La productividad laboral
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La productividad laboral
“La productividad es genéricamente entendida como la relación entre la producción obtenida por un sistema de producción o servicios y los recursos utilizados para obtenerla. También puede ser definida como la relación entre los resultados y el tiempo utilizado para obtenerlos: cuanto menor sea el tiempo que lleve obtener el resultado deseado, más productivo es el sistema”(NOTA 1) . En realidad la productividad debe ser definida como el indicador de eficiencia que relaciona la cantidad de producto utilizado con la cantidad de producción obtenida (NOTA 2).
La productividad se puede dar en el plano del esfuerzo, o sea en la voluntad de afanarse en conseguir algo de forma personal y por propia voluntad. En este aspecto no se separa del orden natural de las cosas. El hombre libre se esforzará por conseguir su supremacía esforzándose voluntariamente para ello. El hombre que lucha por conseguir lo que quiere, el emprendedor, será considerado como superior por los demás mientras tenga éxito. Su gracia crecerá a ojos de los demás y con ello su prestigio y su autoridad.
La fuerza física, mezclada con la inteligencia a la hora de aplicarla, tiende a organizar las jerarquías. Este principio básicamente masculino en la especie humana tiende a competir desde muy pronto con el derivado de la fuerza reproductiva propio de la mujer. Cuanto más violenta sea una comunidad antes tenderá a convertirse en sociedad, donde el elemento cohesivo es más el interés que el sentimiento de pertenencia al grupo.
La guerra es el primer motor de la productividad. Mientras haya guerra será necesario superar al enemigo en medios para obtener la victoria. De ahí que la guerra posible sea el primer motor del trabajo.
Entiendo “trabajo” como la necesidad de hacer algo, forzado por las circunstancias, normalmente de forma imperativa. A diferencia del esfuerzo, difícilmente se puede decir que sea un comportamiento natural. Los animales normalmente no trabajan (NOTA 3) sino que se esfuerzan, y ello constituye un elemento de la libertad básica.
El trabajo deriva del esfuerzo, como el logos deriva del mythos. El esfuerzo personal se puede ver multiplicado en sus efectos si mediante él se obliga a los demás a realizar una acción productiva, similar o distinta, a los demás. Este esfuerzo no voluntario es el trabajo. De ahí que el hombre antiguo tuviese muy claro que sólo es libre el que no trabaja, pues sus esfuerzos no los hace por obligación impuesta por otros. El hombre libre es el que vive en el ocio (otium) no en el negocio (neg-otium, no ocio). El hombre libre se esfuerza, pero no trabaja.
Se encuentra aquí el origen de la tendencia a la autosuficiencia, a producir en la medida de lo posible todo lo que se necesita, para no tener que depender de nadie y así poder ser considerado un ser libre. El concepto antiguo de libertad es, por consiguiente muy distinto del nuestro, pues vivimos en sociedades complejas donde el carácter de autosuficiente (en griego idiotes) tiene incluso un carácter peyorativo (idiota). Porque nuestras sociedades han santificado la idea de trabajo, de alteración consciente y deseable de la Naturaleza.
Pero en el pensamiento antiguo el trabajo es considerado como un mal, en cuanto que va contra el orden que los seres superiores, o sea los que lo son en mayor plenitud, los dioses, han impuesto a la Naturaleza de la que formamos parte. Eso lo vio muy bien G. Bataille (NOTA 4) quién mostró la clara oposición entre trabajo y sacralidad. El hacer algo sagrado (sacri-ficio) es incompatible con el trabajo. De ahí viene el carácter no laboral que tienen los días de fiesta religiosa. De la misma manera que tiene un carácter maldito el practicar el sexo como trabajo.
Evidentemente en todo hay gradaciones, y en el campo de la sumisión por supuesto también. El mayor grado es el que contempla la esclavitud, cuyo carácter dependiente es máximo. Ser esclavo es equivalente a estar muerto en el pensamiento tradicional, como bien lo vemos reflejado en la compilación legal romana del Digesto (NOTA 5). El esclavo no es una persona, no existe por sí mismo (como no existe por sí mismo el feto, aunque sea un ser humano) y su propia vida no le pertenece (NOTA 6). Es propiedad de quien lo obliga a la sumisión, como un instrumento que habla, según la definición legal (instrumentum vocale). Ni que decir tiene que el mayor grado de aplicación al trabajo lo vamos a encontrar, en las sociedades de pensamiento antiguo, en el esclavo. Y que, por consiguiente, la productividad laboral mayor es la que se espera de este tipo de siervo.
