La transformación de la universidad española
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La transformación de la universidad española
El 15 de diciembre de 2008 coloqué en la versión antigua de la página de este foro (se puede ver aún en http://boards4.melodysoft.com/prestigiovsmercado/en-que-consiste-la-transformacion-1556.html ) una reflexión sobre "En qué consiste la transformación pedida a la Universidad española". Fue lo que acabó con mis dudas acerca si aprovechar el "premio de jubilación" que me ofrecía mi Universidad con el declarado fin de ahorrarse dinero con ello. Venía llamando la atención sobre ello, en correos personales y en foros de discusión, y participé en un grupo organizado por la Drª Comellas y otros entonces compañeros para alertar sobre lo que se venía encima, que el documento -del que entonces entresacaba en el foro unas líneas- dejaba absolutamente claro y que es lo que -ahora sí- parece que comienza a movilizar a bastantes más que entonces y a inquietar a casi todos. Decía así entonces (recomiendo que se vea el documento al que se accede a través del enlace abajo indicado):
Acabo de leer una reflexión sobre lo que significa la transformación de la Universidad española, así como de la europea en general, en la línea de imitar a los Estados Unidos de Norteamérica. Definitivamente, con el grado se trata de bajar los niveles ahora existentes en la licenciatura, para ponerla al nivel de un bachillerato, y elevar el nivel de los que realicen un master y sobre todo un doctorado:
"Nos encontramos en estos momentos en toda Europa, y en particular en España, en medio de la reforma educativa que bajo el emblemático nombre de Bolonia pretende crear un espacio común europeo de educación superior, a la vez que nuestras universidades intentan aproximarse al modelo norteamericano".
"Personalmente, estoy del todo de acuerdo en esa reforma, pero pienso que hasta ahora se han ocultado sus consecuencias últimas. La reforma de las licenciaturas para ajustarlas al esquema de Bolonia significa la disminución total del número de horas de clase en el grado y, por consiguiente, la disminución del profesorado, de su cualificación académica y de su retribución global. Nadie se atreve a decir esto, pero -al menos tal como veo yo las cosas- de lo que se trata es de igualar por abajo las enseñanzas de grado de las universidades europeas de forma que lleguen a tener unos contenidos y un nivel similar -realmente bajo- a los estudios norteamericanos conducentes al grado".
"Puede afirmarse que en los Estados Unidos los estudios de grado son muy inferiores en calidad y exigencia a sus equivalentes españoles de licenciatura, mientras que los 'graduate studies' norteamericanos son sensiblemente superiores en calidad y exigencia a nuestros postgrados".
"El grado proporciona una formación básica relativamente común y general a buena parte de los ciudadanos (piénsese que un 50% de los norteamericanos llega a la universidad), pero una vez obtenido el grado son sólo unos pocos los que van a especializarse adquiriendo una profesión universitaria, realizando unos caros y exclusivos estudios de postgrado. En su mayor parte quienes han obtenido el grado trabajarán después como dependientes de unos grandes almacenes o de un banco, o en tareas que no requieren una capacitación más sofisticada que los cursos de especialización o perfeccionamiento que organizan las propias empresas o las entidades educativas dedicadas a las enseñanzas profesionales aplicadas".
"Mientras no se entienda que lo importante de la universidad norteamericana no son los años de college, sino los estudios de postgrado no se estará en condiciones de imitar el modelo norteamericano. Las dificultades para cambiar el modelo continental napoleónico que pone el énfasis en la licenciatura por el modelo angloamericano son muy grandes. Las universidades como instituciones multiseculares tienen una enorme inercia, más aún cuando son entidades públicas tuteladas o administradas por el Estado. En este caso, sólo es posible la revolución desde arriba a golpe de real decreto por parte de los sucesivos equipos ministeriales que tratan de conjugar la reforma europea con las oportunidades políticas y económicas nacionales. Esto es lo que se ha venido haciendo en estos últimos años en nuestro país".
Piénsese que de las 4.400 universidades que hay en los Estados Unidos sólo dos centenares alcanzan ese rango, que depende sobre todo del número y diversidad de las tesis doctorales y de los recursos económicos que cada universidad logra para financiar la investigación.
"No está lejos el momento en el que nos encontraremos en España con unas pocas -muy pocas- superuniversidades, equiparables a esas excelentes universidades norteamericanas, mientras que la mayoría se asemejarán más bien a las universidades estatales de aquel país que tienen una importantísima función docente en el nivel de los estudios de grado, pero que -con honrosas excepciones en algunos centros en particular- son del todo irrelevantes para el desarrollo científico internacional".
La reflexión está hecha por Jaime Nubiola, Profesor Agregado de Filosofía, Vicerrector de Extensión Universitaria y Relaciones Internacionales, de la Universidad de Navarra (2004-2007), quien declara su conformidad con la reforma. Por su claridad, merece la pena leerla. Se puede ver en el enlace
http://www.unav.es/noticias/opinion/op1208.html
Acabo de leer una reflexión sobre lo que significa la transformación de la Universidad española, así como de la europea en general, en la línea de imitar a los Estados Unidos de Norteamérica. Definitivamente, con el grado se trata de bajar los niveles ahora existentes en la licenciatura, para ponerla al nivel de un bachillerato, y elevar el nivel de los que realicen un master y sobre todo un doctorado:
"Nos encontramos en estos momentos en toda Europa, y en particular en España, en medio de la reforma educativa que bajo el emblemático nombre de Bolonia pretende crear un espacio común europeo de educación superior, a la vez que nuestras universidades intentan aproximarse al modelo norteamericano".
"Personalmente, estoy del todo de acuerdo en esa reforma, pero pienso que hasta ahora se han ocultado sus consecuencias últimas. La reforma de las licenciaturas para ajustarlas al esquema de Bolonia significa la disminución total del número de horas de clase en el grado y, por consiguiente, la disminución del profesorado, de su cualificación académica y de su retribución global. Nadie se atreve a decir esto, pero -al menos tal como veo yo las cosas- de lo que se trata es de igualar por abajo las enseñanzas de grado de las universidades europeas de forma que lleguen a tener unos contenidos y un nivel similar -realmente bajo- a los estudios norteamericanos conducentes al grado".
"Puede afirmarse que en los Estados Unidos los estudios de grado son muy inferiores en calidad y exigencia a sus equivalentes españoles de licenciatura, mientras que los 'graduate studies' norteamericanos son sensiblemente superiores en calidad y exigencia a nuestros postgrados".
"El grado proporciona una formación básica relativamente común y general a buena parte de los ciudadanos (piénsese que un 50% de los norteamericanos llega a la universidad), pero una vez obtenido el grado son sólo unos pocos los que van a especializarse adquiriendo una profesión universitaria, realizando unos caros y exclusivos estudios de postgrado. En su mayor parte quienes han obtenido el grado trabajarán después como dependientes de unos grandes almacenes o de un banco, o en tareas que no requieren una capacitación más sofisticada que los cursos de especialización o perfeccionamiento que organizan las propias empresas o las entidades educativas dedicadas a las enseñanzas profesionales aplicadas".
"Mientras no se entienda que lo importante de la universidad norteamericana no son los años de college, sino los estudios de postgrado no se estará en condiciones de imitar el modelo norteamericano. Las dificultades para cambiar el modelo continental napoleónico que pone el énfasis en la licenciatura por el modelo angloamericano son muy grandes. Las universidades como instituciones multiseculares tienen una enorme inercia, más aún cuando son entidades públicas tuteladas o administradas por el Estado. En este caso, sólo es posible la revolución desde arriba a golpe de real decreto por parte de los sucesivos equipos ministeriales que tratan de conjugar la reforma europea con las oportunidades políticas y económicas nacionales. Esto es lo que se ha venido haciendo en estos últimos años en nuestro país".
Piénsese que de las 4.400 universidades que hay en los Estados Unidos sólo dos centenares alcanzan ese rango, que depende sobre todo del número y diversidad de las tesis doctorales y de los recursos económicos que cada universidad logra para financiar la investigación.
"No está lejos el momento en el que nos encontraremos en España con unas pocas -muy pocas- superuniversidades, equiparables a esas excelentes universidades norteamericanas, mientras que la mayoría se asemejarán más bien a las universidades estatales de aquel país que tienen una importantísima función docente en el nivel de los estudios de grado, pero que -con honrosas excepciones en algunos centros en particular- son del todo irrelevantes para el desarrollo científico internacional".
La reflexión está hecha por Jaime Nubiola, Profesor Agregado de Filosofía, Vicerrector de Extensión Universitaria y Relaciones Internacionales, de la Universidad de Navarra (2004-2007), quien declara su conformidad con la reforma. Por su claridad, merece la pena leerla. Se puede ver en el enlace
http://www.unav.es/noticias/opinion/op1208.html
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: La transformación de la universidad española
Rectores en la encrucijada
Todas las universidades del mundo poseen colecciones de retratos de sus rectores que atestiguan su antigüedad y contribuyen al razonable culto que toda gran institución debiera profesarse a sí misma. Las españolas, paralelamente a la de sus rectores, podrían mostrar la de ministros del ramo que, en las últimas décadas, han sido capaces de cargárselas o de reducirlas a la inacción para gloria propia y escarmiento de entrometidos. Y es que, en España, un ministro que caiga en la tentación de intentar reformar los pétreos cimientos socialistas sobre los que descansa la universidad pública a los treinta años de la LRU debe saber que, en primera instancia y a modo de aviso, está abocado a sufrir una asonada de rectores, antesala de la imparable inquisición mediática y de la hoguera. Pero lo que no han podido ministros quizá lo consiga la crisis que arrebata todos los capisayos bajo los que se disimulaban las llagas ulcerosas de la vida española, su mala calidad sin apenas excepción.
El Estado dedica anualmente unos seis mil millones de euros, es decir, un billón de pesetazas, a sostener el enorme artefacto universitario crecido al amparo del boom demográfico de los sesenta, de la imprevisión política, de los intereses profesionales de las castas docentes y de la tolerancia de una sociedad que no exige gran cosa a sus universidades con tal de tener estabulada y sabiamente adoctrinada en lo políticamente correcto a la juventud. Si al final del ciclo la pobre formación no asegura saber ni empleo, al menos persiste la singular ventaja de que ésta no supone coste directo de importancia para las familias y las empresas. Un chollo para todos si no fuera por el pequeño detalle del billón anual que se entierra, necesario hoy para otros urgentes menesteres, y de que el resultado de tamaño esfuerzo no puede ser defendido ni por los más listos de la clase.
Los rectores se quejan con razón de los tremendos recortes que los Presupuestos de 2013 acuerdan para la financiación de las universidades públicas. Se corre, sin duda, el riesgo de que lo único que las diferencia, un poner, de las cubanas -la financiación generosa- desaparezca. Pero, junto con el quejío, debieran proponer alguna solución. Lo de considerar el gasto universitario como inversión y no como tal gasto en los presupuestos suena a broma indigna de personas de tanto talento. No se percatan nuestros magníficos de que, como dijera el tantas veces citado Hölderlin, allí donde está el problema, está la solución. Gracias a la crisis, este mostrenco sistema universitario tiene la gran oportunidad de reformarse a fondo. O eso o morirse del todo, lo que me temo que sucedería, y lamento mucho decirlo, entre la mayor indiferencia social.
Rafael Sánchez Saus. Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Cádiz. Ha sido Rector en Madrid.
http://www.diariodesevilla.es/article/opinion/1418830/rectores/la/encrucijada.html
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Otra Universidad es posible en España
«Nadie piensa en que el primer deber de la universidad es enseñar bien»
Entrevista al profesor José-Ginés Mora, especialista en la gestión de la enseñanza superior
El pasado 10 de Diciembre, los rectores de las universidades públicas españolas denunciaron que el recorte del 80% en investigación, que figura en los Presupuestos Generales del Estado para 2013, unido al ajuste del 18% en educación superior y a la congelación de las plantillas, llevarán a nuestro país a la «pérdida del tren del desarrollo tecnológico, hipotecando la investigación y los mayores avances en la frontera del conocimiento». Con motivo de esa protesta, ABC ha conversado con José-Ginés Mora, director del Centro de Estudios en Gestión de la Educación Superior de la Universidad Politécnica de Valencia, y profesor visitante en la Universidad de Londres.
--España tiene cuarenta y siete universidades públicas presenciales, dos a distancia y dos especiales. ¿Son demasiadas?
