Lección de historia: Quien hace el dinero es quien realmente manda
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Lección de historia: Quien hace el dinero es quien realmente manda
La creación del dinero, basada siempre en la fe pública, estuvo ligada desde el comienzo al poder gobernante. La cuantificación progresiva de la vida, ligada al desarrollo de una escritura cada vez más simplificada que favorecía el individualismo, permitió establece la creencia de que determinados bienes rodeados de sacralidad (por ejemplo el oro, cuya inalterabilidad le hacía símbolo de la eternidad) permitían hacer creer en que estos discos metálicos podían ser utilizados para facilitar cualquier tipo de cambios o pagos de deudas. Por tanto tener el control del dinero era equivalente a tener el control de casi toda la sociedad. Se atribuye a Napoleón la frase de que: “para ganar una guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y dinero”. Aunque sea una exageración, no deja de poner de relieve el poder supremo de esta creencia para la creación de un Estado.
El de Roma vio relativamente pronto esta realidad, pues la usencia de una administración propia hizo que los gobernantes tuviesen que recurrir a los particulares para financiar los asuntos públicos costosos, como podían ser los abastecimientos de un ejército en campaña o la realización de obras públicas. Para ello fue permitiendo la formación de compañías de “publicanos” a las que se entregaban no sólo los servicios públicos indicados sino también la explotación de la recaudación de los impuestos de los territorios vencidos (“provincias”) y la gestión del patrimonio territorial en ellos acumulado, sobre todo de su subsuelo (minas que exigían grandes inversiones). El desarrollo de la moneda de plata a partir del mundo griego facilitó su labor, al ser notablemente más abundante que el oro y más fácil con ello de utilizar en los intercambios sin dejar de ser un metal apreciado, aunque de sacralidad menor que la del otro metal de referencia fundamental.
Se desarrolló así un capitalismo comercial que buscaba el provecho privado por encima del interés público, lo que hizo exclamar en determinado momento (hacia el cambio de era) a Tito Livio (45.18.3-5): “Pues no se puede actuar sin los publicanos y, donde está el publicano, o el derecho público es inane o no hay ninguna libertad para los aliados” (nam neque sine publicano exerceri posse et, ubi publicanus esset, ibi aut ius publicum uanum aut libertatem sociis nullam esse). El Estado estaba a merced de los capitalistas, pero donde estos actuaban desaparecía la libertad real. Era el problema del exceso de individualismo económico con el que se tuvieron que enfrentar los pocos políticos de talla que en Roma intentaron revertir la situación. Ese fue en particular el caso de César.
La posibilidad del cambio le vino a éste, como suele ser frecuente, cuando por medio del saqueo militar logró dejar de ser dependiente de los prestamistas, que habían marcado el comienzo de su carrera. Si las riquezas obtenidas como botín en la conquista de las Galias (58-51 a.C.) le permitieron a César -junto con el saqueo del tesoro público- acuñar prestigiosas monedas de oro en las que figuró su retrato ya en vida, procedió también a una regulación de los estándares de peso y equivalencias entre éstas y las de plata. Esas riquezas –el control de la mayor cantidad de plata hispana ya le había valido la victoria sobre Pompeyo- le hubieron de resultar muy útiles a la hora de iniciar su política de colonización, mediante la cual sacó a 80.000 romanos a las provincias de ultramar, al tiempo que regulaba las entregas gratuitas de trigo en Roma estableciendo un “estado de bienestar” (pan y circo). Por supuesto le sirvió también –y sobre todo- para pagar a su ejército profesional, base del régimen, del que él era su imperator, suprimiendo de facto a la corrupta oligarquía republicana, teóricamente democrática. Precisamente este hecho ya establecido de que el poder se podía conseguir con un ejército, y éste a su vez con dinero, sería lo que le llevaría a tomar una medida que habría de resultar de la mayor trascendencia para el futuro de la economía del imperio. Ésta fue la prohibición de que nadie acumulara más de 15.000 denarios en moneda (no en bienes inmuebles), impidiendo así la acumulación de capital líquido en manos privadas, lo que, junto con las medidas relativas a quitar la recaudación de impuestos a los publicanos, llevaría al colapso progresivo de las grandes compañías financieras de la época anterior. El capitalismo salvaje de la etapa final de la República (o libertas) se vería así sujeto a grandes controles por parte del estado. Lo mismo se hizo en general con las clases productoras, cuyas asociaciones quedaron –salvo casos puntuales- suprimidas también por motivos políticos. Si a ello le sumamos la medida tomada para resolver el problema de las deudas asfixiantes de los agricultores, que supusieron una pérdidas reales para los ricos prestamistas de por lo menos un 25 %, no es difícil entender que buena parte de la clase senatorial, y los más ricos en general, conspiraran y lograran asesinarlo en 44 a.C. en nombre de la libertas recuperada. Oponerse a los poderosos siempre fue peligroso, incluso para quienes detentan el máximo poder.
César, símbolo –salvando todas las distancias- de lo que los franceses recientes llamarían la “izquierda caviar” (en absoluto igualitaria)- se había puesto al frente del pueblo para dar forma más racional a un Estado antiguo en las formas y en el que, sin embargo, el incipiente capitalismo helenístico había causado una profunda tensión social. La abolición parcial de las deudas ligadas a la riqueza básica (la tierra) fue un acto revolucionario que saneó las bases económicas de ese Estado, pero las fuerzas de la reacción conservadora, como era de esperar, acabaron con su vida, como hemos dicho.
Su sobrino nieto, el futuro Augusto, logró después de muchos esfuerzos militares (entre ellos el que le llevó a conquistar el riquísimo Egipto) restablecer el sistema cesariano, aunque con un tinte más conservador. Por ello el emperador se reservó desde el comienzo el control de las minas de oro al tiempo que embridó a las clases financieras que basaban su control social en el manejo –directo o mediante documentos- de la plata, haciendo sufrir con ello al capitalismo financiero de uno forma progresiva, suprimiendo en la práctica la labor de las grandes compañías de publicanos. Algo que de momento supuso un alivio para la paz social pero que al final tuvo también efectos esterilizadores que incidieron en el hundimiento del sistema económico cesariano restaurado, cosa que los historiadores se resisten a ver aún a pesar del testimonio en este sentido tanto de la Arqueología como del análisis de los hielos del Ártico. Quedó en todo caso bien establecido que, junto al supremo poder del ejército, el control de los medios financieros había de quedar en manos del máximo representante del poder imperial (imperator). Estaba ya muy clara la idea de que quien hace el dinero es quien realmente manda, sea el Estado o sean las entidades privadas, como no ha dejado de ser nunca.
Hoy, como es sabido, son los bancos los que hacen el dinero, generando deuda a partir de unos préstamos fiduciarios de un dinero que realmente no tienen ( https://www.youtube.com/watch?v=cNeTIcDyP0A ). Y ello sólo es posible porque los dirigentes políticos tienden a gastar más allá de sus posibilidades, con lo cual tienen que entregarse a los financieros privados (judíos –que es un tema interesante- o no) y permitirles crear el dinero de la nada, pues ellos lo necesitan acuciantemente para poder seguir comprando al pueblo, al menos durante un tiempo. Los productos financieros terminan arrinconando a la verdadera moneda tangible (o material, si se gusta llamarla así) y dando paso a una moneda fiduciaria (de fe) de la que no es demasiado difícil abusar si se cuenta con el apoyo político. Como diría Mayer Amschel Rothschild (1743-1812): "Déme el control del dinero de una nación y no me preocuparé de quien hace las leyes". Es fácil entender por qué mataron a César, a pesar de su inmenso poder, acumulado a través de la guerra. Y es igualmente fácil comprender lo difícil que puede resultar “refundar el capitalismo” y, mucho menos, acabar con él.
Hoy, no obstante, desde medios serios, se vuelve a hablar de la abolición parcial de las deudas como única salida del marasmo económico:
https://prestigiovsmercado.foroes.org/t47-deuda-rescate-de-los-acreedores-o-abolicion-para-los-deudores#225
El de Roma vio relativamente pronto esta realidad, pues la usencia de una administración propia hizo que los gobernantes tuviesen que recurrir a los particulares para financiar los asuntos públicos costosos, como podían ser los abastecimientos de un ejército en campaña o la realización de obras públicas. Para ello fue permitiendo la formación de compañías de “publicanos” a las que se entregaban no sólo los servicios públicos indicados sino también la explotación de la recaudación de los impuestos de los territorios vencidos (“provincias”) y la gestión del patrimonio territorial en ellos acumulado, sobre todo de su subsuelo (minas que exigían grandes inversiones). El desarrollo de la moneda de plata a partir del mundo griego facilitó su labor, al ser notablemente más abundante que el oro y más fácil con ello de utilizar en los intercambios sin dejar de ser un metal apreciado, aunque de sacralidad menor que la del otro metal de referencia fundamental.
Se desarrolló así un capitalismo comercial que buscaba el provecho privado por encima del interés público, lo que hizo exclamar en determinado momento (hacia el cambio de era) a Tito Livio (45.18.3-5): “Pues no se puede actuar sin los publicanos y, donde está el publicano, o el derecho público es inane o no hay ninguna libertad para los aliados” (nam neque sine publicano exerceri posse et, ubi publicanus esset, ibi aut ius publicum uanum aut libertatem sociis nullam esse). El Estado estaba a merced de los capitalistas, pero donde estos actuaban desaparecía la libertad real. Era el problema del exceso de individualismo económico con el que se tuvieron que enfrentar los pocos políticos de talla que en Roma intentaron revertir la situación. Ese fue en particular el caso de César.
La posibilidad del cambio le vino a éste, como suele ser frecuente, cuando por medio del saqueo militar logró dejar de ser dependiente de los prestamistas, que habían marcado el comienzo de su carrera. Si las riquezas obtenidas como botín en la conquista de las Galias (58-51 a.C.) le permitieron a César -junto con el saqueo del tesoro público- acuñar prestigiosas monedas de oro en las que figuró su retrato ya en vida, procedió también a una regulación de los estándares de peso y equivalencias entre éstas y las de plata. Esas riquezas –el control de la mayor cantidad de plata hispana ya le había valido la victoria sobre Pompeyo- le hubieron de resultar muy útiles a la hora de iniciar su política de colonización, mediante la cual sacó a 80.000 romanos a las provincias de ultramar, al tiempo que regulaba las entregas gratuitas de trigo en Roma estableciendo un “estado de bienestar” (pan y circo). Por supuesto le sirvió también –y sobre todo- para pagar a su ejército profesional, base del régimen, del que él era su imperator, suprimiendo de facto a la corrupta oligarquía republicana, teóricamente democrática. Precisamente este hecho ya establecido de que el poder se podía conseguir con un ejército, y éste a su vez con dinero, sería lo que le llevaría a tomar una medida que habría de resultar de la mayor trascendencia para el futuro de la economía del imperio. Ésta fue la prohibición de que nadie acumulara más de 15.000 denarios en moneda (no en bienes inmuebles), impidiendo así la acumulación de capital líquido en manos privadas, lo que, junto con las medidas relativas a quitar la recaudación de impuestos a los publicanos, llevaría al colapso progresivo de las grandes compañías financieras de la época anterior. El capitalismo salvaje de la etapa final de la República (o libertas) se vería así sujeto a grandes controles por parte del estado. Lo mismo se hizo en general con las clases productoras, cuyas asociaciones quedaron –salvo casos puntuales- suprimidas también por motivos políticos. Si a ello le sumamos la medida tomada para resolver el problema de las deudas asfixiantes de los agricultores, que supusieron una pérdidas reales para los ricos prestamistas de por lo menos un 25 %, no es difícil entender que buena parte de la clase senatorial, y los más ricos en general, conspiraran y lograran asesinarlo en 44 a.C. en nombre de la libertas recuperada. Oponerse a los poderosos siempre fue peligroso, incluso para quienes detentan el máximo poder.
César, símbolo –salvando todas las distancias- de lo que los franceses recientes llamarían la “izquierda caviar” (en absoluto igualitaria)- se había puesto al frente del pueblo para dar forma más racional a un Estado antiguo en las formas y en el que, sin embargo, el incipiente capitalismo helenístico había causado una profunda tensión social. La abolición parcial de las deudas ligadas a la riqueza básica (la tierra) fue un acto revolucionario que saneó las bases económicas de ese Estado, pero las fuerzas de la reacción conservadora, como era de esperar, acabaron con su vida, como hemos dicho.
Su sobrino nieto, el futuro Augusto, logró después de muchos esfuerzos militares (entre ellos el que le llevó a conquistar el riquísimo Egipto) restablecer el sistema cesariano, aunque con un tinte más conservador. Por ello el emperador se reservó desde el comienzo el control de las minas de oro al tiempo que embridó a las clases financieras que basaban su control social en el manejo –directo o mediante documentos- de la plata, haciendo sufrir con ello al capitalismo financiero de uno forma progresiva, suprimiendo en la práctica la labor de las grandes compañías de publicanos. Algo que de momento supuso un alivio para la paz social pero que al final tuvo también efectos esterilizadores que incidieron en el hundimiento del sistema económico cesariano restaurado, cosa que los historiadores se resisten a ver aún a pesar del testimonio en este sentido tanto de la Arqueología como del análisis de los hielos del Ártico. Quedó en todo caso bien establecido que, junto al supremo poder del ejército, el control de los medios financieros había de quedar en manos del máximo representante del poder imperial (imperator). Estaba ya muy clara la idea de que quien hace el dinero es quien realmente manda, sea el Estado o sean las entidades privadas, como no ha dejado de ser nunca.
Hoy, como es sabido, son los bancos los que hacen el dinero, generando deuda a partir de unos préstamos fiduciarios de un dinero que realmente no tienen ( https://www.youtube.com/watch?v=cNeTIcDyP0A ). Y ello sólo es posible porque los dirigentes políticos tienden a gastar más allá de sus posibilidades, con lo cual tienen que entregarse a los financieros privados (judíos –que es un tema interesante- o no) y permitirles crear el dinero de la nada, pues ellos lo necesitan acuciantemente para poder seguir comprando al pueblo, al menos durante un tiempo. Los productos financieros terminan arrinconando a la verdadera moneda tangible (o material, si se gusta llamarla así) y dando paso a una moneda fiduciaria (de fe) de la que no es demasiado difícil abusar si se cuenta con el apoyo político. Como diría Mayer Amschel Rothschild (1743-1812): "Déme el control del dinero de una nación y no me preocuparé de quien hace las leyes". Es fácil entender por qué mataron a César, a pesar de su inmenso poder, acumulado a través de la guerra. Y es igualmente fácil comprender lo difícil que puede resultar “refundar el capitalismo” y, mucho menos, acabar con él.
Hoy, no obstante, desde medios serios, se vuelve a hablar de la abolición parcial de las deudas como única salida del marasmo económico:
https://prestigiovsmercado.foroes.org/t47-deuda-rescate-de-los-acreedores-o-abolicion-para-los-deudores#225
Última edición por Genaro Chic el Sáb Jul 09, 2022 12:50 pm, editado 3 veces
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
¿Qué son el dinero y la deuda?