En las sociedades esclavistas, la combinación de tendencia a la autosuficiencia (que dificulta el desarrollo del comercio) y la existencia del esclavo, como ser ajeno a la comunidad pero sometido por ella como colectivo o como propiedad de uno de sus miembros, va a tener como resultado la poca eficiencia productiva de los sistemas laborales. Por un lado se hace innecesario producir excedentes para un mercado poco desarrollado, dada la tendencia autárquica aludida y el consiguiente escaso desarrollo de los medios de comunicación (no por casualidad las mayores aglomeraciones urbanas se daban junto a las vías navegables, al ser el barco el único medio de transportar grandes cantidades de mercancías con poco coste). Y por otro, en consecuencia, la técnica productiva tendrá pocas ocasiones de difundirse. De ahí que cuando se necesita puntualmente aumentar la producción, lo que se hace es aumentar el número de esclavos (o de trabajadores asalariados, que tienen la ventaja de que se alimentan por sí mismos, lo que hará que vaya aumentando su número a medida que aumenta la complejidad de las sociedades). Ni que decir tiene que la productividad por elemento activo (individuo) es muy pequeña en tal sistema esclavista. A falta de técnica que sustituya la fuerza física, la realización de obras importantes exige la dedicación de una fuerza laboral muy grande, y una gran vigilancia por parte de los señores. Esas características del trabajo esclavo las deja muy claras el gaditano, del siglo I, Columella (De agricultura, I, 6.):
“En las haciendas que están lejos adonde no puede ir con facilidad el padre de familia, como quiera que todo género de campo está más tolerablemente a cargo de un colono libre que al de un capataz esclavo, lo está sobre todo el de trigo, pues este no lo puede destruir el colono (como las viñas y la arboleda maridada a ellas), y los esclavos lo administran muy mal, pues alquilan los bueyes, dan mal de comer a estos y a los demás ganados, no labran la tierra bien, ponen en cuenta mucha más simiente de la que han echado en la siembra, no ayudan para que esta produzca bien; cuando llevan la mies a la era para trillarla, mientras esta dura disminuyen diariamente el grano por fraude o por negligencia, pues no sólo lo roban ellos, sino que no lo guardan de otros ladrones; y después de puesto en el granero, no lo sientan fielmente en sus cuentas. De aquí resulta que el capataz y la gente faltan a su obligación, y que la hacienda muchas veces cobra mala fama. Por lo que yo soy de la opinión de que la hacienda que es de esta clase, si como he dicho ha de carecer de la presencia del amo, se debe dar en arrendamiento”.
De ahí que, cuando como consecuencia de la riqueza acumulada por una sociedad (sobre todo en base al botín) ésta tiende a relajar sus costumbres y a vivir en ciudades donde la producción es inferior al consumo (como lo son las agrícolas, propias del mundo antiguo), el esclavismo va dando paso al colonato aparcero (NOTA 7), de forma que el antiguo esclavo recibe, en lugar del peculio o incentivo de productividad en forma de una pequeña ayuda para su sustento, el derecho de quedarse con una parte (de ahí el término “aparcería”) de la producción, al tiempo que se le procura atar al medio de trabajo tanto por la necesidad de subsistir como por las leyes. Esto vale tanto para antiguos esclavos como para hombres libres que se sometan al mismo sistema, que son cada vez más dada la dificultad de alquilar tierras sin tener una apoyo financiero para hacerlo. De esta manera, movidos por el interés personal, los elementos trabajadores aumentan su productividad, pero de una manera limitada, pues las grandes fincas de antaño se atomizan en una serie de parcelas que tienden, en buena medida, a la autosuficiencia, dejando sólo una parte como excedente comercializable para el amo. Los ingresos de éste posiblemente estén mejor asegurados, pero la producción para el mercado sigue siendo limitada.
Hay otro elemento, con todo, que comienza a difundirse a partir del cambio de era cronológica. Me refiero al aprovechamiento de las corrientes de agua para mover la piedra de los molinos, que pueden ahorrar buena parte de la tracción sangre normal en ese mundo.
Pero, en un mundo con mentalidad aristocrática, contraria al trabajo, siendo la idea dominante de vivir de la mejor manera con el mínimo trabajo posible, no debe extrañarnos que lo que se vea en este progreso técnico la posibilidad de huir de la actividad laboral, como encontramos claramente expuesto en el poema de Antípater de Tesalónica (Antología Griega, 9.418), que habla de ese molino movido por el agua que en su tiempo, en la época de Augusto, parece haber empezado a difundirse por nuestros ríos para aprovechar laboralmente la fuerza de la corriente, lo que iría poco a poco en aumento a medida que pasase el tiempo. Dice lo siguiente:
«Dejad de moler, ¡oh vosotras mujeres que os esforzáis en el molino!; dormid hasta más tarde aunque los cantos de los gallos anuncien el alba. Pues Demeter ordenó a las ninfas [acuáticas] que hagan el trabajo de vuestras manos, y ellas, saltando a lo alto de la rueda, hacen girar su eje, el cual, con sus radios que dan vueltas, hace que giren las pesadas muelas cóncavas de [piedra de] Nisiria. Gustemos nuevamente las alegrías de la vida primitiva, aprendiendo a regalarnos con los productos de Demeter sin trabajar».
