¿Qué es lo sagrado? Lección de psicología
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¿Qué es lo sagrado? Lección de psicología
Cuando se habla de sacralidad lo normal es pensar que nos estamos refiriendo al mundo de las religiones, esas que establecen una relación con lo trascendente. Pero la cosa no es tan sencilla. La sacralidad es en realidad el sentimiento de la realidad. Cuando razonamos sobre el mundo que nos rodea y llevamos este razonamiento a su máxima expresión a través del lenguaje, o sea cuando lo reducimos a esquemas matemáticos, nos encontramos con que todos los metros cuadrados son iguales, bien se hayan medido en un estercolero o en la zona residencial más cara de nuestra ciudad. Pero sabemos que la realidad es algo más compleja y que por medio entra la apreciación psicológica de “valor”.
¿Vale todo lo mismo? Evidentemente no. Unas cosas se aprecian más que otras, tiene distinto aprecio o precio. Así, cuando nos sentamos en casa a ver la televisión, por ejemplo, tendemos a sentarnos en el mismo sitio, sin que nadie nos lo haya indicado (lo mismo que suele suceder a un alumno en clase) ni razonemos el porqué de tal actitud. Simplemente es un lugar en el que nos sentimos más a gusto que en otro. Ese gusto por determinada porción de la realidad que nos rodea es la sacralidad: es algo que sentimos con más fuerza, que es sagrado para nosotros.
La sacralidad tiene tanta fuerza para nosotros que difícilmente se puede olvidar lo sagrado. Lo sagrado es verdad porque "no se olvida" (la palabra griega aletheia, que traducimos por “verdad”, quiere decir exactamente eso), sin que quepa la contraposición con lo falso. Desde esta perspectiva emocional una cosa es más verdad que otra porque tarda más en olvidarse, porque tiene más ser, más “gracia” que otra. Es una percepción básicamente cualitativa de la realidad, no cuantitativa. Hay unos seres que, para nosotros son más que otros, sean cosas o personas. Cuando algo o alguien es muy importante para nosotros decimos que, siempre para nosotros, es “sagrado”. Sagrado es, por ejemplo, el cariño que nos une a un ser determinado.
Todo ser, desde una perspectiva emocional, tiene su “gracia”, su calidad, que no es siempre la misma. La apreciación del ser puede ir variando. Así, por ejemplo, vemos que cuando un viajero antiguo se desplazaba por el Mediterráneo, había cabos, promontorios, estrechos, etc. que le llamaban especialmente la atención, que quedaban en su memoria y podían darlo como referencia a otros que se entendía que se habían de fijar en ellos por su carácter extraordinario que hacía que no se olvidaran. Tenían sacralidad, y por ello se solía reconocer ese carácter sagrado elevando un altar o un templo en el lugar. No eran sagrados porque tuvieran templos, sino que tenían templos porque eran sagrados. A veces esa sacralidad perdura a lo largo del tiempo en la apreciación colectiva, de forma que donde un sistema religioso establece un templo otros lo mantienen, como la arqueología demuestra al descubrirnos debajo de un templo cristiano una mezquita, y debajo de esta otros templos de religiones anteriores. Pero otras veces la consideración de sagrado se va perdiendo y el templo puede terminar convertido en museo o en un bloque de apartamentos. Lo mismo sucede con las personas, cuya sacralidad, vista desde una perspectiva individual o colectiva, se puede ir perdiendo a favor de otra, cuando ya no hace “gracia”.
El concepto de “gracia” está pues muy ligado a la economía del don. Damos las gracias a alguien a quien queremos compensar por algún favor, y la mejor manera que encontramos es manifestarle nuestro deseo de que su gracia aumente con la energía nuestra que desplazamos hacia ella. Por supuesto no todos los seres tienen la misma densidad de gracia, y el agradecimiento de uno suele ser más llamativo que el de otro y, por consiguiente más eficaz. Si entendemos que lo divino es la mayor concentración de ser que se puede dar, es fácil entender que la gracia de Dios es la que tiene efectos más positivos, porque la sacralidad de la que se desprende es mayor.
Esto es lo que ha llevado a las religiones, que intentan establecer una especie de conexión entre lo que tiene más energía y lo que es inferior (de una forma regulada, para que lo superior no funda literalmente con su descarga a lo inferior: piénsese en la energía eléctrica por ejemplo), que las religiones, decía, tiendan a considerar el mundo de la sacralidad como un elemento fundamental en sus esquemas. Pero la sacralidad, repito va más allá de las instituciones religiosas. Es algo que todos percibimos, que pertenece a la esfera relacional que establece cualquier cerebro: es el sentimiento de la realidad, sea cual sea el razonamiento que de ella se pueda hacer. Y por supuesto no podemos establecer cortes absolutos entre lo sagrado y lo profano. Sólo podemos hacerlo a nivel metodológico, de estudio, pero nuestra realidad es siempre sacro-profana, porque nuestro cerebro, aunque tenga esa doble dimensión de emotivo y racional, no es más que uno. Y las dos dimensiones se manifiestan siempre contaminándose entre sí, aunque en unas ocasiones se manifieste con más fuerza una y en otras otra.