El joven y brillante economista y diputado en el Congreso Alberto Garzón Espinosa nos explica brevemente y con claridad lo que son dos conceptos básicos de la economía y cómo se genera poder cuando se genera dinero. Copio lo que él escribe:
La pregunta ¿qué es el dinero? es probablemente la más enigmática de toda la ciencia económica, e incluso de la sociedad misma. Todas las escuelas de pensamiento económico han intentado dar una respuesta, y nunca se ha llegado a un consenso. Por otra parte, todos los ciudadanos perciben como algo fundamental dar respuesta a ese enigma para poder entender cómo funciona el mundo. Y es que desde nuestra observación cotidiana sabemos que el dinero es poder, pues cuanto más tienes más controlas, y que el dinero es sobre todo lo que nos permite vivir con menos preocupaciones respecto al presente y futuro material. Tanto es así que por internet corren como la pólvora documentales que tratan de abrirse camino entre los interrogantes más fundamentales de la economía y, con mayor o menor éxito y rigor, van moldeando el pensamiento económico de los ciudadanos. Con esta entrada mi intención es contribuir, humildemente, a aclarar algunos elementos que pueden ayudarnos a encontrar esa respuesta y, sobre todo, a comprender cómo funciona el mundo hoy. Porque ese es el paso previo, como dijo un maestro del pensamiento, para transformarlo. La explicación es rigurosa pero no a efectos académicos sino de divulgación. Es decir, el mundo de los pequeños matices queda abandonado.
El dinero visto por los economistas convencionales
Para los economistas convencionales (educados en la teoría económica neoclásica) el dinero no es más que un elemento de intermediación. Para ellos la economía moderna tiene las mismas características que la economía de hace doscientos años o que una economía imaginaria. El dinero, desde este punto de vista, sería un elemento que ayuda a abaratar el costoso proceso del trueque. Se parte de un modelo de sociedad precapitalista, por ejemplo de cazadores-recolectores, en el que los propietarios de ovejas intercambian algunas de ellas por otros productos, por ejemplo caballos, que se necesiten. Para evitar el costoso proceso de llevar las ovejas a un punto determinado, y desde allí traerse los caballos, se establece un bien nuevo llamado dinero. El dinero funcionaría como simple intermediario en un intercambio. Hasta aquí es fácil de imaginar qué es el dinero, dado que corresponde con la visión convencional o de “sentido común”.
Para que los economistas convencionales pudieran usar al dinero en sus análisis económicos se refirieron al concepto dinero como variable exógena, es decir, como una variable que se introduce después de sentar las bases del modelo. Lo que los economistas convencionales dicen es que el dinero es neutral y no importa si se introduce antes o después en el análisis. Para ellos la cantidad de dinero que haya en circulación en una economía está determinada de forma exógena, esto es, por algún agente externo como puede ser el banco central.
De esta concepción del dinero se sacan dos conclusiones importantes. La primera, que el banco central puede imprimir o no dinero, y así hay más o menos. Si se complementa con la llamada teoría cuantitativa del dinero se puede decir que cuanto más se imprima más inflación puede generarse. La segunda y más importante, que para generar actividad económica (inversión) es necesario ahorrar previamente. Esta es la concepción vulgar del ahorro y la inversión, y que se repite una y otra vez. Hay que ahorrar para poder crecer. Sin embargo, esta cuestión no es tan sencilla como parece y como veremos a continuación.
El sistema evoluciona y los bancos también
Los bancos son el elemento pivote del sistema capitalista. Los bancos recogen dinero de los agentes económicos (familias, empresas y Estados) y lo prestan de nuevo a los mismos agentes. En la etapa inicial del capitalismo el sistema estaba repleto de pequeños bancos que hacían perfectamente esta función de mera intermediación. Bajo este sistema si un banco quería prestar dinero para financiar la inversión, antes tenía que encontrar dinero de otro agente. Pero más adelante el sistema financiero va evolucionando, los bancos van concentrándose y adquiriendo funciones nuevas. Y es que el sistema es dinámico y cambia históricamente.
En el origen del dinero toda moneda está construida, o respaldada, por algún metal (oro o plata, por ejemplo). Así, el valor del dinero depende de la cantidad de moneda que contiene o respalda. Más adelante, y como respuesta a que los Estados trucaban la cantidad de metal en cada moneda, el dinero se hace fiduciario porque ya no depende en modo alguno de la cantidad de metal que hay en una economía. Este dinero vale, sencillamente, lo que el Estado dice que vale y lo que los ciudadanos aceptan que vale. No hay ninguna lógica económica detrás del valor del dinero fiduciario, sino única y exclusivamente confianza. Por eso el dinero es en sí mismo una institución social.
La cuestión fundamental es que en el capitalismo más avanzado los bancos también pueden crear dinero. Ese dinero, a diferencia del dinero respaldado por un bien como el oro (llamado dinero metálico) o por la confianza de la ciudadanía (llamado dinero fiduciario), es creado por la demanda de dinero (se llama dinero crediticio). En estas circunstancias la relación ahorro-inversión cambia y ahora es la inversión la que genera el ahorro.
Cómo funciona un banco moderno
En la actualidad los bancos recogen fondos de los agentes económicos, pero también prestan a otros agentes. Por el sistema de reserva fraccionaria, que implica que los bancos sólo tienen la obligación de mantener algo así como un 2% del dinero que se les presta a ellos, los bancos pueden crear dinero. Un ejemplo sencillo. Cuando yo meto dinero en el banco, el banco presta el 98% de ese dinero a otro agente (una empresa, familia o al Estado). Si quiero sacar mi dinero del banco… obviamente no estará disponible, porque está prestado. Pero el banco lo que hará será devolverme el dinero de otra persona o empresa que haya dejado su dinero en el banco también y que no lo quiera sacar por el momento. El sistema funciona, por lo tanto, porque no todo el mundo saca el dinero a la vez. O, dicho de otra forma, el sistema es insolvente por naturaleza.
Esta descripción previa nos puede servir para aclarar cómo funciona un agente económico en términos contables. Como para todo agente, hay un activo y un pasivo en el balance contable. El activo es lo que tenemos, y el pasivo lo que debemos. Cuando somos un banco, los depósitos (el dinero que los clientes tienen en el banco) son parte del pasivo (porque los tenemos que devolver tarde o temprano), y los préstamos que hace el banco van al activo (porque al banco le pertenece el flujo de dinero que genera el préstamo). De forma inversa, los préstamos que reciben los bancos van al pasivo (porque lo debemos como banco, y hay que devolverlo) y los depósitos que tenemos en otros bancos van al activo (porque son nuestros).
Como el sistema se ha hecho más grande y global, ya prácticamente todas las transacciones son simples anotaciones contables y no hay necesidad de transportar monedas y billetes de un lado a otro. Dado que hay pocos bancos y todos están interrelacionados, cuando un banco presta dinero está generado un activo y un pasivo a la vez. Es decir, cuando un banco presta dinero a una empresa apunta en su balance un activo financiero (el préstamo que vamos a cobrar) pero también apunta un pasivo del mismo valor (el dinero que la empresa tiene como depósito en el banco).
Para entenderlo imaginemos la relación entre un banco A y una empresa B. El banco A llama a la puerta de la empresa B y le ofrece un crédito para su actividad económica. La empresa B decide aceptar y entonces firma el crédito. En ese momento el banco A apunta en su activo un crédito (que generará ingresos) y apuntará en su pasivo un depósito (porque es dinero de la empresa). En realidad, el banco ha creado dinero de la nada pero financiará la actividad productiva. Esto podría pasar con un sólo banco o con el sistema bancario en su conjunto (pensemos que los bancos tienen cuentas en otros bancos y también con los bancos centrales directamente).
La deuda crea rentas y sin crédito no hay crecimiento
La conclusión es que los bancos crean dinero y además ese dinero puede estimular la actividad productiva. Es decir, cuando un banco hace un préstamo a una empresa también está generando rentas. Esas rentas serán salarios para trabajadores, y ese salario será lo que compre los productos de otras empresas. Al comprar productos de otras empresas, éstas tendrán beneficios y podrán devolver los préstamos contraídos. Hay que ver el sistema como un circuito. Schumpeter decía que el crédito “crea poder de compra con el propósito de transferirlo al empresario”, y entendía algo que ahora se dice tanto: sin crédito no hay crecimiento.
Este hecho tiene implicaciones claves para la teoría económica. La primera, que el dinero no es neutral y que tiene que ser entendido como variable endógena y no como variable exógena. El dinero lo crean los bancos buscando nuevos espacios de negocio y porque las empresas buscan financiarse. El sistema puede quebrar cuando esas rentas se desvían hacia pura especulación financiera (esto lo han estudiado muy bien los economistas neomarxistas) o porque los procesos de inversión fracasan y se produce un efecto dominó (la hipótesis de la fragilidad financiera de Minsky va en esta línea).
En definitiva, el dinero es un elemento que visto como deuda puede catalizar la producción y la generación de rentas en el capitalismo moderno. Pero en última instancia el dinero es una institución social que depende de la confianza que se tenga en él, mientras que simultáneamente otorga un poder social y económico descomunal a quien lo crea: bancos centrales, bancos privados y recientemente grandes empresas (que crean dinero financiero). Por cierto, ninguna de estas instituciones es pública y democrática.
http://www.agarzon.net/?p=1575
La pregunta ¿qué es el dinero? es probablemente la más enigmática de toda la ciencia económica, e incluso de la sociedad misma. Todas las escuelas de pensamiento económico han intentado dar una respuesta, y nunca se ha llegado a un consenso. Por otra parte, todos los ciudadanos perciben como algo fundamental dar respuesta a ese enigma para poder entender cómo funciona el mundo. Y es que desde nuestra observación cotidiana sabemos que el dinero es poder, pues cuanto más tienes más controlas, y que el dinero es sobre todo lo que nos permite vivir con menos preocupaciones respecto al presente y futuro material. Tanto es así que por internet corren como la pólvora documentales que tratan de abrirse camino entre los interrogantes más fundamentales de la economía y, con mayor o menor éxito y rigor, van moldeando el pensamiento económico de los ciudadanos. Con esta entrada mi intención es contribuir, humildemente, a aclarar algunos elementos que pueden ayudarnos a encontrar esa respuesta y, sobre todo, a comprender cómo funciona el mundo hoy. Porque ese es el paso previo, como dijo un maestro del pensamiento, para transformarlo. La explicación es rigurosa pero no a efectos académicos sino de divulgación. Es decir, el mundo de los pequeños matices queda abandonado.
El dinero visto por los economistas convencionales
Para los economistas convencionales (educados en la teoría económica neoclásica) el dinero no es más que un elemento de intermediación. Para ellos la economía moderna tiene las mismas características que la economía de hace doscientos años o que una economía imaginaria. El dinero, desde este punto de vista, sería un elemento que ayuda a abaratar el costoso proceso del trueque. Se parte de un modelo de sociedad precapitalista, por ejemplo de cazadores-recolectores, en el que los propietarios de ovejas intercambian algunas de ellas por otros productos, por ejemplo caballos, que se necesiten. Para evitar el costoso proceso de llevar las ovejas a un punto determinado, y desde allí traerse los caballos, se establece un bien nuevo llamado dinero. El dinero funcionaría como simple intermediario en un intercambio. Hasta aquí es fácil de imaginar qué es el dinero, dado que corresponde con la visión convencional o de “sentido común”.
Para que los economistas convencionales pudieran usar al dinero en sus análisis económicos se refirieron al concepto dinero como variable exógena, es decir, como una variable que se introduce después de sentar las bases del modelo. Lo que los economistas convencionales dicen es que el dinero es neutral y no importa si se introduce antes o después en el análisis. Para ellos la cantidad de dinero que haya en circulación en una economía está determinada de forma exógena, esto es, por algún agente externo como puede ser el banco central.
De esta concepción del dinero se sacan dos conclusiones importantes. La primera, que el banco central puede imprimir o no dinero, y así hay más o menos. Si se complementa con la llamada teoría cuantitativa del dinero se puede decir que cuanto más se imprima más inflación puede generarse. La segunda y más importante, que para generar actividad económica (inversión) es necesario ahorrar previamente. Esta es la concepción vulgar del ahorro y la inversión, y que se repite una y otra vez. Hay que ahorrar para poder crecer. Sin embargo, esta cuestión no es tan sencilla como parece y como veremos a continuación.
El sistema evoluciona y los bancos también
Los bancos son el elemento pivote del sistema capitalista. Los bancos recogen dinero de los agentes económicos (familias, empresas y Estados) y lo prestan de nuevo a los mismos agentes. En la etapa inicial del capitalismo el sistema estaba repleto de pequeños bancos que hacían perfectamente esta función de mera intermediación. Bajo este sistema si un banco quería prestar dinero para financiar la inversión, antes tenía que encontrar dinero de otro agente. Pero más adelante el sistema financiero va evolucionando, los bancos van concentrándose y adquiriendo funciones nuevas. Y es que el sistema es dinámico y cambia históricamente.
En el origen del dinero toda moneda está construida, o respaldada, por algún metal (oro o plata, por ejemplo). Así, el valor del dinero depende de la cantidad de moneda que contiene o respalda. Más adelante, y como respuesta a que los Estados trucaban la cantidad de metal en cada moneda, el dinero se hace fiduciario porque ya no depende en modo alguno de la cantidad de metal que hay en una economía. Este dinero vale, sencillamente, lo que el Estado dice que vale y lo que los ciudadanos aceptan que vale. No hay ninguna lógica económica detrás del valor del dinero fiduciario, sino única y exclusivamente confianza. Por eso el dinero es en sí mismo una institución social.
La cuestión fundamental es que en el capitalismo más avanzado los bancos también pueden crear dinero. Ese dinero, a diferencia del dinero respaldado por un bien como el oro (llamado dinero metálico) o por la confianza de la ciudadanía (llamado dinero fiduciario), es creado por la demanda de dinero (se llama dinero crediticio). En estas circunstancias la relación ahorro-inversión cambia y ahora es la inversión la que genera el ahorro.
Cómo funciona un banco moderno
En la actualidad los bancos recogen fondos de los agentes económicos, pero también prestan a otros agentes. Por el sistema de reserva fraccionaria, que implica que los bancos sólo tienen la obligación de mantener algo así como un 2% del dinero que se les presta a ellos, los bancos pueden crear dinero. Un ejemplo sencillo. Cuando yo meto dinero en el banco, el banco presta el 98% de ese dinero a otro agente (una empresa, familia o al Estado). Si quiero sacar mi dinero del banco… obviamente no estará disponible, porque está prestado. Pero el banco lo que hará será devolverme el dinero de otra persona o empresa que haya dejado su dinero en el banco también y que no lo quiera sacar por el momento. El sistema funciona, por lo tanto, porque no todo el mundo saca el dinero a la vez. O, dicho de otra forma, el sistema es insolvente por naturaleza.
Esta descripción previa nos puede servir para aclarar cómo funciona un agente económico en términos contables. Como para todo agente, hay un activo y un pasivo en el balance contable. El activo es lo que tenemos, y el pasivo lo que debemos. Cuando somos un banco, los depósitos (el dinero que los clientes tienen en el banco) son parte del pasivo (porque los tenemos que devolver tarde o temprano), y los préstamos que hace el banco van al activo (porque al banco le pertenece el flujo de dinero que genera el préstamo). De forma inversa, los préstamos que reciben los bancos van al pasivo (porque lo debemos como banco, y hay que devolverlo) y los depósitos que tenemos en otros bancos van al activo (porque son nuestros).
