problema surge cuando, al aplicar el concepto global de esta nueva economía fusionada-global tras el fin del comunismo, nos damos cuenta que los recursos son ilimitados para todos a nivel mundial. Entonces surge la gran duda, ¿renunciamos a nuestros niveles actuales de bienestar en el mundo llamado occidental, el Primer Mundo, para poder abastecer a toda la población? ¿estaría dispuesto el ciudadano medio a renunciar a un sistema crediticio especulativo que lo empobrece en términos de economía real aunque le permite creerse de clase alta mientras pueda pagar un danegeld casi de por vida? El comunismo ha sido, pues, el único medio exitoso al imponer su ideal sobre toda la población, como ha sucedido en China. El capitalismo burgués ha fracasado, especialmente al articular un parlamentarismo burgués que, mientras intentó controlar al mercado, funcionó de un modo más o menos eficiente. Pero en cuanto el neoliberalismo se apropió de todo ha demostrado ser insuficiente. Se habla de "refundar el capitalismo", pero, ¿y la democracia?
Aarón- Invitado
Re: El marxismo fue un sistema exitoso
Creo que en esta excelente reflexión de Aarón, la respuesta a su pregunta final está en el mismo contexto: refundar el capitalismo implica dejar fuera del "mercado" o libre competencia a la acción política, o sea a la democracia. Haber corrompido los intereses políticos, poniendo a disposición de los responsables de este poder la posibilidad de enriquecerse personalmente, ha sido el paso previo al enterramiento del cadáver de la democracia.
Que ello se ha conseguido parece evidente si miramos un poco a nuestro entorno, y especialmente a la joven/vieja Italia: La gente, al final, entre un desvergonzado listo y uno tonto, prefiere al listo. Es evidente que habría que refundar no sólo el capitalismo, sino también la democracia.
Entiendo que todo esto se puede poner en relación con lo expuesto en otra entrada: El conflicto entre el poder político y el financiero
https://prestigiovsmercado.foroes.org/economia-de-prestigio-y-economia-de-mercado-f1/el-conflicto-entre-el-poder-politico-y-el-financiero-t3.htm
Que ello se ha conseguido parece evidente si miramos un poco a nuestro entorno, y especialmente a la joven/vieja Italia: La gente, al final, entre un desvergonzado listo y uno tonto, prefiere al listo. Es evidente que habría que refundar no sólo el capitalismo, sino también la democracia.
Entiendo que todo esto se puede poner en relación con lo expuesto en otra entrada: El conflicto entre el poder político y el financiero
https://prestigiovsmercado.foroes.org/economia-de-prestigio-y-economia-de-mercado-f1/el-conflicto-entre-el-poder-politico-y-el-financiero-t3.htm
Última edición por Genaro Chic el Lun Jun 29, 2020 3:01 pm, editado 1 vez
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
¿200.000?
Hola , posiblemente esa cifra, 200.000 dolares al año, este cerca, a dia de hoy, del valor real de los "2.000 dolares al año de renta per capita" a los que hacia referencia, en aquellos años, el ministro franquista, aunque lo dudo.
Por otro lado, parece claro que en un espacio finito, limitado, como nuestro platena superpoblado, es necesario controlar el crecimiento y en muchos casos plantearse el decrecimiento como alternativa al desastre humano y medioambiental.
saludos cordiales
Por otro lado, parece claro que en un espacio finito, limitado, como nuestro platena superpoblado, es necesario controlar el crecimiento y en muchos casos plantearse el decrecimiento como alternativa al desastre humano y medioambiental.
saludos cordiales
José Zam- Invitado
Re: El marxismo fue un sistema exitoso
Interesante reflexión Aarón.
Está claro que los recursos son limitados, pero a ésto también habría que añadir que los recursos están muy desigualmente repartidos. Pero ¿realmente son necesarios todos los recursos limitados? Mucha gente habla de ''100% energías renovables" aunque esto no es más que un sueño, a fecha de hoy imposible (confiemos en el Progreso) pero lo que sí que es cierto es que, existiendo superficie cultivable sobre la tierra más que suficiente para alimentar a todos bien (actualmente usada para esa cosa tan de moda, la soja, pero para producir biocombustibles) y el dinero, que si se repartiera por igual a nivel global (lo que crearía nefastas consecuencias económicas, es un solo dato) daría un sueldo con el que todos podríamos vivir bien ¿Por qué la mayoría no vive bien?
Vivimos en una sociedad altamente individualista, en la que miramos por nosotros mismos por esa idea de que si el vecino tiene más, yo tendré menos y yo quiero más para un lamborginni (o como se escriba ésta exclusiva marca de coches) o para una televisión más grande que mi salón.
(Ahora viene lo heavy)¿De verdad es necesario tener tanto?¿No sería mejor que todos tuviesen el mismo acceso a los mismos bienes erradicando la pobreza y el hambre del mundo? ¿No sería mas racional una centralización económica que, dejando el gran mercado de lado, procure la viabilidad del ser humano en la tierra? aunque como van las cosas casi que me parece más cercano el colonizar otros planetas para explotarlos con mano de obra robótica...
Esa gran religión del comunismo (comobien creo que ha definido Aarón) aún tiene muchos adeptos y quizás en ella esté el único mensaje de salvación terrena hasta el momento, del que, como mínimo, debemos aprender algo para evitar el colapso del planeta por el Bichus Anthropicus.
