Cuando maltratas a un hombre, dejas de ser mujer
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Cuando maltratas a un hombre, dejas de ser mujer
La industrialización, impulsada como es sabido por los comerciantes, permitió que la fuerza física se desplazase de los humanos a las máquinas, lo que a su vez hizo posible que las mujeres se incorporasen al mundo laboral externo a la casa en una proporción cada vez mayor. El acceso, con ello, a un salario personalizado, permitió a la mujer que se fuera progresivamente desasiendo de la tutela del marido para, en su lugar, caer como él bajo la tutela directa del Estado (igualmente masculino en su concepción de monopolizador de la fuerza), lo que ha influido igualmente en la crianza y educación de los hijos y, por consiguiente, en la concepción de la familia.
Asistimos así a un proceso igualitario que, una vez conseguidas casi todas sus metas, vemos como toma una deriva similar a la de los cristianos a partir de la igualdad conseguida a comienzos del siglo IV bajo el amparo del emperador Constantino. La aplicación por éste de una discriminación positiva a favor de aquellos que le habían ayudado a auparse al poder, terminó, como es sabido, con la persecución de la religión tradicional o pagana. He leído recientemente un texto que me ha traído estas consideraciones a la cabeza. Copio un fragmento:
En junio de 2005 entraba en vigor en España la Ley Orgánica 1/2004, denominada «Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género», —en adelante Ley de Violencia de Género—, tras los preceptivos seis meses desde su publicación en el Boletín Oficial del Estado. Una Ley sin precedentes en nuestro entorno democrático occidental, que daba carta de legalidad al escarnio y condena del varón, «por el hecho de serlo», en el ámbito de la pareja. Que impone penas distintas a hombres y mujeres por los mismos hechos, y que lleva implícita la presunción de culpabilidad para los varones españoles. Que funda unos juzgados de excepción, encargados de juzgar a los hombres frente a las mujeres. Por cuestión de sexo. Una Ley según la cual prácticamente todo es delito de «maltrato», si el sujeto activo es varón. Todo o incluso nada, porque se invierte la carga de la prueba, y se presupone la culpabilidad masculina; un varón acusado tendrá que demostrar, si puede, su inocencia. Una Ley injusta, en definitiva, que no ha venido a resolver nada, y que está causando ingentes dosis tanto de desdicha privada —de dolor— como de desdicha pública: injusticia.
Una Ley que culmina el largo proceso de discriminación masculina «por cuestión de sexo» promovido por el feminismo radical en nuestro país. Porque hoy, para el aparato del Estado, el varón es un ciudadano de segunda en muchos aspectos de su vida. Hasta el extremo de negársele la propia condición de ciudadano, con la supresión de derechos fundamentales, como el derecho a la igualdad de trato o a la presunción de inocencia. Un proceso discriminatorio que, en pleno siglo XXI, ha alcanzado cotas inverosímiles, al entrar expresamente en el código penal. Algo que reconocen renombradas feministas, como Cristina Alberdi, que afirmó que la Ley de Violencia de Género contiene «despropósitos jurídicos» que ponen los «pelos de punta». Una Ley que resucita el Derecho Penal de Autor, que se creía sepultado en los anales de la doctrina penalista nacionalsocialista, según Enrique Gimbernat, catedrático emérito de Derecho Penal de la Universidad Complutense. Que colisiona frontalmente con nuestra Constitución y con la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas, según los juristas más cualificados, y también según el más mínimo sentido común.
No es casual que las primeras voces que osaron alzarse, públicamente y a título individual, contra la Ley de Violencia de Género fueran voces femeninas. Para el varón, la peor lacra del machismo es que no permite su queja, ni siquiera dentro de su propia conciencia. Él no puede ser nunca víctima por el hecho de ser varón, se le dé el trato que se le dé por el hecho de serlo. Esta actitud, que podría ser una virtud, y que de hecho lo es en la mayoría de los contextos normales, lo ha llevado por un camino erróneo en su relación colectiva con el feminismo. El dicho popular «los hombres no lloran», resume este cliché machista que, a la fecha, no hemos desterrado ni de nuestro interior ni de nuestro Estado de Derecho. Por más que se envíen mensajes mediáticos de que se requiere un «nuevo» varón sensible y capaz de llorar, para complacer a las «nuevas mujeres», por más que, de manera afortunada, se estimule al varón a expresar sus sentimientos con espontaneidad, los hechos hablan por sí mismos. Nos lo dice claramente el régimen feminista a través del aparato del Estado: «los hombres no lloran».
La ex ministra socialista y además presidenta del Consejo Asesor contra la Violencia de Género de la Comunidad de Madrid, Cristina Alberdi fue contundente al decir en 2005 que «jamás el movimiento feminista había pedido la discriminación positiva, ni nada de estas características, en el código penal», y se refirió a la Ley de Violencia de Género como «un retroceso parecido a la época del adulterio cuando al hombre se le imponía una pena y a la mujer otra.(Europa Press, 17/11/2005).
Una Ley que rompe con la Constitución según las opiniones más cualificadas, por más que el Tribunal Constitucional haya legitimado su aplicación, como no podía ser de otra forma. Porque un Constitucional cuyos miembros son nombrados por el poder político pierde su fundamento: la independencia. En palabras del catedrático de Derecho Constitucional Gerardo Ruiz-Rico, la Constitución debe estar por encima de cualquier pacto político que se configure en forma de ley, incluso si tiene detrás un amplio consenso parlamentario, como el que se exige para aprobar una Ley Orgánica o un Estatuto de Autonomía.(...) Pero para que nadie pueda poner en duda la autonomía del máximo intérprete de la Constitución es imprescindible, también, que este último no dé la impresión, una vez más, de ser una mera institución comparsa de los partidos políticos y la infinita capacidad de éstos de generar polémica informativa y división social.
