Lo importante puede ser el encaje, no la igualdad
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Lo importante puede ser el encaje, no la igualdad
Entre los esclavos y los libres estaban los libertos (antiguos esclavos emancipados), que podían también, sirviendo a la comunidad con las riquezas que podían lograr acumular (fueron en buena medida la “burguesía” de la antigüedad romana) conseguir que sus hijos alcanzasen puestos de cierta relevancia como ciudadanos ya plenamente libres en el marco del Estado.
Ser romano, se hablase la lengua que se hablase, se adorase a los dioses que se adorase o se siguieran las normas jurídicas que se siguiesen (siempre que no chocasen con los planteamientos globales de la comunidad) llegó a ser un motivo de orgullo, al haberlo podido conseguir como consecuencia del esfuerzo y no de una dación gratuita, dado que lo gratis no se suele valorar.
Por ello, pese a la terrible crisis económica de la época del emperador Marco Aurelio (hacia 175 d.C.), muy superior posiblemente a la que vivimos ahora, el Imperio, pese a un siglo continuado de luchas intestinas, con ejércitos sublevándose en las distintas provincias, no se deshizo como consecuencia de unos inexistentes nacionalismos, pese a la citada diversidad consentida en su interior.
El encaje de las desigualdades, logrado a través del continuo esfuerzo cohesionador, se mostró de esta manera mucho más útil que una posible igualdad de derechos concedida a todos los súbditos de entrada. Cuando ésta se reconoció a la mayoría, en época del emperador Caracalla (hacia 212 d.C.), no se hizo sino reconocer una situación ya de hecho. Tanto es así que, un hecho que hoy nos podría parecer de gran trascendencia dado el igualitarismo racionalista imperante como teoría, pasó casi desapercibido en la historiografía contemporánea. La igualdad fue siempre considerada por los que aspiraban a ella como algo interesante, pero no tuvo la categoría de importante para la comunidad en general. Evidentemente los planteamientos eran prácticamente inversos a los que nosotros, sus descendientes, damos como normales desde hace un par de siglos.
Que para encajar bien no hay que ser necesariamente iguales se puede ver, en el plano físico, en https://www.youtube.com/watch?v=WYcqJ5HdxA4[/font]
[/justify]Ser romano, se hablase la lengua que se hablase, se adorase a los dioses que se adorase o se siguieran las normas jurídicas que se siguiesen (siempre que no chocasen con los planteamientos globales de la comunidad) llegó a ser un motivo de orgullo, al haberlo podido conseguir como consecuencia del esfuerzo y no de una dación gratuita, dado que lo gratis no se suele valorar.
Por ello, pese a la terrible crisis económica de la época del emperador Marco Aurelio (hacia 175 d.C.), muy superior posiblemente a la que vivimos ahora, el Imperio, pese a un siglo continuado de luchas intestinas, con ejércitos sublevándose en las distintas provincias, no se deshizo como consecuencia de unos inexistentes nacionalismos, pese a la citada diversidad consentida en su interior.
El encaje de las desigualdades, logrado a través del continuo esfuerzo cohesionador, se mostró de esta manera mucho más útil que una posible igualdad de derechos concedida a todos los súbditos de entrada. Cuando ésta se reconoció a la mayoría, en época del emperador Caracalla (hacia 212 d.C.), no se hizo sino reconocer una situación ya de hecho. Tanto es así que, un hecho que hoy nos podría parecer de gran trascendencia dado el igualitarismo racionalista imperante como teoría, pasó casi desapercibido en la historiografía contemporánea. La igualdad fue siempre considerada por los que aspiraban a ella como algo interesante, pero no tuvo la categoría de importante para la comunidad en general. Evidentemente los planteamientos eran prácticamente inversos a los que nosotros, sus descendientes, damos como normales desde hace un par de siglos.
Que para encajar bien no hay que ser necesariamente iguales se puede ver, en el plano físico, en https://www.youtube.com/watch?v=WYcqJ5HdxA4[/font]
Última edición por Genaro Chic el Jue Ago 01, 2019 11:46 am, editado 1 vez
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
hay que matizar la palabra igualdad
jorge
La igualdad social es una utopía y como tal, un horizontesque se aleja conforme se hacen los esfuerzos para alcanzarlo. Así laConstitución: todos somos iguales ante la Ley. Pero no es así. Depende de lasposibilidades que tienes (diferencia). O sea, en la práctica la igualdadsolamente es posible en función o con relación a la desigualdad que a la vez,supone DIFERENCIA. Hay dos clases, una diferencia excluyente y otraintegradora.
Por ejemplo, el pañuelo musulmán es un símbolo que excluye alos hombres católicos convencidos. La religión es excluyente: o con mi dios o"en contra de él" (con otro dios). En el otro extremo está la comida.Siempre es una diferencia integradora y sobre todo, la música.
