Prestigio vs Mercado
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El asesinato de la Universidad y el silencio de los corderos

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Mensaje  Genaro Chic Miér Ene 26, 2011 12:52 pm

Más allá del fraude de la universidad corporativa: La educación superior al servicio de la democracia

"El pensamiento no es la reproducción intelectual de lo que, de todos modos, ya existe. Mientras no se rompa, el pensamiento se aferra firmemente a la posibilidad. Su aspecto insaciable, su aversión a ser rápida y fácilmente satisfecho, rechaza la sensatez estúpida de la renuncia. El momento utópico del pensamiento es más fuerte cuanto menos se objetiva en una utopía saboteando de este modo su realización. El pensamiento abierto apunta más allá de sí mismo" (Theodor W. Adorno)

A pesar de haber sido desacreditado por la recesión económica de 2008, el neoliberalismo, o fundamentalismo de mercado como lo llaman en algunos sectores, volvió con fuerza una vez más. La Edad Dorada ha vuelto con grandes ganancias para los ricos y cada vez más pobreza y miseria para la clase media y trabajadora. El analfabetismo político ha monopolizado el mercado de la cólera populista, suministrando una ventaja política a los responsables de niveles masivos de desigualdad, pobreza y diversas penurias más. Mientras se desmantelan las protecciones sociales, se denigra a los empleados públicos y los bienes comunes como escuelas, puentes, servicios de atención sanitaria y el transporte público se deterioran, el gobierno de Obama abrazó sin ofrecer disculpas los valores del darwinismo económico y recompensa a sus principales beneficiarios: los mega bancos y el gran capital. El neoliberalismo –revitalizado por la aprobación de recortes tributarios para los ultra ricos, la toma de posesión del derechista Partido Republicano de la Cámara de Representantes y los continuos ataques exitosos contra el Estado del bienestar– procede otra vez, como un zombi, a imponer sus valores, relaciones sociales y formas de muerte social sobre todos los aspectos de la vida cívica. (1)

Con sus inexorables intentos de normalizar la creencia irracional en la capacidad de los mercados de solucionar todos los problemas sociales, el fundamentalismo neoliberal del mercado establece políticas hechas para desmantelar los pocos vestigios restantes del Estado social y de servicios públicos vitales. De un modo más profundo ha debilitado, si no casi destruido, las instituciones que posibilitan la producción de una cultura formativa en la cual los individuos aprendan a pensar de manera crítica, a imaginar otras maneras de ser y hacer y a conectar sus problemas personales con las preocupaciones públicas. Temas de justicia, ética e igualdad han vuelto a ser exiliados a los márgenes de la política. Nunca ha sido más obvio este asalto contra la forma de gobierno democrática, ni más peligroso que en el momento actual en el que se libra una batalla bajo la rúbrica de medidas de austeridad neoliberales sobre la autonomía del trabajo académico, la sala de clases como lugar de pedagogía crítica, los derechos de los estudiantes a una educación de calidad, la vitalidad democrática de la universidad como esfera pública y el papel de las artes liberales y humanidades en la promoción de una cultural educacional que tiene que ver con la práctica de la libertad y el empoderamiento mutuo. (2)

La universidad como ciudadela de la enseñanza democrática se ha reemplazado por una universidad ansiosa de definirse en gran parte en términos económicos. A medida que el centro de gravedad se aleja de las humanidades y de la noción de la universidad como bien público, los presidentes de las universidades ignoran valores públicos, mientras se niegan a encarar temas y problemas sociales importantes. (3)

En vez de eso, los administradores exhiben ahora afiliaciones corporativas como una medalla de honor, participan en consejos corporativos y reciben inmensos salarios. Un estudio realizado por The Chronicle of Higher Education informó de que “19 de 40 presidentes de las 40 principales universidades de investigación participan en un consejo de administración por lo menos”. (4) En lugar de tratarlos como una inversión social para el futuro, ahora los administradores de las universidades miran a los estudiantes como una importante fuente de ingresos para los bancos y otras instituciones financieras que suministran fondos para financiar los crecientes pagos de matrícula. Para las generaciones anteriores la educación superior abría oportunidades para la autodefinición, así como para seguir una carrera en el campo elegido por cada cual. Era relativamente barato, riguroso y accesible, incluso para muchos jóvenes de la clase trabajadora. Pero los recientes eventos en EE.UU. y Gran Bretaña dejan claro que ya no es así. En lugar de encarnar la esperanza de una vida y un futuro mejores, la educación superior se ha hecho prohibitivamente cara y excluyente, ofreciendo sobre todo una credencial y, para la mayoría de los estudiantes, pagos de deuda de por vida. La preparación de los mejores y más brillantes ha cedido el paso a la preparación de lo que podría llamarse la Generación de la Deuda. (5)

Lo que es nuevo en la actual amenaza a la educación superior y a las humanidades en particular es que el ritmo creciente de corporatización y militarización de la universidad, el aplastamiento de la libertad académica, el aumento de un contingente en permanente aumento de profesores académicos a tiempo parcial y el punto de vista de que los estudiantes son básicamente consumidores y los profesores proveedores de una mercancía vendible como una credencial o un conjunto de habilidades para el sitio de trabajo. Más impactante todavía es la muerte lenta de la universidad como centro de crítica, fuente vital de educación cívica y del bien público crucial. O, para decirlo de manera más específica, la consecuencia de transformaciones tan dramáticas ha llevado prácticamente a la defunción de la universidad como esfera pública democrática. Muchos profesores están actualmente desmoralizados al perder crecientemente sus derechos y poder. Además, un cuerpo débil de profesores académicos se traduce en uno que es gobernado por el miedo en lugar de responsabilidades compartidas, y que es susceptible a tácticas de abuso laboral como el aumento de la carga de trabajo, la precarización de la mano de obra y la creciente represión del disenso. La desmoralización se traduce frecuentemente menos en indignación moral que en cinismo, acomodo y retiro a formas estériles de profesionalidad. Lo que es también nuevo es que los profesores, que se ven ahora ante un abismo, sean renuentes a encarar los actuales ataques contra la universidad o estén confusos sobre cómo el lenguaje de especialización y profesionalización los ha alejado no sólo de la conexión de su trabajo con temas cívicos y problemas sociales de mayor alcance, sino también del desarrollo de toda relación significativa con una forma de gobierno democrática más amplia.

Ya que los profesores han dejado de sentirse llevados a encarar importantes temas políticos y problemas sociales, se sienten menos inclinados a comunicarse con un público más amplio, apoyar valores públicos, o involucrarse en un tipo de erudición que esté a la disposición de una audiencia más amplia. (6) Obligados por los intereses corporativos, el establecimiento de una carrera y los discursos insulares que acompañan la erudición especializada, demasiados profesores se han vuelto extremadamente cómodos frente la corporativización de la universidad y los nuevos regímenes de dirección neoliberal. A la búsqueda de subsidios, promociones y sitios convencionales de investigación, muchos se han retirado de los grandes debates públicos y se han negado a encarar problemas sociales urgentes. Asumiendo el papel del profesor desinteresado o de la brillante estrella en formación de la facultad, los llamados empresarios académicos simplemente refuerzan la percepción del público de que en general han llegado a ser irrelevantes. Incapaces, cuando no renuentes, de defender la universidad como una esfera pública democrática y un lugar crucial para aprender cómo pensar de manera crítica y actuar con coraje cívico, muchos profesores han desaparecido en un aparato disciplinario que no ve la universidad como un sitio para pensar, sino como un sitio para preparar a los estudiantes para que sean competitivos en el mercado global.

Esto es particularmente inquietante en vista del giro irredento que la educación superior ha tomado en su disposición a copiar la cultura corporativa y congraciarse con el Estado de seguridad nacional. (7) Las universidades enfrentan ahora un conjunto creciente de desafíos que surgen de recortes presupuestarios, disminución de la calidad, reducción de la cantidad de profesores académicos, la militarización de la investigación y la modificación del plan de estudios para que se ajuste a los intereses del mercado. En EE.UU., muchos de los problemas de la educación superior se pueden relacionar con la escasez de fondos, la dominación de las universidades por mecanismos del mercado, el aumento de la cantidad de universidades con fines de lucro, la intrusión del Estado de seguridad nacional y la falta de autogobierno del cuerpo académico, todos los cuales no sólo contradicen la cultura y el valor democrático de la educación superior, sino que además convierten en una burla el sentido mismo y la misión de la universidad como sitio para pensar y para asegurar la cultura formativa y los agentes que posibilitan una democracia. En gran parte se han abandonado las universidades como esferas democráticas públicas dedicadas a suministrar un servicio público que se extiende sobre los grandes logros intelectuales y culturales de la humanidad y eduque futuras generaciones para que puedan enfrentar los desafíos de una democracia global. A medida que se reduce el tamaño y se mercantilizan las humanidades y las artes liberales, la educación superior se ve atrapada en la paradoja de que afirma que invierte en el futuro de los jóvenes mientras les ofrece menos apoyos intelectuales, civiles y morales.