Está claro que los recursos son limitados, pero a ésto también habría que añadir que los recursos están muy desigualmente repartidos. Pero ¿realmente son necesarios todos los recursos limitados? Mucha gente habla de ''100% energías renovables" aunque esto no es más que un sueño, a fecha de hoy imposible (confiemos en el Progreso) pero lo que sí que es cierto es que, existiendo superficie cultivable sobre la tierra más que suficiente para alimentar a todos bien (actualmente usada para esa cosa tan de moda, la soja, pero para producir biocombustibles) y el dinero, que si se repartiera por igual a nivel global (lo que crearía nefastas consecuencias económicas, es un solo dato) daría un sueldo con el que todos podríamos vivir bien ¿Por qué la mayoría no vive bien?
Vivimos en una sociedad altamente individualista, en la que miramos por nosotros mismos por esa idea de que si el vecino tiene más, yo tendré menos y yo quiero más para un lamborginni (o como se escriba ésta exclusiva marca de coches) o para una televisión más grande que mi salón.
(Ahora viene lo heavy)¿De verdad es necesario tener tanto?¿No sería mejor que todos tuviesen el mismo acceso a los mismos bienes erradicando la pobreza y el hambre del mundo? ¿No sería mas racional una centralización económica que, dejando el gran mercado de lado, procure la viabilidad del ser humano en la tierra? aunque como van las cosas casi que me parece más cercano el colonizar otros planetas para explotarlos con mano de obra robótica...
Esa gran religión del comunismo (comobien creo que ha definido Aarón) aún tiene muchos adeptos y quizás en ella esté el único mensaje de salvación terrena hasta el momento, del que, como mínimo, debemos aprender algo para evitar el colapso del planeta por el Bichus Anthropicus.
Rubén P.- Invitado
El neo-marxismo liberal y converso
REPORTAJE: LA SOSTENIBILIDAD DE LAS CUENTAS PÚBLICAS
El Estado de bienestar va rumbo a la UVI
La crisis y la foto demográfica ponen en tensión las cuentas públicas en España - Se impone un nuevo contrato social
CLAUDI PÉREZ 11/04/2010 El País
La Gran Recesión tenía que cambiarlo todo: el mercado libre o libertino, el dominio de una casta con mucho más dinero que sentido común, los excesos del capitalismo de casino. Una ola de intervención pública -de más Estado- cuando peor iban las cosas evitó una Gran Depresión. Irónicamente, sus consecuencias devuelven el péndulo cerca de donde estaba: "Una crisis que puso en duda el futuro del capitalismo acabará por poner en duda el futuro del Estado", ironiza desde Washington el sociólogo Norman Birnbaum. Al final, la Gran Recesión va a traer algunos cambios, pero por donde menos se esperaban: la crisis cuestiona las dos o tres grandes ideas que ha aportado Europa en el último medio siglo. Una de ellas es la construcción europea, amenazada por el ascenso de un populismo derechista, por la insolidaridad de Alemania en la tragedia griega, por ese sálvese quien pueda que deja muy tocado el euro. Relacionada con la anterior, la otra idea en crisis es el Estado de bienestar. EE UU lo amplía y en Europa (y particularmente en España) hay presiones para reducirlo. El mundo al revés.
La diferencia entre la felicidad y la miseria, decía Charles Dickens, reside en no gastar sistemáticamente más de lo que uno ingresa. Y eso es lo que sucede ahora. ¿Puede España garantizar su Estado de bienestar tras el derrumbe de un modelo económico antaño burbujeante?
La respuesta arquetípica en economía, y puede que en política, es un melancólico depende. Pero no es aventurado decir que vienen curvas: los ajustes (sin eufemismos: recortes de gasto y subidas de impuestos) son impepinables a corto plazo si como hasta ahora mandan los mercados. Aunque, atención: de ser así se corre el riesgo de truncar de raíz una recuperación que ni siquiera ha comenzado aún. Y a más largo plazo, el debate de nunca acabar de las reformas estructurales deberá traducirse en algo tangible. En plata: más recortes. Una vez más, eso es lo que sucederá si los mercados siguen dictando el guión, y no está claro que los políticos puedan (y ni siquiera que deban) llevarles la contraria: ahí está el caso de Grecia, tan diferente pero también tan amenazador. A corto, a medio y a todos los plazos, eso, en pocas palabras, son malas noticias. Conflictos a la vista.
A mediados del pasado siglo se ponen los cimientos de una forma europea de entender el capitalismo que incluye sanidad y educación universales, y lo que en su momento fue una revolución: las pensiones. Seguridad desde la cuna hasta la muerte. En España eso empieza más tarde, pero se desarrolla con rapidez: "En sólo tres décadas se ha puesto en pie un edificio que aún no es comparable con el Estado de bienestar de los países nórdicos, ni siquiera de los centroeuropeos, pero con unos estándares aceptables", asegura Jesús Fernández-Villaverde, de la Universidad de Pensilvania. "El problema es que, con el tiempo, el Estado -y las autonomías, que no son más que eso mismo: Estado- hace cada vez más cosas porque la riqueza del país se multiplica, la población aumenta y demanda más servicios, la esperanza de vida sube. Y en paralelo, izquierdas y derechas se meten en una carrera de reducción de impuestos con el argumento falaz de que eso se traducirá en más actividad económica y a la postre más recaudación. Hasta que ese edificio se viene abajo con la crisis, que de alguna manera va a obligar a repensar ese contrato social que llamamos Estado de bienestar", asegura el profesor del IESE Alfredo Pastor, ex secretario de Estado de Economía socialista.
