La memoria histórica es el recurso de los pueblos analfabetos
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La memoria histórica es el recurso de los pueblos analfabetos
Esto decían sobre el tema los prestigiosos J. GOODY [1919-2015] y I. WATT [1917-1999], en "Las consecuencias de la cultura escrita", en Cultura escrita en sociedades tradicionales, Barcelona, 1996, pp. 42-46, 54-55 y 58.
Función social de las genealogías
La forma en que las diversas instituciones de una cultura oral se mantienen relativamente bien ajustadas unas con otras seguramente guarda relación directa con el tema de la diferencia central entre las sociedades con y sin cultura escrita.
Como hemos observado, todo el contenido de la tradición social, fuera de las herencias materiales, se conserva en la memoria. Los aspectos sociales del recuerdo han sido destacados por diversos sociólogos y psicólogos, y en especial por Maurice Halbwachs [1877-1945]. Lo que el individuo recuerda tiende a ser lo que tiene crucial importancia en su experiencia de las principales relaciones sociales. En cada generación, por lo tanto, el recuerdo individual mediará en la herencia cultural de tal modo que sus nuevos componentes se ajustarán a los viejos a través del proceso de interpretación que Bartlett llama "racionalización" o "esfuerzo por el significado", y las partes que hayan dejado de tener importancia en el presente tenderán a ser eliminadas a través del proceso de olvidar.
El funcionamiento social de la memoria -y del olvido- puede verse, en consecuencia, como la etapa final de lo que podría denominarse la organización homeostática [o sea, al mantenimiento de la constancia en la composición y propiedades del medio interno de un organismo] de la tradición cultural en una sociedad ágrafa [analfabeta]. El lenguaje se desarrolla en íntima asociación con la experiencia de la comunidad, y el individuo lo aprende en el contacto personal con los demás miembros. Lo que continúa teniendo importancia social es almacenado en la memoria, mientras que el resto habitualmente se olvida [En griego alétheia, es "lo que no se olvida", y por tanto "la verdad"]. El lenguaje -sobre todo el vocabulario- es el medio efectivo de este proceso crucial de digestión y eliminación social, que se puede ver como análogo a la organización homeostática del cuerpo humano por la que éste mantiene su condición vital presente.
Al llamar la atención sobre la importancia de estos mecanismos de asimilación en las sociedades ágrafas, no estamos negando ni la ocurrencia del cambio social ni tampoco las "reliquias" que éste deja detrás. Tampoco pasamos por alto la existencia de recursos mnemónicos [procedimientos de asociación mental para facilitar el recuerdo de algo] en las culturas orales que ofrecen cierta resistencia al proceso interpretativo. Los patrones de habla formalizados, los recitados en condiciones rituales, el uso de tambores y otros instrumentos musicales, el empleo de memoristas profesionales, todos estos factores pueden proteger al menos parte del contenido de la memoria de la influencia transmutatoria de las presiones inmediatas del presente. La épica homérica, por ejemplo, parece haber sido puesta por escrito durante el primer siglo de la literatura griega, entre los años 750 y 650 a.C., pero "mira hacia una época que se fue, y su sustancia es inconfundiblemente antigua".
Con estas salvedades, sin embargo, parece correcto caracterizar como homeostática la transmisión de la tradición cultural en las sociedades orales, en vista del modo en que sus aspectos sobresalientes difieren de aquellos que son propios de las sociedades con escritura. La descripción que hemos brindado es, desde ya, extremadamente abstracta, pero algunos ejemplos ilustrativos correspondientes a un aspecto importante -el de cómo es asimilado el pasado tribal en la orientación comunal del presente- pueden servir para aclararla.
Al igual que los árabes beduinos y los hebreos del Antiguo Testamento, los miembros del pueblo tiv de Nigeria conocen largas genealogías de sus ancestros, que en este caso se remontan unas doce generaciones atrás hasta un antepasado epónimo. Ninguna de estas genealogías, como tampoco las listas bíblicas de los descendientes de Adán, eran recordadas solamente como actos de memorización. Servían como mnemotecnias para los sistemas de relaciones sociales. Cuando Jacob [luego llamado Israel], en su lecho de muerte, enunció profecías sobre el futuro de sus doce hijos, habló de ellos como de las doce tribus o naciones de Israel. El relato del Génesis parecería indicar que estos cuadros genealógicos se refieren a grupos coetáneos, antes que a individuos muertos. Presumiblemente, los cuadros sirven para regular las relaciones sociales entre las doce tribus de Israel de una manera similar a la analizada en el trabajo de E.E. Evans-Pritchard [1902-1973] sobre los nuer del Sudán y el informe de M. Fortes [1906-1983] sobre los tallensi del norte de Ghana.
