"Persona" no es lo mismo que "ser humano"
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"Persona" no es lo mismo que "ser humano"
'PERSONA' NO ES LO MISMO QUE 'SER HUMANO'
Dice el Diccionario de la Real Academia Española que la palabra 'persona' deriva del latín 'persōna 'máscara de actor', 'personaje teatral', 'personalidad', 'persona', y ésta del etrusco 'phersu', que a su vez deriva del griego prósōpon [rostro, máscara]. Etimología perfectamente aceptada. Pero a continuación da como primera acepción de la palabra la de «individuo de la especie humana», y en eso entendemos que hay que detenerse por razones históricas, indiscutibles hoy por hoy.
La persona, macho o hembra, sujeto de plenos derechos y obligaciones, representaba un papel de actor (de ahí le viene el nombre) fundamental en la sociedad; representación teatral (o sea, "a la vista de todos") en la que podía verse asistido por los tramoyistas (esclavos o simplemente domiciliados sin los mismos derechos). Y el tema estaba claro: todos eran seres humanos, pero unos más que otros. Era una cuestión de calidad. Algo que se ve con claridad, por ejemplo, en el derecho matrimonial: sólo se puede contraer matrimonio legítimo con quien tenga el mismo derecho a contraerlo.
Pero hoy da la sensación de que, arrastrados por el mismo racionalismo igualitario ilustrado que inspira la creación de la Real Academia en el siglo XVIII, no se aprecia la distinción que -hasta la imposición como dogma del igualitarismo en todos los constructos sociales- se hacía con claridad entre los conceptos "persona" y "ser humano".
«Personas» eran los sujetos de derechos y deberes propios de los ciudadanos que lo eran en sentido pleno, y que por supuesto eran seres humanos (los animales, por ejemplo, no tenían derechos, como algunos sí sostienen con fuerza hoy día). Tenían claro que los esclavos (y los extranjeros en general, aunque estuviesen domiciliados con los ciudadanos) eran seres humanos, con los cuales podían obtener sexualmente otros seres humanos, pero no los consideraban miembros de pleno derecho de la propia comunidad, que para ellos, lógicamente, era la verdadera.
En suma, sabían distinguir el concepto jurídico de "persona" del biológico de "ser humano". O sea, lo cultural (persona) de lo natural (ser humano). Y la cultura se establece sobre la naturaleza para reprimirla y encauzarla, pero no la sustituye como algunos parecen creer.
Si hoy abandonásemos esa confusión mental en que nos hemos instalado, aún antes de llegar -a través del capitalismo- a la globalización política que nos haga a todos personas-, posiblemente entenderíamos mejor problemas como, por ejemplo, el de los emigrantes ilegales y el trato que las naciones les dispensan.
Por supuesto, como la democracia era militar (sólo participan los hombres en su condición de guerreros) y se consideraba que ese arte era propio de los hombres, las mujeres no participaban en esas asambleas igualitarias ('ekklesia', 'comitia') aunque una parte de ellas fuesen personas (ciudadanas de pleno derecho). Igual que los hombres no participaban en las instituciones exclusivamente femeninas, como por ejemplo en Roma en las Bacanales.
De todas formas no debemos ver, antes de la Ilustración del siglo XVIII, una contraposición absoluta entre colores contrapuestos: por ejemplo blancos (personas) y negros (los que no lo eran). Tanto en un grupo como en otro existían distintos grados de matiz, de forma que las no personas podían llegar a un nivel de consideración de casi inhumanidad, de seres ni siquiera plenamente humanos, como supo ver C. Lévi-Strauss (Raza y cultura, Madrid, 1993, p. 49):
"La humanidad cesa en la frontera de la tribu, del grupo lingüístico, a veces hasta del pueblo, y hasta tal punto, que se designan con nombres que significan los «hombres» a un gran número de poblaciones llamadas primitivas (o a veces -nosotros diríamos con más discreción- los «buenos», los «excelentes», los «completos»), implicando así que las otras tribus, grupos o pueblos no participan de las virtudes -o hasta de la naturaleza- humanas, sino que están a lo sumo compuestas de «maldad», de «mezquindad», que son «monos de tierra» o «huevos de piojo». A menudo se llega a privar al extranjero de ese último grado de realidad, convirtiéndolo en un «fantasma» o en una «aparición»".
Esto es propio de cualquier mentalidad sustantivista, que valora más lo cualitativo que lo cuantitativo, como fundamentalmente son las antiguas, aquí tomadas en consideración.
