Memorias de África y América (con los chinos por medio)
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Memorias de África y América (con los chinos por medio)
China y la invasión de Mali
Ni una sola imagen de los bombardeos de la aviación francesa sobre las ciudades de Gao, Konna y Kidal. ¿Cuántos muertos, heridos y desplazados? Silencio absoluto. La operación, diseñada por el Pentágono y ejecutada por Francia, con el pretexto de salvar a los malienses del integrismo islámico y combatir al terrorismo a las puertas de Europa, tiene lugar cuando la popularidad del presidente François Hollande cae en picado por la traición a su programa electoral.
“Misión civilizadora” contra los bárbaros es la cortina de humo para encubrir la estrategia de la OTAN de contener a China en África. Ahora es Mali, antes fueron Costa de Marfil, Sudán, Libia, y también están en la lista la República islámica de Mauritania y Argelia. En 2011, Sarkozy desplegó sus tropas en Costa de Marfil para colocar a su candidato Alassane Ouattara en la presidencia de este país, poseedor de petróleo, café y cacao, donde China ultimaba un acuerdo de inversión de 500 millones de dólares para la construcción de una central hidroeléctrica, con capacidad de exportar energía a los países vecinos.
En Sudán, EEUU rompió el país en dos (2011) y en la parte sur, empapada de oro negro y reconocida como el Estado número 193 de la ONU (mientras los palestinos y saharauis llevan décadas en la cola), se abrieron embajadas de EEUU y la UE (e Israel, que aumenta su presencia en Sudán, paliando los efectos de la pérdida de Egipto tras la caída de Mubarak), sobre inmensos campos petrolíferos y frente a minas de diamante y oro. Allí abortaron la oferta china de construir un megaoleoducto que pasaba por Kenia y terminaba en el Océano Indico. En Libia, la primera reserva de petróleo de África y la segunda de agua dulce del planeta, y donde unas 70 empresas chinas operaban, tras la toma del poder por los islamistas proOTAN, éstas han sido excluidas del mercado. Las sustituyen Alcatel-Lucent o Total.
Hilary Clinton criticaba en agosto de 2012 el hecho de que los africanos trabajaran con países que infringen los derechos humanos (o sea, China) y no con defensores de los valores democráticos (o sea su país). El principal objetivo de la OTAN es acabar con la contundente presencia china y su política basada en negocios que procuran beneficios mutuos, frente a la de EEUU y sus socios, que implantan bases militares, entrenan a soldados y pegan tiros.
En Mali
Vista la secuencia de los hechos, la cosa puede levantar la sospecha de ser una crisis planeada: 22 de marzo, golpe militar del oficial Amadou Sanogo, entrenado por los marines estadounidenses en Tejas, contra el presidente Amadou Touré, quien iba dejar el poder en las elecciones que debían celebrarse en abril; después llega la declaración de independencia del norte del país por los “laicos” tuareg y sus aliados islamistas (entre ellos los al qaedistas dirigidos por el argelino Mojtar Belmojtar, un ex muyahed que luchó en Afganistán, al servicio de EEUU contra el gobierno marxista de Nayibolah). El ejército aplaca la insurrección y pide ayuda a la ONU –ayuda que iba a ser política y de mediación, que no militar-para poner fin a una guerra tribal, abriendo el camino a la intervención extranjera.
Desde el inicio de 2012, el conflicto ya ha obligado a unas 200.000 personas a huir de sus hogares.
Malí, “el Sudán francés”, fue gobernado, tras su independencia de la metrópoli en 1960, por el socialista Modibo Keita, quien estrechó lazos con la Unión Soviética en materia comercial, cultural y militar. En 1968, el golpe de Estado organizado por Occidente que derroca a Keita, no impide el avance del “socialismo africano” en Angola, Etiopía y Mozambique, que se mueven en la zona de influencia soviética.
