Medio siglo de economía española
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Medio siglo de economía española
Aunque la mayoría prefiera las ilusiones falsas a la realidad, España se desliza hacia un desastre económico y social sin precedentes, cuyo momento culminante será la quiebra de las cuentas públicas, a partir de la cual nos espera, en palabras del economista jefe de Bloomberg para Europa, “un largo valle de sombras”, donde van a hacer agua todas las grandes conquistas sociales de los últimos 50 años, desde la clase media, al sistema de pensiones, pasando por sistema nacional de salud y las prestaciones a los parados. Es evidente que la incompetencia oceánica, el sectarismo radical, y la carencia absoluta de sentido del Estado de José Luis Rodríguez Zapatero han acelerado el proceso, pero no es el único culpable. Nuestra ruina comenzó mucho antes.
Y entonces, ¿cuándo se jodió España? El origen es claro e inequívoco: el pactismo, la frivolidad y la mediocridad de los padres de la Transición, plasmados en la locura colectiva del ‘café para todos’, que dio paso a un modelo de Estado económica y políticamente inviable, en el que se inventaron 17 autonomías, contrarias en su mayoría a la realidad histórica y objetiva de España; a una partitocracia totalitaria que impide la separación de poderes y somete al Ejecutivo el resto de poderes del Estado [a pesar de que el marco teórico es ahora de democracia liberal]; y a un sistema electoral no representativo de listas cerradas, que prima a las minorías nacionalistas, y permite a las oligarquías partidistas, confiscar la soberanía nacional y expoliar a los ciudadanos sin que estos tengan posibilidad de defenderse.
Lo que la Transición heredó y destruyó.
El periodo 1959-1975 fue el de mayor crecimiento económico de nuestra Historia, y con el mejor reparto de la riqueza creada jamás conseguido. En solo unos años, un reducido grupo de economistas, sin más ayuda que su inteligencia, convertirían un país atrasado en un país industrial [décima potencia industrial del mundo]. La cifra clave para demostrar ésta afirmación es el grado de convergencia con el grupo de nueve países que entonces constituían la CEE. De un 58,3% del PIB per cápita español en porcentaje del PIB medio de estos nueve países en 1959, pasaría al 81,4% en 1975, el mayor nivel de convergencia jamás alcanzado. Y en cuanto al reparto de la riqueza creada, la parte del trabajo alcanzaría el 56% del PIB, frente al 45% hoy, y un cambio social sin precedentes, la clase media pasaría del 19,8% en 1935 al 45,3% en 1975.
Pues bien, el desastre de la Transición, hundiría la convergencia hasta el 70,8% en 1985, y 32 años después, en 2007, el año de máxima convergencia posterior, no había podido superar la cifra de 1975, es decir, sería el 78,6% de los nueve países centrales, y probablemente no lo superará tampoco en los próximos 32 años. Por supuesto hemos crecido en riqueza absoluta, todo el mundo lo ha hecho, pero sólo la convergencia, el crecer más que los demás, permite valorar la realidad.
En cifras absolutas, el colapso fue tal que de un crecimiento del 7,5% en el periodo 60-75, pasaríamos al 0,8% en 1975-85; el paro del 6% en 1974 al 36% en 1977; la inflación del 7% al 44% a mediados del 77, y la deuda externa superaría en tres veces las reservas del BdE. En solo dos años colocarían España al borde del colapso, evitado “in extremis” por Fuentes Quintana con los Pactos de la Moncloa, que dimitiría poco después por la irresponsabilidad de Oliart, siempre al servicio del poder, opuesto a racionalizar el sistema eléctrico. Otra cifra representativa: en 1975, España e Irlanda tenían la misma renta per cápita, 10.000 dólares. Hoy incluso con la crisis, la de Irlanda es un 40% superior a la española y la segunda de la UE.
La época de Aznar
No es posible en tan breve espacio mencionar siquiera muchos hechos clave y, para centrar las cuestiones de hoy, tengo que prescindir de Felipe González, una persona llena de luces y sombras, con gran sentido del Estado al contrario que Zapatero, pero que en lo económico cometió errores esenciales, la negociación de entrada en la UE por unas prisas que, aunque comprensibles, fue un desastre para España. Hubiéramos entrado igual sin ceder nada, como también fue un desastre la reconversión industrial, y la utilización de los excedentes de la Seguridad Social para financiar al Estado, 220.000 millones de euros entre 1982-96. En 1996, Solbes, un funcionario sin ideas y poco trabajador, dejaría España sumida en una grave crisis y el Estado casi quebrado.
Fue la hora de Aznar, que se encontraba en el sitio adecuado en el momento adecuado, unos cuantos tijeretazos al gasto, pero sobre todo la venta de las joyas de la corona, la privatización de las grandes empresas públicas, le permiten ordenar las cuentas y entrar en el euro, y a partir de ahí el ciclo alcista de la economía mundial nos llevaría en volandas: crédito ilimitado, bajos tipos de interés, y el inicio del boom inmobiliario garantizarían un crecimiento muy rápido. Por eso, cuando uno oye hoy al PP decir que ellos sacaron a España de una crisis y que lo volverán a hacer, uno no sabe si reírse o llorar, hasta Bibiana Aído hubiera pasado por un genio de las finanzas. Tanto es así que los dos mayores inútiles de nuestra historia económica, Solbes y Zapatero, consiguieron sin despeinarse crecimientos mayores aún en la parte final del ciclo alcista.
¿Supieron Aznar y su equipo gestionar la riqueza y la mayoría absoluta, y tomar las decisiones esenciales para garantizar un crecimiento sostenible y regenerar España? La respuesta es un no rotundo. Los defectos estructurales fueron tapados por la burbuja inmobiliaria, y no sólo no se abordaron, sino que resultaron amplificados y consolidados. El desbarajuste autonómico, en vez de ordenarse y limitarse, creció sin freno, y hasta el cupo vasco, en una negociación errónea y disparatada del ministro Rato, quedó reducido a menos de la mitad de lo que correspondía. Los monopolios públicos con precios regulados pasarían a monopolios privados con precios libres. Ni contención del empleo público, ni reforma del mercado de trabajo, ni reformas estructurales, ni nada de nada. Y en cuanto a regenerar España, ni siquiera lo intentaron, y hoy el PP con un líder sin convicciones, pusilánime e incapaz se encuentran en proceso de degeneración acelerado.
La época de Zapatero
El programa con el que Zapatero ganó las elecciones era correcto. Señalaba los problemas y abogaba por el cambio de un modelo económico insostenible. Pero una vez en el poder, un Solbes abúlico y sin ganas de meterse en problemas, que por otra parte desconocía, veía cómo la economía crecía sin saber por qué, mientras sesteaba y hacia sudokus, pero le daba igual, como el que la desigualdad creciera exponencialmente y el 10% más rico se apropiara del 70% de la riqueza; y no digamos Zapatero, dedicado a tiempo completo a la involución de España, a enfrentar a los españoles, a fomentar la homosexualidad y el aborto, al ataque sin tregua al cristianismo utilizando para ello el islamismo que aspira reconquistar Al-Andalus, a destruir el sistema de enseñanza pública que ha dejado de ser el ascensor social que fue en el pasado, y a la liquidación, en suma, de la nación española, “algo discutido y discutible”.
Pero como era obvio, todo ha llegado a su fin, acelerado por la crisis mundial y por la delirante reacción de Zapatero ante la misma. Primero negó la crisis, después que estamos a punto de salir de ella, y su estrategia actual entra en el terreno de la demencia: para retomar el crecimiento, la chapuza de Zurbano y el cochecito eléctrico; para arreglar el déficit, acuerdo de austeridad con las CCAA, en 1.975 millones de euros, lo que gastan en cafés; para ocultar la quiebra de bancos y cajas, modificación de la Ley del Suelo; para ocultar la quiebra de las grandes constructoras y el hundimiento de la inversión pública, plan de infraestructuras absurdo, el 70% se invertirá en líneas AVE, una ruina económica y solo unos miles empleos en su construcción, e hipotecando al Estado durante 30 años en condiciones leoninas. ¡Eso sí que es dinero de verdad y no el de los chorizos de medio pelo de Gürtel!
Y así las cosas, los indicadores de oferta, consumo de las familias y mercado laboral del primer trimestre, en lugar de estabilizarse, muestran nuevos retrocesos, y en julio se culminará la mayor subida de impuestos de nuestra historia, cuyo efecto negativo sobre el PIB, como demuestran la evidencia empírica y los modelos teóricos, será tres veces mayor consecuencia del multiplicador -¿sabrá la Sra. Salgado qué es eso?–, lo que nos hundirá de nuevo en una profunda recesión, que ya no podremos arreglar emitiendo más deuda o con menores tipos de interés. En unos meses estaremos como Grecia, pero con el doble de tasa de paro, más del doble de funcionarios por mil habitantes, el sistema financiero quebrado y unas cuentas públicas desbocadas, un 70% fuera del control del gobierno. Da igual lo que digan el gobierno y sus secuaces, o que muchos cierren los ojos esperando un milagro. No habrá milagro alguno. El futuro llegará inexorable, mientras la mayoría silenciosa está más silenciosa que nunca, contemplando cómo destruyen su futuro, el de sus hijos y el de las próximas generaciones.
Roberto Centeno - 12/04/2010
http://www.cotizalia.com/disparate-economico/cuando-jodio-espana-20100412.html
NOTA MIA:
Aunque entiendo que los datos son básicamente verídicos, estimo que el desastre económico de los comienzos del nuevo período sobrevenido tras la muerte del dictador en 1975 tiene sus raíces en la debilidad con que se afrontó la crisis del petróleo de 1973 en un momento en que se apuntaba el final controlado del régimen, cuando éste aspiraba a convertirse en potencia nuclear (como Irán hoy). Ese mismo año, por ejemplo, se produjo el asesinato controlado del primer ministro de su gobierno, Carrero Blanco (digo controlado porque pude comprobar que, estando yo cumpliendo mi servicio militar en el regimiento de infantería mecanizada “Lepanto 2” de Córdoba, se nos permitió a mediodía –a quienes no teníamos servicio de tarde- ir a nuestros domicilios como de costumbre para volver en la madrugada siguiente; esto no me lo ha contado nadie sino que lo viví yo. Se supo pues desde el comienzo que ETA sólo fue la ejecutora material del asesinato; y se actuó en consecuencia).
La multiplicación por cuatro del precio del petróleo en dos meses, a finales de 1973, tuvo una serie de consecuencias desfavorables para la economía del país. Así se encontraba el país en 1977:
- España importaba un 66% de la energía que utilizaba, por lo que la crisis de 1973 no le afecto mucho, los últimos gobiernos franquistas no tomaron medidas especiales para contrarrestar la situación ante la subida del petróleo. Rodríguez Zapatero tiene “ilustres” precedentes al no tomar en serio la crisis por motivos coyunturales.
- Tenía series dificultades para mantener los intercambios con el exterior y perdía 100 millones de dólares diarios de reservas exteriores
- Entre 1973-1977 la deuda exterior ascendió a 14.000 millones de dólares, lo que representaba un importe superior al triple de las reservas de oro y divisas del Banco de España
- Las empresas tuvieron deudas de centenares de miles de millones de pesetas
- La inflación subió.
- El paro empezó su largo crecimiento: ya se situó en 900.000 personas.
- Se tardó veinte años en superar el bache, y a un costo muy elevado.
En las situaciones de debilidad interna es cuando se echan de menos a los grandes personajes, pero es evidente que, normalmente, estos no se crean de la nada en laboratorio. Aunque éste sea alemán, como en el caso de F. González. No es pues una cuestión de dictadura o democracia, sino de gestión económica, que es lo que en este momento considero.
[/size]Última edición por Genaro Chic el Lun Sep 23, 2013 6:05 pm, editado 3 veces
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Medio siglo de economía española
Tendemos a pensar con frecuencia que los cambios son radicales hasta el extremo de inclinarnos a considerar de algún modo que si, por ejemplo, la Edad Media finalizó en 1453 –con la caída militar del Imperio Bizantino-, las cosas eran muy distintas en 1452 de lo que lo fueron en 1454, cuando ya estábamos en nuestra Edad Moderna. Digo esto en relación con mi mensaje anterior en el que mostraba cómo signos de la decadencia económica, que se iban a evidenciar en España durante la democracia liberal establecida tras la muerte de Franco, tenían su arranque ya en la propia época final de la dictadura, sin que, eso sí, se supieran corregir después.
En esa misma línea, es curioso que el principal escollo nacionalista de este país sea el estado en que dejó Franco esa España desigual que no quería que se rompiera: el hecho de que Navarra, el País Vasco y Canarias tuvieran un trato fiscal diferente de las demás regiones del Estado, hecho que fue mantenido en la constitución de 1978, es la causa de la envidia de todos los nacionalistas que en el mundo son, como puedes ver en
http://www.elconfidencial.com/espana/cataluna-ciu-financiacion-concierto-economico-20100807-68384.html
Cosas veredes, Sancho, que harán fablar a las piedras, decía el clásico. No estará de más recordar una vez más que la Historia no consiste en decir lo que pasó –ni siquiera no olvidando lo que no interesa recordar, como es frecuente- sino en averiguar el porqué de lo que pasó; que la palabra griega historía significa investigar, no adoctrinar para resaltar determinadas virtudes en cada momento.
Saludos
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Medio siglo de economía española
A veces se pregunta uno qué hubiera pasado si los liberales hubieran ganado las guerras carlistas. Pero ya es tarde para preguntárselo. Ahora ser carlista es ser progresista. Así que desplumemos el Estado en favor de nuestra comunidad antes de que otras lo desplumen. Las elites comunitarias ya nos lo redistribuirán como juzguen conveniente.
Desde el punto de vista de la teoría de juegos el sistema de comunidades autónomas debe de resultar divertidísimo.
Saludos.
Desde el punto de vista de la teoría de juegos el sistema de comunidades autónomas debe de resultar divertidísimo.
Saludos.
Joaquín- Invitado
Re: Medio siglo de economía española
Me hace llegar Enrique un nuevo trabajo relativo a este tema, pueblicado en la prestigiosa revista de pensamiento El Catoblepas, número 102 • agosto 2010 • página 19 ( http://www.nodulo.org/ec/2010/n102p19.htm ). Por su interés lo copio a continuación:Un estudio histórico sobre los felices sesenta
Pedro Carlos González Cuevas
Sobre el libro de Nigel Townson (ed.), España en cambio.
El segundo franquismo, 1959-1975, Siglo XXI, Madrid 2009
Profesor de Historia en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y estudioso del republicanismo español, Nigel Townson ha convocado a doce historiadores, politólogos y sociólogos con el objetivo de dar nuevas interpretaciones de la España de los años sesenta y setenta.
En la introducción a la obra, Townson destaca el cambio experimentado por la sociedad española a lo largo de esos años, denunciando la relativa «marginación» que esta etapa a sufrido por parte de los investigadores. A su entender, «la segunda mitad del régimen franquista tiene un interés incuestionable, no sólo por la propia magnitud de los cambios que se produjeron, sino que porque la transición de la dictadura a la democracia –y, en menor medida, el posterior desarrollo de la España democrática– es inexplicable si no se tiene en cuenta la agitación de aquellos años». Y es que el régimen de Franco nunca fue monolítico e inmutable, sino que atravesó una serie de «cambios bien visibles»; en realidad, tuvo un carácter «híbrido». En ese sentido, el historiador británico pone en cuestión la naturaleza fascista del sistema político español. A ese respecto, critica el modelo interpretativo marxista defendido por historiadores como Preston, Tuñón de Lara o Casanova, según el cual el régimen franquista podía identificarse con el fascismo, porque había cumplido la misma «misión histórica», la misma «función social» que éste, es decir, estabilizar y fortalecer el modo de producción capitalista. Y es que, a juicio de Townson, tales fines «no son propios únicamente del fascismo, sino que han caracterizado a otros muchos regímenes, incluidos algunos de tipo militar, oligárquico-liberal e incluso democrático». Además, la interpretación marxista defiende que las características fundamentales del régimen franquista se definieron durante la primera década, negando que evolucionara de modo significativo; lo cual resulta indefendible desde el punto de vista histórico. Para Townson, el franquismo no puede ser definido «en términos de una única tipología», sino como «una amalgama de diferentes corrientes políticas e ideológicas» y como «un régimen que evolucionó claramente entre su fundación en los años treinta y su caída en los setenta». En su opinión, la etapa franquista puede ser dividida en «en una fase cuasitotalitaria o semifascista de 1939 a 1945, una nacional-católica, corporativista, hasta finales de los años cincuenta y, finalmente, un período definido sobre todo por su naturaleza tecnocrática, desarrollista, que perduró hasta la muerte del dictador». Esta última etapa ha sido, a juicio de Townson, marginada por los investigadores debido a que «carece del dramatismo y el alto perfil del primer tercio», lo mismo que por el interés suscitado por el período de la llamada «transición», del que la etapa desarrollista suele presentarse como un mero precedente. En el último período franquista, el cambio se debió, según el historiador británico, «ante todo a la transformación de la economía» auspiciada por los tecnócratas del Opus Dei, a través de la liberalización económica, la inversión extranjera, la emigración y el turismo. En sus conclusiones, Townson considera que «la segunda mitad de la dictadura es digna de estudio por derecho propio»; y que se trata de «un período intrínsecamente fascinante».
Pablo Martín Aceña y Elena Martínez Ruíz analizan la situación económica a lo largo del período que arranca del Plan de Estabilización de 1959. Ambos historiadores definen el período como «la edad de oro del capitalismo español». Y es que en tres lustros se registraron notables transformaciones estructurales, un innegable incremento del nivel de vida y un profundo cambio social. Tanto es así que, a la altura de 1975, «la economía española podía considerarse industrializada, lejos ya de la contextura agraria de 1940, y con una estructura productiva cercana a la de las economías occidentales». Unas transformaciones que se hicieron sin democracia, ni libertades políticas, pero que facilitó el ingreso de España «en el Primer Mundo y en el exclusivo club de los países con una renta por habitante superior a los dos mil dólares». El desarrollo español se debió a la combinación de un cúmulo de fuerzas: el deseo social de desarrollarse, el atraso relativo acumulado, la incorporación de la tecnología a través de la importación de bienes, el rápido aumento de la demanda de consumo y de tasa de inversión, la apertura al exterior, la disponibilidad de recursos productivos necesarios, las relaciones de intercambio favorables, &c. Los autores consideran que los resultados del Plan de Estabilización fueron «espectaculares», si bien la libertad económica nunca llegó a materializarse, ya que el régimen recurrió a los Planes de Desarrollo, «un instrumento de política económica importado de Francia». Los resultados más favorables de estos Planes se alcanzaron en aquellos sectores donde existía una significativa presencia de empresas públicas; por el contrario, en aquellos en que el Estado disponía de escasa presencia «los logros fueron relativamente modestos». Por otra parte, En ese sentido las relaciones laborales fueron objeto de una exhaustiva regulación; porque el régimen intentó compensar la falta de libertades políticas y el mantenimiento de los salarios bajos con la garantía del pleno empleo mediante «una legislación inflexible, especialmente en lo referente a los salarios y despidos, que impedía un eficaz ajuste a eventuales oscilaciones de la demanda»., los autores señalan «la ausencia del Estado como agente encargado de la distribución de la riqueza que se generaba», consecuencia de «la falta de voluntad política para llevar a cabo una verdadera reforma fiscal que convirtiera al sistema tributario en una sistema eficiente, igualitario y suficiente». Todo lo cual obstaculizó la edificación de un auténtico Estado benefactor. Por otra parte, el proceso de desarrollo económico contribuyó a reducir las diferencias entre las regiones más ricas y las menos desarrolladas, de forma que «la estructura económica se hizo más homogénea a través del territorio», si bien «el potencial de crecimiento de las regiones más atrasadas no se aprovechó plenamente».