¿Vale todo lo mismo? Evidentemente no. Unas cosas se aprecian más que otras, tiene distinto aprecio o precio. Así, cuando nos sentamos en casa a ver la televisión, por ejemplo, tendemos a sentarnos en el mismo sitio, sin que nadie nos lo haya indicado (lo mismo que suele suceder a un alumno en clase) ni razonemos el porqué de tal actitud. Simplemente es un lugar en el que nos sentimos más a gusto que en otro. Ese gusto por determinada porción de la realidad que nos rodea es la sacralidad: es algo que sentimos con más fuerza, que es sagrado para nosotros.
La sacralidad tiene tanta fuerza para nosotros que difícilmente se puede olvidar lo sagrado. Lo sagrado es verdad porque "no se olvida" (la palabra griega aletheia, que traducimos por “verdad”, quiere decir exactamente eso), sin que quepa la contraposición con lo falso. Desde esta perspectiva emocional una cosa es más verdad que otra porque tarda más en olvidarse, porque tiene más ser, más “gracia” que otra. Es una percepción básicamente cualitativa de la realidad, no cuantitativa. Hay unos seres que, para nosotros son más que otros, sean cosas o personas. Cuando algo o alguien es muy importante para nosotros decimos que, siempre para nosotros, es “sagrado”. Sagrado es, por ejemplo, el cariño que nos une a un ser determinado.
Todo ser, desde una perspectiva emocional, tiene su “gracia”, su calidad, que no es siempre la misma. La apreciación del ser puede ir variando. Así, por ejemplo, vemos que cuando un viajero antiguo se desplazaba por el Mediterráneo, había cabos, promontorios, estrechos, etc. que le llamaban especialmente la atención, que quedaban en su memoria y podían darlo como referencia a otros que se entendía que se habían de fijar en ellos por su carácter extraordinario que hacía que no se olvidaran. Tenían sacralidad, y por ello se solía reconocer ese carácter sagrado elevando un altar o un templo en el lugar. No eran sagrados porque tuvieran templos, sino que tenían templos porque eran sagrados. A veces esa sacralidad perdura a lo largo del tiempo en la apreciación colectiva, de forma que donde un sistema religioso establece un templo otros lo mantienen, como la arqueología demuestra al descubrirnos debajo de un templo cristiano una mezquita, y debajo de esta otros templos de religiones anteriores. Pero otras veces la consideración de sagrado se va perdiendo y el templo puede terminar convertido en museo o en un bloque de apartamentos. Lo mismo sucede con las personas, cuya sacralidad, vista desde una perspectiva individual o colectiva, se puede ir perdiendo a favor de otra, cuando ya no hace “gracia”.
El concepto de “gracia” está pues muy ligado a la economía del don. Damos las gracias a alguien a quien queremos compensar por algún favor, y la mejor manera que encontramos es manifestarle nuestro deseo de que su gracia aumente con la energía nuestra que desplazamos hacia ella. Por supuesto no todos los seres tienen la misma densidad de gracia, y el agradecimiento de uno suele ser más llamativo que el de otro y, por consiguiente más eficaz. Si entendemos que lo divino es la mayor concentración de ser que se puede dar, es fácil entender que la gracia de Dios es la que tiene efectos más positivos, porque la sacralidad de la que se desprende es mayor.
Esto es lo que ha llevado a las religiones, que intentan establecer una especie de conexión entre lo que tiene más energía y lo que es inferior (de una forma regulada, para que lo superior no funda literalmente con su descarga a lo inferior: piénsese en la energía eléctrica por ejemplo), que las religiones, decía, tiendan a considerar el mundo de la sacralidad como un elemento fundamental en sus esquemas. Pero la sacralidad, repito va más allá de las instituciones religiosas. Es algo que todos percibimos, que pertenece a la esfera relacional que establece cualquier cerebro: es el sentimiento de la realidad, sea cual sea el razonamiento que de ella se pueda hacer. Y por supuesto no podemos establecer cortes absolutos entre lo sagrado y lo profano. Sólo podemos hacerlo a nivel metodológico, de estudio, pero nuestra realidad es siempre sacro-profana, porque nuestro cerebro, aunque tenga esa doble dimensión de emotivo y racional, no es más que uno. Y las dos dimensiones se manifiestan siempre contaminándose entre sí, aunque en unas ocasiones se manifieste con más fuerza una y en otras otra.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
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