Lo mismo se podría decir del invento de la eolípila o máquina simple de vapor, ideada en el siglo I por el ingeniero griego Herón de Alejandría, que no se aplicó a la producción para el mercado, sino simplemente a instrumentos de entretenimiento.
La técnica, como se ve, no ha de aumentar las posibilidades de tener más, multiplicando las posibilidades de empleo del tiempo en otras tareas alternativas que se podrían hacer de forma simultánea. Pero, una vez conocida, la codicia que mueve la guerra y que mantiene en pie unos estados costosos va a hacer que pronto pase a ser vista como un elemento de productividad añadida a la de la pura acción laborar realizada en base a la fuerza física del cuerpo humano.
El desarrollo intelectual posterior, en las sociedades europeas, hará que vaya cambiando la mentalidad y con ello la consideración del trabajo. La idea de progreso se irá imponiendo poco a poco sobre la de regreso temeroso al mantenimiento del orden natural, que era la base de las religiones. Estas mismas se irán viendo transformadas por el avance de las ideas en un camino progresivamente racional (el cristianismo, aunque hoy pueda sorprender a algunos, supuso un paso importante en este sentido, con su carácter histórico); los enfrentamientos bélicos se hicieron más abundantes y el deseo de victoria llevó al desarrollo tanto de las técnicas como de los medios de comunicación. Poco a poco la ciencia (esa que había hecho posible las antiguas eolípilas) se fue aplicando al perfeccionamiento de la técnica de la que procedía, dando paso a la tecnología. Y la tecnología aplicada, en medio de un comercio creciente, dio paso a un desarrollo muy notable de la productividad laboral que, poco a poco, fue pasando del hombre a la máquina. Las consecuencias de ello fueron inmensas. Entre otras cosas permitió que fuese la inteligencia más que la fuerza física la que se impusiese como base de un desarrollo productivo; de tal forma que, en este plano, las diferencias entre los hombres -que habían puesto en marcha el mecanismo – y las mujeres fuesen desapareciendo y dando paso a los planteamientos más igualitarios en los que ahora nos encontramos inmersos.
Hoy la productividad se mide, sobre todo, por el desarrollo intelectual de los trabajadores. Conocer y potenciar las máquinas es más importante que sumar muchas manos en actividades que exigen poca cualificación intelectual, como la de poner ladrillos. Por ello no necesariamente se mide la productividad por el número de horas trabajado sino por el rendimiento de ese tiempo en contacto con una tecnología cada vez más desarrollada. Una sociedad que quiera ser rica ha de procurar que la educación superior llegue al mayor número de personas posibles. De ahí la preocupación que existe cuando los niveles formativos se muestran poco elevados, tanto a nivel técnico como intelectual. Decir que un país tiene unos salarios inferiores a los de otro no necesariamente implica una distinta aplicación de la justicia social, pues puede deberse a la mayor capacidad de generar riqueza de modo consistente. Y ello incide tanto en los salarios como en las prestaciones sociales en general y las de jubilación en particular. Que, por ejemplo, el desarrollo formativo sea inferior en España al de otros países de su nivel explica en buena medida la poca solidez de su economía. Una economía que, repitámoslo una vez más, está basada en un consumismo continuo derivado de una mentalidad de progreso ilimitado y en el marco de una competencia o competición continua con los demás.
Tal vez el desarrollo de una mentalidad más femenina, más basada en la comunicación que en el enfrentamiento, cambie el panorama. Aunque hasta ahora lo que ha pasado es que las mujeres, desde el punto en que la fuerza física ha pasado a segundo plano, se han dedicado a competir en lo demás según el esquema vigente hasta entonces, potenciándolo aún más. De momento el capitalismo en el que vivimos (sea desarrollado por particulares o por Estados) no es sino una consecuencia del desarrollo cultural emprendido, como señalé al comienzo. El hecho de que el progreso sin fin (incluido el de la población) haya chocado con la limitación del planeta Tierra en que vivimos puede forzar a actuar de esa manera. Pero no observo en absoluto síntomas de ello.