(Texto tomado de Diego de los Santos, Las mujeres que no amaban a los hombres. El régimen feminista en España, 2ª ed. Sevilla, 2010, pp. 21-23 y 26),
NOTA: La mencionada Ley fue aprobada por todos los partidos políticos en el Congreso y en el Senado, incluso por los que se opusieron durante su tramitación. Sólo hubo una abstención. El miedo a ser tachados de machistas y perder así el voto femenino fue determinante (Lo mismo que el miedo a no gobernar les hace ceder continuamente ante las minorías nacionalistas). Hay que recordar que ya existían, desde 1989 (ampliados en 1999 y 2003), mecanismos específicos contras los denominados «malos tratos en el ámbito doméstico» antes de la Ley de Violencia de género, sin que ninguno produjera desigualdades.
[size=18]ADDENDA:
Pulsar en la siguiente información para tenere un ejemplo de lo que está sucediendo:
La Junta insta a no utilizar las palabras «parado» o «futbolista» por sexistas
Última edición por Genaro Chic el Lun Mayo 11, 2015 7:30 am, editado 1 vez
Genaro Chic- Mensajes : 727
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Re: Cuando maltratas a un hombre, dejas de ser mujer
El 25 de Octubre de 2006 publiqué en Diario de Sevilla el siguiente artículo, que creo que viene a cuento ahora respecto al tema aquí planteado:
Mujeres y hombres
Las mujeres con frecuencia señalan que su principal preocupación es la seguridad, que hace posible la estabilidad, necesaria para el mantenimiento de una familia. Es lo que lleva, en determinados casos, a la mujer joven a casarse con él hombre maduro que le ofrece esa estabilidad. En la naturaleza la mujer, que está preparada para transmitir la vida, busca instintivamente la seguridad que necesita para sacar adelante a unas crías poco hábiles para defenderse ellas mismas. Una naturaleza que les lleva a preferir al macho que sea capaz de pelear hasta la muerte, si es necesario, por ellas.
La búsqueda de la seguridad en otro implica la aceptación de la sumisión. Pero so debemos engañarnos: esa sumisión hay que ganarla continuamente, obligando al macho a un esfuerzo al que sólo puede verse inclinado si la recompensa lo vale. La sumisión se puede convertir, así pues, en un elemento de dominio, algo que al varón le resulta difícil de entender, dada, su propensión a la lucha. En el marco puramente natural esa recompensa es un sexo suficiente para el macho, con una sexualidad superficial pero exigente en su frecuencia (algo impuesto por el ritmo de llenado de las vesículas seminales), pero en el ambiente cultural, en el que el reparto de las hembras entre los machos (función primera del matrimonio) limita los impulsos poligámicos normales del macho dominante, éste exige también cariño y exclusividad. Algo que puede ayudar a explicar los problemas que suelen surgir en la pareja cuando las crías absorben buena parte de la dedicación de la madre.
Por otro lado, el desarrollo del individualismo racionalista que acompaña al fenómeno de la Ilustración lleva a la consideración de la persona exclusivamente como individuo, planteando teorías de igualdad que chocan, primero, con que las diferencias fisiológicas y funcionales entre la hembra y el macho son evidentes, y segundo, con que el ser humano no es ni el macho ni la hembra, sino los dos al mismo tiempo, formando un sistema (la "santísima dualidad") que sólo es posible abordar desde un pensamiento contradictorio, pues si bien la individualidad existe y es la base de la existencia, no es menos cierto que esa individualidad sólo se desarrolla en el marco del conjunto indisoluble.
Para que fuese posible el individualismo que se pregona como verdad excelente habría que empezar por eliminar las diferencias que permiten el desarrollo del sistema, marcadas por la naturaleza. Mientras esto no se consiga es fácil suponer que, si bien la mujer ha ido alcanzando cotas de libertad desde la perspectiva individualista creada por el varón, abandonando así la sumisión dominante (de nuevo el pensamiento contradictorio), lo ha hecho a cambio de ir perdiendo la seguridad y estabilidad que le daba el antiguo sistema (de perder al hombre, en suma). Puesto que no se ha cambiado la naturaleza, y puesto que los esquemas patriarcales están en franca recesión sin que se haya probado aún con éxito un nuevo sistema más acorde con la ideología racionalista dominante, es fácil entender, por un lado, el evidente desconcierto del varón en nuestras sociedades desarrolladas, pero también la soledad de la mujer insumisa (y ruego que no se entienda esto como un elogio del maltrato que en absoluto tiene que figurar en una pareja equilibrada, sino en el sentido tradicional antes señalado, sin extremismos: maltrato lo puede infligir cualquiera, uno con su mayor fuerza física y la otra con su mayor potencia mental).
Si se sigue el camino de posicionamiento frente al resto de la naturaleza, a la que se considera susceptible de ser sometida a los deseos de inmortalidad del hombre (un camino emprendido oficialmente en su último tramo a partir de la llamada Revolución Copernicana del siglo XVII), habrá que tomar conciencia de que las diferencias naturales existen, para ir haciéndolas desaparecer (o sea, para "desnaturalizarnos"), pero parece absurdo cerrar los ojos ante su existencia. Esta perspectiva puede ayudar a entender los llamados "malos tratos" (visibles) de la existencia doméstica, cuya multiplicación (pese a la represión legal) causa tanta alarma social. La tarea reconozco que es muy difícil, pero negarse a discutir sobre ella, partiendo de posturas de integrismo individualista, no creo que ayude a resolverlos problemas.
Las virtudes y valores sociales antiguos ya no sirven evidentemente en la carrera que nuestras sociedades han emprendido. Tenemos, por tanto, que buscar otros que funcionen realmente.