Así las cosas, actualmente es indispensable matizar. LAIGUALDAD SÍ PERO CON DIFERENCIAS INTEGRADORAS. Llevado a los socialvolveríamos a la utopía marxista: CADA UNO DEBERIA VIVIR EN SOCIEDAD, DAR SEGÚNSUS CAPACIDADES Y OBTENER SEGÚN SUS NECESIDADES
La igualdad social es una utopía y como tal, un horizontesque se aleja conforme se hacen los esfuerzos para alcanzarlo. Así laConstitución: todos somos iguales ante la Ley. Pero no es así. Depende de lasposibilidades que tienes (diferencia). O sea, en la práctica la igualdadsolamente es posible en función o con relación a la desigualdad que a la vez,supone DIFERENCIA. Hay dos clases, una diferencia excluyente y otraintegradora.
Por ejemplo, el pañuelo musulmán es un símbolo que excluye alos hombres católicos convencidos. La religión es excluyente: o con mi dios o"en contra de él" (con otro dios). En el otro extremo está la comida.Siempre es una diferencia integradora y sobre todo, la música.
Así las cosas, actualmente es indispensable matizar. LAIGUALDAD SÍ PERO CON DIFERENCIAS INTEGRADORAS. Llevado a los socialvolveríamos a la utopía marxista: CADA UNO DEBERIA VIVIR EN SOCIEDAD, DAR SEGÚNSUS CAPACIDADES Y OBTENER SEGÚN SUS NECESIDADES
jorge b- Invitado
Re: Lo importante puede ser el encaje, no la igualdad
A principios del siglo III se suceden tres medidas administrativas de amplio calado que, a medio plazo, colaborarán decisivamente a la descomposición de este panorama:
1. La llamada Constitutio Antoniniana, que extendía los privilegios de la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio (igualación por arriba).
2. La provincialización de Italia, que acababa con los privilegios políticos y fiscales de los italianos (igualación por abajo).
3. La creación de una nueva divisa, el Antoniniano, que como moneda quasi fiduciaria arrebataba a los poseedores de la divisa de plata buena parte de sus ventajas económicas, avanzando decisivamente hacia la consideración de la moneda como un mero nominal (café para todos).
Hacia mitad de siglo, las reformas militares de Galieno, a caballo de las circunstancias adversas en todos los frentes, favorecían la consolidación de un ejército de campo (comitatus) en el que la antigua ordenación ciudadanos/auxilia quedaba desdibujada y se tendía a organizar los efectivos militares en unidades isomorfas constituidas por vexillationes desgajadas de sus legiones respectivas y por cuerpos de elite en parte encuadrados por unidades étnicas (racionalización y barbarización del ejército).
A lo largo del siglo, los exorcismos públicos (milagros), las cenas de caridad (asistencia) y las no muy frecuentes pero continuadas demostraciones de valentía frente al martirio (virtud) ofrecidos por la secta de los cristianos hacía crecer de forma considerable, sobre todo en Oriente, el número de creyentes en una religión cuya ideológica era, al menos en origen, de base indudablemente igualitaria (anarquía).
A las puertas del siglo IV, la idea de un Imperio concebido como una confederación de ciudades cuyas elites dirigentes participaban de la prosperidad y gozaban de unos privilegios que les permitían compartir, en cierto sentido, las ventajas del poder, parecía haberse desvanecido para siempre. La creciente intromisión del poder imperial en la vida municipal hacía evidente en las remotas, y no tan remotas, provincias, que el ser romano no era ya en una cuestión de mérito, sino de servicio.
Es decir, que la moral pública se había transformado. Las virtudes que tenemos hoy por cristianas, especialmente en los aspectos referido a la moral privada, proceden en realidad de la transformación de un paganismo cuyas doctrinas, unificadas por el neoplationismo, comenzaban a resultar intelectualmente dignas para una aristocracia sometida y necesitada de una justificación “espiritual” que amortiguara la dolorosa pérdida de autoridad.
La ideología del amor sustituyó a la de la piedad (pietas), lo que sin duda favoreció la extensión de un cristianismo cada vez más helenizado (“desanarquizado”) cuyos temas ideológicos tenían en este momento, como ya indicó Paul Veyne, un contenido más ético que evangélico, basado en dos temas fundamentales: la obsesión por la disidencia herética (sometimiento real) y la obsesión por la moral (sometimiento simbólico).
