Prestigio vs Mercado
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¿El fin de la Historia o el regreso de lo mismo? (reflexiones teológicas)

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Mensaje  egarcia Dom Jul 25, 2010 9:28 pm

Individuos y comunidades han buscado siempre la seguridad frente a lo cambiante de la vida. Pero la seguridad no se encuentra en el futuro, sino en el pasado (cualquiera tiempo pasado fue mejor), pues la experiencia muestra que la añoranza del pasado es una forma melancólica de seguridad. Por eso se idealizó el transcurso de la historia como un repetirse siempre de lo mismo (eterno retorno), única forma posible de conciliar el paso del tiempo con lo inmutable del Ser, expresado en el renacimiento de las cosechas y en el regreso de las estaciones. La revolución ilustrada hizo imposible continuar confiando en esta forma rural de melancolía (sobre todo porque el terror y la melancolía son incompatibles). De pronto, comunidades e individuos se vieron, como quien dice, arrojados al futuro en una promesa imposible de crecimiento infinito de recursos, libertad y ganancias. La imagen del avance se expresó en la construcción incesante de líneas de ferrocarril, siempre en movimiento hacia el horizonte. Se piensa que la idea del progreso constante se alimentaba entonces de la noción de salvación que introdujo el cristianismo (Weber ha embotado durante demasiado tiempo nuestra conciencia). Pero a menudo se olvida que la promesa salvífica para el cristiano no está en la llegada del Reino, sino, una vez más, en el pasado. Hay que verlo más de cerca, volver a considerarlo, sin apresuramientos: para el cristiano, es ocioso recordarlo, la salvación no es algo que se espere, sino algo que ya se ha producido (el cristianismo es, visto en esta perspectiva, un judaísmo desactivado), por lo que la Segunda Venida no es más que una añoranza de Parasceve proyectada hacia delante. Mis amigos cristianos casi me convencen de que estamos ante el Signo de los tiempos: el desengaño final con respecto al progreso ilimitado (el alejamiento de Dios) nos arroja de nuevo a la añoranza del pasado (tradición). Pero la línea de pensamiento que caracteriza a la sociedad moderna no es cristiana, sino profundamente atea, por eso no puede concebir el regreso de lo mismo con ojos teológicos, y trata de conjugar la vuelta inevitable del pasado con una tozuda noción infinita de avance: la producción en masa para el consumo: siempre igual y siempre nueva (Toy Story 3). Hasta el arte se llega a contagiar de este carácter efímero y banal del futuro: ready made, objetos cotidianos en un nuevo contexto; series de obras iguales a las anteriores pero diferentes en la novedad de su producción por el artista. Ni siquiera cambia ya la luz que baña los objetos y que tanto enamoró a los impresionistas, creyentes como eran en la posibilidad de lo distinto. Lo que hace nuevo al arte nuevo no es entonces su objeto (¿quién cree ya en la belleza o en su contrario?), sino su sujeto, el artista: basta su decisión soberana para superar lo cotidiano. El mismo cristianismo pensó estar a la altura de las nuevas creencias e imaginó, como el arte, que su esencia estaba en la decisión subjetiva, soberana e inexplicable de descubrir a Dios, detrás de un galileo de apariencia vulgar. Renuncia de la Gracia y fe en el hombre (lo anticristiano). Y hete aquí que, finalmente, para ateos y cristianos, por distintos caminos, lo que crea la novedad es el deseo mismo de novedad por encima de la repetición del mundo. El arte en la era de su reproductividad técnica; la religión en la hora de un decisionismo desgraciado (sin Gracia). El fin del Mundo y de la Historia ¿no serán ya más que un accidente?

egarcia

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¿El fin de la Historia o el regreso de lo mismo? (reflexiones teológicas) Empty El fin del fin