--No hay muchas universidades en España. En Estados Unidos hay cuatro mil. En Estados Unidos hay una universidad en cada pueblo. En Albania, con tres millones de habitantes, hay 46 universidades. En el Reino Unido, 150. Es verdad que el Reino Unido es más grande, tiene más habitantes. Pero casi cada país de nuestro entorno tiene más universidades por habitante que España. ¿Hay muchas universidades? No, comparativamente, no. En Indonesia hay tres mil. Entonces, ¿dónde está el problema, que lo hay? En Estados Unidos, por ejemplo, el sistema está diferenciado. Hay universidades que se especializan en investigación, unas doscientas, y de ellas unas pocas son excelentes, las que salen primeras en los ránkings. Pero la mayoría, hasta cuatro mil, son universidades muy sencillas, que se dedican a la enseñanza, que son baratas, que son de bajo coste. En España, lo del "café para todos" forma parte de nuestra esencia. Aquí, todas las universidades siguen el mismo modelo: tienen que tener todos los títulos, se han de dedicar a la investigación... Los profesores tienen que hacer investigación, aunque no sean capaces de ello, y cobran por eso, etc. Es decir, aquí tenemos un sistema donde todas las universidades siguen el modelo de las grandes universidades estadounidenses, y eso es imposible.
--¿Y de ahí la situación financiera tan precaria y que resulten tan gravosas?
--Tampoco son tan gravosas. No es un sistema gravoso. España gasta en educación superior más o menos lo que la media europea. La palabra es ineficiencia. Con el mismo dinero se podrían haber hecho cosas mucho mejores. Por ejemplo, crear universidades muy centradas en la investigación, universidades caras, pero a la vez tendría que haber universidades centradas en la enseñanza, en la formación, universidades más parecidas a un centro de formación, formación profesional si quiere, que a Harvard. Tendríamos que haber diversificado el sistema, como Estados Unidos, como Inglaterra. Harvard, Cambridge o la Universidad de Londres son universidades caras, y unas cuantas más, que gastan mucho. Pero hay universidades muy baratas, que cuestan muy poco. Y que hacen una buena enseñanza.
--Pero aun así hay casos que se explican difícilmente. Elche y Alicante, por ejemplo, dos universidades públicas a 20 kilómetros. Parece un poco pintoresco.
--Más que pintoresco. Fue tremendo. El entonces rector de la Universidad de Alicante, que era un miembro del PSOE, Andrés Pedreño, era enemigo mortal de Zaplana (PP). Los dos son del mismo pueblo, de Cartagena. Se peleaban. Se odiaban. Y Zaplana creó una universidad en Elche. En este país se hacen cosas de risa.
--Está también la Universidad Pública de Navarra, al parecer erigida para fastidiar a la Universidad de Navarra, del Opus Dei.
--Exacto. Eso fueron los otros. Pero aun así, tenga en cuenta una cosa, algo que la gente olvida. Alicante tiene millón y medio de habitantes, y el que haya dos universidades tampoco es una exageración. Pero bueno, se han hecho universidades en todas partes por motivos en general políticos, pero además no es que se haya dicho: "Vamos a poner un centro para que la gente tenga acceso a la universidad". No. Se ha dicho: "Vamos a hacer una universidad que va a ser como la Autónoma de Madrid, la Autónoma de Barcelona o, digamos, las más conocidas. Van a tener todos los recursos, todos los departamentos, y van a tener todas las carreras". Eso ha sido el error. No hacer centros para que la gente tenga acceso a las carreras más populares, más fáciles, en el sentido de más fáciles de acceso [fue en cierto modo el papel de los Colegios Universitarios creados en la época de Franco y luego transformados en Universidades (nota mía)]. No. Han puesto Físicas. Han puesto Matemáticas, han puesto... Biología Molecular. La gestión ha sido mala.
--¿Qué piensa del comunicado de los rectores?
--A mí me parece una perogrullada. "Hay que mirar la educación como una inversión y no como un gasto". Por supuesto que sí. Cuando leí eso me dije: "Estos muchachos parece que están descubriendo las Américas". El fondo de la cuestión es que aquí parece que estamos esperando a que se recupere el sector inmobiliario. Y si no cambiamos el modelo económico de este país, este país se va al carajo, definitivamente. Y eso solo se puede hacer si nuestra industria y nuestros servicios tienen muchísima más innovación. Si nos ponemos como en Finlandia.
--Tengo la impresión de que la universidad está anquilosada, con una proporción importante de personal pendiente casi en exclusiva de no perder privilegios, pero no de ofrecer un verdadero servicio a la sociedad. ¿Me equivoco?
--Eso es una realidad, no es una impresión. La mayoría de los profesores, más del cincuenta por cien, son gente muy trabajadora y muy decente. Pero los profesores, por muy interesados que estén en hacerlo bien, saben que para promocionarse, por los sistemas de promoción que tenemos, se han de dedicar a escribir artículos. Dar bien clase o no darla, eso no cuenta. Y esto es culpa del sistema. Y claro, la desatención, la falta de atención del profesorado al alumnado es una cosa sistemática, y no es culpa del profesorado. Si tú te dedicas a dar bien tu clase, no subes nunca de categoría. Te quedas de profesor ayudante toda tu vida. Porque para promocionarte necesitas publicaciones, por lo que decía, porque aquí todo el mundo cree que hay que tener una universidad como Harvard. Nadie piensa en que el primer deber de la universidad es enseñar bien. Eso, incluso está casi mal visto.
--¿Están controlados los gastos en la universidad? ¿Funciona bien la contabilidad?
--Nunca he detectado un caso de corrupción más allá de que uno haga un viaje y se ponga un taxi que no ha usado. Sí. Esto está bastante controlado.
--¿Y se implican las universidades para conseguir medios por sí mismas?
--Sí, se hace en la universidad española. Por ejemplo, la Politécnica de Valencia está consiguiendo casi cien millones de euros anuales en contratos, aparte de lo que recibe del Estado. Claro, son las politécnicas. La Politécnica de Barcelona, también. La de Madrid, aparentemente menos pero es porque usa fundaciones. Pero sí, sí. Las más punteras, con más tecnología. Casi todas las comunidades autónomas han establecido sistemas de financiación por resultados. Las universidades valencianas lo pusieron en marcha en el 93. Un sistema de financiación por incentivos.
--Pero siguen sin contabilidad analítica. No sabemos lo que cuesta «producir» un médico, un abogado, un ingeniero aeronáutico...
--Sí, es verdad. Bueno, yo conozco el caso de dos universidades que tienen contabilidad analítica, pero no la publican, porque si lo hacen sabríamos que hay carreras carísimas y carreras baratísimas. Eso provocaría internamente que los que están en las carreras baratas dijeran: "¿Por qué no repartimos a todos igual?". Si un médico cuesta mil, y un periodista diez, los de la facultad de periodismo protestarían. Es una diferencia que en algunos casos sería de 20 a 1. Los rectores son elegidos por los profesores y entienden su cometido como mantener la paz entre sus huestes. O sea, de introducir mejoras que produzcan malestar, nada.
--¿Hay que tocar el modelo funcionarial?
--Por supuesto. Si me permite una disquisición histórica. La idea del profesor funcionario se inventa en el siglo XIX con una buena intención: garantizar la independencia ideológica. Si eres funcionario puedes decir lo que quieras, libremente. Pero en el siglo XXI, hay suficientes herramientas para permitir la libertad académica, libertad de pensamiento, lo que aquí se llamaba libertad de cátedra, para que no te expulsen por tus ideas. Eso está garantizado, por ejemplo, en las universidades privadas. Por lo tanto, no tiene sentido mantener este estatus hoy. Las universidades inglesas no tienen funcionarios. Son universidades públicas, pero nadie es funcionario. No hay oposiciones. Los profesores son contratados por los propios departamentos. No hay pruebas de acreditación. No hay nada. ¿Por qué? Porque los departamentos están interesados en buscar a los mejores, los propios departamentos se pelean por conseguir a los mejores profesores. Cuanto mejor es el departamento, más recursos tiene, porque hay una agencia de financiación que financia en función de los logros. El funcionariado es algo del siglo XIX. Que fue noble en su momento, pero...
--¿Qué piensa de la excesiva especialización del alumnado?
--Es verdad, y en eso no hay discrepancia con el mercado laboral, que las personas que mejor se adaptan al mercado laboral no son las especialistas, sino las que, teniendo un buen nivel de formación técnica, tienen una serie de competencias transversales, de competencias humanas, de competencias sociales. Lo que un empleador busca no es un tipo que sea un gran experto en una ingeniería determinada, sino un tipo que tenga capacidad de trabajo, de adaptarse, de comunicarse, de moverse. La formación digamos humanística, y la formación técnica, en el mundo actual, no solo no están reñidas, sino que son perfectamente compatibles. Un empresario no quiere solo un técnico. Valora incluso más las competencias generales. A eso en la universidad hay que prestarle muchísima atención. Creo, sí, que es uno de los defectos de la universidad, que está excesivamente centrada en la formación técnica.
http://www.abcdesevilla.es/sociedad/20121216/abci-universidades-reforma-gasto-recortes-201212151833.html
Entrevista al profesor José-Ginés Mora, especialista en la gestión de la enseñanza superior
El pasado 10 de Diciembre, los rectores de las universidades públicas españolas denunciaron que el recorte del 80% en investigación, que figura en los Presupuestos Generales del Estado para 2013, unido al ajuste del 18% en educación superior y a la congelación de las plantillas, llevarán a nuestro país a la «pérdida del tren del desarrollo tecnológico, hipotecando la investigación y los mayores avances en la frontera del conocimiento». Con motivo de esa protesta, ABC ha conversado con José-Ginés Mora, director del Centro de Estudios en Gestión de la Educación Superior de la Universidad Politécnica de Valencia, y profesor visitante en la Universidad de Londres.
--España tiene cuarenta y siete universidades públicas presenciales, dos a distancia y dos especiales. ¿Son demasiadas?
--No hay muchas universidades en España. En Estados Unidos hay cuatro mil. En Estados Unidos hay una universidad en cada pueblo. En Albania, con tres millones de habitantes, hay 46 universidades. En el Reino Unido, 150. Es verdad que el Reino Unido es más grande, tiene más habitantes. Pero casi cada país de nuestro entorno tiene más universidades por habitante que España. ¿Hay muchas universidades? No, comparativamente, no. En Indonesia hay tres mil. Entonces, ¿dónde está el problema, que lo hay? En Estados Unidos, por ejemplo, el sistema está diferenciado. Hay universidades que se especializan en investigación, unas doscientas, y de ellas unas pocas son excelentes, las que salen primeras en los ránkings. Pero la mayoría, hasta cuatro mil, son universidades muy sencillas, que se dedican a la enseñanza, que son baratas, que son de bajo coste. En España, lo del "café para todos" forma parte de nuestra esencia. Aquí, todas las universidades siguen el mismo modelo: tienen que tener todos los títulos, se han de dedicar a la investigación... Los profesores tienen que hacer investigación, aunque no sean capaces de ello, y cobran por eso, etc. Es decir, aquí tenemos un sistema donde todas las universidades siguen el modelo de las grandes universidades estadounidenses, y eso es imposible.
--¿Y de ahí la situación financiera tan precaria y que resulten tan gravosas?
--Tampoco son tan gravosas. No es un sistema gravoso. España gasta en educación superior más o menos lo que la media europea. La palabra es ineficiencia. Con el mismo dinero se podrían haber hecho cosas mucho mejores. Por ejemplo, crear universidades muy centradas en la investigación, universidades caras, pero a la vez tendría que haber universidades centradas en la enseñanza, en la formación, universidades más parecidas a un centro de formación, formación profesional si quiere, que a Harvard. Tendríamos que haber diversificado el sistema, como Estados Unidos, como Inglaterra. Harvard, Cambridge o la Universidad de Londres son universidades caras, y unas cuantas más, que gastan mucho. Pero hay universidades muy baratas, que cuestan muy poco. Y que hacen una buena enseñanza.
--Pero aun así hay casos que se explican difícilmente. Elche y Alicante, por ejemplo, dos universidades públicas a 20 kilómetros. Parece un poco pintoresco.
--Más que pintoresco. Fue tremendo. El entonces rector de la Universidad de Alicante, que era un miembro del PSOE, Andrés Pedreño, era enemigo mortal de Zaplana (PP). Los dos son del mismo pueblo, de Cartagena. Se peleaban. Se odiaban. Y Zaplana creó una universidad en Elche. En este país se hacen cosas de risa.
--Está también la Universidad Pública de Navarra, al parecer erigida para fastidiar a la Universidad de Navarra, del Opus Dei.
--Exacto. Eso fueron los otros. Pero aun así, tenga en cuenta una cosa, algo que la gente olvida. Alicante tiene millón y medio de habitantes, y el que haya dos universidades tampoco es una exageración. Pero bueno, se han hecho universidades en todas partes por motivos en general políticos, pero además no es que se haya dicho: "Vamos a poner un centro para que la gente tenga acceso a la universidad". No. Se ha dicho: "Vamos a hacer una universidad que va a ser como la Autónoma de Madrid, la Autónoma de Barcelona o, digamos, las más conocidas. Van a tener todos los recursos, todos los departamentos, y van a tener todas las carreras". Eso ha sido el error. No hacer centros para que la gente tenga acceso a las carreras más populares, más fáciles, en el sentido de más fáciles de acceso [fue en cierto modo el papel de los Colegios Universitarios creados en la época de Franco y luego transformados en Universidades (nota mía)]. No. Han puesto Físicas. Han puesto Matemáticas, han puesto... Biología Molecular. La gestión ha sido mala.