Mujeres y hombres
Las mujeres con frecuencia señalan que su principal preocupación es la seguridad, que hace posible la estabilidad, necesaria para el mantenimiento de una familia. Es lo que lleva, en determinados casos, a la mujer joven a casarse con él hombre maduro que le ofrece esa estabilidad. En la naturaleza la mujer, que está preparada para transmitir la vida, busca instintivamente la seguridad que necesita para sacar adelante a unas crías poco hábiles para defenderse ellas mismas. Una naturaleza que les lleva a preferir al macho que sea capaz de pelear hasta la muerte, si es necesario, por ellas.
La búsqueda de la seguridad en otro implica la aceptación de la sumisión. Pero so debemos engañarnos: esa sumisión hay que ganarla continuamente, obligando al macho a un esfuerzo al que sólo puede verse inclinado si la recompensa lo vale. La sumisión se puede convertir, así pues, en un elemento de dominio, algo que al varón le resulta difícil de entender, dada, su propensión a la lucha. En el marco puramente natural esa recompensa es un sexo suficiente para el macho, con una sexualidad superficial pero exigente en su frecuencia (algo impuesto por el ritmo de llenado de las vesículas seminales), pero en el ambiente cultural, en el que el reparto de las hembras entre los machos (función primera del matrimonio) limita los impulsos poligámicos normales del macho dominante, éste exige también cariño y exclusividad. Algo que puede ayudar a explicar los problemas que suelen surgir en la pareja cuando las crías absorben buena parte de la dedicación de la madre.
Por otro lado, el desarrollo del individualismo racionalista que acompaña al fenómeno de la Ilustración lleva a la consideración de la persona exclusivamente como individuo, planteando teorías de igualdad que chocan, primero, con que las diferencias fisiológicas y funcionales entre la hembra y el macho son evidentes, y segundo, con que el ser humano no es ni el macho ni la hembra, sino los dos al mismo tiempo, formando un sistema (la "santísima dualidad") que sólo es posible abordar desde un pensamiento contradictorio, pues si bien la individualidad existe y es la base de la existencia, no es menos cierto que esa individualidad sólo se desarrolla en el marco del conjunto indisoluble.
Para que fuese posible el individualismo que se pregona como verdad excelente habría que empezar por eliminar las diferencias que permiten el desarrollo del sistema, marcadas por la naturaleza. Mientras esto no se consiga es fácil suponer que, si bien la mujer ha ido alcanzando cotas de libertad desde la perspectiva individualista creada por el varón, abandonando así la sumisión dominante (de nuevo el pensamiento contradictorio), lo ha hecho a cambio de ir perdiendo la seguridad y estabilidad que le daba el antiguo sistema (de perder al hombre, en suma). Puesto que no se ha cambiado la naturaleza, y puesto que los esquemas patriarcales están en franca recesión sin que se haya probado aún con éxito un nuevo sistema más acorde con la ideología racionalista dominante, es fácil entender, por un lado, el evidente desconcierto del varón en nuestras sociedades desarrolladas, pero también la soledad de la mujer insumisa (y ruego que no se entienda esto como un elogio del maltrato que en absoluto tiene que figurar en una pareja equilibrada, sino en el sentido tradicional antes señalado, sin extremismos: maltrato lo puede infligir cualquiera, uno con su mayor fuerza física y la otra con su mayor potencia mental).
Si se sigue el camino de posicionamiento frente al resto de la naturaleza, a la que se considera susceptible de ser sometida a los deseos de inmortalidad del hombre (un camino emprendido oficialmente en su último tramo a partir de la llamada Revolución Copernicana del siglo XVII), habrá que tomar conciencia de que las diferencias naturales existen, para ir haciéndolas desaparecer (o sea, para "desnaturalizarnos"), pero parece absurdo cerrar los ojos ante su existencia. Esta perspectiva puede ayudar a entender los llamados "malos tratos" (visibles) de la existencia doméstica, cuya multiplicación (pese a la represión legal) causa tanta alarma social. La tarea reconozco que es muy difícil, pero negarse a discutir sobre ella, partiendo de posturas de integrismo individualista, no creo que ayude a resolverlos problemas.
Las virtudes y valores sociales antiguos ya no sirven evidentemente en la carrera que nuestras sociedades han emprendido. Tenemos, por tanto, que buscar otros que funcionen realmente.
Última edición por Genaro Chic el Lun Mayo 11, 2015 7:19 am, editado 1 vez
Genaro Chic- Mensajes : 727
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Cuando maltratas a un hombre, dejas de ser mujer
En este curso académico que ahora concluye leí a mis alumnos, casi cien, las causas aportadas por los trabajadores para una baja laboral. Se trataba de un pergamino del Antiguo Egipto. Las razones eran las normales: accidentes y compromisos familiares. La última decía: "No ha ido a trabajar porque ayer su mujer le dio una paliza". Los alumnos –europeos, americanos, africanos y asiáticos– se rieron. Todos. Cuando terminaron les dije: "Si el texto dijera 'María no fue a trabajar porque su marido le dio una paliza', ¿os hubierais reído?". Se atragantaron. Es el efecto de la propaganda institucional de protección a las mujeres maltratadas y ninguneadora de los hombres que sufren malos tratos, a pesar de que el 10% de las personas muertas a manos de su pareja son varones. Esta situación discriminatoria aumenta la penalización social del hombre maltratado, que ve cómo se ridiculiza su sufrimiento.