Si la comercialización, mercantilización y militarización de la universidad continúan la educación superior se convertirá en una más de la serie de instituciones incapaces de fomentar la investigación crítica, el debate público, actos humanos de justicia y la deliberación pública. Es especialmente importante defender esos campos públicos democráticos en tiempos en los que cualquier espacio que produce “pensadores críticos capaces de cuestionar instituciones existentes” es sitiado por poderosos intereses económicos y políticos. (Cool

La educación superior tiene una responsabilidad no sólo en la búsqueda de la verdad, no importa adónde pueda conducir, sino también de educar a los estudiantes para que hagan que la autoridad y el poder sean política y moralmente responsables. Aunque las preguntas sobre si la universidad debería servir estrictamente intereses públicos en lugar de privados ya no tienen el peso de crítica convincente que tenían en el pasado, esas preguntas siguen siendo cruciales para encarar el propósito de la educación superior y de lo que podría significar que se imaginara la participación plena de la universidad en la vida pública como protectora y promotora de valores democráticos.

Lo que hay que comprender es que la educación superior puede ser una de las pocas esferas públicas restantes donde el conocimiento, los valores y la erudición ofrezcan una idea de la promesa de la educación para nutrir valores públicos, la esperanza crítica y una democracia sustantiva. Puede ser el caso que la vida de todos los días está cada vez más organizada alrededor de principios de mercado; pero confundir una sociedad determinada por el mercado con la democracia socava el legado de la educación superior, cuyas raíces más profundas son morales, no comerciales. Es una perspectiva particularmente importante en una sociedad en la que no sólo la libre circulación de ideas está siendo reemplazada por ideas administradas por los medios dominantes, sino que las ideas críticas cada vez se ven más como banales, cuando no reaccionarias, o simplemente se descartan. Como ha subrayado Frank Rich, la guerra contra la capacidad de leer y escribir y el juicio informado ha quedado suficientemente clara en la furia populista que arrasa el país, una cólera colectiva masiva que “apunta a los educados, no a los ricos”. (9) La democracia plantea demandas cívicas a sus ciudadanos y esas demandas apuntan a la necesidad de una educación de base amplia, crítica, y que apoye valores cívicos significativos, la participación en el autogobierno y en el liderazgo democrático. Sólo a través de una cultura educacional semejante, formativa y de educación crítica, pueden aprender los estudiantes a convertirse en agentes individuales y sociales, en lugar de ser simplemente espectadores aislados, capaces de pensar de otra manera y de actuar ante compromisos cívicos que exigen una reconsideración y reconstitución de configuraciones básicas del poder para promover el bien común y producir una democracia que tenga sentido. Es importante insistir en que como educadores preguntemos, una y otra vez, cómo es posible que la educación superior pueda sobrevivir como esfera pública democrática en una sociedad en la cual su cultura cívica y sus modos de lectura crítica colapsan, mientras se hace cada vez más difícil distinguir la opinión y los estallidos emotivos de un argumento sustentado y del razonamiento lógico. De igual importancia es la necesidad de que educadores y jóvenes encaren el desafío de la defensa de la universidad como un ámbito público democrático. Tony Morrison tiene razón cuando argumenta:

“Si la universidad no toma seria y rigurosamente su papel como guarda de libertades civiles más amplias, como interrogadora de problemas éticos más y más complejos, como sirvienta y preservadora de prácticas democráticas más profundas, algún otro régimen o combinación de regímenes lo hará por nosotros, a pesar de nosotros y sin nosotros.” (10)

La defensa de las humanidades, como Terry Eagleton ha argumentado recientemente, significa más que ofrecer un enclave académico para que los estudiantes aprendan historia, filosofía, arte y literatura. También significa subrayar cuán indispensables son esos campos de estudio para todos los estudiantes, si han de ser capaces de reivindicar de la manera que se sea que son agentes individuales y sociales críticos y comprometidos. Pero las humanidades hacen más. También suministran el conocimiento, las aptitudes, las relaciones sociales y los modos de pedagogía que constituyen una cultura formativa en la cual se puedan aprender las lecciones históricas de democratización, se puedan encarar concienzudamente las demandas de responsabilidad social, se pueda expandir la imaginación y se pueda asegurar el pensamiento crítico. Como adjunta del complejo académico-militar-industrial, la educación superior no tiene nada que decir sobre la enseñanza a los estudiantes de cómo pensar por sí mismos en una democracia, cómo pensar críticamente e involucrarse con otros y cómo considerar a través del prisma de los valores democráticos la relación entre ellos y el mundo en general. Necesitamos una revolución permanente respecto al significado y propósito de la educación superior, en la cual los profesores estén más que dispuestos a ir más allá del lenguaje de la crítica y un discurso de indignación moral y política, tal como sea necesario para una defensa sostenida individual y colectiva de la universidad como un ámbito público vital para la propia democracia.

Un debate semejante es importante para defender la educación superior como un bien público y financiarla como un derecho social. Más importante aún es que tal debate representa una intervención política crucial respecto al sentido del futuro de toda una generación y de su papel en él. Los estudiantes no son consumidores; son ante todo ciudadanos de una democracia potencialmente global y, como tales, se les debería proveer “la gama total del conocimiento humano, del entendimiento y de la creatividad –y asegurar de esa manera que tengan la oportunidad de desarrollar todo su potencial intelectual y creativo, independientemente de la riqueza de su familia” (11) Al ser enlistada la ideología neoliberal para limitar los parámetros del propósito de la educación superior, limita cada vez más –mediante altos costes de matrícula, modos tecnocráticos de enseñanza, la reducción del cuerpo de profesores académicos a la calidad de trabajadores a tiempo parcial, y modos autoritarios de dirección– la posibilidad de muchos jóvenes de ir a la universidad, mientras se niega al mismo tiempo a suministrar una educación crítica a los que lo hacen. No se movilizan suficientes profesores, estudiantes, padres y otros preocupados, dentro y fuera de la universidad, dispuestos y capaces de defender la educación superior como bien público y la pedagogía como práctica moral y política que aumenta la capacidad de los jóvenes de llegar a ser agentes sociales comprometidos.

La necesidad de cuestionar la noción de que el único valor de la educación es impulsar el progreso y la transformación económica en función del interés de la prosperidad nacional es central para cualquiera visión viable y democrática de la educación superior. También debemos reconsiderar cómo la universidad en una era posterior al 11-S está siendo militarizada, y reducida cada vez más a un adjunto del creciente Estado de seguridad nacional. El público ha renunciado a la idea de financiar la educación superior o valorarla como un bien público indispensable para la vida de cualquier democracia viable. Tantos motivos más para que los profesores estén a la vanguardia de una coalición de activistas, empleados públicos y otros en el rechazo al creciente control corporativo de la educación superior y en el desarrollo de un nuevo discurso en el cual la universidad, y en particular las humanidades, puedan defenderse como instituciones vitales social y públicamente en una sociedad democrática.

Si los profesores no pueden defender la universidad como una esfera pública democrática de interés comunitario, ¿quién lo hará? Si no podemos, o nos negamos, a tomar la delantera en la unión con estudiantes, sindicatos, maestros de escuelas públicas, artistas y otros trabajadores culturales en la defensa de la educación superior como la institución más crucial en el establecimiento de la cultura formativa necesaria para una democracia floreciente, entregaremos las humanidades, las artes liberales y la universidad en general a una hueste de fuerzas económicas, políticas, culturales y sociales peligrosamente antidemocráticas. Si la enseñanza liberal y las humanidades colapsan bajo los actuales ataques contra la educación superior, presenciaremos la emergencia de un Estado neoliberal, y desaparecerá el papel cívico y democrático de la educación superior, por más deslucido que esté. Bajo tales circunstancias, la educación superior y especialmente las humanidades, entrarán en una espiral mortífera diferente de cualquier cosa que hayamos visto en el pasado. La universidad no será ni una sombra de lo que era. Simplemente se convertirá en otra institución y programa vocacional en conflicto con los imperativos del pensamiento crítico, el disenso, la responsabilidad social y el coraje cívico.