Hay varias ideas profundamente equivocadas que contaminan todo este debate. Para empezar, esa que oímos constantemente de una economía europea estancada en la que los impuestos elevados y los beneficios sociales generosos han eliminado los incentivos y detenido el crecimiento y la innovación, se parece poco a los hechos. "La lección de Europa es en realidad la opuesta a la que cuentan los conservadores: Europa es un éxito económico; la democracia social funciona", escribía en estas páginas hace tres meses el Nobel Paul Krugman. Los equívocos tienen, además, versiones puramente españolas, basados en prejuicios o incluso en errores intencionados. Hecho: el peso de los funcionarios sobre el total de trabajadores es en España menor que en las economías con las que se compara. Hecho: el peso del gasto público total es inferior; no llega a la media de la OCDE ni en sanidad, ni en pensiones, ni en educación ni en prácticamente nada. Hecho: los impuestos son menores, la presión fiscal es muy inferior a la de los países con cuyos Estados de bienestar quiere compararse el español.
"España quiere ser Suecia y a la vez EE UU: quiere flexibilidad y bajos impuestos, como los estadounidenses, y a la vez un gasto social elevado y un Estado de bienestar impecable, como los suecos. No se puede ir en las dos direcciones: hay que escoger", critica André Sapir, de Bruegel. Y más ahora. Las huellas de la crisis van a ser profundas en términos de paro, empobrecimiento de las clases medias y desigualdad, pero también en lo relativo al déficit y la deuda.
Cuando alguien ha estado al borde de la muerte eso le hace revisar sus prioridades y valores: el capitalismo lo estuvo en algún momento de octubre de 2008, tras la caída de Lehman Brothers; ahora son algunos Estados -y España está en esa lista negra- los que se enfrentan a una situación potencialmente devastadora. Es el momento de repensar algunas cosas. "En España y en otros países mediterráneos los Estados de bienestar son muy ineficientes, y además no mueven suficientes recursos de ricos a pobres", critica Alberto Asesina desde Harvard. "Es necesaria una combinación de reducción del fraude, recortes en el gasto y reformas que no perjudiquen a los más desfavorecidos. Hay muchos grupos sobreprotegidos (desde el improductivo funcionariado a los prejubilados de 50 años) cuyos beneficios deben ser reducidos", afirma donde más duele.
Desde dentro, los economistas consultados abogan por recetas similares, pero no es nada fácil ponerle el cascabel al gato. Un día, 100 destacados economistas proponen una reforma laboral con medidas de flexibilización; al día siguiente salen 700 diciendo prácticamente lo contrario. Esa misma polarización se da en la arena política con la educación, con las pensiones, con el sistema de salud, con todo. La capacidad de consenso pareció acabarse con los Pactos de la Moncloa. Pero al menos hay un cierto acuerdo en los boquetes de ese edificio. Ignacio Zubiri, de la Universidad del País Vasco, describe algunos: "Es intolerable que el ex director general de una entidad financiera cobre el paro, es inadmisible que las ayudas a la natalidad sean exactamente iguales para un Botín que para alguien sin apenas ingresos, es inaceptable la supresión del impuesto sobre el patrimonio o las enormes rebajas en sucesiones, o la tributación de las Sicav, o en general la cada vez mayor falta de equidad del sistema fiscal, y es imprudente que algunas pensiones no contributivas no se financien vía impuestos, o que nos jubilemos a los 62 años: eso es insostenible porque, al fin y al cabo, como país somos más pobres, bastante más pobres de lo que creíamos. Hay que redefinir el Estado de bienestar, dirigirlo a quien realmente lo necesita".
Luis de Guindos, ex secretario de Estado con el PP, asegura que hay margen para retocar "la inversión pública, los sueldos de los funcionarios (teniendo en cuenta que no son precisamente ellos quienes van a perder el empleo y que algún genio aumentó su sueldo el 3,7% en 2009), hay margen de mejora en la gestión de las autonomías en sanidad y educación, y se pueden tocar aspectos de las pensiones como la ampliación del plazo de cotización. Nos jugamos mucho si eso no se hace y España sigue perdiendo credibilidad fiscal".
En fin: la diana señala a los funcionarios y tal vez a los futuros pensionistas, a la inversión pública y a las subidas de impuestos: "Eso es tan desafortunado y tan triste como necesario", afirma categórico el catedrático de la UPF Guillem López-Casasnovas, uno de los grandes expertos españoles en Hacienda Pública. "De lo contrario hay serios riesgos de tener una crisis fiscal a la griega", abunda. No hay comidas gratis: una economía que ha vivido por encima de sus posibilidades debe purgar sus excesos tarde o temprano. "La clave será repartir las cargas de la crisis: hay que poner sobre la mesa varias píldoras muy duras de tragar. Y hacer que toda la factura recaiga en sindicatos, funcionarios y beneficiarios del gasto social sería inaceptable: hay que subir impuestos a las rentas altas para que el ajuste no penalice mayoritariamente a las clases populares", señala López-Casasnovas.
Y aun así, eso apenas vale para salir del paso, de esa ratonera fiscal en la que ya está metida Grecia. La parte del león del gasto se va en pensiones, sanidad, educación y subsidios de paro, y se iría también en gastos sociales si la dependencia fuera algo más que una ley. A pesar del agujero en las cuentas públicas, el grueso del Estado de bienestar no puede permitirse estar en crisis porque sus prestaciones ya son reducidas. No parece fácil bajarle el sueldo a un país de mileuristas para que la economía gane competitividad, como piden algunos premios Nobel. Y la misma lógica vale para el Estado de bienestar: es tremendamente difícil recortar las pensiones cuando la pensión media es tan baja (775 euros). Ni uno solo de los 15 economistas, sociólogos y políticos o ex políticos consultados para este reportaje cree que haya que rebajar los servicios fundamentales.