El fin de la URSS y la caída de aquellos gobiernos, deja el escenario libre a China y a los occidentales para ampliar su influencia en el continente. Con la privatización de los recursos naturales de Mali, las multinacionales europeas y las empresas chinas se hicieron con sus minas y su petróleo (ubicado justamente en la zona norte). El uranio maliense abastece el 38% de la necesidades de las 54 centrales nucleares francesas, mientras otro 50% se extrae de los países vecinos de Mali. Los contratos que unas 20 empresas chinas han firmado con este país, consisten en donaciones, préstamos sin intereses para construir viviendas y escuelas, inversión en industrialización, agroindustria, educación, salud y comunicación, así como en el desarrollo de una red ferroviaria.
En el vecino Níger, China ha roto el monopolio francés sobre el uranio de Azelik, y trabaja en la extracción de petróleo y la modernización de las instalaciones petrolíferas del país. En Chad, cerca de la capital, Yamena, y junto a la mayor base militar de Francia en África Central (desde donde ataca a Mali), China construye un oleoducto, una refinería, y un aeropuerto. La misma política en Camerún, Mauritania y Burkina Faso.
El regreso al colonialismo
La fragilidad de los regímenes afines a EEUU y Europa, en Asia y en África –por ser dictaduras corruptas, además de ser incapaces de garantizar un mínimo de bienestar a sus ciudadanos-, está propiciando la vuelta al colonialismo directo y con tropas en el terreno, asegurándose así un acceso duradero a los recursos naturales y las rutas comerciales. De ahí que EEUU y sus socios no vayan a salir de Irak, de Afganistán ni de Libia… por voluntad propia.
Que China – potencia sin bases militares fuera de su territorio- haya votado a favor de la intervención política de la ONU en Mali (que no el envío de tropas), muestra la importancia que tiene la estabilidad para su negocio de vender productos de consumo popular, y también garantizar la seguridad de sus ciudadanos. En 2012, medio centenar de trabajadores chinos fueron raptados en Egipto y Sudán.
A Pekín no le iría mal que los franceses aplastaran a los extremistas y bandidos, incluso si se quedaran atrapados en lo que va a ser un gigantesco pantano, mejor que mejor. ¿Piensa lo mismo la Alemania de Merkel, que se ha negado a echarle una mano a Hollande en ésta hazaña?
Nazanin Amirian
http://www.lamarea.com/2013/01/26/china-y-la-invasion-a-mali/
Ni una sola imagen de los bombardeos de la aviación francesa sobre las ciudades de Gao, Konna y Kidal. ¿Cuántos muertos, heridos y desplazados? Silencio absoluto. La operación, diseñada por el Pentágono y ejecutada por Francia, con el pretexto de salvar a los malienses del integrismo islámico y combatir al terrorismo a las puertas de Europa, tiene lugar cuando la popularidad del presidente François Hollande cae en picado por la traición a su programa electoral.
“Misión civilizadora” contra los bárbaros es la cortina de humo para encubrir la estrategia de la OTAN de contener a China en África. Ahora es Mali, antes fueron Costa de Marfil, Sudán, Libia, y también están en la lista la República islámica de Mauritania y Argelia. En 2011, Sarkozy desplegó sus tropas en Costa de Marfil para colocar a su candidato Alassane Ouattara en la presidencia de este país, poseedor de petróleo, café y cacao, donde China ultimaba un acuerdo de inversión de 500 millones de dólares para la construcción de una central hidroeléctrica, con capacidad de exportar energía a los países vecinos.
En Sudán, EEUU rompió el país en dos (2011) y en la parte sur, empapada de oro negro y reconocida como el Estado número 193 de la ONU (mientras los palestinos y saharauis llevan décadas en la cola), se abrieron embajadas de EEUU y la UE (e Israel, que aumenta su presencia en Sudán, paliando los efectos de la pérdida de Egipto tras la caída de Mubarak), sobre inmensos campos petrolíferos y frente a minas de diamante y oro. Allí abortaron la oferta china de construir un megaoleoducto que pasaba por Kenia y terminaba en el Océano Indico. En Libia, la primera reserva de petróleo de África y la segunda de agua dulce del planeta, y donde unas 70 empresas chinas operaban, tras la toma del poder por los islamistas proOTAN, éstas han sido excluidas del mercado. Las sustituyen Alcatel-Lucent o Total.
