Economía de Prestigio y Economía de Mercado
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Economía de Prestigio y Economía de Mercado
ECONOMÍA DE PRESTIGIO Y ECONOMÍA DE MERCADO
Se entiende por economía de prestigio aquella que se basa en un planteamiento sobre todo emocional. La persona que quiere prosperar en ese campo procura manifestarse de forma destacada ante los demás y demostrar su supremacía haciendo favores a los demás, que a cambio han de reconocer la mayor calidad (ser mejor, no tener más cantidad) del ser de esa persona benefactora.
La manera de devolver esa deuda de gratitud es intentando por todos los medios agradecer con el propio comportamiento los favores recibidos procurando hacerle los más posibles al benefactor. Se genera así una deuda mutua de gratitud, porque lo que se entrega es la gracia ['gratia' en latín] de hacerlo, que, como su propio nombre indica, es gratis, aunque crea sin embargo una deuda no cuantificable con precisión.
Es más, la provocación a través de los favores ('Do ut des', "Te doy para que me des") es la base de la competencia, que sostiene al sistema y que puede llegar a ser agotadora. Por ejemplo, en el campo de la religión esa economía se manifiesta por medio de las pruebas de adhesión que se realizan hacia la divinidad (no valen las simples promesas de hacer algo), la cual, para manifestar su poder superior, se entiende que ha de devolver beneficios de una forma más espléndida.
Es un sistema que se basa sobre todo en la autoridad, o sea en la capacidad para hacer que los demás te sigan, a diferencia del de poder, que es la capacidad de obligar a otra persona a que haga algo.
La economía de prestigio es, por tanto, propia de los sistemas aristocráticos (en sentido originario: sociedades regidas por la autoridad –que no el poder- de los mejores que guían a las comunidades).
Pero en ellos la tendencia natural es a la cerrazón en sistemas nobiliarios de poder (que no de autoridad, o sea de la capacidad de seducir a los demás con la inteligencia generosa, y no de obligar por la fuerza) a través de la herencia de situaciones de hecho que tienden a convertirse en otras de derecho.
Contra estas situaciones de derecho tenderán a alzarse los grupos que se sienten ahogados por el sistema y explotados, que intentarán hacer valer otras ideas dominantes, como por ejemplo que lo que importa en el desarrollo de una comunidad es la inteligencia racional, que tiende a cuantificar los esfuerzos en un plano de igualdad. Contra un poder se alzará otro poder, en un sistema siempre de competencia, en este caso por la fuerza, que es el marco de la política (palabra derivada de 'pólemos', guerra).
El comercio impersonal, que llamamos hoy de mercado (no emocional, porque no se conoce necesariamente a quien creó el bien) crea un nuevo tipo de deuda, de límites concretos. La deuda en este caso está bien delimitada, no como en el caso de los favores, pues estos van en relación con la calidad de la persona, de forma que quien es más tiene que dar más y viceversa, y no se espera otra cosa. Por ejemplo, yo te facilito el acceso a unos ingresos y tú a cambio me votas.
El problema que presenta esta otra postura (que tiende a manifestarse en la economía de mercado, basada en la oferta y la demanda sobre bases en principio igualitarias, y no desigualitarias en la que uno es más que otro) es la evolución en la exaltación de lo racional hasta extremos racionalistas, o sea sectarios de la razón, lo que implica un individualismo cada vez mayor y la tendencia a la destrucción del sentimiento social como algo emocional (sentimiento que se sustituye por un contrato carente de emoción, basado sólo en los intereses cuantificados). La economía de mercado, por definición, carece de sentimientos.
O sea, que la competencia cuantitativa, en este plano, puede llegar a ser tan destructiva como en el contrario, cuando la dependencia de los favores del poderoso te hace en la práctica súbdito del mismo.
En el derecho romano se considera como merx el bien que es fungible. Como señala M.M. Benítez López (La venta de vino y otras mercancías en la jurisprudencia romana, Madrid, 1994, pp. 76-77) comentando un texto recogido en el Digesto (18.1. 35. 5), que dice: “en él, el jurista Gayo [120-178 d.C.] señala como principal característica de la 'mutui datio' [transmisión de la propiedad] la entrega de cosas que se concretan al pesarlas, contarlas o medirlas, que pasan a ser propiedad del mutuario, quien se obliga a devolver otras de la misma clase, como préstamo de consumo que es. Entre las cosas que se pesan, cuentan o miden hace una relación en la que se incluye el vino, el trigo y el aceite, además del dinero, cobre y metales preciosos".
La base del co-mercio [la trasmisión de la 'merx'] se encuentra siempre tanto en principios de prestigio como de utilidad, sin que se pueda distinguir una clara separación entre ellos (G. Chic García, El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad, 2009). De hecho la palabra merx (gen. mercis) se encuentra tanto tras de 'merced' como de 'mercancía'.
No hay corte absoluto entre economía de prestigio y economía de mercado, por más que en determinadas circunstancias pueda ser una preponderante sobre la otra, a la que nunca anula del todo sino que actúa en su seno.