La defensa de la universidad significa más que la exhibición de una combinación de indignación crítica y moral. Significa desarrollar una cultura crítica y de oposición, un movimiento colectivo dentro de la universidad y la unión con movimientos sociales fuera de sus muros, en gran parte segregados en la actualidad. El alcance a un público más amplio sobre el carácter social y democrático de la educación superior es crucial, sobre todo porque una gran parte del público ha “renunciado a la idea de educar a la gente para una ciudadanía democrática” (12) y a considerar la educación superior como un bien público. Hay más en juego que la profunda responsabilidad de los profesores en la defensa de la libertad académica, del sistema de titularidad y de la autonomía universitaria, por importante que sea. Los verdaderos problemas yacen en otro lugar y tienen que ver con la preservación del carácter público de la educación superior y el reconocimiento de que su defensa como esfera pública democrática tiene que ver en gran parte con la creación de las condiciones pedagógicas cruciales para desarrollar una generación de jóvenes dispuestos a luchar por la democracia como promesa y posibilidad. Walter Benjamin escribió: “El que no puede tomar posición debería guardar silencio”. Si los profesores quieren impedir que la educación sea aún más colonizada por una falange de fuerzas antidemocráticas que va de traficantes de influencias corporativas y de mega millonarios a ideólogos derechistas y los intereses creados del complejo militar-industrial-académico, no pueden permitirse el lujo de guardar silencio o ser observadores distantes. Las apuestas son demasiado grandes y la lucha demasiado importante. Se acaba el tiempo para recuperar la educación superior como ámbito público democrático y un sitio para que profesores y estudiantes piensen críticamente y actúen responsablemente. La cultura militarizada del neoliberalismo está en conflicto total con las condiciones pedagógicas necesarias para la toma imaginativa de riesgos, el disenso, el diálogo, la erudición comprometida, la autonomía de las facultades y los modos democráticos de dirección. La educación superior es uno de los pocos espacios que quedan en los cuales pueden crearse identidades, valores y deseos democráticos. Si el futuro de los jóvenes importa tanto como la propia democracia, se trata de una lucha que tiene que comenzar hoy mismo.

Henry A. Giroux

NOTAS
(1) Algunas fuentes útiles sobre el neoliberalismo incluyen: Lisa Duggan, The Twilight of Equality. (Boston: Beacon Press, 2003); David Harvey, A Brief History of Neoliberalism, (New York: Oxford University Press, 2005); Wendy Brown, Edgework: Critical Essays on Knowledge and Politics" (Princeton: Princeton University Press, 2005); Alfredo Saad-Filho y Deborah Johnston, editores, Neoliberalism: A Critical Reader, (London: Pluto Press, 2005); Neil Smith, The Endgame of Globalization, (New York: Routledge, 2005); Aihwa Ong, Neoliberalism as Exception: Mutations in Citizenship and Sovereignty (Durham: Duke University Press, 2006); Randy Martin, An Empire of Indifference: American War and the Financial Logic of Risk Management, (Durham: Duke University Press, 2007); Naomi Klein, The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism, (New York: Knopf, 2007); Henry A. Giroux, Against the Terror of Neoliberalism, (Boulder: Paradigm Publishers, 2008); David Harvey, The Enigma of Capital and the Crisis of Capitalism, (New York: Oxford University Press, 2010); y Gerard Dumenil y Dominique Levy, The Crisis of Neoliberalism, (Cambridge: Harvard University Press, 2011).
(2) Vea por ejemplo, Stanley Aronowitz, Against Schooling: For an Education That Matters, (Boulder: Paradigm Publishers, 2008); Christopher Newfield, Unmaking the Public University, (Cambridge: Harvard University Press, 2008); y Ellen Schrecker, The Lost Soul of Higher Education, (New York: New Press, 2010). Una de las compilaciones más amplias que analizan este ataque se encuentra en: Edward J. Carvalho y David B. Downing, editores, Academic Freedom in the Post-9-11 Era, (New York: Palgrave, 2010); y mi próximo: Henry A. Giroux, Education and the Crisis of Public Values, (New York: Peter Lang Publishing, 2011).
(3) Vea Isabelle Bruno y Christopher Newfield, Can the Cognitariat Speak? E-Flux No. 14 (March 2010). En línea en : http://www.e-flux.com/journal/view/118/
Vea también: Christopher Newfield, Unmaking the Public University, (Cambridge: Harvard University Press, 2008).
(4) Ibíd.
(5) Para una crítica interesante de este tema, vea la edición especial de The Nation llamada "Out of Reach: Is College Only for the Rich?" (29 de junio de 2009).
(6) Se ha usado desde hace bastante tiempo este argumento contra profesores, aunque ha sido olvidado o convenientemente ignorado por muchos de ellos. Vea, por ejemplo, diversos ensayos en C. Wright Mills, The Powerless People: The Role of the Intellectual in Society, en C. Wright Mills, The Politics of Truth: Selected Writings of C. Wright Mills, (Oxford: Oxford University Press, 2008), pp. 13-24; Edward Said, Humanism and Democratic Criticism, (New York: Columbia University Press, 2004); y Henry A. Giroux y Susan Searls Giroux, Take Back Higher Education, (New York: Palgrave, 2004).
(7) Sobre la relación de la universidad con el Estado de seguridad nacional, vea David Price, How the CIA Is Welcoming Itself Back Onto American University Campuses: Silent Coup," CounterPunch (Abril 9-11, 2010). En línea en: http://www.counterpunch.org/price04092010.html
Vea también Nick Turse, How the Military Invades Our Everyday Lives, (New York: Metropolitan Books, 2008); y Henry A. Giroux, The University in Chains: Confronting the Military-Industrial-Academic Complex, (Boulder: Paradigm, 2007).
(Cool Cornelius Castoriadis, Democracy as Procedure and Democracy as Regime, Constellations 4:1 (1997), p. 5.
(9) Frank Rich, Could She Reach the Top in 2012? You Betcha, New York Times (20 de noviembre 20, 2010), p. WK8.
(10) Toni Morrison, How Can Values Be Taught in This University, Michigan Quarterly Review (Primavera 2001), p. 278.
(11) Stefan Collini, Browne's Gamble, London Review of Books, Vol. 32, No. 21 (4 de noviembre, 2010). En línea en: http://www.lrb.co.uk/v32/n21/stefan-collini/brownes-gamble
(12) David Glenn, Public Higher Education Is 'Eroding From All Sides, Warn Political Scientists, Chronicle of Higher Education (2 de septiembre de 2010). En línea en: http://chronicle.com/article/Public-Higher-Education-Is/124292/.

©️ Copyright Henry A. Giroux, truthout, 2011

* Henry A. Giroux, es un crítico cultural estadounidense y uno de los teóricos fundadores de la pedagogía crítica en dicho país. Es bien conocido por sus trabajos pioneros en pedagogía pública, estudios culturales, estudios juveniles, enseñanza superior, estudios acerca de los medios de comunicación y la teoría crítica. Actualmente ocupa la cátedra de Cadenas globales de televisión en la carrera de ciencias de la comunicación en la Universidad McMaster. En mayo de 2005 la Universidad Memorial de Canadá le concedió un doctorado honorífico en letras. (Fuente: Wikipedia)

Fuente: www.globalresearch.ca/PrintArticle.php?articleId=22851

Genaro Chic

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El asesinato de la Universidad y el silencio de los corderos Empty Más de lo mismo

Mensaje  Enrique Miér Ene 26, 2011 2:08 pm

El diagnóstico parece acertado, pero una vez más la respuesta al caos ilustrado parece ser más ilustración. Sentido crítico y participación democrática son palabras hermosas y casi nadie estaría en desacuerdo con ellas. Pero una propuesta demasiado racionalista lleva plomo en las alas, porque es incapaz de remontar el vuelo más allá de las formas de organización y de los grados de participación, olvidando que el conocimento, como el pensamiento, "apunta siempre más allá de sí mismo."

