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El carnaval y la represión

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Mensaje  Genaro Chic Vie Mar 04, 2011 12:09 pm

El Estado, basado en la fuerza y la racionalidad, es el represor del salvajismo -o sea de la vida natural- para encauzar las potencialidades de los instintos en beneficio de los individuos. Es precisamente la racionalidad la que lleva a la progresiva sustitución del estatus comunitario por el contrato social (de socii, de aliados, de “los que van con”, unidos por intereses y no por afectos; como los soceri o suegros, “pertenecientes a un mismo grupo social”). Pese a ese buscado predominio de la racionalidad que implica la sociedad, necesita un líder o guía, persona a la que se sigue, lo que implica reconocimiento de una desigualdad sustancial, propia de la situación natural. Por ello se dice que el líder ha de ser carismático, tener carisma (del gr. χάρισμα, de χαρίζεσθαι, agradar, hacer favores); y la χάρις (en latín gratia, gracia) es irracional, no medible de una forma objetiva, como sí lo son los elementos racionales.

La Religión se puede decir que es un paso previo al Estado (nota 1). De hecho en los textos más antiguos que conocemos, de la Mesopotamia de hace 4500 años, encontramos que el Palacio se va segregando del Templo: lo racional se va a separar progresivamente (sin romper nunca) de lo emocional, que es el campo del que siempre se parte para establecer el marco represivo de la cultura. La religión (de religare o relegere, religar o volver a elegir) intenta establecer un puente (pontem facere → pontífice) entre la vida natural y la cultural, entre Estado y Salvajismo.

No es, con todo lo contrario del Estado, sino su válvula de escape, que reprime al mismo tiempo que alivia.
Reprime (la Religión también es cultura) afirmando el control –como siempre a través de las creencias en principio- sobre los aspectos biológicos fundamentales de la vida humana, como son el instinto reproductor y el matador; y alivia estableciendo fiestas (contrarias al trabajo) en el marco cultural, que permitan acceder en el marco comunitario a la satisfacción de esas necesidades básicas. De ahí que, como estableció G. Bataille (El erotismo), las dos fiestas fundamentales son las orgías (suelta vigilada del instinto sexual) y los sacrificios o reconocimiento controlado de la sacralidad (sacrum facere) de la acción de la matanza; fiestas que pueden estar ligadas entre sí desde luego. Y recuerdo que la sacralidad es el sentimiento (no el razonamiento) de la realidad.

La ilusión del Estado será su progresiva independencia de la Religión
, al tratarse en el primer caso de una forma cultural más avanzada, y en la medida de lo posible prescindir de ella en cuanto se pueda, al menos como actividad pública (reduciéndola al ámbito de lo privado). El Estado procurará potenciar sus propios valores (o creencias interiorizadas: gobernar es hacer creer) para conseguir una autorrepresión que permita al mismo tiempo –paradójicamente si se quiere- el desarrollo de una libertad cultural, de jaula, distinta de la salvaje o natural.

Pero, por mucho que se las reprima, las tendencias salvajes –o naturales- siguen existiendo y se manifiestan, por ejemplo, en el desarrollo del consumo de drogas que permitan la evasión del sentimiento de represión.
De hecho lo que se busca con el consumo de drogas es romper las barreras asfixiantes del individualismo al que induce la racionalidad del Estado (tan beneficiosa por otro lado para la preservación de los individuos, aunque quizás no tanto para la de la especie). Una de esas drogas, la más antigua que conocemos pues se puede ligar al comienzo de la agricultura, es el vino, que desde siempre estuvo ligada a las fiestas religiosas (el que figure en el acto religioso fundamental del cristianismo no es una casualidad). Y en concreto sabemos que estuvo ligado a las fiestas orgiásticas, en las que la exaltación de la sexualidad salvaje –representada por el mundo femenino de las ménades o “locas”- estaba ligada al consumo del vino. Es lo que vemos en el antiguo mundo griego, con el culto a Diónysos; o en el romano con el correspondiente de Baco. En ambas el elemento menos culto jugaba el papel más importante, de ahí que, cuando un nuevo líder quería hacerse seguir, se favoreciera especialmente este tipo de cultos (como hicieron César y Marco Antonio en Roma o Pisístrato en Atenas) para luego, ya desde el poder, intentar reconducirlos. Algo así como lo sucedido con ese paréntesis anual que han sido los carnavales, donde se daba rienda suelta en un “adiós a la carne” a las pulsiones naturales que inmediatamente después eran reprimidas de modo especial durante el período de cuaresma.

Para hacerse una idea de lo que eran dichas fiestas podemos fijarnos en los que no dicen especialistas tan serios como M.P. Nilsson y J.H. Croon, en su art. "Dionysia" en The Oxford Classical Dictionary, 2ª ed., New York, 1976 (r.), p. 350, referido a Atenas:

“Las Dionysias Urbanas eran un gran festival que reunía a gentes de todas partes. La estatua de Diónysos era llevada al templo que había en la Academia y, partiendo de allí, el dios hacía su epifanía con mucha pompa; se llevaban falos en la procesión, que iba hacia el templo que estaba en la vertiente meridional de la Acrópolis donde se realizaban sacrificios….”

Evidentemente este culto a la fecundidad no fue exclusivo del mundo grecorromano. Se puede ver con claridad en la fiesta japonesa, que se sigue celebrando como rito aunque la mayoría de los asistentes ignoran ya el mensaje religioso, llamada el Festival del Pene (o Falo). El video adjunto te puede dar una idea de lo que eran las fiestas de navidad y de primavera en la antigua Atenas.


http://www.blog-latino.com/curiosidades/el-japon-celebran-el-penis-fiesta-de-la-fertilidad/

NOTA: M. Bloch, Prey into Hunter. The Politics of Religious Experience, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, entiende que la religión y la política son dos caras de una misma moneda: el poder.

Genaro Chic

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