Mensaje  Aarón Vie Jul 30, 2010 10:46 pm

Cuando (Walter) Benjamin se plantea la cuestión del aura en el arte, crea una enorme paradoja dentro de lo que puede ser su propio pensamiento al desmaterializar un elemento que había insistido, a lo largo de todo el siglo XX, en objetualizarse. Es lo que Danto llama la "transustanciación" de la obra de arte (La madonna futura, Barcelona 2004) al convertirse en un objeto que, por sí mismo, impone un paradigma que puede ser repetido. Sin embargo, este mismo aura permitió reintroducir el valor cualitativo en un objeto, el de arte, que había sido exonerado de esto al convertirse en valor refugio de la economía de postguerra (así lo sugieren, aunque sin atreverse del todo a desarrollarlo Nathalie Moureau y Dominique Sagot-Duvaroux en Le marché de l'art contemporain, París 2006, pág. 17 y ss.). Claro que no es lo único. Precisamente, no es casualidad que la obra benjamiana se circunscriba en un momento de crisis, desencanto y transición del pensamiento marxista que trató de desacralizar el mundo entrando, en mi opinión, en francas contradicciones.
Por ejemplo, trato de estructurar científicamente las relaciones interpersonales a través de una reivindicación del valor de comunidad frente al de individuo, pero al mismo tiempo situó a ese mismo individuo como eje de su desarrollo económico. Igualmente, criticó fervientemente la religión, o lo sagrado, por convertirse en superstición y, de esa forma, servir de instrumento de control de la masa; pero, como es sabido, ha tenido que servirse del culto personal al líder (como los fascismos) para sobrevivir, caso de Stalin, Mao o Kim Jong-il. Hay cosas que son imposibles de contener y la creencia es una de ellas. Por eso, la teoría en torno a la cual el choque de ideologías que cesó a la caída del Bloque Soviético habría de traer el finalismo histórico, no es más que otro espectro más en el viejo cementerio de las teorías pensamiento cíclico/pensamiento finalista. Prueba de ello es que la tendencia a la ruptura y cese de la materia en la que se trabaja había sido ya tratada por el arte postmoderno a comienzos de los 70. Y no es casualidad que coincida con el fracaso de las reivindicaciones sesentayochistas.
Creo, de hecho, que en el postmodernismo artístico podría estar parte de esta respuesta, como indica Marc Jimenez (Qu'est-ce que l'esthétique?, Paris 1997, pág. 413 y ss; en el mismo libro, muy interesante su reflexión sobre Marx y lo que llama la "infancia del arte"), ya que el deseo de ruptura, de crear tabula rasa no tiene más interés que el de fijar una nueva normativa, no el de romper con el mismo hecho de la normativa. En este sentido, el devenir histórico estaría sujeto al nuevo tiempo presente (esto es un poco de Aróstegui, qué duda cabe) en el cual se investiga en muchos casos de un modo casi periodístico. La verdadera crisis deviene, precisamente, cuando se hace necesario generar nuevas normas en las relaciones políticas, sociales y económicas que han venido impuestas por la despolitización de la vida de la comunidad, y, al mismo tiempo, por la inexistencia de una comunidad real. ¿Cómo se ha conseguido esto? Muy sencillo, alejando al individuo, en primer lugar, del resto de sus semejantes y, en segundo lugar, acercándolo a otros que tienen sus mismos intereses pero en lugares espaciales, y a veces incluso temporales, muy distantes. Malversando a Benjamin, la experiencia de shock (la experiencia fragmentada) se ha trasladado también a las relaciones interpersonales.
La forma más sencilla de hacer esto es a través de una educación burocratizada, maniatada y mediocre tanto en los docentes como en los que reciben la formación. Los instrumentos son banales, la información que se proporciona ineficaz y las nuevas normas que sustituyen a las anteriores son, por lo general, frágiles. De hecho, a través de los medios de comunicación masivos lo único en lo que se insiste es en romper la norma. Continuamente. Anuncio de Hugo Boss mediante, por citar un ejemplo.
Pero es que, además, voy más lejos. Visto en perspectiva, la única época real de revoluciones y reivindicaciones de colectivos organizados contra un poder fáctico ha sido el siglo XIX, alargado en algunos casos puntuales como el ruso hasta comienzos del XX. Al eclosionar el pensamiento ilustrado derivado desde el luteranismo y el calvinismo (no hace falta decir que es lógico que fuera desde tierras germanas el lugar del cual se propagó una mayor dimensión para el individuo), sólo quedaba ya situar a "Emilio" (el célebre personaje de Rousseau) en el centro de la sociedad. Para eso hicieron falta nuevas promesas que sustituyeran a las cristianas: daba igual el Reino de los Cielos, el importante era el que el individuo nacional reivindicase (e incluso inventase) aquí en la Tierra. No fue, por tanto, la corriente socialista-marxista la que arrastró al individuo hacia la desacralización de lo divino sino el nacionalismo burgués al sacralizar la tierra común, la nación. Esa lucha derivó en repúblicas, en el final del Antiguo Régimen (cambió la forma sagrada del Monarca por la forma sagrada de la soberanía nacional), y todo eso; pero también en el Imperialismo y, en última instancia, en dos guerras mundiales. Casi podría decirse que al triunfar el Imperialismo se acabó, de nuevo, la Historia. Luego vino todo lo demás. Porque tampoco es casualidad que todo este proceso sobreviniera en el declive de los dos grandes imperios español y francés que basaban su modelo en la fisiocracia a medio camino entre una economía de prestigio y otra de mercado. Al triunfar Gran Bretaña, la economía de mercado se abría paso.
Esa misma economía fue fundamental en el cambio de mentalidad que se observa, por ejemplo, en los impresionistas cuya pintura es, ante todo, burguesa. Al recorrer el Museo de Orsay en París pueden verse paisajes, pinturas delicadas, reflejos de la vida urbana en la que el flaneur, en palabras de Baudelaire, pasea por la ciudad maravillándose del avance que ha proporcionado la democracia burguesa. Su fracaso está en Auschwitz-Birkenau. Después, sólo era posible ya romper con toda norma porque depositamos tanta fe en el individuo y éste ha fracaso tan estrepitosamente que era difícil rehabilitarlo.