Dice el Diccionario de la Real Academia Española que la palabra 'persona' deriva del latín 'persōna 'máscara de actor', 'personaje teatral', 'personalidad', 'persona', y ésta del etrusco 'phersu', que a su vez deriva del griego prósōpon [rostro, máscara]. Etimología perfectamente aceptada. Pero a continuación da como primera acepción de la palabra la de «individuo de la especie humana», y en eso entendemos que hay que detenerse por razones históricas, indiscutibles hoy por hoy.
La persona, macho o hembra, sujeto de plenos derechos y obligaciones, representaba un papel de actor (de ahí le viene el nombre) fundamental en la sociedad; representación teatral (o sea, "a la vista de todos") en la que podía verse asistido por los tramoyistas (esclavos o simplemente domiciliados sin los mismos derechos). Y el tema estaba claro: todos eran seres humanos, pero unos más que otros. Era una cuestión de calidad. Algo que se ve con claridad, por ejemplo, en el derecho matrimonial: sólo se puede contraer matrimonio legítimo con quien tenga el mismo derecho a contraerlo.
Pero hoy da la sensación de que, arrastrados por el mismo racionalismo igualitario ilustrado que inspira la creación de la Real Academia en el siglo XVIII, no se aprecia la distinción que -hasta la imposición como dogma del igualitarismo en todos los constructos sociales- se hacía con claridad entre los conceptos "persona" y "ser humano".
«Personas» eran los sujetos de derechos y deberes propios de los ciudadanos que lo eran en sentido pleno, y que por supuesto eran seres humanos (los animales, por ejemplo, no tenían derechos, como algunos sí sostienen con fuerza hoy día). Tenían claro que los esclavos (y los extranjeros en general, aunque estuviesen domiciliados con los ciudadanos) eran seres humanos, con los cuales podían obtener sexualmente otros seres humanos, pero no los consideraban miembros de pleno derecho de la propia comunidad, que para ellos, lógicamente, era la verdadera.
En suma, sabían distinguir el concepto jurídico de "persona" del biológico de "ser humano". O sea, lo cultural (persona) de lo natural (ser humano). Y la cultura se establece sobre la naturaleza para reprimirla y encauzarla, pero no la sustituye como algunos parecen creer.
Si hoy abandonásemos esa confusión mental en que nos hemos instalado, aún antes de llegar -a través del capitalismo- a la globalización política que nos haga a todos personas-, posiblemente entenderíamos mejor problemas como, por ejemplo, el de los emigrantes ilegales y el trato que las naciones les dispensan.
Por supuesto, como la democracia era militar (sólo participan los hombres en su condición de guerreros) y se consideraba que ese arte era propio de los hombres, las mujeres no participaban en esas asambleas igualitarias ('ekklesia', 'comitia') aunque una parte de ellas fuesen personas (ciudadanas de pleno derecho). Igual que los hombres no participaban en las instituciones exclusivamente femeninas, como por ejemplo en Roma en las Bacanales.
De todas formas no debemos ver, antes de la Ilustración del siglo XVIII, una contraposición absoluta entre colores contrapuestos: por ejemplo blancos (personas) y negros (los que no lo eran). Tanto en un grupo como en otro existían distintos grados de matiz, de forma que las no personas podían llegar a un nivel de consideración de casi inhumanidad, de seres ni siquiera plenamente humanos, como supo ver C. Lévi-Strauss (Raza y cultura, Madrid, 1993, p. 49):
"La humanidad cesa en la frontera de la tribu, del grupo lingüístico, a veces hasta del pueblo, y hasta tal punto, que se designan con nombres que significan los «hombres» a un gran número de poblaciones llamadas primitivas (o a veces -nosotros diríamos con más discreción- los «buenos», los «excelentes», los «completos»), implicando así que las otras tribus, grupos o pueblos no participan de las virtudes -o hasta de la naturaleza- humanas, sino que están a lo sumo compuestas de «maldad», de «mezquindad», que son «monos de tierra» o «huevos de piojo». A menudo se llega a privar al extranjero de ese último grado de realidad, convirtiéndolo en un «fantasma» o en una «aparición»".
Esto es propio de cualquier mentalidad sustantivista, que valora más lo cualitativo que lo cuantitativo, como fundamentalmente son las antiguas, aquí tomadas en consideración.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: "Persona" no es lo mismo que "ser humano"
Algunas reflexiones sociológicas sobre el tema
C. Lévi-Strauss, en Raza y cultura, Madrid, 1993, p. 49, nos dice que "la humanidad cesa en las fronteras de la tribu, del grupo lingüístico, a veces hasta del pueblo, y hasta tal punto, que se designan con nombres que significan los "hombres" a un gran número de poblaciones dichas primitivas (o a veces -nosotros diríamos con más discreción- los "buenos", los "excelentes", los "completos"), implicando así que las otras tribus, grupos o pueblos no participan de las virtudes -o hasta de la naturaleza- humanas, sino que están a lo sumo compuestas de "maldad", de "mezquindad", que son "monos de tierra" o "huevos de piojo". A menudo se llega a privar al extranjero de ese último grado de realidad, convirtiéndolo en un "fantasma"".