Como el sistema se ha hecho más grande y global, ya prácticamente todas las transacciones son simples anotaciones contables y no hay necesidad de transportar monedas y billetes de un lado a otro. Dado que hay pocos bancos y todos están interrelacionados, cuando un banco presta dinero está generado un activo y un pasivo a la vez. Es decir, cuando un banco presta dinero a una empresa apunta en su balance un activo financiero (el préstamo que vamos a cobrar) pero también apunta un pasivo del mismo valor (el dinero que la empresa tiene como depósito en el banco).
Para entenderlo imaginemos la relación entre un banco A y una empresa B. El banco A llama a la puerta de la empresa B y le ofrece un crédito para su actividad económica. La empresa B decide aceptar y entonces firma el crédito. En ese momento el banco A apunta en su activo un crédito (que generará ingresos) y apuntará en su pasivo un depósito (porque es dinero de la empresa). En realidad, el banco ha creado dinero de la nada pero financiará la actividad productiva. Esto podría pasar con un sólo banco o con el sistema bancario en su conjunto (pensemos que los bancos tienen cuentas en otros bancos y también con los bancos centrales directamente).
La deuda crea rentas y sin crédito no hay crecimiento
La conclusión es que los bancos crean dinero y además ese dinero puede estimular la actividad productiva. Es decir, cuando un banco hace un préstamo a una empresa también está generando rentas. Esas rentas serán salarios para trabajadores, y ese salario será lo que compre los productos de otras empresas. Al comprar productos de otras empresas, éstas tendrán beneficios y podrán devolver los préstamos contraídos. Hay que ver el sistema como un circuito. Schumpeter decía que el crédito “crea poder de compra con el propósito de transferirlo al empresario”, y entendía algo que ahora se dice tanto: sin crédito no hay crecimiento.
Este hecho tiene implicaciones claves para la teoría económica. La primera, que el dinero no es neutral y que tiene que ser entendido como variable endógena y no como variable exógena. El dinero lo crean los bancos buscando nuevos espacios de negocio y porque las empresas buscan financiarse. El sistema puede quebrar cuando esas rentas se desvían hacia pura especulación financiera (esto lo han estudiado muy bien los economistas neomarxistas) o porque los procesos de inversión fracasan y se produce un efecto dominó (la hipótesis de la fragilidad financiera de Minsky va en esta línea).
En definitiva, el dinero es un elemento que visto como deuda puede catalizar la producción y la generación de rentas en el capitalismo moderno. Pero en última instancia el dinero es una institución social que depende de la confianza que se tenga en él, mientras que simultáneamente otorga un poder social y económico descomunal a quien lo crea: bancos centrales, bancos privados y recientemente grandes empresas (que crean dinero financiero). Por cierto, ninguna de estas instituciones es pública y democrática.
http://www.agarzon.net/?p=1575
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Lección de historia: Quien hace el dinero es quien realmente manda
Traigo hoy una propuesta de un brillante economista español de la Escuela Austriaca -Jesús Huerta de Soto- en la que muestra cómo el Estado puede recuperar el control de la economía financiera embridando a los bancos por medio de la creación de una cantidad de dinero equivalente a la deuda sin necesidad de entrar en un proceso inflacionario. El texto lo tomo de El Confidencial:
http://www.elconfidencial.com/opinion/monetae-mutatione/2012/05/01/una-solucion-a-la-crisis-financiera-y-de-deuda-9121/
Una solución a la crisis financiera y de deuda
Imagínense por un momento que un economista de prestigio les propone una reforma del sistema financiero para acabar de una vez por todas con los problemas de solvencia de nuestros bancos y cajas -que tienen ahogados a familias y empresas- y, de paso, aligera significativamente la losa de la deuda pública. Supongan además que la solución propuesta no sólo no le supone coste alguno al contribuyente -ni en términos de impuestos ni en términos de inflación- sino que además ayuda a reducir el déficit del estado. ¿Creen que dicha reforma merecería ser llevada y, al menos, discutida en el Congreso de los Diputados?
Pues bien, una solución así fue propuesta por el catedrático Jesús Huerta de Soto en su Dinero, crédito bancario y ciclos económicos* y ha sido puesta de nuevo sobre la mesa durante la conferencia que impartió el pasado jueves 19 de abril en la Fundación Rafael del Pino, “Crisis financiera, reforma bancaria y el futuro del capitalismo” -la conferencia, que les recomiendo escuchar, está grabada en vídeo y pueden acceder desde aquí:
https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=X1fR3ZhFDkQ .
Trataré de resumirles a continuación el contenido de la reforma propuesta, que iría encaminada a atajar el problema de solvencia estructural que aqueja a las entidades financieras de nuestro país. Esto es así porque que si todos los depositantes acudiéramos en tropel a retirar nuestro dinero, con los aproximadamente 6.800 millones de euros que, según el Banco de España, tienen los bancos contabilizados en caja, no tienen ni para empezar para hacer frente a los algo más de 260.000 millones de euros que tenemos depositados en cuentas a la vista -es decir, que pueden ser reclamados por sus dueños en cualquier momento-.
¿Y dónde está el dinero? Donde ustedes se imaginan. Por obra y gracia de la reserva fraccionaria está enterrado en créditos a promotores y empresas, en hipotecas y préstamos a particulares y en deuda pública.
Pues bien, la reforma propuesta consiste en que, para restituir el estado de solvencia, el banco central imprima y entregue a los bancos tantos billetes como sean necesarios para igualar el importe total de los depósitos a la vista y equivalentes. Es decir, por una vez y sin que sirva de precedente, se crearían de la nada unos 260.000 millones de euros para dárselos a los bancos. Ustedes dirán, ¿economistas austriacos pidiendo que se imprima dinero? ¿Se han golpeado la cabeza y se han convertido al keynesianismo? ¿Ya no les importa la inflación? ¿Y los rescates públicos a la banca que tanto han criticado?
Pues no, porque la propuesta de reforma incluye una medida esencial sin la cual no tendría sentido. Y es que, a la vez, se eleve el coeficiente de caja al 100%, acabando con la reserva fraccionaria. De esta manera, los bancos pasarían a estar legalmente obligados a “bloquear” la cantidad recibida y mantenerla siempre en idéntica proporción a los depósitos a la vista de sus clientes.
Así, todo ese dinero creado de la nada quedaría inmediatamente “esterilizado” y no generaría inflación. Para ustedes y para mí, no cambia el dinero que consideramos como efectivo líquido. Y para el banco tampoco se incrementaría la cantidad que tienen disponible para prestar y expandir el crédito, dado que no puede tocar es nuevo dinero salvo para devolvérnoslo como reintegro parcial o total de nuestros depósitos.
De este modo, queda resuelto el problema de insolvencia del sistema financiero -cuestión aparte es la de las tensiones de liquidez derivadas del descalce de plazos-. A partir de este momento, una entidad a la que le vaya mal en su negocio de banca de inversión, podrá quebrar y ser liquidada, pero el dinero de sus depositantes estaría a salvo y les sería devuelto hasta el último céntimo. Esto nos permitiría replantearnos el Fondo de Garantía de Depósitos al ser menos necesario y, desde luego, pensarnos si desmantelar el FROB- y de paso liberar un dinero que le vendría muy bien a las cuentas públicas.
Pero protestarán ustedes, y con razón, pues le estaríamos “regalando” una millonada a los bancos -adicional a lo que ya le hemos dado desde que arrancó la crisis. Ya que, de alguna forma, todos los préstamos concedidos a empresas, particulares y administraciones públicas por las entidades financieras pasarían a ser una todo plusvalía, beneficio puro -imagínense los bonus de los directivos. Y eso no es de recibo.
Para evitar la injusticia -por no decir inmoralidad- que eso supondría, la solución propuesta por el profesor Huerta de Soto sería, de forma muy simplificada, utilizar parte de esos activos -valorados a precios reales de mercado- para cancelar la deuda pública en manos de los bancos españoles. Es decir, el estado les permitiría quedarse con ellos a cambio de renunciar a los Bonos del Tesoro en su poder, lo que supondría un importantísimo alivio a las cuentas públicas españolas.
Imagínense, de esta forma, unos 212.000 millones de euros de deuda pública -aproximadamente un tercio del total- que están en manos de instituciones financieras nacionales podrían borrarse de un plumazo. Y con ello matamos dos pájaros de un tiro: solvencia y deuda pública. O tres, pues el alivio sobre el déficit de los menores intereses a pagar no sería en absoluto despreciable.
¿Y los 48.000 millones de euros que quedan hasta los 260.000? ¿Qué hacemos con ellos? Podríamos emplearlos en cubrir otras obligaciones del Estado, como por ejemplo la deuda de las pensiones de la Seguridad Social. El fondo de reserva de la Seguridad Social dispone de unos 65.000 millones, de los cuales, el 90% está invertido en deuda pública nacional. Pues bien, podría canjearse esa deuda pública por otra parte de los activos -de similar calidad-, que pasarían al fondo de reserva. Los títulos de deuda pública, ya en manos de los bancos, podrían cancelarse como contrapartida de los fondos de nueva creación. Con lo que el efecto sería doblemente beneficioso para la sociedad.
Evidentemente, para que la reforma fuera efectiva y, sobre todo, definitiva, debería asegurarse el mantenimiento del coeficiente de caja del 100%. O, lo que es lo mismo, los bancos -y con ellos los políticos- no podrían aprovechar en cuanto nos demos la vuelta para volver a conceder préstamos y expandir artificialmente el crédito. Los banqueros tendrían que despedirse de los beneficios estratosféricos que históricamente han cosechado de crear dinero de la nada, mientras que los políticos tendrían que renunciar a los efectos electoralistas de la expansión crediticia en épocas de auge.
Volviendo a la pregunta inicial, ¿no creen que dicha reforma merecería ser al menos planteada y debatida en las Cortes? ¿Creen que tenemos políticos en España capaces de elevar el debate político a esos niveles y plantear en el Parlamento una propuesta así?
Pues bien, sepan que una propuesta similar fue llevada a la Cámara de los Comunes británica en septiembre de 2010 por los diputados tories Douglas Carswell y Steve Baker. Y en España, ¿cuándo?
*Jesús Huerta de Soto, Dinero, crédito bancario y ciclos económicos, Unión Editorial.
Antonio España.- 01/05/2012
[/color][/size][/size]http://www.elconfidencial.com/opinion/monetae-mutatione/2012/05/01/una-solucion-a-la-crisis-financiera-y-de-deuda-9121/
Una solución a la crisis financiera y de deuda
Imagínense por un momento que un economista de prestigio les propone una reforma del sistema financiero para acabar de una vez por todas con los problemas de solvencia de nuestros bancos y cajas -que tienen ahogados a familias y empresas- y, de paso, aligera significativamente la losa de la deuda pública. Supongan además que la solución propuesta no sólo no le supone coste alguno al contribuyente -ni en términos de impuestos ni en términos de inflación- sino que además ayuda a reducir el déficit del estado. ¿Creen que dicha reforma merecería ser llevada y, al menos, discutida en el Congreso de los Diputados?
Pues bien, una solución así fue propuesta por el catedrático Jesús Huerta de Soto en su Dinero, crédito bancario y ciclos económicos* y ha sido puesta de nuevo sobre la mesa durante la conferencia que impartió el pasado jueves 19 de abril en la Fundación Rafael del Pino, “Crisis financiera, reforma bancaria y el futuro del capitalismo” -la conferencia, que les recomiendo escuchar, está grabada en vídeo y pueden acceder desde aquí:
https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=X1fR3ZhFDkQ .
Trataré de resumirles a continuación el contenido de la reforma propuesta, que iría encaminada a atajar el problema de solvencia estructural que aqueja a las entidades financieras de nuestro país. Esto es así porque que si todos los depositantes acudiéramos en tropel a retirar nuestro dinero, con los aproximadamente 6.800 millones de euros que, según el Banco de España, tienen los bancos contabilizados en caja, no tienen ni para empezar para hacer frente a los algo más de 260.000 millones de euros que tenemos depositados en cuentas a la vista -es decir, que pueden ser reclamados por sus dueños en cualquier momento-.
¿Y dónde está el dinero? Donde ustedes se imaginan. Por obra y gracia de la reserva fraccionaria está enterrado en créditos a promotores y empresas, en hipotecas y préstamos a particulares y en deuda pública.
Pues bien, la reforma propuesta consiste en que, para restituir el estado de solvencia, el banco central imprima y entregue a los bancos tantos billetes como sean necesarios para igualar el importe total de los depósitos a la vista y equivalentes. Es decir, por una vez y sin que sirva de precedente, se crearían de la nada unos 260.000 millones de euros para dárselos a los bancos. Ustedes dirán, ¿economistas austriacos pidiendo que se imprima dinero? ¿Se han golpeado la cabeza y se han convertido al keynesianismo? ¿Ya no les importa la inflación? ¿Y los rescates públicos a la banca que tanto han criticado?
Pues no, porque la propuesta de reforma incluye una medida esencial sin la cual no tendría sentido. Y es que, a la vez, se eleve el coeficiente de caja al 100%, acabando con la reserva fraccionaria. De esta manera, los bancos pasarían a estar legalmente obligados a “bloquear” la cantidad recibida y mantenerla siempre en idéntica proporción a los depósitos a la vista de sus clientes.
Así, todo ese dinero creado de la nada quedaría inmediatamente “esterilizado” y no generaría inflación. Para ustedes y para mí, no cambia el dinero que consideramos como efectivo líquido. Y para el banco tampoco se incrementaría la cantidad que tienen disponible para prestar y expandir el crédito, dado que no puede tocar es nuevo dinero salvo para devolvérnoslo como reintegro parcial o total de nuestros depósitos.
De este modo, queda resuelto el problema de insolvencia del sistema financiero -cuestión aparte es la de las tensiones de liquidez derivadas del descalce de plazos-. A partir de este momento, una entidad a la que le vaya mal en su negocio de banca de inversión, podrá quebrar y ser liquidada, pero el dinero de sus depositantes estaría a salvo y les sería devuelto hasta el último céntimo. Esto nos permitiría replantearnos el Fondo de Garantía de Depósitos al ser menos necesario y, desde luego, pensarnos si desmantelar el FROB- y de paso liberar un dinero que le vendría muy bien a las cuentas públicas.
Pero protestarán ustedes, y con razón, pues le estaríamos “regalando” una millonada a los bancos -adicional a lo que ya le hemos dado desde que arrancó la crisis. Ya que, de alguna forma, todos los préstamos concedidos a empresas, particulares y administraciones públicas por las entidades financieras pasarían a ser una todo plusvalía, beneficio puro -imagínense los bonus de los directivos. Y eso no es de recibo.