Los primeros administradores británicos que cumplieron funciones entre los tiv de Nigeria comprendieron la gran importancia acordada a estas genealogías, continuamente mencionadas en los litigios judiciales en que se discutían los derechos y deberes de algún hombre hacia otro. En consecuencia, se tomaron el trabajo de anotar por escrito las largas listas de nombres y preservarlas para la posteridad, a efectos de que los futuros administradores pudieran referirse a ellas al dictar sentencias judiciales. Cuarenta años más tarde, cuando los Bohannan hicieron un trabajo de campo antropológico [publicado entre 1949 y 1953] en la región, los sucesores de esos administradores aún seguían utilizando las mismas genealogías. Pero estas listas escritas provocaban ahora muchos desacuerdos; los tiv [en base a la memoria histórica] sostenían que eran incorrectas, mientras que los funcionarios las consideraban informes de los hechos, registros de lo que realmente había ocurrido [historia], y no aceptaban que los indígenas analfabetos pudieran estar mejor informados acerca del pasado que sus propios predecesores letrados. Lo que ninguna de las dos partes tenía en cuenta era que en toda sociedad de este tipo se producen cambios que requieren un constante reajuste de las genealogías para que éstas puedan seguir cumpliendo su función de mnemotecnias de las relaciones sociales.
Esos cambios son de varios tipos: algunos surgen del recambio de las personas, del proceso de "nacimiento, unión y muerte"; otros se vinculan con el reordenamiento de las unidades constituyentes de la sociedad, con la migración de un grupo y la escisión de otro; por último, algunos son efectos de las modificaciones en el sistema social, ya sean generadas internamente o iniciadas desde afuera. Cada uno de estos tres procesos (que por razones de conveniencia podemos denominar procesos de recambio generacional, organizativo y estructural) pudieron producir alteraciones del tipo de las objetadas por las autoridades administrativas.
Es evidente que el proceso de generación conduce, por sí mismo, a un constante alargamiento de la genealogía; por otra parte, la población con la que se vincula puede de hecho estar creciendo a un ritmo muy diferente, tal vez tan sólo reponiéndose a sí misma. Por lo tanto, pese a su creciente longitud, la genealogía podría referirse a la misma cantidad de personas en el presente que hace cincuenta, cien o tal vez doscientos años. En consecuencia, la ampliación de los linajes causada por los nuevos nacimientos debe ir acompañada de un proceso de acortamiento genealógico. La ocurrencia de este proceso de compresión, ejemplo común del fenómeno social general que A.J. Barnes [1947] ha denominado con acierto "amnesia estructural", se ha comprobado en muchas sociedades, incluyendo las antes mencionadas.
Los cambios organizativos conducen a ajustes similares. El Estado de Gonja, en el norte de Ghana, está dividido en varias jefaturas divisionales, y de algunas de ellas, por turno, surge el gobernante de toda la nación. Cuando se les pide que expliquen su sistema, los gonja [en el golfo de Guinea] refieren que el fundador del Estado, Ndewura Jakpa [s. XVII], vino del otro lado del Nilo en busca de oro, conquistó a los habitantes indígenas de la región y se nombró a sí mismo jefe del Estado, y a sus hijos, gobernantes de las divisiones territoriales del mismo. A su muerte, los jefes divisionales se fueron sucediendo en el ejercicio de la autoridad suprema. Cuando los detalles de esta historia fueron registrados por primera vez a comienzos del siglo XX, en la época en que los británicos extendían su control sobre la región, se decía que Jakpa había tenido siete hijos, lo que correspondía a la cantidad de divisiones cuyos jefes eran elegibles para el cargo supremo por ser descendientes del fundador de la jefatura en cuestión. Pero al mismo tiempo que llegaron los británicos, dos de las siete divisiones desaparecieron, una por ser deliberadamente incorporada a otra división vecina, debido a que sus gobernantes habían apoyado a un invasor mandingo, Samori [s. XIX], y la otra debido a algunos cambios en la frontera introducidos por la administración británica. Sesenta años más tarde, cuando los mitos del Estado volvieron a registrarse, se le adjudicaban a Jakpa sólo cinco hijos y no se hacía ninguna mención de los fundadores de las dos divisiones que habían desaparecido del mapa político.
Estos dos ejemplos de los tiv y los gonja ponen de relieve que las genealogías a menudo cumplen la misma función que Malinowski [1884-1942] le atribuía al mito: actúan como "fichas" de las instituciones sociales presentes más que como registros históricos fieles de los tiempos pasados. A estos efectos contribuye el hecho de que operan dentro de una tradición oral, y no escrita, por lo que tienden a ser automáticamente ajustadas a las relaciones sociales existentes a medida que van pasando verbalmente de un miembro de la sociedad a otro. El elemento social contenido en el recuerdo hace que las genealogías sufran una transmutación en el transcurso de su transmisión; un proceso semejante tiene lugar también con respecto a otros elementos culturales, como por ejemplo, los mitos y las enseñanzas sagradas en general. Las deidades y otros agentes sobrenaturales que ya han servido su propósito pueden ser tranquilamente borrados del panteón contemporáneo y, a medida que la sociedad va cambiando, también los mitos son olvidados, atribuidos a otros personajes o transformados en su significado.