Hilary Clinton criticaba en agosto de 2012 el hecho de que los africanos trabajaran con países que infringen los derechos humanos (o sea, China) y no con defensores de los valores democráticos (o sea su país). El principal objetivo de la OTAN es acabar con la contundente presencia china y su política basada en negocios que procuran beneficios mutuos, frente a la de EEUU y sus socios, que implantan bases militares, entrenan a soldados y pegan tiros.
En Mali
Vista la secuencia de los hechos, la cosa puede levantar la sospecha de ser una crisis planeada: 22 de marzo, golpe militar del oficial Amadou Sanogo, entrenado por los marines estadounidenses en Tejas, contra el presidente Amadou Touré, quien iba dejar el poder en las elecciones que debían celebrarse en abril; después llega la declaración de independencia del norte del país por los “laicos” tuareg y sus aliados islamistas (entre ellos los al qaedistas dirigidos por el argelino Mojtar Belmojtar, un ex muyahed que luchó en Afganistán, al servicio de EEUU contra el gobierno marxista de Nayibolah). El ejército aplaca la insurrección y pide ayuda a la ONU –ayuda que iba a ser política y de mediación, que no militar-para poner fin a una guerra tribal, abriendo el camino a la intervención extranjera.
Desde el inicio de 2012, el conflicto ya ha obligado a unas 200.000 personas a huir de sus hogares.
Malí, “el Sudán francés”, fue gobernado, tras su independencia de la metrópoli en 1960, por el socialista Modibo Keita, quien estrechó lazos con la Unión Soviética en materia comercial, cultural y militar. En 1968, el golpe de Estado organizado por Occidente que derroca a Keita, no impide el avance del “socialismo africano” en Angola, Etiopía y Mozambique, que se mueven en la zona de influencia soviética.
El fin de la URSS y la caída de aquellos gobiernos, deja el escenario libre a China y a los occidentales para ampliar su influencia en el continente. Con la privatización de los recursos naturales de Mali, las multinacionales europeas y las empresas chinas se hicieron con sus minas y su petróleo (ubicado justamente en la zona norte). El uranio maliense abastece el 38% de la necesidades de las 54 centrales nucleares francesas, mientras otro 50% se extrae de los países vecinos de Mali. Los contratos que unas 20 empresas chinas han firmado con este país, consisten en donaciones, préstamos sin intereses para construir viviendas y escuelas, inversión en industrialización, agroindustria, educación, salud y comunicación, así como en el desarrollo de una red ferroviaria.
En el vecino Níger, China ha roto el monopolio francés sobre el uranio de Azelik, y trabaja en la extracción de petróleo y la modernización de las instalaciones petrolíferas del país. En Chad, cerca de la capital, Yamena, y junto a la mayor base militar de Francia en África Central (desde donde ataca a Mali), China construye un oleoducto, una refinería, y un aeropuerto. La misma política en Camerún, Mauritania y Burkina Faso.
El regreso al colonialismo
La fragilidad de los regímenes afines a EEUU y Europa, en Asia y en África –por ser dictaduras corruptas, además de ser incapaces de garantizar un mínimo de bienestar a sus ciudadanos-, está propiciando la vuelta al colonialismo directo y con tropas en el terreno, asegurándose así un acceso duradero a los recursos naturales y las rutas comerciales. De ahí que EEUU y sus socios no vayan a salir de Irak, de Afganistán ni de Libia… por voluntad propia.
Que China – potencia sin bases militares fuera de su territorio- haya votado a favor de la intervención política de la ONU en Mali (que no el envío de tropas), muestra la importancia que tiene la estabilidad para su negocio de vender productos de consumo popular, y también garantizar la seguridad de sus ciudadanos. En 2012, medio centenar de trabajadores chinos fueron raptados en Egipto y Sudán.