--¿Qué piensa del comunicado de los rectores?
--A mí me parece una perogrullada. "Hay que mirar la educación como una inversión y no como un gasto". Por supuesto que sí. Cuando leí eso me dije: "Estos muchachos parece que están descubriendo las Américas". El fondo de la cuestión es que aquí parece que estamos esperando a que se recupere el sector inmobiliario. Y si no cambiamos el modelo económico de este país, este país se va al carajo, definitivamente. Y eso solo se puede hacer si nuestra industria y nuestros servicios tienen muchísima más innovación. Si nos ponemos como en Finlandia.
--Tengo la impresión de que la universidad está anquilosada, con una proporción importante de personal pendiente casi en exclusiva de no perder privilegios, pero no de ofrecer un verdadero servicio a la sociedad. ¿Me equivoco?
--Eso es una realidad, no es una impresión. La mayoría de los profesores, más del cincuenta por cien, son gente muy trabajadora y muy decente. Pero los profesores, por muy interesados que estén en hacerlo bien, saben que para promocionarse, por los sistemas de promoción que tenemos, se han de dedicar a escribir artículos. Dar bien clase o no darla, eso no cuenta. Y esto es culpa del sistema. Y claro, la desatención, la falta de atención del profesorado al alumnado es una cosa sistemática, y no es culpa del profesorado. Si tú te dedicas a dar bien tu clase, no subes nunca de categoría. Te quedas de profesor ayudante toda tu vida. Porque para promocionarte necesitas publicaciones, por lo que decía, porque aquí todo el mundo cree que hay que tener una universidad como Harvard. Nadie piensa en que el primer deber de la universidad es enseñar bien. Eso, incluso está casi mal visto.
--¿Están controlados los gastos en la universidad? ¿Funciona bien la contabilidad?
--Nunca he detectado un caso de corrupción más allá de que uno haga un viaje y se ponga un taxi que no ha usado. Sí. Esto está bastante controlado.
--¿Y se implican las universidades para conseguir medios por sí mismas?
--Sí, se hace en la universidad española. Por ejemplo, la Politécnica de Valencia está consiguiendo casi cien millones de euros anuales en contratos, aparte de lo que recibe del Estado. Claro, son las politécnicas. La Politécnica de Barcelona, también. La de Madrid, aparentemente menos pero es porque usa fundaciones. Pero sí, sí. Las más punteras, con más tecnología. Casi todas las comunidades autónomas han establecido sistemas de financiación por resultados. Las universidades valencianas lo pusieron en marcha en el 93. Un sistema de financiación por incentivos.
--Pero siguen sin contabilidad analítica. No sabemos lo que cuesta «producir» un médico, un abogado, un ingeniero aeronáutico...
--Sí, es verdad. Bueno, yo conozco el caso de dos universidades que tienen contabilidad analítica, pero no la publican, porque si lo hacen sabríamos que hay carreras carísimas y carreras baratísimas. Eso provocaría internamente que los que están en las carreras baratas dijeran: "¿Por qué no repartimos a todos igual?". Si un médico cuesta mil, y un periodista diez, los de la facultad de periodismo protestarían. Es una diferencia que en algunos casos sería de 20 a 1. Los rectores son elegidos por los profesores y entienden su cometido como mantener la paz entre sus huestes. O sea, de introducir mejoras que produzcan malestar, nada.
--¿Hay que tocar el modelo funcionarial?
--Por supuesto. Si me permite una disquisición histórica. La idea del profesor funcionario se inventa en el siglo XIX con una buena intención: garantizar la independencia ideológica. Si eres funcionario puedes decir lo que quieras, libremente. Pero en el siglo XXI, hay suficientes herramientas para permitir la libertad académica, libertad de pensamiento, lo que aquí se llamaba libertad de cátedra, para que no te expulsen por tus ideas. Eso está garantizado, por ejemplo, en las universidades privadas. Por lo tanto, no tiene sentido mantener este estatus hoy. Las universidades inglesas no tienen funcionarios. Son universidades públicas, pero nadie es funcionario. No hay oposiciones. Los profesores son contratados por los propios departamentos. No hay pruebas de acreditación. No hay nada. ¿Por qué? Porque los departamentos están interesados en buscar a los mejores, los propios departamentos se pelean por conseguir a los mejores profesores. Cuanto mejor es el departamento, más recursos tiene, porque hay una agencia de financiación que financia en función de los logros. El funcionariado es algo del siglo XIX. Que fue noble en su momento, pero...
--¿Qué piensa de la excesiva especialización del alumnado?
--Es verdad, y en eso no hay discrepancia con el mercado laboral, que las personas que mejor se adaptan al mercado laboral no son las especialistas, sino las que, teniendo un buen nivel de formación técnica, tienen una serie de competencias transversales, de competencias humanas, de competencias sociales. Lo que un empleador busca no es un tipo que sea un gran experto en una ingeniería determinada, sino un tipo que tenga capacidad de trabajo, de adaptarse, de comunicarse, de moverse. La formación digamos humanística, y la formación técnica, en el mundo actual, no solo no están reñidas, sino que son perfectamente compatibles. Un empresario no quiere solo un técnico. Valora incluso más las competencias generales. A eso en la universidad hay que prestarle muchísima atención. Creo, sí, que es uno de los defectos de la universidad, que está excesivamente centrada en la formación técnica.
http://www.abcdesevilla.es/sociedad/20121216/abci-universidades-reforma-gasto-recortes-201212151833.html
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Re: La transformación de la universidad española
La próxima reforma universitaria de Wert
A pesar de ochocientos años de vida renqueante plagada de luz, gloria, cultura, sabiduría, ignorancia, decadencia, desidia, oscuridad y sobresalto, la universidad española se resiste a claudicar.
Parece que nuestras súplicas han sido escuchadas. Ya veremos el resultado si van a ser responsables de volverla a hacer brillar los habituales políticos cuestionados, expertos en pudrir todo lo que su ansia de poder atenaza.
Decía en el s. XIII Rodrigo Ximenes de Rada en su Historia de Rebus Hispaniae (1,7, cap. 24) sobre Alfonso VIII de Castilla, que puede considerarse el fundador de la antigua Universidad de Palencia (1212): “Llamó a hombres sabios de la Galia y de Italia, para procurar que la sabiduría nunca estuviese ausente de su reino y congregó maestros de todas las facultades en Palencia, concediéndoles buenos estipendios, para que los saberes de cualquier especialidad aprovecharan a todos los amantes del estudio como el maná bíblico". No cabe mejor programa universitario en cuatro líneas, y hace ocho siglos.
Es afirmación del comité de expertos que la semana pasada publicó un informe, a propuesta del ministro Wert, titulado: “Propuestas para la reforma y mejora de la calidad y eficiencia del sistema universitario español”, por describir de alguna manera el caos en salsa boloñesa perpetrado en tales instituciones. Por fin una iniciativa seria para extirpar la ignorancia endémica y la corrupción que asola este país, que sigue inoculando mediocridad y barbarie en nuestra caduca universidad.
La falta de profesores extranjeros y el sistema de nombramiento de docentes es una de las primeras críticas del comité hacia el sistema universitario español.
Entre otras muchas recomendaciones, constata el estrepitoso fracaso de la ANECA en su función acreditadora del profesorado universitario, y la justa propuesta de anular sus facultades. Asegura el informe que científicos de la talla de Einstein habrían tenido más que dificultades para acceder a una plaza de profesor titular aquí, no digamos de catedrático.
“El baremo de la ANECA otorga 55 puntos por ‘investigación’ (el máximo hasta para un nobel), 35 por ‘actividad docente y profesional’ y 10 por ‘gestión, administración y otros méritos’. Al margen de la presunción que supone calibrar con una precisión del 1%, basta observar que un nobel joven que haya dado pocas clases y que no sea proclive a la gestión universitaria podría no llegar, aplicando el baremo de la ANECA, a los 80 puntos necesarios para su acreditación como catedrático (este sería el caso de K. Novoselov).
Incluso el Einstein de 34 años que en 1913 aceptó su cátedra berlinesa habría tenido dificultades si se le hubiera juzgado con el baremo de la ANECA. Einstein aceptó la cátedra con la condición de no tener obligaciones docentes, así que el nobel (1921) tampoco habría ayudado mucho salvo que se incluyera en el capítulo de ‘otros méritos’ (aunque no serían otros, sino los mismos méritos de investigación).
Si el baremo de la ANECA resulta impropio con académicos verdaderamente excepcionales, cabe imaginar las desviaciones a las que puede dar lugar con candidatos que son simplemente "buenos".
Si los profesores o catedráticos habilitados por la ANECA tuviesen en verdad los méritos que asegura el ingente papeleo necesario durante el extenuante proceso de habilitación, por mera cuestión estadística los premios Nobel en ciencias serían la norma en España. Desgraciadamente, el último se concedió a Ramón y Cajal en 1906, hace más de cien años. ¿Cómo es posible, pues, que dos terceras partes de las solicitudes de acreditación sean positivas?
La picaresca permite calificar como profesores a incalificables productores de vacuo papel, mientras que magníficos docentes en potencia y jóvenes investigadores que ya han emigrado, o que ni siquiera pudieron entrar como temporeros por haber trabajado en las mejores instituciones del extranjero, nunca han estado dispuestos a pasar por el inquisitorial sistema, del cuya legalidad duda el mismo informe.
Todos estos años no han sido admitidos en la universidad, o han sido expulsados, demasiados docentes e investigadores brillantes, desanimados por la cruenta burocracia y los baremos absurdos que les inhabilitaban antes de comenzar, al no poder demostrar méritos suficientes a pesar de tenerlos sobrados, poniéndola en brazos de la ignorante medianía patria que sí era capaz de conseguirlos.
Entre ellos está el de calificar con diez puntos a aquel que tenga experiencia, se supone, en gestión y papeleos varios. Una universidad que promueve antes a burócratas que a humildes sabios esforzados no puede luego extrañarse de mediocres resultados académicos.
Otra es que la docencia se puntúe al peso: la cantidad antes que la calidad. Es mejor profesor aquel que más tiempo haya dado la tabarra con infumables clases o que más cursillos inútiles haya realizado. Sin pretender ser profeta en mi tierra, ya nos desgañitamos en anterior artículo:
“Debe haber buenos catedráticos, sobresalientes profesionales, que no son considerados investigadores puros. Magníficos investigadores felices en la soledad de su laboratorio o de su ingenio, incapaces de transmitir nada, que también son necesarios en la universidad, y que son complementarios a los anteriores. Profesores no demasiado bien dotados para la investigación, ni siquiera grandes profesionales en la industria, que son extraordinarios docentes.
En la universidad debe haber de todo y debemos comenzar con humildad desde abajo. Porque la genialidad no abunda. Si fuese verdad eso que dicen las encuestas, que somos la novena potencia científica del mundo y esto está a rebosar de talento, tendrían que haber caído ya por narices unos cuantos premios Nobel y algunas de nuestras universidades encabezarían las listas. Y que se sepa no hay ninguno ni ninguna y menos todavía son los postulantes a la 'excelencia'. Algo falla.”
La consecuencia más grave es que tal sistema ha intensificado la perenne endogamia, ya que las universidades suelen escoger entre los acreditados a los de la propia escudería, salvo dramáticas excepciones, sobre todo en las ramas de ingeniería. Su fin es prescindir de librepensadores, críticos y de los verdaderamente capaces, provengan de donde provengan, que no estén dispuestos a humillarse ni a pasar por el aro, con el fin de convertirlos en dóciles lacayos.
Una vez funcionarios, muchos se permiten el lujo de mangonear a su antojo y a vegetar, ya que se convierten en gurús intocables, expertos nada más que en impartir sus propias miserias. Con lo que tal condición, que se creó para proteger la libertad de cátedra y a los docentes del abuso de poder, se ha desvirtuado.
El sistema se ha sofisticado eludiendo admitir al brillante o al intelectual fino, los innovadores, aquellos que no se amoldan al saber establecido, que suelen ser los más incómodos, los más discrepantes o críticos con el poder, los que de verdad hacen avanzar la ciencia y producen nuevo conocimiento.
Para los rectores de las universidades españolas, por el contrario, la vida es bella y suntuosa a causa de las prebendas y el coche oficial. Les revienta de placer el ancho ombligo al contemplárselo, ya que sus universidades sufren de excelencia, palabreja perpetua ausente de contenido y de ciencia, que no casa con la humildad debida de aquellos verdaderos sabios, frustrados por sus humanas carencias. Por ser conscientes de la inmensidad de todo lo que no alcanzan a conocer, y del fondo profundo de la ciencia infinita e inabarcable que apenas llegan a rozar a pesar de su ancho saber. Lo constata el informe:
En una reciente tribuna de opinión de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) se afirmaba que “en el ámbito de la investigación, la producción científica española es la novena mayor del mundo: España genera el 3,4% de la producción global. Dos tercios de esta producción científica es generada en las universidades. Es un resultado más que notable si consideramos que España sólo invierte en I+D+i un 1,38% de su PIB, muy lejos del 2.3%, que es la media de la OCDE. Ello revela una eficiencia extraordinaria: con poco, hacemos mucho.