En 1886, el presidente de Estados Unidos Andrew Johnson promulgó la llamada Ley Ingersoll, estableciendo las 8 horas de trabajo diarias, aunque la aplicación de la misma no fue inmediata. Desde entonces han pasado casi 125 años y el desarrollo de las máquinas ha sido desde entonces impresionante, dando la oportunidad de crear tiempo libre en el marco del trabajo generalizado. Sin embargo el número de horas diarias ha experimentado una variación que no se compadece con el progreso registrado en la transferencia del esfuerzo exigido hasta las máquinas. El paro, al mismo tiempo, se extiende como una pandemia, al tiempo que se pide alargar la vida laboral de las personas, desde los 65 años máximos. En 1881, en Berlín, Otto von Bismarck inició el primer sistema moderno estatal del mundo de seguridad social, incluyendo la fijación de la edad de jubilación en 65 años. Poco se ha avanzado desde entonces en el aspecto del ocio. Posiblemente la codicia humana y el placer que siente el poderoso al contemplar la sumisión del débil –impreso en la naturaleza- explique más que otra cosa que el aumento de la productividad no se traduzca, al mismo ritmo, en descanso para el hombre, adecuándose así lo que también su naturaleza le pide.
NOTAS:
1.- Fernando Casanova, “Formación profesional, productividad y trabajo decente”, Boletín Cinterfor nº153 Montevideo 2002 [11-2-2008]
2.-
3.- Hay animales que están organizados de forma que constituyen comunidades laborales, como sucede en el caso de las hormigas y las abejas. Según nos dice E. PUNSET, El viaje a la felicidad. Las nuevas claves científicas, (Ed. Destino, Barcelona, 2007, pp. 185-186), “el parecido entre un enjambre y un colectivo humano resulta inquietante. Ahora se sabe que no sólo la reina del enjambre está capacitada para poner huevos. Algunas abejas trabajadoras pueden ser fecundadas y tener descendientes. Como descubrió el entomólogo autodidacta Raymond Lane hace muy pocos años, al desaparecer la reina todas recuperan su fertilidad de manera que «el estatus vinculado a la infertilidad es el subproducto de la represión y cuando el poder opresor desaparece las trabajadoras recuperan su fertilidad».
Se ha demostrado algo parecido con las hormigas. Las de la especie Leptothorax allardycei pasan más tiempo peleando entre ellas -cuando desaparece la reina- que cuidando del hormiguero. E incluso cuando la reina vive, las trabajadoras más competitivas siguen poniendo un 20 por ciento de los huevos. En los superorganismos como los enjambres, los hormigueros y los termiteros parece evidente que la organización social obedece a un sistema represivo en el que la reina utiliza armas variadas para eliminar la capacidad genética de sus súbditos para reproducirse y mantener el control del poder”.
4.-El erotismo, Ed. Spartaku [1957], p. 189.
5.- En el siglo III d.C., el jurista Ulpiano (Dig., 50.17.209) mantiene la teoría de que “comparamos a la esclavitud con la muerte” (servitutem mortalitati fere comparamus), lo que nos pone en la pista de que la esclavitud supone una pérdida del mana, del ser de uno mismo, al quedar fuera de “su mundo” (el mundo de los hombres verdaderos, el de los nuestros).
6.- Odisea (17, 320-322) nos manifiesta la consideración del carácter semihumano del esclavo cuando nos dice: “Porque los siervos, así que el amo deja de mandarlos, no quieren trabajar como es razón; que el largovidente Zeus le quita al hombre la mitad de la virtud (areté) el mismo día en que cae esclavo”.
7.- El hecho de que el jurista Labeón, en la época de Augusto, admita la existencia de facto de servi quasi coloni, que son socios en la práctica de un hombre libre sin serlo ellos mismos, creemos que es un indicio del cambio producido (Dig. 33.7.12.3.1).
La productividad se puede dar en el plano del esfuerzo, o sea en la voluntad de afanarse en conseguir algo de forma personal y por propia voluntad. En este aspecto no se separa del orden natural de las cosas. El hombre libre se esforzará por conseguir su supremacía esforzándose voluntariamente para ello. El hombre que lucha por conseguir lo que quiere, el emprendedor, será considerado como superior por los demás mientras tenga éxito. Su gracia crecerá a ojos de los demás y con ello su prestigio y su autoridad.
La fuerza física, mezclada con la inteligencia a la hora de aplicarla, tiende a organizar las jerarquías. Este principio básicamente masculino en la especie humana tiende a competir desde muy pronto con el derivado de la fuerza reproductiva propio de la mujer. Cuanto más violenta sea una comunidad antes tenderá a convertirse en sociedad, donde el elemento cohesivo es más el interés que el sentimiento de pertenencia al grupo.