No obstante, todavía hubo algunos coletazos durante el siglo XX de las revoluciones anteriores. Aunque contradecir a Rifkin sea una osadía, creo que deberíamos restar dimensión al papel de la sociedad civil en la segunda mitad de siglo. El Mayo del 68 supuso en gran parte un absoluto fracaso. La Primavera de Praga acabó de aquella manera. El Movimiento de Derechos Civiles consiguió grandes cosas pero se diluyó, como el feminismo, en la aceptación o, aún peor, en la auto-marginación como forma de diferencia, y así hasta un buen número de movimientos que siguen suponiendo un modelo descafeinado del sistema decimonónico de individualismo. Probablemente porque la misma fe que tuvimos en la democracia burguesa la depositamos en el neoliberalismo. Ése que ha fracaso y que nos dijeron que había muerto. Ése que ha tiranizado nuestra enseñanza y enmudecido nuestra prensa. Ése que, a día de hoy, sigue siendo el cáncer enraizado por todos y cada uno de los órganos de nuestra sociedad.

Aarón
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Mensaje  Genaro Chic Sáb Jul 31, 2010 9:23 am

En su interesante respuesta a la no menos interesante exposición de Enrique, Aarón hace referencia al Museo parisino de Orsay al hablar del desarrollo del individualismo y su correlativa objetivación-conceptualización de la sociedad al hacerse más grande cada vez la jaula cultural de la libertad y encontrarse, por ende, los individuos cada vez más despegados entre sí en el marco de la misma.
Entre Enero y Abril se pudo ver en Madrid, gracias al patrocinio evergético de la Fundación Mapfre, la exposición 'Impresionismo. Un nuevo renacimiento', que recorría la historia de este movimiento artístico moderno, a través de las grandes obras del Musée d'Orsay y de la mano de maestros como Manet, Monet, Renoir, Sisley, Pisarro o Cézanne. Una visita virtual a la misma podemos seguir haciéndola a través de internet, y eso es sólo lo que quiero apuntar hoy a los que no la conozcan, por aquello de que se demuestra con imágenes lo que Aarón nos muestra con sus palabras. Es una visita en movimiento virtual y que siguiendo los pisos y flechas, se pueden ir contemplando todos los cuadros. La página es:
http://www.exposicionesmapfrearte.com/impresionismo/visita_virtual/visita_virtual.html .

Genaro Chic

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