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Por qué Roma se volcó en la navegabilidad del Guadalquivir y no de otros ríos hispanos

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Por qué Roma se volcó en la navegabilidad del Guadalquivir y no de otros ríos hispanos Empty Por qué Roma se volcó en la navegabilidad del Guadalquivir y no de otros ríos hispanos

Mensaje  Genaro Chic Lun Ene 30, 2023 11:03 pm


En 2001 publicó Manuel J. Parodi el libro Ríos y lagunas de Hispania como vías de comunicación, que es un tema que siempre me ha interesado (he procurado estudiar la navegación por el Guadalquivir y el Genil en época romana) y por eso había incitado al autor a tratarlo. Una decena de años después tuve el honor de formar parte, en Tarragona, del tribunal que juzgó la tesis doctoral de Pau de Soto Cañamares, Anàlisi de la xarxa de comunicacions i del transport a la Catalunya romana: estudi de la distribució i la mobilitat. La vuelta a revisar este buen trabajo, publicado en internet, me ha sugerido una reflexión:

Tanto el Ebro como el Guadalquivir debieron ser para Roma los dos ejes fundamentales de su acción en la Península Ibérica, sin duda porque heredaban una ya larga tradición, como podemos percibir observando los focos principales de las acuñaciones de la época tardorrepublicana romana en este escenario.


Que prestara más interés por la provincia que estaba más lejos (Ulterior), a la que se denominaría por el nombre de su principal río (Baetica), sobre todo a partir de Augusto, puede tener una explicación económica. En una época en la que G. Julio César II Augusto (63 a.C.-14 d.C.) logró apoderarse de Egipto y convertirse en la persona posiblemente más rica en el mundo de su tiempo, introdujo en su patria romana los modos que ya su antecesor, del que era heredero, había ido aprendiendo en la tierra de Cleopatra VII (69-30 a.C.), la última faraona de la dinastía ptolemaica. Y ello había de afectar a todo su imperio, que en adelante se iba a ir “egiptizando” progresivamente. Como hecho en absoluto de poca importancia Roma heredó entonces (30 a.C.) el control directo en Occidente de la Ruta de la Seda por mar (la ruta por tierra, que llegaba hasta Siria, ya había sido controlada por Pompeyo (106-58 a.C.), al convertir en 64 a.C. este reino en provincia romana). Esa Ruta que habían sabido explotar ya los dinastas ptolemaicos y que sabemos que ahora, bajo el control directo de Roma, se iba a potenciar enormemente, hasta el punto de que más de la mitad de los ingresos fiscales del mundo romano procedían de esas aduanas que cobraban un elevadísimo impuesto por el tráfico de las mercancías (25%, frente al portorium normal en el mundo mediterráneo, que no pasaba del 2’5%). La economía de prestigio exigía el lujo, y éste tenía un alto precio.

Pero, evidentemente, para que desde el Lejano Oriente llegasen las sedas y otras maravillas apetecidas, había que enviar algo importante a cambio. Y sabido es que, desde siempre, la otra gran potencia del mundo conocido entonces, China, ansiaba algo que apreciaba y que apenas tenía: la plata. Algo en lo que tampoco abundaba Egipto, donde los cuatro metales básicos -hierro, cobre, plata y oro- tenían que importarse.  Pero la usó e incluso (en época ptolemaica) acuñó, suministrada por los fenicios occidentales de Cartago, que además abrieron las minas argentíferas más importantes en Hispania, frente a la metrópoli púnica. La caída de Cartago Nova en manos de Roma (206 a.C.) coincide con el cese de las acuñaciones de plata egipcias.

La extracción de la plata cartagenera decae al final de la República romana, pero no sucede lo mismo con las minas del Guadalquivir, ni, sobre todo las del extremo oeste, en Huelva, cuya explotación se va a reactivar en gran manera a partir de esta época. En el Guadalquivir se estableció la colonia de Corduba (mediados del s. II a.C.), en un sitio inmejorable para el control de la zona minera del Alto rio, al tiempo que en otra colonia, desde la que se podía controlar la ruta del suroeste, Hispalis (45 a.C.), con un puerto marítimo-fluvial, se establecía la principal para el comercio, a la manera que lo hacía Alejandría en Egipto.

Una y otra colonia, de ciudadanos romanos, se iban a ver conectadas no sólo por tierra, con la vía Augusta, sino también con otra que, para las mercancías voluminosas, permitía un transporte mucho más barato: la fluvial. El río Baetis (el “río grande” de los musulmanes) tiene mucha pendiente y no mucho caudal, por lo que, como señala Estrabón (III, 2, 3 (141)) en esa época, sólo se usaban barcas de ribera, pero ahora las cosas cambian, igual que cambiaron para los ríos italianos que abastecían a Roma, como nos deja patente Casio Dión (LVII, 14, ocho) al hablarnos de los conflictos que, desde el comienzo, tuvo Tiberio con las quejas de quienes se veían afectados por las nuevas medidas de regulación del Tíber y sus principales afluentes. Unas obras de regulación en la que eran consumados maestros los ingenieros egipcios y que Augusto emprendió para hacer navegable ese río que tanto le interesaba. Las obras, coetáneas con otras relativas a la elevación de las nuevas colonias, fueron sin duda posibles gracias a las grandes inversiones realizadas por el emperador, que disponía ahora, como es sabido, de enormes riquezas que supo invertir. El nivel de vida de los romanos subió con fuerza y el genio del artífice de tal obra se elevó a la mayor altura. A la de los dioses, como la de los antiguos faraones de Egipto.

La navegabilidad del Ebro en esa zona también la tenemos atestiguada para la misma época. El testimonio que nos da Plinio [c. 23-79] (HN III, 4. 21) sobre la misma es claro: “La región de los ilergaones; el río Hibero, rico por su tráfico naval, que ha nacido entre los cántabros no lejos de la población de Julióbriga, cuyo curso mide 450.000 pasos [343 km] y es navegable 260.000 pasos  [198 km] desde la población de Vareia [Logroño], por el cual los griegos llamaron Hiberia a toda Hispania”).

La zona del Ebro también se beneficiaría de la nueva política económica y administrativa de Augusto, pero parece claro que no tanto como la del Guadalquivir, donde, desde el final de la época del gobierno de Augusto, comienzan a aparecer las primeras marcas, impresas en el barro de las ánforas de aceite fabricadas en los alfares de sus orillas, que se habrían de exportar, por vía fluvial, hasta el puerto hispalense, desde donde, en adelante, atravesaría los mares. Los talleres de fabricación de ánforas (un envase idóneo por su baratura para la navegación) empiezan a surgir entonces en las orillas del Baetis, pero no del Hiberus.

Genaro Chic

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