"Reducir el gasto en educación sería un desastre: España ya ocupa pésimos puestos en términos de fracaso escolar, paro juvenil o competitividad como para planteárselo", apunta el ex ministro socialista Jordi Sevilla. "Lo mismo ocurre con sanidad y pensiones; por ahí sólo es posible actuar desde las reformas estructurales, desde el pacto y con la seguridad de que los efectos sólo llegarán a largo plazo: reconversión industrial del modelo sanitario (un debate serio sobre el copago, una reforma focalizada a tratar a los enfermos crónicos y a los dependientes), retoques en las pensiones (ampliación selectiva de la edad de jubilación, financiación con impuestos) y evidentemente una reforma laboral", añade Sevilla.
El sociólogo Gregorio Rodríguez Cabrero considera que los recortes, además, pueden ser contraproducentes. "El gasto en educación, sanidad y servicios sociales es una gran fuente de empleo, contribuye a generar demanda, incrementa la productividad: es una inversión social de futuro y aumenta el bienestar del presente. El fetichismo del déficit aboga por la contención del gasto, pero la obsesión por el déficit será una fuente potencial de conflictos sociales", advierte.
En el fondo, tras la supuesta crisis del Estado de bienestar se esconde un jugoso debate ideológico de fenomenales consecuencias para la ciudadanía. A un lado, los mercados, los bancos y una parte de los economistas, advirtiendo del negro futuro de un país con un déficit que supera el 10% del PIB. Al otro, quienes piensan que el debate está excesivamente viciado por la sostenibilidad financiera, por el economicismo, por quienes sostienen que las matemáticas del déficit definen la agenda política por una combinación de cobardía y miopía política.
Vicenç Navarro, de la Pompeu Fabra, es uno de ellos. "Mientras EE UU contrata a miles de funcionarios, aprueba una reforma sanitaria a la europea y sale con ello de la crisis, España decide recortar el 80% la oferta de empleo público, se obsesiona con el déficit, ve como algo inevitable la cura de adelgazamiento del Estado. El problema de España no es la deuda pública, sino el paro. ¡Un 20%, un 40% de paro juvenil! El Gobierno toma la línea opuesta a la que recomiendan organismos tan poco sospechosos de izquierdistas como el FMI: no retirar estímulos hasta que salgamos de esta". "Además", añade, "es urgente una subida de impuestos a las rentas altas que acabe con la falta de progresividad en el sistema fiscal, para gastar ese dinero en empleo público y en estimular la demanda", avisa Navarro, en una tesis que defiende también -con matices- Josep Borrell: "Sistema fiscal y Estado de bienestar están directamente relacionados; es un error reducir una parte y pensar que la otra no se va a ver afectada".
Y aún hay una tercera vía en el debate: quienes afirman que cierta izquierda ha agotado su discurso, ha muerto de éxito. "El Estado de bienestar no está en crisis: lo que está en crisis es la lógica sobre la que fue creado, sobre un modelo de sociedad que ya no existe, con personas que empezaban a trabajar a los 20 años, cotizaban más de 40 y tenían una esperanza de vida de seis meses desde el momento en que empezaban a cobrar una pensión", ataca el ex ministro socialista José María Maravall. "Cincuenta años más tarde, la izquierda está sin ideas y se empeña en mantener el carácter totalmente universal del Estado de bienestar, defiende las rebajas de impuestos, y con ello se dejan como intocables cosas como pensiones no contributivas en el barrio de Salamanca, como grandes banqueros que se van al paro y cobran prestación, como pensionistas multimillonarios que no pagan por las recetas, por poner sólo algunos ejemplos hilarantes. Es el momento de revisar aspectos antidistributivos del Estado de bienestar. Pero no parece que haya coraje para eso".
Moisés Naím, director de Foreign Policy, tercia en la polémica entre más Estado o más mercado, decantada a favor del segundo en los últimos tiempos. "El reto no es Estado o mercado, es combinar ambos: ya se ha visto que no funcionan por separado. No hay recetas simples: el Estado no puede jugar el mismo rol en la sanidad que en las telecomunicaciones, en defensa que en la regulación del sistema financiero. El desafío del Estado de bienestar europeo es responder a los retos que supone la evolución de la demografía, de una economía política de derechos adquiridos que tal vez no se pueden mantener y a la distribución de poder entre generaciones, entre regiones y entre sectores ante las amenazas que deja la crisis".