A Pekín no le iría mal que los franceses aplastaran a los extremistas y bandidos, incluso si se quedaran atrapados en lo que va a ser un gigantesco pantano, mejor que mejor. ¿Piensa lo mismo la Alemania de Merkel, que se ha negado a echarle una mano a Hollande en ésta hazaña?
Nazanin Amirian
http://www.lamarea.com/2013/01/26/china-y-la-invasion-a-mali/
Última edición por Genaro Chic el Vie Jul 26, 2013 9:15 pm, editado 1 vez
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
La agresiva política comercial china en América
La agresiva política comercial china
El gigante asiático está invirtiendo en África y América Latina a través de empresas que tienen el respaldo del Estado. El resto de los gobiernos deberían estar preocupados por el papel que Pekín jugará en el futuro
¿Por qué una empresa china semidesconocida ha puesto en marcha un plan para construir un canal que atraviese Nicaragua? No se ha escogido aún ninguna ruta concreta y las dificultades medioambientales y de ingeniería a las que se enfrenta la obra son enormes, pero el Gobierno nicaragüense aprobó hace poco una concesión de 50 años a la empresa para la realización y explotación del proyecto. Se calcula que el plan tendrá un coste aproximado de 40.000 millones de dólares, una suma que es cuatro veces mayor que el PIB anual del país centroamericano. Sabemos por qué el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, está interesado en que se lleve adelante. La construcción del canal podría reducir drásticamente el número de desempleados en el país, y los ingresos obtenidos por los derechos de tránsito podrían contribuir a la lucha contra la pobreza.
Ahora bien, ¿qué motivo es el que impulsa a una empresa china a asumir los inmensos costes y riesgos asociados al proyecto? Según un portavoz de la compañía, el tráfico de buques petroleros crecerá a toda velocidad en paralelo al comercio mundial, en especial cuando la revolución energética en Estados Unidos impulse un aumento de las exportaciones de recursos energéticos a Asia desde los puertos situados en el golfo de México. Además, como ocurre con los proyectos de infraestructuras financiados por empresas chinas en África y otras partes del mundo en vías de desarrollo, las obras crearán puestos para trabajadores chinos, y el canal garantizará el paso del petróleo, el gas, los metales y los minerales que China necesita para alimentar su crecimiento.
Esta historia contiene importantes enseñanzas para los Gobiernos y las empresas que compiten con grupos chinos en todo el mundo. En primer lugar, las compañías chinas pueden permitirse correr unos riesgos que para otros son inasumibles. Las empresas de propiedad estatal cuentan con el respaldo político y económico de sus Gobiernos, y ese es un factor que les da una ventaja comercial fundamental. Pero incluso las firmas que no son propiedad directa del Estado pueden obtener condiciones de financiación muy favorables si Pekín considera que sus planes de inversión son creíbles y que redundan en beneficio de los objetivos del Gobierno. En algunos casos, incluso pueden permitirse el lujo de sufrir pérdidas cuantiosas.
En segundo lugar, las empresas chinas pueden hacer negocios con socios que otros consideran que representan un riesgo excesivo. La mayoría de las empresas de todo el mundo se lo pensarían antes de invertir en un proyecto cuyo éxito depende de la fiabilidad de un Gobierno como el de Nicaragua, que es históricamente hostil a los intereses de Occidente, carece de calificación de solvencia para los inversores y podría nacionalizar el canal en el futuro. Sin embargo, Nicaragua no dispone de suficientes amigos internacionales como para atreverse a enemistarse con los ricos socios comerciales de Pekín. De hecho, las empresas chinas podrían utilizar su peso diplomático para obtener unas condiciones comerciales mucho más favorables que las que proporciona el canal de Panamá.