Enrique
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El asesinato de la Universidad y el silencio de los corderos Empty Re: El asesinato de la Universidad y el silencio de los corderos

Mensaje  Genaro Chic Jue Ene 27, 2011 11:09 am

Me llega hoy una carta de un reconocido historiador húngaro (tiene ocho Doctorados Honoris Causa de las principales Universidades europeas) cuyo nombre es familiar entre los que dedicamos especial antención a la historia más antigua de Europa: Géza Alföldy
( http://en.wikipedia.org/wiki/G%C3%A9za_Alf%C3%B6ldy ).

En ella se nos alerta de cómo la conocida deriva del gobierno de Hungría, que preside actualmente la UE, en contra de la libertad de expresión está afectando a los pensadores de aquel país. En dicho escrito nos pide que abandonemos nuestro (de momento) cómodo silencio y apoyemos con nuestra firma un manifiesto, en húngaro e inglés,al que se puede acceder a través de la dirección

http://www.petitiononline.com/logosz/petition.html .

Muchos pequeños balidos de corderos pueden atronar los óídos de los lobos. Por eso han subsistido.
Fíjense, si no, en el súbito cambio de opinión que se ha producido en los partidos mayoritarios españoles cuando la queja por sus privilegios ha corrido por la red:

http://www.elconfidencial.com/en-exclusiva/2011/psoe-pp-patriomonio-diputados-pensiones-20110127-74104.html

La carta, escrita en alemán, dice:

Estimados y estimadas colegas

Noticias alarmantes llegan desde mi patria. Lo que sucede hoy en Hungría (un país europeo) es intolerable. Estos acontecimientos de público conocimiento han sido censurados con contundencia en el Parlamento de Estrasburgo y, el pasado miércoles también en el de Alemania, por la mayoría de los portavoces. La sucia campaña en marcha contra científicos reconocidos internacionalmente que se han expuesto a las represalias por sus críticas a la actuación de un gobierno antidemocrático debería poner en guardia a la amplia comunidad científica. He recibido la solicitud de ayuda de muchos científicos húngaros.

Sería de agradecer que Vd se uniese al llamamiento (manifiesto) adjunto y también lo hiciese llegar a sus colegas. Si se quiere unir al llamamiento puede encontrar la forma de hacerlo en el anexo escrito en inglés. Información sobre los acontecimientos de Hungría en mi carta adjunta al director (de “der Spiegel”).
(Le agradezco a Enrique su versión de la misma)

Genaro Chic

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El asesinato de la Universidad y el silencio de los corderos Empty Re: El asesinato de la Universidad y el silencio de los corderos

Mensaje  Genaro Chic Vie Ene 28, 2011 10:32 am

Enrique escribió:El diagnóstico parece acertado, pero una vez más la respuesta al caos ilustrado parece ser más ilustración. Sentido crítico y participación democrática son palabras hermosas y casi nadie estaría en desacuerdo con ellas. Pero una propuesta demasiado racionalista lleva plomo en las alas, porque es incapaz de remontar el vuelo más allá de las formas de organización y de los grados de participación, olvidando que el conocimento, como el pensamiento, "apunta siempre más allá de sí mismo."

Respecto a lo indicado por Enrique estoy plenamente de acuerdo en que los problemas de la Universidad actual no se resuelven con más racionalismo, que de eso está bien servida. Y entiendo por racionalismo lo mismo que en Sevilla entendemos por "beticismo": ¡Viva el Betis manque pierda!. Lo que en el caso del racionalismo equivaldría a darle la vuelta a la creencia de Hegel (que comparto) de que todo lo real es razonable, para caer en el absurdo de pensar que sólo lo que está razonado (y el amor por ejemplo no lo está) es real. Confundir el culo con las témporas, como se suele decir. La razón, para mí, es un magnífico instrumento que nos sirve para ir depurando progresivamente las creencias convirtiéndolas en científicas y con ello en otras más útiles para un conocimiento más pormenorizado. O sea para generar un conocimiento (o sistema de creencias) científico, con una verdad que es siempre provisional.

Contra lo contrario -contra la moralina implicita de que lo racional es lo bueno y viceversa- ya nos avisó aquel célebre Secretario de Estado de Defensa de USA que fue Robert McNamara: https://www.youtube.com/watch?v=10hU40Qpb2w

Si la racionalidad logra imponerse al racionalismo (o fe religiosa en la razón) entonces todavía será posible que los hombres no caminen en su vida como los gorilas, ya que está empíricamente comprobado que algunos gorilas pueden caminar como los humanos: https://www.youtube.com/watch?v=CrQf6cogMuI .

Se podrá evitar en suma el gorilismo universitario al que el neomedievalismo de nuestra sociedad nos empuja. Como dice mi amigo Paco, lo difícil se hace, lo imposible se intenta. No queda otro remedio para seguir siendo humano.

Genaro Chic

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El asesinato de la Universidad y el silencio de los corderos Empty La voladura controlada de la Universidad pública española

Mensaje  Genaro Chic Vie Mar 04, 2011 10:05 pm

La voladura controlada de la Universidad pública.