Con estos resultados el sistema universitario español se sitúa entre los cuatro más productivos en ciencia”.
El problema, obviamente, es que esa productividad sólo mide el número, y no la calidad e importancia, de las publicaciones; es decir, mide muy poco (véase la sec. II.0). El número de trabajos publicados por un premio nobel en una universidad de élite es, más o menos, de unos 12.000 (el Massachusetts Institute of Technology, MIT, recibe un Nobel en ciencias cada tres años o menos, cinco en lo que va de siglo). Si el criterio del número fuera aplicable a nuestro país, España habría obtenido varios premios Nobel en 2011.
Comentarios como el citado no facilitan que la sociedad española se forme una idea precisa de sus universidades ni favorecen su mejora pues, para cambiar, hay que partir de que existen razones de peso para hacerlo. Si el sistema universitario español, pese a sus muy escasos recursos, fuera uno de “los cuatro más productivos en ciencia” sería objeto de estudio por muchos rectores extranjeros deseosos de mejorar la eficiencia de sus propias universidades.
Apoyando la tesis de la comisión de expertos, España no está en novena posición en investigación y ciencia ni en sueños, más que en la imaginación de burócratas, políticos y rectores.
Si, como consecuencia de tales afirmaciones, es líder en picaresca investigadora a falta de otra respuesta plausible, esto nos lleva al siguiente corolario: la elección de rectores no parece la adecuada, cuando son incapaces de reconocer las carencias de las instituciones que dirigen. Y, puesto que muerto el perro se acabó la rabia, tampoco parecen tener intención de resolverlas: para qué resolver un problema que no existe.
Esto nos conduce hacia la siguiente cuestión: el debate inexistente acerca de la bondad de la sacrosanta autonomía universitaria que apuntala el localismo, al funcionario que no cumple, los intereses personales o políticos, la propia ideología o la constitución y el nombramiento de órganos rectores que no dirigen nada, porque no son capaces, o porque la asfixiante burocracia no se lo permite. Otro asunto mollar que otro día comentaremos.
No comienza con mal pie el tal informe para escándalo de la ortodoxia patria, de aquellos que lo han encargado y de los que se han colado.
José M. de la Viña
http://blogs.elconfidencial.com/economia/apuntes-enerconomia/2013/02/19/la-proxima-reforma-universitaria-de-wert-8077
A pesar de ochocientos años de vida renqueante plagada de luz, gloria, cultura, sabiduría, ignorancia, decadencia, desidia, oscuridad y sobresalto, la universidad española se resiste a claudicar.
Parece que nuestras súplicas han sido escuchadas. Ya veremos el resultado si van a ser responsables de volverla a hacer brillar los habituales políticos cuestionados, expertos en pudrir todo lo que su ansia de poder atenaza.
Decía en el s. XIII Rodrigo Ximenes de Rada en su Historia de Rebus Hispaniae (1,7, cap. 24) sobre Alfonso VIII de Castilla, que puede considerarse el fundador de la antigua Universidad de Palencia (1212): “Llamó a hombres sabios de la Galia y de Italia, para procurar que la sabiduría nunca estuviese ausente de su reino y congregó maestros de todas las facultades en Palencia, concediéndoles buenos estipendios, para que los saberes de cualquier especialidad aprovecharan a todos los amantes del estudio como el maná bíblico". No cabe mejor programa universitario en cuatro líneas, y hace ocho siglos.
Es afirmación del comité de expertos que la semana pasada publicó un informe, a propuesta del ministro Wert, titulado: “Propuestas para la reforma y mejora de la calidad y eficiencia del sistema universitario español”, por describir de alguna manera el caos en salsa boloñesa perpetrado en tales instituciones. Por fin una iniciativa seria para extirpar la ignorancia endémica y la corrupción que asola este país, que sigue inoculando mediocridad y barbarie en nuestra caduca universidad.
La falta de profesores extranjeros y el sistema de nombramiento de docentes es una de las primeras críticas del comité hacia el sistema universitario español.
Entre otras muchas recomendaciones, constata el estrepitoso fracaso de la ANECA en su función acreditadora del profesorado universitario, y la justa propuesta de anular sus facultades. Asegura el informe que científicos de la talla de Einstein habrían tenido más que dificultades para acceder a una plaza de profesor titular aquí, no digamos de catedrático.
“El baremo de la ANECA otorga 55 puntos por ‘investigación’ (el máximo hasta para un nobel), 35 por ‘actividad docente y profesional’ y 10 por ‘gestión, administración y otros méritos’. Al margen de la presunción que supone calibrar con una precisión del 1%, basta observar que un nobel joven que haya dado pocas clases y que no sea proclive a la gestión universitaria podría no llegar, aplicando el baremo de la ANECA, a los 80 puntos necesarios para su acreditación como catedrático (este sería el caso de K. Novoselov).
Incluso el Einstein de 34 años que en 1913 aceptó su cátedra berlinesa habría tenido dificultades si se le hubiera juzgado con el baremo de la ANECA. Einstein aceptó la cátedra con la condición de no tener obligaciones docentes, así que el nobel (1921) tampoco habría ayudado mucho salvo que se incluyera en el capítulo de ‘otros méritos’ (aunque no serían otros, sino los mismos méritos de investigación).
Si el baremo de la ANECA resulta impropio con académicos verdaderamente excepcionales, cabe imaginar las desviaciones a las que puede dar lugar con candidatos que son simplemente "buenos".
Si los profesores o catedráticos habilitados por la ANECA tuviesen en verdad los méritos que asegura el ingente papeleo necesario durante el extenuante proceso de habilitación, por mera cuestión estadística los premios Nobel en ciencias serían la norma en España. Desgraciadamente, el último se concedió a Ramón y Cajal en 1906, hace más de cien años. ¿Cómo es posible, pues, que dos terceras partes de las solicitudes de acreditación sean positivas?
La picaresca permite calificar como profesores a incalificables productores de vacuo papel, mientras que magníficos docentes en potencia y jóvenes investigadores que ya han emigrado, o que ni siquiera pudieron entrar como temporeros por haber trabajado en las mejores instituciones del extranjero, nunca han estado dispuestos a pasar por el inquisitorial sistema, del cuya legalidad duda el mismo informe.
Todos estos años no han sido admitidos en la universidad, o han sido expulsados, demasiados docentes e investigadores brillantes, desanimados por la cruenta burocracia y los baremos absurdos que les inhabilitaban antes de comenzar, al no poder demostrar méritos suficientes a pesar de tenerlos sobrados, poniéndola en brazos de la ignorante medianía patria que sí era capaz de conseguirlos.
Entre ellos está el de calificar con diez puntos a aquel que tenga experiencia, se supone, en gestión y papeleos varios. Una universidad que promueve antes a burócratas que a humildes sabios esforzados no puede luego extrañarse de mediocres resultados académicos.
Otra es que la docencia se puntúe al peso: la cantidad antes que la calidad. Es mejor profesor aquel que más tiempo haya dado la tabarra con infumables clases o que más cursillos inútiles haya realizado. Sin pretender ser profeta en mi tierra, ya nos desgañitamos en anterior artículo:
“Debe haber buenos catedráticos, sobresalientes profesionales, que no son considerados investigadores puros. Magníficos investigadores felices en la soledad de su laboratorio o de su ingenio, incapaces de transmitir nada, que también son necesarios en la universidad, y que son complementarios a los anteriores. Profesores no demasiado bien dotados para la investigación, ni siquiera grandes profesionales en la industria, que son extraordinarios docentes.
En la universidad debe haber de todo y debemos comenzar con humildad desde abajo. Porque la genialidad no abunda. Si fuese verdad eso que dicen las encuestas, que somos la novena potencia científica del mundo y esto está a rebosar de talento, tendrían que haber caído ya por narices unos cuantos premios Nobel y algunas de nuestras universidades encabezarían las listas. Y que se sepa no hay ninguno ni ninguna y menos todavía son los postulantes a la 'excelencia'. Algo falla.”
La consecuencia más grave es que tal sistema ha intensificado la perenne endogamia, ya que las universidades suelen escoger entre los acreditados a los de la propia escudería, salvo dramáticas excepciones, sobre todo en las ramas de ingeniería. Su fin es prescindir de librepensadores, críticos y de los verdaderamente capaces, provengan de donde provengan, que no estén dispuestos a humillarse ni a pasar por el aro, con el fin de convertirlos en dóciles lacayos.
Una vez funcionarios, muchos se permiten el lujo de mangonear a su antojo y a vegetar, ya que se convierten en gurús intocables, expertos nada más que en impartir sus propias miserias. Con lo que tal condición, que se creó para proteger la libertad de cátedra y a los docentes del abuso de poder, se ha desvirtuado.
El sistema se ha sofisticado eludiendo admitir al brillante o al intelectual fino, los innovadores, aquellos que no se amoldan al saber establecido, que suelen ser los más incómodos, los más discrepantes o críticos con el poder, los que de verdad hacen avanzar la ciencia y producen nuevo conocimiento.
Para los rectores de las universidades españolas, por el contrario, la vida es bella y suntuosa a causa de las prebendas y el coche oficial. Les revienta de placer el ancho ombligo al contemplárselo, ya que sus universidades sufren de excelencia, palabreja perpetua ausente de contenido y de ciencia, que no casa con la humildad debida de aquellos verdaderos sabios, frustrados por sus humanas carencias. Por ser conscientes de la inmensidad de todo lo que no alcanzan a conocer, y del fondo profundo de la ciencia infinita e inabarcable que apenas llegan a rozar a pesar de su ancho saber. Lo constata el informe:
En una reciente tribuna de opinión de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) se afirmaba que “en el ámbito de la investigación, la producción científica española es la novena mayor del mundo: España genera el 3,4% de la producción global. Dos tercios de esta producción científica es generada en las universidades. Es un resultado más que notable si consideramos que España sólo invierte en I+D+i un 1,38% de su PIB, muy lejos del 2.3%, que es la media de la OCDE. Ello revela una eficiencia extraordinaria: con poco, hacemos mucho.
Con estos resultados el sistema universitario español se sitúa entre los cuatro más productivos en ciencia”.
El problema, obviamente, es que esa productividad sólo mide el número, y no la calidad e importancia, de las publicaciones; es decir, mide muy poco (véase la sec. II.0). El número de trabajos publicados por un premio nobel en una universidad de élite es, más o menos, de unos 12.000 (el Massachusetts Institute of Technology, MIT, recibe un Nobel en ciencias cada tres años o menos, cinco en lo que va de siglo). Si el criterio del número fuera aplicable a nuestro país, España habría obtenido varios premios Nobel en 2011.
Comentarios como el citado no facilitan que la sociedad española se forme una idea precisa de sus universidades ni favorecen su mejora pues, para cambiar, hay que partir de que existen razones de peso para hacerlo. Si el sistema universitario español, pese a sus muy escasos recursos, fuera uno de “los cuatro más productivos en ciencia” sería objeto de estudio por muchos rectores extranjeros deseosos de mejorar la eficiencia de sus propias universidades.
Apoyando la tesis de la comisión de expertos, España no está en novena posición en investigación y ciencia ni en sueños, más que en la imaginación de burócratas, políticos y rectores.
Si, como consecuencia de tales afirmaciones, es líder en picaresca investigadora a falta de otra respuesta plausible, esto nos lleva al siguiente corolario: la elección de rectores no parece la adecuada, cuando son incapaces de reconocer las carencias de las instituciones que dirigen. Y, puesto que muerto el perro se acabó la rabia, tampoco parecen tener intención de resolverlas: para qué resolver un problema que no existe.
Esto nos conduce hacia la siguiente cuestión: el debate inexistente acerca de la bondad de la sacrosanta autonomía universitaria que apuntala el localismo, al funcionario que no cumple, los intereses personales o políticos, la propia ideología o la constitución y el nombramiento de órganos rectores que no dirigen nada, porque no son capaces, o porque la asfixiante burocracia no se lo permite. Otro asunto mollar que otro día comentaremos.
No comienza con mal pie el tal informe para escándalo de la ortodoxia patria, de aquellos que lo han encargado y de los que se han colado.
José M. de la Viña
http://blogs.elconfidencial.com/economia/apuntes-enerconomia/2013/02/19/la-proxima-reforma-universitaria-de-wert-8077
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: La transformación de la universidad española
Las consecuencias de esta depravada baremación, que no evaluación, de la actividad investigadora en el campo de las humanidades son devastadoras y humillantes. Nos obligan a twitear la exposición de nuestra crítica, e incluso a uniformar nuestros nombres con guiones y sin acentos, y acabarán quitándonos a todos la ñ.