El feminismo de la opresión –no el de la igualdad ni el de la diferencia, que son distintos– es un proyecto de ingeniera social para cambiar la sociedad a través de la acción del Estado. El fundamento es que la mujer ha sido oprimida históricamente y que ahora debe predominar sobre el hombre para compensar la balanza de poder y en aras de su visibilidad social. Las leyes de discriminación por género y las instituciones públicas para la igualdad reproducen ese planteamiento. Los medios y la publicidad se han hecho eco de esta mentalidad. Por ejemplo, hay un anuncio de un rastreador de seguros en el que un hombre que está limpiando su casa es golpeado por un puño gigante cuando su mujer le pregunta si renuevan la póliza. La inversión de esos papeles sería impensable.
La violencia que sufren los hombres a manos de sus parejas no se quiere ver. Muchos varones lo contemplan con ironía, y muchas mujeres niegan que exista o que sea relevante. La mayor parte de la violencia sufrida por los hombres, física y psicológica, no se denuncia ni se cuenta; y menos aún la que tiene lugar en parejas homosexuales. La socióloga Laia Folguera, profesora de la Universidad de Barcelona, ha estudiado en Hombres maltratados. Masculinidad y control social a los varones heterosexuales que afirman sufrir o haber sufrido ese tipo de violencia a manos de su pareja, lo que le permite redefinir la violencia de género. Curiosamente, o no, España tiene un déficit en este tipo de estudios en comparación con Estados Unidos o el resto de Europa.
El "dar voz a los sin voz", como dice Folguera, le ha permitido mostrar la difícil adaptación de los hombres maltratados al entorno social, marcado por una visión sexista e injusta, y la reacción institucional, siempre discriminatoria y a veces cruel. Esa voz la da la autora en una tercera parte emocionante: "Relatos de vida". Son diez casos; diez varones, cinco de ellos con estudios universitarios. Entre ellos hay arquitectos, profesores, informáticos o empresarios. La mayoría prefiere quedar en el anonimato, sobre todo para ocultar el drama a sus hijos. Los testimonios son duros: agresiones físicas, humillaciones verbales en referencia a su masculinidad, gritos, insultos, amenazas, broncas sin sentido, infidelidades, control absoluto de movimientos y comunicaciones, anulación de la personalidad o desprecio a su trabajo, opiniones y gustos. Todo esto provoca miedo, sumisión, sufrimiento y tristeza, un estado de ceguera voluntaria suicida que el maltratado, además, no cuenta a nadie.
Los relatos dejan retazos de cómo trata el Estado a los hombres maltratados, especialmente si deciden divorciarse: pierden la custodia de sus hijos, su casa, buena parte de su sueldo y sus derechos, convirtiéndose en ciudadanos de segunda (violencia estructural o institucional). No tienen ningún tipo de ayuda específica; todo lo contrario que las mujeres. En esta España, una misma agresión lleva al hombre a la cárcel inmediatamente, sin presunción de inocencia (violencia de género), mientras que la mujer sigue el lento procedimiento ordinario (violencia doméstica). Las maltratadoras lo saben y se aprovechan, sobre todo si hay un proceso de divorcio de por medio.
En plena imposición estructural de un único modelo de ser hombre, el resultado es que la identidad del varón se convierte en problema. De esta manera, la mujer percibe el mensaje de que es mejor y que todo se le debe, mientras se señala al hombre como culpable de un pasado que no vivió; potencial agresor, se ve obligado a un cambio completo por portar valores, costumbres y actitudes negativas. El varón, además, debe aceptar como buenas (y merecidas) las actitudes sexistas, discriminatorias y agresivas hacia su sexo. La violencia sobre el hombre se ve como risible y atípica, lo que empeora la situación del maltratado, que pierde su dignidad e identidad porque no se siente comprendido e integrado, sino rechazado y anormal.
Este libro, presentado de una forma científicamente impecable y de fácil lectura, no oculta la violencia sobre la mujer ni la minimiza, sino que resalta la dificultades que las instituciones y el entorno ponen al hombre maltratado.
Laia Folguera, Hombres maltratados. Masculinidad y control social, Bellatera, Barcelona, 2014.
Jorge Vilches
http://www.libertaddigital.com/cultura/libros/2014-07-11/jorge-vilches-hombres-maltratados-72845/
NOTA MÍA:
El efecto gaseosa implica que después de mucha agitación lo normal no es que se restablezca una tranquilidad al destapar la botella para liberar la represión sino todo lo contrario, que explote y se desparrame el contenido.
Esto estimo que pasa en las relaciones sociales entre hombres y mujeres o viceversa. Estando la cultura que ha desarrollado el Estado basada en la fuerza física, como elemento represivo en última instancia, la mujer tradicionalmente se ha visto muy reprimida frente al varón. Al desarrollarse la cultura industrial y pasar la fuerza física del hombre a la máquina, para potenciarla, la mujer se ha visto liberada en parte y ha desarrollado un esperable proceso de liberación. Pero da la sensación de que se ha producido el susodicho efecto gaseosa, y es ahora en muchos casos el hombre el que se encuentra como víctima de la represión que él mismo ha provocado antes de que se abriera la botella de la citada industrialización.
El feminismo de la opresión –no el de la igualdad ni el de la diferencia, que son distintos– es un proyecto de ingeniera social para cambiar la sociedad a través de la acción del Estado. El fundamento es que la mujer ha sido oprimida históricamente y que ahora debe predominar sobre el hombre para compensar la balanza de poder y en aras de su visibilidad social. Las leyes de discriminación por género y las instituciones públicas para la igualdad reproducen ese planteamiento. Los medios y la publicidad se han hecho eco de esta mentalidad. Por ejemplo, hay un anuncio de un rastreador de seguros en el que un hombre que está limpiando su casa es golpeado por un puño gigante cuando su mujer le pregunta si renuevan la póliza. La inversión de esos papeles sería impensable.