Sasha D. Pack incide en las relaciones del turismo con el proceso de desarrollo económico y de cambio político. A juicio del profesor norteamericano, el turismo significó, por una parte, la «prueba convincente» de la aceptación del régimen de Franco por parte de la Europa democrática; y, por otra, «desafíos a sus principios fundacionales de autarquía mortal y económica». Hizo de España un país «menos diferente». Sin embargo, no existió una correlación unívoca entre turismo y democratización, puesto que el régimen fue capaz de fomentar y mantener políticas económicas liberales y la influencia de los turistas fue «más popular que democrática». El turismo favoreció, además, a la rama del conservadurismo más reformista, cuya principal figura fue Manuel Fraga. Antes de la consolidación del régimen franquista los viajes a España fueron muy escasos y el turismo no llegó a representar más de la décima parte del 1% del PNB. Y es que el turismo comenzó a desarrollarse como industria tras la Segunda Guerra Mundial en toda Europa y el interés por España comenzó a manifestar alrededor de 1949, sobre todo hacia la Costa Brava y Mallorca. Su clientela fue inicialmente francesa, británica y norteamericana. En 1951 Franco decidió elevar el turismo al nivel de cartera ministerial. El fomento del turismo tuvo como objetivos básicos «obtener divisas y romper con la reputación antimoderna del régimen de Franco y de España en general». Sus ingresos aportaron al régimen «la fuerza y confianza necesarias para poner en marcha importantes reformas económicas», como la mejora de las carreteras, de los servicios municipales, los hoteles y restaurantes, hasta alcanzar los estandares europeos. Implicaba igualmente, a nivel cultural, «la tolerancia e incluso la asunción de actitudes y conductas foráneas, y, quizás de igual importancia, una aceptación oficial de esa tolerancia». De la misma forma, el turismo obligó a abordar «una especie de descentralización gestionada de las iniciativas y la regularización»; y generó un debate político en torno a la moral y a las costumbres, que condujo al final del «desprecio oficial a la influencia extranjera en el período anterior». «La sueca –literalmente la mujer sueca– se convirtió en icono de la cultura popular contemporánea.»
El hispanista alemán Walter L. Bernecker aborda, por su parte, el tema del cambio de las mentalidades en el segundo franquismo. Para este historiador, el desarrollismo no fue únicamente un fenómeno de carácter económico; fue igualmente «la consecuencia de un cambio de actitudes y mentalidades», que se puso de manifiesto en la disposición a emigrar para buscar trabajo y bienestar en un entorno diferente, nacional o internacional. Condición y, al mismo tiempo, consecuencia de ello fue «el vertiginoso aumento de la tasa de escolarización» y la extensión de la enseñanza universitaria. Bernecker incide igualmente en las consecuencias de la guerra civil, que, en su opinión, «trastocó los estilos de vida» y significó «un cambio decisivo en el sistema de valores y normas de la población». Según el hispanista germano, a lo largo de los años sesenta, «el polo tradicional no era representado por parte de la sociedad, sino por el régimen franquista». Y es que la brecha entre el Estado y la sociedad se ahondaba cada vez más y el tradicionalismo estaba «ya sustancialmente agotado como una opción seria». Prueba de ello era, a su juicio, la influencia reciente del marxismo entre los estudiantes universitarios y la aparición del cristianismo progresista. Incluso interpreta en su sentido liberal la producción intelectual de Pedro Laín Entralgo, con su valoración del noventayochismo, lo mismo que la revista Escorial. Y concluye: «En cierta manera se podría decir que la victoria franquista en 1939 fue, desde el punto de vista ideológico, más bien efímera y no tuvo consecuencias duraderas, pues ya en los años sesenta la sociedad española estaba más politizada, urbanizada y secularizada que nunca, contradiciendo en casi todos los puntos las intenciones originales de la coalición vencedora en la guerra civil».
Tom Buchanan se pregunta hasta qué punto era España «diferente» a lo largo de las décadas de los sesenta y setenta. La repuesta del profesor de Oxford es que las relaciones entre la España de Franco y el resto de Europa se «normalizaron» con relativa premura tras las Segunda Guerra Mundial; y que entre 1960 y 1974 el régimen español permaneció cómodamente asentado en una Europa del Sur compuesta por el Portugal de Salazar y la Junta Militar de los coroneles en Grecia. Señala, además, que hasta los años setenta la democracia europea estuvo mucho más preocupada por «equilibrar los intereses sociales y económicos que ampliar derechos y extender la participación política»; a ello se unía la profunda inestabilidad que sufrían los sistemas políticos de Francia e Italia. Y señala: «Sería fatuo afirmar que no había nada que distinguiera a la España de Franco de la Europa «democrática», pero hay que señalar que durante buena parte del segundo franquismo la fortaleza y los beneficios de la democracia europea eran mucho menos evidentes de lo que una visión retrospectiva permite afirmar». Lo cual cambió a partir de los años setenta, cuando fueron ampliándose los derechos políticos y sociales, por parte de los gobiernos europeos. Por otra parte, las tendencias sociales, económicas y culturales europeas tuvieron presencia clara en la sociedad española. Frente al historiador marxista Eric Hobsbawm, Buchanan estima que la experiencia española entre 1960 y 1975 no fue «atípica»: salto del capitalismo industrial moderno, nacimiento de la sociedad de consumo, incluso el renacimiento de los movimientos separatistas, como lo muestra el ascenso del nacionalismo de los galeses, escoceses, checos y eslovacos. «España lo mismo, pero diferente», concluye Buchanan.
Antonio Cazorla analiza la percepción de los cambios socioeconómicos por parte de las autoridades franquistas. El historiador español estima que «el cuadro de las mentalidades en las décadas finales del franquismo está aún por completar, y mucho». A juicio de Cazorla, la normalidad era, para el franquismo, «la despolitización de la población, incluso aunque ésta afectase al propio partido único». El futuro del régimen no pasaba, así, por la «revitalización del partido único sino por la mejora del nivel de vida y el mantenimiento de la confianza en Franco». A ese respecto, este autor destaca «la falta de políticas activas para expandir el apoyo político de la dictadura en la gente: el enorme vacío político y asociativo que el franquismo renuncia a ocupar en la sociedad y el apego de las autoridades a fórmulas organizativas y actividades que tenían un poder de convocatoria muy limitado».
Cristina Palomares aborda las nuevas mentalidades políticas en el período. A su juicio, es en los años sesenta cuando aparece «un sector reformista en el seno del régimen». Como consecuencia, el régimen se dividió en «inmovilistas o conservadores intransigentes y moderados»; lo cual se reflejó en la nueva legislación, cuyos hitos fueron la Ley de Prensa, la Ley de Asociaciones y la Ley de Representación Familiar. Estos cambios se reflejaron en la aparición de una nueva prensa crítica e independiente: Cuadernos para el Diálogo, Cambio 16, etc.; y de nuevas asociaciones como CEISA, ANEPA, GODSA, &c.
Pamela Radcliff analiza las asociaciones y su incidencia en los orígenes sociales de la transición. Su punto de partida fue la progresiva disidencia de los grupos católicos como la HOAC y las JOC. Destaca igualmente la presencia de las asociaciones de padres de familia y de padres de alumnos. En 1964 se aprobó la Ley de Asociaciones, que legalizó «un pluralismo funcional que inauguró una nueva etapa en la vida asociativa», pero que no fue más que un aspecto de la oleada que se estaba produciendo en sectores del régimen. En ese nuevo contexto, los líderes del Movimiento Nacional comenzaron a formular «un nuevo lenguaje corporativo de participación de las masas». La nueva Ley, lo mismo que la reorganización del Movimiento Nacional, ofrecieron «un marco legal, que abrió un espacio «desde arriba» para el renacimiento de un asociacionismo no ideológico, que tuvo su correlato «en la apertura desde abajo». A la altura de 1977, figuraban en el Registro Nacional 4.251 asociaciones, entre las que destacaban asociaciones de amas de casa y cabezas de familia, de padres de alumnos y de vecinos. Frente a la visión tradicional de la inoperancia de estas asociaciones, Radcliff señala que su vitalidad dependía de las «condiciones locales, las acciones de los funcionarios del Movimiento, el entusiasmo de los residentes locales y la naturaleza de los problemas de la sociedad». El fenómeno asociativo «perdió gas en los años setenta al desmoronarse el ideal de colaboración entre el Estado y la sociedad civil bajo las presiones de un desarrollo rápido e incontrolado y un Estado impávido y sin respuestas».
William J. Callahan se pregunta sobre la continuidad o el cambio de las actitudes de la Iglesia católica a lo largo del período. El punto de partida fue el Concilio Vaticano II, que «produjo cambios radicales dentro de la Iglesia española y acabó con el aparente consenso que existía entre la Iglesia y el Estado». Las autoridades civiles –incluyendo el propio Franco– aceptaron públicamente el trabajo del Concilio; pero en privado tuvieron serias dudas acerca de su aplicación en España. La clausura del Concilio dio origen a un «período de ambigüedad». De hecho, la nueva Conferencia Episcopal estuvo dominada por los sectores conservadores; pero Pablo VI propició la creación de una nueva jerarquía, que culminó con el nombramiento del cardenal Tarancón para el arzobispado de Madrid. Hacia 1971, la mayoría de los obispos se movían «lenta y ambiguamente hacia una redefinición de la relación de la Iglesia y el régimen». Sin embargo, la jerarquía no se mostraba partidaria de «cambios sociales radicales, ni económicos»; se inclinaba por «un proceso de cambio paulatino», «un cambio de régimen, pero no de sistema». De la misma forma, Callahan estima que los obispos deseaban evitar una ruptura con el régimen, pese a los roces provocados con casos como el del obispo Añoveros. En contra de esas posiciones, apareció la Hermandad Sacerdotal del Clero, mientras que otros sectores próximos a la izquierda criticaron abiertamente los fundamentos del nacional-catolicismo, defendiendo posiciones sociales radicales y apoyando al nacionalismo en el País Vasco y Cataluña. Todo lo cual provocó la aparición de un cierto «anticlericalismo oficial». En el período de la transición, la Iglesia católica logró conservar sus posiciones en las finanzas y la educación; pero no en la legislación y en las costumbres, como se demostró en los temas del divorcio y el aborto. No obstante, Callahan cree que, al final, prevaleció «la continuidad» sobre los intentos de ruptura.
¿Se encuentran los orígenes del apoyo de la población española a la democracia en la España de Franco?, tal es el tema que se plantea Mariano Torcal, en su artículo. Cuando el sociólogo español hace mención al apoyo de la población, se refiere a un «apoyo incondicional», es decir, relativamente inmune a los vaivenes de la satisfacción con el funcionamiento del sistema, sus resultados sociales y económicos. A juicio de Torcal, este apoyo incondicional se produjo durante el período de la transición «en pocos años». Este apoyo es mayor entre los jóvenes, pero se encuentra difundido en todas las generaciones, sobre todo en el que denomina «la generación de la liberalización». Torcal cree que ello es reflejo igualmente de «los cambios que se produjeron en el discurso utilizado para legitimar el régimen», cuando se dio prioridad «a la exaltación de la paz y de la prosperidad impulsada por el régimen». De ahí que, según el autor, el cambio fue «fundamentalmente posible, en parte, gracias a la importancia que dieron los protagonistas al mantenimiento de estos logros tan apreciados ahora por los españoles (paz y prosperidad)». Y concluye: «La legitimidad del sistema democrático actual se construyó bajo la base de la socialización política del franquismo y de los símbolos que éste generó, pero el cambio actitudinal no se produjo antes de la transición, sino durante la misma».
El historiador Charles Powell analiza la actitud de los Estados Unidos ante el régimen de Franco y la transición hacia el sistema demoliberal. A su juicio, los sucesivos gobiernos norteamericanos siguieron unas pautas basadas en el realismo político y en el pragmatismo. Sus objetivos estuvieron determinados por la guerra fría y la renovación del Acuerdo sobre las Bases Militares de 1953. De ahí que su apoyo a la democratización fuese, según Powell, «modesto».
Por último, Edward Malefakis realiza una especie de balance global del régimen franquista, al que define como un «régimen bifurcado», que giraba en torno a dos tipos de dictadura, la totalitaria y la autoritaria. Tal fue la clave de su capacidad de cambio y de su longevidad.
De un tiempo a esta parte, proliferan los estudios sobre el régimen de Franco. Simplificando un poco, podríamos dividir el contenido de estos estudios en dos tendencias fundamentales: la marxista y la que algunos estudiosos denominan «revisionista». La primera viene a reproducir, en el fondo, las polémicas político-ideológicas del período de entreguerras. Su resurrección con motivo de las discusiones suscitadas por el tema de la llamada «memoria histórica» de la guerra civil y el franquismo no sólo ha contribuido a revivir los peores vicios de la historiografía española de los años setenta y ochenta, es decir, el dogmatismo, el apasionamiento y el partidismo, sino que viene acompañada, a nivel ético-político, por un contenido claramente vindicativo. En su desarrollo argumentativo, sus representantes tienden a considerar el régimen de Franco, desde una perspectiva más «demonológica» que propiamente histórica, como un delito, al identificarle, no ya con el fascismo, sino simplemente con la reacción, la represión, la negación de todo proyecto de modernidad; en definitiva, con el Mal absoluto. Así, en las obras de Manuel Tuñón de Lara, Paul Preston y sus discípulos, Angel Viñas o Julián Casanova, se ofrece, por lo general, no una historia razonada, como pedía el gran economista y sociólogo Joseph Schumpeter, sino una visión profundamente distorsionada y maniquea de los acontecimientos. El régimen de Franco aparece como un compendio paradigmático de lo grotesco y lo repugnante; algo que produce indignación y, al mismo tiempo, supera los límites del absurdo. Lo grotesco y lo horrible se unen en este caso de un modo tal que, pese a los años transcurridos de su desaparición, aún aparecen, en primer plano, la polémica y las acusaciones. Su perspectiva militante, combativa, casi agónica, hoy fortalecida política y mediáticamente por la Ley de Memoria Histórica, contribuye, al menos en mi opinión, a restar credibilidad historiográfica a este tipo de literatura.
La segunda, la que hemos denominado «revisionista», se encuentra mucho menos desarrollada en nuestra historiografía académica. Sus máximos representantes han sido Renzo de Felice, Emilio Gentile, George L. Mosse, François Furet, &c. Entre nosotros, sus seguidores más representativos han sido el hispanista norteamericano Stanley Payne y el sociólogo Juan José Linz. Esta tendencia tiene por base un enfoque pluralista, que sintetiza lo político, lo cultural y lo social de forma no reduccionista, intentando, a diferencia de lo sustentado por los marxistas tradicionales, una interpretación más matizada y compleja de la configuración histórica de los regímenes autoritarios y/o totalitarios del período de entreguerras, y en particular del franquismo. A ello se une, en su perspectiva metodológica, sobre todo en la obra de George L. Mosse, el principio de empatía, es decir, la capacidad de comprender y de ponerse de modo imaginario en los sentimientos y planteamientos de otras personas y tendencias ideológicas. Y, como complemento, una significativa animadversión, muy pronunciada en la obra de Renzo de Felice, hacia las interpretaciones monolíticas y esquemáticas y, sobre todo, al moralismo historiográfico.
Por fortuna, el libro que comentamos se encuentra mucho más cerca de la segunda línea que de la primera. Algo que puede verse desde el principio, en la introducción desarrollada por Nigel Townson, cuyo contenido resulta extremadamente clarificador. En primer lugar, por su reivindicación historiográfica de un período que todavía adolece de una considerable ausencia de estudios monográficos. Luego, por su penetrante crítica de las falacias de la interpretación marxista tradicional, que últimamente suele caracterizarse, sobre todo en la obra del hispanista británico Paul Preston, por una curiosa amalgama de materialismo histórico vulgar, de individualismo metodológico, empirismo y, sobre todo, de lo que los discípulos de Renzo de Felice han denominado peyorativamente «moralismo sublime», es decir, juicios de valor al servicio de una ideología política muy concreta. La introducción de Nigel Townson creo que debería convertirse en guía para los futuros estudiosos del período.
Sobre la política económica del segundo franquismo y el período desarrollista existe ya una literatura considerable, envuelta todavía en una dura polémica. Autores como, por ejemplo, Francisco Comín han negado la existencia del llamado «milagro español». El artículo de Martín Aceña y Martínez Ruiz remueve en aguas menos turbulentas. Sus conclusiones son mesuradas, pese a versar sobre un tema en el que han florecido, y florecen, abundantemente, los radicalismos. Hay en el texto un general propósito de objetividad y de rigor que invita al optimismo respecto al futuro historiográfico de una cuestión en la que se mezclan, al lado de problemas propiamente historiográficos, los temas claramente políticos. Los autores reconocen que, a lo largo de quince años, se produjo en la sociedad española notables transformaciones estructurales, un innegable incremento del nivel de vida y un profundo cambio social. Ponen en duda, sin embargo, que existiera, en aquella época, un auténtico Estado del bienestar; lo que, a mi modo de ver, resulta discutible, porque los autores tienden a identificar Estado del bienestar con su variante social-demócrata. En España, a juicio del sociólogo Gregorio Rodríguez Cabrero, existió una modalidad de Welfare State que denomina Estado autoritario del bienestar, que arranca de la legislación franquista del período 1964-1975, durante el cual se constituyó el entramado institucional de los diferentes sistemas de protección social, que, sin modificaciones importantes, llegan hasta la actualidad. La tesis que asocia Estado del bienestar y sistema político demoliberal es históricamente falsa, puesto que los orígenes de los sistemas de protección social varían de país a país y tienen una gran diversidad institucional. Por otra parte, los autores enfatizan el hecho de que el proceso de desarrollo económico y modernización social tuvo lugar bajo la égida de un régimen autoritario, sin instituciones representativas ni libertades políticas. Parecen interpretarlo con una anomalía histórica. ¿Es la democracia liberal un requisito del despegue económico industrial?. Es ésta una tesis que podemos considerar no sólo meramente retórica, sino falsa desde el punto de vista histórico. No existe una correlación entre la democracia liberal y el crecimiento económico. Chile, en la época del general Pinochet, se desarrolló más rápido que sus vecinos hispanoamericanos con régimen representativo. La China autoritaria supera, al menos de momento, a la India más o menos liberal. En cuanto al pasado, Japón despegó, bajo un régimen político autoritario, lo mismo que Corea. La Alemania imperial, a finales del siglo XIX, progresó económicamente con la misma rapidez que la Francia republicana o el Reino Unido parlamentario. De otro lado, cuando se estudia la política económica franquista de esos años y se critican, por ejemplo, los Planes de Desarrollo, debería hacerse mención a las alternativas de la oposición clandestina, democrática o no. Y es que por aquellos años el intervencionismo, la planificación y el socialismo eran las señas de identidad de la izquierda española y europea. Por aquel entonces, Luis Ángel Rojo propugnaba un inconcreto «socialismo de mercado». Miguel Boyer, la nacionalización de los sectores productivos básicos. Y lo mismo defendía Ramón Tamames. Además, numerosos sectores de la izquierda, empezando por los comunistas, rechazaban el Estado del bienestar.
Muy innovador y esclarecedor es el texto de Sasha Pack sobre el turismo en los años del desarrollo. Este artículo, junto a su monografía La invasión pacífica, establece un claro punto de partida para determinar el influjo de la industria turística en el proceso de desarrollo y en la evolución política e incluso cultural de la sociedad española.
Muy distinto resulta, a mi juicio, el contenido del artículo de Walter L. Benecker sobre los cambios de mentalidad en la España de los años sesenta y setenta. Se trata, sin duda, del texto más flojo de todo el libro y sus tesis entran en contradicción con las de la inmensa mayoría de sus colaboradores. El hispanista alemán parece desconocer –y esta valoración puede extenderse a sus obras España entre la tradición y la modernidad o El precio de la modernización– no sólo los estudios sobre la ideología y el proyecto político de la denominada «derecha tecnocrática», sino los textos más representativos de dicha tendencia, como, por ejemplo, El crepúsculo de las ideologías o Del Estado ideal al Estado de razón, de Gonzalo Fernández de la Mora. Lo que se deduce del texto de Bernecker es que las élites políticas e intelectuales del régimen no se renovaron ni experimentaron cambios en su percepción de la realidad social y política. ¿No hubo, a lo largo del período, un claro proyecto de modernización conservadora?¿Acaso, por poner un ejemplo palmario, en El crepúsculo de las ideologías no se propugnaba la «interiorización de creencias», es decir, la secularización? No menos discutible es la interpretación liberal de la obra de Laín Entralgo y de la revista Escorial, cuya reivindicación del noventayochismo y de Ortega y Gasset no tenía otro objetivo que la renovación del proyecto político-cultural falangista.