Extraigo algunos párrafos esclarecedores del artículo de Juan Torres:Austeridad y control del conocimiento
Los efectos de este tipo de evaluaciones son claros. Los investigadores, en lugar de tener como objetivo de su actividad científica el descubrir nuevos conocimientos, han de orientarla necesariamente a obtener el mayor número de publicaciones consideradas como valiosas por dichos indicadores. Así ha de ser, pues de ello va a depender su financiación, su promoción profesional, su capacidad de decisión y su incardinación en la academia o incluso las horas de clase que van a tener que impartir.
La evaluación cuantitativa de los resultados del conocimiento tiene otro efecto no menos negativo. Para poder llevarla a cabo es por lo que se ha ido limitando a tomar en consideración los artículos publicados en revistas, que pueden ser jerarquizados y catalogados en función de dónde se publiquen, en detrimento del conocimiento publicado en libros o cualquier otro tipo de monografías, que hoy día no tienen prácticamente valor alguno, o muy escaso, a la hora de acreditarse o de ser evaluado para recibir sexenios.
los investigadores que quieran ser evaluados positivamente solo deben abordar temas que se puedan exponer en el espacio reducido y en la forma convencional que se suele establecer en las revistas. Tienen que renunciar así a exponer pasos intermedios, derivaciones de sus análisis, matices y, sobre todo, las dudas y preguntas y las cuestiones transversales y sintéticas que cada vez son más necesarias para poder conocer la realidad, pero que es casi imposible trasladar a los espacios muy especializados y por definición más cerrados, en todos los sentidos del término, de las revistas.
En definitiva, el predominio de este tipo de evaluación ahoga la disidencia, la duda, la innovación, la ruptura con el saber establecido…, es decir, justo los factores que sabemos perfectamente que han sido siempre los que han promovido realmente el conocimiento y los que han hecho que de verdad avance la ciencia.
Ahora bien, si en casi todo el mundo viene ocurriendo todo esto, en España la situación es mucho más grave porque los procesos de evaluación son opacos y ni siquiera los criterios cuantitativos se aplican objetivamente sino a nuestra carpetovetónica manera clientelar y corrupta.
Y esto es lo que hay.
Gracias, Juan Torres, por este y otros artículos como el de El País de ayer domingo, "La riqueza de las naciones".
Salud y democracia.
José Solís de los Santos
Filología Latina
E-41071 Universidad de Sevilla
https://personal.us.es/jsolis
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Hacia una Universidad cada vez más elitista
“Los ilusos que accedimos al Préstamo Renta Universidad durante el curso 2010/2011, aquel préstamo sin necesidad de aval y de bajos intereses que el Instituto de Crédito Oficial (ICO) concedía para estudiar un máster, ahora debemos empezar a devolverlo. Por narices. Da igual que no tengamos trabajo ni dinero para comer”. Esta es la encrucijada económica en la que se encuentra David A. Martín, licenciado en periodismo y miembro de la Plataforma de Afectados por el Préstamo Renta Universidad ICO. En su caso accedió a un préstamo estatal, pero se encuentra en una situación idéntica a la de miles de jóvenes españoles que accedieron, y acceden, a préstamos bancarios para poder matricularse en un grado o posgrado. El coste de estas tasas se incrementó el pasado curso en una media del 16,7%.
La disminución de la inversión pública en educación, que se refleja año tras año en los Presupuestos Generales del Estado, está obligando a buscar alternativas para afrontar los estudios universitarios. “Endeudarse para estudiar” es una práctica establecida ya en muchos países del mundo: es el caso de Chile o de Estados Unidos, donde más de la mitad de los estudiantes prestatarios acumulan, de media, 10.000 dólares de deudas tras cursar estudios universitarios. En España, este modelo está avanzando lentamente. Pero ante la dificultad de recibir créditos bancarios, las familias arriman el hombro: el debate sobre la financiación del Programa Erasmus, al que el Estado prevé cortar la ayuda directa desde 2014, ha dejado claro que, cada vez más, la educación son los padres.
“No volveré a endeudarme en mi vida”
La situación por la que está pasando Martín es semejante a la de Inés Casas, licenciada en Comunicación Audiovisual, que solicitó un préstamo para completar sus estudios con un posgrado en una universidad privada de Madrid. “El banco me dio una cantidad suficiente para pagar la matrícula, que era de las más caras, y para cubrir los gastos de manutención durante el año y medio que duraba el máster. Lo acabé y encontré un trabajo de becaria. No estaba muy tranquila por la deuda, pero entendía que aún no tenía que comenzar a devolverla porque no llegaba a la nómina estipulada para ello. Sin embargo, un día me llamaron de la entidad para decirme que podían embargarme la cuenta porque no tenía bastante dinero para pagar”.
Desde entonces, recuerda la joven, su vida se ha convertido en una agonía. Todo lo que gana con los trabajos esporádicos que encuentra como freelance va para pagar su deuda. “Quiero quitarme esta pesadilla de mi cabeza lo antes posible. Juro que no volveré a endeudarme en mi vida”, apunta arrepentida. El alquiler del piso compartido, y parte de sus gastos, corren a cuenta de sus padres. Una situación que, asegura, “hace que te sientas fatal. Yo siempre fui independiente económicamente, hasta en la universidad me iba apañando con trabajos por horas y los fines de semana”.
La tendencia al endeudamiento de los estudiantes “irá sin duda a más”, argumenta el politólogo y profesor de sociología en la Universidad CEU-San Pablo de Madrid, Juan Carlos Jiménez. E implicará cambios radicales. No serán sólo novedades en el modelo educativo, sino también en el laboral. “Esencialmente, cambiará la valoración de la educación, sobre todo de la superior, porque al ser más cara se primará que te proporcione un empleo y que se forme a las élites”, vaticina Jiménez. “A medida que se incremente el precio de las matrículas, que tendrán que hacerlo necesariamente, aumentará la tendencia a solicitar préstamos para estudiar, la universidad dejará de ser de masas y tenderemos más al modelo universitario anglosajón”, añade.
Los últimos datos disponibles para analizar esta tendencia son los de la encuesta de gasto en educación que el Instituto Nacional de Estadística llevó a cabo a mediados de 2012. En la investigación, las familias españolas declararon gastarse, de media anual, 1.319 euros anuales por alumno que cursa una enseñanza universitaria. Los datos de la OCDE, por su parte, aseguran que las instituciones públicas españolas -el Ministerio, sin contar las comunidades- aportaron alrededor de 990 euros anuales a los costes formativos de cada estudiante.
Cambio de modelo
¿Qué consecuencias puede tener esta tendencia? “Conseguiríamos parecernos más al modelo norteamericano, con un acceso a la universidad menos masivo y una formación profesional más valorada. Sin embargo, en España, el deseo de los padres es que sus hijos acaben en la universidad, independientemente de qué vayan a estudiar y si responde a las necesidades del mercado”, explica el politólogo de la CEU-San Pablo.
La peculiaridad social a la que se refiere Jiménez, por la que muchos padres anhelan por encima de todo que sus hijos tengan los estudios que ellos no tuvieron por motivos históricos, hace que antepongan la inversión en educación frente a otras cuestiones. Una realidad que hace presuponer que el endeudamiento estudiantil no dejará de crecer, al menos, durante esta generación. Precisamente por esto, el catedrático de economía en la Universidad de Sevilla Juan Torres entiende que los préstamos a estudiantes son un negocio para la banca. “Se dice que no hay dinero suficiente y se suben los precios de las matrículas hasta llegar a niveles que hacen imposible que puedan pagarlos familias de ingresos medios o bajos que, sin embargo, siempre van a estar dispuestas a todo con tal de que sus hijos estudien”, explica. De este forma, “miles de estudiantes piden préstamos y así aumenta aún más el negocio y el beneficio de los bancos”.
En Estados Unidos este negocio bancario de los préstamos estudiantiles ha crecido extraordinariamente en los últimos años. “La matrícula de los colleges públicos ha subido un 73% de 1999 a 2009, y la de los privados un 34%, mientras que los ingresos familiares medios han descendido un 7%”, apunta Torres. De hecho, el 60% de los estudiantes se ve obligado a pedir un préstamo bancario, según los datos de la American Student Assistance, el doble que en 2005 en números absolutos. Sus deudas, apuntan los datos de la Federal Reserve Bank of New York, ya superan las que se generan por créditos concedidos por la compra de coches. Según Torres, “se incentiva un sistema de préstamos a los estudiantes que se presenta aparentemente como muy atractivo y generoso, pero que a la larga se convierte en una losa de la que miles de jóvenes no pueden liberarse”.
¿Merece la pena?
Con una entera generación sobrecualificada, la universidad ya no es un passepartout para el mercado laboral. “Las familias de clase media, acostumbradas a considerar los estudios como un valor que dejar en herencia sus hijos, están perdiendo la confianza”, analiza José Félix Tezanos, catedrático de sociología de la UNED y coordinador del libro Juventud, cultura y educación. Perspectiva comparada en España y Chile (Biblioteca Nueva). “Hasta ahora nos habíamos acostumbrado a una sociedad basada en una movilidad ascendente, pero de repente esta tendencia ha cambiado: ya vemos que aunque estudiemos, no llegaremos a tener lo que han tenido nuestros padres”, argumenta Tezanos. “Es un espejo de la crisis de la sociedad”.
En el citado libro, Tezanos compara el estado del sistema educativo en España con el camino que ha tomado Chile. El cambio de modelo educativo llevado a cabo por el último Gobierno de Sebastián Piñera, ante una fuerte contestación social, ha convertido el país en uno de los más caros del mundo para estudiar una carrera. Los bancos conceden la mayoría de los préstamos, con tipos de interés que pueden fácilmente alcanzar el 7%.
Pero la economía está creciendo a un ritmo de un 5% anual, “algo que genera expectativas de futuro, haciendo que los padres puedan pensar en inversiones a largo plazo para el mañana de sus hijos”, explica Tezanos a El Confidencial. En la España actual, sin embargo, la realidad es diferente. Los salarios, según los datos de la Agencia Tributaria difundidos esta semana, han caído, de media, 570 euros con respecto a 2011.
Es por ello que un recorte aparentemente pequeño, el de 200 euros de la ayuda estatal a la beca Erasmus para los estudiantes españoles, que será realidad desde el próximo año, ha vuelto a abrir la caja de Pandora. Es un peso que no todas las familias podrán asumir, desvirtuando así la idea fundadora del programa: que cada estudiante de la UE pueda cursar seis meses en otro estado comunitario.
Basándose en los datos del Ministerio de Educación, el profesor Emilio García Prieto ha analizado el peso de esta beca sobre las familias en el libro Qué es el programa Erasmus (Pirámide): “Después de unos años de tendencia alcista del apoyo público, nos encontramos con una situación en la que las familias tienen que aportar el 80% del coste del programa”, explica a El Confidencial.
“El dinero europeo empieza así a llegar a menos estudiantes, algo que está provocando las reacciones irritadas de la UE a las decisiones españolas”, añade. Los datos lo confirman: las estimaciones de estudiantes que accederán al programa Erasmus en el presente curso prevén una bajada del 6%. El número irá probablemente a más, ya que se estimó antes de que se anunciara el recorte. Será la primera vez desde que instauró el programa que disminuyan los “Erasmus” españoles en la Unión Europea.
Ante la merma de la posibilidad de aguante de las familias, se abren dudas sobre las consecuencias a largo plazo de este cambio de modelo. Tras conocer la realidad de Chile, Tezanos esboza una imagen: “Cuando presentamos el libro, uno de los autores chilenos contó una anécdota. Habló de una joven embarazada que vio en las últimas protestas del país y que llevaba una pancarta con el escrito: ‘Cuando acabe de pagar mi crédito empezaré a pagar el de mi hijo’. Probablemente nos estamos encaminando hacia esto”.
http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013-11-24/el-futuro-de-los-universitarios-endeudarse-de-por-vida_57928/
La disminución de la inversión pública en educación, que se refleja año tras año en los Presupuestos Generales del Estado, está obligando a buscar alternativas para afrontar los estudios universitarios. “Endeudarse para estudiar” es una práctica establecida ya en muchos países del mundo: es el caso de Chile o de Estados Unidos, donde más de la mitad de los estudiantes prestatarios acumulan, de media, 10.000 dólares de deudas tras cursar estudios universitarios. En España, este modelo está avanzando lentamente. Pero ante la dificultad de recibir créditos bancarios, las familias arriman el hombro: el debate sobre la financiación del Programa Erasmus, al que el Estado prevé cortar la ayuda directa desde 2014, ha dejado claro que, cada vez más, la educación son los padres.
