Volver a ligar. Sobre el sentido de “religión”
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Volver a ligar. Sobre el sentido de “religión”
SOBRE EL SIGNIFICADO DE “RELIGIÓN”
Creo que, contemplado a una nueva luz, el término “religión” no ofrece demasiada dificultad para ser comprendido. Cicerón (De natura deorum II) dice que «qui autem omnia quae ad cultum deorum pertinerent diligenter retractarent et tamquam relegerent [...] sunt dicti religiosi ex relegendo», lo que se ha traducido por “quienes se interesan en todas las cosas relacionadas con el culto, las retoman atentamente y como que las releen, son llamados “religiosos” a partir de "releyendo"”.
Es posible que así sea, pero quiero recordar que el significado primario de ‘relegere’ no es ‘volver a leer’ sino ‘coger de nuevo’. En este sentido no estaría muy descaminado Lactancio (Institutiones Divinae’ IV) cuando liga la palabra ‘religio’ más bien a 'religare' que a ‘relegere’, que parece ser la originaria : «hoc vinculo pietatis obstricti Deo et religati sumus, unde ipsa Religio nomen accepit, non ut Cicero interpretatus est, a relegendo»(“obligados por un vínculo de piedad a Dios estamos “religados”, de donde el mismo término “religión” tiene su origen, no –como fue propuesto por Cicerón– a partir de “releyendo”). Posiblemente estén hablando de lo mismo, aunque el africano Lactancio (245?-325?), no entienda muy bien el significado de “relegere' empleado por el italiano Cicerón (106-43 a.C.) bastante antes.
Propongo reconsiderar el tema a partir de la perspectiva que G. Bataille (El erotismo, Barcelona, 1997 [1957]) ofrece para la idea de ‘sacrificio’: La recuperación por el ser humano de la muerte como algo que gusta a los dioses, o sea algo que está puesto por ellos en el orden natural de las cosas y que el hombre trata de prohibir en su marco de convivencia por el terror que le causa el conocimiento de que le ha de afectar necesariamente (S. Freud, El Malestar en la Cultura, Madrid, 1981 [1930]).
Ya he hablado en más de una ocasión, con anterioridad, sobre la necesidad que hay de contemplar la cultura como un acto de represión de los instintos primarios para evitar los efectos destructivos. Por ello se crea un nuevo marco de libertad, el marcado por las leyes (la ‘jaula de la libertad’) que impiden que, dentro del grupo, cualquiera pueda seguir sus pulsiones de provocar la muerte a los demás (sólo el grupo puede decidirlo en caso de necesidad mayor), pues la muerte ha de ser conjurada. La muerte es la puerta de salida de la vida como la puerta de entrada es el nacimiento. Las pulsiones sexuales también causan desasosiego y pueden llevar a enfrentamientos dentro del grupo si se deja a los individuos que procuren satisfacerlas libremente. Por ello la institución más antigua conocida en los grupos humanos es la del matrimonio, que regula el reparto de los machos entre las hembras (o viceversa, con más frecuencia). La naturaleza queda así reprimida.
Esta represión se entiende desde el principio que es contraria al orden impuesto en la naturaleza por los seres que –teóricamente al menos- establecieron unas reglas desde su perspectiva sobre-natural. Como esos seres divinos que tienen más ser, más gracia, pueden sentirse ofendidos por la actuación de ese mono que es capaz de comer el fruto del árbol de “conocer el bien y el mal”, del que habla el Génesis, o sea de conocer y por consiguiente ser capaz de actuar sobre la naturaleza haciéndoles la competencia, hubo que realizar una serie de rituales que hicieran saber a los dioses que no había ninguna mala intención en los actos de alteración del orden establecido.
Las ceremonias de 1) orgías (de ‘orgás’, tierra fecunda → ‘orgiasmós’ u orgasmo, paroxismo de la celebración) por un lado (la del sexo reproductor) y 2) las de los sacrificios (que recuperan la muerte) volvían así a establecer el vínculo con el mundo de lo divino, que la cultura amenazaba. Se establecía así, a través del acto de ‘relegare’, la ‘pax deorum’ (paz de los dioses) que preocupaba sobre todo a los antiguos romanos.
Que la represión superior del masculino mundo guerrero –el de la fuerza física- llevara a una persecución bastante general del femenino mundo brujeril –el de la mayor fuerza mental- es ya otro tema, que quizá haya dificultado la comprensión general al mezclarse con el plano general antes señalado.