Es algo que los economistas racionalistas (los que sólo creen el mercado, sea público o privado) deberían aprender. Sólo hay que fijarse en la naturaleza, sobre la cual se desarrolla la cultura, que no se rige por reglas de mercado. Porque suponer que la cultura suprime a la naturaleza (en vez de reprimirla para encauzarla) es una soberana estupidez. Así nos va.
Se entiende por economía de prestigio aquella que se basa en un planteamiento sobre todo emocional. La persona que quiere prosperar en ese campo procura manifestarse de forma destacada ante los demás y demostrar su supremacía haciendo favores a los demás, que a cambio han de reconocer la mayor calidad (ser mejor, no tener más cantidad) del ser de esa persona benefactora.
La manera de devolver esa deuda de gratitud es intentando por todos los medios agradecer con el propio comportamiento los favores recibidos procurando hacerle los más posibles al benefactor. Se genera así una deuda mutua de gratitud, porque lo que se entrega es la gracia ['gratia' en latín] de hacerlo, que, como su propio nombre indica, es gratis, aunque crea sin embargo una deuda no cuantificable con precisión.
Es más, la provocación a través de los favores ('Do ut des', "Te doy para que me des") es la base de la competencia, que sostiene al sistema y que puede llegar a ser agotadora. Por ejemplo, en el campo de la religión esa economía se manifiesta por medio de las pruebas de adhesión que se realizan hacia la divinidad (no valen las simples promesas de hacer algo), la cual, para manifestar su poder superior, se entiende que ha de devolver beneficios de una forma más espléndida.
Es un sistema que se basa sobre todo en la autoridad, o sea en la capacidad para hacer que los demás te sigan, a diferencia del de poder, que es la capacidad de obligar a otra persona a que haga algo.
La economía de prestigio es, por tanto, propia de los sistemas aristocráticos (en sentido originario: sociedades regidas por la autoridad –que no el poder- de los mejores que guían a las comunidades).
Pero en ellos la tendencia natural es a la cerrazón en sistemas nobiliarios de poder (que no de autoridad, o sea de la capacidad de seducir a los demás con la inteligencia generosa, y no de obligar por la fuerza) a través de la herencia de situaciones de hecho que tienden a convertirse en otras de derecho.
Contra estas situaciones de derecho tenderán a alzarse los grupos que se sienten ahogados por el sistema y explotados, que intentarán hacer valer otras ideas dominantes, como por ejemplo que lo que importa en el desarrollo de una comunidad es la inteligencia racional, que tiende a cuantificar los esfuerzos en un plano de igualdad. Contra un poder se alzará otro poder, en un sistema siempre de competencia, en este caso por la fuerza, que es el marco de la política (palabra derivada de 'pólemos', guerra).
El comercio impersonal, que llamamos hoy de mercado (no emocional, porque no se conoce necesariamente a quien creó el bien) crea un nuevo tipo de deuda, de límites concretos. La deuda en este caso está bien delimitada, no como en el caso de los favores, pues estos van en relación con la calidad de la persona, de forma que quien es más tiene que dar más y viceversa, y no se espera otra cosa. Por ejemplo, yo te facilito el acceso a unos ingresos y tú a cambio me votas.
El problema que presenta esta otra postura (que tiende a manifestarse en la economía de mercado, basada en la oferta y la demanda sobre bases en principio igualitarias, y no desigualitarias en la que uno es más que otro) es la evolución en la exaltación de lo racional hasta extremos racionalistas, o sea sectarios de la razón, lo que implica un individualismo cada vez mayor y la tendencia a la destrucción del sentimiento social como algo emocional (sentimiento que se sustituye por un contrato carente de emoción, basado sólo en los intereses cuantificados). La economía de mercado, por definición, carece de sentimientos.
O sea, que la competencia cuantitativa, en este plano, puede llegar a ser tan destructiva como en el contrario, cuando la dependencia de los favores del poderoso te hace en la práctica súbdito del mismo.
En el derecho romano se considera como merx el bien que es fungible. Como señala M.M. Benítez López (La venta de vino y otras mercancías en la jurisprudencia romana, Madrid, 1994, pp. 76-77) comentando un texto recogido en el Digesto (18.1. 35. 5), que dice: “en él, el jurista Gayo [120-178 d.C.] señala como principal característica de la 'mutui datio' [transmisión de la propiedad] la entrega de cosas que se concretan al pesarlas, contarlas o medirlas, que pasan a ser propiedad del mutuario, quien se obliga a devolver otras de la misma clase, como préstamo de consumo que es. Entre las cosas que se pesan, cuentan o miden hace una relación en la que se incluye el vino, el trigo y el aceite, además del dinero, cobre y metales preciosos".
La base del co-mercio [la trasmisión de la 'merx'] se encuentra siempre tanto en principios de prestigio como de utilidad, sin que se pueda distinguir una clara separación entre ellos (G. Chic García, El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad, 2009). De hecho la palabra merx (gen. mercis) se encuentra tanto tras de 'merced' como de 'mercancía'.
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Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
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