La Universidad que viene: profesores por puntos

El nuevo Estatuto del Personal Docente e Investigador olvida que el verdadero motor del progreso es la búsqueda de la calidad, vinculada al esfuerzo y al mérito. No cabe más enmienda que a la totalidad
JOSÉ ADOLFO DE AZCÁRRAGA 03/03/2011
Se conoce ya el Borrador ministerial del Estatuto del Personal Docente e Investigador (PDI) de las universidades públicas españolas, que pretende regular la llamada carrera docente. Esta tendría tres grados horizontales (una contradictio in terminis, por cierto) de profesores titulares y de catedráticos que se alcanzarían acumulando puntos según un baremo, en una especie de carnet por puntos del docente universitario. Uno pensaba, ingenuamente, que ya había reglamentación más que de sobra. Pero lo peor es que el Borrador es un ejemplo más de una perversidad a la que los legisladores educativos nos tienen acostumbrados: un preámbulo más o menos aceptable ("el profesor ha sido, sigue siendo y debe seguir siendo un investigador, un generador de conocimiento y no un mero transmisor", declara enfáticamente), seguido de una insufrible normativa (¡46 páginas!) contraria a los elevados principios iniciales. Aunque el preámbulo también genera inquietud, pues habla de la "carrera funcionarial basada en la obtención de méritos docentes o investigadores", algo que redefiniría el actual personal docente (PD) e (no o) investigador (I). El resto confirma los presagios: la investigación sólo vale 50 puntos de un total de 200; 120 puntos acreditan como catedrático y 140 dan un cuarto grado "de excelencia". Todo baremo es malo, pero el del Borrador permite llegar a catedrático, incluso "excelente", con cero en investigación (o con cero en innovación y transferencia de conocimiento, importantes en áreas tecnológicas). ¿Es así como el Ministerio de Educación pretende mejorar nuestras universidades, que retroceden en las clasificaciones internacionales?
Por si lo dicho fuera poco, la aplicación de ese Estatuto generará una burocracia de proporciones siderales. Involucrará a todo el profesorado universitario, que entrará en trance preparando infinitos papeles para situarse donde horizontalmente proceda; a administrativos enloquecidos ante las súbitas necesidades que atender; a innumerables comisiones evaluando -horizontalmente- quizá a miles de profesores, desatendiendo otras obligaciones; a las autonomías terciando -cómo no- con reglamentación adicional, para no ser menos, y a las universidades generando la suya, que también es lo suyo; a cientos de mesas negociadoras negociando lo innegociable, etcétera. El colapso burocrático de las universidades españolas, que no preocupa a los redactores del Borrador, no es ficción. Claro está que, como "el dinero público no es de nadie", se puede comisionear ad nauseam y despilfarrar ad infinitum impunemente, pues las ingentes sumas de tiempo académicamente improductivo y de dinero perdido no aparecerán en el debe de ningún balance.
Ante la infinita casuística del Borrador no cabe sino sonreírse -llorar sería impropio, y más a ciertas edades- o pensar en hacer objeciones de detalle: insistir en lo esencial de la investigación, reiterar que la experiencia de muchos años de docencia no garantiza su excelencia, cacofónica obviedad que convendría repetir hasta que cale, etcétera. Pero entrar en ese juego sería pretender que el Borrador puede mejorase cuando no cabe más enmienda que a la totalidad, pues olvida que la universidad es un servicio público y que, por tanto, lo primero es garantizar su calidad. Hay un choque frontal entre la hiperburocrática universidad del Borrador y las que buscan de verdad la excelencia docente, investigadora y tecnológica, generadora de riqueza y progreso para sus países. El Borrador es ajeno a muchos de los principios que rigen las buenas universidades internacionales, cada vez más alejadas de la universidad autonómica de... pongamos Cantacucos de Abajo, para no señalar. Sí: hay excelentes universidades públicas en las que inspirarse, como Berkeley, the city of learning, que pertenece a la magnífica red californiana de universidades públicas y tiene 21 premios Nobel. Allí, el Borrador que nos ocupa produciría incredulidad y, después, un asombro sin límites. Pues el Borrador penalizará aún más la excelencia universitaria y, en especial, a los jóvenes PDI que más se esfuerzan. Ya no será posible -de hecho, no lo es desde la puesta en marcha del nefasto baremo de las acreditaciones para los cuerpos universitarios- que jóvenes brillantes puedan ser catedráticos con 40 años: tendrán que esperar y dedicarse también a la burocracia institucional que, según el Borrador, "debe tener en cuenta las actividades sindicales" (sic). Mejor, pues, ponerse en cola y calentar la silla que irse de post-doc a Estados Unidos, el Reino Unido o Alemania, que eso de irse al extranjero no es tan cómodo ni tan glamuroso como se cree. El esfuerzo y el mérito han muerto; viva la burocracia. Kafka ha llegado a nuestras universidades.
La Universidad española perdió, a la llegada de la democracia, una gran oportunidad para intentar parecerse a las mejores universidades europeas y de Estados Unidos. Su oscilación pendular fue, quizá, la inevitable consecuencia de muchos años de dictadura. Sin embargo, pese a que en pleno siglo XXI esa excusa carece ya de toda validez, aún se sigue en la misma línea. Estamos presenciando la toma final del poder por los burócratas gracias a entornos -como el que crearía el Borrador- que favorecen el triunfo de su especie (Darwin, otra vez) a expensas de la institucionalmente más débil, la de los PDI con verdadera vocación docente e investigadora. Es cierto que, en ocasiones, estos reciben apoyo; pero este suele proceder de programas y reductos (en el Ministerio de Ciencia e Innovación, por ejemplo) donde la calidad cuenta -mejor dicho, tiene necesariamente que contar- o de la UE; no, desde luego, de los despachos de donde emana el Borrador ministerial, ni de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación, ni de ninguna "mesa negociadora" o comisión boloñesa de presunta "innovación educativa". Y, por cierto, ¿dónde están los rectores universitarios? ¿Carecen de opinión sobre algo que tanto afectará a sus universidades? ¿Acaso son todos miembros de la especie que critico? Me consta que no; pero, entonces, ¿por qué los rectores no levantan su voz? Cabe legítimamente preguntarse si habrán sufrido una curiosa metamorfosis: originalmente tribunos de la plebe (son elegidos por los miembros de sus universidades) quizá se hayan transformado, por su cercanía al poder gubernamental, en centuriones del César, correas de transmisión de los borradores ministeriales (hablo metafóricamente, claro está, just to make the point). Al fin y al cabo, también consintieron vacuidades boloñesas varias, o a desarrollar el postgrado antes que el grado ajenos a toda racionalidad. Por cierto, ¡qué excusa esta, los planes de Bolonia, para el triunfo de la langue de bois, que pretende convencernos de que el emperador está ricamente cubierto de "habilidades transversales", "estrategias", "competencias" y otras lindezas del mismo jaez!
Cuando la actividad sindical puntúe finalmente para ser catedrático de metafísica o de química orgánica (triunfo este de los sindicatos que -quién lo diría- aseguran defender la enseñanza pública de calidad); cuando domine la pretendida "innovación educativa"; cuando todo profesor "piense metacognitivamente" (sic) para "mejorar" sus clases; y cuando, finalmente, la hiperburocracia y el "carnet por puntos" (horizontales) del profesor universitario reinen indiscutidos, la universidad española habrá sufrido un daño tan grande como difícil de reparar, especialmente desde dentro. Pues el problema de nuestras universidades no es solo presupuestario: la insuficiente inversión no puede servir de coartada -como sirve- para ocultar carencias más fundamentales. El verdadero motor del progreso es la búsqueda de la calidad, vinculada al esfuerzo y al mérito, eje de toda verdadera política universitaria. Quizá se objete que, pese a todo, las universidades españolas han mejorado muchísimo en los últimos 30 años. Cierto. Pero legisladores y autoridades académicas han tenido poco que ver en ello; su progreso hubiera sido mucho mayor en otro entorno. Su avance se ha debido, primero, a la sociedad que paga sus impuestos y, después, al PDI que lo es de verdad.


Que no cunda el desánimo; quizá algunos rectores alcen su voz y/o el Ministerio retire el Borrador. Y siempre quedará el himno de los sesenta que popularizó Joan Baez: We shall overcome, we are not afraid. Oh, deep in my heart, I do believe, we shall overcome some day.
José Adolfo de Azcárraga es catedrático de Física Teórica.



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Última edición por Genaro Chic el Miér Oct 14, 2015 5:45 pm, editado 2 veces

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El asesinato de la Universidad y el silencio de los corderos Empty Nuestra inoperante Universidad clientelar

Mensaje  Genaro Chic Mar Mayo 19, 2015 8:00 am

Una de las situaciones más llamativas que estos años de graves dificultades ha deparado el devenir español ha sido la incapacidad de la universidad no ya para dar soluciones, que por supuesto no ha dado ninguna, sino siquiera para emitir opinión y proponer algún tipo de debate sobre la salida o posibles salidas a la gran crisis política y económica, que es también crisis de identidad, que sufre España. De la universidad, teórico centro de pensamiento, supuesto think tank con capacidad para remover conciencias, no ha habido noticias. Es como si hubiera estado cerrada o de vacaciones. Los españoles que han sufrido los embates del ajuste ni siquiera hubieran notado su ausencia. “La elección del rector es la elección política de un político” (…) “No había política [antes] y, por lo tanto, no había proyecto político” (…) “He estado cuatro años en el rectorado de esta universidad [Complutense de Madrid] haciendo política” (…) “Convertir una universidad grande en una gran universidad no puede hacerse sin política”. Las frases pertenecen a un artículo publicado por Carrillo el 9 de mayo en el diario El País.

           Ahí le duele. Política a palo seco, pero, además, sectaria política de partido.  Es conocida la querencia que la izquierda española ha mostrado siempre por el control de la Educación, materia que considera suya por una especie de derecho cuasi divinal y en la que aplica con denuedo los principios ideológicos de la igualdad por decreto, con menosprecio de los valores de mérito y esfuerzo, y de espaldas a ese principio de excelencia que mueve las grandes universidades del mundo, convertidas en centros generadores de ideas y propuestas mediante el fomento de la reflexión y el debate colectivo. Lo cual es también política, naturalmente, pero política abierta a todos los colores. En España, los rectores son gente de izquierdas y, en general, con poco peso académico y científico (tanto Carrillo como Andradas [en la Complutenses] se han dedicado fundamentalmente a la gestión universitaria. Ambos han sido, en distinto periodo, vicerrectores con Carlos Berzosa, el peor que ha tenido la Complu en democracia, gran responsable de su politización y sectarismo), con el norte puesto en hacer política de izquierdas en la universidad, que no política universitaria. Esa politización extrema (que arranca del propio sistema de elección del rector: 51% profesores, 25% alumnos, 12% personal de administración y servicios (PAS) y 12% resto de docentes no fijos), explica el silencio atronador de la universidad española a la hora de aportar soluciones a los problemas del país.