Para evitar la injusticia -por no decir inmoralidad- que eso supondría, la solución propuesta por el profesor Huerta de Soto sería, de forma muy simplificada, utilizar parte de esos activos -valorados a precios reales de mercado- para cancelar la deuda pública en manos de los bancos españoles. Es decir, el estado les permitiría quedarse con ellos a cambio de renunciar a los Bonos del Tesoro en su poder, lo que supondría un importantísimo alivio a las cuentas públicas españolas.
Imagínense, de esta forma, unos 212.000 millones de euros de deuda pública -aproximadamente un tercio del total- que están en manos de instituciones financieras nacionales podrían borrarse de un plumazo. Y con ello matamos dos pájaros de un tiro: solvencia y deuda pública. O tres, pues el alivio sobre el déficit de los menores intereses a pagar no sería en absoluto despreciable.
¿Y los 48.000 millones de euros que quedan hasta los 260.000? ¿Qué hacemos con ellos? Podríamos emplearlos en cubrir otras obligaciones del Estado, como por ejemplo la deuda de las pensiones de la Seguridad Social. El fondo de reserva de la Seguridad Social dispone de unos 65.000 millones, de los cuales, el 90% está invertido en deuda pública nacional. Pues bien, podría canjearse esa deuda pública por otra parte de los activos -de similar calidad-, que pasarían al fondo de reserva. Los títulos de deuda pública, ya en manos de los bancos, podrían cancelarse como contrapartida de los fondos de nueva creación. Con lo que el efecto sería doblemente beneficioso para la sociedad.
Evidentemente, para que la reforma fuera efectiva y, sobre todo, definitiva, debería asegurarse el mantenimiento del coeficiente de caja del 100%. O, lo que es lo mismo, los bancos -y con ellos los políticos- no podrían aprovechar en cuanto nos demos la vuelta para volver a conceder préstamos y expandir artificialmente el crédito. Los banqueros tendrían que despedirse de los beneficios estratosféricos que históricamente han cosechado de crear dinero de la nada, mientras que los políticos tendrían que renunciar a los efectos electoralistas de la expansión crediticia en épocas de auge.
Volviendo a la pregunta inicial, ¿no creen que dicha reforma merecería ser al menos planteada y debatida en las Cortes? ¿Creen que tenemos políticos en España capaces de elevar el debate político a esos niveles y plantear en el Parlamento una propuesta así?
Pues bien, sepan que una propuesta similar fue llevada a la Cámara de los Comunes británica en septiembre de 2010 por los diputados tories Douglas Carswell y Steve Baker. Y en España, ¿cuándo?
*Jesús Huerta de Soto, Dinero, crédito bancario y ciclos económicos, Unión Editorial.
Antonio España.- 01/05/2012
NOTA MÍA:
Un amigo me dice: «Si esto pudiera hacerse, ¿por qué no se ha hecho ya?... ¿Donde está la trampa?»
Y yo le he respondido:
«En que no saldrían ganando los banqueros, que dejarían de estar protegidos y no podrían ser ellos los que creasen el dinero al prestar lo que no tienen (por eso se les pide que tengan disponible el 100 % del dinero que tenemos los impositores de cuentas a la vista (que se puede sacar en cualquier momento, cosa que hoy no sucede, pues no lo tienen). Así de sencillo, tanto que parece mentira. Serían los Estados los que volviesen a mandar y no los bancos. Y esto como ves no lo propone un economista de izquierdas, porque para ser sensato no hay que estar en un lugar (izquierda) o en otro (derecha). Lo que los bancos quieren es que se les entregue dinero para volver a la situación actual, no que se supriman las causas de este desastre que ellos (con el beneplácito de los políticos, que algo sacan de ello aunque no los Estados) han provocado».
Como me decía el comandante De Celis en Cádiz, en la época del postrer franquismo, «esto ha pasado desde los hititas [hace 3.500 años]: el que tiene la sartén por el mango no la suelta si no se la quitan». Tal vez por eso sean tan temibles para los defensores del actual sistema imperante los que buscan salirse de él por la extrema derecha o izquierda. Que también para esto da lo mismo la ubicación.
Última edición por Genaro Chic el Miér Mayo 02, 2012 11:09 am, editado 1 vez
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
contabilizar la fe
La contabilidad de inmateriales o sea las cuantificaciones de fe, no es posible al margen de la economía productiva o sea de referencias cuatificables. Esta inter-relación es insuperable dentro del capitalismo actual. Sin embargo, aparece una nueva forma de acumular que antes no existía. Para entenderla habría que entender a la actual economía fuera de las categorías convencionales.
jorgebs- Invitado
Cuando el dinero es fe
Hombre rico, hombre pobre: los banqueros, víctimas de sus equivocaciones
Botín, Lara, Andic o Amorim. Millonarios, pero cada vez menos. El patrimonio de los que mueven los hilos de la economía desde los consejos de la banca ha menguado hasta un 80% con la crisis. Además, su presencia accionarial decae sin freno por las continuas ampliaciones de capital de unas entidades que despiertan desconfianza entre el inversor.
Alberto Cañabate / www.invertia.com
Viernes, 4 de Mayo de 2012 - 12:33 h.
Los banqueros pierden con la crisis
Primero fueron las fusiones entre las cajas de ahorros, muchas un auténtico fracaso por la injerencia de los políticos y el profundo deterioro económico. Después vinieron las salidas a Bolsa de algunas de ellas tras imponer el Gobierno unos requisitos de capital más severos, operaciones que ha empobrecido a los clientes de estas entidades en lugar de calmar al mercado. Ahora, los bancos están en proceso de sanear sus activos tóxicos.
La última medida que planea el Ejecutivo pasa por que la banca separe en sociedades independientes sus activos inmobiliarios, correctamente valorados, aunque se desconoce si habrá inversores dispuestos a arriesgar su dinero en estas operaciones. Lo que resulta evidente –esta semana lo corroboró el propio presidente del BCE- es que la banca sigue siendo un problema. Para perjuicio de sus accionistas, también de aquellos que mandan.
Son hombres –ninguna mujer tiene un peso reseñable en el accionariado de ninguna entidad financiera - ricos, pero más pobres que hace unos pocos años, cuando la Bolsa convertía en oro incluso aquellos negocios que debajo de unos balances “inmaculados” escondían grandes riesgos. Algunas de estas grandes fortunas apostaron grandes sumas de dinero en los momentos del desenfreno. Ahora, sus inversiones valen mucho menos.
Es el caso de los primeros espadas de Banco Sabadell, entidad que en un lustro ha casi duplicado su número de acciones, de 1.220 a 2.296 millones. Además, ha recortado su beneficio de los 782 millones de euros cosechados en 2007 a los 232 millones del año pasado. Es decir, una caída del 70% de un beneficio que se reparte entre muchos más títulos. El dividendo, mucho menor, se reparte a su vez entre más “bocas”.
Isak Andic, dueño de la cadena de ropa Mango, entró a finales de 2005 en el consejo de la entidad que preside José Oliu. Un empresario de postín que accedía al consejo de una gran entidad financiera. Qué mejor atalaya para tener de primera mano la información sin filtros. En poco tiempo y tras invertir 540 millones amasó un paquete accionarial del 5,7%. Pero tanto el primer guarismo como el porcentaje ya no son lo que eran.
Las continuas ampliaciones de capital –dinerarias, canje de preferentes- han reducido su participación al 3,5%, pese a que ahora controla 12,2 millones de acciones más (+18%) que en 2010, cuando tenía ese 5,7%. Además, Sabadell tiene al menos pendiente el canje de las preferentes de CAM, 101,8 millones de euros de sus preferentes y cerca de 1.000 millones en bonos convertibles, que vencen en 2013. Por tanto, más dilución.
Andic pierde unos 400 millones en su inversión, ya que la acción Sabadell ha caído un 81,6% desde máximos. Quizá por ello prefirió acudir de forma parcial a la reciente ampliación de capital de Sabadell. El empresario turco suscribió algo más de 11 millones de acciones a 1,32 euros, cuando le correspondían por su peso cerca de 30 millones.
José Manuel Lara, consejero y dueño de Grupo Planeta, invirtió unos 500 millones para alcanzar un 5,25% de la entidad en 2008. Lara compró en máximos y, según distintos medios, con deuda. Esta participación vale ahora 110 millones, mientras que la continua emisión de papel ha reducido al 3,8% su participación. Si no acudió a la ampliación –no ha comunicado nada al respecto- ésta sería del 2,8%. Por tanto, menos de la mitad que hace cuatro años, con pérdidas de 400 millones y con mucho menos dividendo.
En la cara opuesta aparece La Caixa, que vendió en diciembre de 2006 su 13% en Sabadell a 9 euros por acción (ahora cotiza en 1,7). Entre los compradores están el propio Andic, Lara y la sociedad Famol, participada por José Oliu, Joaquin Folch-Rusiñol -presidente de Industrias Titán-, Lara y Andic. Este vehículo, creado para reforzar el núcleo duro, adquirió un 5% a La Caixa por 500 millones. Las pérdidas son más que notables. Enrique Bañuelos (Astroc) también salió airoso tras vender un 5% en mayo de 2007 a más de 8 euros por acción.
A cambio de la caída en Bolsa y la dilución de sus socios, el banco se ha hecho mayor en la crisis con las compras de Guipuzcoano y CAM, ésta última con multimillonarias ayudas del Fondo de Garantía de Depósitos (FGD).
BANCO POPULAR, PRINCIPAL RIVAL DE SABADELL… EN TODO
Las reglas internacionales -Basilea III, EBA- exigen a la banca mucho más capital para soportar futuras pérdidas. Por ello, y por sus dificultades para financiarse, las entidades no prestan dinero a empresas y hogares. Este refuerzo de los ratios de capital, a su vez, ha provocado una fuerte dilución a los accionistas. Popular, por ejemplo, tenía 1.215 millones de acciones en 2008. Ahora, cuenta con 1.813 millones y aún le resta por canjear varias emisiones de preferentes y convertibles.
El valor se ha desplomado un 85% desde sus máximos en 16,03 euros de 2007. Entre medias, Ram Bhavnani, inversor de bancos que se fue con una fortuna de Bankinter, se llevó un golpe de aúpa. Compró a 10,5 euros y vendió a unos 6. ¿Mal negocio? Seguro, pero Popular cuesta ahora en Bolsa 2,3 euros, en línea con los precios objetivos que le atribuyen los analistas.
Américo Ferreira de Amorim (Mozelos, 1934) se hizo con un 4,5% de Popular a cambio de vender en 2003 el banco portugués BNC a la entidad que preside Ángel Ron por 390 millones. En 2008, alcanzó el 7,79% del capital, 94,7 millones de títulos, valorado en ese momento en 1.200 millones de euros. Esta participación, que tras las sucesivas ampliaciones se ha transformado en un 5,2%, cuesta ahora en Bolsa 220 millones de euros.
El consejero, conocido como el “Rey del Corcho” por su estrecha relación con este sector económico y primera fortuna de Portugal, realizó casi todas sus compras entre 2004 y 2007. Llegó a insinuar que tenía planes para alcanzar un 10% de Popular, pero en lugar de ello ha realizado varias operaciones de préstamo de títulos –a inversores que apuestan a la baja, se entiende- para obtener algún rendimiento de sus acciones.
Esta depresión bursátil también hace mella en el patrimonio de Allianz, aseguradora que hace bien poco se hizo con una participación mayoritaria en el negocio de fondos y seguros de Popular. La alemana, a diferencia de Amorim, ha incrementado el número de acciones en cartera, de 107 millones de 2005 a 128,5 millones, aunque su porcentaje ha menguado del 8,8 al 7,08%. En 2008, tenía el 9,4% del capital con menos acciones que ahora.
No solo los históricos pierden. El accionariado de Banco Popular ha dado un vuelco considerable con la entrada de la Fundación Pedro Barrié de la Maza, que controla el 8,2% tras venderle su participación mayoritaria en Banco Pastor, y el pacto con el francés Credit Mutuel, que tiene un 5% de Popular y es socio en un banco a medias, Targo Bank.
La sociedad gallega entró a un precio de 3,5 euros, lo que quiere decir que acumula pérdidas latentes de 180 millones de euros. Credit Mutuel compró sus títulos de renta variable a 4,3 euros –un 3% en una ampliación de capital y el otro 2% restante de la autocartera- frente a los 2,3 euros a los que cotiza en este momento, lo que implica una minusvalía latente cercana a los 150 millones de euros.
EMILIO BOTÍN III, DUEÑO DE SANTANDER, PERO MENOS
Santander, primer banco español por activos, inició en 2007 una frenética carrera de compras en todo el mundo a golpe de ampliaciones de capital. Banco Real, A&L, B&B, Sovereign, etcétera. Para abordar estas operaciones y cumplir con las nuevas reglas de Basilea, la entidad ha incrementado desde 2006 su número de acciones de 6.254 a 9.076 millones. Un incremento que ha diluido con fuerza a sus accionistas, entre ellos Botín.
Emilio Botín, el tercero de la saga bancaria con más empaque del país, controla el banco con 78 años de edad. Nada invita a pensar que su jubilación esté a la vuelta de la esquina, aunque algunas voces ponen en tela de juicio una agresiva gestión de pago de dividendos y ampliaciones de capital (canje de preferentes, dinerarias, bonos convertibles,…).
Ahora bien, de los últimos once dividendos, Santander ha pagado seis en acciones, y tiene previsto seguir haciéndolo para guardar capital. Lo curioso es que Botín solo haya percibido el primero en títulos, mientras que el resto lo ha hecho en “cash”. La familia Botín tiene ahora 160,15 millones de títulos de Santander, el 1,79% del capital. Hace cinco años, controlaba el 2,23% con solo 139,7 millones de acciones. Desde máximos, la acción ha caído un 70% y la fortuna de Botín ha menguado en 1.300 millones.
JOVÉ COMPRÓ BBVA A 18 EUROS Y AHORA VALE 5
Asegura que su inversión no está comprometida, que la caída del valor no le repercute en su patrimonio. Pero Manuel Jové, ex presidente de Fadesa, se hizo en junio de 2007 con el 5% de BBVA por 3.400 millones de euros, a un precio medio de 18 euros. Su participación vale ahora 1.230 millones, con la acción a 5 euros, pese a que el empresario ha adquirido desde esa fecha 84,7 millones de títulos para mantener ese 5%.
La entidad que preside Francisco González también ha sido muy agresiva desde el punto de vista del capital, ya que tras varias ampliaciones (una de ellas para adquirir el banco turco Garanti), canje de preferentes, convertibles y el pago de dividendos en acciones, el número de títulos en el que se divide el capital del banco ha aumentado de 3.746 millones a más de 5.000 millones. Esto, unido a la menor obtención de beneficios, ha menoscabado el cobro de dividendos de los accionistas.
CREDIT AGRICOLE, ATRAPADO EN BANKINTER
Bankinter superó los 14 euros por acción a finales de 2007, en plena entrada de Credit Agricole en el accionariado. Su escasa exposición al promotor ha sido insuficiente para frenar una sangría bursátil que le ha llevado a valer en Bolsa unos 3 euros. Tampoco sirvió de mucho la más cosmética que real lucha accionarial entre el banco francés y Jaime Botín, hermano de Emilio. Ambos tienen cerca del 25% de la entidad.