G. Chic García. Escrito en 2008[/i][/i]
Creo que, contemplado a una nueva luz, el término “religión” no ofrece demasiada dificultad para ser comprendido. Cicerón (De natura deorum II) dice que «qui autem omnia quae ad cultum deorum pertinerent diligenter retractarent et tamquam relegerent [...] sunt dicti religiosi ex relegendo», lo que se ha traducido por “quienes se interesan en todas las cosas relacionadas con el culto, las retoman atentamente y como que las releen, son llamados “religiosos” a partir de "releyendo"”.
Es posible que así sea, pero quiero recordar que el significado primario de ‘relegere’ no es ‘volver a leer’ sino ‘coger de nuevo’. En este sentido no estaría muy descaminado Lactancio (Institutiones Divinae’ IV) cuando liga la palabra ‘religio’ más bien a 'religare' que a ‘relegere’, que parece ser la originaria : «hoc vinculo pietatis obstricti Deo et religati sumus, unde ipsa Religio nomen accepit, non ut Cicero interpretatus est, a relegendo»(“obligados por un vínculo de piedad a Dios estamos “religados”, de donde el mismo término “religión” tiene su origen, no –como fue propuesto por Cicerón– a partir de “releyendo”). Posiblemente estén hablando de lo mismo, aunque el africano Lactancio (245?-325?), no entienda muy bien el significado de “relegere' empleado por el italiano Cicerón (106-43 a.C.) bastante antes.
Propongo reconsiderar el tema a partir de la perspectiva que G. Bataille (El erotismo, Barcelona, 1997 [1957]) ofrece para la idea de ‘sacrificio’: La recuperación por el ser humano de la muerte como algo que gusta a los dioses, o sea algo que está puesto por ellos en el orden natural de las cosas y que el hombre trata de prohibir en su marco de convivencia por el terror que le causa el conocimiento de que le ha de afectar necesariamente (S. Freud, El Malestar en la Cultura, Madrid, 1981 [1930]).
Ya he hablado en más de una ocasión, con anterioridad, sobre la necesidad que hay de contemplar la cultura como un acto de represión de los instintos primarios para evitar los efectos destructivos. Por ello se crea un nuevo marco de libertad, el marcado por las leyes (la ‘jaula de la libertad’) que impiden que, dentro del grupo, cualquiera pueda seguir sus pulsiones de provocar la muerte a los demás (sólo el grupo puede decidirlo en caso de necesidad mayor), pues la muerte ha de ser conjurada. La muerte es la puerta de salida de la vida como la puerta de entrada es el nacimiento. Las pulsiones sexuales también causan desasosiego y pueden llevar a enfrentamientos dentro del grupo si se deja a los individuos que procuren satisfacerlas libremente. Por ello la institución más antigua conocida en los grupos humanos es la del matrimonio, que regula el reparto de los machos entre las hembras (o viceversa, con más frecuencia). La naturaleza queda así reprimida.
Esta represión se entiende desde el principio que es contraria al orden impuesto en la naturaleza por los seres que –teóricamente al menos- establecieron unas reglas desde su perspectiva sobre-natural. Como esos seres divinos que tienen más ser, más gracia, pueden sentirse ofendidos por la actuación de ese mono que es capaz de comer el fruto del árbol de “conocer el bien y el mal”, del que habla el Génesis, o sea de conocer y por consiguiente ser capaz de actuar sobre la naturaleza haciéndoles la competencia, hubo que realizar una serie de rituales que hicieran saber a los dioses que no había ninguna mala intención en los actos de alteración del orden establecido.
Las ceremonias de 1) orgías (de ‘orgás’, tierra fecunda → ‘orgiasmós’ u orgasmo, paroxismo de la celebración) por un lado (la del sexo reproductor) y 2) las de los sacrificios (que recuperan la muerte) volvían así a establecer el vínculo con el mundo de lo divino, que la cultura amenazaba. Se establecía así, a través del acto de ‘relegare’, la ‘pax deorum’ (paz de los dioses) que preocupaba sobre todo a los antiguos romanos.
Que la represión superior del masculino mundo guerrero –el de la fuerza física- llevara a una persecución bastante general del femenino mundo brujeril –el de la mayor fuerza mental- es ya otro tema, que quizá haya dificultado la comprensión general al mezclarse con el plano general antes señalado.
G. Chic García. Escrito en 2008[/i][/i]
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Fecha de inscripción : 02/02/2010
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