La endogamia universitaria

           Naturalmente, con este tipo de rectores [altamente politizados] es muy difícil acabar con problemas como la endogamia universitaria, una de las lacras de nuestros centros, y tal vez siquiera plantear el debate, porque acceden al cargo con tal cúmulo de compromisos adquiridos con quienes les han dado su voto que se encuentran con las manos atadas. Solo una norma impuesta desde fuera podría acabar con esa mediocridad que inunda tantos departamentos de tantas facultades donde el alumno aplicado, o el simple pelota, hace su posgrado agarrado a las faldas del titular de la cátedra para incorporarse de inmediato a la docencia bien pegadito a su sombra, un sistema que rechaza la meritocracia y no reconoce ni promociona el talento. El rector es el gran padrino que, con su corte de acólitos reunidos en el Consejo de Gobierno, controla el acceso a la docencia, lo que explica que más del 90% del profesorado que contrata una universidad sea ya miembro de esa universidad. La voz pasiva de esta práctica corrupta es que no pocos de los profesores e investigadores mejor preparados se ven obligados a buscarse la vida fuera de España.

           La universidad de Stanford, por ejemplo [con 27 galardonados con el Premio Nobel entre sus profesores], no contrata como profesor a nadie que haya hecho allí su doctorado, de forma que todo aquel que lea su tesis en dicha universidad tendrá que buscarse obligatoriamente la vida como profesor en otra, y solo con el paso del tiempo y la evidencia de un nivel de excelencia contrastado podrá aspirar a que Stanford le haga una oferta para enseñar en sus aulas. Por encima del nivel de cualificación, muy dispar, del profesorado de cualquier centro educativo, lo que distingue a las mejores universidades es la existencia de un pequeño porcentaje de docentes francamente instalados en un nivel de excelencia tal que actúa como locomotora capaz de llevarles en volandas hasta los primeros lugares del ranking. Muchas universidades españolas cuentan con ese profesorado de nivel, pero su afán choca con esa politización extrema que todo lo impregna. La clave está en la ausencia de políticas universitarias no sectarias, políticas que desprecian la meritocracia y sirven de caldo de cultivo a ese servilismo intelectual de quienes se han graduado en la que alguien con cruda ironía ha dado en llamar la Lewinsky Business School.

           ¿Tiene algo que ver con la excelencia el que para poder tener derecho a una beca sea suficiente aprobar curso con un 5 pelado? La parte más sindicalizada y gremial de la comunidad universitaria, en alianza con la izquierda política, ha convertido las becas en un derecho desligado de cualquier exigencia de esfuerzo académico, pero, ¿alguien ha preguntado a los contribuyentes si están de acuerdo en que parte del dinero de sus impuestos se dedique a sacar titulados en serie, candidatos a las listas del paro, sin ninguna garantía de exigencia y/o excelencia? Volvamos a Stanford. El dinero que pagan los alumnos –mucho- por acceder al campus de Palo Alto [California] apenas representa el 12% de su presupuesto anual. El resto se consigue con la gestión patrimonial, la venta de las patentes que salen de sus laboratorios, las donaciones, etc. En España, esta universidad ineficiente, tan vieja como los edificios de la vieja Complu, vive colgada del Presupuesto, con los catedráticos convertidos en funcionarios. ¿Tiene algún sentido que un profesor de universidad sea funcionario? En Austria, por ejemplo, los nuevos docentes que acceden a los centros lo hacen desde 2003 en la condición de contratados por la universidad, ya nunca más como funcionarios.

Sacar la política de partidos de la Universidad

           Lo peor que se puede decir de la situación por la que atraviesa la Complutense, mascarón de proa de la universidad española, es que los problemas que le afligen son de sobra conocidos. Todo el mundo sabe qué es lo que habría que hacer para integrarla en el tejido institucional del país y convertirla en foco irradiador de ideas e iniciativas. Pero nadie mueve un dedo. Todo queda referenciado a la pelea política de la mediocridad y los derechos adquiridos. Es evidente que no se podrá abordar una reforma universitaria seria sin hacerlo al tiempo con las enseñanzas medias, donde también se ha hecho tabla rasa con el principio del mérito y el esfuerzo, y se ha degradado de forma temeraria la autoridad del profesor. También es evidente que ese cambio radical no será posible sin un gran pacto nacional que acabe con el campo de batalla político que es hoy la universidad, una aspiración tal vez inalcanzable si no es en el marco de esa regeneración global de nuestra democracia que reclaman tantos españoles. La universidad, mientras tanto, sigue sesteando. Cuenta un profesor madrileño: “La verdad es que cuando un colega te pregunta en el extranjero a qué centro perteneces, respondes muy bajito que a la Complutense, porque te da un poco de vergüenza decirlo en voz alta”. Esa es la vergüenza con la que hay que acabar.

Jesús Cacho
http://vozpopuli.com/analisis/62391-la-complu-tiene-nuevo-rector-y-sigue-siendo-de-izquierdas-venga-alegria

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El asesinato de la Universidad y el silencio de los corderos Empty Un partido de profesores

Mensaje  Genaro Chic Miér Oct 14, 2015 6:00 pm

Opinión de Félix de Azúa:

"Me ha llamado mucho la atención el eco que ha tenido la beca del profesor Errejón [en la Universidad de Málaga]. En efecto, un amigo y conmilitón suyo le consiguió una beca sustanciosa (las hay regulares y las hay king size,esta es de las buenas) tras convocar la ayuda de manera que sólo Errejón podía presentarse y presentóse y ganóla. Entre las bases y condiciones para acceder a la beca sólo faltaba añadir “que gaste gafas de pasta y cuyo apellido empiece con E”.

Pero ¿cuál ha sido el escándalo? Aquellos que conozcan la Universidad española desde dentro (yo he dado clases allí 30 años) saben que este procedimiento no es una excepción, sino la regla, la base misma de su funcionamiento. ¿Cómo creen que se elige a los titulares, al jefe de departamento, a los becarios, al decano, al rector? ¿No han oído hablar de la endogamia universitaria, de las mafias departamentales, de las cátedras hereditarias? En algunas ocasiones estas corruptelas se usan para mantener la coherencia ideológica o teórica de un departamento, lo que es hasta cierto punto comprensible, pero la mayor parte de las veces es simplemente el modo de mantener una clientela vitalicia.

Dicho sin farisaísmos, la Universidad está tan corrompida como las finanzas, los partidos o los sindicatos: es una de las instituciones más corruptas del conjunto institucional español. Por esta razón la enseñanza española es la que recoge la más baja calificación en todo el conjunto europeo, un suspenso que se sucede año tras año con gran regocijo de los partidos políticos.

De hecho, puede decirse que no hay auténtica competencia en la adjudicación de las plazas, en los tribunales de oposición, en los de tesis doctorales, y lo que es más grave aún, la nuestra es una Universidad mineralizada, fosilizada, sin traslados, sin musculatura. Los profesores están atados a su plaza geográfica de por vida. Si a pesar de todo muchos de ellos realizan una labor admirable es gracias a una vocación férrea.

Ahora bien, ¿han oído a Iglesias, a Errejón, o a los dirigentes de Podemos en la sombra presentar un programa de limpieza del mundo universitario español? No lo verán. Están allí acomodados como Blesa y sus chicos en Caja Madrid. La Universidad es su finca y nadie se atreverá nunca a limpiar esos establos. Los jefes de Podemos pueden lanzar a la calle 100.000 individuos en media hora y colapsar una ciudad. ¿Van a decir algo sobre los funestos sindicatos estudiantiles? ¡Cómo van a hacerlo si ellos los controlan! También son ellos quienes deciden quién entra y quién no en su residencia. Cuando revientan actos no lo hacen por ideología (de la que carecen, aparte de un sumario castrismo-leninismo), sino para mostrar quién es el amo de ese mayorazgo. En los reportajes de aquella violenta irrupción en la conferencia de Rosa Díez se puede ver a los jefes y matones del actual Podemos intercambiando órdenes como si fueran los falangistas de la Complutense de los años treinta.

Es un comportamiento análogo al de Mas y los separatistas, los cuales no se enfrentan al Estado para conseguir la independencia de Cataluña, que saben les arruinaría, sino para dejar claro quién manda en la finca. De modo que no se trata de ganar, sino de humillar al Estado. ¿Tribunales Supremos a mí? ¡Anda ya, españolito alpargatero! ¡Aquí mando yo, o sea, el Pueblo Catalán Carolingio! El comportamiento de los caudillos totalitarios es siempre el mismo, no queda nada por inventar.

