Lo interesante y lo importante
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Lo interesante y lo importante
Lo interesante y lo importante
Señalaba un ilustre colega en el Congreso de Jóvenes Geógrafos e Historiadores que a comienzos del curso académico 1990‑91 tuvo lugar en Sevilla, que lo único que interesaba en Historia era lo que había ocurrido a partir de la Conferencia de Yalta (1945). ¿Hasta qué punto es admisible esta afirmación? ¿Nos interesa únicamente lo sucedido en los últimos 50 años? ¿Es esta actitud nuestra algo nuevo, algo que nos haga plantearnos la Historia de un modo diferente a como se ha hecho siempre?
Si juzgamos por los planes oficiales de estudio con que nuestro sistema social quiere formar la mente de nuestros hombres y mujeres futuros, todo parece indicar que sí, que nos adentramos en una época en la que el pasado más remoto no debe contar, que es un lastre, que conservar el recuerdo de épocas pretéritas es un inconveniente que dificulta la proyección hacia el futuro. Una actitud la nuestra que por otro lado no es muy original ni la podemos achacar sin más a los regímenes liberales, ahora que desde Estados Unidos se propaga la idea del fin de la Historia. Recordemos la célebre Revolución Cultural Proletaria china de los años sesenta o la labor de aniquilación consciente del pasado llevada a cabo por los khmer rojos en Camboya. A izquierda y derecha, por donde se mire, la Historia aparece como un estorbo en el camino del progreso. Sólo cuenta, sólo debe contar, el presente, y éste solo puede tener su proyección en el futuro. El pasado ata, y el nuevo espíritu de libertad exige la liberación de todo tipo de ataduras que dificulten la marcha hacia el progreso. Un progreso, por otro lado, que sólo se puede entender en el camino de la liberación respecto al medio natural, ese medio al que hay que dominar en lucha titánica para que el pensamiento creador se sobreponga a la materia que lastra la vida humana con sus imposiciones: Hay que dominar a la Naturaleza para evitar estar dominado por ella, como le sucede a los demás seres con los que convivimos.
Ese antiquísimo sueño prometeico de liberación parece que va a terminar por absorber a la realidad y debemos esforzarnos colectivamente en la medida que podamos para facilitar su éxito: Que el hombre deje de ser un sueño de Dios para convertirse en la única realidad que sueñe y en ese sueño cree a todo lo demás. La idea de progreso, la fe en nosotros mismos, parece por fin haber vencido sobre las tinieblas de un oscurantismo derivado de la idea de dependencia respecto a seres exteriores, o sea dioses, que nos habríamos inventado para, de alguna manera, explicar nuestro propio miedo al medio natural que nos oprimía. Así pues sólo importa lo nuestro, aquello que aquí y ahora nos afecta; y nos importa sólo en la medida en que debe ser mejorado, perfeccionado.
¿Es nueva esta actitud? Evidentemente sí, en la medida en que es nuevo todo lo que viene después de lo ya pasado. Pero, si nos fijamos bien, esta postura no es sino la culminación ‑por el momento‑ de un largo proceso. ¿Qué les importaba a los padres de la Historia, a aquellos hombres que aplicaron el sistema de pensamiento lógico a la explicación de la vida social cotidiana, sino el presente? ¿Sobre qué escribieron Heródoto [484-425 a.C.], Tucídides [c. 460-396 a.C.], Jenofonte [c. 431-354 a.C.], Polibio [200-118 a.C.] o Tácito [c. 55-120] sino sobre la historia que les resultaba contemporánea?
Desde que nació, la Historia, como no podía ser menos, comenzó a hacerse para satisfacer un fin concreto; de la misma manera que había nacido la Geometría para facilitar la medida de una tierra cuyos límites de parcelación borraba año tras año con frecuencia el padre Nilo. Sin embargo en Geometría se iría poco a poco alcanzando un grado de abstracción que haría posible su consideración con carácter universal, cosa que nunca llegaría a suceder con la Historia. En ésta el interés por lo concreto, por lo que me pasa a mí aquí y ahora, le impediría remontar el vuelo y alcanzar el rango de principio universal aplicable a una multiplicidad de casos particulares. El hombre, sujeto y objeto de la Historia al mismo tiempo, sería incapaz de superar el interés subjetivo y establecer una serie de reglas o leyes que, aun considerando siempre los principios de incertidumbre y la posibilidad de un azar que puede alterar cualquier sistema, le diesen una validez objetiva universal. ¿Por qué no lo hizo? ¿Es que no tenía sentido remontarse mucho más allá en el tiempo para explicar el presente? ¿Acaso no partía la Historia de las mismas bases míticas que, por ejemplo, la Física?