Credit Agricole realizó un saneamiento en el cuarto trimestre del año pasado de 617 millones para llevar su participación a precios de mercado (4 euros), ya que compró los títulos a una media de 11 euros. La familia asturiana Masaveu, que desde 1995 tiene el 5,6% de la entidad, nunca ha visto caer tanto su patrimonio en Bankinter, mientras que los Botín, que afloró un 8% del capital de la entidad que estaba oculto a Hacienda en Suiza, pierden unos 35 millones de euros tras canjear unos convertibles en acciones.
Fuente: http://www.invertia.com/noticias/articulo-final.asp?idNoticia=2691697&STAMP=Fri,04May201217:10:36GMT
Botín, Lara, Andic o Amorim. Millonarios, pero cada vez menos. El patrimonio de los que mueven los hilos de la economía desde los consejos de la banca ha menguado hasta un 80% con la crisis. Además, su presencia accionarial decae sin freno por las continuas ampliaciones de capital de unas entidades que despiertan desconfianza entre el inversor.
Alberto Cañabate / www.invertia.com
Viernes, 4 de Mayo de 2012 - 12:33 h.
Los banqueros pierden con la crisis
Primero fueron las fusiones entre las cajas de ahorros, muchas un auténtico fracaso por la injerencia de los políticos y el profundo deterioro económico. Después vinieron las salidas a Bolsa de algunas de ellas tras imponer el Gobierno unos requisitos de capital más severos, operaciones que ha empobrecido a los clientes de estas entidades en lugar de calmar al mercado. Ahora, los bancos están en proceso de sanear sus activos tóxicos.
La última medida que planea el Ejecutivo pasa por que la banca separe en sociedades independientes sus activos inmobiliarios, correctamente valorados, aunque se desconoce si habrá inversores dispuestos a arriesgar su dinero en estas operaciones. Lo que resulta evidente –esta semana lo corroboró el propio presidente del BCE- es que la banca sigue siendo un problema. Para perjuicio de sus accionistas, también de aquellos que mandan.
Son hombres –ninguna mujer tiene un peso reseñable en el accionariado de ninguna entidad financiera - ricos, pero más pobres que hace unos pocos años, cuando la Bolsa convertía en oro incluso aquellos negocios que debajo de unos balances “inmaculados” escondían grandes riesgos. Algunas de estas grandes fortunas apostaron grandes sumas de dinero en los momentos del desenfreno. Ahora, sus inversiones valen mucho menos.
Es el caso de los primeros espadas de Banco Sabadell, entidad que en un lustro ha casi duplicado su número de acciones, de 1.220 a 2.296 millones. Además, ha recortado su beneficio de los 782 millones de euros cosechados en 2007 a los 232 millones del año pasado. Es decir, una caída del 70% de un beneficio que se reparte entre muchos más títulos. El dividendo, mucho menor, se reparte a su vez entre más “bocas”.
Isak Andic, dueño de la cadena de ropa Mango, entró a finales de 2005 en el consejo de la entidad que preside José Oliu. Un empresario de postín que accedía al consejo de una gran entidad financiera. Qué mejor atalaya para tener de primera mano la información sin filtros. En poco tiempo y tras invertir 540 millones amasó un paquete accionarial del 5,7%. Pero tanto el primer guarismo como el porcentaje ya no son lo que eran.
Las continuas ampliaciones de capital –dinerarias, canje de preferentes- han reducido su participación al 3,5%, pese a que ahora controla 12,2 millones de acciones más (+18%) que en 2010, cuando tenía ese 5,7%. Además, Sabadell tiene al menos pendiente el canje de las preferentes de CAM, 101,8 millones de euros de sus preferentes y cerca de 1.000 millones en bonos convertibles, que vencen en 2013. Por tanto, más dilución.
Andic pierde unos 400 millones en su inversión, ya que la acción Sabadell ha caído un 81,6% desde máximos. Quizá por ello prefirió acudir de forma parcial a la reciente ampliación de capital de Sabadell. El empresario turco suscribió algo más de 11 millones de acciones a 1,32 euros, cuando le correspondían por su peso cerca de 30 millones.
José Manuel Lara, consejero y dueño de Grupo Planeta, invirtió unos 500 millones para alcanzar un 5,25% de la entidad en 2008. Lara compró en máximos y, según distintos medios, con deuda. Esta participación vale ahora 110 millones, mientras que la continua emisión de papel ha reducido al 3,8% su participación. Si no acudió a la ampliación –no ha comunicado nada al respecto- ésta sería del 2,8%. Por tanto, menos de la mitad que hace cuatro años, con pérdidas de 400 millones y con mucho menos dividendo.
En la cara opuesta aparece La Caixa, que vendió en diciembre de 2006 su 13% en Sabadell a 9 euros por acción (ahora cotiza en 1,7). Entre los compradores están el propio Andic, Lara y la sociedad Famol, participada por José Oliu, Joaquin Folch-Rusiñol -presidente de Industrias Titán-, Lara y Andic. Este vehículo, creado para reforzar el núcleo duro, adquirió un 5% a La Caixa por 500 millones. Las pérdidas son más que notables. Enrique Bañuelos (Astroc) también salió airoso tras vender un 5% en mayo de 2007 a más de 8 euros por acción.
A cambio de la caída en Bolsa y la dilución de sus socios, el banco se ha hecho mayor en la crisis con las compras de Guipuzcoano y CAM, ésta última con multimillonarias ayudas del Fondo de Garantía de Depósitos (FGD).
BANCO POPULAR, PRINCIPAL RIVAL DE SABADELL… EN TODO
Las reglas internacionales -Basilea III, EBA- exigen a la banca mucho más capital para soportar futuras pérdidas. Por ello, y por sus dificultades para financiarse, las entidades no prestan dinero a empresas y hogares. Este refuerzo de los ratios de capital, a su vez, ha provocado una fuerte dilución a los accionistas. Popular, por ejemplo, tenía 1.215 millones de acciones en 2008. Ahora, cuenta con 1.813 millones y aún le resta por canjear varias emisiones de preferentes y convertibles.
El valor se ha desplomado un 85% desde sus máximos en 16,03 euros de 2007. Entre medias, Ram Bhavnani, inversor de bancos que se fue con una fortuna de Bankinter, se llevó un golpe de aúpa. Compró a 10,5 euros y vendió a unos 6. ¿Mal negocio? Seguro, pero Popular cuesta ahora en Bolsa 2,3 euros, en línea con los precios objetivos que le atribuyen los analistas.
Américo Ferreira de Amorim (Mozelos, 1934) se hizo con un 4,5% de Popular a cambio de vender en 2003 el banco portugués BNC a la entidad que preside Ángel Ron por 390 millones. En 2008, alcanzó el 7,79% del capital, 94,7 millones de títulos, valorado en ese momento en 1.200 millones de euros. Esta participación, que tras las sucesivas ampliaciones se ha transformado en un 5,2%, cuesta ahora en Bolsa 220 millones de euros.
El consejero, conocido como el “Rey del Corcho” por su estrecha relación con este sector económico y primera fortuna de Portugal, realizó casi todas sus compras entre 2004 y 2007. Llegó a insinuar que tenía planes para alcanzar un 10% de Popular, pero en lugar de ello ha realizado varias operaciones de préstamo de títulos –a inversores que apuestan a la baja, se entiende- para obtener algún rendimiento de sus acciones.
Esta depresión bursátil también hace mella en el patrimonio de Allianz, aseguradora que hace bien poco se hizo con una participación mayoritaria en el negocio de fondos y seguros de Popular. La alemana, a diferencia de Amorim, ha incrementado el número de acciones en cartera, de 107 millones de 2005 a 128,5 millones, aunque su porcentaje ha menguado del 8,8 al 7,08%. En 2008, tenía el 9,4% del capital con menos acciones que ahora.
No solo los históricos pierden. El accionariado de Banco Popular ha dado un vuelco considerable con la entrada de la Fundación Pedro Barrié de la Maza, que controla el 8,2% tras venderle su participación mayoritaria en Banco Pastor, y el pacto con el francés Credit Mutuel, que tiene un 5% de Popular y es socio en un banco a medias, Targo Bank.
La sociedad gallega entró a un precio de 3,5 euros, lo que quiere decir que acumula pérdidas latentes de 180 millones de euros. Credit Mutuel compró sus títulos de renta variable a 4,3 euros –un 3% en una ampliación de capital y el otro 2% restante de la autocartera- frente a los 2,3 euros a los que cotiza en este momento, lo que implica una minusvalía latente cercana a los 150 millones de euros.
EMILIO BOTÍN III, DUEÑO DE SANTANDER, PERO MENOS
Santander, primer banco español por activos, inició en 2007 una frenética carrera de compras en todo el mundo a golpe de ampliaciones de capital. Banco Real, A&L, B&B, Sovereign, etcétera. Para abordar estas operaciones y cumplir con las nuevas reglas de Basilea, la entidad ha incrementado desde 2006 su número de acciones de 6.254 a 9.076 millones. Un incremento que ha diluido con fuerza a sus accionistas, entre ellos Botín.
Emilio Botín, el tercero de la saga bancaria con más empaque del país, controla el banco con 78 años de edad. Nada invita a pensar que su jubilación esté a la vuelta de la esquina, aunque algunas voces ponen en tela de juicio una agresiva gestión de pago de dividendos y ampliaciones de capital (canje de preferentes, dinerarias, bonos convertibles,…).
Ahora bien, de los últimos once dividendos, Santander ha pagado seis en acciones, y tiene previsto seguir haciéndolo para guardar capital. Lo curioso es que Botín solo haya percibido el primero en títulos, mientras que el resto lo ha hecho en “cash”. La familia Botín tiene ahora 160,15 millones de títulos de Santander, el 1,79% del capital. Hace cinco años, controlaba el 2,23% con solo 139,7 millones de acciones. Desde máximos, la acción ha caído un 70% y la fortuna de Botín ha menguado en 1.300 millones.
JOVÉ COMPRÓ BBVA A 18 EUROS Y AHORA VALE 5
Asegura que su inversión no está comprometida, que la caída del valor no le repercute en su patrimonio. Pero Manuel Jové, ex presidente de Fadesa, se hizo en junio de 2007 con el 5% de BBVA por 3.400 millones de euros, a un precio medio de 18 euros. Su participación vale ahora 1.230 millones, con la acción a 5 euros, pese a que el empresario ha adquirido desde esa fecha 84,7 millones de títulos para mantener ese 5%.
La entidad que preside Francisco González también ha sido muy agresiva desde el punto de vista del capital, ya que tras varias ampliaciones (una de ellas para adquirir el banco turco Garanti), canje de preferentes, convertibles y el pago de dividendos en acciones, el número de títulos en el que se divide el capital del banco ha aumentado de 3.746 millones a más de 5.000 millones. Esto, unido a la menor obtención de beneficios, ha menoscabado el cobro de dividendos de los accionistas.
CREDIT AGRICOLE, ATRAPADO EN BANKINTER
Bankinter superó los 14 euros por acción a finales de 2007, en plena entrada de Credit Agricole en el accionariado. Su escasa exposición al promotor ha sido insuficiente para frenar una sangría bursátil que le ha llevado a valer en Bolsa unos 3 euros. Tampoco sirvió de mucho la más cosmética que real lucha accionarial entre el banco francés y Jaime Botín, hermano de Emilio. Ambos tienen cerca del 25% de la entidad.
Credit Agricole realizó un saneamiento en el cuarto trimestre del año pasado de 617 millones para llevar su participación a precios de mercado (4 euros), ya que compró los títulos a una media de 11 euros. La familia asturiana Masaveu, que desde 1995 tiene el 5,6% de la entidad, nunca ha visto caer tanto su patrimonio en Bankinter, mientras que los Botín, que afloró un 8% del capital de la entidad que estaba oculto a Hacienda en Suiza, pierden unos 35 millones de euros tras canjear unos convertibles en acciones.
Fuente: http://www.invertia.com/noticias/articulo-final.asp?idNoticia=2691697&STAMP=Fri,04May201217:10:36GMT
Aarón RD- Invitado
El rey presumido, los (de)sastres financieros y el pueblo crédulo
EL TRAJE DEL EMPERADOR
Había una vez un hombre que desde pequeño conocía su destino. Lo tenía tan escrito en la frente como ese niño de pies descalzos tiene en la suya la sentencia “moriré pobre”. La piel de aquel hombre llevaba grabada la frase “Rey, por la gracia de Dios”.
Rey y Dios. Dos caras en la misma moneda con que los súbditos buscaban la vida o la perdían. Era la moneda que pagaba pan y ejército, sangre y gloria. La moneda que corría de unas manos hacia otras y terminaba habitualmente en las mismas. La moneda con que el rey compraba sus trajes.
No regaba el huerto que abastecía su cocina. No daba de comer al ganado cuyo olor de carne asada le resultaba tan familiar. No arrancaba a la tierra, con el sudor agrietado de las manos, el carbón que calentaba su palacio, ni las rocas convertidas en muros infranqueables. Pero, al menos, vestía con gracia real y soberana elegancia.
Siendo niño, una mañana de invierno, al observar a los súbditos semidesnudos soportando con resignación las puñaladas del frío, preguntó a su madre: “¿Por qué ellos no tienen ropas como las mías?”. Ella sonrió compartiendo una mirada cómplice con su marido. Había llegado el momento. El niño estaba ya preparado para conocer la respuesta. “Querido, ellos no ven lo que pasa”. Incrédulo, buscó en las cuencas de los rostros y encontró ojos colocados en sus sitios. Ojos como los de su padre y su madre. Sin embargo estaban ciegos. “¡Ah! Ahora entiendo... si ellos vieran...”.
Transcurrieron treinta años desde aquel episodio. El niño se había convertido en el soberano. Aunque olvidó la pregunta y su respuesta, ambas circulaban por su sangre como lo hace el oxígeno. Tal vez por eso se aferraba a las ropas. “Son mis trajes, lo que me distingue de todo cuanto me rodea, lo que señala al ignorante quién soy yo, lo que ocupa la vista de quien mira... Sí, soy mis trajes”.
Quien fuera ungido rey por la gracia de Dios, saludaba cada día con una indumentaria distinta. Pasaba largo tiempo con los sastres de la corte, debatiendo sobre estilos, tendencias, apariencias, combinaciones, diseños, proyectos... hasta llegar al momento más esperado de cada jornada: probarse un traje nuevo. La ropa lo era todo. Eso lo aprendió también de sus padres. “Querido, vístete de forma deslumbrante, asombra, inspira admiración y, si ello no fuera suficiente, miedo. La gente debe hablar de cómo vistes y no de qué haces, de lo que jamás llevas puesto y no de lo nunca llevarás a cabo. No es difícil, querido. Déjate llevar, pues unos y otros sabemos la canción desde la cuna y la cantamos sin pensarlo”. Sin embargo, a sus cuarenta años de edad, el rey se sentía cada vez más hastiado. Si vivieran sus padres les preguntaría de nuevo. Tal vez ellos supieran qué le estaba pasando. ¿Cómo seguir deslumbrando? ¿Tal vez se volvería ciego también? ¿Tal vez se habían agotado todas las posibilidades en el reino?