Aleccionador, desmitificador, innovador y valiente resulta el texto de Tom Buchanan, cuya tesis me parece muy bien fundamentada. Pero, en mi opinión, no era sólo el Portugal salazarista o la Grecia de los coroneles la que servía de apoyo al régimen de Franco. Hay que tener en cuenta igualmente la simpatía que Franco suscitaba entre los social-cristianos alemanes, dirigidos por Konrad Adenauer, lo mismo que en la Francia del general De Gaulle. Según ha señalado el hispanista Guy Hermet, la llegada al poder del Charles De Gaulle no sólo fue muy bien recibida por los dirigentes españoles, sino que el gobierno francés apoyó sus demandas de acceso al Mercado Común. Significativa fue la visita del estadista francés, hombre formado en las ideas de Maurras, Barrès y en la tradición bonapartista, a España y a Franco, en junio de 1970, bien es verdad que ya fuera de la política. Adenauer se entrevistó igualmente con Franco, dando conferencias en el Ateneo madrileño.
Igualmente convincente me parece la tesis de Antonio Cazorla. Sin duda, el régimen franquista centró su interés, en aquellos años, en el desarrollo económico, fomentando la despolitización; lo que luego condujo, como les reprocharían los sectores tradicionalistas y falangistas a los tecnócratas, a su desarme político y doctrinal.
Interesante, aunque los datos que aporta son ya bastante conocidos, es la contribución de Cristina Palomares. Más innovador resulta el estudio de Pamela Radcliff sobre el asociacionismo, un fenómeno que refleja un mayor dinamismo de la incipiente sociedad civil española en aquellos momentos. La tesis continuista sobre las relaciones Iglesia/Estado, defendida por William Callaham, me parece fundada. En realidad, las jerarquías católicas siguieron la táctica lampedusiana de que «todo cambie para que todo siga igual»; y los grupos disidentes fueron fácilmente marginados. Otra cosa es que la Iglesia católica tuviera que enfrentarse a un vertiginoso proceso de secularización en el que todavía estamos inmersos.
Muy audaz y digna de tenerse en cuenta es la tesis defendida por Mariano Torcal. Y es que, en mi opinión y en la de otros muchos, las transformaciones de los años sesenta y setenta permitieron que muchos ciudadanos españoles depositaran su confianza en el régimen por lo que entendían una gestión eficaz. Esto quedó reflejado en una suerte de cultura política consistente en un pragmatismo vital cuyas principales reivindicaciones eran el mantenimiento del desarrollo económico y de la paz, muy por encima de cualquier planteamiento democrático. En ese sentido, puede decirse que el discurso tecnocrático caló hondo en el tejido social. De ahí que el reto de los partidarios del régimen demoliberal fuese convencer a ese sector de que un cambio en el sistema político, más o menos gradual, era compatible con el mantenimiento del bienestar y de seguridad alcanzados. Además, el nuevo sistema político no dudó en legitimarse por su capacidad de modernizar la sociedad y de garantizar el desarrollo económico.
El trabajo de Charles Powell resulta erudito, bien fundado y esclarecedor. Y, en fin, que el régimen de Franco, como señala Edward Malefakis, fuese un sistema político «bifurcado» y que ello facilitó su pervivencia, me parece evidente. Ahora bien; podemos decir igualmente que tal característica fue una de las causas de su desaparición, a la muerte de su fundador y guía. De ahí que, a diferencia de lo sustentado por el historiador norteamericano, no sea posible, a mi juicio, la comparación con lo sucedido en la Italia posfascista. Y es que mientras Mussolini contó con un partido político, que, tras la guerra mundial, pudo transformarse en el Movimiento Social Italiano y luego en Alianza Nacional, Franco fue el eje de una heterogénea coalición social y política. Como señala Malefakis, el régimen fue, en el fondo, plural, una maraña inextricable de organizaciones rivales que se hostilizaban entre sí. A ese respecto, lo que se ha venido en llamar «franquismo» resultó ser el recipiente en el que confluyeron todas las corrientes de las derechas españolas. El predominio de una u otra corriente cambió según los períodos, las coyunturas y, sobre todo, la voluntad de Franco. Dada esta pluralidad, fue imposible disociar la estructura del régimen de la personalidad de Franco, convertido en el eje sustentador de las instituciones. A su muerte, las distintas fuerzas políticas confluyentes en el sistema se dispersaron; unas en sentido reformista; otras continuista e incluso reaccionario.
Nigel Townson ha editado una pieza básica en la bibliografía sobre el régimen de Franco en sus últimas etapas. Lo es por su condición cabal: un conjunto de estudios que, por lo general, y con la excepción ya señalada, destacan por su calidad, su inteligencia, su equilibrio y erudición. Su único defecto es haber situado al margen la historia de la cultura, de las ideologías y del pensamiento político, ya oficial, ya opositor. No hay ninguna mención al pensamiento político y económico de los llamados «tecnócratas». El estudio de revistas como Punta Europa o Atlántida hubiera contribuido a esclarecer esa parcela de la realidad, y lo mismo podríamos decir de un análisis de las polémicas suscitadas por las tesis de El crepúsculo de las ideologías. Otra de las virtudes de esta obra es su objetividad. Ninguno de sus colaboradores ha mojado su pluma, como viene siendo habitual, en ácido perclórico. En algunas obras, cuyo arquetipo es la biografía de Franco escrita por Paul Preston, destaca la proclividad en presentar al dirigente español y su régimen con perfiles monolíticos, para la plena iniquidad y sin distingos. Ahora bien; el Mal absoluto es una noción metafísica que ni ha encarnado ni encarnará ningún ser humano. En la existencia, todo es claroscuro y correlatividad. La Historia simplista es simplemente mala. De ahí que Nigel Townson y los colaboradores de esta excelente obra marquen el camino a seguir.
Pedro Carlos González Cuevas
Sobre el libro de Nigel Townson (ed.), España en cambio.
El segundo franquismo, 1959-1975, Siglo XXI, Madrid 2009
Profesor de Historia en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y estudioso del republicanismo español, Nigel Townson ha convocado a doce historiadores, politólogos y sociólogos con el objetivo de dar nuevas interpretaciones de la España de los años sesenta y setenta.
En la introducción a la obra, Townson destaca el cambio experimentado por la sociedad española a lo largo de esos años, denunciando la relativa «marginación» que esta etapa a sufrido por parte de los investigadores. A su entender, «la segunda mitad del régimen franquista tiene un interés incuestionable, no sólo por la propia magnitud de los cambios que se produjeron, sino que porque la transición de la dictadura a la democracia –y, en menor medida, el posterior desarrollo de la España democrática– es inexplicable si no se tiene en cuenta la agitación de aquellos años». Y es que el régimen de Franco nunca fue monolítico e inmutable, sino que atravesó una serie de «cambios bien visibles»; en realidad, tuvo un carácter «híbrido». En ese sentido, el historiador británico pone en cuestión la naturaleza fascista del sistema político español. A ese respecto, critica el modelo interpretativo marxista defendido por historiadores como Preston, Tuñón de Lara o Casanova, según el cual el régimen franquista podía identificarse con el fascismo, porque había cumplido la misma «misión histórica», la misma «función social» que éste, es decir, estabilizar y fortalecer el modo de producción capitalista. Y es que, a juicio de Townson, tales fines «no son propios únicamente del fascismo, sino que han caracterizado a otros muchos regímenes, incluidos algunos de tipo militar, oligárquico-liberal e incluso democrático». Además, la interpretación marxista defiende que las características fundamentales del régimen franquista se definieron durante la primera década, negando que evolucionara de modo significativo; lo cual resulta indefendible desde el punto de vista histórico. Para Townson, el franquismo no puede ser definido «en términos de una única tipología», sino como «una amalgama de diferentes corrientes políticas e ideológicas» y como «un régimen que evolucionó claramente entre su fundación en los años treinta y su caída en los setenta». En su opinión, la etapa franquista puede ser dividida en «en una fase cuasitotalitaria o semifascista de 1939 a 1945, una nacional-católica, corporativista, hasta finales de los años cincuenta y, finalmente, un período definido sobre todo por su naturaleza tecnocrática, desarrollista, que perduró hasta la muerte del dictador». Esta última etapa ha sido, a juicio de Townson, marginada por los investigadores debido a que «carece del dramatismo y el alto perfil del primer tercio», lo mismo que por el interés suscitado por el período de la llamada «transición», del que la etapa desarrollista suele presentarse como un mero precedente. En el último período franquista, el cambio se debió, según el historiador británico, «ante todo a la transformación de la economía» auspiciada por los tecnócratas del Opus Dei, a través de la liberalización económica, la inversión extranjera, la emigración y el turismo. En sus conclusiones, Townson considera que «la segunda mitad de la dictadura es digna de estudio por derecho propio»; y que se trata de «un período intrínsecamente fascinante».
Pablo Martín Aceña y Elena Martínez Ruíz analizan la situación económica a lo largo del período que arranca del Plan de Estabilización de 1959. Ambos historiadores definen el período como «la edad de oro del capitalismo español». Y es que en tres lustros se registraron notables transformaciones estructurales, un innegable incremento del nivel de vida y un profundo cambio social. Tanto es así que, a la altura de 1975, «la economía española podía considerarse industrializada, lejos ya de la contextura agraria de 1940, y con una estructura productiva cercana a la de las economías occidentales». Unas transformaciones que se hicieron sin democracia, ni libertades políticas, pero que facilitó el ingreso de España «en el Primer Mundo y en el exclusivo club de los países con una renta por habitante superior a los dos mil dólares». El desarrollo español se debió a la combinación de un cúmulo de fuerzas: el deseo social de desarrollarse, el atraso relativo acumulado, la incorporación de la tecnología a través de la importación de bienes, el rápido aumento de la demanda de consumo y de tasa de inversión, la apertura al exterior, la disponibilidad de recursos productivos necesarios, las relaciones de intercambio favorables, &c. Los autores consideran que los resultados del Plan de Estabilización fueron «espectaculares», si bien la libertad económica nunca llegó a materializarse, ya que el régimen recurrió a los Planes de Desarrollo, «un instrumento de política económica importado de Francia». Los resultados más favorables de estos Planes se alcanzaron en aquellos sectores donde existía una significativa presencia de empresas públicas; por el contrario, en aquellos en que el Estado disponía de escasa presencia «los logros fueron relativamente modestos». Por otra parte, En ese sentido las relaciones laborales fueron objeto de una exhaustiva regulación; porque el régimen intentó compensar la falta de libertades políticas y el mantenimiento de los salarios bajos con la garantía del pleno empleo mediante «una legislación inflexible, especialmente en lo referente a los salarios y despidos, que impedía un eficaz ajuste a eventuales oscilaciones de la demanda»., los autores señalan «la ausencia del Estado como agente encargado de la distribución de la riqueza que se generaba», consecuencia de «la falta de voluntad política para llevar a cabo una verdadera reforma fiscal que convirtiera al sistema tributario en una sistema eficiente, igualitario y suficiente». Todo lo cual obstaculizó la edificación de un auténtico Estado benefactor. Por otra parte, el proceso de desarrollo económico contribuyó a reducir las diferencias entre las regiones más ricas y las menos desarrolladas, de forma que «la estructura económica se hizo más homogénea a través del territorio», si bien «el potencial de crecimiento de las regiones más atrasadas no se aprovechó plenamente».
Sasha D. Pack incide en las relaciones del turismo con el proceso de desarrollo económico y de cambio político. A juicio del profesor norteamericano, el turismo significó, por una parte, la «prueba convincente» de la aceptación del régimen de Franco por parte de la Europa democrática; y, por otra, «desafíos a sus principios fundacionales de autarquía mortal y económica». Hizo de España un país «menos diferente». Sin embargo, no existió una correlación unívoca entre turismo y democratización, puesto que el régimen fue capaz de fomentar y mantener políticas económicas liberales y la influencia de los turistas fue «más popular que democrática». El turismo favoreció, además, a la rama del conservadurismo más reformista, cuya principal figura fue Manuel Fraga. Antes de la consolidación del régimen franquista los viajes a España fueron muy escasos y el turismo no llegó a representar más de la décima parte del 1% del PNB. Y es que el turismo comenzó a desarrollarse como industria tras la Segunda Guerra Mundial en toda Europa y el interés por España comenzó a manifestar alrededor de 1949, sobre todo hacia la Costa Brava y Mallorca. Su clientela fue inicialmente francesa, británica y norteamericana. En 1951 Franco decidió elevar el turismo al nivel de cartera ministerial. El fomento del turismo tuvo como objetivos básicos «obtener divisas y romper con la reputación antimoderna del régimen de Franco y de España en general». Sus ingresos aportaron al régimen «la fuerza y confianza necesarias para poner en marcha importantes reformas económicas», como la mejora de las carreteras, de los servicios municipales, los hoteles y restaurantes, hasta alcanzar los estandares europeos. Implicaba igualmente, a nivel cultural, «la tolerancia e incluso la asunción de actitudes y conductas foráneas, y, quizás de igual importancia, una aceptación oficial de esa tolerancia». De la misma forma, el turismo obligó a abordar «una especie de descentralización gestionada de las iniciativas y la regularización»; y generó un debate político en torno a la moral y a las costumbres, que condujo al final del «desprecio oficial a la influencia extranjera en el período anterior». «La sueca –literalmente la mujer sueca– se convirtió en icono de la cultura popular contemporánea.»
El hispanista alemán Walter L. Bernecker aborda, por su parte, el tema del cambio de las mentalidades en el segundo franquismo. Para este historiador, el desarrollismo no fue únicamente un fenómeno de carácter económico; fue igualmente «la consecuencia de un cambio de actitudes y mentalidades», que se puso de manifiesto en la disposición a emigrar para buscar trabajo y bienestar en un entorno diferente, nacional o internacional. Condición y, al mismo tiempo, consecuencia de ello fue «el vertiginoso aumento de la tasa de escolarización» y la extensión de la enseñanza universitaria. Bernecker incide igualmente en las consecuencias de la guerra civil, que, en su opinión, «trastocó los estilos de vida» y significó «un cambio decisivo en el sistema de valores y normas de la población». Según el hispanista germano, a lo largo de los años sesenta, «el polo tradicional no era representado por parte de la sociedad, sino por el régimen franquista». Y es que la brecha entre el Estado y la sociedad se ahondaba cada vez más y el tradicionalismo estaba «ya sustancialmente agotado como una opción seria». Prueba de ello era, a su juicio, la influencia reciente del marxismo entre los estudiantes universitarios y la aparición del cristianismo progresista. Incluso interpreta en su sentido liberal la producción intelectual de Pedro Laín Entralgo, con su valoración del noventayochismo, lo mismo que la revista Escorial. Y concluye: «En cierta manera se podría decir que la victoria franquista en 1939 fue, desde el punto de vista ideológico, más bien efímera y no tuvo consecuencias duraderas, pues ya en los años sesenta la sociedad española estaba más politizada, urbanizada y secularizada que nunca, contradiciendo en casi todos los puntos las intenciones originales de la coalición vencedora en la guerra civil».
Tom Buchanan se pregunta hasta qué punto era España «diferente» a lo largo de las décadas de los sesenta y setenta. La repuesta del profesor de Oxford es que las relaciones entre la España de Franco y el resto de Europa se «normalizaron» con relativa premura tras las Segunda Guerra Mundial; y que entre 1960 y 1974 el régimen español permaneció cómodamente asentado en una Europa del Sur compuesta por el Portugal de Salazar y la Junta Militar de los coroneles en Grecia. Señala, además, que hasta los años setenta la democracia europea estuvo mucho más preocupada por «equilibrar los intereses sociales y económicos que ampliar derechos y extender la participación política»; a ello se unía la profunda inestabilidad que sufrían los sistemas políticos de Francia e Italia. Y señala: «Sería fatuo afirmar que no había nada que distinguiera a la España de Franco de la Europa «democrática», pero hay que señalar que durante buena parte del segundo franquismo la fortaleza y los beneficios de la democracia europea eran mucho menos evidentes de lo que una visión retrospectiva permite afirmar». Lo cual cambió a partir de los años setenta, cuando fueron ampliándose los derechos políticos y sociales, por parte de los gobiernos europeos. Por otra parte, las tendencias sociales, económicas y culturales europeas tuvieron presencia clara en la sociedad española. Frente al historiador marxista Eric Hobsbawm, Buchanan estima que la experiencia española entre 1960 y 1975 no fue «atípica»: salto del capitalismo industrial moderno, nacimiento de la sociedad de consumo, incluso el renacimiento de los movimientos separatistas, como lo muestra el ascenso del nacionalismo de los galeses, escoceses, checos y eslovacos. «España lo mismo, pero diferente», concluye Buchanan.
Antonio Cazorla analiza la percepción de los cambios socioeconómicos por parte de las autoridades franquistas. El historiador español estima que «el cuadro de las mentalidades en las décadas finales del franquismo está aún por completar, y mucho». A juicio de Cazorla, la normalidad era, para el franquismo, «la despolitización de la población, incluso aunque ésta afectase al propio partido único». El futuro del régimen no pasaba, así, por la «revitalización del partido único sino por la mejora del nivel de vida y el mantenimiento de la confianza en Franco». A ese respecto, este autor destaca «la falta de políticas activas para expandir el apoyo político de la dictadura en la gente: el enorme vacío político y asociativo que el franquismo renuncia a ocupar en la sociedad y el apego de las autoridades a fórmulas organizativas y actividades que tenían un poder de convocatoria muy limitado».
Cristina Palomares aborda las nuevas mentalidades políticas en el período. A su juicio, es en los años sesenta cuando aparece «un sector reformista en el seno del régimen». Como consecuencia, el régimen se dividió en «inmovilistas o conservadores intransigentes y moderados»; lo cual se reflejó en la nueva legislación, cuyos hitos fueron la Ley de Prensa, la Ley de Asociaciones y la Ley de Representación Familiar. Estos cambios se reflejaron en la aparición de una nueva prensa crítica e independiente: Cuadernos para el Diálogo, Cambio 16, etc.; y de nuevas asociaciones como CEISA, ANEPA, GODSA, &c.
Pamela Radcliff analiza las asociaciones y su incidencia en los orígenes sociales de la transición. Su punto de partida fue la progresiva disidencia de los grupos católicos como la HOAC y las JOC. Destaca igualmente la presencia de las asociaciones de padres de familia y de padres de alumnos. En 1964 se aprobó la Ley de Asociaciones, que legalizó «un pluralismo funcional que inauguró una nueva etapa en la vida asociativa», pero que no fue más que un aspecto de la oleada que se estaba produciendo en sectores del régimen. En ese nuevo contexto, los líderes del Movimiento Nacional comenzaron a formular «un nuevo lenguaje corporativo de participación de las masas». La nueva Ley, lo mismo que la reorganización del Movimiento Nacional, ofrecieron «un marco legal, que abrió un espacio «desde arriba» para el renacimiento de un asociacionismo no ideológico, que tuvo su correlato «en la apertura desde abajo». A la altura de 1977, figuraban en el Registro Nacional 4.251 asociaciones, entre las que destacaban asociaciones de amas de casa y cabezas de familia, de padres de alumnos y de vecinos. Frente a la visión tradicional de la inoperancia de estas asociaciones, Radcliff señala que su vitalidad dependía de las «condiciones locales, las acciones de los funcionarios del Movimiento, el entusiasmo de los residentes locales y la naturaleza de los problemas de la sociedad». El fenómeno asociativo «perdió gas en los años setenta al desmoronarse el ideal de colaboración entre el Estado y la sociedad civil bajo las presiones de un desarrollo rápido e incontrolado y un Estado impávido y sin respuestas».
William J. Callahan se pregunta sobre la continuidad o el cambio de las actitudes de la Iglesia católica a lo largo del período. El punto de partida fue el Concilio Vaticano II, que «produjo cambios radicales dentro de la Iglesia española y acabó con el aparente consenso que existía entre la Iglesia y el Estado». Las autoridades civiles –incluyendo el propio Franco– aceptaron públicamente el trabajo del Concilio; pero en privado tuvieron serias dudas acerca de su aplicación en España. La clausura del Concilio dio origen a un «período de ambigüedad». De hecho, la nueva Conferencia Episcopal estuvo dominada por los sectores conservadores; pero Pablo VI propició la creación de una nueva jerarquía, que culminó con el nombramiento del cardenal Tarancón para el arzobispado de Madrid. Hacia 1971, la mayoría de los obispos se movían «lenta y ambiguamente hacia una redefinición de la relación de la Iglesia y el régimen». Sin embargo, la jerarquía no se mostraba partidaria de «cambios sociales radicales, ni económicos»; se inclinaba por «un proceso de cambio paulatino», «un cambio de régimen, pero no de sistema». De la misma forma, Callahan estima que los obispos deseaban evitar una ruptura con el régimen, pese a los roces provocados con casos como el del obispo Añoveros. En contra de esas posiciones, apareció la Hermandad Sacerdotal del Clero, mientras que otros sectores próximos a la izquierda criticaron abiertamente los fundamentos del nacional-catolicismo, defendiendo posiciones sociales radicales y apoyando al nacionalismo en el País Vasco y Cataluña. Todo lo cual provocó la aparición de un cierto «anticlericalismo oficial». En el período de la transición, la Iglesia católica logró conservar sus posiciones en las finanzas y la educación; pero no en la legislación y en las costumbres, como se demostró en los temas del divorcio y el aborto. No obstante, Callahan cree que, al final, prevaleció «la continuidad» sobre los intentos de ruptura.