Uno de los resultados más importantes de esta tendencia homeostática es que el individuo no tiene demasiada percepción del pasado si no es en función del presente [memoria histórica], mientras que los anales de una sociedad con cultura escrita inevitablemente imponen un reconocimiento más objetivo de la distinción entre lo que fue y lo que es [historia]. Franz Boas [1858-1942] escribió que para los esquimales el mundo siempre ha sido tal como es hoy. Parece probable, al menos, que la forma en que las sociedades ágrafas conciben el mundo del pasado esté en sí misma influida por el proceso de transmisión descrito. Los tiv tienen sus genealogías, y otros pueblos sus historias sagradas acerca del origen del mundo en el que el hombre adquirió su cultura. Pero todas estas conceptualizaciones del pasado están ineludiblemente gobernadas por los intereses del presente, simplemente porque no hay ningún cuerpo de datos cronológicamente ordenados a los que pueda hacerse referencia [al ser analfabetos]. Los tiv no reconocen ninguna contradicción entre lo que dicen ahora y lo que dijeron hace cincuenta años, dado que no existen para ellos registros permanentes con los que comparar sus puntos de vista actuales. El mito y la historia se confunden: los elementos de la herencia cultural que dejan de tener relevancia contemporánea tienden a ser rápidamente olvidados o transformados; a medida que los individuos de cada generación van adquiriendo su vocabulario, sus genealogías y sus mitos, no tienen conciencia de que muchas palabras, nombres propios e historias han sido desechados, ni que otros han cambiado de significado o han sido reemplazados.
Los pueblos sin cultura escrita suelen efectuar una distinción entre el cuento popular liviano, el mito más serio y la leyenda casi histórica (como sucede, por ejemplo, en las Islas Trobriand [en Papua Nueva Guinea]). Pero no lo hacen con mucha insistencia, por una razón evidente. Cuando los aspectos legendarios y doctrinales de la tradición cultural son transmitidos oralmente, se mantienen en relativa armonía unos con otros y con las necesidades presentes de la sociedad de dos maneras: a través de las operaciones inconscientes de la memoria y a través de la adaptación de las expresiones y actitudes del aedo [cantor-relator] a las del auditorio. Hay pruebas, por ejemplo, de que esas adaptaciones y omisiones ocurrían en la transmisión oral de la tradición cultural griega. Pero una vez que los poemas de Homero y Hesíodo, que contenían muchos datos de la historia, la religión y la cosmología tempranas de los griegos, fueron puesto por escrito, las generaciones siguientes tuvieron que habérselas con las viejas distinciones en forma mucho más acuciante: ¿en qué medida la información sobre sus dioses y héroes era literalmente cierta? ¿Cómo podían explicarse sus evidentes incongruencias? ¿Y cómo podían conciliarse las creencias y actitudes allí contenidas con las del presente? Muchas soluciones individuales a estos problemas fueron, a su vez, puestas por escrito, y estas versiones sirvieron de base para nuevas investigaciones.
[Félix Jacoby [1876-1959] observa que "la fijación en la escritura, una vez alcanzada, tuvo en primer término un efecto preservador sobre la tradición oral, porque dio fin a las involuntarias alteraciones de los mnemai (recuerdos) y puso límites a la creación arbitraria de nuevos logoi (historias)" (Atthis, 1949, p. 217). Jacoby señala que esto les creó a los primeros encargados de registrar por escrito el pasado, ciertas dificultades que los anteriores mnemones o "recordadores" profesionales no habían tenido que enfrentar; cualquiera fuera su propio punto de vista personal sobre la cuestión, "ningún verdadero atidógrafo podía sacar a Kekrops de su posición de primer rey ático... Nadie podía quitarle a Solón [c. 638-558 a.C.] la legislación que fundó in nuce la primera constitución ática de la historia". Esas cosas ya no podían ser olvidadas en silencio, como en la tradición oral.]
Se ha dicho que en la sociedad ágrafa la tradición cultural funciona como un eslabonamiento de conversaciones in praesentia en las que las condiciones mismas de la transmisión favorecen la congruencia entre el pasado y el presente, y tornan más improbable la crítica -la enunciación de incongruencias-; en caso de que ocurra una incongruencia, ésta tiene un efecto menos permanente y es más fácil de ajustar u olvidar. La incredulidad puede estar presente en esas sociedades, pero asume una forma personal, no acumulativa; no conduce a un rechazo deliberado y una reinterpretación del dogma social, sino más bien a un ajuste semiautomático de la creencia.
En las sociedades con cultura escrita, estas conversaciones eslabonadas subsisten [como memoria histórica], pero ya no son la única forma de diálogo de los hombres; en tanto la escritura ofrece otra fuente posible para la transmisión de las orientaciones culturales, favorece la percepción de las incongruencias [historia]. Un aspecto de esto es una sensación de cambio y de desfase cultural; otro es la noción de que la herencia cultural en su conjunto se compone de dos tipos de materiales muy diferentes: por un lado de ficción, errores y superstición, y por otro, de algunas verdades que pueden servir de base para una explicación más confiable y coherente acerca de los dioses, el pasado humano y el mundo físico.
Genaro Chic- Mensajes : 729
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