Sumido en estas reflexiones, uno de los consejeros se le acercó sensiblemente afectado. “Su Excelentísimo Señor Rey Magnífico, su Eminencia Sobresaliente, su Infinita Gracia Divina, su Majestad” “¿Sí?” “Esperan en la Sala Regia de las Puertas Derrumbadas por la Dignidad, dos sastres prodigiosos, llegados de un país lejano y, según sus propias palabras, portadores de una buena nueva”. El rey quedó conmocionado. En efecto, la gracia de Dios le acompañaba. Justo en el momento en que la insoportable predecibilidad comenzaba a asfixiarle, aparecían como por milagro dos magos del diseño.
Los hizo pasar. Su apariencia normal le defraudó. A simple vista parecían tan ciegos como el resto. Sin embargo, un extraño brillo parecía rodearles de algún modo. Los sastres fueron prolijos en halagos y lisonjas hacia el rey. No obstante, cuando llevaban ya muchos minutos hablando, comenzaron a realizar alusiones negativas a los trajes actuales del soberano. Sin darse cuenta, el Excelentísimo sentía a cada momento mayor repulsión por sus ropas y, paralelamente, mayor inquietud por lo que podrían ofrecerle aquellos maestros de la aguja. Y así llegó el momento en que los visitantes realizaron su propuesta: “Su Majestad, tenemos con nosotros la tela más bella jamás confeccionada, con los patrones y las herramientas más perfectas. Todo ello venimos a ofrecerle, para dar forma a un traje tan hermoso, elegante y espectacular que será sin lugar a dudas propio de Su Majestad”. El rey estaba tan asombrado que no supo qué decir. Imaginó a los súbditos mirándole desde lejos y exclamando “¡Oh! ¡Qué gran soberano! ¡Es el mejor de cuantos reyes podríamos imaginar! ¡Observad cómo viste!”.
“No obstante, Majestad, tal vez no deseéis que llevemos a cabo el trabajo”. ¿Por qué decían eso? ¿Cómo no iba a desearlo? En su mente y su corazón no existía en aquellos momentos idea más fija que la de verse cubierto con semejante maravilla. Interpretando correctamente la turbación que expresaba el rostro del soberano, los sastres continuaron. “Esta tela sin par que traemos en primicia no puede ser disfrutada por gente estúpida. Vos la apreciareis. Seguro también que lo hará vuestra excelsa Corte. Pero es posible que algunas personas, desprovistas de la inteligencia suficiente, no vean siquiera la propia tela, como si fuera invisible. En su proceso de fabricación, llevado a cabo por sabios orientales con el cabello de un animal sagrado, se adquieren propiedades de una belleza insuperable, pero a costa de exigir al ojo que mira un mínimo de inteligencia. Así, por ejemplo, las bestias salvajes no pueden apreciarla. Ocurre también que no existe en nuestro mundo conocido tela más costosa, al alcance únicamente de quienes poseen las mayores riquezas, en manos de contados mercaderes y gobernantes”. El rey guardó silencio.
Pensó en que él podría ser uno de los pocos, si no el único, que llegara a lucir un traje tan hermoso como relataban aquellos visitantes. Su fama se extendería más allá del reino. ¿El coste? ¿Por qué pensar en el coste? ¿Para qué acuñar tantas monedas de oro si no es para fines tan justificados como ese? ¿Para qué trabajan los súbditos si no es por la ilusión de encontrarse bajo la tutela del mejor de los reyes? ¡Ah! ¡Qué oportunidad irrepetible! Pero... ¡No se ve por la estupidez! ¿Podría no verlo él mismo? ¡Qué tontería! ¡Pensar en un rey tan estúpido como las bestias salvajes! Las ropas que vestía demostraban sin lugar a dudas lo lejos que se encontraba de esos seres cuya existencia tiene el único fin de servir para alimento. Pero ¿y si algunos súbditos, ciegos como son ante la esencia del teatro que se ejecutaba desde hacía siglos, no vieran la tela? ¡Va! ¡Y a quién importa! ¿Sufría acaso al ordenar una cena compuesta por cien gallos y cincuenta corderos? ¿Quién ha de molestarse por las bestias?
“¡Adelante! Comenzad inmediatamente. Os encargo el mejor de los trajes que hayáis de confeccionar en vuestra vida. No os preguntaré por el coste. El rey, sencillamente, paga”. Con una amplia sonrisa de satisfacción, solo superada por la inclinación de sus espaldas, los visitantes se retiraron.
A la mañana siguiente, el rey ordenó que acomodaran una sala amplia y alumbrada para los sastres, satisfaciendo cuantas necesidades tuvieran, de modo tal que no pudieran quejarse en ningún momento ni respecto a nada. Así ocurrió. Y al siguiente día, juzgando un plazo suficiente, un consejero visitó, por mandato soberano, la sala. Su encargo era inspeccionar la tela.
El consejero entró con aires de suficiencia, dirigiéndose hacia el telar, en donde los dos especialistas ejecutaban su trabajo con amplios y ágiles movimientos. Al llegar a la altura del aparato, el consejero se asustó. Su corazón latía con rapidez y notó un escalofrío desagradable. ¡No veía la tela! ¿Sería un estúpido? Recordó las palabras que tanto escuchó de pequeño, “Niño, pareces tonto”. En efecto lo era. ¡Qué descubrimiento tan cruel! Aún así, mantenía la inteligencia suficiente como para guardar las apariencias. Nadie debía enterarse de ello. Su puesto peligraba. El linaje del que procedía e innumerables halagos emitidos a lo largo de los años le mantenían en el cargo. Una sombra de duda, una voz indebidamente quebrada, un temblor inoportuno en los labios y sería delatado. Con gran aplomo exclamó “¡Por Dios! ¡Qué maravilla!”. Los sastres sonrieron con una visible satisfacción, como si descansaran de un temor previo. Acompañaron al consejero con calificativos de grandiosidad por la obra que estaban iniciando, describiendo profusamente los detalles del diseño, los trazos oportunos, el contraste perfecto de colores y cuantos matices habían ensayado previamente con precisión. Hicieron que el enviado del rey pasara sus manos por una superficie imaginaria, resaltando la extrema ligereza de una tela cuya delicada textura parecía flotar en el aire. El consejero volvió hasta su rey, se postró de rodillas y dijo con ojos gachos “Jamás, mi soberano, he visto cosa de igual belleza. Sin lugar a dudas, vais a deslumbrar de un modo insuperable”.
Las semanas siguientes parecían interminables. El rey soñaba con el traje, tanto dormido como despierto. Cada mañana enviaba a un consejero diferente con una nueva bolsa de monedas de Rey y Dios, con el cometido de observar el avance del trabajo. Cada mañana, el consejero de turno, sometido a una presión que se acrecentaba cuantos más días e inspecciones pasaban, llegaba de vuelta con los calificativos más excelsos y exaltados que podían utilizar. “¡Oh, Alteza! Sin lugar a dudas, nuestro pueblo se merece este esfuerzo por vuestra parte”. El teatro ejecutaba un guión que nadie había escrito en sus detalles, pero que se ejecutaba a la perfección gracias al temor de todos los actores por quedar señalado.
Por fin llegó el día.
Tras guardar en su baúl la última bolsa con monedas de oro, los sastres prepararon el equipaje para partir y esperaron al soberano en la sala que fue su hogar durante casi tres meses. El rey entró. El corazón le latía con tal fuerza que llegó a creer que no podría escuchar nada más que el ensordecedor movimiento de su pecho. Buscó el traje con la mirada, manteniendo una forzada compostura. Los sastres se acercaron hasta una distancia prudencial. Se inclinaron como el primer día y señalaron ambos hacia la misma dirección. Las líneas imaginarias que construían sus brazos extendidos terminaban en un maniquí vacío que ocupaba el centro del espacio. ¡No había nada en él! “¡Dios mío! ¡Soy una bestia salvaje! ¡No veo el traje que con tanta precisión han descrito mis consejeros! ¿Puede que sea yo el único estúpido de mi reino? ¡Ah! ¡Qué desdicha! He esperado semanas para descubrir lo que me hubiera gustado no saber nunca. Casi he vaciado las arcas de mi palacio para que dos extranjeros escupan en mi regia cara la sentencia de idiota. ¿Qué hacer?”
Con voz tan regia como su postura, vocalizó conscientemente cada una de sus palabras. “Por primera vez desde que comencé mi cometido divino he quedado sin palabras. No dudéis que vuestra obra será conocida y que aún habré de recompensar con más oro un trabajo que no puede pagarse debidamente en esta vida”. Los sastres ayudaron al rey a vestirse. En cada movimiento, exclamaban maravillados por la destreza del soberano a la hora de ocupar el interior de aquella obra de arte. “Meted la mano por aquí, Majestad... así es. ¡Oh! ¡Cuánta soltura tenéis al introduciros en un traje tan etéreo y delicado como el que ya vestís! ¡Oh! ¡El resultado en vuestro excelsa silueta es mucho mejor del que imaginamos al diseñarlo!” Y así continuaron durante largo rato, hasta que el rey, tan desnudo como uno de los pollos antes de ser posado sobre la mesa del almuerzo, abandonó la sala camino de sus aposentos. Le esperaba el pequeño príncipe para acompañarlo en el paseo real. Tan rápido el rey abandonó la sala, los sastres montaron en su carruaje y partieron.
El padre se acercó al hijo destinado a ocupar el trono en un futuro que esperaba todavía lejano. Como un buen aprendiz, el pequeño contaba ya con un vestuario que ocupaba varias habitaciones. Se acercó a su padre, con los ojos muy abiertos, sin entender muy bien qué estaba pasando. El rey lo cogió en los brazos y lo abrazó. “¿Te gusta el nuevo traje de papá?” “Papaíto, no veo ningún traje... ¿Ya estás vestido papaíto?”
¡Oh! ¡No! El niño también era tonto. ¡Su propio hijo, un ser estúpido! ¿Qué hacer? El funesto día caía con todo el peso sobre sus espaldas. Ya le importaba poco su propia insuficiencia. La inteligencia deficiente del heredero de la corona constituía la peor de las constataciones. ¿Qué dirían sus padres? ¿Fueron también estúpidos como él y su propio hijo? ¿Qué diría la reina? ¿Por qué permanece recluida en ese convento, ahora que la necesita tanto? ¿Será también tonta como le parece ahora que lo son todos los miembros de la familia? ¿En eso consiste casarse entre la propia realeza? ¿Habrá un solo soberano en toda Europa capaz de ver la tela? ¡Un momento! ¡No hay nada de lo que preocuparse! “¡Yo he sido estúpido toda mi vida y tal circunstancia no ha entorpecido mi divina labor! ¡Él podrá hacer lo mismo! Basta con dejarse llevar. Todo el mundo sabe cuál es el papel que ha de realizar. Si ellos vieran...”
Sonríe. El príncipe debe tener confianza. Todo es confianza. “¡Ay, mi niño! Tú no digas nada. Pase lo que pase hoy, no abras la boca. Ya lo comprenderás cuando seas mayor”.
Padre e hijo abandonaron la estancia.
El pueblo esperaba el acontecimiento con gran ilusión.
La noticia de la llegada de los sastres milagrosos y de las propiedades de la tela había corrido por todo el reino casi desde el inicio del proceso. Jamás tanta gente se había agolpado por las calles principales que rodeaban el palacio.
El rey caminó con soltura, decisión y la frente alta.
El síndrome del consejero campeaba por la multitud. Nadie quería confesar públicamente su estupidez. Nadie. O tal vez sí. Una niña en primera fila dio un chillido gracioso. Se reía al tiempo que se tapaba la boca. No pudo evitar un grito sonoro “¡El Rey está desnudo!”. Un murmullo recorrió la calle. “¿Es posible que también el pueblo sea estúpido? Si lo es el pueblo y también la realeza, ¿quién queda?” El principal del reino miró a sus consejeros. Todos evitaban la mirada. Algo no cuadraba. “¡Sí! ¡El rey está desnudo!” O tal vez cuadraba todo. Pasaron por su memoria los rostros de los sastres, las expresiones de la Corte, las palabras de su hijo y las de aquella niña. Aquella niña...
“En efecto, no he visto la tela porque soy estúpido. Esa niña es... Esa niña es lo que yo hubiera deseado ser. Libre. Valiente. ¡Dios mío! ¡Déjame salir de esta moneda!”
No tenemos más constancia del resto de la historia. ¡Hay tantas formas para terminar el relato! Aunque Colorín Colorado, este cuento se ha terminado.
O, tal vez, no ha hecho otra cosa que comenzar.
¿Y tú? ¿Ves la tela?
Carlos Taibo, “Prólogo”, en Concepción Cruz, Cristina Ibáñez y Susana Moreno (coords.), El traje del emperador. 13 propuestas para desnudar el poder, Ed. Atrapasueños, Sevilla, 2012, pp. 7-10 (El libro se encuentra en el archivo adjunto).
Nota mía:
El Dinero es una creencia. Existe porque funciona colectivamente. De ahí la importancia de reducir otras creencias socialmente estructuradoras al ámbito de lo privado. No se puede servir a dos señores, a no ser que uno esté sometido al otro.
Había una vez un hombre que desde pequeño conocía su destino. Lo tenía tan escrito en la frente como ese niño de pies descalzos tiene en la suya la sentencia “moriré pobre”. La piel de aquel hombre llevaba grabada la frase “Rey, por la gracia de Dios”.
Rey y Dios. Dos caras en la misma moneda con que los súbditos buscaban la vida o la perdían. Era la moneda que pagaba pan y ejército, sangre y gloria. La moneda que corría de unas manos hacia otras y terminaba habitualmente en las mismas. La moneda con que el rey compraba sus trajes.
No regaba el huerto que abastecía su cocina. No daba de comer al ganado cuyo olor de carne asada le resultaba tan familiar. No arrancaba a la tierra, con el sudor agrietado de las manos, el carbón que calentaba su palacio, ni las rocas convertidas en muros infranqueables. Pero, al menos, vestía con gracia real y soberana elegancia.
Siendo niño, una mañana de invierno, al observar a los súbditos semidesnudos soportando con resignación las puñaladas del frío, preguntó a su madre: “¿Por qué ellos no tienen ropas como las mías?”. Ella sonrió compartiendo una mirada cómplice con su marido. Había llegado el momento. El niño estaba ya preparado para conocer la respuesta. “Querido, ellos no ven lo que pasa”. Incrédulo, buscó en las cuencas de los rostros y encontró ojos colocados en sus sitios. Ojos como los de su padre y su madre. Sin embargo estaban ciegos. “¡Ah! Ahora entiendo... si ellos vieran...”.
Transcurrieron treinta años desde aquel episodio. El niño se había convertido en el soberano. Aunque olvidó la pregunta y su respuesta, ambas circulaban por su sangre como lo hace el oxígeno. Tal vez por eso se aferraba a las ropas. “Son mis trajes, lo que me distingue de todo cuanto me rodea, lo que señala al ignorante quién soy yo, lo que ocupa la vista de quien mira... Sí, soy mis trajes”.