La guerra es el primer motor de la productividad. Mientras haya guerra será necesario superar al enemigo en medios para obtener la victoria. De ahí que la guerra posible sea el primer motor del trabajo.
Entiendo “trabajo” como la necesidad de hacer algo, forzado por las circunstancias, normalmente de forma imperativa. A diferencia del esfuerzo, difícilmente se puede decir que sea un comportamiento natural. Los animales normalmente no trabajan (NOTA 3) sino que se esfuerzan, y ello constituye un elemento de la libertad básica.
El trabajo deriva del esfuerzo, como el logos deriva del mythos. El esfuerzo personal se puede ver multiplicado en sus efectos si mediante él se obliga a los demás a realizar una acción productiva, similar o distinta, a los demás. Este esfuerzo no voluntario es el trabajo. De ahí que el hombre antiguo tuviese muy claro que sólo es libre el que no trabaja, pues sus esfuerzos no los hace por obligación impuesta por otros. El hombre libre es el que vive en el ocio (otium) no en el negocio (neg-otium, no ocio). El hombre libre se esfuerza, pero no trabaja.
Se encuentra aquí el origen de la tendencia a la autosuficiencia, a producir en la medida de lo posible todo lo que se necesita, para no tener que depender de nadie y así poder ser considerado un ser libre. El concepto antiguo de libertad es, por consiguiente muy distinto del nuestro, pues vivimos en sociedades complejas donde el carácter de autosuficiente (en griego idiotes) tiene incluso un carácter peyorativo (idiota). Porque nuestras sociedades han santificado la idea de trabajo, de alteración consciente y deseable de la Naturaleza.
Pero en el pensamiento antiguo el trabajo es considerado como un mal, en cuanto que va contra el orden que los seres superiores, o sea los que lo son en mayor plenitud, los dioses, han impuesto a la Naturaleza de la que formamos parte. Eso lo vio muy bien G. Bataille (NOTA 4) quién mostró la clara oposición entre trabajo y sacralidad. El hacer algo sagrado (sacri-ficio) es incompatible con el trabajo. De ahí viene el carácter no laboral que tienen los días de fiesta religiosa. De la misma manera que tiene un carácter maldito el practicar el sexo como trabajo.
Evidentemente en todo hay gradaciones, y en el campo de la sumisión por supuesto también. El mayor grado es el que contempla la esclavitud, cuyo carácter dependiente es máximo. Ser esclavo es equivalente a estar muerto en el pensamiento tradicional, como bien lo vemos reflejado en la compilación legal romana del Digesto (NOTA 5). El esclavo no es una persona, no existe por sí mismo (como no existe por sí mismo el feto, aunque sea un ser humano) y su propia vida no le pertenece (NOTA 6). Es propiedad de quien lo obliga a la sumisión, como un instrumento que habla, según la definición legal (instrumentum vocale). Ni que decir tiene que el mayor grado de aplicación al trabajo lo vamos a encontrar, en las sociedades de pensamiento antiguo, en el esclavo. Y que, por consiguiente, la productividad laboral mayor es la que se espera de este tipo de siervo.
En las sociedades esclavistas, la combinación de tendencia a la autosuficiencia (que dificulta el desarrollo del comercio) y la existencia del esclavo, como ser ajeno a la comunidad pero sometido por ella como colectivo o como propiedad de uno de sus miembros, va a tener como resultado la poca eficiencia productiva de los sistemas laborales. Por un lado se hace innecesario producir excedentes para un mercado poco desarrollado, dada la tendencia autárquica aludida y el consiguiente escaso desarrollo de los medios de comunicación (no por casualidad las mayores aglomeraciones urbanas se daban junto a las vías navegables, al ser el barco el único medio de transportar grandes cantidades de mercancías con poco coste). Y por otro, en consecuencia, la técnica productiva tendrá pocas ocasiones de difundirse. De ahí que cuando se necesita puntualmente aumentar la producción, lo que se hace es aumentar el número de esclavos (o de trabajadores asalariados, que tienen la ventaja de que se alimentan por sí mismos, lo que hará que vaya aumentando su número a medida que aumenta la complejidad de las sociedades). Ni que decir tiene que la productividad por elemento activo (individuo) es muy pequeña en tal sistema esclavista. A falta de técnica que sustituya la fuerza física, la realización de obras importantes exige la dedicación de una fuerza laboral muy grande, y una gran vigilancia por parte de los señores. Esas características del trabajo esclavo las deja muy claras el gaditano, del siglo I, Columella (De agricultura, I, 6.):
“En las haciendas que están lejos adonde no puede ir con facilidad el padre de familia, como quiera que todo género de campo está más tolerablemente a cargo de un colono libre que al de un capataz esclavo, lo está sobre todo el de trigo, pues este no lo puede destruir el colono (como las viñas y la arboleda maridada a ellas), y los esclavos lo administran muy mal, pues alquilan los bueyes, dan mal de comer a estos y a los demás ganados, no labran la tierra bien, ponen en cuenta mucha más simiente de la que han echado en la siembra, no ayudan para que esta produzca bien; cuando llevan la mies a la era para trillarla, mientras esta dura disminuyen diariamente el grano por fraude o por negligencia, pues no sólo lo roban ellos, sino que no lo guardan de otros ladrones; y después de puesto en el granero, no lo sientan fielmente en sus cuentas. De aquí resulta que el capataz y la gente faltan a su obligación, y que la hacienda muchas veces cobra mala fama. Por lo que yo soy de la opinión de que la hacienda que es de esta clase, si como he dicho ha de carecer de la presencia del amo, se debe dar en arrendamiento”.