La violencia que sufren los hombres a manos de sus parejas no se quiere ver. Muchos varones lo contemplan con ironía, y muchas mujeres niegan que exista o que sea relevante. La mayor parte de la violencia sufrida por los hombres, física y psicológica, no se denuncia ni se cuenta; y menos aún la que tiene lugar en parejas homosexuales. La socióloga Laia Folguera, profesora de la Universidad de Barcelona, ha estudiado en Hombres maltratados. Masculinidad y control social a los varones heterosexuales que afirman sufrir o haber sufrido ese tipo de violencia a manos de su pareja, lo que le permite redefinir la violencia de género. Curiosamente, o no, España tiene un déficit en este tipo de estudios en comparación con Estados Unidos o el resto de Europa.
El "dar voz a los sin voz", como dice Folguera, le ha permitido mostrar la difícil adaptación de los hombres maltratados al entorno social, marcado por una visión sexista e injusta, y la reacción institucional, siempre discriminatoria y a veces cruel. Esa voz la da la autora en una tercera parte emocionante: "Relatos de vida". Son diez casos; diez varones, cinco de ellos con estudios universitarios. Entre ellos hay arquitectos, profesores, informáticos o empresarios. La mayoría prefiere quedar en el anonimato, sobre todo para ocultar el drama a sus hijos. Los testimonios son duros: agresiones físicas, humillaciones verbales en referencia a su masculinidad, gritos, insultos, amenazas, broncas sin sentido, infidelidades, control absoluto de movimientos y comunicaciones, anulación de la personalidad o desprecio a su trabajo, opiniones y gustos. Todo esto provoca miedo, sumisión, sufrimiento y tristeza, un estado de ceguera voluntaria suicida que el maltratado, además, no cuenta a nadie.
Los relatos dejan retazos de cómo trata el Estado a los hombres maltratados, especialmente si deciden divorciarse: pierden la custodia de sus hijos, su casa, buena parte de su sueldo y sus derechos, convirtiéndose en ciudadanos de segunda (violencia estructural o institucional). No tienen ningún tipo de ayuda específica; todo lo contrario que las mujeres. En esta España, una misma agresión lleva al hombre a la cárcel inmediatamente, sin presunción de inocencia (violencia de género), mientras que la mujer sigue el lento procedimiento ordinario (violencia doméstica). Las maltratadoras lo saben y se aprovechan, sobre todo si hay un proceso de divorcio de por medio.
En plena imposición estructural de un único modelo de ser hombre, el resultado es que la identidad del varón se convierte en problema. De esta manera, la mujer percibe el mensaje de que es mejor y que todo se le debe, mientras se señala al hombre como culpable de un pasado que no vivió; potencial agresor, se ve obligado a un cambio completo por portar valores, costumbres y actitudes negativas. El varón, además, debe aceptar como buenas (y merecidas) las actitudes sexistas, discriminatorias y agresivas hacia su sexo. La violencia sobre el hombre se ve como risible y atípica, lo que empeora la situación del maltratado, que pierde su dignidad e identidad porque no se siente comprendido e integrado, sino rechazado y anormal.
Este libro, presentado de una forma científicamente impecable y de fácil lectura, no oculta la violencia sobre la mujer ni la minimiza, sino que resalta la dificultades que las instituciones y el entorno ponen al hombre maltratado.
Laia Folguera, Hombres maltratados. Masculinidad y control social, Bellatera, Barcelona, 2014.
Jorge Vilches
http://www.libertaddigital.com/cultura/libros/2014-07-11/jorge-vilches-hombres-maltratados-72845/
NOTA MÍA:
El efecto gaseosa implica que después de mucha agitación lo normal no es que se restablezca una tranquilidad al destapar la botella para liberar la represión sino todo lo contrario, que explote y se desparrame el contenido.
Esto estimo que pasa en las relaciones sociales entre hombres y mujeres o viceversa. Estando la cultura que ha desarrollado el Estado basada en la fuerza física, como elemento represivo en última instancia, la mujer tradicionalmente se ha visto muy reprimida frente al varón. Al desarrollarse la cultura industrial y pasar la fuerza física del hombre a la máquina, para potenciarla, la mujer se ha visto liberada en parte y ha desarrollado un esperable proceso de liberación. Pero da la sensación de que se ha producido el susodicho efecto gaseosa, y es ahora en muchos casos el hombre el que se encuentra como víctima de la represión que él mismo ha provocado antes de que se abriera la botella de la citada industrialización.
Genaro Chic- Mensajes : 727
Fecha de inscripción : 02/02/2010
La nueva guerra de los sexos
Una de las cosas de este país que más llaman la atención es el afán continuo por emplear maniqueísmos que lo que hacen es reflotar categorías cainitas de odio y enemistad, también hacia familiares y afines, que no casan nada bien en un Estado moderno y de derecho. Y que haya partidos empeñados en mantener en el centro de la escena política este tipo de anacronismos ha condicionado que aparezcan territorios sociológicamente nuevos, abonados con abusos. Hablando con claridad: la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género (LOVG: 2004), con la que aún no se ha logrado parar la sangría que sufren las víctimas, ha creado una nueva categoría de víctimas: “el hombre”, considerado culpable hasta que no demuestre su inocencia.
Así que no sé qué fue peor: o que Juan Fernando López Aguilar dinamitara, desde el timón del Ministerio de Justicia, las reglas del Estado de derecho y con modos chapuceros hiciera saltar el precepto de presunción de inocencia o que los magistrados del Tribunal Constitucional, arremangándose las puñetas, anularan la letra de nuestra Charta Magna con el objetivo de desestimar la inconstitucionalidad de la ley “López Aguilar” que, con la púrpura de la discriminación positiva y también gracias al aplauso de las Señorías del Congreso, entraba en vigor en junio de 2005.
