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El sexo y el mundo de los antiguos guerreros grecorromanos

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Mensaje  Genaro Chic Miér Jun 16, 2021 6:13 pm

El sexo y el mundo de los guerreros

La mujer en el mundo antiguo nunca podía ser igual al hombre. Y la sexualidad era, una vez más, el terreno en donde mejor se expresaba esa absoluta falta de igualdad que diferenciaba y limitaba las posibilidades de cualquier relación con una mujer.

La sexualidad romana estaba diseñada, desde el principio, como una sexualidad de la dominación, y por una dicotomía que se establecía no entre heterosexualidad u homosexualidad, sino entre la sexualidad considerada activa y la considerada pasiva. [No imperaba la ‘ley de Mahoma’]

El hombre era quien debía dominar e imponer su voluntad en el acto sexual. Ser el receptor del placer, no su dador. Las mujeres en la relación sexual se consideraba que ocupaban un lugar pasivo, y con el peor insulto que se podía aplicar a un hombre, mollis [blando], se vituperaba la conducta de aquellos hombres que en una relación homosexual habían ocupado el lugar pasivo que era propio de las mujeres o de los esclavos, pero impropio de un ciudadano libre.

Resulta pues lógico que prácticas como la felación sean empleadas también como otro de los más gruesos insultos que se le pueden dirigir a un hombre, pues representaba la inversión absoluta de papeles sociales ya que un varón, ser activo por excelencia, se pone al servicio de otro para darle placer.

Había mucho de metáfora política: el hombre que se ponía a disposición de otro hombre, adoptando un papel que le correspondía a personas de inferior estatus, no sólo confundía los papeles, compartiendo con éstos su inferior posición, sino que además parecía abdicar de su responsabilidad ciudadana haciéndolo.

Por estas razones en el mundo antiguo siempre se tuvo la idea de que la perfecta relación, la más compleja y la más satisfactoria, en el terreno de la amistad y en cualquier otro, sólo podía encontrarse con otro igual, un hombre, fuera del terreno desigual de la familia. Era precisamente fuera de ésta en donde el hombre antiguo buscaba lo que hoy en día definiríamos como la propia realización o, simplemente, la felicidad.

Y la verdadera amistad, que en el mundo antiguo está asociada a una intensidad de emociones que el mundo moderno reserva para el amor romántico -lo cual no implica, necesariamente, una relación erótica-, para los escritores antiguos sólo se podía encontrar en el hombre, un igual, pues sólo éste poseía la inteligencia y la moralidad mínima exigible para que ésta fuera posible. Unas cualidades que difícilmente se podrían encontrar en el sexo femenino sobre el cual los escritores del mundo antiguo, con escasas excepciones, nos legaron una nutrida tradición de discursos misóginos en los que la mujer era estigmatizada, ya desde el nacimiento, con una marca indeleble de inferioridad.

Una inferioridad que la relación sexual confirmaba, dentro de estas coordenadas de pensamiento, al enclaustrarlas en un papel pasivo, subordinado y, por tanto, desigual. Y ello aunque tuviesen asignado un papel tan importante como el de la reproducción y educación de los ciudadanos romanos. Papel por el que eran homenajeadas, si lo cumplían.

Todo la hasta aquí expuesto converge en un solo punto: el contexto social en el que se encuadraba el matrimonio y la visión social que el hombre romano tenía del mismo y de sus obligaciones procreadoras, no eran otro que el de unos deberes ante los que un buen ciudadano, tarde o temprano -más temprano que tarde-, tenía que plegarse.

Las necesidades afectivas o pasionales quedaban estrictamente expulsadas del tálamo conyugal, condenabas a satisfacerse fuera de él bien con prostitutas, concubinas y devaneos amorosos varios, o bien en relaciones homosexuales o de amistad con otros hombres. Sólo teniendo presente esta radical dislocación entre matrimonio, pasión amorosa y afectos humanos, podemos comprender, además de juzgarlos como los eternos tópicos sobre las relaciones matrimoniales y los problemas familiares de cualquiera época, los miedos, las angustias y las quejas reiterativas de los personajes de las obras de Plauto [254-184 a.C.] y Terencio [194-154 a.C.].

NOTA: En el mundo actual la guerra no es una cosa de hombres, sino de máquinas que pueden ser activadas tanto por hombres como por mujeres. La fuerza física ha pasado a la máquina y con ello ha cambiado la relación hombre/mujer.

Alejandro Rey Losada, La economia politica de los romanos, II: Ideal de la ciudad romana. El grupo poblacional, Santiago de Compostela, 2003, pp. 195-197.

Genaro Chic

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