“No volveré a endeudarme en mi vida”
La situación por la que está pasando Martín es semejante a la de Inés Casas, licenciada en Comunicación Audiovisual, que solicitó un préstamo para completar sus estudios con un posgrado en una universidad privada de Madrid. “El banco me dio una cantidad suficiente para pagar la matrícula, que era de las más caras, y para cubrir los gastos de manutención durante el año y medio que duraba el máster. Lo acabé y encontré un trabajo de becaria. No estaba muy tranquila por la deuda, pero entendía que aún no tenía que comenzar a devolverla porque no llegaba a la nómina estipulada para ello. Sin embargo, un día me llamaron de la entidad para decirme que podían embargarme la cuenta porque no tenía bastante dinero para pagar”.
Desde entonces, recuerda la joven, su vida se ha convertido en una agonía. Todo lo que gana con los trabajos esporádicos que encuentra como freelance va para pagar su deuda. “Quiero quitarme esta pesadilla de mi cabeza lo antes posible. Juro que no volveré a endeudarme en mi vida”, apunta arrepentida. El alquiler del piso compartido, y parte de sus gastos, corren a cuenta de sus padres. Una situación que, asegura, “hace que te sientas fatal. Yo siempre fui independiente económicamente, hasta en la universidad me iba apañando con trabajos por horas y los fines de semana”.
La tendencia al endeudamiento de los estudiantes “irá sin duda a más”, argumenta el politólogo y profesor de sociología en la Universidad CEU-San Pablo de Madrid, Juan Carlos Jiménez. E implicará cambios radicales. No serán sólo novedades en el modelo educativo, sino también en el laboral. “Esencialmente, cambiará la valoración de la educación, sobre todo de la superior, porque al ser más cara se primará que te proporcione un empleo y que se forme a las élites”, vaticina Jiménez. “A medida que se incremente el precio de las matrículas, que tendrán que hacerlo necesariamente, aumentará la tendencia a solicitar préstamos para estudiar, la universidad dejará de ser de masas y tenderemos más al modelo universitario anglosajón”, añade.
Los últimos datos disponibles para analizar esta tendencia son los de la encuesta de gasto en educación que el Instituto Nacional de Estadística llevó a cabo a mediados de 2012. En la investigación, las familias españolas declararon gastarse, de media anual, 1.319 euros anuales por alumno que cursa una enseñanza universitaria. Los datos de la OCDE, por su parte, aseguran que las instituciones públicas españolas -el Ministerio, sin contar las comunidades- aportaron alrededor de 990 euros anuales a los costes formativos de cada estudiante.
Cambio de modelo
¿Qué consecuencias puede tener esta tendencia? “Conseguiríamos parecernos más al modelo norteamericano, con un acceso a la universidad menos masivo y una formación profesional más valorada. Sin embargo, en España, el deseo de los padres es que sus hijos acaben en la universidad, independientemente de qué vayan a estudiar y si responde a las necesidades del mercado”, explica el politólogo de la CEU-San Pablo.
La peculiaridad social a la que se refiere Jiménez, por la que muchos padres anhelan por encima de todo que sus hijos tengan los estudios que ellos no tuvieron por motivos históricos, hace que antepongan la inversión en educación frente a otras cuestiones. Una realidad que hace presuponer que el endeudamiento estudiantil no dejará de crecer, al menos, durante esta generación. Precisamente por esto, el catedrático de economía en la Universidad de Sevilla Juan Torres entiende que los préstamos a estudiantes son un negocio para la banca. “Se dice que no hay dinero suficiente y se suben los precios de las matrículas hasta llegar a niveles que hacen imposible que puedan pagarlos familias de ingresos medios o bajos que, sin embargo, siempre van a estar dispuestas a todo con tal de que sus hijos estudien”, explica. De este forma, “miles de estudiantes piden préstamos y así aumenta aún más el negocio y el beneficio de los bancos”.
En Estados Unidos este negocio bancario de los préstamos estudiantiles ha crecido extraordinariamente en los últimos años. “La matrícula de los colleges públicos ha subido un 73% de 1999 a 2009, y la de los privados un 34%, mientras que los ingresos familiares medios han descendido un 7%”, apunta Torres. De hecho, el 60% de los estudiantes se ve obligado a pedir un préstamo bancario, según los datos de la American Student Assistance, el doble que en 2005 en números absolutos. Sus deudas, apuntan los datos de la Federal Reserve Bank of New York, ya superan las que se generan por créditos concedidos por la compra de coches. Según Torres, “se incentiva un sistema de préstamos a los estudiantes que se presenta aparentemente como muy atractivo y generoso, pero que a la larga se convierte en una losa de la que miles de jóvenes no pueden liberarse”.
¿Merece la pena?
Con una entera generación sobrecualificada, la universidad ya no es un passepartout para el mercado laboral. “Las familias de clase media, acostumbradas a considerar los estudios como un valor que dejar en herencia sus hijos, están perdiendo la confianza”, analiza José Félix Tezanos, catedrático de sociología de la UNED y coordinador del libro Juventud, cultura y educación. Perspectiva comparada en España y Chile (Biblioteca Nueva). “Hasta ahora nos habíamos acostumbrado a una sociedad basada en una movilidad ascendente, pero de repente esta tendencia ha cambiado: ya vemos que aunque estudiemos, no llegaremos a tener lo que han tenido nuestros padres”, argumenta Tezanos. “Es un espejo de la crisis de la sociedad”.
En el citado libro, Tezanos compara el estado del sistema educativo en España con el camino que ha tomado Chile. El cambio de modelo educativo llevado a cabo por el último Gobierno de Sebastián Piñera, ante una fuerte contestación social, ha convertido el país en uno de los más caros del mundo para estudiar una carrera. Los bancos conceden la mayoría de los préstamos, con tipos de interés que pueden fácilmente alcanzar el 7%.
Pero la economía está creciendo a un ritmo de un 5% anual, “algo que genera expectativas de futuro, haciendo que los padres puedan pensar en inversiones a largo plazo para el mañana de sus hijos”, explica Tezanos a El Confidencial. En la España actual, sin embargo, la realidad es diferente. Los salarios, según los datos de la Agencia Tributaria difundidos esta semana, han caído, de media, 570 euros con respecto a 2011.
Es por ello que un recorte aparentemente pequeño, el de 200 euros de la ayuda estatal a la beca Erasmus para los estudiantes españoles, que será realidad desde el próximo año, ha vuelto a abrir la caja de Pandora. Es un peso que no todas las familias podrán asumir, desvirtuando así la idea fundadora del programa: que cada estudiante de la UE pueda cursar seis meses en otro estado comunitario.
Basándose en los datos del Ministerio de Educación, el profesor Emilio García Prieto ha analizado el peso de esta beca sobre las familias en el libro Qué es el programa Erasmus (Pirámide): “Después de unos años de tendencia alcista del apoyo público, nos encontramos con una situación en la que las familias tienen que aportar el 80% del coste del programa”, explica a El Confidencial.
“El dinero europeo empieza así a llegar a menos estudiantes, algo que está provocando las reacciones irritadas de la UE a las decisiones españolas”, añade. Los datos lo confirman: las estimaciones de estudiantes que accederán al programa Erasmus en el presente curso prevén una bajada del 6%. El número irá probablemente a más, ya que se estimó antes de que se anunciara el recorte. Será la primera vez desde que instauró el programa que disminuyan los “Erasmus” españoles en la Unión Europea.
Ante la merma de la posibilidad de aguante de las familias, se abren dudas sobre las consecuencias a largo plazo de este cambio de modelo. Tras conocer la realidad de Chile, Tezanos esboza una imagen: “Cuando presentamos el libro, uno de los autores chilenos contó una anécdota. Habló de una joven embarazada que vio en las últimas protestas del país y que llevaba una pancarta con el escrito: ‘Cuando acabe de pagar mi crédito empezaré a pagar el de mi hijo’. Probablemente nos estamos encaminando hacia esto”.
http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013-11-24/el-futuro-de-los-universitarios-endeudarse-de-por-vida_57928/
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Las miserias de la Universidad española contadas desde dentro
La conversación no tiene desperdicio. Y se produjo entre la actual consejera de Educación de la Comunidad de Madrid, Lucía Figar, y su directora general de Universidades e Investigación, Clara Eugenia Núñez, quien años después ha reproducido en un libro lo que allí se dijo. Núñez había sido contratada directamente por Esperanza Aguirre con un encargo: “Regenerar las instituciones”.
La consejera y su subordinada hablaban de los IMDEA, un ambicioso programa científico que todavía hoy pretende atraer talento a la Comunidad de Madrid, carente de una masa crítica de investigadores. Fue en ese contexto cuando Figar dijo a la directora general: “Me dicen que tus investigadores (sic) no asisten a las reuniones ni a comités, se limitan a investigar”. Y prosiguió: “Ya sé que publican muchos papers, pero ¿quién les dice en qué tienen que investigar?, se preguntó.
La respuesta de Núñez fue inmediata y aplastante:
- “Si hubiera que decírselo, no serían investigadores”.
-“Claro, claro”, siguió argumentando la consejera, “pero además de investigar, ¿qué hacen?”.
Ni que decir tiene que, al poco tiempo, la directora general fue destituida de su cargo y las universidades madrileñas y sus centros de investigación son hoy pasto de todo tipo de políticas descabelladas. La consejera, sin embargo, como en el cuento de Monterroso, sigue allí.
No es desde luego el único caso. Ni siquiera el más sangrante. La España de las autonomías se ha llenado de campus universitarios bajo la atenta mirada del poder político, que, como dice Clara Eugenia Núñez, han inventado la biblioteca-espectáculo, poco espacio para el estudio y el depósito de libros y mucho para el divertimento. Algunos datos lo corroboran. En 1975, había en España 28 universidades, pero en 2007 ya eran 77 (de ellas, 50 públicas) con 132 campus universitarios. Es decir, una por provincia. Hoy existen tantos campus como institutos de enseñanza media había en España a comienzos del siglo XX.
Excelsa mediocridad
Tanto dispendio, sin embargo, no evita una realidad dolorosa: ninguna universidad española se encuentra entre las 200 mejores del mundo, lo que da idea de tan excelsa mediocridad. Y lo que probablemente sea más preocupante: su irrelevancia social es absoluta.
Eso es, precisamente, lo que denuncia Clara Eugenia Núñez en Universidad y Ciencia en España, un libro que acaba de ver la luz y que refleja las miserias desde dentro (cinco años como directora general de Universidades) de una institución esencial en la formación de sociedades avanzadas, pero que en España se ha convertido (salvo en excepciones) en una inmensa agencia de colocación de profesores desmotivados y mal pagados, y en un inmenso aparcamiento de jóvenes condenados al paro o al subempleo.
Como sostiene Núñez, en España ni hemos aprendido de Francia, donde las universidades fueron un proyecto de Estado para defender la libertad frente a injerencias políticas o religiosas, ni de Alemania, donde el modelo diseñado por Humboldt puso el énfasis en la investigación como la clave de bóveda de una formación superior de carácter humanista. Ni, por supuesto, de las universidades norteamericanas, que combinan los centros de investigación con la larga tradición de los college británicos y su obsesión por cultivar élites del conocimiento.
Nada de eso ha sucedido en España, donde el clientelismo político y el caos organizativo se han apoderado de su funcionamiento. Algo en lo que tiene mucho que ver, como sostiene Núñez, su deficiente diseño institucional, calcado al de las comunidades autónomas, que son quienes meten mano en su funcionamiento al margen de cualquier racionalidad académica.
La autora del libro pone un ejemplo. Es evidente que cada año hay un desfase brutal entre la oferta de plazas universitarias y la demanda de titulaciones, lo que obliga a muchos alumnos que no alcanzan la nota a matricularse en otras disciplinas que no desean, con el consiguiente fracaso académico y económico. ¿Y por qué no se cambia el sistema?, se pregunta Núñez. Su respuesta no deja lugar dudas. A nadie importa la oferta educativa, “sino la permanencia en sus puestos de miles de profesores, muchos de ellos redundantes en la Universidad”.
Un 'lobby' para capturar rentas
Su conclusión es que la Universidad se ha convertido “en un lobby cuyo principal objetivo es obtener rentas públicas” bajo la amenaza permanente de presión política y movilización en la calle. El resultado sólo puede ser uno: España gasta en centros universitarios una cantidad “comparable” con otros países de la OCDE, pero los resultados académicos están muy por debajo de lo que cabría esperar en un país que destina tantos recursos a su sostenimiento. Sin duda, porque la Universidad tiene mucho más que ver con la política que con el conocimiento.
Dos casos lo acreditan. En la Universidad Carlos III, la plantilla de profesores contratados creció sospechosamente antes de unas elecciones a rector (impulsadas por el rector saliente Peces-Barba) para que su voto determinara los resultados de la votación a favor de su candidato; mientras que el exrector Berzosa, de la Universidad Complutense, lo que hizo fue subir los sueldos a los trabajadores para lograr la reelección (lo cual consiguió). Como dice Núñez, “su liberalidad, con los fondos públicos por supuesto, puso en apuros a todas las demás universidades públicas de Madrid, cuyos sindicatos empezaron a presionar a favor de un trato similar en aras de una supuesta equidad”.