¿Se encuentran los orígenes del apoyo de la población española a la democracia en la España de Franco?, tal es el tema que se plantea Mariano Torcal, en su artículo. Cuando el sociólogo español hace mención al apoyo de la población, se refiere a un «apoyo incondicional», es decir, relativamente inmune a los vaivenes de la satisfacción con el funcionamiento del sistema, sus resultados sociales y económicos. A juicio de Torcal, este apoyo incondicional se produjo durante el período de la transición «en pocos años». Este apoyo es mayor entre los jóvenes, pero se encuentra difundido en todas las generaciones, sobre todo en el que denomina «la generación de la liberalización». Torcal cree que ello es reflejo igualmente de «los cambios que se produjeron en el discurso utilizado para legitimar el régimen», cuando se dio prioridad «a la exaltación de la paz y de la prosperidad impulsada por el régimen». De ahí que, según el autor, el cambio fue «fundamentalmente posible, en parte, gracias a la importancia que dieron los protagonistas al mantenimiento de estos logros tan apreciados ahora por los españoles (paz y prosperidad)». Y concluye: «La legitimidad del sistema democrático actual se construyó bajo la base de la socialización política del franquismo y de los símbolos que éste generó, pero el cambio actitudinal no se produjo antes de la transición, sino durante la misma».
El historiador Charles Powell analiza la actitud de los Estados Unidos ante el régimen de Franco y la transición hacia el sistema demoliberal. A su juicio, los sucesivos gobiernos norteamericanos siguieron unas pautas basadas en el realismo político y en el pragmatismo. Sus objetivos estuvieron determinados por la guerra fría y la renovación del Acuerdo sobre las Bases Militares de 1953. De ahí que su apoyo a la democratización fuese, según Powell, «modesto».
Por último, Edward Malefakis realiza una especie de balance global del régimen franquista, al que define como un «régimen bifurcado», que giraba en torno a dos tipos de dictadura, la totalitaria y la autoritaria. Tal fue la clave de su capacidad de cambio y de su longevidad.
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De un tiempo a esta parte, proliferan los estudios sobre el régimen de Franco. Simplificando un poco, podríamos dividir el contenido de estos estudios en dos tendencias fundamentales: la marxista y la que algunos estudiosos denominan «revisionista». La primera viene a reproducir, en el fondo, las polémicas político-ideológicas del período de entreguerras. Su resurrección con motivo de las discusiones suscitadas por el tema de la llamada «memoria histórica» de la guerra civil y el franquismo no sólo ha contribuido a revivir los peores vicios de la historiografía española de los años setenta y ochenta, es decir, el dogmatismo, el apasionamiento y el partidismo, sino que viene acompañada, a nivel ético-político, por un contenido claramente vindicativo. En su desarrollo argumentativo, sus representantes tienden a considerar el régimen de Franco, desde una perspectiva más «demonológica» que propiamente histórica, como un delito, al identificarle, no ya con el fascismo, sino simplemente con la reacción, la represión, la negación de todo proyecto de modernidad; en definitiva, con el Mal absoluto. Así, en las obras de Manuel Tuñón de Lara, Paul Preston y sus discípulos, Angel Viñas o Julián Casanova, se ofrece, por lo general, no una historia razonada, como pedía el gran economista y sociólogo Joseph Schumpeter, sino una visión profundamente distorsionada y maniquea de los acontecimientos. El régimen de Franco aparece como un compendio paradigmático de lo grotesco y lo repugnante; algo que produce indignación y, al mismo tiempo, supera los límites del absurdo. Lo grotesco y lo horrible se unen en este caso de un modo tal que, pese a los años transcurridos de su desaparición, aún aparecen, en primer plano, la polémica y las acusaciones. Su perspectiva militante, combativa, casi agónica, hoy fortalecida política y mediáticamente por la Ley de Memoria Histórica, contribuye, al menos en mi opinión, a restar credibilidad historiográfica a este tipo de literatura.
La segunda, la que hemos denominado «revisionista», se encuentra mucho menos desarrollada en nuestra historiografía académica. Sus máximos representantes han sido Renzo de Felice, Emilio Gentile, George L. Mosse, François Furet, &c. Entre nosotros, sus seguidores más representativos han sido el hispanista norteamericano Stanley Payne y el sociólogo Juan José Linz. Esta tendencia tiene por base un enfoque pluralista, que sintetiza lo político, lo cultural y lo social de forma no reduccionista, intentando, a diferencia de lo sustentado por los marxistas tradicionales, una interpretación más matizada y compleja de la configuración histórica de los regímenes autoritarios y/o totalitarios del período de entreguerras, y en particular del franquismo. A ello se une, en su perspectiva metodológica, sobre todo en la obra de George L. Mosse, el principio de empatía, es decir, la capacidad de comprender y de ponerse de modo imaginario en los sentimientos y planteamientos de otras personas y tendencias ideológicas. Y, como complemento, una significativa animadversión, muy pronunciada en la obra de Renzo de Felice, hacia las interpretaciones monolíticas y esquemáticas y, sobre todo, al moralismo historiográfico.
Por fortuna, el libro que comentamos se encuentra mucho más cerca de la segunda línea que de la primera. Algo que puede verse desde el principio, en la introducción desarrollada por Nigel Townson, cuyo contenido resulta extremadamente clarificador. En primer lugar, por su reivindicación historiográfica de un período que todavía adolece de una considerable ausencia de estudios monográficos. Luego, por su penetrante crítica de las falacias de la interpretación marxista tradicional, que últimamente suele caracterizarse, sobre todo en la obra del hispanista británico Paul Preston, por una curiosa amalgama de materialismo histórico vulgar, de individualismo metodológico, empirismo y, sobre todo, de lo que los discípulos de Renzo de Felice han denominado peyorativamente «moralismo sublime», es decir, juicios de valor al servicio de una ideología política muy concreta. La introducción de Nigel Townson creo que debería convertirse en guía para los futuros estudiosos del período.
Sobre la política económica del segundo franquismo y el período desarrollista existe ya una literatura considerable, envuelta todavía en una dura polémica. Autores como, por ejemplo, Francisco Comín han negado la existencia del llamado «milagro español». El artículo de Martín Aceña y Martínez Ruiz remueve en aguas menos turbulentas. Sus conclusiones son mesuradas, pese a versar sobre un tema en el que han florecido, y florecen, abundantemente, los radicalismos. Hay en el texto un general propósito de objetividad y de rigor que invita al optimismo respecto al futuro historiográfico de una cuestión en la que se mezclan, al lado de problemas propiamente historiográficos, los temas claramente políticos. Los autores reconocen que, a lo largo de quince años, se produjo en la sociedad española notables transformaciones estructurales, un innegable incremento del nivel de vida y un profundo cambio social. Ponen en duda, sin embargo, que existiera, en aquella época, un auténtico Estado del bienestar; lo que, a mi modo de ver, resulta discutible, porque los autores tienden a identificar Estado del bienestar con su variante social-demócrata. En España, a juicio del sociólogo Gregorio Rodríguez Cabrero, existió una modalidad de Welfare State que denomina Estado autoritario del bienestar, que arranca de la legislación franquista del período 1964-1975, durante el cual se constituyó el entramado institucional de los diferentes sistemas de protección social, que, sin modificaciones importantes, llegan hasta la actualidad. La tesis que asocia Estado del bienestar y sistema político demoliberal es históricamente falsa, puesto que los orígenes de los sistemas de protección social varían de país a país y tienen una gran diversidad institucional. Por otra parte, los autores enfatizan el hecho de que el proceso de desarrollo económico y modernización social tuvo lugar bajo la égida de un régimen autoritario, sin instituciones representativas ni libertades políticas. Parecen interpretarlo con una anomalía histórica. ¿Es la democracia liberal un requisito del despegue económico industrial?. Es ésta una tesis que podemos considerar no sólo meramente retórica, sino falsa desde el punto de vista histórico. No existe una correlación entre la democracia liberal y el crecimiento económico. Chile, en la época del general Pinochet, se desarrolló más rápido que sus vecinos hispanoamericanos con régimen representativo. La China autoritaria supera, al menos de momento, a la India más o menos liberal. En cuanto al pasado, Japón despegó, bajo un régimen político autoritario, lo mismo que Corea. La Alemania imperial, a finales del siglo XIX, progresó económicamente con la misma rapidez que la Francia republicana o el Reino Unido parlamentario. De otro lado, cuando se estudia la política económica franquista de esos años y se critican, por ejemplo, los Planes de Desarrollo, debería hacerse mención a las alternativas de la oposición clandestina, democrática o no. Y es que por aquellos años el intervencionismo, la planificación y el socialismo eran las señas de identidad de la izquierda española y europea. Por aquel entonces, Luis Ángel Rojo propugnaba un inconcreto «socialismo de mercado». Miguel Boyer, la nacionalización de los sectores productivos básicos. Y lo mismo defendía Ramón Tamames. Además, numerosos sectores de la izquierda, empezando por los comunistas, rechazaban el Estado del bienestar.
Muy innovador y esclarecedor es el texto de Sasha Pack sobre el turismo en los años del desarrollo. Este artículo, junto a su monografía La invasión pacífica, establece un claro punto de partida para determinar el influjo de la industria turística en el proceso de desarrollo y en la evolución política e incluso cultural de la sociedad española.
Muy distinto resulta, a mi juicio, el contenido del artículo de Walter L. Benecker sobre los cambios de mentalidad en la España de los años sesenta y setenta. Se trata, sin duda, del texto más flojo de todo el libro y sus tesis entran en contradicción con las de la inmensa mayoría de sus colaboradores. El hispanista alemán parece desconocer –y esta valoración puede extenderse a sus obras España entre la tradición y la modernidad o El precio de la modernización– no sólo los estudios sobre la ideología y el proyecto político de la denominada «derecha tecnocrática», sino los textos más representativos de dicha tendencia, como, por ejemplo, El crepúsculo de las ideologías o Del Estado ideal al Estado de razón, de Gonzalo Fernández de la Mora. Lo que se deduce del texto de Bernecker es que las élites políticas e intelectuales del régimen no se renovaron ni experimentaron cambios en su percepción de la realidad social y política. ¿No hubo, a lo largo del período, un claro proyecto de modernización conservadora?¿Acaso, por poner un ejemplo palmario, en El crepúsculo de las ideologías no se propugnaba la «interiorización de creencias», es decir, la secularización? No menos discutible es la interpretación liberal de la obra de Laín Entralgo y de la revista Escorial, cuya reivindicación del noventayochismo y de Ortega y Gasset no tenía otro objetivo que la renovación del proyecto político-cultural falangista.
Aleccionador, desmitificador, innovador y valiente resulta el texto de Tom Buchanan, cuya tesis me parece muy bien fundamentada. Pero, en mi opinión, no era sólo el Portugal salazarista o la Grecia de los coroneles la que servía de apoyo al régimen de Franco. Hay que tener en cuenta igualmente la simpatía que Franco suscitaba entre los social-cristianos alemanes, dirigidos por Konrad Adenauer, lo mismo que en la Francia del general De Gaulle. Según ha señalado el hispanista Guy Hermet, la llegada al poder del Charles De Gaulle no sólo fue muy bien recibida por los dirigentes españoles, sino que el gobierno francés apoyó sus demandas de acceso al Mercado Común. Significativa fue la visita del estadista francés, hombre formado en las ideas de Maurras, Barrès y en la tradición bonapartista, a España y a Franco, en junio de 1970, bien es verdad que ya fuera de la política. Adenauer se entrevistó igualmente con Franco, dando conferencias en el Ateneo madrileño.
Igualmente convincente me parece la tesis de Antonio Cazorla. Sin duda, el régimen franquista centró su interés, en aquellos años, en el desarrollo económico, fomentando la despolitización; lo que luego condujo, como les reprocharían los sectores tradicionalistas y falangistas a los tecnócratas, a su desarme político y doctrinal.
Interesante, aunque los datos que aporta son ya bastante conocidos, es la contribución de Cristina Palomares. Más innovador resulta el estudio de Pamela Radcliff sobre el asociacionismo, un fenómeno que refleja un mayor dinamismo de la incipiente sociedad civil española en aquellos momentos. La tesis continuista sobre las relaciones Iglesia/Estado, defendida por William Callaham, me parece fundada. En realidad, las jerarquías católicas siguieron la táctica lampedusiana de que «todo cambie para que todo siga igual»; y los grupos disidentes fueron fácilmente marginados. Otra cosa es que la Iglesia católica tuviera que enfrentarse a un vertiginoso proceso de secularización en el que todavía estamos inmersos.
Muy audaz y digna de tenerse en cuenta es la tesis defendida por Mariano Torcal. Y es que, en mi opinión y en la de otros muchos, las transformaciones de los años sesenta y setenta permitieron que muchos ciudadanos españoles depositaran su confianza en el régimen por lo que entendían una gestión eficaz. Esto quedó reflejado en una suerte de cultura política consistente en un pragmatismo vital cuyas principales reivindicaciones eran el mantenimiento del desarrollo económico y de la paz, muy por encima de cualquier planteamiento democrático. En ese sentido, puede decirse que el discurso tecnocrático caló hondo en el tejido social. De ahí que el reto de los partidarios del régimen demoliberal fuese convencer a ese sector de que un cambio en el sistema político, más o menos gradual, era compatible con el mantenimiento del bienestar y de seguridad alcanzados. Además, el nuevo sistema político no dudó en legitimarse por su capacidad de modernizar la sociedad y de garantizar el desarrollo económico.
El trabajo de Charles Powell resulta erudito, bien fundado y esclarecedor. Y, en fin, que el régimen de Franco, como señala Edward Malefakis, fuese un sistema político «bifurcado» y que ello facilitó su pervivencia, me parece evidente. Ahora bien; podemos decir igualmente que tal característica fue una de las causas de su desaparición, a la muerte de su fundador y guía. De ahí que, a diferencia de lo sustentado por el historiador norteamericano, no sea posible, a mi juicio, la comparación con lo sucedido en la Italia posfascista. Y es que mientras Mussolini contó con un partido político, que, tras la guerra mundial, pudo transformarse en el Movimiento Social Italiano y luego en Alianza Nacional, Franco fue el eje de una heterogénea coalición social y política. Como señala Malefakis, el régimen fue, en el fondo, plural, una maraña inextricable de organizaciones rivales que se hostilizaban entre sí. A ese respecto, lo que se ha venido en llamar «franquismo» resultó ser el recipiente en el que confluyeron todas las corrientes de las derechas españolas. El predominio de una u otra corriente cambió según los períodos, las coyunturas y, sobre todo, la voluntad de Franco. Dada esta pluralidad, fue imposible disociar la estructura del régimen de la personalidad de Franco, convertido en el eje sustentador de las instituciones. A su muerte, las distintas fuerzas políticas confluyentes en el sistema se dispersaron; unas en sentido reformista; otras continuista e incluso reaccionario.
Nigel Townson ha editado una pieza básica en la bibliografía sobre el régimen de Franco en sus últimas etapas. Lo es por su condición cabal: un conjunto de estudios que, por lo general, y con la excepción ya señalada, destacan por su calidad, su inteligencia, su equilibrio y erudición. Su único defecto es haber situado al margen la historia de la cultura, de las ideologías y del pensamiento político, ya oficial, ya opositor. No hay ninguna mención al pensamiento político y económico de los llamados «tecnócratas». El estudio de revistas como Punta Europa o Atlántida hubiera contribuido a esclarecer esa parcela de la realidad, y lo mismo podríamos decir de un análisis de las polémicas suscitadas por las tesis de El crepúsculo de las ideologías. Otra de las virtudes de esta obra es su objetividad. Ninguno de sus colaboradores ha mojado su pluma, como viene siendo habitual, en ácido perclórico. En algunas obras, cuyo arquetipo es la biografía de Franco escrita por Paul Preston, destaca la proclividad en presentar al dirigente español y su régimen con perfiles monolíticos, para la plena iniquidad y sin distingos. Ahora bien; el Mal absoluto es una noción metafísica que ni ha encarnado ni encarnará ningún ser humano. En la existencia, todo es claroscuro y correlatividad. La Historia simplista es simplemente mala. De ahí que Nigel Townson y los colaboradores de esta excelente obra marquen el camino a seguir.
Última edición por Genaro Chic el Vie Oct 29, 2010 9:44 am, editado 1 vez
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Medio siglo de economía española
A quien desee recrear aquella época, dejando a un lado el tema político-económico y recreándose sólo en todos los símbolos visuales y sonoros que yo viví cuando niño, le recomiendo vivamente que entre en el museo digital de recuerdos que ha creado Rafael Castillejo. Es un magnífico ejercicio de memoria por el que al menos yo le quedo muy agradecido. Es realmente hermoso:
http://www.rafaelcastillejo.com/index.htm
http://www.rafaelcastillejo.com/index.htm
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Medio siglo de economía española
Miguel Arróniz ha publicado un artículo en la revista digital Rebelión que entiendo que marca muy bien cómo hemos llegado al final de la transición socio-política-económica que comenzó en 1973, desmontando primero el paternalismo franquista para sustituirlo después por el neoliberalismo que se fue desarrollando progresivamente en Europa, sobre todo a partir de 1968. Es muy interesante cómo los dirigentes –en la sombra o no- de este movimiento han sabido jugar con los sentimientos de izquierdas, favoreciéndolos teóricamente, para lograr la instauración sólida del sistema capitalista no liberal que ahora impera cada vez con más fuerza.
El artículo en cuestión es el siguiente:
Una huelga general para recuperar la confianza del movimiento obrero
La del 29 de setiembre de 2010 será la séptima huelga general convocada en el estado español desde la Transición hasta nuestros días. Tal vez la que tuvo mayor repercusión fue la del 14 de diciembre del 88 tanto por la participación de los trabajadores como por las consecuencias que tuvo así como por el antes y después que marcó en las relaciones entre los sindicatos y el gobierno del PSOE. La del 29 de setiembre trata de emular la de entonces pero las circunstancias, evidentemente, no son las mismas.
Huelgas generales en España
-5 de abril del 78. UGT y CCOO se suman a una convocatoria europea de la CES (Confederación Europea de Sindicatos) para protestar contra el paro. Tan solo fue de 1 hora y entonces el país era gobernado por Adolfo Suárez, de la UCD.
-20 de junio del 85. CCOO convoca una huelga general contra la Ley de Pensiones, aprobada por el gobierno socialista de Felipe González, que aumentaba el tiempo de 2 a 8 años para el cálculo de las pensiones de jubilación.
-14 de diciembre del 88. Los sindicatos CCOO y UGT convocan, de nuevo contra el gobierno de González, para la retirada del Plan de Empleo Juvenil y contra la política económica. El Ejecutivo tuvo que dar marcha atrás a las medidas y se produjo el llamado “giro social”.
-28 de mayo del 92. UGT y CCOO exigen la retirada del Decreto, también realizado por el gobierno socialista de González, que recortaba las prestaciones por desempleo y el proyecto de Ley de Huelga, reclamando la reindustrialización de España. La huelga general fue de media jornada.
-27 de enero del 94. Nueva huelga general, de nuevo contra un gobierno socialista liderado por González, contra la Reforma Laboral, los recortes en las conquistas sociales y la reforma del mercado de trabajo.
-20 de junio de 2002. CCOO y UGT convocan huelga general contra las medidas de reforma de la protección por desempleo y la Ley Básica de Empleo aprobada por el gobierno presidido por José María Aznar, del Partido Popular. En 2007, el Tribunal Constitucional declaró inconstitucional el Real Decreto.
Unas huelgas generales de las que, curiosamente, cinco son contra medidas tomadas por el Partido Socialista Obrero Español. Todo indica que, en España, la clase dominante utiliza preferentemente a un partido socialdemócrata para llevar a cabo los ajustes más duros contra la clase trabajadora. O lo que es lo mismo, que el PSOE no tiene reparos en plegarse a los intereses capitalistas cuando se trata de aumentar las tasas de ganancia de éstos.