Es indudable que sí. Durante mucho, muchísimo tiempo, antes de que la necesidad de explicarse desde unas bases individuales ‑frente a las colectivas del Próximo o Lejano Oriente‑ un mundo plural y complejo, conocido en sus navegaciones, llevase al griego a establecer unos principios generales lógicos que le librasen de la inseguridad en la interpretación de la realidad plural con la que se enfrentaba, ésta había sido explicada en términos míticos. La realidad del mundo, de "nuestro mundo" como señalaría Mircea Eliade [1907-1986], venía siendo interpretada como algo que había sido entregado así a los antepasados, aquellos que habían superado la categoría maldita de muertos concretos para integrarse en la sagrada e inconcreta de los ancestros. Los muertos pertenecían a sus familias, eran de su incumbencia e interés. En cambio los antepasados pertenecían a toda la comunidad y eran el fundamento de la misma, el nexo común de unión de todos, el tronco del que todos derivaban, el que, remontándose hacia atrás hundía sus raíces en el comienzo del tiempo, un tiempo creado junto con el mundo por los dioses y por tanto sagrado.
La lógica, con la fijación de los datos por medio de la escritura, iba a trastocar todo esto. Era evidente que la investigación (que es lo que significa la palabra Historia) del origen de la sociedad debería de buscar nuevos rumbos, como los había buscado poco antes la del origen del Universo. Pero ¿cómo hacerlo? Había entre ellos bastantes pocos datos contrastables y las posibilidades de conseguir los de otras comunidades humanas eran muy limitadas. Hicieron lo que pudieron, viajaron y preguntaron, leyeron e investigaron, pero nunca alcanzaron suficiente perspectiva como para desligar el objeto del sujeto.
Sus intereses particulares les impedían siempre separar lo que les interesaba de lo que les convenía, o sea separar la propia vida, con sus vivos y sus muertos llenos de connotaciones concretas, de unos antepasados lo suficientemente alejados de todos los vivos como para poder establecer sistemas de vida que, por contraste con los deducidos del análisis de otros grupos en las mismas circunstancias, permitiesen trazar un cuadro general de conocimiento de la vida humana a partir de sus principios naturales mínimos. Bien es verdad que la religión, con sus principios ideológicos establecidos "desde siempre" era un freno para este progreso, pero también lo es que no sucedía menos en otros campos del saber. Era pues la incapacidad de abarcar el universo de los conceptos, derivado de las limitaciones de información de la época, unida a la dificultad de separar mínimamente sujeto y objeto, lo que hizo que la Historia nunca sobrepasase con seguridad el umbral de lo concreto, de lo que interesaba en concreto, que no sobrepasase el umbral de la "contemporaneidad", teñida siempre fuertemente de subjetivismo.
Más adelante, entrados ya en el segundo milenio de nuestra Era cronológica, los viajes realizados por europeos hacia Oriente y Occidente, en el marco de un desarrollo técnico que habría de potenciar una nueva actitud ante la Ciencia, decidiéndola por la experimentación, crearon una nueva conciencia histórica, en un auténtico Renacimiento sobre nuevas bases de lo que había sido el impulso dado al conocimiento por los antiguos griegos. Surgió una nueva Ciencia y renacieron las ganas de contemplar el pasado a una nueva luz.
Con todo, pese a numerosos intentos de globalización, aún no hemos logrado erradicar los conceptos morales de la contemplación de la Historia. Mientras el historiador no deje de ver bondad o maldad en el pasado que analiza, mientras no deje a un lado su contemporaneidad, difícilmente podrá progresar por el camino de la lógica por el que se pretende que marche nuestra sociedad. Por consiguiente, y para concluir, difícilmente podrá sacar el máximo de provecho al conocimiento de algo de lo que hasta el momento presente ningún grupo humano ha podido prescindir: la conciencia del pasado como elemento vertebrador de toda comunidad. La tarea desde luego no es sencilla, pero tampoco imposible. No nos es lícito contemplar sólo nuestra contemporaneidad sin intentar enriquecerla aduciendo aquello que señalaba el zorro respecto a las uvas que no era capaz de conseguir.
Genaro Chic. Publicado en Diario 16 Andalucía, el 8 de Junio de 1.991.