Quien fuera ungido rey por la gracia de Dios, saludaba cada día con una indumentaria distinta. Pasaba largo tiempo con los sastres de la corte, debatiendo sobre estilos, tendencias, apariencias, combinaciones, diseños, proyectos... hasta llegar al momento más esperado de cada jornada: probarse un traje nuevo. La ropa lo era todo. Eso lo aprendió también de sus padres. “Querido, vístete de forma deslumbrante, asombra, inspira admiración y, si ello no fuera suficiente, miedo. La gente debe hablar de cómo vistes y no de qué haces, de lo que jamás llevas puesto y no de lo nunca llevarás a cabo. No es difícil, querido. Déjate llevar, pues unos y otros sabemos la canción desde la cuna y la cantamos sin pensarlo”. Sin embargo, a sus cuarenta años de edad, el rey se sentía cada vez más hastiado. Si vivieran sus padres les preguntaría de nuevo. Tal vez ellos supieran qué le estaba pasando. ¿Cómo seguir deslumbrando? ¿Tal vez se volvería ciego también? ¿Tal vez se habían agotado todas las posibilidades en el reino?
Sumido en estas reflexiones, uno de los consejeros se le acercó sensiblemente afectado. “Su Excelentísimo Señor Rey Magnífico, su Eminencia Sobresaliente, su Infinita Gracia Divina, su Majestad” “¿Sí?” “Esperan en la Sala Regia de las Puertas Derrumbadas por la Dignidad, dos sastres prodigiosos, llegados de un país lejano y, según sus propias palabras, portadores de una buena nueva”. El rey quedó conmocionado. En efecto, la gracia de Dios le acompañaba. Justo en el momento en que la insoportable predecibilidad comenzaba a asfixiarle, aparecían como por milagro dos magos del diseño.
Los hizo pasar. Su apariencia normal le defraudó. A simple vista parecían tan ciegos como el resto. Sin embargo, un extraño brillo parecía rodearles de algún modo. Los sastres fueron prolijos en halagos y lisonjas hacia el rey. No obstante, cuando llevaban ya muchos minutos hablando, comenzaron a realizar alusiones negativas a los trajes actuales del soberano. Sin darse cuenta, el Excelentísimo sentía a cada momento mayor repulsión por sus ropas y, paralelamente, mayor inquietud por lo que podrían ofrecerle aquellos maestros de la aguja. Y así llegó el momento en que los visitantes realizaron su propuesta: “Su Majestad, tenemos con nosotros la tela más bella jamás confeccionada, con los patrones y las herramientas más perfectas. Todo ello venimos a ofrecerle, para dar forma a un traje tan hermoso, elegante y espectacular que será sin lugar a dudas propio de Su Majestad”. El rey estaba tan asombrado que no supo qué decir. Imaginó a los súbditos mirándole desde lejos y exclamando “¡Oh! ¡Qué gran soberano! ¡Es el mejor de cuantos reyes podríamos imaginar! ¡Observad cómo viste!”.
“No obstante, Majestad, tal vez no deseéis que llevemos a cabo el trabajo”. ¿Por qué decían eso? ¿Cómo no iba a desearlo? En su mente y su corazón no existía en aquellos momentos idea más fija que la de verse cubierto con semejante maravilla. Interpretando correctamente la turbación que expresaba el rostro del soberano, los sastres continuaron. “Esta tela sin par que traemos en primicia no puede ser disfrutada por gente estúpida. Vos la apreciareis. Seguro también que lo hará vuestra excelsa Corte. Pero es posible que algunas personas, desprovistas de la inteligencia suficiente, no vean siquiera la propia tela, como si fuera invisible. En su proceso de fabricación, llevado a cabo por sabios orientales con el cabello de un animal sagrado, se adquieren propiedades de una belleza insuperable, pero a costa de exigir al ojo que mira un mínimo de inteligencia. Así, por ejemplo, las bestias salvajes no pueden apreciarla. Ocurre también que no existe en nuestro mundo conocido tela más costosa, al alcance únicamente de quienes poseen las mayores riquezas, en manos de contados mercaderes y gobernantes”. El rey guardó silencio.
Pensó en que él podría ser uno de los pocos, si no el único, que llegara a lucir un traje tan hermoso como relataban aquellos visitantes. Su fama se extendería más allá del reino. ¿El coste? ¿Por qué pensar en el coste? ¿Para qué acuñar tantas monedas de oro si no es para fines tan justificados como ese? ¿Para qué trabajan los súbditos si no es por la ilusión de encontrarse bajo la tutela del mejor de los reyes? ¡Ah! ¡Qué oportunidad irrepetible! Pero... ¡No se ve por la estupidez! ¿Podría no verlo él mismo? ¡Qué tontería! ¡Pensar en un rey tan estúpido como las bestias salvajes! Las ropas que vestía demostraban sin lugar a dudas lo lejos que se encontraba de esos seres cuya existencia tiene el único fin de servir para alimento. Pero ¿y si algunos súbditos, ciegos como son ante la esencia del teatro que se ejecutaba desde hacía siglos, no vieran la tela? ¡Va! ¡Y a quién importa! ¿Sufría acaso al ordenar una cena compuesta por cien gallos y cincuenta corderos? ¿Quién ha de molestarse por las bestias?
“¡Adelante! Comenzad inmediatamente. Os encargo el mejor de los trajes que hayáis de confeccionar en vuestra vida. No os preguntaré por el coste. El rey, sencillamente, paga”. Con una amplia sonrisa de satisfacción, solo superada por la inclinación de sus espaldas, los visitantes se retiraron.
A la mañana siguiente, el rey ordenó que acomodaran una sala amplia y alumbrada para los sastres, satisfaciendo cuantas necesidades tuvieran, de modo tal que no pudieran quejarse en ningún momento ni respecto a nada. Así ocurrió. Y al siguiente día, juzgando un plazo suficiente, un consejero visitó, por mandato soberano, la sala. Su encargo era inspeccionar la tela.
El consejero entró con aires de suficiencia, dirigiéndose hacia el telar, en donde los dos especialistas ejecutaban su trabajo con amplios y ágiles movimientos. Al llegar a la altura del aparato, el consejero se asustó. Su corazón latía con rapidez y notó un escalofrío desagradable. ¡No veía la tela! ¿Sería un estúpido? Recordó las palabras que tanto escuchó de pequeño, “Niño, pareces tonto”. En efecto lo era. ¡Qué descubrimiento tan cruel! Aún así, mantenía la inteligencia suficiente como para guardar las apariencias. Nadie debía enterarse de ello. Su puesto peligraba. El linaje del que procedía e innumerables halagos emitidos a lo largo de los años le mantenían en el cargo. Una sombra de duda, una voz indebidamente quebrada, un temblor inoportuno en los labios y sería delatado. Con gran aplomo exclamó “¡Por Dios! ¡Qué maravilla!”. Los sastres sonrieron con una visible satisfacción, como si descansaran de un temor previo. Acompañaron al consejero con calificativos de grandiosidad por la obra que estaban iniciando, describiendo profusamente los detalles del diseño, los trazos oportunos, el contraste perfecto de colores y cuantos matices habían ensayado previamente con precisión. Hicieron que el enviado del rey pasara sus manos por una superficie imaginaria, resaltando la extrema ligereza de una tela cuya delicada textura parecía flotar en el aire. El consejero volvió hasta su rey, se postró de rodillas y dijo con ojos gachos “Jamás, mi soberano, he visto cosa de igual belleza. Sin lugar a dudas, vais a deslumbrar de un modo insuperable”.
Las semanas siguientes parecían interminables. El rey soñaba con el traje, tanto dormido como despierto. Cada mañana enviaba a un consejero diferente con una nueva bolsa de monedas de Rey y Dios, con el cometido de observar el avance del trabajo. Cada mañana, el consejero de turno, sometido a una presión que se acrecentaba cuantos más días e inspecciones pasaban, llegaba de vuelta con los calificativos más excelsos y exaltados que podían utilizar. “¡Oh, Alteza! Sin lugar a dudas, nuestro pueblo se merece este esfuerzo por vuestra parte”. El teatro ejecutaba un guión que nadie había escrito en sus detalles, pero que se ejecutaba a la perfección gracias al temor de todos los actores por quedar señalado.
Por fin llegó el día.
Tras guardar en su baúl la última bolsa con monedas de oro, los sastres prepararon el equipaje para partir y esperaron al soberano en la sala que fue su hogar durante casi tres meses. El rey entró. El corazón le latía con tal fuerza que llegó a creer que no podría escuchar nada más que el ensordecedor movimiento de su pecho. Buscó el traje con la mirada, manteniendo una forzada compostura. Los sastres se acercaron hasta una distancia prudencial. Se inclinaron como el primer día y señalaron ambos hacia la misma dirección. Las líneas imaginarias que construían sus brazos extendidos terminaban en un maniquí vacío que ocupaba el centro del espacio. ¡No había nada en él! “¡Dios mío! ¡Soy una bestia salvaje! ¡No veo el traje que con tanta precisión han descrito mis consejeros! ¿Puede que sea yo el único estúpido de mi reino? ¡Ah! ¡Qué desdicha! He esperado semanas para descubrir lo que me hubiera gustado no saber nunca. Casi he vaciado las arcas de mi palacio para que dos extranjeros escupan en mi regia cara la sentencia de idiota. ¿Qué hacer?”
Con voz tan regia como su postura, vocalizó conscientemente cada una de sus palabras. “Por primera vez desde que comencé mi cometido divino he quedado sin palabras. No dudéis que vuestra obra será conocida y que aún habré de recompensar con más oro un trabajo que no puede pagarse debidamente en esta vida”. Los sastres ayudaron al rey a vestirse. En cada movimiento, exclamaban maravillados por la destreza del soberano a la hora de ocupar el interior de aquella obra de arte. “Meted la mano por aquí, Majestad... así es. ¡Oh! ¡Cuánta soltura tenéis al introduciros en un traje tan etéreo y delicado como el que ya vestís! ¡Oh! ¡El resultado en vuestro excelsa silueta es mucho mejor del que imaginamos al diseñarlo!” Y así continuaron durante largo rato, hasta que el rey, tan desnudo como uno de los pollos antes de ser posado sobre la mesa del almuerzo, abandonó la sala camino de sus aposentos. Le esperaba el pequeño príncipe para acompañarlo en el paseo real. Tan rápido el rey abandonó la sala, los sastres montaron en su carruaje y partieron.
El padre se acercó al hijo destinado a ocupar el trono en un futuro que esperaba todavía lejano. Como un buen aprendiz, el pequeño contaba ya con un vestuario que ocupaba varias habitaciones. Se acercó a su padre, con los ojos muy abiertos, sin entender muy bien qué estaba pasando. El rey lo cogió en los brazos y lo abrazó. “¿Te gusta el nuevo traje de papá?” “Papaíto, no veo ningún traje... ¿Ya estás vestido papaíto?”
¡Oh! ¡No! El niño también era tonto. ¡Su propio hijo, un ser estúpido! ¿Qué hacer? El funesto día caía con todo el peso sobre sus espaldas. Ya le importaba poco su propia insuficiencia. La inteligencia deficiente del heredero de la corona constituía la peor de las constataciones. ¿Qué dirían sus padres? ¿Fueron también estúpidos como él y su propio hijo? ¿Qué diría la reina? ¿Por qué permanece recluida en ese convento, ahora que la necesita tanto? ¿Será también tonta como le parece ahora que lo son todos los miembros de la familia? ¿En eso consiste casarse entre la propia realeza? ¿Habrá un solo soberano en toda Europa capaz de ver la tela? ¡Un momento! ¡No hay nada de lo que preocuparse! “¡Yo he sido estúpido toda mi vida y tal circunstancia no ha entorpecido mi divina labor! ¡Él podrá hacer lo mismo! Basta con dejarse llevar. Todo el mundo sabe cuál es el papel que ha de realizar. Si ellos vieran...”
Sonríe. El príncipe debe tener confianza. Todo es confianza. “¡Ay, mi niño! Tú no digas nada. Pase lo que pase hoy, no abras la boca. Ya lo comprenderás cuando seas mayor”.
Padre e hijo abandonaron la estancia.
El pueblo esperaba el acontecimiento con gran ilusión.
La noticia de la llegada de los sastres milagrosos y de las propiedades de la tela había corrido por todo el reino casi desde el inicio del proceso. Jamás tanta gente se había agolpado por las calles principales que rodeaban el palacio.
El rey caminó con soltura, decisión y la frente alta.
El síndrome del consejero campeaba por la multitud. Nadie quería confesar públicamente su estupidez. Nadie. O tal vez sí. Una niña en primera fila dio un chillido gracioso. Se reía al tiempo que se tapaba la boca. No pudo evitar un grito sonoro “¡El Rey está desnudo!”. Un murmullo recorrió la calle. “¿Es posible que también el pueblo sea estúpido? Si lo es el pueblo y también la realeza, ¿quién queda?” El principal del reino miró a sus consejeros. Todos evitaban la mirada. Algo no cuadraba. “¡Sí! ¡El rey está desnudo!” O tal vez cuadraba todo. Pasaron por su memoria los rostros de los sastres, las expresiones de la Corte, las palabras de su hijo y las de aquella niña. Aquella niña...
“En efecto, no he visto la tela porque soy estúpido. Esa niña es... Esa niña es lo que yo hubiera deseado ser. Libre. Valiente. ¡Dios mío! ¡Déjame salir de esta moneda!”
No tenemos más constancia del resto de la historia. ¡Hay tantas formas para terminar el relato! Aunque Colorín Colorado, este cuento se ha terminado.
O, tal vez, no ha hecho otra cosa que comenzar.
¿Y tú? ¿Ves la tela?
Carlos Taibo, “Prólogo”, en Concepción Cruz, Cristina Ibáñez y Susana Moreno (coords.), El traje del emperador. 13 propuestas para desnudar el poder, Ed. Atrapasueños, Sevilla, 2012, pp. 7-10 (El libro se encuentra en el archivo adjunto).
Nota mía:
El Dinero es una creencia. Existe porque funciona colectivamente. De ahí la importancia de reducir otras creencias socialmente estructuradoras al ámbito de lo privado. No se puede servir a dos señores, a no ser que uno esté sometido al otro.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Lección de historia: Quien hace el dinero es quien realmente manda
Aunque no te lo puedas creer y te parezca mentira, el dinero no existe si tú no te lo crees. Y sin embargo nos hacen creer que es todopoderoso (lo cual paradójicamente lo convierte en tal) y hace que los políticos de todo tipo (derechas-izquierdas, arriba-abajo) lo sirvan reverencialmente lo mismo que antes en Europa servían a la Iglesia, a la que los banqueros han sustituido y manipulan el mundo de la fe ahora. El dinero es eso, fiduciario (o sea pura fe que se mantiene a si misma en la nada. No nos lo queremos creer porque es muy difícil cambiar de creencias y nos resistimos a aceptar que vivimos engañados y que los medios de comunicación nos predican lo que no tiene fundamento. Tendemos a pensar que eso le pasa a los otros, pero no a nosotros, que estamos en posesión de la verdad. Sin embargo es muy fácil de entender si uno está dispuesto a admitir que es un pardillo al que están timando impunemente como antaño lo timaban con las reliquias de los santos, una pluma del arcángel San Gabriel o un huevo que procedería del Espíritu Santo. Te invito a que veas este vídeo colgado en Youtube que lo muestra de una manera muy simple, tanto como solemos serlo nosotros:
https://www.youtube.com/watch?v=KUCFFDQKlkg
El poder está en ti, en nosotros. Podemos cambiar de fe si nos esforzamos en ello, como posiblemente muchos (religiosos incluidos) hayan cambiado de fe desde que seguían la eclesial dando como más verdadera la bancaria.
https://www.youtube.com/watch?v=KUCFFDQKlkg
El poder está en ti, en nosotros. Podemos cambiar de fe si nos esforzamos en ello, como posiblemente muchos (religiosos incluidos) hayan cambiado de fe desde que seguían la eclesial dando como más verdadera la bancaria.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Las puertas del infierno no prevalecerán sobre el sistema financiero
La pregunta actual de por qué se ha rescatado antes a los bancos que a las personas lleva sobre la mesa desde 1792. En esa fecha se produjo la primera crisis bancaria moderna y, sobre todo, el primer patrón de cómo se han solucionado desde entonces: a lo largo de tres siglos, el dinero público siempre ha acudido al rescate de los problemas privados de los bancos.