Por otro lado, los motivos de las sucesivas huelgas generales, dejan vislumbrar las pérdidas paulatinas de derechos de los trabajadores desde la instauración de la democracia parlamentaria. En aquellos momentos, para muchos pre-revolucionarios, la burguesía vio peligrar sus intereses ante el avance del movimiento obrero que exigía, no solo un cambio político, sino también mejoras laborales. No tuvo otra opción que ceder con concesiones que se tradujeron en aumentos salariales, convenios colectivos favorables y derechos laborales al alza. Tal vez, el minuto de oro del movimiento obrero español y el punto más alto alcanzado por el sindicalismo personalizado por CCOO y UGT. La Transición, y concretamente los Pactos de la Moncloa, significaron el comienzo de la domesticación del sindicalismo y el inicio de la ofensiva capitalista contra los derechos conseguidos.
Esta cantidad de huelgas generales en casi 35 años pueden dar la impresión de un sindicalismo combativo defensor de los intereses de los trabajadores, pero no es así. El sindicalismo ha ido aceptando, irreversiblemente, las medidas adoptadas por los diferentes gobiernos a la vez que entraba en la espiral de organizaciones subvencionadas, no solo por el estado sino por las propias empresas. Esto le ha llevado a una pérdida de objetivos y el desapego total entre las élites sindicales, no solo de sus propias bases, sino también de la clase trabajadora en general. Prueba de ello es la incertidumbre con la que nos acercamos al 29-S.
La propia convocatoria de huelga general muestra ya unas carencias ideológicas preocupantes. La huelga, históricamente utilizada por el movimiento obrero como herramienta contra los abusos de la patronal (los gobiernos capitalistas, en palabras de Marx, no son sino los Consejos de Administración de la clase dominante), y para contraponer en la mesa de negociación la fuerza del trabajo a la fuerza del capital, es usada en este caso como protesta ante las medidas tomadas con mucha antelación. Pierde todo su carácter combativo, hace dudar a la clase trabajadora y no parece mas que justificar la supervivencia del propio sindicalismo.
Además, ante el aluvión de medidas que pretenden hacer pagar la crisis a los trabajadores, la convocatoria de huelga centra su objetivo en la Reforma Laboral, ya aprobada, y ante la que las direcciones sindicales estaban dispuestas a ceder mucho en la negociación: aceptaban las Agencias de colocación con ánimo de lucro, la negociación por convenio de la entrada de las ETT’s en sectores hasta ahora vedados, usar el FOGASA para bonificar el despido con causa… Sin embargo, patronal y gobierno les exigían demasiado. Y esta reforma era inaceptable porque daba en la línea de flotación de los propios sindicatos: precarizaba a los trabajadores con contratos fijos (que constituyen el pilar de su afiliación) y dejaba en papel mojado la negociación colectiva.
La realidad sindical es que estas organizaciones se han ido configurando como instrumentos para la conciliación con la patronal, no en herramientas para la lucha de clases. Así, la propia huelga se plantea para volver a la mesa de negociación e, incluso, para que se “repartan equitativamente” los costes de la crisis.
La Reforma Laboral es una de las agresiones que los trabajadores hemos sufrido en el último año. Reforma que, por no repetir su articulado, prefiero resumir con un ejemplo. La multinacional UPS anunció a finales del año pasado un ERE para la plantilla de la sede de Vallecas, expediente no admitido por improcedente por el gobierno regional de Madrid; pasados los tres meses que marca la ley, volvió a presentar un segundo ERE que volvió a ser rechazado, en este caso por el Ministerio de Trabajo; pasados los tres meses legales, volvió a presentar un tercer ERE que, en este caso, fue retirado por la propia empresa ante la inminencia en la aprobación de la Reforma Laboral. En el mes de setiembre, 18 trabajadores habían recibido la carta de despido acogiéndose a la nueva norma. ¿Qué significa, entonces, la Reforma Laboral? Ni más ni menos que, ahora, las empresas pueden despedir a trabajadores con menores costos y con causas que antes la ley no permitía. ¿Es la nueva ley un avance o un retroceso para los trabajadores?
Pero hay más. A principios de año se anunció la Reforma de las Pensiones que aumentaba a 20 años el periodo de cálculo del sueldo de jubilación, los 67 años como nueva edad legal de jubilación (antes eran los 65 años) o la eliminación del derecho a la pensión de viudedad para pasar a ser una prestación sustitutoria. Para lidiar la crisis económica se ha recortado el gasto público en 50.000 millones de euros hasta 2013 con medidas que van desde los recortes en las políticas sociales a la bajada en un 5% en el sueldo de los funcionarios. En el mes de julio se aumentó el IVA en 2 puntos, impuesto que es pagado por los consumidores, mientras el aumento de impuestos a las rentas más altas sigue demorándose. A la hora de escribir estas líneas vuelve a anunciarse ese aumento pero más parece una maniobra de distracción en vísperas del 29-S. La crisis financiera del año pasado tuvo una respuesta por parte del gobierno de 143.000 millones de euros de ayuda a los bancos mientras que las prestaciones por desempleo en 2009 han supuesto 30.000 millones de euros…
Hay razones para convocar una huelga general, pero también las había a principios de año. Y, a pesar de los desatinos de las dirigencias sindicales, los trabajadores tenemos motivos para secundar la huelga general del 29-S porque son muchas las agresiones y muchas las pérdidas que hemos sufrido en los últimos treinta años. Pero, sobre todo, porque parece ser ya la hora de despertar del letargo al que hemos sido sometidos por nuestros propios representantes en las mesas de negociación.
¿Qué qué pasará el día 29? Una incógnita… y la guerra de cifras volverá a ser la clave de la jornada del 30. Pero hay que tener en cuenta un dato fundamental a la hora de calcular el seguimiento de la huelga: la mayoría de los trabajadores españoles no tienen derecho a huelga. No la tienen los 5 millones de parados, no la tienen la mayoría de los millones de trabajadores autónomos para los que trabajar o no trabajar ese día significa llegar o no llegar a fin de mes, no la tienen los millones de trabajadores en precario para quienes secundar la huelga puede suponer el despido inmediato, no la tienen la mayoría de trabajadores inmigrantes ni aquellos trabajadores que deberán cumplir los casi siempre abusivos servicios mínimos…
Pero la clave del éxito de esta gran movilización no va a ser el 29-S sino la continuidad que el movimiento obrero le dé a partir de esa fecha hasta conseguir que el ejecutivo de marcha atrás en su medidas. La participación, no cabe duda, es importantísima pero no debe ser sino el principio de más movilizaciones y de la recuperación de la confianza del movimiento obrero.
http://www.rebelion.org/noticias/espana/2010/9/una-huelga-general-para-recuperar-la-confianza-del-movimiento-obrero-113733
En resumen, la liberación sexual (permitida por el desarrollo de los medios anticonceptivos, que han facilitado la mercantilización de las tareas femeninas con el señuelo de la liberación social de la mujer) se ha convertido en el señuelo, pregonado ardientemente por la izquierda sobre todo, que ha permitido ocultar el retroceso que se estaba produciendo en otros campos del estado de bienestar. La libertad de copular ha ocultado que su versión pasiva estaba igualmente operativa. Y así nos encontramos ahora.
Entiendo que las reformas laborales últimas han mostrado el final de la transición. El despertador ha sonado y empezamos a volver a la realidad de la vida desde el sueño de la época de las ilusiones democráticas. Lo lógico es que otra transición comience a gestarse. Ya veremos.
Es evidente que sobran razones para una huelga general del sector laboral, sobre todo por la forma en que se han desarrollado los acontecimientos tras la llamada de Obama al presidente del gobierno español. Pero la situación es endiablada, pues los principales sindicatos (como también la patronal) han recibido continua y crecientemente dinero por estar callados ( https://www.youtube.com/watch?v=JtzLX_BH96g ) y parece que ahora se les pide que cumplan su parte del trato, convocando una huelga general a tres meses vista, cuando las leyes temidas ya han sido aprobadas.
De este modo, si un trabajador no se adhiere a la huelga del 29 puede ser interpretado como apoyo al gobierno; y si lo hace, como apoyo a sus sindicatos. Da la sesación de que habría que hacer una huelga general sin ellos, y también contra ellos. Una vez más lo repito: Tengo la clara impresión de que en este país faltan personas emprendedoras (en todos los campos) que tengan bien claro que la libertad no se recibe, sino que se conquista día a día. Tal vez un día algunos de esos cientos de miles de universitarios desaprovechados terminen por quitar el timón a los especuladores en todo tipo de empresas (y no sólo en las económicas).
Una amiga me consuela con un anuncio de medicamentos apropiados para momentos de crisis. Merece la pena verlo, para poner un toque de humor en toda esta tragedia:
https://www.youtube.com/watch?v=i_VCyKG5kWI
El artículo en cuestión es el siguiente:
Una huelga general para recuperar la confianza del movimiento obrero
La del 29 de setiembre de 2010 será la séptima huelga general convocada en el estado español desde la Transición hasta nuestros días. Tal vez la que tuvo mayor repercusión fue la del 14 de diciembre del 88 tanto por la participación de los trabajadores como por las consecuencias que tuvo así como por el antes y después que marcó en las relaciones entre los sindicatos y el gobierno del PSOE. La del 29 de setiembre trata de emular la de entonces pero las circunstancias, evidentemente, no son las mismas.
Huelgas generales en España
-5 de abril del 78. UGT y CCOO se suman a una convocatoria europea de la CES (Confederación Europea de Sindicatos) para protestar contra el paro. Tan solo fue de 1 hora y entonces el país era gobernado por Adolfo Suárez, de la UCD.
-20 de junio del 85. CCOO convoca una huelga general contra la Ley de Pensiones, aprobada por el gobierno socialista de Felipe González, que aumentaba el tiempo de 2 a 8 años para el cálculo de las pensiones de jubilación.
-14 de diciembre del 88. Los sindicatos CCOO y UGT convocan, de nuevo contra el gobierno de González, para la retirada del Plan de Empleo Juvenil y contra la política económica. El Ejecutivo tuvo que dar marcha atrás a las medidas y se produjo el llamado “giro social”.
-28 de mayo del 92. UGT y CCOO exigen la retirada del Decreto, también realizado por el gobierno socialista de González, que recortaba las prestaciones por desempleo y el proyecto de Ley de Huelga, reclamando la reindustrialización de España. La huelga general fue de media jornada.
-27 de enero del 94. Nueva huelga general, de nuevo contra un gobierno socialista liderado por González, contra la Reforma Laboral, los recortes en las conquistas sociales y la reforma del mercado de trabajo.
-20 de junio de 2002. CCOO y UGT convocan huelga general contra las medidas de reforma de la protección por desempleo y la Ley Básica de Empleo aprobada por el gobierno presidido por José María Aznar, del Partido Popular. En 2007, el Tribunal Constitucional declaró inconstitucional el Real Decreto.
Unas huelgas generales de las que, curiosamente, cinco son contra medidas tomadas por el Partido Socialista Obrero Español. Todo indica que, en España, la clase dominante utiliza preferentemente a un partido socialdemócrata para llevar a cabo los ajustes más duros contra la clase trabajadora. O lo que es lo mismo, que el PSOE no tiene reparos en plegarse a los intereses capitalistas cuando se trata de aumentar las tasas de ganancia de éstos.
Por otro lado, los motivos de las sucesivas huelgas generales, dejan vislumbrar las pérdidas paulatinas de derechos de los trabajadores desde la instauración de la democracia parlamentaria. En aquellos momentos, para muchos pre-revolucionarios, la burguesía vio peligrar sus intereses ante el avance del movimiento obrero que exigía, no solo un cambio político, sino también mejoras laborales. No tuvo otra opción que ceder con concesiones que se tradujeron en aumentos salariales, convenios colectivos favorables y derechos laborales al alza. Tal vez, el minuto de oro del movimiento obrero español y el punto más alto alcanzado por el sindicalismo personalizado por CCOO y UGT. La Transición, y concretamente los Pactos de la Moncloa, significaron el comienzo de la domesticación del sindicalismo y el inicio de la ofensiva capitalista contra los derechos conseguidos.
Esta cantidad de huelgas generales en casi 35 años pueden dar la impresión de un sindicalismo combativo defensor de los intereses de los trabajadores, pero no es así. El sindicalismo ha ido aceptando, irreversiblemente, las medidas adoptadas por los diferentes gobiernos a la vez que entraba en la espiral de organizaciones subvencionadas, no solo por el estado sino por las propias empresas. Esto le ha llevado a una pérdida de objetivos y el desapego total entre las élites sindicales, no solo de sus propias bases, sino también de la clase trabajadora en general. Prueba de ello es la incertidumbre con la que nos acercamos al 29-S.
La propia convocatoria de huelga general muestra ya unas carencias ideológicas preocupantes. La huelga, históricamente utilizada por el movimiento obrero como herramienta contra los abusos de la patronal (los gobiernos capitalistas, en palabras de Marx, no son sino los Consejos de Administración de la clase dominante), y para contraponer en la mesa de negociación la fuerza del trabajo a la fuerza del capital, es usada en este caso como protesta ante las medidas tomadas con mucha antelación. Pierde todo su carácter combativo, hace dudar a la clase trabajadora y no parece mas que justificar la supervivencia del propio sindicalismo.
Además, ante el aluvión de medidas que pretenden hacer pagar la crisis a los trabajadores, la convocatoria de huelga centra su objetivo en la Reforma Laboral, ya aprobada, y ante la que las direcciones sindicales estaban dispuestas a ceder mucho en la negociación: aceptaban las Agencias de colocación con ánimo de lucro, la negociación por convenio de la entrada de las ETT’s en sectores hasta ahora vedados, usar el FOGASA para bonificar el despido con causa… Sin embargo, patronal y gobierno les exigían demasiado. Y esta reforma era inaceptable porque daba en la línea de flotación de los propios sindicatos: precarizaba a los trabajadores con contratos fijos (que constituyen el pilar de su afiliación) y dejaba en papel mojado la negociación colectiva.
La realidad sindical es que estas organizaciones se han ido configurando como instrumentos para la conciliación con la patronal, no en herramientas para la lucha de clases. Así, la propia huelga se plantea para volver a la mesa de negociación e, incluso, para que se “repartan equitativamente” los costes de la crisis.
La Reforma Laboral es una de las agresiones que los trabajadores hemos sufrido en el último año. Reforma que, por no repetir su articulado, prefiero resumir con un ejemplo. La multinacional UPS anunció a finales del año pasado un ERE para la plantilla de la sede de Vallecas, expediente no admitido por improcedente por el gobierno regional de Madrid; pasados los tres meses que marca la ley, volvió a presentar un segundo ERE que volvió a ser rechazado, en este caso por el Ministerio de Trabajo; pasados los tres meses legales, volvió a presentar un tercer ERE que, en este caso, fue retirado por la propia empresa ante la inminencia en la aprobación de la Reforma Laboral. En el mes de setiembre, 18 trabajadores habían recibido la carta de despido acogiéndose a la nueva norma. ¿Qué significa, entonces, la Reforma Laboral? Ni más ni menos que, ahora, las empresas pueden despedir a trabajadores con menores costos y con causas que antes la ley no permitía. ¿Es la nueva ley un avance o un retroceso para los trabajadores?
Pero hay más. A principios de año se anunció la Reforma de las Pensiones que aumentaba a 20 años el periodo de cálculo del sueldo de jubilación, los 67 años como nueva edad legal de jubilación (antes eran los 65 años) o la eliminación del derecho a la pensión de viudedad para pasar a ser una prestación sustitutoria. Para lidiar la crisis económica se ha recortado el gasto público en 50.000 millones de euros hasta 2013 con medidas que van desde los recortes en las políticas sociales a la bajada en un 5% en el sueldo de los funcionarios. En el mes de julio se aumentó el IVA en 2 puntos, impuesto que es pagado por los consumidores, mientras el aumento de impuestos a las rentas más altas sigue demorándose. A la hora de escribir estas líneas vuelve a anunciarse ese aumento pero más parece una maniobra de distracción en vísperas del 29-S. La crisis financiera del año pasado tuvo una respuesta por parte del gobierno de 143.000 millones de euros de ayuda a los bancos mientras que las prestaciones por desempleo en 2009 han supuesto 30.000 millones de euros…
Hay razones para convocar una huelga general, pero también las había a principios de año. Y, a pesar de los desatinos de las dirigencias sindicales, los trabajadores tenemos motivos para secundar la huelga general del 29-S porque son muchas las agresiones y muchas las pérdidas que hemos sufrido en los últimos treinta años. Pero, sobre todo, porque parece ser ya la hora de despertar del letargo al que hemos sido sometidos por nuestros propios representantes en las mesas de negociación.
¿Qué qué pasará el día 29? Una incógnita… y la guerra de cifras volverá a ser la clave de la jornada del 30. Pero hay que tener en cuenta un dato fundamental a la hora de calcular el seguimiento de la huelga: la mayoría de los trabajadores españoles no tienen derecho a huelga. No la tienen los 5 millones de parados, no la tienen la mayoría de los millones de trabajadores autónomos para los que trabajar o no trabajar ese día significa llegar o no llegar a fin de mes, no la tienen los millones de trabajadores en precario para quienes secundar la huelga puede suponer el despido inmediato, no la tienen la mayoría de trabajadores inmigrantes ni aquellos trabajadores que deberán cumplir los casi siempre abusivos servicios mínimos…
Pero la clave del éxito de esta gran movilización no va a ser el 29-S sino la continuidad que el movimiento obrero le dé a partir de esa fecha hasta conseguir que el ejecutivo de marcha atrás en su medidas. La participación, no cabe duda, es importantísima pero no debe ser sino el principio de más movilizaciones y de la recuperación de la confianza del movimiento obrero.
http://www.rebelion.org/noticias/espana/2010/9/una-huelga-general-para-recuperar-la-confianza-del-movimiento-obrero-113733
En resumen, la liberación sexual (permitida por el desarrollo de los medios anticonceptivos, que han facilitado la mercantilización de las tareas femeninas con el señuelo de la liberación social de la mujer) se ha convertido en el señuelo, pregonado ardientemente por la izquierda sobre todo, que ha permitido ocultar el retroceso que se estaba produciendo en otros campos del estado de bienestar. La libertad de copular ha ocultado que su versión pasiva estaba igualmente operativa. Y así nos encontramos ahora.
Entiendo que las reformas laborales últimas han mostrado el final de la transición. El despertador ha sonado y empezamos a volver a la realidad de la vida desde el sueño de la época de las ilusiones democráticas. Lo lógico es que otra transición comience a gestarse. Ya veremos.
Es evidente que sobran razones para una huelga general del sector laboral, sobre todo por la forma en que se han desarrollado los acontecimientos tras la llamada de Obama al presidente del gobierno español. Pero la situación es endiablada, pues los principales sindicatos (como también la patronal) han recibido continua y crecientemente dinero por estar callados ( https://www.youtube.com/watch?v=JtzLX_BH96g ) y parece que ahora se les pide que cumplan su parte del trato, convocando una huelga general a tres meses vista, cuando las leyes temidas ya han sido aprobadas.
De este modo, si un trabajador no se adhiere a la huelga del 29 puede ser interpretado como apoyo al gobierno; y si lo hace, como apoyo a sus sindicatos. Da la sesación de que habría que hacer una huelga general sin ellos, y también contra ellos. Una vez más lo repito: Tengo la clara impresión de que en este país faltan personas emprendedoras (en todos los campos) que tengan bien claro que la libertad no se recibe, sino que se conquista día a día. Tal vez un día algunos de esos cientos de miles de universitarios desaprovechados terminen por quitar el timón a los especuladores en todo tipo de empresas (y no sólo en las económicas).