Hay polémicas que surgen en cuanto se abre ese debate sobre Estado y mercado: el exceso de televisiones en algunas comunidades autónomas; los informes absurdos y costosísimos que encargan las administraciones; los sueldos de los centenares de asesores que pululan alrededor de los Gobiernos central, autónomo y local; ese funcionario a quien todo el mundo conoce que se pasa el día mano sobre mano; la ineficiencia rampante de una parte del sector público, esas cosas. Cientos de conductores de autobús recibieron la baja médica en la última huelga de transportes de una de las grandes capitales españolas. Ejemplos como ese afectan a la calidad del sector público, "pero sobre todo a la moral de la tropa", se queja Josep Oliver, catedrático de la Autónoma de Barcelona. "La crisis nos deja por delante un trabajo titánico: mejorar factores como la competitividad o el absentismo en el funcionariado para redescubrir la función pública. Hay que ganar eficiencia y evitar el fraude, eso es evidente, nadie puede oponerse a eso, y sin embargo ningún partido ha conseguido avances en décadas: no debe ser tan fácil. Además, ese no es el problema: el grueso del dinero no se escapa por la falta de competitividad del sector público, por el segundo canal de una televisión pública, ni siquiera por los centenares de miles de millones de asesores políticos. Eso es meter ruido en el debate para no llegar a ningún sitio. El grueso del dinero se va y se irá en educación, sanidad y pensiones, y eso no va a bajar, no puede bajar, no debe bajar", señala Oliver. "Eso sí, no se puede gastar por sistema más de lo que se ingresa, y hay que gastar mejor para que no parezca que el dinero se desvanece, que desaparece", cierra. La frase de Dickens, felicidad o miseria, es de David Copperfield, personaje de novela convertido hoy en un mago venido a menos. El Estado de bienestar español se enfrenta también a una mutación. Veremos en qué acaba.
El Estado de bienestar va rumbo a la UVI
La crisis y la foto demográfica ponen en tensión las cuentas públicas en España - Se impone un nuevo contrato social
CLAUDI PÉREZ 11/04/2010 El País
La Gran Recesión tenía que cambiarlo todo: el mercado libre o libertino, el dominio de una casta con mucho más dinero que sentido común, los excesos del capitalismo de casino. Una ola de intervención pública -de más Estado- cuando peor iban las cosas evitó una Gran Depresión. Irónicamente, sus consecuencias devuelven el péndulo cerca de donde estaba: "Una crisis que puso en duda el futuro del capitalismo acabará por poner en duda el futuro del Estado", ironiza desde Washington el sociólogo Norman Birnbaum. Al final, la Gran Recesión va a traer algunos cambios, pero por donde menos se esperaban: la crisis cuestiona las dos o tres grandes ideas que ha aportado Europa en el último medio siglo. Una de ellas es la construcción europea, amenazada por el ascenso de un populismo derechista, por la insolidaridad de Alemania en la tragedia griega, por ese sálvese quien pueda que deja muy tocado el euro. Relacionada con la anterior, la otra idea en crisis es el Estado de bienestar. EE UU lo amplía y en Europa (y particularmente en España) hay presiones para reducirlo. El mundo al revés.
La diferencia entre la felicidad y la miseria, decía Charles Dickens, reside en no gastar sistemáticamente más de lo que uno ingresa. Y eso es lo que sucede ahora. ¿Puede España garantizar su Estado de bienestar tras el derrumbe de un modelo económico antaño burbujeante?
La respuesta arquetípica en economía, y puede que en política, es un melancólico depende. Pero no es aventurado decir que vienen curvas: los ajustes (sin eufemismos: recortes de gasto y subidas de impuestos) son impepinables a corto plazo si como hasta ahora mandan los mercados. Aunque, atención: de ser así se corre el riesgo de truncar de raíz una recuperación que ni siquiera ha comenzado aún. Y a más largo plazo, el debate de nunca acabar de las reformas estructurales deberá traducirse en algo tangible. En plata: más recortes. Una vez más, eso es lo que sucederá si los mercados siguen dictando el guión, y no está claro que los políticos puedan (y ni siquiera que deban) llevarles la contraria: ahí está el caso de Grecia, tan diferente pero también tan amenazador. A corto, a medio y a todos los plazos, eso, en pocas palabras, son malas noticias. Conflictos a la vista.
A mediados del pasado siglo se ponen los cimientos de una forma europea de entender el capitalismo que incluye sanidad y educación universales, y lo que en su momento fue una revolución: las pensiones. Seguridad desde la cuna hasta la muerte. En España eso empieza más tarde, pero se desarrolla con rapidez: "En sólo tres décadas se ha puesto en pie un edificio que aún no es comparable con el Estado de bienestar de los países nórdicos, ni siquiera de los centroeuropeos, pero con unos estándares aceptables", asegura Jesús Fernández-Villaverde, de la Universidad de Pensilvania. "El problema es que, con el tiempo, el Estado -y las autonomías, que no son más que eso mismo: Estado- hace cada vez más cosas porque la riqueza del país se multiplica, la población aumenta y demanda más servicios, la esperanza de vida sube. Y en paralelo, izquierdas y derechas se meten en una carrera de reducción de impuestos con el argumento falaz de que eso se traducirá en más actividad económica y a la postre más recaudación. Hasta que ese edificio se viene abajo con la crisis, que de alguna manera va a obligar a repensar ese contrato social que llamamos Estado de bienestar", asegura el profesor del IESE Alfredo Pastor, ex secretario de Estado de Economía socialista.
Hay varias ideas profundamente equivocadas que contaminan todo este debate. Para empezar, esa que oímos constantemente de una economía europea estancada en la que los impuestos elevados y los beneficios sociales generosos han eliminado los incentivos y detenido el crecimiento y la innovación, se parece poco a los hechos. "La lección de Europa es en realidad la opuesta a la que cuentan los conservadores: Europa es un éxito económico; la democracia social funciona", escribía en estas páginas hace tres meses el Nobel Paul Krugman. Los equívocos tienen, además, versiones puramente españolas, basados en prejuicios o incluso en errores intencionados. Hecho: el peso de los funcionarios sobre el total de trabajadores es en España menor que en las economías con las que se compara. Hecho: el peso del gasto público total es inferior; no llega a la media de la OCDE ni en sanidad, ni en pensiones, ni en educación ni en prácticamente nada. Hecho: los impuestos son menores, la presión fiscal es muy inferior a la de los países con cuyos Estados de bienestar quiere compararse el español.