M. Eliade, en Lo sagrado y lo profano, Barcelona, 1985, p. 32, nos ayuda a comprender esto: "Lo que caracteriza a las sociedades tradicionales es la oposición que tácitamente establecen entre su territorio habitado y el espacio desconocido e indeterminado que les circunda: el primero es el "Mundo" (con mayor precisión: "nuestro mundo"), el Cosmos; el resto ya no es un Cosmos, sino una especie de "otro mundo", un espacio extraño, caótico, poblado de larvas, de demonios, de "extranjeros" (asimilados, por lo demás, a demonios o a los fantasmas). A primera vista, esta ruptura en el espacio parece debida a la oposición entre un territorio habitado y organizado, por tanto "cosmizado", y el espacio desconocido que se extiende allende sus fronteras: de un lado se tiene un "Cosmos", del otro, un "Caos". Pero se verá que, si todo territorio habitado es un Cosmos, lo es precisamente por haber sido consagrado previamente, por ser, de un modo u otro, obra de los dioses, o por comunicar con el mundo de estos. El "Mundo" (es decir "nuestro mundo") es un universo en cuyo interior se ha manifestado ya lo sagrado y en el que, por consiguiente, se ha hecho posible y repetible la ruptura de niveles [sagrado/profano]".
Debemos recordar que en el Código de Hammurabi o Hammurapi el hombre de la clase superior es denominado awilum, o sea simplemente "hombre", por oposición al mushkenum, palabra que se relaciona con nuestro vocablo "mezquino", y al esclavo individualizado o wardum. Cf. F. Lara Peinado, Código de Hammurabi, Madrid, 1986, pp. 84 y 88.
C. Lévi-Strauss, en Raza y cultura, Madrid, 1993, p. 49, nos dice que "la humanidad cesa en las fronteras de la tribu, del grupo lingüístico, a veces hasta del pueblo, y hasta tal punto, que se designan con nombres que significan los "hombres" a un gran número de poblaciones dichas primitivas (o a veces -nosotros diríamos con más discreción- los "buenos", los "excelentes", los "completos"), implicando así que las otras tribus, grupos o pueblos no participan de las virtudes -o hasta de la naturaleza- humanas, sino que están a lo sumo compuestas de "maldad", de "mezquindad", que son "monos de tierra" o "huevos de piojo". A menudo se llega a privar al extranjero de ese último grado de realidad, convirtiéndolo en un "fantasma"".
M. Eliade, en Lo sagrado y lo profano, Barcelona, 1985, p. 32, nos ayuda a comprender esto: "Lo que caracteriza a las sociedades tradicionales es la oposición que tácitamente establecen entre su territorio habitado y el espacio desconocido e indeterminado que les circunda: el primero es el "Mundo" (con mayor precisión: "nuestro mundo"), el Cosmos; el resto ya no es un Cosmos, sino una especie de "otro mundo", un espacio extraño, caótico, poblado de larvas, de demonios, de "extranjeros" (asimilados, por lo demás, a demonios o a los fantasmas). A primera vista, esta ruptura en el espacio parece debida a la oposición entre un territorio habitado y organizado, por tanto "cosmizado", y el espacio desconocido que se extiende allende sus fronteras: de un lado se tiene un "Cosmos", del otro, un "Caos". Pero se verá que, si todo territorio habitado es un Cosmos, lo es precisamente por haber sido consagrado previamente, por ser, de un modo u otro, obra de los dioses, o por comunicar con el mundo de estos. El "Mundo" (es decir "nuestro mundo") es un universo en cuyo interior se ha manifestado ya lo sagrado y en el que, por consiguiente, se ha hecho posible y repetible la ruptura de niveles [sagrado/profano]".
Debemos recordar que en el Código de Hammurabi o Hammurapi el hombre de la clase superior es denominado awilum, o sea simplemente "hombre", por oposición al mushkenum, palabra que se relaciona con nuestro vocablo "mezquino", y al esclavo individualizado o wardum. Cf. F. Lara Peinado, Código de Hammurabi, Madrid, 1986, pp. 84 y 88.
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