The Economist –una revista que lleva desde 1843 cubriendo esas crisis—describe las inversiones bancarias como apuestas que no se pueden perder y resume así el patrón de rescate público que se ha establecido tras tres siglos de catástrofes financieras: “Se busca un culpable. Se vilifica una parte del sistema financiero: un tipo de banco nuevo o de producto nuevo al que se atribuye toda la caída. Se prohíbe o se regula hasta su inoperancia. A cambio, otras partes del sistema financiero reciben más apoyo y fondos públicos”. Tras cada uno de esos ciclos, la deuda pública se dispara.
España parece estar calcando ese patrón de nuevo a día de hoy tras encontrar un culpable al que se atribuye prácticamente toda la culpa (las cajas de ahorro), tras aprobar una regulación que “las prohíbe o las regula hasta la inoperancia” y después de que “otras partes del sistema financiero” (los grandes bancos del país, BBVA y Caixabank o Banco Sabadell) hayan recibido más apoyo y fondos públicos en forma de Esquemas de Protección de Activos para que se queden con los fondos tóxicos y terminen convertirse en entidades todavía más grandes. Tras ese ciclo, la deuda pública en España está a punto de rozar el 100% del PIB. España está, pues, siguiendo un esquema centenario: apagar con dinero público los incendios privados, tal y como lleva sucediendo tres siglos.
1792: LA PRIMERA CRISIS FINANCIERA MODERNA
Esa fecha supone el nacimiento de la banca moderna cuando Alexander Hamilton, entonces Secretario del Tesoro de EE.UU. creó el Banco de Estados Unidos (BUS). La entidad colocó 10 millones de dólares de acciones en el mercado en menos de una hora y comenzó a prestar fondos con ese capital de partida. Pero en sus dos primeros meses de vida, la entidad concedió créditos por valor de 2.700 millones de dólares, un volumen tan grande que pronto empezó a quedarse sin liquidez.
Los rumores de sus problemas bastaron para desplomar sus acciones y hacer que algunos especuladores se vieran atrapados desatando un pánico bancario entre muchos ahorradores. La retirada de fondos masiva forzó al gobierno a emitir deuda pública para comprar acciones del banco y levantar su precio. El rescate a costa de deuda salvó a ahorradores pero también a especuladores que detectaron el patrón que definiría el futuro: los episodios de gran crisis bancaria se saldaban con el apoyo y el dinero del Estado.
1825: LA PRIMERA CRISIS EN MERCADOS EMERGENTES
España fue epicentro de la primera crisis del siglo XIX. La pérdida de sus colonias dio lugar a la emisión de bonos por parte de países de nuevo cuño en los mercados como Colombia, Perú, Chile, México o Guatemala que entre 1822 y 1825 colocaron en el mercado 21 millones de libras (unos 2.015 millones de euros actuales). La mayoría de los acuerdos se cerraba con información poco fiable, en ocasiones difundida por periodistas pagados para ello. Hasta tal punto subió la fiebre que se llegaron a vender en el mercado “Poyais”, bonos de un país inexistente.
Los inversores no investigaron si México y Colombia tenían un sistema de impuestos preparado para pagar los intereses que sus bonos prometían. Igualmente asumían que la enemistad entre Madrid y Londres lanzaría a Inglaterra al rescate financiero de esos países si entraban en apuros, aunque sólo fuera por dañar al imperio enemigo. Pero no fue así.
Cuando las apuestas se vinieron abajo, un 10% de los bancos que habían hecho esas apuestas en Inglaterra y Gales quebraron. En lugar de exigir a los inversores que conozcan o estudien en qué activos apuestan su dinero, el banco central británico puso de nuevo fondos públicos para el rescate y solucionó el problema igual que lo hace España hoy: creando “megabancos” a través de procesos de fusiones y concentraciones. Entre ellos nació el Royal Bank of Scotland, tan grande que desde 2009 todavía es la mayor quiebra europea. En el Reino Unido, hoy cuatro bancos acumulan el 75% de los depósitos del país. España ha apostado tras la crisis financiera por un modelo similar al británico con cuatro grandes bancos demasiado grandes para quebrar.
1857: LA PRIMERA CRISIS GLOBAL
Si en el siglo XX se vivió la burbuja de la nueva tecnología, la de las punto.com, en el siglo XIX esa burbuja fue la del ferrocarril. Las valoraciones de algunas compañías ferroviarias tocaron el disparate. Sus ganancias no justificaban el precio de sus acciones pero los bancos siguieron invirtiendo en ellas sabiendo que recibirían crédito de bancos centrales como el Banco de Inglaterra. Pero cuando explotó la burbuja comenzaron a caer algunos de los grandes inversores, entre ellos bancos americanos o británicos como el Western Bank of Scotland que convirtieron el miedo en pánico global. El año se cerró con 135 quiebras bancarias y 42 millones de libras de los ahorradores en el aire.
A corto plazo volvió al rescate el dinero público. Pero The Economist defendió en aquella fecha otra solución y subraya una de las paradojas de esta historia: en 1866 Overend & Gurney, uno de los grandes prestamistas del país, necesito un rescate público. El Banco de Inglaterra se lo negó. “El país vivió 50 años de calma y prudencia financiera”, concluye The Economist.
1907 Y 1929: LAS CRISIS DEL SIGLO XX
Los pánicos bancarios fueron relativamente frecuentes en los primeros años del siglo XX. En 1907, John Pierpont Morgan forzó a los demás bancos a desplegar sus fondos privados para un auto-rescate. Los tipos habían subido hasta el 125% y JP forzó la creación de un fondo de 25 millones de dólares para salvar al sistema financiero de sus apuros del momento. Finalmente, fueron necesarios 500 y su origen volvió a ser el de los fondos públicos. A cambio, el gobierno creó un "prestamista de último recurso": la Reserva Federal.
De sobra conocida es, también la crisis de 1929. Entre esa fecha y 1993, 11.000 bancos quebraron. Los consumidores vieron como se creaba el Fondo de Garantía de Depósitos en Estados Unidos pero, a cambio, el Estado inyectó una cantidad masiva de fondos de hasta 1.000 millones de dólares de la época para 6.000 de las entidades que quedaron en pie. La solución volvía a ser que asumieran los riesgos bancarios los contribuyentes a través de sus impuestos.
La actual crisis ha vuelto a repetir el esquema de rescates que lleva planteándose desde hace tres siglos, tanto en España como en el resto del mundo. The Economist plantea si no ha llegado el momento de probar otra fórmula a la vista de las recurrentes tensiones en que incurren los bancos: devolver el riesgo al sector privado depositándolo íntegramente en los accionistas de las entidades y en sus depositarios. El coste de los créditos se encarecerá y la concesión menguará --advierte el semanario tras su análisis histórico, antes de concluir-- pero quizá ha llegado el momento de terminar con el pago con dinero público de aventuras privadas "tras cientos de años en los que la industria financiera ha empujado en la dirección contraria".
Javier Ruiz
http://vozpopuli.com/economia-y-finanzas/41800-la-banca-nunca-pierde-todas-las-crisis-bancarias-se-resuelven-con-dinero-publico-desde-el-siglo-xviii
The Economist –una revista que lleva desde 1843 cubriendo esas crisis—describe las inversiones bancarias como apuestas que no se pueden perder y resume así el patrón de rescate público que se ha establecido tras tres siglos de catástrofes financieras: “Se busca un culpable. Se vilifica una parte del sistema financiero: un tipo de banco nuevo o de producto nuevo al que se atribuye toda la caída. Se prohíbe o se regula hasta su inoperancia. A cambio, otras partes del sistema financiero reciben más apoyo y fondos públicos”. Tras cada uno de esos ciclos, la deuda pública se dispara.
España parece estar calcando ese patrón de nuevo a día de hoy tras encontrar un culpable al que se atribuye prácticamente toda la culpa (las cajas de ahorro), tras aprobar una regulación que “las prohíbe o las regula hasta la inoperancia” y después de que “otras partes del sistema financiero” (los grandes bancos del país, BBVA y Caixabank o Banco Sabadell) hayan recibido más apoyo y fondos públicos en forma de Esquemas de Protección de Activos para que se queden con los fondos tóxicos y terminen convertirse en entidades todavía más grandes. Tras ese ciclo, la deuda pública en España está a punto de rozar el 100% del PIB. España está, pues, siguiendo un esquema centenario: apagar con dinero público los incendios privados, tal y como lleva sucediendo tres siglos.
1792: LA PRIMERA CRISIS FINANCIERA MODERNA
Esa fecha supone el nacimiento de la banca moderna cuando Alexander Hamilton, entonces Secretario del Tesoro de EE.UU. creó el Banco de Estados Unidos (BUS). La entidad colocó 10 millones de dólares de acciones en el mercado en menos de una hora y comenzó a prestar fondos con ese capital de partida. Pero en sus dos primeros meses de vida, la entidad concedió créditos por valor de 2.700 millones de dólares, un volumen tan grande que pronto empezó a quedarse sin liquidez.
Los rumores de sus problemas bastaron para desplomar sus acciones y hacer que algunos especuladores se vieran atrapados desatando un pánico bancario entre muchos ahorradores. La retirada de fondos masiva forzó al gobierno a emitir deuda pública para comprar acciones del banco y levantar su precio. El rescate a costa de deuda salvó a ahorradores pero también a especuladores que detectaron el patrón que definiría el futuro: los episodios de gran crisis bancaria se saldaban con el apoyo y el dinero del Estado.
1825: LA PRIMERA CRISIS EN MERCADOS EMERGENTES
España fue epicentro de la primera crisis del siglo XIX. La pérdida de sus colonias dio lugar a la emisión de bonos por parte de países de nuevo cuño en los mercados como Colombia, Perú, Chile, México o Guatemala que entre 1822 y 1825 colocaron en el mercado 21 millones de libras (unos 2.015 millones de euros actuales). La mayoría de los acuerdos se cerraba con información poco fiable, en ocasiones difundida por periodistas pagados para ello. Hasta tal punto subió la fiebre que se llegaron a vender en el mercado “Poyais”, bonos de un país inexistente.
Los inversores no investigaron si México y Colombia tenían un sistema de impuestos preparado para pagar los intereses que sus bonos prometían. Igualmente asumían que la enemistad entre Madrid y Londres lanzaría a Inglaterra al rescate financiero de esos países si entraban en apuros, aunque sólo fuera por dañar al imperio enemigo. Pero no fue así.
Cuando las apuestas se vinieron abajo, un 10% de los bancos que habían hecho esas apuestas en Inglaterra y Gales quebraron. En lugar de exigir a los inversores que conozcan o estudien en qué activos apuestan su dinero, el banco central británico puso de nuevo fondos públicos para el rescate y solucionó el problema igual que lo hace España hoy: creando “megabancos” a través de procesos de fusiones y concentraciones. Entre ellos nació el Royal Bank of Scotland, tan grande que desde 2009 todavía es la mayor quiebra europea. En el Reino Unido, hoy cuatro bancos acumulan el 75% de los depósitos del país. España ha apostado tras la crisis financiera por un modelo similar al británico con cuatro grandes bancos demasiado grandes para quebrar.
1857: LA PRIMERA CRISIS GLOBAL
Si en el siglo XX se vivió la burbuja de la nueva tecnología, la de las punto.com, en el siglo XIX esa burbuja fue la del ferrocarril. Las valoraciones de algunas compañías ferroviarias tocaron el disparate. Sus ganancias no justificaban el precio de sus acciones pero los bancos siguieron invirtiendo en ellas sabiendo que recibirían crédito de bancos centrales como el Banco de Inglaterra. Pero cuando explotó la burbuja comenzaron a caer algunos de los grandes inversores, entre ellos bancos americanos o británicos como el Western Bank of Scotland que convirtieron el miedo en pánico global. El año se cerró con 135 quiebras bancarias y 42 millones de libras de los ahorradores en el aire.
A corto plazo volvió al rescate el dinero público. Pero The Economist defendió en aquella fecha otra solución y subraya una de las paradojas de esta historia: en 1866 Overend & Gurney, uno de los grandes prestamistas del país, necesito un rescate público. El Banco de Inglaterra se lo negó. “El país vivió 50 años de calma y prudencia financiera”, concluye The Economist.
1907 Y 1929: LAS CRISIS DEL SIGLO XX
Los pánicos bancarios fueron relativamente frecuentes en los primeros años del siglo XX. En 1907, John Pierpont Morgan forzó a los demás bancos a desplegar sus fondos privados para un auto-rescate. Los tipos habían subido hasta el 125% y JP forzó la creación de un fondo de 25 millones de dólares para salvar al sistema financiero de sus apuros del momento. Finalmente, fueron necesarios 500 y su origen volvió a ser el de los fondos públicos. A cambio, el gobierno creó un "prestamista de último recurso": la Reserva Federal.
De sobra conocida es, también la crisis de 1929. Entre esa fecha y 1993, 11.000 bancos quebraron. Los consumidores vieron como se creaba el Fondo de Garantía de Depósitos en Estados Unidos pero, a cambio, el Estado inyectó una cantidad masiva de fondos de hasta 1.000 millones de dólares de la época para 6.000 de las entidades que quedaron en pie. La solución volvía a ser que asumieran los riesgos bancarios los contribuyentes a través de sus impuestos.
La actual crisis ha vuelto a repetir el esquema de rescates que lleva planteándose desde hace tres siglos, tanto en España como en el resto del mundo. The Economist plantea si no ha llegado el momento de probar otra fórmula a la vista de las recurrentes tensiones en que incurren los bancos: devolver el riesgo al sector privado depositándolo íntegramente en los accionistas de las entidades y en sus depositarios. El coste de los créditos se encarecerá y la concesión menguará --advierte el semanario tras su análisis histórico, antes de concluir-- pero quizá ha llegado el momento de terminar con el pago con dinero público de aventuras privadas "tras cientos de años en los que la industria financiera ha empujado en la dirección contraria".
Javier Ruiz
http://vozpopuli.com/economia-y-finanzas/41800-la-banca-nunca-pierde-todas-las-crisis-bancarias-se-resuelven-con-dinero-publico-desde-el-siglo-xviii
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