La percepción del paso del tiempo
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La percepción del paso del tiempo
TIEMPO DE AMAR Y TIEMPO DE SUFRIR
Se nos ha educado para pensar de una forma lógica -"una cosa no puede ser si no es lógica"- y ello nos lleva a considerar que un minuto es siempre un minuto, de la misma manera que un metro es igual a otro metro. Es lo propio del racionalismo, que desdeña lo que no puede ser cuantitativamente medido.
Pero es fácil percatarse de que no siempre necesariamente es así: que un minuto de dolor dura más que uno de placer y que un metro de pesebre no es siempre lo mismo que cien centímetros de altar. No es la cantidad lo que se mide, sino su calidad.
Los antiguos griegos y romanos, que no eran racionalistas sino sólo racionales, distinguían en su lenguaje tres tipos de tiempo (como lo hacían también con el espacio, pero no vamos a hablar de ello ahora). Para ellos existía un tiempo absoluto, que no cambia, el de los dioses, donde todo es presente, o sea que no cambia.
No hay pasado ni futuro en él, por ello el adivino (que es divino) puede ver la realidad sin distinguir si ha pasado, está pasando o va a pasar, como queda bien reflejado en los antiguos poemas homéricos, pero que se encuentra también en otras culturas, como la egipcia. A ese tiempo absoluto los griegos lo llamaban 'aión' y los antiguos romanos ''aevum'.
Frente a él existe el tiempo que transcurre, el que nos muestra que todo cambia, el que percibimos día a día en nuestra vida mortal. Un tiempo cuantitativo que hemos distinguido por una serie de 'horas' (hitos o mojones, como los que marcan las distancias en las carreteras) y estas las hemos subdividido en partes más menudas ('minutos'). A este tiempo los griegos lo llamaban ''Kronos' (el tiempo cronológico) y los romanos 'tempus'.
Pero ante la evidencia de que aunque todas las horas pueden ser iguales, lo mismo que los minutos, pero no todas duran para nosotros lo mismo (las de placer pasan muy rápidamente, al contrario de que las de sufrimiento) entendieron que a veces los tiempos emocionales se cruzan con los racionales, o sea lo cualitativo se mezcla con lo cuantitativo. A estas ocasiones (que es el nombre latino del momento que se presenta sin avisar: 'occasio') los griegos lo llamaban 'kairós'.
La ocasión es muy importante saberla aprovechar porque sólo se presenta de vez en cuando y es fugaz. Por eso la representaban calva, con poquísimos pelos que el tiempo que transcurre está siempre a punto de cortar y hay que cogerlos antes de que eso suceda: "la ocasión la pintan calva", literalmente, y así la vemos representada en antiguos relieves.
No por casualidad el filósofo D. Innerarity [n. 1959] define el amor como un instante inmenso. Pasa fugaz, pero está inmensamente lleno de contenido. Y no se debe desaprovechar.
Se nos ha educado para pensar de una forma lógica -"una cosa no puede ser si no es lógica"- y ello nos lleva a considerar que un minuto es siempre un minuto, de la misma manera que un metro es igual a otro metro. Es lo propio del racionalismo, que desdeña lo que no puede ser cuantitativamente medido.
Pero es fácil percatarse de que no siempre necesariamente es así: que un minuto de dolor dura más que uno de placer y que un metro de pesebre no es siempre lo mismo que cien centímetros de altar. No es la cantidad lo que se mide, sino su calidad.
Los antiguos griegos y romanos, que no eran racionalistas sino sólo racionales, distinguían en su lenguaje tres tipos de tiempo (como lo hacían también con el espacio, pero no vamos a hablar de ello ahora). Para ellos existía un tiempo absoluto, que no cambia, el de los dioses, donde todo es presente, o sea que no cambia.
No hay pasado ni futuro en él, por ello el adivino (que es divino) puede ver la realidad sin distinguir si ha pasado, está pasando o va a pasar, como queda bien reflejado en los antiguos poemas homéricos, pero que se encuentra también en otras culturas, como la egipcia. A ese tiempo absoluto los griegos lo llamaban 'aión' y los antiguos romanos ''aevum'.
Frente a él existe el tiempo que transcurre, el que nos muestra que todo cambia, el que percibimos día a día en nuestra vida mortal. Un tiempo cuantitativo que hemos distinguido por una serie de 'horas' (hitos o mojones, como los que marcan las distancias en las carreteras) y estas las hemos subdividido en partes más menudas ('minutos'). A este tiempo los griegos lo llamaban ''Kronos' (el tiempo cronológico) y los romanos 'tempus'.
Pero ante la evidencia de que aunque todas las horas pueden ser iguales, lo mismo que los minutos, pero no todas duran para nosotros lo mismo (las de placer pasan muy rápidamente, al contrario de que las de sufrimiento) entendieron que a veces los tiempos emocionales se cruzan con los racionales, o sea lo cualitativo se mezcla con lo cuantitativo. A estas ocasiones (que es el nombre latino del momento que se presenta sin avisar: 'occasio') los griegos lo llamaban 'kairós'.
La ocasión es muy importante saberla aprovechar porque sólo se presenta de vez en cuando y es fugaz. Por eso la representaban calva, con poquísimos pelos que el tiempo que transcurre está siempre a punto de cortar y hay que cogerlos antes de que eso suceda: "la ocasión la pintan calva", literalmente, y así la vemos representada en antiguos relieves.
No por casualidad el filósofo D. Innerarity [n. 1959] define el amor como un instante inmenso. Pasa fugaz, pero está inmensamente lleno de contenido. Y no se debe desaprovechar.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
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