NOTA:
Es raro el día en que el portal Academia Edu no me comunica que mi opúsculo Principios teóricos en la Historia(1990) es consultado en distintos países de América, aunque casi nunca en Europa, lo cual teóricamente podría parecer paradójico (que no lo es). En él muestro lo antes expuesto: que es posible prescindir de cualquier tipo de moral en la contemplación e investigación del pasado del hombre en sociedad. Pienso que ello es posible si se sigue un proceso de racionalidad, dejando a un lado el racionalismo.[/b]
Señalaba un ilustre colega en el Congreso de Jóvenes Geógrafos e Historiadores que a comienzos del curso académico 1990‑91 tuvo lugar en Sevilla, que lo único que interesaba en Historia era lo que había ocurrido a partir de la Conferencia de Yalta (1945). ¿Hasta qué punto es admisible esta afirmación? ¿Nos interesa únicamente lo sucedido en los últimos 50 años? ¿Es esta actitud nuestra algo nuevo, algo que nos haga plantearnos la Historia de un modo diferente a como se ha hecho siempre?
Si juzgamos por los planes oficiales de estudio con que nuestro sistema social quiere formar la mente de nuestros hombres y mujeres futuros, todo parece indicar que sí, que nos adentramos en una época en la que el pasado más remoto no debe contar, que es un lastre, que conservar el recuerdo de épocas pretéritas es un inconveniente que dificulta la proyección hacia el futuro. Una actitud la nuestra que por otro lado no es muy original ni la podemos achacar sin más a los regímenes liberales, ahora que desde Estados Unidos se propaga la idea del fin de la Historia. Recordemos la célebre Revolución Cultural Proletaria china de los años sesenta o la labor de aniquilación consciente del pasado llevada a cabo por los khmer rojos en Camboya. A izquierda y derecha, por donde se mire, la Historia aparece como un estorbo en el camino del progreso. Sólo cuenta, sólo debe contar, el presente, y éste solo puede tener su proyección en el futuro. El pasado ata, y el nuevo espíritu de libertad exige la liberación de todo tipo de ataduras que dificulten la marcha hacia el progreso. Un progreso, por otro lado, que sólo se puede entender en el camino de la liberación respecto al medio natural, ese medio al que hay que dominar en lucha titánica para que el pensamiento creador se sobreponga a la materia que lastra la vida humana con sus imposiciones: Hay que dominar a la Naturaleza para evitar estar dominado por ella, como le sucede a los demás seres con los que convivimos.
Ese antiquísimo sueño prometeico de liberación parece que va a terminar por absorber a la realidad y debemos esforzarnos colectivamente en la medida que podamos para facilitar su éxito: Que el hombre deje de ser un sueño de Dios para convertirse en la única realidad que sueñe y en ese sueño cree a todo lo demás. La idea de progreso, la fe en nosotros mismos, parece por fin haber vencido sobre las tinieblas de un oscurantismo derivado de la idea de dependencia respecto a seres exteriores, o sea dioses, que nos habríamos inventado para, de alguna manera, explicar nuestro propio miedo al medio natural que nos oprimía. Así pues sólo importa lo nuestro, aquello que aquí y ahora nos afecta; y nos importa sólo en la medida en que debe ser mejorado, perfeccionado.
¿Es nueva esta actitud? Evidentemente sí, en la medida en que es nuevo todo lo que viene después de lo ya pasado. Pero, si nos fijamos bien, esta postura no es sino la culminación ‑por el momento‑ de un largo proceso. ¿Qué les importaba a los padres de la Historia, a aquellos hombres que aplicaron el sistema de pensamiento lógico a la explicación de la vida social cotidiana, sino el presente? ¿Sobre qué escribieron Heródoto [484-425 a.C.], Tucídides [c. 460-396 a.C.], Jenofonte [c. 431-354 a.C.], Polibio [200-118 a.C.] o Tácito [c. 55-120] sino sobre la historia que les resultaba contemporánea?
Desde que nació, la Historia, como no podía ser menos, comenzó a hacerse para satisfacer un fin concreto; de la misma manera que había nacido la Geometría para facilitar la medida de una tierra cuyos límites de parcelación borraba año tras año con frecuencia el padre Nilo. Sin embargo en Geometría se iría poco a poco alcanzando un grado de abstracción que haría posible su consideración con carácter universal, cosa que nunca llegaría a suceder con la Historia. En ésta el interés por lo concreto, por lo que me pasa a mí aquí y ahora, le impediría remontar el vuelo y alcanzar el rango de principio universal aplicable a una multiplicidad de casos particulares. El hombre, sujeto y objeto de la Historia al mismo tiempo, sería incapaz de superar el interés subjetivo y establecer una serie de reglas o leyes que, aun considerando siempre los principios de incertidumbre y la posibilidad de un azar que puede alterar cualquier sistema, le diesen una validez objetiva universal. ¿Por qué no lo hizo? ¿Es que no tenía sentido remontarse mucho más allá en el tiempo para explicar el presente? ¿Acaso no partía la Historia de las mismas bases míticas que, por ejemplo, la Física?