Una amiga me consuela con un anuncio de medicamentos apropiados para momentos de crisis. Merece la pena verlo, para poner un toque de humor en toda esta tragedia:
https://www.youtube.com/watch?v=i_VCyKG5kWI
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Medio siglo de economía española
En el mismo sentido, aunque desde una perspectiva distinta, se expresa hoy (29/9/2010) Eduardo Jordá en Diario de Sevilla:
Cambio de época
Estamos viviendo un cambio de época similar al que se vivió en el Lejano Oeste con la aparición del ferrocarril. Las reglas han cambiado por completo. A partir de ahora nada va a ser igual, y por mucho que nos neguemos a reconocerlo, ya no sirven las flechas de los indios ni los caballos de los vaqueros. Duele decirlo, pero la huelga de hoy es una escena de western crepuscular -podría haberla filmado Sam Peckinpah- en la que un puñado de desesperados (indios sin tierras, cuatreros, criadores de caballos y capataces a sueldo de los rancheros) intentan detener el curso de un tren que avanza a toda velocidad. Por supuesto que no conseguirán detenerlo. Y por supuesto que nuestra simpatía está con ellos, aunque sepamos muy bien que su esfuerzo no va a servir de nada y que algunos de ellos no son gente tan recomendable como parece ser. Mucho peores son los agentes del ferrocarril, con sus fajos de dólares en el bolsillo, sus malos modos y su forma despiadada de concebir las relaciones humanas.
Pero el ferrocarril acabará ganando la batalla, nos guste o no. Y en este nuevo periodo histórico en el que estamos entrando, en el que la globalización económica está haciendo el papel del ferrocarril, el Estado del Bienestar tiene los días contados. No lo digo con alegría, sino con la misma tristeza con que el gran Cable Hogue, en la película de Sam Peckinpah, veía llegar los primeros automóviles al desierto de Arizona. El mundo ha cambiado. Hay otras reglas. La riqueza se ha desplazado de sitio. Y la forma de vida que habíamos conocido en esta insólita época de prosperidad se irá extinguiendo ante nuestros ojos. Quizá pueda durar quince años, o incluso veinte, pero no muchos más. Basta hacer un cálculo: ¿hasta cuándo llegará el dinero para las pensiones, si una gran parte de la población laboral se ha pre-jubilado a los 50 años?
Lo único que podemos hacer es intentar salvar en lo posible ese modo de vida que nos resultaba tan familiar que ya ni siquiera nos dábamos cuenta de lo bueno que era. Y para ello tendremos que actuar con una inteligencia práctica y un sentido del acuerdo al que no estamos acostumbrados en esta sociedad adormecida y acostumbrada al mínimo esfuerzo. Desde luego, no podremos contar ni con las grandes corporaciones financieras, que representan al ferrocarril y viven del ferrocarril, ni tampoco con los partidos políticos tal como existen ahora, ya que son estructuras de poder que subsisten gracias a su capacidad para engañarnos prometiendo que no viene ningún ferrocarril, o que en todo caso ellos serán capaces de detenerlo (cuando todo el mundo sabe que no es posible). Entonces, ¿cómo lograremos hacerlo? Ah, lo siento, pero ésa es la pregunta del millón. Y no tengo respuesta.
Cambio de época
Estamos viviendo un cambio de época similar al que se vivió en el Lejano Oeste con la aparición del ferrocarril. Las reglas han cambiado por completo. A partir de ahora nada va a ser igual, y por mucho que nos neguemos a reconocerlo, ya no sirven las flechas de los indios ni los caballos de los vaqueros. Duele decirlo, pero la huelga de hoy es una escena de western crepuscular -podría haberla filmado Sam Peckinpah- en la que un puñado de desesperados (indios sin tierras, cuatreros, criadores de caballos y capataces a sueldo de los rancheros) intentan detener el curso de un tren que avanza a toda velocidad. Por supuesto que no conseguirán detenerlo. Y por supuesto que nuestra simpatía está con ellos, aunque sepamos muy bien que su esfuerzo no va a servir de nada y que algunos de ellos no son gente tan recomendable como parece ser. Mucho peores son los agentes del ferrocarril, con sus fajos de dólares en el bolsillo, sus malos modos y su forma despiadada de concebir las relaciones humanas.
Pero el ferrocarril acabará ganando la batalla, nos guste o no. Y en este nuevo periodo histórico en el que estamos entrando, en el que la globalización económica está haciendo el papel del ferrocarril, el Estado del Bienestar tiene los días contados. No lo digo con alegría, sino con la misma tristeza con que el gran Cable Hogue, en la película de Sam Peckinpah, veía llegar los primeros automóviles al desierto de Arizona. El mundo ha cambiado. Hay otras reglas. La riqueza se ha desplazado de sitio. Y la forma de vida que habíamos conocido en esta insólita época de prosperidad se irá extinguiendo ante nuestros ojos. Quizá pueda durar quince años, o incluso veinte, pero no muchos más. Basta hacer un cálculo: ¿hasta cuándo llegará el dinero para las pensiones, si una gran parte de la población laboral se ha pre-jubilado a los 50 años?
Lo único que podemos hacer es intentar salvar en lo posible ese modo de vida que nos resultaba tan familiar que ya ni siquiera nos dábamos cuenta de lo bueno que era. Y para ello tendremos que actuar con una inteligencia práctica y un sentido del acuerdo al que no estamos acostumbrados en esta sociedad adormecida y acostumbrada al mínimo esfuerzo. Desde luego, no podremos contar ni con las grandes corporaciones financieras, que representan al ferrocarril y viven del ferrocarril, ni tampoco con los partidos políticos tal como existen ahora, ya que son estructuras de poder que subsisten gracias a su capacidad para engañarnos prometiendo que no viene ningún ferrocarril, o que en todo caso ellos serán capaces de detenerlo (cuando todo el mundo sabe que no es posible). Entonces, ¿cómo lograremos hacerlo? Ah, lo siento, pero ésa es la pregunta del millón. Y no tengo respuesta.
Última edición por Genaro Chic el Dom Jul 14, 2013 1:40 pm, editado 1 vez
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Medio siglo de economía española
El reciente documento emanado de los principales empresarios del país, encabezados por Eduardo Serra –que fue subsecretario de Defensa con el gobierno Suárez (UCD), secretario de Estado del mismo ramo con el de González (PSOE) y ministro de Defensa con el siguiente, de Aznar (PP), por influjo regio, según se dijo entonces- tiene un prólogo que plantea una reflexión lo que ha sido la economía española en el último medio siglo. Dice así:Un momento clave de oportunidad
Los momentos presentes de incertidumbre y adversidad no tienen que impedir a los españoles levantar la mirada para darse cuenta de la gesta colectiva que han logrado en la historia reciente del país. Esto va mucho más allá de hitos históricos tan retadores como la entrada en la CEE, el cumplimiento del Tratado de Maastricht y la subsiguiente incorporación al Euro. Lo realmente fundamental de lo que se ha conseguido es la transformación socioeconómica profunda que el país ha logrado. Dicha transformación se puede ver, por ejemplo, en la evolución relativa de tres aspectos clave:
El paso de un país mayoritariamente aislado, pobre, rural, agrícola y analfabeto, a una Sociedad del Bienestar comparativamente mucho más abierta, rica, urbana, diversificada e ilustrada (tres datos a modo de ejemplo de las últimas dos décadas: duplicación del PIB per cápita; crecimiento en un 148% de los titulados superiores; paso de una población activa de menos de 16 millones de personas a una de más de 22). Desde esta perspectiva, la lectura podría ser la siguiente: España ha entrado en el grupo de los países más desarrollados del mundo.
La integración plena y participación activa en la arena económico-financiera global, unida al pleno anclaje en Occidente (nuevamente, tres datos ilustrativos de las últimas dos décadas: en el ranking Fortune Global 500, crecimiento en un 50% del número de multinacionales españolas; aparición por primera vez de empresas españolas en rankings top 5/10 sectoriales mundiales; incremento de la inversión directa de España en el extranjero de 300M$ a 8.500M$). Aquí, la lectura podría ser la siguiente: las empresas y el capital financiero de España ya operan en los mercados globales y, en algunos casos, incluso los lideran.
La consolidación de una marca-país más conocida, respetada e influyente, y el alejamiento de fantasmas y complejos del pasado (un dato revelador: en 2009, España estaba en el top 10 del Nation Brand Index y del Reputation Index). Según esta óptica, la lectura podría ser la siguiente: los españoles se han convencido de que pueden lograr sueños antes aparentemente imposibles, y se les ha empezado a reconocer y respetar por ello.
En estas y otras perspectivas socioeconómicas, la evolución es clara. Es verdad que el punto de partida era bajo en múltiples aspectos. Es también verdad que el país se ha beneficiado de fondos europeos para el desarrollo. Es cierto que la burbuja inmobiliaria de los últimos años ha distorsionado algunas lecturas. Y es igualmente cierto que, en los últimos años, varias tendencias positivas se han frenado o incluso invertido. Pero, es igualmente indiscutible que, contemplando todo el camino recorrido, los españoles se pueden alegrar y enorgullecer de haber completado un desarrollo notable.
Y de repente, más tímidamente en el 2007 y ya de lleno en el 2008 y 2009, llega la crisis interna, al compás de una crisis global, igualmente dura, aunque con ingredientes y síntomas distintos. Pensar que, en España, la crisis ha sido la causa de la necesidad de reformar cosas en el país, es errar en el diagnóstico. La situación de deterioro viene de atrás.
La magnitud del impacto de la crisis en España es simple y llanamente el resultado del alejamiento creciente entre el Modelo Productivo existente en el país y el Modelo Productivo objetivo que debería haberse adoptado para afrontar los nuevos retos y necesidades, tanto internos como externos.
La llegada de la crisis golpea a una España necesitada de reformas urgentes, variadas y estructurales. La golpea en el peor momento, de ahí la fuerza de la reacción negativa que se ha producido en el país.
Usando un símil médico, la crisis ha sido para España como la tormenta que coge por sorpresa y moja hasta los huesos al enfermo que ya lleva algún tiempo mostrando los primeros signos claros de fiebre y debilidad generalizada. Para el paciente-España, la crisis ni es el foco de la infección, ni siquiera es consecuencia única de la infección. Es además el resultado de un factor exógeno que pone de manifiesto y agrava un problema de salud que ya tenía el paciente, pero que éste no estaba percibiendo ni medicando adecuadamente.
A pesar del importante revés que han supuesto para España los últimos años, la etapa de progreso anterior a la crisis debe servir al país para mantener una enorme confianza en su capacidad colectiva de superación y adaptación a la adversidad. Por otro lado, la madurez del país pasa por ver la presente crisis no como un problema, sino como una oportunidad inmejorable.
En efecto, esta crisis se puede convertir en un excelente acicate a la hora de abordar cambios profundos y múltiples con mayor consenso, corresponsabilidad, humildad y capacidad de sacrificio. Como dijo John. F. McDonnell, entonces patrón deMcDonnell Douglas Corporation, «si ya es difícil que un colectivo en dificultad cambie, es prácticamente imposible que lo haga cuando exhibe todos los signos externos del éxito; sin el acicate de una crisis o un periodo de gran tensión, la mayor parte de los colectivos – al igual que la mayor parte de las personas – es incapaz de cambiar los hábitos y actitudes de toda una vida».
Antes de dar paso a la descripción de las nuevas reglas de juego que determinan el éxito o fracaso en la nueva arena global, es relevante destacar el optimismo que se desprende de las conversaciones mantenidas con los cien miembros de la Sociedad Civil. Por ello, el título de este documento habla de una visión optimista por parte de la Sociedad Civil. Este optimismo va acompañado, a pesar de ello, de una gran dosis de realismo, preocupación y seriedad. Seguramente, los conceptos deoptimismo responsable o de realidad esperanzadora sean, por ende, los que mejor caractericen el estado anímico de la muestra de Sociedad Civil pulsada en esta reflexión.
Los momentos presentes de incertidumbre y adversidad no tienen que impedir a los españoles levantar la mirada para darse cuenta de la gesta colectiva que han logrado en la historia reciente del país. Esto va mucho más allá de hitos históricos tan retadores como la entrada en la CEE, el cumplimiento del Tratado de Maastricht y la subsiguiente incorporación al Euro. Lo realmente fundamental de lo que se ha conseguido es la transformación socioeconómica profunda que el país ha logrado. Dicha transformación se puede ver, por ejemplo, en la evolución relativa de tres aspectos clave:
El paso de un país mayoritariamente aislado, pobre, rural, agrícola y analfabeto, a una Sociedad del Bienestar comparativamente mucho más abierta, rica, urbana, diversificada e ilustrada (tres datos a modo de ejemplo de las últimas dos décadas: duplicación del PIB per cápita; crecimiento en un 148% de los titulados superiores; paso de una población activa de menos de 16 millones de personas a una de más de 22). Desde esta perspectiva, la lectura podría ser la siguiente: España ha entrado en el grupo de los países más desarrollados del mundo.
La integración plena y participación activa en la arena económico-financiera global, unida al pleno anclaje en Occidente (nuevamente, tres datos ilustrativos de las últimas dos décadas: en el ranking Fortune Global 500, crecimiento en un 50% del número de multinacionales españolas; aparición por primera vez de empresas españolas en rankings top 5/10 sectoriales mundiales; incremento de la inversión directa de España en el extranjero de 300M$ a 8.500M$). Aquí, la lectura podría ser la siguiente: las empresas y el capital financiero de España ya operan en los mercados globales y, en algunos casos, incluso los lideran.
La consolidación de una marca-país más conocida, respetada e influyente, y el alejamiento de fantasmas y complejos del pasado (un dato revelador: en 2009, España estaba en el top 10 del Nation Brand Index y del Reputation Index). Según esta óptica, la lectura podría ser la siguiente: los españoles se han convencido de que pueden lograr sueños antes aparentemente imposibles, y se les ha empezado a reconocer y respetar por ello.
En estas y otras perspectivas socioeconómicas, la evolución es clara. Es verdad que el punto de partida era bajo en múltiples aspectos. Es también verdad que el país se ha beneficiado de fondos europeos para el desarrollo. Es cierto que la burbuja inmobiliaria de los últimos años ha distorsionado algunas lecturas. Y es igualmente cierto que, en los últimos años, varias tendencias positivas se han frenado o incluso invertido. Pero, es igualmente indiscutible que, contemplando todo el camino recorrido, los españoles se pueden alegrar y enorgullecer de haber completado un desarrollo notable.
Y de repente, más tímidamente en el 2007 y ya de lleno en el 2008 y 2009, llega la crisis interna, al compás de una crisis global, igualmente dura, aunque con ingredientes y síntomas distintos. Pensar que, en España, la crisis ha sido la causa de la necesidad de reformar cosas en el país, es errar en el diagnóstico. La situación de deterioro viene de atrás.
La magnitud del impacto de la crisis en España es simple y llanamente el resultado del alejamiento creciente entre el Modelo Productivo existente en el país y el Modelo Productivo objetivo que debería haberse adoptado para afrontar los nuevos retos y necesidades, tanto internos como externos.
La llegada de la crisis golpea a una España necesitada de reformas urgentes, variadas y estructurales. La golpea en el peor momento, de ahí la fuerza de la reacción negativa que se ha producido en el país.
Usando un símil médico, la crisis ha sido para España como la tormenta que coge por sorpresa y moja hasta los huesos al enfermo que ya lleva algún tiempo mostrando los primeros signos claros de fiebre y debilidad generalizada. Para el paciente-España, la crisis ni es el foco de la infección, ni siquiera es consecuencia única de la infección. Es además el resultado de un factor exógeno que pone de manifiesto y agrava un problema de salud que ya tenía el paciente, pero que éste no estaba percibiendo ni medicando adecuadamente.
A pesar del importante revés que han supuesto para España los últimos años, la etapa de progreso anterior a la crisis debe servir al país para mantener una enorme confianza en su capacidad colectiva de superación y adaptación a la adversidad. Por otro lado, la madurez del país pasa por ver la presente crisis no como un problema, sino como una oportunidad inmejorable.
En efecto, esta crisis se puede convertir en un excelente acicate a la hora de abordar cambios profundos y múltiples con mayor consenso, corresponsabilidad, humildad y capacidad de sacrificio. Como dijo John. F. McDonnell, entonces patrón deMcDonnell Douglas Corporation, «si ya es difícil que un colectivo en dificultad cambie, es prácticamente imposible que lo haga cuando exhibe todos los signos externos del éxito; sin el acicate de una crisis o un periodo de gran tensión, la mayor parte de los colectivos – al igual que la mayor parte de las personas – es incapaz de cambiar los hábitos y actitudes de toda una vida».
Antes de dar paso a la descripción de las nuevas reglas de juego que determinan el éxito o fracaso en la nueva arena global, es relevante destacar el optimismo que se desprende de las conversaciones mantenidas con los cien miembros de la Sociedad Civil. Por ello, el título de este documento habla de una visión optimista por parte de la Sociedad Civil. Este optimismo va acompañado, a pesar de ello, de una gran dosis de realismo, preocupación y seriedad. Seguramente, los conceptos deoptimismo responsable o de realidad esperanzadora sean, por ende, los que mejor caractericen el estado anímico de la muestra de Sociedad Civil pulsada en esta reflexión.
Última edición por Genaro Chic el Dom Jul 14, 2013 1:44 pm, editado 3 veces
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
El milagro del profeta Aznar y sus discípulos del lado siniestro:
Se puso ayer en internet (Youtube) una hermosa animación, de seis minutos, que muestra de forma transparente el proceso económico de los últimos onces años en España, el cual ha dado como resultado que el autor piense que tal vez podríamos ir pensando cambiarle el nombre al país hacia Españistan, una mezcla entre España y Afganistán. Es recomendable su visión:
https://www.youtube.com/watch?v=WcbKHPBL5G8
Saludos
https://www.youtube.com/watch?v=WcbKHPBL5G8
Saludos
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
El fracaso de la monarquía española
“El juancarlismo es tan franquista en su origen que será franquista en su final”
Así lo afirma el abogado y periodista Javier Castro-Villcañas en su libro El fracaso de la monarquía (Planeta, 2013), una investigación histórica y política sobre la naturaleza personal de un régimen que dificulta la sucesión. ¿En qué ha fallado la monarquía y por qué? Castro-Villacañas lo explica en esta entrevista.
Este libro no pretende ser una biografía. No hay en sus páginas ni retratos apologéticos ni anécdotas que contribuyan a alimentar “la leyenda blanca” del Rey. Se trata de un ensayo político que hurga en las claves históricas e institucionales de los errores del juancarlismo, un régimen que se sostiene en el mito personal. En El fracaso de la monarquía (Planeta, 2013), su autor, el abogado y periodista Javier Castro-Villacañas analiza no sólo las costuras del reinado de Juan Carlos de Borbón y Borbón, sino los errores de la sociedad y el país que apoyó una estructura de poder que hoy se debilita cada vez con más velocidad.
Castro-Villacañas propone así una reflexión que coloca en perspectiva la querencia de la corona borbónica hacia la izquierda en España desde la restauración hasta la transición, pero también los desaciertos de los actores políticos en la consolidación de un consenso que ha derivado en la partidización de la monarquía, principal obstáculo, a su juicio, para la consolidación de una democracia que necesita, con urgencia, nuevos actores.
-Plantea, desde la restauración y lo aplica también en el presente, el pacto entre la Monarquía y la izquierda. ¿De dónde proviene esa necesidad mutua?
-El partido socialista se crea en 1879. Una vez fracasada la experiencia de la primera república, Pablo Iglesias se quiere demarcar de los republicanos, por considerarlos demasiado liberales y burgueses, pero ese distanciamiento hace que el PSOE tenga un planteamiento posibilista frente a las formas de Estado. No hacen de la monarquía un casus belli. Durante el golpe de Estado monárquico impulsado por Alfonso XIII en 1923, el partido socialista estaba pasando momentos muy críticos porque tenía al avance de los anarquistas y del Partido Comunista; al ser ilegalizados estos, el PSOE quedará como único referente de izquierdas. La idea que intentó pilotar entonces Alfonso XIII era una monarquía como la británica, una especie de partido laborista, representado por el PSOE, que entrara a formar gobierno y colaborase con la monarquía.
-Sin embargo plantea usted un fracaso desde ese primer intento.
-Hay muchos apologetas de la monarquía que defienden la figura del monarca como una institución que arbitra y modera los intereses políticos de los partidos. Sin embargo, esa idea es una falsedad y un engaño. Lo dice en un discurso en el teatro de la Comedia, en 1914, Ortega y Gasset. Allí denuncia la farsa de la restauración: ni los partidos son partidos, ni las elecciones son elecciones, es una farsa en la que contribuimos todos. Ortega y Gasset denunció el distanciamiento entre la “España oficial” y la “España real”.
-Vistos lo errores políticos de Alfonso XIII y de los propios monárquicos durante la segunda república, en el que quedan completamente de lado. ¿Cómo se plantea la figura de Don Juan?