A mí no me escandaliza que Errejón se haya mercado un beneficio estupendo, sobre todo él, que no lo necesita porque es de familia acomodada. Lo que me llama la atención es que esta gente que conoce sobradamente la corrupción universitaria de la que se alimenta aún no haya dicho nada relevante sobre la futura enseñanza en España cuando ellos manden, como no sean cuatro vaguedades idealistas del tipo “la Universidad ha de estar al servicio de los pobres”, ya conocen la música. Pero, ¿van a mantener el sistema tal y como está, con sus tribunales amañados y sus convocatorias a medida? ¿Qué haréis con las castas universitarias, camaradas? ¿Y con el feudalismo de las universidades primitivas, donde para ganar una cátedra de Física Cuántica lo importante es haber nacido en Vic? ¿Mantendréis el sistema de rectores como títeres decorativos? ¿Y los planes de estudio deformados departamento a departamento según el interés de la plantilla?

Podemos es un partido de profesores universitarios, o lo que es igual, una quimera. Un profesor universitario es un funcionario aún más irresponsable si cabe. La libertad de cátedra le permite explicar al alumnado la vida de Lola Flores o las teorías de Kripke con igual protección estatal y sueldo. Puede fantasear hasta el delirio, por ejemplo reconstruyendo la Unión Soviética en clase, sin que nadie pueda decirle que eso no entra en el programa de Filosofía de la Ciencia. No obedece al menor control, excepto el de sus jefes de departamento (y tampoco mucho), lo que provoca unas relaciones serviles hasta la caricatura que en los estratos inferiores es de pura esclavitud. Un partido de profesores universitarios reproduce el mundo virtual de las aulas, con todos sus delirios y su onirismo, a escala estatal.

Si ya la Universidad española (sector Humanidades) es como un cetáceo muerto, imagínense un país construido con los mismos mimbres. Un cementerio de elefantes. Y ratones".

Félix de Azúa es escritor.

http://elpais.com/elpais/2014/11/28/opinion/1417202506_176244.html

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El asesinato de la Universidad y el silencio de los corderos Empty Universidad: el paisaje después de la batalla

Mensaje  Genaro Chic Miér Oct 14, 2015 6:09 pm

Opinión de Carlos Fernández Liria:

Algunas Juntas de Facultad de las universidades públicas han comenzado el curso [2015-2016] con una inquietud. La normativa dice que las facultades podrán autorizar o no a que cuatro artículos publicados en revistas “científicas” puedan ser presentados como una tesis doctoral. Como los artículos pueden venir firmados por varios autores, una misma publicación podría equivaler así no a una, sino a seis o siete cuartas partes de una tesis doctoral. Algunos profesores se han rasgado las vestiduras ante lo que consideran un despropósito, recordando cosas muy elementales en el mundo académico de antaño (es decir, en el mundo, digamos, ‘pre-Bolonia’): un doctor es la autoridad académica más alta que existe. La única palabra que en la Universidad vale más que la  palabra de un doctor es la palabra de dos o más doctores discutiendo entre sí en público (no en el salón de su casa). Y de hecho, la columna vertebral de una universidad debería ser la continua discusión de los doctores entre sí. Por eso, no se accede al grado de doctor más que enfrentándose a un tribunal de otros cinco doctores, en un acto público en el que puede entrar cualquier ciudadano que pase por ahí. Por mi parte, yo ya estoy hastiado de estrellarme contra una pared intentando argumentar que todas estas cosas tienen sentido -y es más, que si se suprimen se acaba sin más con la esencia de la universidad pública-.

        Durante todos los años de lucha contra Bolonia, se demostró que los argumentos de Humboldt o de Hegel no valían un pimiento frente a la estrategia retórica de los reformadores: como las cátedras están corruptas, suprimamos las cátedras (o todas sus funciones); como los tribunales están amañados, suprimamos los tribunales (y con ello el carácter público de las comisiones); como los funcionarios a veces hacen el vago, flexibilicemos la plantilla y generalicemos la precariedad en la Universidad. Por ese camino, las estructuras universitarias se han ido desmoronando y con ellas el presupuesto para mantenerlas, de modo que si este invierno nos quedamos sin calefacción se argumentará que es lógico, porque las tuberías estaban tan corrompidas como las cátedras, los tribunales y los funcionarios. Es repugnante ver que algunos catedráticos, como Félix de Azúa, desde su prestigiosa atalaya mediática, haya aplaudido esta demolición de la Universidad pública argumentando que en ella todo es endogamia, incesto, ignorancia y corrupción (todo menos, curiosamente, el propio Félix de Azúa y algunos otros como él que debieron llegar a catedráticos por derecho divino sin incesto ni endogamia).  Eso sin contar con que, encima, ha sido ahí donde nació Podemos. Para gente como Antonio Elorza, habría valido la pena volar todo el campus de Somosaguas con tal de impedir una cosa así.

En fin, Félix de Azúa ha sido el  más vociferante de los calumniadores, pero hay que decir que la demolición de la universidad contó con la complicidad de las autoridades académicas y con la pasividad irresponsable de la mayor parte de su personal docente. Sólo el movimiento estudiantil, para qué recordarlo, salió en defensa de la institución universitaria. Por eso, asquea notar ahora cierta perplejidad ante dilemas como el que hemos mencionado. Cuatro artículos conceden ahora el título de doctor. Un título que antes se conseguía con el trabajo, a menudo, de toda una vida académica. Algunos ponen cara de indignación ante este supuesto despropósito, sin advertir que el verdadero escollo está en otro sitio: la normativa da un plazo de tres años para realizar la tesis doctoral. Esto quiere decir que se espera que una persona sea doctor con cuatro años de grado y tres de doctorado (reconociéndose, además, que el primer año de grado es puramente un refuerzo de un bachillerato que en España se consideró demasiado cojo para la convergencia europea). Antes de la aplicación del Plan Bolonia, el Diploma de Estudios Avanzados (DEA), un especie de equivalente de las antiguas tesinas, se realizaba con cinco años de licenciatura y dos de doctorado (y, a veces, uno más, que normalmente se utilizaba en hacer el trabajo). Es decir que, en buena lógica, lo que habría que pedir es que, retroactivamente, concedieran el título de doctor a todos los diplomados que cursaron el DEA. O visto desde otro punto de vista: en realidad, los futuros doctores ya no serán verdaderos doctores. El tribunal que los tendrá que juzgar será cada vez más un trámite a extinguir, ya que las todas las Agencias de Evaluación conceden más valor a la evaluación ciega y anónima de las revistas científicas (que a algunos les parece muy objetiva, pero que a otros nos recuerda a los encapuchados que juzgaban en las mazmorras de la santa inquisición en tiempos oscuros todavía pre-ilustrados)  que a la discusión expuesta a la luz pública de los tribunales académicos.

        No hay nada más tonto que no reconocer una derrota. Si la tesis hay que hacerla en tres años, es una tontería intentar empotrar ahí algo más que ochenta páginas (cuatro artículos).  Hay que reconocer, sencillamente, que la reforma de las universidades -eso que se llamó Bolonia- ha suprimido el título de doctor y lo ha sustituido por otra cosa que se va a llamar igual. Lo mismo que suprimió el quinto año de licenciatura, la estabilidad del profesorado o tantas otras cosas más. Lo que todos estos años se ha pretendido -con la excusa de la convergencia europea o del Plan Bolonia- ha sido jibarizar la universidad pública. Reducir al máximo la parte de la universidad financiada con dinero público. O mejor dicho, poner el dinero público al servicio del mundo empresarial que pueda intervenir a través de inversiones o másteres de precios prohibitivos. Se trataba de dotar a las empresas de un ejército de trabajadores sin sueldo (o pagados con dinero público) a los que se llama becarios. Se trataba de garantizar que las empresas que invirtieran en algún departamento universitario recibirían una sustanciosa plusvalía pagada con el dinero de los ciudadanos. Para ello, en efecto, bastaba supeditar la financiación pública de los proyectos de investigación y de los departamentos docentes a la previa obtención de fuentes de financiación externa (es decir, privada). De este modo, el dinero público fluye de forma natural hacia los chiringuitos privados. Lo que se escondía tras el denominado Plan Bolonia era la implantación de un inmenso aspirador de dinero público a favor de la empresa privada. A esto se llamó “poner la Universidad al servicio de la sociedad”. En este proyecto, sobraban muchas cosas: los estudiantes en primer lugar, porque había muchos más de los que se necesitaban. Los contenidos académicos, porque tanta sobre-cualificación no tenía demanda (la prueba es que los doctores andan por ahí sirviendo copas en los bares de Alemania o del Reino Unido). Sobraban los funcionarios, porque no eran flexibles como las demandas mercantiles. Sobraban decenas de departamentos e incluso facultades enteras. Nadie en el mercado necesita ya saber griego clásico o filosofía del siglo XVI. Sobraba quinto de carrera. Sobre todo, sobraban los precios públicos de las tasas universitarias. Ahora hemos descubierto que sobraba también el doctorado. Y algunos se han llevado las manos a la cabeza, como si todo esto les viniera de sorpresa.