Y es que el nepotismo, el compadreo, viene de lejos. La exdirectora general de Universidades de Madrid recuerda que la primera reforma –de 1983– permitió el ascenso a catedráticos de los entonces llamados profesores agregados. ¿El resultado? “Muchos diputados a Cortes y altos cargos en el Gobierno socialista se beneficiaron de esta medida”. El caso de Jon Juaristi, que también acabó siendo director general de Universidades con Lucía Figar, es igualmente significativo.
Juaristi había sido director del Instituto Cervantes y de la Biblioteca Nacional, y debido a su implicación contra el terrorismo etarra, tuvo que ‘exiliarse’ en Madrid. Por petición expresa de Esperanza Aguirre, la autora del libro le pidió a Virgilio Zapatero (rector de la Universidad de Alcalá y exministro de Felipe González) que proveyera una plaza a la que pudiera presentarse Juaristi.
El rector le daba largas pese a que el coste de la plaza era de unos 70.000 euros de un presupuesto de 66 millones para gastos corrientes. Pero ni así. Fue pasando el tiempo hasta que la directora general de Universidades se armó de valor y le preguntó un día durante un encuentro casual con el rector si ya había convocado la plaza. Zapatero, mirando hacia el suelo, le respondió que no dependía de él, sino del departamento. Y fue entonces cuando Núñez estalló y le recordó a la cara:
– “No te preocupes, es muy fácil. Llamas a tu antecesor en el cargo, Manolo Gala, y le preguntas cómo te trajo de catedrático de la Universidad de Almería, en contra del departamento. Tampoco es necesario que te explique cómo te hizo rector, Juaristi tan sólo necesita la cátedra”.
Un buen resumen de cómo funciona (al menos una parte) la endogámica Universidad española.
Universidad y Ciencia en España. Claves de un fracaso y vías de solución. Clara Eugenia Núñez, Gadir Editorial. 2013.
http://blogs.elconfidencial.com/espana/mientras-tanto/2013-12-11/las-miserias-de-la-universidad-espanola-contadas-desde-dentro_64802/
La consejera y su subordinada hablaban de los IMDEA, un ambicioso programa científico que todavía hoy pretende atraer talento a la Comunidad de Madrid, carente de una masa crítica de investigadores. Fue en ese contexto cuando Figar dijo a la directora general: “Me dicen que tus investigadores (sic) no asisten a las reuniones ni a comités, se limitan a investigar”. Y prosiguió: “Ya sé que publican muchos papers, pero ¿quién les dice en qué tienen que investigar?, se preguntó.
La respuesta de Núñez fue inmediata y aplastante:
- “Si hubiera que decírselo, no serían investigadores”.
-“Claro, claro”, siguió argumentando la consejera, “pero además de investigar, ¿qué hacen?”.
Ni que decir tiene que, al poco tiempo, la directora general fue destituida de su cargo y las universidades madrileñas y sus centros de investigación son hoy pasto de todo tipo de políticas descabelladas. La consejera, sin embargo, como en el cuento de Monterroso, sigue allí.
No es desde luego el único caso. Ni siquiera el más sangrante. La España de las autonomías se ha llenado de campus universitarios bajo la atenta mirada del poder político, que, como dice Clara Eugenia Núñez, han inventado la biblioteca-espectáculo, poco espacio para el estudio y el depósito de libros y mucho para el divertimento. Algunos datos lo corroboran. En 1975, había en España 28 universidades, pero en 2007 ya eran 77 (de ellas, 50 públicas) con 132 campus universitarios. Es decir, una por provincia. Hoy existen tantos campus como institutos de enseñanza media había en España a comienzos del siglo XX.
Excelsa mediocridad
Tanto dispendio, sin embargo, no evita una realidad dolorosa: ninguna universidad española se encuentra entre las 200 mejores del mundo, lo que da idea de tan excelsa mediocridad. Y lo que probablemente sea más preocupante: su irrelevancia social es absoluta.
Eso es, precisamente, lo que denuncia Clara Eugenia Núñez en Universidad y Ciencia en España, un libro que acaba de ver la luz y que refleja las miserias desde dentro (cinco años como directora general de Universidades) de una institución esencial en la formación de sociedades avanzadas, pero que en España se ha convertido (salvo en excepciones) en una inmensa agencia de colocación de profesores desmotivados y mal pagados, y en un inmenso aparcamiento de jóvenes condenados al paro o al subempleo.
Como sostiene Núñez, en España ni hemos aprendido de Francia, donde las universidades fueron un proyecto de Estado para defender la libertad frente a injerencias políticas o religiosas, ni de Alemania, donde el modelo diseñado por Humboldt puso el énfasis en la investigación como la clave de bóveda de una formación superior de carácter humanista. Ni, por supuesto, de las universidades norteamericanas, que combinan los centros de investigación con la larga tradición de los college británicos y su obsesión por cultivar élites del conocimiento.
Nada de eso ha sucedido en España, donde el clientelismo político y el caos organizativo se han apoderado de su funcionamiento. Algo en lo que tiene mucho que ver, como sostiene Núñez, su deficiente diseño institucional, calcado al de las comunidades autónomas, que son quienes meten mano en su funcionamiento al margen de cualquier racionalidad académica.
La autora del libro pone un ejemplo. Es evidente que cada año hay un desfase brutal entre la oferta de plazas universitarias y la demanda de titulaciones, lo que obliga a muchos alumnos que no alcanzan la nota a matricularse en otras disciplinas que no desean, con el consiguiente fracaso académico y económico. ¿Y por qué no se cambia el sistema?, se pregunta Núñez. Su respuesta no deja lugar dudas. A nadie importa la oferta educativa, “sino la permanencia en sus puestos de miles de profesores, muchos de ellos redundantes en la Universidad”.
Un 'lobby' para capturar rentas
Su conclusión es que la Universidad se ha convertido “en un lobby cuyo principal objetivo es obtener rentas públicas” bajo la amenaza permanente de presión política y movilización en la calle. El resultado sólo puede ser uno: España gasta en centros universitarios una cantidad “comparable” con otros países de la OCDE, pero los resultados académicos están muy por debajo de lo que cabría esperar en un país que destina tantos recursos a su sostenimiento. Sin duda, porque la Universidad tiene mucho más que ver con la política que con el conocimiento.
Dos casos lo acreditan. En la Universidad Carlos III, la plantilla de profesores contratados creció sospechosamente antes de unas elecciones a rector (impulsadas por el rector saliente Peces-Barba) para que su voto determinara los resultados de la votación a favor de su candidato; mientras que el exrector Berzosa, de la Universidad Complutense, lo que hizo fue subir los sueldos a los trabajadores para lograr la reelección (lo cual consiguió). Como dice Núñez, “su liberalidad, con los fondos públicos por supuesto, puso en apuros a todas las demás universidades públicas de Madrid, cuyos sindicatos empezaron a presionar a favor de un trato similar en aras de una supuesta equidad”.
Y es que el nepotismo, el compadreo, viene de lejos. La exdirectora general de Universidades de Madrid recuerda que la primera reforma –de 1983– permitió el ascenso a catedráticos de los entonces llamados profesores agregados. ¿El resultado? “Muchos diputados a Cortes y altos cargos en el Gobierno socialista se beneficiaron de esta medida”. El caso de Jon Juaristi, que también acabó siendo director general de Universidades con Lucía Figar, es igualmente significativo.
Juaristi había sido director del Instituto Cervantes y de la Biblioteca Nacional, y debido a su implicación contra el terrorismo etarra, tuvo que ‘exiliarse’ en Madrid. Por petición expresa de Esperanza Aguirre, la autora del libro le pidió a Virgilio Zapatero (rector de la Universidad de Alcalá y exministro de Felipe González) que proveyera una plaza a la que pudiera presentarse Juaristi.
El rector le daba largas pese a que el coste de la plaza era de unos 70.000 euros de un presupuesto de 66 millones para gastos corrientes. Pero ni así. Fue pasando el tiempo hasta que la directora general de Universidades se armó de valor y le preguntó un día durante un encuentro casual con el rector si ya había convocado la plaza. Zapatero, mirando hacia el suelo, le respondió que no dependía de él, sino del departamento. Y fue entonces cuando Núñez estalló y le recordó a la cara:
– “No te preocupes, es muy fácil. Llamas a tu antecesor en el cargo, Manolo Gala, y le preguntas cómo te trajo de catedrático de la Universidad de Almería, en contra del departamento. Tampoco es necesario que te explique cómo te hizo rector, Juaristi tan sólo necesita la cátedra”.
Un buen resumen de cómo funciona (al menos una parte) la endogámica Universidad española.
Universidad y Ciencia en España. Claves de un fracaso y vías de solución. Clara Eugenia Núñez, Gadir Editorial. 2013.
http://blogs.elconfidencial.com/espana/mientras-tanto/2013-12-11/las-miserias-de-la-universidad-espanola-contadas-desde-dentro_64802/
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: La transformación de la universidad española
Gracioso, contundente y de triste conclusión el último párrafo de este artículo publicado por El País, en el que habla del doctor Pérez (Rubalcaba).
¡Es lo que tenemos!
Saludos
Genaro
Ocupar una plaza de una especialidad que no se ha ejercido en 30 años es legal, pero indica lo poco relevantes que son los conocimientos y los méritos académicos. Estas usanzas son las que nos llevan al furgón de cola
Todos los países que son algo en el mundo mantienen sus universidades con impuestos para que los más preparados impartan sus conocimientos e investiguen, y sus graduados puedan acceder al mercado laboral. Rubalcaba obtuvo una plaza de profesor titular, mediante idoneidad, en 1984. Época en la que, por cierto, ya estaba más preocupado por la política que por los enlaces del carbono. Lleva, pues, 30 años sin ver una poyata, por lo que cuesta aceptar que este político reúna hoy la preparación exigible a un profesor de Química en una universidad europea del siglo XXI.
Se dirá que es legal que ocupe ese puesto, para eso sacó su plaza en propiedad. Pero es esta respuesta —legalmente inapelable— la que nos lleva al busilis del asunto: tenemos una universidad en la que los conocimientos y los méritos académicos son poco relevantes frente a la antigüedad y otros privilegios y usos. Como, por otro lado, sucede en otros ámbitos de lo público. Baste recordar el reciente caso de la exconsejera de Sanidad de Extremadura, del que ha informado este diario (24/02/14). Sin entrar en juzgar si apañó o no su oposición antes de dejar la consejería, lo que resulta inaudito es que una cirujana que ha estado en puestos burocráticos durante casi siete años pueda ocupar, acto seguido, una plaza de cirugía general en un hospital. Aunque la ley lo permita, ni el primero parece el más idóneo para enseñar Química en una facultad ni la segunda para operar, por muy bueno que fuese su examen teórico. ¿Se subiría usted a un avión pilotado por alguien que lleva años sin volar pero que se ha aprendido el manual de memoria?
Como nos enseñó Ortega en La misión de la universidad, si estuviéramos ante abusos, estos tendrían “escasa importancia. Porque una de dos: o son abusos en el sentido más natural de la palabra, es decir, casos aislados..., o son tan frecuentes que... no ha lugar llamarlos abusos... sino resultado inevitable de usos que son malos”. Y tan malos son los usos de la universidad española que han convertido en algo habitual la figura del candidato oficial para las plazas en liza, costumbre que disuade a muchos de concursar; o impiden la instauración del Hausberufungsverbot (“prohibición de promocionar a los que han estudiado en casa”), tan extendida en los países anglosajones. Instrumento que no solo yugula la endogamia, sino que estimula la movilidad entre los que pretenden hacer carrera académica (la inmensa mayoría de nuestros profesores, el 90% o más, lo son en la institución donde leyeron su tesis doctoral), les ilustra sobre cómo se investiga en otros centros —no todo está en los libros— y les introduce en el circuito internacional de su especialidad. Con todo, el pecado capital de la universidad española es su legendaria inhabilidad para encontrar su misión y articularse en el contexto social y económico del país y del mundo (hoy globalizado).
El criterio de selección de profesores colisiona con los aceptados en los países más sobresalientes
El hecho de que en nuestra universidad los criterios para la selección de profesores colisionen violentamente con los aceptados en los países más sobresalientes la ha marginado secularmente del circuito internacional del talento de la ciencia. Lo que dificulta gravemente su reconocimiento y la producción de investigaciones originales y relevantes. Además de imponer un sobreesfuerzo a aquellos grupos que, pese a esta anaerobiosis, son capaces de brillar. Aquellos que, parafraseando a Cajal, producen luz propia y no se limitan a reflejar la de otros. Aquellos que saben distinguir entre investigar y hurgar y, por lo tanto, no se encuentran entre los publicistas del tópico de que España -con menos del 1% de su PIB dedicado a la ciencia— ocupa el décimo puesto mundial en volumen de publicaciones, pero callan su limitado factor de impacto o el parvo número de patentes triádicas (las registradas conjuntamente en Europa, EE UU y Japón) que producimos, que en 2010 representó el 0,49% del total mundial, mientras que Corea se anotó el 4,4%. Esta actividad, que genera riqueza y estimula la necesaria simbiosis empresa-universidad, es otra de nuestras grandes carencias.