De ahí que, cuando como consecuencia de la riqueza acumulada por una sociedad (sobre todo en base al botín) ésta tiende a relajar sus costumbres y a vivir en ciudades donde la producción es inferior al consumo (como lo son las agrícolas, propias del mundo antiguo), el esclavismo va dando paso al colonato aparcero (NOTA 7), de forma que el antiguo esclavo recibe, en lugar del peculio o incentivo de productividad en forma de una pequeña ayuda para su sustento, el derecho de quedarse con una parte (de ahí el término “aparcería”) de la producción, al tiempo que se le procura atar al medio de trabajo tanto por la necesidad de subsistir como por las leyes. Esto vale tanto para antiguos esclavos como para hombres libres que se sometan al mismo sistema, que son cada vez más dada la dificultad de alquilar tierras sin tener una apoyo financiero para hacerlo. De esta manera, movidos por el interés personal, los elementos trabajadores aumentan su productividad, pero de una manera limitada, pues las grandes fincas de antaño se atomizan en una serie de parcelas que tienden, en buena medida, a la autosuficiencia, dejando sólo una parte como excedente comercializable para el amo. Los ingresos de éste posiblemente estén mejor asegurados, pero la producción para el mercado sigue siendo limitada.
Hay otro elemento, con todo, que comienza a difundirse a partir del cambio de era cronológica. Me refiero al aprovechamiento de las corrientes de agua para mover la piedra de los molinos, que pueden ahorrar buena parte de la tracción sangre normal en ese mundo.
Pero, en un mundo con mentalidad aristocrática, contraria al trabajo, siendo la idea dominante de vivir de la mejor manera con el mínimo trabajo posible, no debe extrañarnos que lo que se vea en este progreso técnico la posibilidad de huir de la actividad laboral, como encontramos claramente expuesto en el poema de Antípater de Tesalónica (Antología Griega, 9.418), que habla de ese molino movido por el agua que en su tiempo, en la época de Augusto, parece haber empezado a difundirse por nuestros ríos para aprovechar laboralmente la fuerza de la corriente, lo que iría poco a poco en aumento a medida que pasase el tiempo. Dice lo siguiente:
«Dejad de moler, ¡oh vosotras mujeres que os esforzáis en el molino!; dormid hasta más tarde aunque los cantos de los gallos anuncien el alba. Pues Demeter ordenó a las ninfas [acuáticas] que hagan el trabajo de vuestras manos, y ellas, saltando a lo alto de la rueda, hacen girar su eje, el cual, con sus radios que dan vueltas, hace que giren las pesadas muelas cóncavas de [piedra de] Nisiria. Gustemos nuevamente las alegrías de la vida primitiva, aprendiendo a regalarnos con los productos de Demeter sin trabajar».
Lo mismo se podría decir del invento de la eolípila o máquina simple de vapor, ideada en el siglo I por el ingeniero griego Herón de Alejandría, que no se aplicó a la producción para el mercado, sino simplemente a instrumentos de entretenimiento.
La técnica, como se ve, no ha de aumentar las posibilidades de tener más, multiplicando las posibilidades de empleo del tiempo en otras tareas alternativas que se podrían hacer de forma simultánea. Pero, una vez conocida, la codicia que mueve la guerra y que mantiene en pie unos estados costosos va a hacer que pronto pase a ser vista como un elemento de productividad añadida a la de la pura acción laborar realizada en base a la fuerza física del cuerpo humano.