Lo que tenemos ante nuestros ojos es capitalismo de Estado, un sistema en el que los Gobiernos utilizan las empresas de propiedad estatal, otras empresas de propiedad privada pero políticamente leales, bancos y fondos soberanos para hacer realidad sus objetivos políticos. Se trata de un intento sistemático de usar los mercados para construir prosperidad y, al mismo tiempo, hacer todo lo posible para garantizar que sea el Estado el que decida quién resulta beneficiado. Y ningún Gobierno practica el capitalismo de Estado a mayor escala ni con tanto éxito como China.
Por supuesto, esta estrategia no se limita en absoluto a Nicaragua. China es el país cuyas inversiones más están creciendo en Latinoamérica y es ya también el mayor socio comercial de pesos pesados de la región como Brasil y Chile. Las exportaciones latinoamericanas a China aumentaron de 5.000 millones de dólares a 104.000 millones de dólares entre 2000 y 2012. La reciente visita de Estado de tres días del presidente Xi Jinping a México culminó con el anuncio de un partenariado estratégico y la expansión de los lazos comerciales, así como la garantía de que México reconoce oficialmente que Tíbet y Taiwán forman “parte inalienable del territorio chino”. Además, Canadá está desarrollando una intensa campaña para expandir su comercio con Asia en general y con China en particular.
En algunos círculos de Washington preocupa que las inversiones chinas en el hemisferio occidental sean un elemento más de la rivalidad geopolítica con Estados Unidos. Es indudable que, en Pekín, algunos piensan que el giro estadounidense hacia Asia, que incluye un mayor énfasis del Gobierno de Barack Obama en los vínculos comerciales y el traslado de recursos militares a la región, ha despertado la indignación de los dirigentes chinos, algunos de los cuales han llegado a decir que Estados Unidos quiere rodear China e impedir su crecimiento.
Pero China no está creando nuevos lazos comerciales en Centroamérica y América Latina como parte de una campaña de estilo soviético para establecer una cabeza de puente en el patio trasero de Washington. China y las empresas chinas están desarrollando también cada vez más actividad en África, Oriente Próximo, el sureste asiático y Europa, donde buscan obtener beneficios de sus inversiones, tener acceso a un número cada vez mayor de consumidores capaces de comprar las exportaciones chinas y asegurar a largo plazo el abastecimiento de los recursos que necesita el país para sostener el crecimiento, crear nuevos puestos de trabajo y reforzar la estabilidad interna. Eso sin contar con que, en Pekín, muchos funcionarios bien relacionados están ganando mucho dinero con estos acuerdos y contratos.
Sin embargo, el hecho de que la agresiva política comercial e inversora de China no sea un avance estratégico en el gran tablero de ajedrez no significa que las empresas y los Gobiernos extranjeros no deban estar preocupados por ella. Para empezar, en todos los países en vías de desarrollo, las empresas multinacionales de propiedad privada tienen que competir con las empresas estatales que cuentan con el respaldo del Estado chino y un considerable apoyo económico y político de sus respectivos Gobiernos, por lo que no compiten en condiciones de igualdad.
Y, si las empresas de otros países deben estar preocupadas por la fortaleza de China, por otra parte, a los Gobiernos deberían inquietarles todos los factores que hacen a China vulnerable. Al establecer todas esas nuevas relaciones en el mundo en vías de desarrollo, Pekín está asumiendo de forma precipitada unos riesgos políticos que no va a poder gestionar por falta de experiencia. En especial, a medida que el aumento de la producción nacional de energía en Estados Unidos le haga depender cada vez menos del crudo procedente de Oriente Próximo y África, China, con sus grandes necesidades energéticas, irá involucrándose cada vez más en los problemas de la región.
Y esa es una posibilidad que debe preocuparnos a todos, porque esta potencia, aún en pleno desarrollo y con un futuro que puede ser inseguro, pronto será la mayor economía del mundo, y eso hará aflorar unas debilidades que tendrán consecuencias para todos los que hacen negocios con China y para todos cuya vida depende de la estabilidad de la economía mundial.