El reciente y macabro espectáculo del Departamento de Anatomía II de la Complutense, además de abundar en lo dicho, constituye una transgresión inaceptable del código ético que debería regimentar la universidad y un pésimo ejemplo de impunidad. Si esto hubiese sucedido en Reino Unido, Suiza o Japón, es fácil imaginar dónde estarían el rector, el decano y los anatomistas (al margen de lo que luego pudieran dictaminar los jueces), y cuál hubiese sido la reacción del claustro de profesores y los alumnos. Aquí sencillamente han hecho un mutis.
La primera que tiene que respetarse a sí misma y dar pruebas de que cree en los valores académicos y morales, que la vienen inspirando desde el medievo, es la propia comunidad universitaria. Es encomiable que profesores de prestigio y miembros de varias academias llamen la atención sobre la importancia de la universidad, la ciencia y las humanidades, o denuncien las consecuencias de unos recortes presupuestarios drásticos, súbitos y arbitrarios. Nadie cuestiona esto. Sin embargo, harían un gran servicio a sus instituciones y a ellos mismos si, superando el espíritu de cuerpo, también se pronunciaran acerca de las dañinas usanzas que las gobiernan, y las injustificables situaciones que amparan.
No es precisamente más financiación lo que se necesita, sino atraer y premiar la excelencia
No puede sorprender que cada vez cueste más entender por qué hay que dedicar más dinero público a una universidad ahogada en una maraña de reglamentos intangibles e inusitados en todo Occidente, que la condenan sin misericordia al furgón de cola. No es precisamente más financiación lo que necesita, idea fija de los rectores y su clientelismo, sino atraer y premiar el conocimiento y la excelencia. Porque inquieta e indigna ver cómo nuestra educación sale derrotada en todas las ligas mundiales, da igual el nivel (ahí está el Informe PISA), y encima se justifique aduciendo que se emplean instrumentos “poco adecuados” para su valoración. (Otra vez, Spain is different!)
Pero sucede que países faltos de nuestra antiquísima tradición académica —como son Corea, Singapur o Arabia Saudí— tienen a alguna de sus universidades entre las 200 primeras del mundo (ranking de Shanghái, 2013). España, ni una. Aunque podemos celebrar que Brasil, México y Argentina, donde fundamos estas instituciones hace siglos, cuenten al menos con una en ese grupo. Sin entrar a explicar por qué nuestras escuelas de negocios, que no son instituciones oficiales, sobresalen en todos los rankings (The Economist, FT o Forbes).
Desde hace más de 100 años, 681 científicos han sido distinguidos con un Nobel de Medicina, Química, Física o Economía, o una Medalla Fields (el Nobel de Matemáticas). Solo un español ha conseguido tal galardón, Cajal. En cambio, Argentina ha logrado dos y medio (Houssay, Leloir y Milstein, éste tenía doble nacionalidad cuando recibió el reconocimiento); entre los egresados de la Escuela Normal Superior de París, esa isla del sistema universitario francés, se contabilizan 12 ganadores de un Nobel y 10 de una Medalla Fields (en total se han otorgado 53); por la Politécnica de Zúrich (fundada en 1885) han pasado 21 laureados y por el Caltech (fundado en 1891) otros 31. Ejemplos que sirven para recordar que el llamado efecto Mateo es implacable —“porque al que tiene se le dará más y tendrá en abundancia, pero al que no tiene se le quitará aun lo que tiene” (M:13,12)— y que, infelizmente, no pertenecemos al grupo de la abundancia.
Y la mala noticia para el final. Si alguno de esos 680 galardonados hubiera pretendido una plaza en nuestra universidad, su peculiar forma de gobernanza lo hubiera impedido. La misma que, por ejemplo, le impide al doctor Pérez, tras 30 años de experiencia política en primera fila, regresar como profesor a una facultad de Políticas o Sociología, en vez de la farsa (legal) que supone su vuelta a la de Químicas. Pero cambiar esto significaría traicionar el castizo e inspirador lema que alienta a todo el sistema educativo español: ¡defendella y no enmendalla!
José Luis Puerta, doctor en Filosofía y médico. Fue secretario general del Consejo Asesor de la ministra de Sanidad (2002- 2005).
http://elpais.com/elpais/2014/08/27/opinion/1409145864_830128.html
¡Es lo que tenemos!
Saludos
Genaro
Ocupar una plaza de una especialidad que no se ha ejercido en 30 años es legal, pero indica lo poco relevantes que son los conocimientos y los méritos académicos. Estas usanzas son las que nos llevan al furgón de cola
Todos los países que son algo en el mundo mantienen sus universidades con impuestos para que los más preparados impartan sus conocimientos e investiguen, y sus graduados puedan acceder al mercado laboral. Rubalcaba obtuvo una plaza de profesor titular, mediante idoneidad, en 1984. Época en la que, por cierto, ya estaba más preocupado por la política que por los enlaces del carbono. Lleva, pues, 30 años sin ver una poyata, por lo que cuesta aceptar que este político reúna hoy la preparación exigible a un profesor de Química en una universidad europea del siglo XXI.
Se dirá que es legal que ocupe ese puesto, para eso sacó su plaza en propiedad. Pero es esta respuesta —legalmente inapelable— la que nos lleva al busilis del asunto: tenemos una universidad en la que los conocimientos y los méritos académicos son poco relevantes frente a la antigüedad y otros privilegios y usos. Como, por otro lado, sucede en otros ámbitos de lo público. Baste recordar el reciente caso de la exconsejera de Sanidad de Extremadura, del que ha informado este diario (24/02/14). Sin entrar en juzgar si apañó o no su oposición antes de dejar la consejería, lo que resulta inaudito es que una cirujana que ha estado en puestos burocráticos durante casi siete años pueda ocupar, acto seguido, una plaza de cirugía general en un hospital. Aunque la ley lo permita, ni el primero parece el más idóneo para enseñar Química en una facultad ni la segunda para operar, por muy bueno que fuese su examen teórico. ¿Se subiría usted a un avión pilotado por alguien que lleva años sin volar pero que se ha aprendido el manual de memoria?
Como nos enseñó Ortega en La misión de la universidad, si estuviéramos ante abusos, estos tendrían “escasa importancia. Porque una de dos: o son abusos en el sentido más natural de la palabra, es decir, casos aislados..., o son tan frecuentes que... no ha lugar llamarlos abusos... sino resultado inevitable de usos que son malos”. Y tan malos son los usos de la universidad española que han convertido en algo habitual la figura del candidato oficial para las plazas en liza, costumbre que disuade a muchos de concursar; o impiden la instauración del Hausberufungsverbot (“prohibición de promocionar a los que han estudiado en casa”), tan extendida en los países anglosajones. Instrumento que no solo yugula la endogamia, sino que estimula la movilidad entre los que pretenden hacer carrera académica (la inmensa mayoría de nuestros profesores, el 90% o más, lo son en la institución donde leyeron su tesis doctoral), les ilustra sobre cómo se investiga en otros centros —no todo está en los libros— y les introduce en el circuito internacional de su especialidad. Con todo, el pecado capital de la universidad española es su legendaria inhabilidad para encontrar su misión y articularse en el contexto social y económico del país y del mundo (hoy globalizado).
El criterio de selección de profesores colisiona con los aceptados en los países más sobresalientes
El hecho de que en nuestra universidad los criterios para la selección de profesores colisionen violentamente con los aceptados en los países más sobresalientes la ha marginado secularmente del circuito internacional del talento de la ciencia. Lo que dificulta gravemente su reconocimiento y la producción de investigaciones originales y relevantes. Además de imponer un sobreesfuerzo a aquellos grupos que, pese a esta anaerobiosis, son capaces de brillar. Aquellos que, parafraseando a Cajal, producen luz propia y no se limitan a reflejar la de otros. Aquellos que saben distinguir entre investigar y hurgar y, por lo tanto, no se encuentran entre los publicistas del tópico de que España -con menos del 1% de su PIB dedicado a la ciencia— ocupa el décimo puesto mundial en volumen de publicaciones, pero callan su limitado factor de impacto o el parvo número de patentes triádicas (las registradas conjuntamente en Europa, EE UU y Japón) que producimos, que en 2010 representó el 0,49% del total mundial, mientras que Corea se anotó el 4,4%. Esta actividad, que genera riqueza y estimula la necesaria simbiosis empresa-universidad, es otra de nuestras grandes carencias.
El reciente y macabro espectáculo del Departamento de Anatomía II de la Complutense, además de abundar en lo dicho, constituye una transgresión inaceptable del código ético que debería regimentar la universidad y un pésimo ejemplo de impunidad. Si esto hubiese sucedido en Reino Unido, Suiza o Japón, es fácil imaginar dónde estarían el rector, el decano y los anatomistas (al margen de lo que luego pudieran dictaminar los jueces), y cuál hubiese sido la reacción del claustro de profesores y los alumnos. Aquí sencillamente han hecho un mutis.
La primera que tiene que respetarse a sí misma y dar pruebas de que cree en los valores académicos y morales, que la vienen inspirando desde el medievo, es la propia comunidad universitaria. Es encomiable que profesores de prestigio y miembros de varias academias llamen la atención sobre la importancia de la universidad, la ciencia y las humanidades, o denuncien las consecuencias de unos recortes presupuestarios drásticos, súbitos y arbitrarios. Nadie cuestiona esto. Sin embargo, harían un gran servicio a sus instituciones y a ellos mismos si, superando el espíritu de cuerpo, también se pronunciaran acerca de las dañinas usanzas que las gobiernan, y las injustificables situaciones que amparan.
No es precisamente más financiación lo que se necesita, sino atraer y premiar la excelencia
No puede sorprender que cada vez cueste más entender por qué hay que dedicar más dinero público a una universidad ahogada en una maraña de reglamentos intangibles e inusitados en todo Occidente, que la condenan sin misericordia al furgón de cola. No es precisamente más financiación lo que necesita, idea fija de los rectores y su clientelismo, sino atraer y premiar el conocimiento y la excelencia. Porque inquieta e indigna ver cómo nuestra educación sale derrotada en todas las ligas mundiales, da igual el nivel (ahí está el Informe PISA), y encima se justifique aduciendo que se emplean instrumentos “poco adecuados” para su valoración. (Otra vez, Spain is different!)
Pero sucede que países faltos de nuestra antiquísima tradición académica —como son Corea, Singapur o Arabia Saudí— tienen a alguna de sus universidades entre las 200 primeras del mundo (ranking de Shanghái, 2013). España, ni una. Aunque podemos celebrar que Brasil, México y Argentina, donde fundamos estas instituciones hace siglos, cuenten al menos con una en ese grupo. Sin entrar a explicar por qué nuestras escuelas de negocios, que no son instituciones oficiales, sobresalen en todos los rankings (The Economist, FT o Forbes).
Desde hace más de 100 años, 681 científicos han sido distinguidos con un Nobel de Medicina, Química, Física o Economía, o una Medalla Fields (el Nobel de Matemáticas). Solo un español ha conseguido tal galardón, Cajal. En cambio, Argentina ha logrado dos y medio (Houssay, Leloir y Milstein, éste tenía doble nacionalidad cuando recibió el reconocimiento); entre los egresados de la Escuela Normal Superior de París, esa isla del sistema universitario francés, se contabilizan 12 ganadores de un Nobel y 10 de una Medalla Fields (en total se han otorgado 53); por la Politécnica de Zúrich (fundada en 1885) han pasado 21 laureados y por el Caltech (fundado en 1891) otros 31. Ejemplos que sirven para recordar que el llamado efecto Mateo es implacable —“porque al que tiene se le dará más y tendrá en abundancia, pero al que no tiene se le quitará aun lo que tiene” (M:13,12)— y que, infelizmente, no pertenecemos al grupo de la abundancia.
Y la mala noticia para el final. Si alguno de esos 680 galardonados hubiera pretendido una plaza en nuestra universidad, su peculiar forma de gobernanza lo hubiera impedido. La misma que, por ejemplo, le impide al doctor Pérez, tras 30 años de experiencia política en primera fila, regresar como profesor a una facultad de Políticas o Sociología, en vez de la farsa (legal) que supone su vuelta a la de Químicas. Pero cambiar esto significaría traicionar el castizo e inspirador lema que alienta a todo el sistema educativo español: ¡defendella y no enmendalla!
José Luis Puerta, doctor en Filosofía y médico. Fue secretario general del Consejo Asesor de la ministra de Sanidad (2002- 2005).
http://elpais.com/elpais/2014/08/27/opinion/1409145864_830128.html
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