El desarrollo intelectual posterior, en las sociedades europeas, hará que vaya cambiando la mentalidad y con ello la consideración del trabajo. La idea de progreso se irá imponiendo poco a poco sobre la de regreso temeroso al mantenimiento del orden natural, que era la base de las religiones. Estas mismas se irán viendo transformadas por el avance de las ideas en un camino progresivamente racional (el cristianismo, aunque hoy pueda sorprender a algunos, supuso un paso importante en este sentido, con su carácter histórico); los enfrentamientos bélicos se hicieron más abundantes y el deseo de victoria llevó al desarrollo tanto de las técnicas como de los medios de comunicación. Poco a poco la ciencia (esa que había hecho posible las antiguas eolípilas) se fue aplicando al perfeccionamiento de la técnica de la que procedía, dando paso a la tecnología. Y la tecnología aplicada, en medio de un comercio creciente, dio paso a un desarrollo muy notable de la productividad laboral que, poco a poco, fue pasando del hombre a la máquina. Las consecuencias de ello fueron inmensas. Entre otras cosas permitió que fuese la inteligencia más que la fuerza física la que se impusiese como base de un desarrollo productivo; de tal forma que, en este plano, las diferencias entre los hombres -que habían puesto en marcha el mecanismo – y las mujeres fuesen desapareciendo y dando paso a los planteamientos más igualitarios en los que ahora nos encontramos inmersos.
Hoy la productividad se mide, sobre todo, por el desarrollo intelectual de los trabajadores. Conocer y potenciar las máquinas es más importante que sumar muchas manos en actividades que exigen poca cualificación intelectual, como la de poner ladrillos. Por ello no necesariamente se mide la productividad por el número de horas trabajado sino por el rendimiento de ese tiempo en contacto con una tecnología cada vez más desarrollada. Una sociedad que quiera ser rica ha de procurar que la educación superior llegue al mayor número de personas posibles. De ahí la preocupación que existe cuando los niveles formativos se muestran poco elevados, tanto a nivel técnico como intelectual. Decir que un país tiene unos salarios inferiores a los de otro no necesariamente implica una distinta aplicación de la justicia social, pues puede deberse a la mayor capacidad de generar riqueza de modo consistente. Y ello incide tanto en los salarios como en las prestaciones sociales en general y las de jubilación en particular. Que, por ejemplo, el desarrollo formativo sea inferior en España al de otros países de su nivel explica en buena medida la poca solidez de su economía. Una economía que, repitámoslo una vez más, está basada en un consumismo continuo derivado de una mentalidad de progreso ilimitado y en el marco de una competencia o competición continua con los demás.
Tal vez el desarrollo de una mentalidad más femenina, más basada en la comunicación que en el enfrentamiento, cambie el panorama. Aunque hasta ahora lo que ha pasado es que las mujeres, desde el punto en que la fuerza física ha pasado a segundo plano, se han dedicado a competir en lo demás según el esquema vigente hasta entonces, potenciándolo aún más. De momento el capitalismo en el que vivimos (sea desarrollado por particulares o por Estados) no es sino una consecuencia del desarrollo cultural emprendido, como señalé al comienzo. El hecho de que el progreso sin fin (incluido el de la población) haya chocado con la limitación del planeta Tierra en que vivimos puede forzar a actuar de esa manera. Pero no observo en absoluto síntomas de ello.
En 1886, el presidente de Estados Unidos Andrew Johnson promulgó la llamada Ley Ingersoll, estableciendo las 8 horas de trabajo diarias, aunque la aplicación de la misma no fue inmediata. Desde entonces han pasado casi 125 años y el desarrollo de las máquinas ha sido desde entonces impresionante, dando la oportunidad de crear tiempo libre en el marco del trabajo generalizado. Sin embargo el número de horas diarias ha experimentado una variación que no se compadece con el progreso registrado en la transferencia del esfuerzo exigido hasta las máquinas. El paro, al mismo tiempo, se extiende como una pandemia, al tiempo que se pide alargar la vida laboral de las personas, desde los 65 años máximos. En 1881, en Berlín, Otto von Bismarck inició el primer sistema moderno estatal del mundo de seguridad social, incluyendo la fijación de la edad de jubilación en 65 años. Poco se ha avanzado desde entonces en el aspecto del ocio. Posiblemente la codicia humana y el placer que siente el poderoso al contemplar la sumisión del débil –impreso en la naturaleza- explique más que otra cosa que el aumento de la productividad no se traduzca, al mismo ritmo, en descanso para el hombre, adecuándose así lo que también su naturaleza le pide.