La ley que nos hizo “distintos”
Para que no existan víctimas debe impedirse y, en caso de que no se pueda, debe ser castigado cualquier episodio de coacción, tortura y muerte, vengan de donde vengan, lo cometa quien lo cometa, sea en el ámbito laboral o doméstico. La disuasión y la condena son, por tanto, elementos “clave” dirigidos a controlar los desenfrenos que entrañan las furias del resentimiento, sobre todo en un país como el nuestro en el que una de cada cuatro separaciones lleva a sus espaldas una denuncia por malos tratos, denuncias que en 2014 han seguido creciendo.
Pues bien, con la ley que apadrinaba nuestro Licurgo “López Aguilar” resulta que el varón (en su condición de pareja o ex pareja) es considerado como malhechor justo en el momento en que se tramita una acusación en su contra. Además, ¿qué justicia es ésa cuando las amenazas y coacciones se conviertan automáticamente en “delito” si proceden del hombre, y en “falta” si las consuma una mujer?
No sé de qué se queja el ex ministro de Justicia cuando, a diferencia de la mayoría de los varones españoles, él consigue gritar su inocencia a los cuatro vientos en platós de TV a la carta… y aducir que está siendo calumniado sin pruebas. Yo no me meto en riñas de pareja. Únicamente planteo que su actual calvario es fruto de su preciosa contribución.
Si el Estado de derecho hace mutis por el foro…
Se anima a la delación gratis et amore, a que se amañen pruebas y denuncias falsas, como la de hace unos días, en la que se acusa a un ex novio de incumplir la orden de alejamiento cuando el hombre había fallecido hacía ya un año. Y a fuer de que ciertos procedimientos no encajan, por contrailustrados, dentro de las reglas del Estado de derecho, por soberbia nuestro prócer “López Aguilar” olvidó que de las disputas y rupturas amorosas sale y brota lo peor de lo peor del ser humano, sea mujer u hombre. Él sabe de lo que hablo.
A nuestro eurodiputado que por estas fechas se dedica a hablar de “el deber de “Europa a reaprender a tomar los derechos en serio”, le recuerdo que debido a esta suma y resta de derechos que traen consigo las ideas de la discriminación positiva, que debido al auge de los postulados posmodernos de la diferencia, que, debido, en suma, a la quiebra silenciosa, pero paulatina, de los principios universales de igualdad, él volcó toda sus simpatías sobre unos protocolos que contenían efectos jurídicamente perniciosos cuya cicuta, por cierto, él ahora está degustando a sorbos grandes.
Lograr la igualdad con los hombres, no contra los hombres
No es de recibo defender a estar alturas bioideologías que deterministamente equiparan “dolor”, “inferioridad”, “sumisión” a sexo femenino, y “violencia”, “superioridad” y “despotismo” a sexo masculino. Tal maniqueísmo nos conduce a un callejón sin salida, a la guerra de los sexos. En contra de estos abusos la filósofa y feminista francesa Elizabeth Badinter ha manifestado que la “posición de víctima se aproxima, por primera vez, a la de heroína. Las víctimas siempre tienen razón. […] Yo me sublevo contra las representaciones generalizadoras: “todas víctimas” que remite a “todos verdugos”, afirma Badinter, aunque“es verdad”, añade, “que hay muchas más mujeres que son víctimas de los hombres que al revés. Pero también hay verdugos-mujeres y arpías de todo género. En uno y otro caso son minorías que competen a la patología social o psicológica, y no a la realidad de los dos sexos”.
Una cosa más. Si la absolución del varón maltratador en muchas ocasiones no implica que sean falsos los hechos denunciados ante los tribunales, lo cierto es que, y en esto coincido con la jueza titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer 1 de Madrid Raimunda de Peñafort, “no puede permitirse que alguien crea que por el simple hecho de ser mujer puede obtener un privilegio de la ley de protección. Una cosa es ser mujer y otra ser víctima de maltrato, como distintos son los conceptos de hombres y maltratadores”.
En definitiva, quienes hace tiempo criticábamos y durísimamente la impunidad en que se movían los maltratadores –siempre recuerdo a Ana Orantes que, en un fatídico 1997 y tras una insólita decisión judicial que le obligaba a retornar al domicilio familiar, murió quemada viva a manos de su ex esposo-, vemos que ni la LOVG ni los resultados de su aplicación han sido en estos dos lustros los más adecuados. Y es que, como advertía San Bernardo de Claraval, “el infierno está lleno de buenas voluntades”. Por eso, y en mi opinión, la ley o, mejor, la igualdad ante la ley ha de ser la única brújula en la resolución de toda clase de conflictos.
Teresa González Cortés
http://vozpopuli.com/blogs/5835-teresa-g-cortes-la-nueva-guerra-de-los-sexos
Así que no sé qué fue peor: o que Juan Fernando López Aguilar dinamitara, desde el timón del Ministerio de Justicia, las reglas del Estado de derecho y con modos chapuceros hiciera saltar el precepto de presunción de inocencia o que los magistrados del Tribunal Constitucional, arremangándose las puñetas, anularan la letra de nuestra Charta Magna con el objetivo de desestimar la inconstitucionalidad de la ley “López Aguilar” que, con la púrpura de la discriminación positiva y también gracias al aplauso de las Señorías del Congreso, entraba en vigor en junio de 2005.
La ley que nos hizo “distintos”
Para que no existan víctimas debe impedirse y, en caso de que no se pueda, debe ser castigado cualquier episodio de coacción, tortura y muerte, vengan de donde vengan, lo cometa quien lo cometa, sea en el ámbito laboral o doméstico. La disuasión y la condena son, por tanto, elementos “clave” dirigidos a controlar los desenfrenos que entrañan las furias del resentimiento, sobre todo en un país como el nuestro en el que una de cada cuatro separaciones lleva a sus espaldas una denuncia por malos tratos, denuncias que en 2014 han seguido creciendo.