"España quiere ser Suecia y a la vez EE UU: quiere flexibilidad y bajos impuestos, como los estadounidenses, y a la vez un gasto social elevado y un Estado de bienestar impecable, como los suecos. No se puede ir en las dos direcciones: hay que escoger", critica André Sapir, de Bruegel. Y más ahora. Las huellas de la crisis van a ser profundas en términos de paro, empobrecimiento de las clases medias y desigualdad, pero también en lo relativo al déficit y la deuda.
Cuando alguien ha estado al borde de la muerte eso le hace revisar sus prioridades y valores: el capitalismo lo estuvo en algún momento de octubre de 2008, tras la caída de Lehman Brothers; ahora son algunos Estados -y España está en esa lista negra- los que se enfrentan a una situación potencialmente devastadora. Es el momento de repensar algunas cosas. "En España y en otros países mediterráneos los Estados de bienestar son muy ineficientes, y además no mueven suficientes recursos de ricos a pobres", critica Alberto Asesina desde Harvard. "Es necesaria una combinación de reducción del fraude, recortes en el gasto y reformas que no perjudiquen a los más desfavorecidos. Hay muchos grupos sobreprotegidos (desde el improductivo funcionariado a los prejubilados de 50 años) cuyos beneficios deben ser reducidos", afirma donde más duele.
Desde dentro, los economistas consultados abogan por recetas similares, pero no es nada fácil ponerle el cascabel al gato. Un día, 100 destacados economistas proponen una reforma laboral con medidas de flexibilización; al día siguiente salen 700 diciendo prácticamente lo contrario. Esa misma polarización se da en la arena política con la educación, con las pensiones, con el sistema de salud, con todo. La capacidad de consenso pareció acabarse con los Pactos de la Moncloa. Pero al menos hay un cierto acuerdo en los boquetes de ese edificio. Ignacio Zubiri, de la Universidad del País Vasco, describe algunos: "Es intolerable que el ex director general de una entidad financiera cobre el paro, es inadmisible que las ayudas a la natalidad sean exactamente iguales para un Botín que para alguien sin apenas ingresos, es inaceptable la supresión del impuesto sobre el patrimonio o las enormes rebajas en sucesiones, o la tributación de las Sicav, o en general la cada vez mayor falta de equidad del sistema fiscal, y es imprudente que algunas pensiones no contributivas no se financien vía impuestos, o que nos jubilemos a los 62 años: eso es insostenible porque, al fin y al cabo, como país somos más pobres, bastante más pobres de lo que creíamos. Hay que redefinir el Estado de bienestar, dirigirlo a quien realmente lo necesita".
Luis de Guindos, ex secretario de Estado con el PP, asegura que hay margen para retocar "la inversión pública, los sueldos de los funcionarios (teniendo en cuenta que no son precisamente ellos quienes van a perder el empleo y que algún genio aumentó su sueldo el 3,7% en 2009), hay margen de mejora en la gestión de las autonomías en sanidad y educación, y se pueden tocar aspectos de las pensiones como la ampliación del plazo de cotización. Nos jugamos mucho si eso no se hace y España sigue perdiendo credibilidad fiscal".
En fin: la diana señala a los funcionarios y tal vez a los futuros pensionistas, a la inversión pública y a las subidas de impuestos: "Eso es tan desafortunado y tan triste como necesario", afirma categórico el catedrático de la UPF Guillem López-Casasnovas, uno de los grandes expertos españoles en Hacienda Pública. "De lo contrario hay serios riesgos de tener una crisis fiscal a la griega", abunda. No hay comidas gratis: una economía que ha vivido por encima de sus posibilidades debe purgar sus excesos tarde o temprano. "La clave será repartir las cargas de la crisis: hay que poner sobre la mesa varias píldoras muy duras de tragar. Y hacer que toda la factura recaiga en sindicatos, funcionarios y beneficiarios del gasto social sería inaceptable: hay que subir impuestos a las rentas altas para que el ajuste no penalice mayoritariamente a las clases populares", señala López-Casasnovas.
Y aun así, eso apenas vale para salir del paso, de esa ratonera fiscal en la que ya está metida Grecia. La parte del león del gasto se va en pensiones, sanidad, educación y subsidios de paro, y se iría también en gastos sociales si la dependencia fuera algo más que una ley. A pesar del agujero en las cuentas públicas, el grueso del Estado de bienestar no puede permitirse estar en crisis porque sus prestaciones ya son reducidas. No parece fácil bajarle el sueldo a un país de mileuristas para que la economía gane competitividad, como piden algunos premios Nobel. Y la misma lógica vale para el Estado de bienestar: es tremendamente difícil recortar las pensiones cuando la pensión media es tan baja (775 euros). Ni uno solo de los 15 economistas, sociólogos y políticos o ex políticos consultados para este reportaje cree que haya que rebajar los servicios fundamentales.