Autor: Ian Bremmer, fundador y presidente de Eurasia Group, la principal firma mundial de consultaría e investigación sobre riesgos políticos. Su libro más reciente es Every nation for itself: Winners and losers in a G-Zero World, details risks and opportunities in a world without global leadership.
http://elpais.com/elpais/2013/07/25/opinion/1374754666_469917.html
El gigante asiático está invirtiendo en África y América Latina a través de empresas que tienen el respaldo del Estado. El resto de los gobiernos deberían estar preocupados por el papel que Pekín jugará en el futuro
¿Por qué una empresa china semidesconocida ha puesto en marcha un plan para construir un canal que atraviese Nicaragua? No se ha escogido aún ninguna ruta concreta y las dificultades medioambientales y de ingeniería a las que se enfrenta la obra son enormes, pero el Gobierno nicaragüense aprobó hace poco una concesión de 50 años a la empresa para la realización y explotación del proyecto. Se calcula que el plan tendrá un coste aproximado de 40.000 millones de dólares, una suma que es cuatro veces mayor que el PIB anual del país centroamericano. Sabemos por qué el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, está interesado en que se lleve adelante. La construcción del canal podría reducir drásticamente el número de desempleados en el país, y los ingresos obtenidos por los derechos de tránsito podrían contribuir a la lucha contra la pobreza.
Ahora bien, ¿qué motivo es el que impulsa a una empresa china a asumir los inmensos costes y riesgos asociados al proyecto? Según un portavoz de la compañía, el tráfico de buques petroleros crecerá a toda velocidad en paralelo al comercio mundial, en especial cuando la revolución energética en Estados Unidos impulse un aumento de las exportaciones de recursos energéticos a Asia desde los puertos situados en el golfo de México. Además, como ocurre con los proyectos de infraestructuras financiados por empresas chinas en África y otras partes del mundo en vías de desarrollo, las obras crearán puestos para trabajadores chinos, y el canal garantizará el paso del petróleo, el gas, los metales y los minerales que China necesita para alimentar su crecimiento.
Esta historia contiene importantes enseñanzas para los Gobiernos y las empresas que compiten con grupos chinos en todo el mundo. En primer lugar, las compañías chinas pueden permitirse correr unos riesgos que para otros son inasumibles. Las empresas de propiedad estatal cuentan con el respaldo político y económico de sus Gobiernos, y ese es un factor que les da una ventaja comercial fundamental. Pero incluso las firmas que no son propiedad directa del Estado pueden obtener condiciones de financiación muy favorables si Pekín considera que sus planes de inversión son creíbles y que redundan en beneficio de los objetivos del Gobierno. En algunos casos, incluso pueden permitirse el lujo de sufrir pérdidas cuantiosas.
En segundo lugar, las empresas chinas pueden hacer negocios con socios que otros consideran que representan un riesgo excesivo. La mayoría de las empresas de todo el mundo se lo pensarían antes de invertir en un proyecto cuyo éxito depende de la fiabilidad de un Gobierno como el de Nicaragua, que es históricamente hostil a los intereses de Occidente, carece de calificación de solvencia para los inversores y podría nacionalizar el canal en el futuro. Sin embargo, Nicaragua no dispone de suficientes amigos internacionales como para atreverse a enemistarse con los ricos socios comerciales de Pekín. De hecho, las empresas chinas podrían utilizar su peso diplomático para obtener unas condiciones comerciales mucho más favorables que las que proporciona el canal de Panamá.
Lo que tenemos ante nuestros ojos es capitalismo de Estado, un sistema en el que los Gobiernos utilizan las empresas de propiedad estatal, otras empresas de propiedad privada pero políticamente leales, bancos y fondos soberanos para hacer realidad sus objetivos políticos. Se trata de un intento sistemático de usar los mercados para construir prosperidad y, al mismo tiempo, hacer todo lo posible para garantizar que sea el Estado el que decida quién resulta beneficiado. Y ningún Gobierno practica el capitalismo de Estado a mayor escala ni con tanto éxito como China.