Pues bien, con la ley que apadrinaba nuestro Licurgo “López Aguilar” resulta que el varón (en su condición de pareja o ex pareja) es considerado como malhechor justo en el momento en que se tramita una acusación en su contra. Además, ¿qué justicia es ésa cuando las amenazas y coacciones se conviertan automáticamente en “delito” si proceden del hombre, y en “falta” si las consuma una mujer?
No sé de qué se queja el ex ministro de Justicia cuando, a diferencia de la mayoría de los varones españoles, él consigue gritar su inocencia a los cuatro vientos en platós de TV a la carta… y aducir que está siendo calumniado sin pruebas. Yo no me meto en riñas de pareja. Únicamente planteo que su actual calvario es fruto de su preciosa contribución.
Si el Estado de derecho hace mutis por el foro…
Se anima a la delación gratis et amore, a que se amañen pruebas y denuncias falsas, como la de hace unos días, en la que se acusa a un ex novio de incumplir la orden de alejamiento cuando el hombre había fallecido hacía ya un año. Y a fuer de que ciertos procedimientos no encajan, por contrailustrados, dentro de las reglas del Estado de derecho, por soberbia nuestro prócer “López Aguilar” olvidó que de las disputas y rupturas amorosas sale y brota lo peor de lo peor del ser humano, sea mujer u hombre. Él sabe de lo que hablo.
A nuestro eurodiputado que por estas fechas se dedica a hablar de “el deber de “Europa a reaprender a tomar los derechos en serio”, le recuerdo que debido a esta suma y resta de derechos que traen consigo las ideas de la discriminación positiva, que debido al auge de los postulados posmodernos de la diferencia, que, debido, en suma, a la quiebra silenciosa, pero paulatina, de los principios universales de igualdad, él volcó toda sus simpatías sobre unos protocolos que contenían efectos jurídicamente perniciosos cuya cicuta, por cierto, él ahora está degustando a sorbos grandes.
Lograr la igualdad con los hombres, no contra los hombres
No es de recibo defender a estar alturas bioideologías que deterministamente equiparan “dolor”, “inferioridad”, “sumisión” a sexo femenino, y “violencia”, “superioridad” y “despotismo” a sexo masculino. Tal maniqueísmo nos conduce a un callejón sin salida, a la guerra de los sexos. En contra de estos abusos la filósofa y feminista francesa Elizabeth Badinter ha manifestado que la “posición de víctima se aproxima, por primera vez, a la de heroína. Las víctimas siempre tienen razón. […] Yo me sublevo contra las representaciones generalizadoras: “todas víctimas” que remite a “todos verdugos”, afirma Badinter, aunque“es verdad”, añade, “que hay muchas más mujeres que son víctimas de los hombres que al revés. Pero también hay verdugos-mujeres y arpías de todo género. En uno y otro caso son minorías que competen a la patología social o psicológica, y no a la realidad de los dos sexos”.
Una cosa más. Si la absolución del varón maltratador en muchas ocasiones no implica que sean falsos los hechos denunciados ante los tribunales, lo cierto es que, y en esto coincido con la jueza titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer 1 de Madrid Raimunda de Peñafort, “no puede permitirse que alguien crea que por el simple hecho de ser mujer puede obtener un privilegio de la ley de protección. Una cosa es ser mujer y otra ser víctima de maltrato, como distintos son los conceptos de hombres y maltratadores”.
En definitiva, quienes hace tiempo criticábamos y durísimamente la impunidad en que se movían los maltratadores –siempre recuerdo a Ana Orantes que, en un fatídico 1997 y tras una insólita decisión judicial que le obligaba a retornar al domicilio familiar, murió quemada viva a manos de su ex esposo-, vemos que ni la LOVG ni los resultados de su aplicación han sido en estos dos lustros los más adecuados. Y es que, como advertía San Bernardo de Claraval, “el infierno está lleno de buenas voluntades”. Por eso, y en mi opinión, la ley o, mejor, la igualdad ante la ley ha de ser la única brújula en la resolución de toda clase de conflictos.
Teresa González Cortés
http://vozpopuli.com/blogs/5835-teresa-g-cortes-la-nueva-guerra-de-los-sexos
Genaro Chic- Mensajes : 727
Fecha de inscripción : 02/02/2010
El problema es la violencia, no el género
La violencia no tiene género
Naciones Unidas ha definido la “violencia de género” como “aquella que se dirige a individuos o grupos sobre la base de su género”. Es decir: para que un acto violento pueda ser categorizado como “violencia de género”, debería constatarse que el móvil del acto es el odio hacia el otro género como tal, de la misma forma que, por ejemplo, damos por hecho que la “violencia racial” se trata de aquella que fundamenta su eficacia en el odio de raza.
En los últimos tiempos, no obstante, hemos asistido a una progresiva ideologización de la cuestión, y el uso cotidiano de la expresión “violencia de género” ha devenido simplemente en la violencia del hombre hacia la mujer que, sin importar los verdaderos móviles de la misma, comenzaron a forjar la sensación de que en todo acto de violencia que vaya en esta dirección, media el odio hacia el sexo femenino como tal. Nada más alejado de la realidad.
La problemática de la violencia perpetrada por hombres hacia mujeres sería mejor abordada si se hiciera a un lado la ideología de género. En efecto, podríamos constatar que la violencia, en cuanto tal, tiene un sinfín de determinantes que exceden a la categoría del género que, llamativamente, se ha impuesto en nuestros días de manera excluyente como la razón explicativa de la violencia entre los sexos.