No es extraño que, como respuesta a tal sometimiento, la nobleza cortesana y ciudadana de extracción pagano-cristiana creara un universo ideológico poblado de símbolos, ritos y comportamientos ambiguos en lo religioso y muy elitistas en lo cultural. Fue una particular vacuna contra la igualdad que se vio reforzada en por establecimiento del “patrón” oro en las relaciones económicas, lo que favorecía la preeminencia de los ricos y la ordenación jerárquica de la sociedad, con el emperador en la cúspide.
Sólo la desaparición del Imperio devolvió a estas elites, a las que ahora se unían las aristocracias germánicas, un poder social desligado de la dependencia de la figura sagrada del emperador. La moral del servicio siguió actuando, pero ahora era la aristocracia la que establecía la agenda. En consecuencia, este universo cultural de elite pagano-cristiana tocó a su fin a favor de un cristianismo intransigente, poco dado a compartir el campo ideológico con nadie. De nuevo se impuso la vieja moral del aristócrata, animada por el espíritu de victoria de la nobleza bárbara, moral, que, como es normal, se aplicó sólo a los subordinados.
Enrique García Vargas
1. La llamada Constitutio Antoniniana, que extendía los privilegios de la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio (igualación por arriba).
2. La provincialización de Italia, que acababa con los privilegios políticos y fiscales de los italianos (igualación por abajo).
3. La creación de una nueva divisa, el Antoniniano, que como moneda quasi fiduciaria arrebataba a los poseedores de la divisa de plata buena parte de sus ventajas económicas, avanzando decisivamente hacia la consideración de la moneda como un mero nominal (café para todos).
Hacia mitad de siglo, las reformas militares de Galieno, a caballo de las circunstancias adversas en todos los frentes, favorecían la consolidación de un ejército de campo (comitatus) en el que la antigua ordenación ciudadanos/auxilia quedaba desdibujada y se tendía a organizar los efectivos militares en unidades isomorfas constituidas por vexillationes desgajadas de sus legiones respectivas y por cuerpos de elite en parte encuadrados por unidades étnicas (racionalización y barbarización del ejército).
A lo largo del siglo, los exorcismos públicos (milagros), las cenas de caridad (asistencia) y las no muy frecuentes pero continuadas demostraciones de valentía frente al martirio (virtud) ofrecidos por la secta de los cristianos hacía crecer de forma considerable, sobre todo en Oriente, el número de creyentes en una religión cuya ideológica era, al menos en origen, de base indudablemente igualitaria (anarquía).
A las puertas del siglo IV, la idea de un Imperio concebido como una confederación de ciudades cuyas elites dirigentes participaban de la prosperidad y gozaban de unos privilegios que les permitían compartir, en cierto sentido, las ventajas del poder, parecía haberse desvanecido para siempre. La creciente intromisión del poder imperial en la vida municipal hacía evidente en las remotas, y no tan remotas, provincias, que el ser romano no era ya en una cuestión de mérito, sino de servicio.
Es decir, que la moral pública se había transformado. Las virtudes que tenemos hoy por cristianas, especialmente en los aspectos referido a la moral privada, proceden en realidad de la transformación de un paganismo cuyas doctrinas, unificadas por el neoplationismo, comenzaban a resultar intelectualmente dignas para una aristocracia sometida y necesitada de una justificación “espiritual” que amortiguara la dolorosa pérdida de autoridad.
La ideología del amor sustituyó a la de la piedad (pietas), lo que sin duda favoreció la extensión de un cristianismo cada vez más helenizado (“desanarquizado”) cuyos temas ideológicos tenían en este momento, como ya indicó Paul Veyne, un contenido más ético que evangélico, basado en dos temas fundamentales: la obsesión por la disidencia herética (sometimiento real) y la obsesión por la moral (sometimiento simbólico).
No es extraño que, como respuesta a tal sometimiento, la nobleza cortesana y ciudadana de extracción pagano-cristiana creara un universo ideológico poblado de símbolos, ritos y comportamientos ambiguos en lo religioso y muy elitistas en lo cultural. Fue una particular vacuna contra la igualdad que se vio reforzada en por establecimiento del “patrón” oro en las relaciones económicas, lo que favorecía la preeminencia de los ricos y la ordenación jerárquica de la sociedad, con el emperador en la cúspide.
Sólo la desaparición del Imperio devolvió a estas elites, a las que ahora se unían las aristocracias germánicas, un poder social desligado de la dependencia de la figura sagrada del emperador. La moral del servicio siguió actuando, pero ahora era la aristocracia la que establecía la agenda. En consecuencia, este universo cultural de elite pagano-cristiana tocó a su fin a favor de un cristianismo intransigente, poco dado a compartir el campo ideológico con nadie. De nuevo se impuso la vieja moral del aristócrata, animada por el espíritu de victoria de la nobleza bárbara, moral, que, como es normal, se aplicó sólo a los subordinados.
Enrique García Vargas
Enrique- Invitado
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