        Se dice que lo que está pasando no tiene nada que ver con el famoso Plan Bolonia. Cada vez que escribo un artículo sobre estos temas, hay siempre una legión de comentaristas que me dicen que Bolonia no tiene nada que ver con todo eso. Yo es que no sé cómo se puede estar tan en la Luna, durante tanto tiempo seguido. Pues claro que el Plan Bolonia no tenía nada que ver con todo eso. Hubo un libro excelente que publicaron algunos estudiantes muy activos de la lucha contra Bolonia; se llamaba, significativamente, Bolonia no existe (Hiru, 2009). Lo primero que hacía era denunciar que las reformas del Plan Bolonia no eran más que una tapadera de todo eso que estaba pasando y que ahora estamos sufriendo. Bolonia era un plan de homologación de títulos europeos. Proponía un tres más dos (tres años de grado, dos de máster). No decía que no se pudiera hacer esto a precios públicos. Proponía también un plan de movilidad europea del estudiantado. Todo eso no tenía nada de malo. De hecho, habría sido muy fácil de lograr sin resistencia alguna y con extrema facilidad, llamando grado a los tres cursos de la diplomatura (el llamado primer ciclo) y máster a los dos últimos cursos de la licenciatura (el segundo ciclo). ¿Por qué no se hizo así? Pues porque lo que se pretendía hacer no era eso. Bolonia no era más que humo. Era la tinta del calamar  para encubrir una reconversión empresarial de la universidad pública a favor de la privada. Los estudiantes se dieron muy bien cuenta de que se la estaban jugando y por eso presentaron una batalla frontal durante toda una década. No les fue difícil enterarse de la verdad: les bastó con leer los informes sobre educación que se estaban haciendo en la OMC. Los profesores, mientras tanto, andaban cazando moscas, sin comprender qué podía tener de malo eso de homologarse con Europa. Incluso algunos tontos de remate (más bien de izquierdas, además) se creyeron que se les estaba brindando una buena ocasión para mejorar las metodologías de la enseñanza, para enseñar a enseñar a los profesores y,  por qué no, para enseñar a los alumnos a aprender a aprender. Desembarcaron algunos pedagogos y algunos sinvergüenzas disfrazados de pedagogos y la liaron con que se estaba preparando un cambio completo de la cultura del aprendizaje. Cuanta más confusión, mejor. Mientras tanto, los planes de reconversión de la universidad pública avanzaban inexorables.

Al final, ni siquiera ha sido verdad lo de la movilidad europea. Todo lo contrario: por una paradoja del destino, Bolonia trajo consigo la obligatoriedad de asistencia a clase, que dificultó mucho la movilidad. Y a la postre, las becas Erasmus (que habría bastado multiplicar por cuatro para cuadriplicar la movilidad europea, tan simple como eso) están heridas de muerte y son cada vez más impracticables. Las tasas se han elevado al cubo y la famosa universidad al “servicio de la sociedad” se ha convertido para la sociedad en un lujo bastante impracticable. ¿Es qué ha salido mal el Plan Bolonia? No, es que jamás se trató de que saliera bien el Plan Bolonia. De lo que se trataba era de destruir la universidad pública y ponerla a competir con las privadas (de hecho, todavía se nos acusa de que los másteres de 4000 euros de la UCM -el quinto de carrera que antes costaba 600 euros-, hacen una competencia desleal a los de las universidades privadas). Se trataba de debilitar una institución que funcionaba mucho menos mal de lo que se ha pretendido en los medios de comunicación pagando a gentuza y a mercenarios y propagandistas. Lo único que  pretendía el Plan Bolonia, que era la convergencia europea del tres más dos, fue, curiosamente, lo primero a lo que se renunció, puesto que en España se implantó un cuatro más uno. Pues nada, ni por esas cierta gente se dio por enterada de que la cosa no iba de eso.

        Y ahora, ya en el paisaje de después de la batalla, seguimos igual. Estoy harto de ver colegas boquiabiertos porque nos hemos quedado sin doctorado. Balbuceando además, que Bolonia no tiene la culpa. No claro, Bolonia es una ciudad de Italia, no tiene nada que ver con todo esto. Y el Plan Bolonia era un papelucho lleno de buenas intenciones. Por lo visto, algunos pensaron (y por lo visto siguen pensando) que esos diez años de luchas estudiantiles fueron contra la ciudad de Bolonia o contra lo que no era sino la propaganda de la OMC. Algunos no vieron más que molinos de viento. Pero esta vez eran gigantes.

Carlos Fernández Liria es profesor de Filosofía en la UCM.

http://www.cuartopoder.es/tribuna/2015/10/09/universidad-el-paisaje-despues-de-la-batalla/7622

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El asesinato de la Universidad y el silencio de los corderos Empty Pablo Iglesias y la Universidad

Mensaje  Genaro Chic Mar Oct 20, 2015 11:21 pm


Creo de interés para esta discusión el final de una entrevista a Pablo Iglesias, realizada por Carles A. Foguet y Jorge Galindo,en la que el entrevistado toca el tema de la Universidad, respondiendo, sin propònérselo, a Félix de Azua:

P. Antonio Baños, cabeza de lista de la CUP, le dijo al director de El Periódico, después de veinte años como periodista precario, que si él le hubiera ofrecido un contrato fijo ahora no estaría liderando una formación anticapitalista sino trabajando en su periódico. Si te hubieran dado un programa en La Sexta en su momento, ¿estaríamos haciendo esta entrevista?

R. ¡O un contrato fijo en la Universidad!

P. ¿Qué vais a hacer con la precariedad?

R. Es vergonzosa. Creo que en la promoción y en el funcionamiento de la universidad en España, de alguna manera, arrastra un sistema heredado del franquismo. Un sistema de castas, nunca mejor dicho, que es horroroso. Si os dedicáis a esto supongo que sabréis lo que significa hacer currículum, hablar idiomas, publicar en revistas indexadas, ir a todos los putos congresos aunque no te los financien o no te los paguen… y que de repente tu futuro dependa de alguien que tuvo la potra de hacerse titular en el año 82, que no habla idiomas, que no publica y que es un mal profesor. Y sin embargo, ese alguien es el que tiene que decidir si entras o no. Y no lo va a hacer en función de tu brillantez sino de cómo le caigas. Hay que acabar con esto.

P. ¿Hay que acabar con la endogamia en la universidad?

R.¡Pero vamos…!

P. ¿Y fuera de la Universidad?

R. Es terrible. Además, la precariedad laboral es un mecanismo de control ideológico y de combate sindical que ha resultado ser enormemente efectivo. Hay un libro maravilloso, una novela que me mandó su autor, Gonzalo Aróstegui, que se llama En las antípodas del día, donde cuenta sus experiencias como teleoperador nocturno de Vía Digital. Y lo cuenta con una enorme conciencia de clase. Explica cómo funcionan las relaciones laborales allí, la precariedad de los trabajadores, incluso las envidias y las lucha entre ellos, la intervención de los sindicatos y cómo eso también genera competiciones porque el papel de los sindicatos muchas veces es feo. Defender lo contrario a la precariedad, que son los derechos sociales, también puede hacerse con flexibilidad. Defender los derechos sociales no es defender que uno tenga que estar en el mismo trabajo con un mono azul toda la vida; puede haber flexibilidad con derechos, pero es apostar por aquello que llamaban lucha de clases. En última instancia, la lucha de clases se expresa económicamente en el reparto de la tasa de ganancia. Esa tasa se tiene que repartir de otra manera, tiene que traducirse en derechos sociales y en que la gente viva mejor.

http://www.jotdown.es/2015/10/pablo-iglesias-me-considero-marxista-pero-soy-consciente-de-que-cambiar-las-cosas-no-depende-de-los-principios/

Genaro Chic

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