Pero la violencia es un flagelo que azota a nuestra sociedad en todas sus dimensiones. Por empezar, valdría recordar que según Datos Macro, en Argentina el 83,6% de los asesinados son hombres y el 16,4% mujeres. ¿Esto evidencia que tenemos que preocuparnos entonces más por los primeros que por las segundas? Semejante pregunta, en su propia ridiculez, pone de relieve la inconveniencia de recortar la realidad por los bordes del género.
Asimismo, la ideologización de la cuestión de la “violencia de género” nos lleva muchas veces a olvidar que la mujer también puede hacer uso de la violencia contra el hombre. Las consecuencias están a la vista: las manifestaciones contra la violencia de género se cierran discursivamente a la unidireccionalidad de la misma; la violencia de la mujer hacia el hombre es un recurso típico del humor y resulta socialmente aceptable; la academia no le presta la suficiente atención. Las investigadoras Ann Frodi, Jacqueline Macaulay y Pauline Thom han revelado por ejemplo que de 314 estudios sobre violencia realizados a lo largo de siete años, sólo el 8% se preocupaba sobre la violencia femenina.
¿Y es que verdaderamente la mujer también puede ejercer violencia contra el hombre? Hay estudios que han llegado a resultados determinantes. He aquí un breve recorrido sobre algunos de ellos.
En un estudio longitudinal realizado en Estados Unidos por Murray Straus y Richard Gelles con más de 430 mujeres maltratadas, se encontró que el hombre daba el primer golpe en el 42,6% de los casos mientras la mujer lo hacía en el 52,7%. En la Encuesta Nacional de Violencia Familiar de Estados Unidos (1990) se encontró que hombres y mujeres tenían mismas probabilidades de dar el primer golpe a su pareja en el marco de un conflicto. El Departamento de Justicia de Estados Unidos analizó los 75 mayores condados judiciales y halló que, de 540 asesinatos entre cónyuges, en 318 (59%) casos era mujer la víctima, y en 222 (41%) casos quien terminaba muerto era el hombre. Martín Fiebert, de la Universidad de California Long Beach, en base a 117 estudios que reunieron 72.000 casos, concluyó que “la violencia doméstica es mutua, y en los casos en que hay un solo miembro abusador, éste es un hombre o una mujer, por igual”. En la Universidad de Hampshire, estudios concretados por el Laboratorio de Investigaciones de la Familia en 1975, 1985 y 1992, hallaron que “las tasas de abuso eran semejantes entre esposos y esposas”. En el clásico estudio de Alice Eagly y Valerie Steffen sobre la violencia, se encuentra que los hombres son apenas más violentos que las mujeres. En una encuesta realizada en la Universidad de Lima se encontró que las mujeres atacan psicológicamente en el 93,2% de los casos mientras los hombres en el 88,3%, y físicamente las primeras en el 39,1% de los casos frente a un 28% en los hombres. La Universidad Nacional de México, con la ayuda de datos del Centro de Atención a la Violencia Intrafamiliar en México, halló que 2 de cada 50 hombres son víctimas de violencia física y psicológica por parte de su pareja (algo similar se encontró en Corea, Japón, India, y otros países latinoamericanos). En España, según cifras del año 2000 del Ministerio del Interior, el número que la violencia entre cónyuges dejó en ese año fue de 64 mujeres (59,26%) y 44 hombres (40,74%), aunque los casos en los que la persona terminó muriendo son bastante más altos para las mujeres (44 contra 7), no obstante lo cual, si agregamos en este análisis parejas de hecho y noviazgos, los números se vuelven a acercar (67 mujeres asesinadas y 44 hombres asesinados). En Kentuky (Estados Unidos) el Law Enforcement Asistance Administration estudió a parejas con problemas de violencia, encontrando que el 38% de los ataques eran de las mujeres hacia los hombres. En Inglaterra y Gales, la British Crime Survey reveló que el 4,2% de las mujeres y el 4,2% de los hombres informaban haber sido agredidos físicamente por su pareja. Otro estudio en Inglaterra, el de Michelle Carrado et al. examinó a 1.955 personas y halló que el 18% de los hombres y el 13% de las mujeres decían haber sido víctimas de violencia física por parte de sus parejas en algún momento de su vida. En Canadá, Reena Sommer de la Universidad de Manitoba llevó adelante una investigación de varios años y encontró que el 26,3% de los hombres admitió haber sido violento físicamente contra su pareja en algún momento, frente al 39,1% de mujeres que admitió lo mismo respecto del hombre. En Nueva Zelanda está el “estudio Dunedin”, en el cual 1.020 personas fueron examinadas durante veintiún años, y donde se encontró que el 37% de las mujeres declararon haber sido violentas con sus parejas, mientras el 22% de los hombres admitió lo mismo.
Ya hemos explicado que si bien se define la violencia de género como aquella que está motivada por el odio hacia el otro género, actualmente el uso de esta categoría se ha extendido a todos los casos en los que una mujer resulta agredida por un hombre, creándose la falsa sensación de que la violencia que va en este sentido está siempre determinada por el odio de género y que estamos inmersos en una suerte de “guerra de hombres contra mujeres”. Pero este reduccionismo no podría explicar, por ejemplo, porqué en Estados Unidos se ha encontrado que la violencia en parejas lesbianas y homosexuales es tan frecuente como la que ocurre en parejas heterosexuales. ¿No será que son móviles un poco más complejos y variantes que la simple aversión por el otro género, los que desencadenan comportamientos violentos?
Y es que entendiendo la violencia como un todo complejo, teniendo en cuenta que tanto hombres como mujeres pueden ser violentos entre sí y a raíz de las más variadas causas, podremos avanzar de manera mucho más contundente en la erradicación de la violencia en cuanto tal que es, en definitiva, el gran azote contra nuestra sociedad.
Agustín Laje
http://prensarepublicana.com/la-violencia-no-genero-agustin-laje-2/
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