-Don Juan quería ser rey a toda costa. Él pensaba que al acabar la segunda Guerra Mundial, Franco se hundiría con Italia y Alemania. Ese es el momento en que publica el manifiesto de Lausana. Una vez que Franco se mantiene en el poder tras la contienda, Don Juan intenta camelárselo. Franco, siendo gallego, no enseña todas sus cartas. Mantiene la instauración de la monarquía como una incógnita sin fecha de resolución. En este juego entra posteriormente el Príncipe Juan Carlos. La única carta que tenía don Juan era ser rey. Don Juan es un fracaso absoluto. Le traiciona todo el mundo, hasta su propio hijo.
-Vuelvo a la relación entre la izquierda y la monarquía, pero ahora en el escenario de la transición. Afirma usted que para la monarquía ésta fue una herramienta, quizás incluso para lavar el pecado original franquista.
-El juancarlismo es un pacto de poder entre los herederos del franquismo, con Juan Carlos a la cabeza. Pero con él está todo el aparato de poder del franquismo (Torcuato, Suárez, Fraga), está el ejército, está la iglesia. Por otro lado están los nacionalismos y luego la izquierda, en aquel entonces representada casi exclusivamente por el Partido Comunista. Se busca y se encuentra ese acuerdo con el PCE, mientras que el PSOE (después de la muerte de Franco) mantuvo una mínima tensión, aunque finalmente se decanta a favor de la Monarquía. Sin embargo, la verdad es que quienes dirigen y organizan la transición son estos herederos del franquismo, la izquierda se sumó al proyecto elaborado por Torcuato, Suárez y fundamentalmente el Rey.
-Habla usted también de un papel político pobre de la derecha con respecto a la monarquía.
-La derecha juega un papel legitimador del juancarlismo como régimen democrático, pero no es una pieza fundamental. Porque el régimen de Juan Carlos se define por esa querencia hacia la izquierda.
-¿Por qué habla de ésta como una monarquía de partidos y no de una monarquía parlamentaria?
- El parlamentarismo que surge en Europa aparece con la intención de salvar el principio monárquico deltsunami que supone la revolución francesa. Primero es constitucional, reina y gobierna; luego es parlamentaria, reina pero no gobierna; y luego está el parlamentarismo, tanto monárquico como republicano, que se ha corrompido mucho más porque ha derivado en el Estado de partidos, que es el régimen que tenemos en España, en Italia y también en Alemania. Los partidos en lugar de estar en la sociedad forman parte del Estado, reciben subvenciones públicas y donaciones privadas. Están en la justicia, en los medios de comunicación, en todas las instituciones del Estado. El Estado de partidos es una deriva todavía más perversa y corrupta del parlamentarismo.
-Para usted, el carácter personalista del Juancarlismo impide cualquier sucesión.
-El juancarlismo es tan franquista en su origen, que será franquista en su final. Pienso que se morirá en la cama, que no habrá abdicación. Hay un factor humano que tiene mucha importancia. Hay gente que me pregunta, ¿cómo se puede hablar del fracaso de la monarquía si lleva 37 años en el poder? Y claro, es ahí cuando respondo: es una paradoja. Es un éxito personal del juancarlismo. Pero no ha conseguido que ese pacto originario con la persona se convierta en una aceptación de la institución de la monarquía.
-A su juicio, ¿es inviable la monarquía sin Juan Carlos?
- Durante los gobiernos de Felipe González, el rey tuvo una influencia muy importante. También durante el Gobierno de José María Aznar: nombró ministros, nombró a Eduardo Serra ministro de Defensa. Es un rey que interviene en política. Es un árbitro que arbitra a favor de sus intereses, que tiene una querencia política y personal. Este régimen del juancarlismo será muy difícil que lo pueda heredar su hijo en todos sus parámetros. Está la posibilidad de que se reformule: que los juancarlistas pasen a ser felipistas, pero lo veo complicado. Un príncipe que traiciona a su padre, como lo hizo Juan Carlos con Don Juan, demuestra una querencia muy grande hacia el poder y aquí está el factor humano de Juan Carlos de Borbón.
-Sin embargo, el pacto de apoyo hacia la figura del rey se ha resquebrajado, quizás desde antes del caso Urdangarín.
-Yo le doy más importancia a la cacería de Botsuana que al tema de Urdangarín como suceso que ha debilitado a la Monarquía de cara a la opinión pública. Desde la transición se creó un pacto: había que preservar al rey porque él garantizaba el mantenimiento de la democracia. La pregunta es cuántos Botsuana ha habido en los últimos 37 años. Lo digo como un actuación del rey fuera de la transparencia del parlamento, de la sociedad y del propio Gobierno. ¿Cuántas actividades del rey de tipo político y económico desconocemos los españoles?
-¿Por qué no toca en su libro el tema de Urdangarín?
-Porque todavía está abierto y además éste es un ensayo político. Lo de Urdangarín es una evidencia más de que el entorno de la Zarzuela se han hecho todo tipo de negocios. Lo dijo el propio Urdangarín: ‘Yo he hecho lo que ha hecho todo el mundo’. Esto ha sido una realidad. En torno al rey siempre han aparecido empresarios e intermediarios que a la sombra de Palacio quieren hacer los mejores negocios.
-Todo apunta, y hay una tendencia de opinión al respecto, a que la estructura de la transición se está desvencijando y que ha llegado la hora de reformarla.
-El régimen del 78 está acabado y éste va unido a la monarquía. Y señalo como responsables de este fracaso al partido socialista, también a la derecha y a la propia institución monárquica. No es presentable que los responsables vengan a proponer una reforma y a colocarse en la cabeza de la manifestación del cambio político. Esta es una crisis muy profunda, muy radical, muy tremenda. Tendrían que surgir nuevos actores y no ocurre porque la sociedad española está sedada, pero España es un país de aguas subterráneas. El mañana en la vida y en la política es imprevisible y todo puede suceder. ¿Por qué no hay ningún partido republicano en España?
-Finalmente, ¿dónde está y en qué consiste el fracaso de la monarquía?
-El régimen que nace después de la muerte de Franco prometió a los españoles varias cosas. Prometió democracia; la reconciliación nacional entre los españoles y la integración de los nacionalismos dentro del Estado. Esas fueron las tres ideas fuerza que movieron la transición. Pero ni hemos conseguido una democracia auténtica, se instauró un régimen parlamentario que ha derivado en un régimen de partidos con la corrupción como regla de oro del funcionamiento interno de estos. Fracasa la reconciliación entre los españoles: está muy agudizado el debate entre izquierdas y derechas, y ahí Zapatero tiene mucha responsabilidad con su politización de la memoria histórica. Y el fracaso más evidente: la integración de los nacionalismos. El gobierno de Cataluña tiene en su programa la realización de un referéndum de independencia. En mi opinión los nacionalistas no han engañado a nadie. El engaño fue de los que pensaron que pactando con ellos los iban a introducir dentro del sistema. El juancarlismo hizo que el Estado español dejase de existir en Cataluña y el País Vasco, y ellos tienen razón cuando afirman que su reconocimiento es pre-constitucional. Hubo un decreto ley en 1977 de Adolfo Suárez donde el Rey, que tenía todos los poderes, reconoce la Generalitat provisional y el Consejo General Vasco a cambio de que se le reconociera como Rey y director de la operación de la transición. Además la constitución tiene un régimen territorial abierto, donde la concesión de competencias para las autonomías no se ha cerrado. Esto unido al carácter parlamentario de nuestro régimen deja en manos de los nacionalistas, la formación de las mayorías para designar un gobierno, lo que es suicidio político.
http://vozpopuli.com/ocio-y-cultura/22581-el-juancarlismo-es-tan-franquista-en-su-origen-que-sera-franquista-en-su-final
Así lo afirma el abogado y periodista Javier Castro-Villcañas en su libro El fracaso de la monarquía (Planeta, 2013), una investigación histórica y política sobre la naturaleza personal de un régimen que dificulta la sucesión. ¿En qué ha fallado la monarquía y por qué? Castro-Villacañas lo explica en esta entrevista.
Este libro no pretende ser una biografía. No hay en sus páginas ni retratos apologéticos ni anécdotas que contribuyan a alimentar “la leyenda blanca” del Rey. Se trata de un ensayo político que hurga en las claves históricas e institucionales de los errores del juancarlismo, un régimen que se sostiene en el mito personal. En El fracaso de la monarquía (Planeta, 2013), su autor, el abogado y periodista Javier Castro-Villacañas analiza no sólo las costuras del reinado de Juan Carlos de Borbón y Borbón, sino los errores de la sociedad y el país que apoyó una estructura de poder que hoy se debilita cada vez con más velocidad.
Castro-Villacañas propone así una reflexión que coloca en perspectiva la querencia de la corona borbónica hacia la izquierda en España desde la restauración hasta la transición, pero también los desaciertos de los actores políticos en la consolidación de un consenso que ha derivado en la partidización de la monarquía, principal obstáculo, a su juicio, para la consolidación de una democracia que necesita, con urgencia, nuevos actores.
-Plantea, desde la restauración y lo aplica también en el presente, el pacto entre la Monarquía y la izquierda. ¿De dónde proviene esa necesidad mutua?
-El partido socialista se crea en 1879. Una vez fracasada la experiencia de la primera república, Pablo Iglesias se quiere demarcar de los republicanos, por considerarlos demasiado liberales y burgueses, pero ese distanciamiento hace que el PSOE tenga un planteamiento posibilista frente a las formas de Estado. No hacen de la monarquía un casus belli. Durante el golpe de Estado monárquico impulsado por Alfonso XIII en 1923, el partido socialista estaba pasando momentos muy críticos porque tenía al avance de los anarquistas y del Partido Comunista; al ser ilegalizados estos, el PSOE quedará como único referente de izquierdas. La idea que intentó pilotar entonces Alfonso XIII era una monarquía como la británica, una especie de partido laborista, representado por el PSOE, que entrara a formar gobierno y colaborase con la monarquía.
-Sin embargo plantea usted un fracaso desde ese primer intento.
-Hay muchos apologetas de la monarquía que defienden la figura del monarca como una institución que arbitra y modera los intereses políticos de los partidos. Sin embargo, esa idea es una falsedad y un engaño. Lo dice en un discurso en el teatro de la Comedia, en 1914, Ortega y Gasset. Allí denuncia la farsa de la restauración: ni los partidos son partidos, ni las elecciones son elecciones, es una farsa en la que contribuimos todos. Ortega y Gasset denunció el distanciamiento entre la “España oficial” y la “España real”.
-Vistos lo errores políticos de Alfonso XIII y de los propios monárquicos durante la segunda república, en el que quedan completamente de lado. ¿Cómo se plantea la figura de Don Juan?
-Don Juan quería ser rey a toda costa. Él pensaba que al acabar la segunda Guerra Mundial, Franco se hundiría con Italia y Alemania. Ese es el momento en que publica el manifiesto de Lausana. Una vez que Franco se mantiene en el poder tras la contienda, Don Juan intenta camelárselo. Franco, siendo gallego, no enseña todas sus cartas. Mantiene la instauración de la monarquía como una incógnita sin fecha de resolución. En este juego entra posteriormente el Príncipe Juan Carlos. La única carta que tenía don Juan era ser rey. Don Juan es un fracaso absoluto. Le traiciona todo el mundo, hasta su propio hijo.
-Vuelvo a la relación entre la izquierda y la monarquía, pero ahora en el escenario de la transición. Afirma usted que para la monarquía ésta fue una herramienta, quizás incluso para lavar el pecado original franquista.
-El juancarlismo es un pacto de poder entre los herederos del franquismo, con Juan Carlos a la cabeza. Pero con él está todo el aparato de poder del franquismo (Torcuato, Suárez, Fraga), está el ejército, está la iglesia. Por otro lado están los nacionalismos y luego la izquierda, en aquel entonces representada casi exclusivamente por el Partido Comunista. Se busca y se encuentra ese acuerdo con el PCE, mientras que el PSOE (después de la muerte de Franco) mantuvo una mínima tensión, aunque finalmente se decanta a favor de la Monarquía. Sin embargo, la verdad es que quienes dirigen y organizan la transición son estos herederos del franquismo, la izquierda se sumó al proyecto elaborado por Torcuato, Suárez y fundamentalmente el Rey.
-Habla usted también de un papel político pobre de la derecha con respecto a la monarquía.
-La derecha juega un papel legitimador del juancarlismo como régimen democrático, pero no es una pieza fundamental. Porque el régimen de Juan Carlos se define por esa querencia hacia la izquierda.
-¿Por qué habla de ésta como una monarquía de partidos y no de una monarquía parlamentaria?
- El parlamentarismo que surge en Europa aparece con la intención de salvar el principio monárquico deltsunami que supone la revolución francesa. Primero es constitucional, reina y gobierna; luego es parlamentaria, reina pero no gobierna; y luego está el parlamentarismo, tanto monárquico como republicano, que se ha corrompido mucho más porque ha derivado en el Estado de partidos, que es el régimen que tenemos en España, en Italia y también en Alemania. Los partidos en lugar de estar en la sociedad forman parte del Estado, reciben subvenciones públicas y donaciones privadas. Están en la justicia, en los medios de comunicación, en todas las instituciones del Estado. El Estado de partidos es una deriva todavía más perversa y corrupta del parlamentarismo.
-Para usted, el carácter personalista del Juancarlismo impide cualquier sucesión.
-El juancarlismo es tan franquista en su origen, que será franquista en su final. Pienso que se morirá en la cama, que no habrá abdicación. Hay un factor humano que tiene mucha importancia. Hay gente que me pregunta, ¿cómo se puede hablar del fracaso de la monarquía si lleva 37 años en el poder? Y claro, es ahí cuando respondo: es una paradoja. Es un éxito personal del juancarlismo. Pero no ha conseguido que ese pacto originario con la persona se convierta en una aceptación de la institución de la monarquía.
-A su juicio, ¿es inviable la monarquía sin Juan Carlos?
- Durante los gobiernos de Felipe González, el rey tuvo una influencia muy importante. También durante el Gobierno de José María Aznar: nombró ministros, nombró a Eduardo Serra ministro de Defensa. Es un rey que interviene en política. Es un árbitro que arbitra a favor de sus intereses, que tiene una querencia política y personal. Este régimen del juancarlismo será muy difícil que lo pueda heredar su hijo en todos sus parámetros. Está la posibilidad de que se reformule: que los juancarlistas pasen a ser felipistas, pero lo veo complicado. Un príncipe que traiciona a su padre, como lo hizo Juan Carlos con Don Juan, demuestra una querencia muy grande hacia el poder y aquí está el factor humano de Juan Carlos de Borbón.
-Sin embargo, el pacto de apoyo hacia la figura del rey se ha resquebrajado, quizás desde antes del caso Urdangarín.
-Yo le doy más importancia a la cacería de Botsuana que al tema de Urdangarín como suceso que ha debilitado a la Monarquía de cara a la opinión pública. Desde la transición se creó un pacto: había que preservar al rey porque él garantizaba el mantenimiento de la democracia. La pregunta es cuántos Botsuana ha habido en los últimos 37 años. Lo digo como un actuación del rey fuera de la transparencia del parlamento, de la sociedad y del propio Gobierno. ¿Cuántas actividades del rey de tipo político y económico desconocemos los españoles?
-¿Por qué no toca en su libro el tema de Urdangarín?
-Porque todavía está abierto y además éste es un ensayo político. Lo de Urdangarín es una evidencia más de que el entorno de la Zarzuela se han hecho todo tipo de negocios. Lo dijo el propio Urdangarín: ‘Yo he hecho lo que ha hecho todo el mundo’. Esto ha sido una realidad. En torno al rey siempre han aparecido empresarios e intermediarios que a la sombra de Palacio quieren hacer los mejores negocios.
-Todo apunta, y hay una tendencia de opinión al respecto, a que la estructura de la transición se está desvencijando y que ha llegado la hora de reformarla.
-El régimen del 78 está acabado y éste va unido a la monarquía. Y señalo como responsables de este fracaso al partido socialista, también a la derecha y a la propia institución monárquica. No es presentable que los responsables vengan a proponer una reforma y a colocarse en la cabeza de la manifestación del cambio político. Esta es una crisis muy profunda, muy radical, muy tremenda. Tendrían que surgir nuevos actores y no ocurre porque la sociedad española está sedada, pero España es un país de aguas subterráneas. El mañana en la vida y en la política es imprevisible y todo puede suceder. ¿Por qué no hay ningún partido republicano en España?
-Finalmente, ¿dónde está y en qué consiste el fracaso de la monarquía?
-El régimen que nace después de la muerte de Franco prometió a los españoles varias cosas. Prometió democracia; la reconciliación nacional entre los españoles y la integración de los nacionalismos dentro del Estado. Esas fueron las tres ideas fuerza que movieron la transición. Pero ni hemos conseguido una democracia auténtica, se instauró un régimen parlamentario que ha derivado en un régimen de partidos con la corrupción como regla de oro del funcionamiento interno de estos. Fracasa la reconciliación entre los españoles: está muy agudizado el debate entre izquierdas y derechas, y ahí Zapatero tiene mucha responsabilidad con su politización de la memoria histórica. Y el fracaso más evidente: la integración de los nacionalismos. El gobierno de Cataluña tiene en su programa la realización de un referéndum de independencia. En mi opinión los nacionalistas no han engañado a nadie. El engaño fue de los que pensaron que pactando con ellos los iban a introducir dentro del sistema. El juancarlismo hizo que el Estado español dejase de existir en Cataluña y el País Vasco, y ellos tienen razón cuando afirman que su reconocimiento es pre-constitucional. Hubo un decreto ley en 1977 de Adolfo Suárez donde el Rey, que tenía todos los poderes, reconoce la Generalitat provisional y el Consejo General Vasco a cambio de que se le reconociera como Rey y director de la operación de la transición. Además la constitución tiene un régimen territorial abierto, donde la concesión de competencias para las autonomías no se ha cerrado. Esto unido al carácter parlamentario de nuestro régimen deja en manos de los nacionalistas, la formación de las mayorías para designar un gobierno, lo que es suicidio político.
http://vozpopuli.com/ocio-y-cultura/22581-el-juancarlismo-es-tan-franquista-en-su-origen-que-sera-franquista-en-su-final
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Lo que España pudo ser y la traición impidió
Traigo de nuevo unas ideas ajenas que no me parecen muy descabelladas:
Lo que España pudo ser y la traición impidió (I)
En 1975, la renta per cápita española, después de una carrera de crecimiento económico sin paralelo en el mundo occidental, equivalía al 81,3% de la media de los nueve países europeos miembros de la entonces CEE (Alemania, Bélgica, Dinamarca, Francia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Reino Unido), según Funcas. En 1959, era tan sólo el 55%, una cifra propia de un país subdesarrollado. Esta renta relativa a los países centrales de Europa sería la primera víctima del desastre político-económico de la Transición, que hundiría nuestro proceso de convergencia con la CEE hasta el 70,8% en 1985. Y en los 37 años transcurridos este nivel no se recuperaría jamás, ni siquiera con las cifras oficiales del PIB, que desde 2008 sobrevaloran la realidad en un 30% y situaron el nivel en el 73,3 % en 2012.
Pero no se trata sólo de la convergencia con los países centrales. El resto de indicadores también fallaban. La industria, que representaba el 36% del PIB en 1975, fue desmantelada y hoy representa un 14%. Las rentas salariales, que suponían en aquel año un 62,8% del índice (de acuerdo con los datos de BBVA), se han desplomado al 44,2% -a fin de 2012-, la cifra más baja de toda Europa. El 10% más rico de la población, que poseía un 26% de la riqueza en 1975, posee hoy el 48% y, además, el 70% de la riqueza financiera. El paro era entonces del 2% -o del 6% si consideramos a los emigrantes como desempleados- y ahora se sitúa en el 27%. El hundimiento económico fue tal que, de un crecimiento real del 7,5% anual en el periodo 1959-1975, se pasó al 0,8% en el periodo 1976-1985. Y la inflación se disparó desde el 7 al 44% a mediados de 1977, mientras que la deuda externa se multiplicó por cuatro. En sólo dos años, los traidores de la Transición colocarían a España al borde del colapso primero y en un nivel de crecimiento inferior a su potencial, después.