Es indudable que sí. Durante mucho, muchísimo tiempo, antes de que la necesidad de explicarse desde unas bases individuales ‑frente a las colectivas del Próximo o Lejano Oriente‑ un mundo plural y complejo, conocido en sus navegaciones, llevase al griego a establecer unos principios generales lógicos que le librasen de la inseguridad en la interpretación de la realidad plural con la que se enfrentaba, ésta había sido explicada en términos míticos. La realidad del mundo, de "nuestro mundo" como señalaría Mircea Eliade [1907-1986], venía siendo interpretada como algo que había sido entregado así a los antepasados, aquellos que habían superado la categoría maldita de muertos concretos para integrarse en la sagrada e inconcreta de los ancestros. Los muertos pertenecían a sus familias, eran de su incumbencia e interés. En cambio los antepasados pertenecían a toda la comunidad y eran el fundamento de la misma, el nexo común de unión de todos, el tronco del que todos derivaban, el que, remontándose hacia atrás hundía sus raíces en el comienzo del tiempo, un tiempo creado junto con el mundo por los dioses y por tanto sagrado.
La lógica, con la fijación de los datos por medio de la escritura, iba a trastocar todo esto. Era evidente que la investigación (que es lo que significa la palabra Historia) del origen de la sociedad debería de buscar nuevos rumbos, como los había buscado poco antes la del origen del Universo. Pero ¿cómo hacerlo? Había entre ellos bastantes pocos datos contrastables y las posibilidades de conseguir los de otras comunidades humanas eran muy limitadas. Hicieron lo que pudieron, viajaron y preguntaron, leyeron e investigaron, pero nunca alcanzaron suficiente perspectiva como para desligar el objeto del sujeto.
Sus intereses particulares les impedían siempre separar lo que les interesaba de lo que les convenía, o sea separar la propia vida, con sus vivos y sus muertos llenos de connotaciones concretas, de unos antepasados lo suficientemente alejados de todos los vivos como para poder establecer sistemas de vida que, por contraste con los deducidos del análisis de otros grupos en las mismas circunstancias, permitiesen trazar un cuadro general de conocimiento de la vida humana a partir de sus principios naturales mínimos. Bien es verdad que la religión, con sus principios ideológicos establecidos "desde siempre" era un freno para este progreso, pero también lo es que no sucedía menos en otros campos del saber. Era pues la incapacidad de abarcar el universo de los conceptos, derivado de las limitaciones de información de la época, unida a la dificultad de separar mínimamente sujeto y objeto, lo que hizo que la Historia nunca sobrepasase con seguridad el umbral de lo concreto, de lo que interesaba en concreto, que no sobrepasase el umbral de la "contemporaneidad", teñida siempre fuertemente de subjetivismo.
Más adelante, entrados ya en el segundo milenio de nuestra Era cronológica, los viajes realizados por europeos hacia Oriente y Occidente, en el marco de un desarrollo técnico que habría de potenciar una nueva actitud ante la Ciencia, decidiéndola por la experimentación, crearon una nueva conciencia histórica, en un auténtico Renacimiento sobre nuevas bases de lo que había sido el impulso dado al conocimiento por los antiguos griegos. Surgió una nueva Ciencia y renacieron las ganas de contemplar el pasado a una nueva luz.
Con todo, pese a numerosos intentos de globalización, aún no hemos logrado erradicar los conceptos morales de la contemplación de la Historia. Mientras el historiador no deje de ver bondad o maldad en el pasado que analiza, mientras no deje a un lado su contemporaneidad, difícilmente podrá progresar por el camino de la lógica por el que se pretende que marche nuestra sociedad. Por consiguiente, y para concluir, difícilmente podrá sacar el máximo de provecho al conocimiento de algo de lo que hasta el momento presente ningún grupo humano ha podido prescindir: la conciencia del pasado como elemento vertebrador de toda comunidad. La tarea desde luego no es sencilla, pero tampoco imposible. No nos es lícito contemplar sólo nuestra contemporaneidad sin intentar enriquecerla aduciendo aquello que señalaba el zorro respecto a las uvas que no era capaz de conseguir.
Genaro Chic. Publicado en Diario 16 Andalucía, el 8 de Junio de 1.991.
NOTA:
Es raro el día en que el portal Academia Edu no me comunica que mi opúsculo Principios teóricos en la Historia(1990) es consultado en distintos países de América, aunque casi nunca en Europa, lo cual teóricamente podría parecer paradójico (que no lo es). En él muestro lo antes expuesto: que es posible prescindir de cualquier tipo de moral en la contemplación e investigación del pasado del hombre en sociedad. Pienso que ello es posible si se sigue un proceso de racionalidad, dejando a un lado el racionalismo.[/b]
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
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