"Reducir el gasto en educación sería un desastre: España ya ocupa pésimos puestos en términos de fracaso escolar, paro juvenil o competitividad como para planteárselo", apunta el ex ministro socialista Jordi Sevilla. "Lo mismo ocurre con sanidad y pensiones; por ahí sólo es posible actuar desde las reformas estructurales, desde el pacto y con la seguridad de que los efectos sólo llegarán a largo plazo: reconversión industrial del modelo sanitario (un debate serio sobre el copago, una reforma focalizada a tratar a los enfermos crónicos y a los dependientes), retoques en las pensiones (ampliación selectiva de la edad de jubilación, financiación con impuestos) y evidentemente una reforma laboral", añade Sevilla.
El sociólogo Gregorio Rodríguez Cabrero considera que los recortes, además, pueden ser contraproducentes. "El gasto en educación, sanidad y servicios sociales es una gran fuente de empleo, contribuye a generar demanda, incrementa la productividad: es una inversión social de futuro y aumenta el bienestar del presente. El fetichismo del déficit aboga por la contención del gasto, pero la obsesión por el déficit será una fuente potencial de conflictos sociales", advierte.
En el fondo, tras la supuesta crisis del Estado de bienestar se esconde un jugoso debate ideológico de fenomenales consecuencias para la ciudadanía. A un lado, los mercados, los bancos y una parte de los economistas, advirtiendo del negro futuro de un país con un déficit que supera el 10% del PIB. Al otro, quienes piensan que el debate está excesivamente viciado por la sostenibilidad financiera, por el economicismo, por quienes sostienen que las matemáticas del déficit definen la agenda política por una combinación de cobardía y miopía política.
Vicenç Navarro, de la Pompeu Fabra, es uno de ellos. "Mientras EE UU contrata a miles de funcionarios, aprueba una reforma sanitaria a la europea y sale con ello de la crisis, España decide recortar el 80% la oferta de empleo público, se obsesiona con el déficit, ve como algo inevitable la cura de adelgazamiento del Estado. El problema de España no es la deuda pública, sino el paro. ¡Un 20%, un 40% de paro juvenil! El Gobierno toma la línea opuesta a la que recomiendan organismos tan poco sospechosos de izquierdistas como el FMI: no retirar estímulos hasta que salgamos de esta". "Además", añade, "es urgente una subida de impuestos a las rentas altas que acabe con la falta de progresividad en el sistema fiscal, para gastar ese dinero en empleo público y en estimular la demanda", avisa Navarro, en una tesis que defiende también -con matices- Josep Borrell: "Sistema fiscal y Estado de bienestar están directamente relacionados; es un error reducir una parte y pensar que la otra no se va a ver afectada".
Y aún hay una tercera vía en el debate: quienes afirman que cierta izquierda ha agotado su discurso, ha muerto de éxito. "El Estado de bienestar no está en crisis: lo que está en crisis es la lógica sobre la que fue creado, sobre un modelo de sociedad que ya no existe, con personas que empezaban a trabajar a los 20 años, cotizaban más de 40 y tenían una esperanza de vida de seis meses desde el momento en que empezaban a cobrar una pensión", ataca el ex ministro socialista José María Maravall. "Cincuenta años más tarde, la izquierda está sin ideas y se empeña en mantener el carácter totalmente universal del Estado de bienestar, defiende las rebajas de impuestos, y con ello se dejan como intocables cosas como pensiones no contributivas en el barrio de Salamanca, como grandes banqueros que se van al paro y cobran prestación, como pensionistas multimillonarios que no pagan por las recetas, por poner sólo algunos ejemplos hilarantes. Es el momento de revisar aspectos antidistributivos del Estado de bienestar. Pero no parece que haya coraje para eso".
Moisés Naím, director de Foreign Policy, tercia en la polémica entre más Estado o más mercado, decantada a favor del segundo en los últimos tiempos. "El reto no es Estado o mercado, es combinar ambos: ya se ha visto que no funcionan por separado. No hay recetas simples: el Estado no puede jugar el mismo rol en la sanidad que en las telecomunicaciones, en defensa que en la regulación del sistema financiero. El desafío del Estado de bienestar europeo es responder a los retos que supone la evolución de la demografía, de una economía política de derechos adquiridos que tal vez no se pueden mantener y a la distribución de poder entre generaciones, entre regiones y entre sectores ante las amenazas que deja la crisis".
Hay polémicas que surgen en cuanto se abre ese debate sobre Estado y mercado: el exceso de televisiones en algunas comunidades autónomas; los informes absurdos y costosísimos que encargan las administraciones; los sueldos de los centenares de asesores que pululan alrededor de los Gobiernos central, autónomo y local; ese funcionario a quien todo el mundo conoce que se pasa el día mano sobre mano; la ineficiencia rampante de una parte del sector público, esas cosas. Cientos de conductores de autobús recibieron la baja médica en la última huelga de transportes de una de las grandes capitales españolas. Ejemplos como ese afectan a la calidad del sector público, "pero sobre todo a la moral de la tropa", se queja Josep Oliver, catedrático de la Autónoma de Barcelona. "La crisis nos deja por delante un trabajo titánico: mejorar factores como la competitividad o el absentismo en el funcionariado para redescubrir la función pública. Hay que ganar eficiencia y evitar el fraude, eso es evidente, nadie puede oponerse a eso, y sin embargo ningún partido ha conseguido avances en décadas: no debe ser tan fácil. Además, ese no es el problema: el grueso del dinero no se escapa por la falta de competitividad del sector público, por el segundo canal de una televisión pública, ni siquiera por los centenares de miles de millones de asesores políticos. Eso es meter ruido en el debate para no llegar a ningún sitio. El grueso del dinero se va y se irá en educación, sanidad y pensiones, y eso no va a bajar, no puede bajar, no debe bajar", señala Oliver. "Eso sí, no se puede gastar por sistema más de lo que se ingresa, y hay que gastar mejor para que no parezca que el dinero se desvanece, que desaparece", cierra. La frase de Dickens, felicidad o miseria, es de David Copperfield, personaje de novela convertido hoy en un mago venido a menos. El Estado de bienestar español se enfrenta también a una mutación. Veremos en qué acaba.