Por supuesto, esta estrategia no se limita en absoluto a Nicaragua. China es el país cuyas inversiones más están creciendo en Latinoamérica y es ya también el mayor socio comercial de pesos pesados de la región como Brasil y Chile. Las exportaciones latinoamericanas a China aumentaron de 5.000 millones de dólares a 104.000 millones de dólares entre 2000 y 2012. La reciente visita de Estado de tres días del presidente Xi Jinping a México culminó con el anuncio de un partenariado estratégico y la expansión de los lazos comerciales, así como la garantía de que México reconoce oficialmente que Tíbet y Taiwán forman “parte inalienable del territorio chino”. Además, Canadá está desarrollando una intensa campaña para expandir su comercio con Asia en general y con China en particular.
En algunos círculos de Washington preocupa que las inversiones chinas en el hemisferio occidental sean un elemento más de la rivalidad geopolítica con Estados Unidos. Es indudable que, en Pekín, algunos piensan que el giro estadounidense hacia Asia, que incluye un mayor énfasis del Gobierno de Barack Obama en los vínculos comerciales y el traslado de recursos militares a la región, ha despertado la indignación de los dirigentes chinos, algunos de los cuales han llegado a decir que Estados Unidos quiere rodear China e impedir su crecimiento.
Pero China no está creando nuevos lazos comerciales en Centroamérica y América Latina como parte de una campaña de estilo soviético para establecer una cabeza de puente en el patio trasero de Washington. China y las empresas chinas están desarrollando también cada vez más actividad en África, Oriente Próximo, el sureste asiático y Europa, donde buscan obtener beneficios de sus inversiones, tener acceso a un número cada vez mayor de consumidores capaces de comprar las exportaciones chinas y asegurar a largo plazo el abastecimiento de los recursos que necesita el país para sostener el crecimiento, crear nuevos puestos de trabajo y reforzar la estabilidad interna. Eso sin contar con que, en Pekín, muchos funcionarios bien relacionados están ganando mucho dinero con estos acuerdos y contratos.
Sin embargo, el hecho de que la agresiva política comercial e inversora de China no sea un avance estratégico en el gran tablero de ajedrez no significa que las empresas y los Gobiernos extranjeros no deban estar preocupados por ella. Para empezar, en todos los países en vías de desarrollo, las empresas multinacionales de propiedad privada tienen que competir con las empresas estatales que cuentan con el respaldo del Estado chino y un considerable apoyo económico y político de sus respectivos Gobiernos, por lo que no compiten en condiciones de igualdad.
Y, si las empresas de otros países deben estar preocupadas por la fortaleza de China, por otra parte, a los Gobiernos deberían inquietarles todos los factores que hacen a China vulnerable. Al establecer todas esas nuevas relaciones en el mundo en vías de desarrollo, Pekín está asumiendo de forma precipitada unos riesgos políticos que no va a poder gestionar por falta de experiencia. En especial, a medida que el aumento de la producción nacional de energía en Estados Unidos le haga depender cada vez menos del crudo procedente de Oriente Próximo y África, China, con sus grandes necesidades energéticas, irá involucrándose cada vez más en los problemas de la región.
Y esa es una posibilidad que debe preocuparnos a todos, porque esta potencia, aún en pleno desarrollo y con un futuro que puede ser inseguro, pronto será la mayor economía del mundo, y eso hará aflorar unas debilidades que tendrán consecuencias para todos los que hacen negocios con China y para todos cuya vida depende de la estabilidad de la economía mundial.
Autor: Ian Bremmer, fundador y presidente de Eurasia Group, la principal firma mundial de consultaría e investigación sobre riesgos políticos. Su libro más reciente es Every nation for itself: Winners and losers in a G-Zero World, details risks and opportunities in a world without global leadership.
http://elpais.com/elpais/2013/07/25/opinion/1374754666_469917.html
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