Sin embargo, ese no era el destino de España. Todos los países europeos se recuperaron rápidamente de la crisis del petróleo, excepto nosotros. Un ejemplo perfecto para cuantificar lo que España pudo y debió ser es Irlanda. En 1975 Irlanda y España tenían la misma renta per cápita: 10.000 dólares. En los años siguientes, Irlanda subió como la espuma, mientras que España se hundió, primero, y creció mucho menos, después. Hoy el PIB per cápita de Irlanda es un 29% superior al nuestro, pero como el PIB oficial es falso y está sobrevalorado en un 30%, la realidad es que la renta per cápita española sería un 46% inferior.
Los traidores de la Transición
Nunca en la historia de Europa un grupo tan reducido de hombres pequeños, de mente pequeña y de ambición personal infinita, sin moral, sin ideales y sin patriotismo y gracias, exclusivamente, al sistema electoral proporcional -el mismo sistema que permitió a Hitler y Mussolini la conquista del Estado- han hecho tanto daño permanente a una nación como los llamados 'padres de Transición', que la Historia recordará algún día como padres de la Traición.
La primera y gran traición fue la de todos los partidos ilegales, el grupo de los nueve, al compromiso escrito y firmado por todos ellos en el despacho del jurista Antonio García Trevijano sobre la obligación recíproca de actuar todos en la misma dirección. Los puntos esenciales de ese compromiso eran:
No aceptar por separado ninguna legalización de partidos que no fuera simultánea a todos ellos.
No aceptar ningún sistema político que no fuera una democracia representativa.
No aceptar ningún régimen que no fuera resultado de un referéndum para la libre elección de los españoles de la Monarquía o la República e implantar una ley electoral similar a la francesa.
Un compromiso que no sería cumplido en ninguno de sus puntos. Cada partido tiró para su lado comenzando por la deslealtad del PSOE de Felipe González, que quiso entrar, de acuerdo con Fraga, por la ventanilla de Carlos Arias. Esa era la naturaleza de la oposición a Franco, cuyo único interés era participar en el poder político, en el poder económico y en la adulación social, y de los que Cela diría: “Si fueran hombres, se habrían pegado un tiro”; pero no lo eran.
Se repetía la famosa sentencia de Ortega y Gasset en la que afirmaba que “cuando en España se habla de reconciliación y de consenso, hay seguro un reparto de botín”. ¡Y qué botín! Inventarían el Estado de las autonomías para dividir España y repartírsela como despojos. Institucionalizarían la corrupción, el pelotazo y el pacto con las élites depredadoras financieras y monopolistas que, junto con el nepotismo y la incompetencia, serían sus principales señas de identidad.
La idea de reparto del botín partió del PSOE, y más concretamente de Enrique Múgica, que con una miseria moral inaudita afirmaría: “Lo de las ideas está muy bien, pero lo importante son los partidos y las personas que defienden la democracia y no hay puestos para todos, por lo que es imprescindible crearlos mediante la desconcentración del poder”. Esto implicaba vaciar de competencias y de poder al Estado español. Antes de eso, Suárez había prometido a Tarradellas y al PNV por separado devolver a Cataluña y al País Vasco la autonomía que les fue anulada después de la guerra civil. Les engañó vilmente, lo que ha acabado creando un problema mayor.
Suárez, un político mediocre y cortoplacista sin ninguna visión de España, aceptó entusiasmado la idea del PSOE de crear una estructura de Estado donde hubiera puestos de poder para todos, ya que su partido, la UCD, un hatajo de oportunistas sin ningún ideal, ni desde el punto de vista ideológico ni patriótico, sólo querían parcelas de poder para poder trincar a manos llenas. Y fue el origen de la destrucción de la nación española y de su ruina económica. Y así, el andaluz Arévalo, que no estaba dispuesto a renunciar a su parte del botín, hizo su propuesta a Suárez y este aceptó el “café para todos”. Se trata, sin duda, de uno de los mayores y más graves errores de toda la historia de España. Parafraseando a Mario Vargas Llosa, fue entonces cuando “se jodió España”. El país se dividió en diecisiete taifas ingobernables, despilfarradoras y corruptas, que arruinarían a la nación y la encaminarían hacia su destrucción, física, moral y social.
González vuelca la balanza a favor de la oligarquía política
La traición de los padres de la Transición al implantar un modelo de Estado que les permitiera expoliar España con total impunidad la ocultaron con un mito repetido por ellos y por todos los medios y plumas mercenarias a su servicio. Y constituye uno de los mayores engaños de nuestra larga historia: “Nosotros hemos traído la democracia”. Nada más falso. A la muerte de Franco, un régimen autoritario en una Europa democrática era insostenible, como lo fue el mantenimiento de las dictaduras del Este tras la retirada soviética. La democracia se habría implantado en España con ellos o contra ellos.
Lo que hicieron en realidad fue hurtar la democracia a los españoles con el establecimiento de un sistema oligárquico de partidos, que permitiera a una casta política incompetente y corrupta mantenerse en el poder indefinidamente, impidiendo que los ciudadanos pudieran elegir libremente a sus representantes como en el resto de las democracias. Ni un solo historiador o cronista, la mayoría atados al pesebre, ha contado la verdad de lo que en realidad sucedió. Y para rematarlo, asustaron a los ciudadanos con el cuento chino del “ruido de sables”, un invento de Santiago Carrillo a sabiendas de que era mentira, algo habitual en el comportamiento de tan siniestro personaje.
Y lo sabía porque Antonio García Trevijano, que era el encargado en la Junta de mantener los contactos con a las Fuerzas Armadas, les informaría reiteradamente de que D. Manuel Díez Alegría, jefe del Alto Estado Mayor y máxima autoridad del Ejército, D. Luis Díez Alegría, director General de la Guardia Civil, D. Camilo Alonso Vega, ministro de la Gobernación y director general de Seguridad y jefe de la Policía, el coronel D. Eduardo Blanco y el Teniente General D. José Vega Rodríguez, con los que estaba en contacto permanente, estaban dispuestos a respaldar la voluntad popular y la democracia. Quien no lo estaba era la oligarquía política que se había autoproclamado portavoz del pueblo. Sólo querían el poder y su parte en el botín, y quien no estaba conforme era un fascista.
Fraga, que fue embajador en Londres, estaba entusiasmado con el sistema electoral inglés de elección uninominal por distritos, sin lista alguna. Eso no convenía en absoluto a ninguno de los partidos, porque ni tenían partidarios, ni eran conocidos, no eran nadie ante la sociedad civil. Suárez, Gutiérrez Mellado, Fernando Abril y Alfonso Guerra llamaron por teléfono a Felipe González, que estaba en Moscú. Y decidió, con el apoyo entusiasta de Suárez, implantar un sistema oligárquico de partidos sin separación de poderes, la antítesis de la democracia. González, a cambio, se comprometió a no pedir un referéndum sobre monarquía o república, traicionando así los acuerdos firmados y a los españoles.
A partir de este momento, la suerte estaba echada. La ley electoral fue impuesta por la oligarquía política y jamás fue sometida a aprobación por parte del pueblo español. Adicionalmente, no sólo el poder legislativo y el poder judicial, sino todas las instituciones de control, como el Banco de España, el INE y el Servicio de Competencia, quedaron sometidas al poder político o la Fiscalía Anticorrupción, diseñada para proteger a las élites corruptas políticas, financieras y económicas. “Montesquieu ha muerto”, diría Alfonso Guerra en un arrebato de desprecio por los ciudadanos y de cinismo. Habían robado la democracia a los españoles e instituido un Estado para el expolio permanente de España sin riesgo alguno.
El ministro de Hacienda de González, Carlos Solchaga, el gran apóstol del pelotazo, afirmaría públicamente: “España es el país del mundo donde más rápido puede uno hacerse rico”, cualquiera con poder de decisión puede exigir comisiones con total impunidad, algo que se convertiría en el procedimiento habitual para obtener contratos públicos, recalificaciones y cualquier tipo de favor político. Hoy Rajoy está comprando, con miles de millones de los españoles, el aplazamiento del referéndum en Cataluña cuando podría prohibirlo imponiendo la legalidad como es su obligación. Y PP y PSOE han pactado pasar página en el caso Urdangarin, en los ERE de Andalucía y en los presuntos sobresueldos y financiación ilegal del PP.
La Constitución sería un gigantesco engaño al pueblo español, al que se le ofreció en bloque la Monarquía, el sistema de partidos, el sistema electoral de listas cerradas, la ausencia de toda forma de separación de poderes y cargar sobre los ciudadanos el inmenso derroche de diecisiete Gobiernos dotados de todos los elementos de un Estado real, aparte los gastos de los partidos, sindicatos y patronal. No hubo alternativa. Una propaganda masiva y absolutamente mendaz, asegurando que con eso implantaba la democracia, cuando era justo lo contrario, dirigida a uno de los pueblos peor informados e indolentes de Europa haría el resto.
Ahora está pagando las consecuencias, porque sin democracia, sin separación de poderes y con una estructura de Estado imposible de financiar, España jamás podrá superar la crisis en forma estable. A esto se añade un Gobierno en estado de caos, con un presidente cobarde incapaz de poner orden, donde todos están contra todos, y barones y alcaldes por libre que no obedecen a nadie excepto a sus propios intereses personales con el dinero que les entrega el irresponsable de Rajoy en lugar de intervenirlos.
Roberto Centeno
http://blogs.elconfidencial.com/economia/el-disparate-economico/2013-09-23/lo-que-espana-pudo-ser-y-la-traicion-impidio-i_31245/
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En 1975, la renta per cápita española, después de una carrera de crecimiento económico sin paralelo en el mundo occidental, equivalía al 81,3% de la media de los nueve países europeos miembros de la entonces CEE (Alemania, Bélgica, Dinamarca, Francia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Reino Unido), según Funcas. En 1959, era tan sólo el 55%, una cifra propia de un país subdesarrollado. Esta renta relativa a los países centrales de Europa sería la primera víctima del desastre político-económico de la Transición, que hundiría nuestro proceso de convergencia con la CEE hasta el 70,8% en 1985. Y en los 37 años transcurridos este nivel no se recuperaría jamás, ni siquiera con las cifras oficiales del PIB, que desde 2008 sobrevaloran la realidad en un 30% y situaron el nivel en el 73,3 % en 2012.
Pero no se trata sólo de la convergencia con los países centrales. El resto de indicadores también fallaban. La industria, que representaba el 36% del PIB en 1975, fue desmantelada y hoy representa un 14%. Las rentas salariales, que suponían en aquel año un 62,8% del índice (de acuerdo con los datos de BBVA), se han desplomado al 44,2% -a fin de 2012-, la cifra más baja de toda Europa. El 10% más rico de la población, que poseía un 26% de la riqueza en 1975, posee hoy el 48% y, además, el 70% de la riqueza financiera. El paro era entonces del 2% -o del 6% si consideramos a los emigrantes como desempleados- y ahora se sitúa en el 27%. El hundimiento económico fue tal que, de un crecimiento real del 7,5% anual en el periodo 1959-1975, se pasó al 0,8% en el periodo 1976-1985. Y la inflación se disparó desde el 7 al 44% a mediados de 1977, mientras que la deuda externa se multiplicó por cuatro. En sólo dos años, los traidores de la Transición colocarían a España al borde del colapso primero y en un nivel de crecimiento inferior a su potencial, después.
Sin embargo, ese no era el destino de España. Todos los países europeos se recuperaron rápidamente de la crisis del petróleo, excepto nosotros. Un ejemplo perfecto para cuantificar lo que España pudo y debió ser es Irlanda. En 1975 Irlanda y España tenían la misma renta per cápita: 10.000 dólares. En los años siguientes, Irlanda subió como la espuma, mientras que España se hundió, primero, y creció mucho menos, después. Hoy el PIB per cápita de Irlanda es un 29% superior al nuestro, pero como el PIB oficial es falso y está sobrevalorado en un 30%, la realidad es que la renta per cápita española sería un 46% inferior.
Los traidores de la Transición
Nunca en la historia de Europa un grupo tan reducido de hombres pequeños, de mente pequeña y de ambición personal infinita, sin moral, sin ideales y sin patriotismo y gracias, exclusivamente, al sistema electoral proporcional -el mismo sistema que permitió a Hitler y Mussolini la conquista del Estado- han hecho tanto daño permanente a una nación como los llamados 'padres de Transición', que la Historia recordará algún día como padres de la Traición.
La primera y gran traición fue la de todos los partidos ilegales, el grupo de los nueve, al compromiso escrito y firmado por todos ellos en el despacho del jurista Antonio García Trevijano sobre la obligación recíproca de actuar todos en la misma dirección. Los puntos esenciales de ese compromiso eran:
No aceptar por separado ninguna legalización de partidos que no fuera simultánea a todos ellos.
No aceptar ningún sistema político que no fuera una democracia representativa.
No aceptar ningún régimen que no fuera resultado de un referéndum para la libre elección de los españoles de la Monarquía o la República e implantar una ley electoral similar a la francesa.
Un compromiso que no sería cumplido en ninguno de sus puntos. Cada partido tiró para su lado comenzando por la deslealtad del PSOE de Felipe González, que quiso entrar, de acuerdo con Fraga, por la ventanilla de Carlos Arias. Esa era la naturaleza de la oposición a Franco, cuyo único interés era participar en el poder político, en el poder económico y en la adulación social, y de los que Cela diría: “Si fueran hombres, se habrían pegado un tiro”; pero no lo eran.
Se repetía la famosa sentencia de Ortega y Gasset en la que afirmaba que “cuando en España se habla de reconciliación y de consenso, hay seguro un reparto de botín”. ¡Y qué botín! Inventarían el Estado de las autonomías para dividir España y repartírsela como despojos. Institucionalizarían la corrupción, el pelotazo y el pacto con las élites depredadoras financieras y monopolistas que, junto con el nepotismo y la incompetencia, serían sus principales señas de identidad.
La idea de reparto del botín partió del PSOE, y más concretamente de Enrique Múgica, que con una miseria moral inaudita afirmaría: “Lo de las ideas está muy bien, pero lo importante son los partidos y las personas que defienden la democracia y no hay puestos para todos, por lo que es imprescindible crearlos mediante la desconcentración del poder”. Esto implicaba vaciar de competencias y de poder al Estado español. Antes de eso, Suárez había prometido a Tarradellas y al PNV por separado devolver a Cataluña y al País Vasco la autonomía que les fue anulada después de la guerra civil. Les engañó vilmente, lo que ha acabado creando un problema mayor.
Suárez, un político mediocre y cortoplacista sin ninguna visión de España, aceptó entusiasmado la idea del PSOE de crear una estructura de Estado donde hubiera puestos de poder para todos, ya que su partido, la UCD, un hatajo de oportunistas sin ningún ideal, ni desde el punto de vista ideológico ni patriótico, sólo querían parcelas de poder para poder trincar a manos llenas. Y fue el origen de la destrucción de la nación española y de su ruina económica. Y así, el andaluz Arévalo, que no estaba dispuesto a renunciar a su parte del botín, hizo su propuesta a Suárez y este aceptó el “café para todos”. Se trata, sin duda, de uno de los mayores y más graves errores de toda la historia de España. Parafraseando a Mario Vargas Llosa, fue entonces cuando “se jodió España”. El país se dividió en diecisiete taifas ingobernables, despilfarradoras y corruptas, que arruinarían a la nación y la encaminarían hacia su destrucción, física, moral y social.
González vuelca la balanza a favor de la oligarquía política
La traición de los padres de la Transición al implantar un modelo de Estado que les permitiera expoliar España con total impunidad la ocultaron con un mito repetido por ellos y por todos los medios y plumas mercenarias a su servicio. Y constituye uno de los mayores engaños de nuestra larga historia: “Nosotros hemos traído la democracia”. Nada más falso. A la muerte de Franco, un régimen autoritario en una Europa democrática era insostenible, como lo fue el mantenimiento de las dictaduras del Este tras la retirada soviética. La democracia se habría implantado en España con ellos o contra ellos.
Lo que hicieron en realidad fue hurtar la democracia a los españoles con el establecimiento de un sistema oligárquico de partidos, que permitiera a una casta política incompetente y corrupta mantenerse en el poder indefinidamente, impidiendo que los ciudadanos pudieran elegir libremente a sus representantes como en el resto de las democracias. Ni un solo historiador o cronista, la mayoría atados al pesebre, ha contado la verdad de lo que en realidad sucedió. Y para rematarlo, asustaron a los ciudadanos con el cuento chino del “ruido de sables”, un invento de Santiago Carrillo a sabiendas de que era mentira, algo habitual en el comportamiento de tan siniestro personaje.
Y lo sabía porque Antonio García Trevijano, que era el encargado en la Junta de mantener los contactos con a las Fuerzas Armadas, les informaría reiteradamente de que D. Manuel Díez Alegría, jefe del Alto Estado Mayor y máxima autoridad del Ejército, D. Luis Díez Alegría, director General de la Guardia Civil, D. Camilo Alonso Vega, ministro de la Gobernación y director general de Seguridad y jefe de la Policía, el coronel D. Eduardo Blanco y el Teniente General D. José Vega Rodríguez, con los que estaba en contacto permanente, estaban dispuestos a respaldar la voluntad popular y la democracia. Quien no lo estaba era la oligarquía política que se había autoproclamado portavoz del pueblo. Sólo querían el poder y su parte en el botín, y quien no estaba conforme era un fascista.
Fraga, que fue embajador en Londres, estaba entusiasmado con el sistema electoral inglés de elección uninominal por distritos, sin lista alguna. Eso no convenía en absoluto a ninguno de los partidos, porque ni tenían partidarios, ni eran conocidos, no eran nadie ante la sociedad civil. Suárez, Gutiérrez Mellado, Fernando Abril y Alfonso Guerra llamaron por teléfono a Felipe González, que estaba en Moscú. Y decidió, con el apoyo entusiasta de Suárez, implantar un sistema oligárquico de partidos sin separación de poderes, la antítesis de la democracia. González, a cambio, se comprometió a no pedir un referéndum sobre monarquía o república, traicionando así los acuerdos firmados y a los españoles.
A partir de este momento, la suerte estaba echada. La ley electoral fue impuesta por la oligarquía política y jamás fue sometida a aprobación por parte del pueblo español. Adicionalmente, no sólo el poder legislativo y el poder judicial, sino todas las instituciones de control, como el Banco de España, el INE y el Servicio de Competencia, quedaron sometidas al poder político o la Fiscalía Anticorrupción, diseñada para proteger a las élites corruptas políticas, financieras y económicas. “Montesquieu ha muerto”, diría Alfonso Guerra en un arrebato de desprecio por los ciudadanos y de cinismo. Habían robado la democracia a los españoles e instituido un Estado para el expolio permanente de España sin riesgo alguno.
El ministro de Hacienda de González, Carlos Solchaga, el gran apóstol del pelotazo, afirmaría públicamente: “España es el país del mundo donde más rápido puede uno hacerse rico”, cualquiera con poder de decisión puede exigir comisiones con total impunidad, algo que se convertiría en el procedimiento habitual para obtener contratos públicos, recalificaciones y cualquier tipo de favor político. Hoy Rajoy está comprando, con miles de millones de los españoles, el aplazamiento del referéndum en Cataluña cuando podría prohibirlo imponiendo la legalidad como es su obligación. Y PP y PSOE han pactado pasar página en el caso Urdangarin, en los ERE de Andalucía y en los presuntos sobresueldos y financiación ilegal del PP.
La Constitución sería un gigantesco engaño al pueblo español, al que se le ofreció en bloque la Monarquía, el sistema de partidos, el sistema electoral de listas cerradas, la ausencia de toda forma de separación de poderes y cargar sobre los ciudadanos el inmenso derroche de diecisiete Gobiernos dotados de todos los elementos de un Estado real, aparte los gastos de los partidos, sindicatos y patronal. No hubo alternativa. Una propaganda masiva y absolutamente mendaz, asegurando que con eso implantaba la democracia, cuando era justo lo contrario, dirigida a uno de los pueblos peor informados e indolentes de Europa haría el resto.
Ahora está pagando las consecuencias, porque sin democracia, sin separación de poderes y con una estructura de Estado imposible de financiar, España jamás podrá superar la crisis en forma estable. A esto se añade un Gobierno en estado de caos, con un presidente cobarde incapaz de poner orden, donde todos están contra todos, y barones y alcaldes por libre que no obedecen a nadie excepto a sus propios intereses personales con el dinero que les entrega el irresponsable de Rajoy en lugar de intervenirlos.
Roberto Centeno
http://blogs.elconfidencial.com/economia/el-disparate-economico/2013-09-23/lo-que-espana-pudo-ser-y-la-traicion-impidio-i_31245/
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