Aarón- Invitado
Re: El marxismo fue un sistema exitoso
En una entrevista al que posiblemente sea nuestro más reconocido filósofo vivo, Gustavo Bueno, éste hizo una reflexión sobre el comunismo que merece ser tenida en cuenta. Puede verse y escucharse en https://www.youtube.com/watch?v=KjfMorwhRso&feature=fvst
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Poder y violencia
En la línea de esta cuestión que además plantea Gustavo Bueno de forma acertada, está el hecho evidente de que el pensamiento marxista introdujo una cierta necesidad de mejora social. No obstante, creo que hay que matizarlo en algunos aspectos. Por ejemplo, las pensiones, que tanto amenazan ahora con nuestra estabilidad presupuestaria, no fueron más que un seguro hacia el riesgo del envejecimiento introducido además por Bismarck en un contexto remotamente parecido a lo que podría ser un país de corte socialista (que no social, que es otra cosa). En ese sentido, la URSS planteó un modelo, que es en lo que originalmente estaba planteado el hilo de esta conversación, cuya aportación fue extrema pero que perdió, como reconoce Beck, todo prestigio conforme se fue afianzando. Dicho de otro modo, el límite natural al crecimiento que imponía su modelo político-social sólo pudo mantenerse utilizando la violencia, lo que le hizo perder el poder. Al final, el marxismo-leninismo se había convertido en una suerte de "sovietismo" cuyo único refrendo era la existencia de un enemigo exterior.
La violencia extrema ejercida por el stalinismo de postguerra (civil), no dio al traste con el experimento merced a la II Guerra Mundial. Hitler no comprendió que la mejor manera de dejar que la URSS muriera era no atacarla. Algo que sí comprendieron los americanos en los 80. El miedo permitió en ambas guerras, la Mundial y la Fría, mantener un sistema represor basado en la violencia económica, lo que tapó las amargas contradicciones de un modelo excesivamente racional que exigía de una carga cultural desmedida. Sin embargo, fracasó en la idea de que podía competir con un modelo tan biológico como el capitalismo. Arendt así lo explica y eso que escribió esa reflexión al hilo de los acontecimientos del mayo del 68. Supo ver con veinte años de antelación que poder y autoridad son compatibles, pero no poder y violencia. Del mismo modo, cuando el neoliberalismo actual ha pretendido imponerse sin paliativos, ha perdido su eficacia y sobre todo ha perdido parte de la fe que se había ganado. El problema es que su poder era extremo, tenía subsumidos a ciudadanos y gobernantes, y ahora ha tenido que ejercer su violencia, con nombre y apellidos porque los llamados "mercados" son entidades financieras, farmaceúticas, energéticas, etc., con los gobiernos que deberían representar al pueblo. Enajeada la soberanía nacional, "pasto la administración y la Hacienda de la inmoralidad, tiranizada la enseñanza, muda la prensa... tal es la España de hoy".
Son palabras del Almirante Topete en otro 68, sólo que del siglo XIX. Poco parece haber cambiado.
La violencia extrema ejercida por el stalinismo de postguerra (civil), no dio al traste con el experimento merced a la II Guerra Mundial. Hitler no comprendió que la mejor manera de dejar que la URSS muriera era no atacarla. Algo que sí comprendieron los americanos en los 80. El miedo permitió en ambas guerras, la Mundial y la Fría, mantener un sistema represor basado en la violencia económica, lo que tapó las amargas contradicciones de un modelo excesivamente racional que exigía de una carga cultural desmedida. Sin embargo, fracasó en la idea de que podía competir con un modelo tan biológico como el capitalismo. Arendt así lo explica y eso que escribió esa reflexión al hilo de los acontecimientos del mayo del 68. Supo ver con veinte años de antelación que poder y autoridad son compatibles, pero no poder y violencia. Del mismo modo, cuando el neoliberalismo actual ha pretendido imponerse sin paliativos, ha perdido su eficacia y sobre todo ha perdido parte de la fe que se había ganado. El problema es que su poder era extremo, tenía subsumidos a ciudadanos y gobernantes, y ahora ha tenido que ejercer su violencia, con nombre y apellidos porque los llamados "mercados" son entidades financieras, farmaceúticas, energéticas, etc., con los gobiernos que deberían representar al pueblo. Enajeada la soberanía nacional, "pasto la administración y la Hacienda de la inmoralidad, tiranizada la enseñanza, muda la prensa... tal es la España de hoy".
Son palabras del Almirante Topete en otro 68, sólo que del siglo XIX. Poco parece haber cambiado.
Aarón- Invitado
y los millones de muertos causados por el capitalismo qué
Es un tópico hablar de la innegable represión de Stalin, de Franco, Hitler, Mussolini, Pinochet, los generales argentinos, etc. causaron millones de muertos. Pero no se habla de la innegable violencia (represión) del capitalismo: más de mil millones de hambrientos; millones de niños muertos por falta de atención médica, etc. etc.
jbs- Invitado
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