NOTAS:
1.- Fernando Casanova, “Formación profesional, productividad y trabajo decente”, Boletín Cinterfor nº153 Montevideo 2002 [11-2-2008]
2.-
3.- Hay animales que están organizados de forma que constituyen comunidades laborales, como sucede en el caso de las hormigas y las abejas. Según nos dice E. PUNSET, El viaje a la felicidad. Las nuevas claves científicas, (Ed. Destino, Barcelona, 2007, pp. 185-186), “el parecido entre un enjambre y un colectivo humano resulta inquietante. Ahora se sabe que no sólo la reina del enjambre está capacitada para poner huevos. Algunas abejas trabajadoras pueden ser fecundadas y tener descendientes. Como descubrió el entomólogo autodidacta Raymond Lane hace muy pocos años, al desaparecer la reina todas recuperan su fertilidad de manera que «el estatus vinculado a la infertilidad es el subproducto de la represión y cuando el poder opresor desaparece las trabajadoras recuperan su fertilidad».
Se ha demostrado algo parecido con las hormigas. Las de la especie Leptothorax allardycei pasan más tiempo peleando entre ellas -cuando desaparece la reina- que cuidando del hormiguero. E incluso cuando la reina vive, las trabajadoras más competitivas siguen poniendo un 20 por ciento de los huevos. En los superorganismos como los enjambres, los hormigueros y los termiteros parece evidente que la organización social obedece a un sistema represivo en el que la reina utiliza armas variadas para eliminar la capacidad genética de sus súbditos para reproducirse y mantener el control del poder”.
4.-El erotismo, Ed. Spartaku [1957], p. 189.
5.- En el siglo III d.C., el jurista Ulpiano (Dig., 50.17.209) mantiene la teoría de que “comparamos a la esclavitud con la muerte” (servitutem mortalitati fere comparamus), lo que nos pone en la pista de que la esclavitud supone una pérdida del mana, del ser de uno mismo, al quedar fuera de “su mundo” (el mundo de los hombres verdaderos, el de los nuestros).
6.- Odisea (17, 320-322) nos manifiesta la consideración del carácter semihumano del esclavo cuando nos dice: “Porque los siervos, así que el amo deja de mandarlos, no quieren trabajar como es razón; que el largovidente Zeus le quita al hombre la mitad de la virtud (areté) el mismo día en que cae esclavo”.
7.- El hecho de que el jurista Labeón, en la época de Augusto, admita la existencia de facto de servi quasi coloni, que son socios en la práctica de un hombre libre sin serlo ellos mismos, creemos que es un indicio del cambio producido (Dig. 33.7.12.3.1).
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Productividad laboral y economía sumergida
He aludido en mi intervención anterior a cómo afecta a la productividad el desarrollo de la economía sumergida (la no controlada por el Estado, al que no tributa de forma directa cuando es obligatorio hacerlo, pues hay lugares en que esto es lícito, como sucede en las Islas Caimán (UK): http://es.wikipedia.org/wiki/Islas_Caim%C3%A1n , que viven precisamente de eso, de ser un paraíso fiscal).
Desde la Antigüedad pagar impuestos fue, precisamente por ese carácter de algo "impuesto", considerado como algo poco agradable, que iba contra la libertad de las personas. Por ello cuando se quiere favorecer la actividad de alguien se le exonera total o parcialmente de impuestos. El problema es que un Estado es algo mucho más complejo que una comunidad (donde se funciona en base a "contribuciones" voluntarias de sus miembros) y precisa aplicar su fuerza -de la que tiene el monopolio- para extraer una parte de sus excedentes a los ciudadanos para mantener su propia estructura. Esa estructura que, dicho sea de paso, está dirigida a dar seguridad (justicia, orden público, comunicaciones, sanidad...) a los individuos que están bajo su control.
Los individuos quieren prescindir del Estado, como muestran claramente las tendencias individualistas del capitalismo. El problema es que, al mismo tiempo, fuera de la regulación estatal es difícil un desarrollo armónico del propio capitalismo, como supo ver A. Smith (aunque se tienda a pasar por alto por parte de aquellos que sólo se fijan en el individuo). Está visto que la competencia individual potencia la productividad incitando al trabajo; tan visto como que sin embargo -como se ha demostrado con la reciente crisis financiera debida a la falta de regulación efectiva- esa productividad puede decaer grandemente cuando el Estado no actúa. O sea que los impuestos deben ser evitados, pero son totalmente necesarios. De ahí que el capital prefiera los impuestos sobre el consumo, que proporcionalmente afectan sobre todo a las voluminosas clases trabajadoras, eludiendo en la medida de lo posible (a ser posible incluso de forma legal) los impuestos directos (IRPF). Pero la codicia hace peligrar incluso estos impuestos, derivando la recaudación del IVA en beneficio de sus recaudadores obligatorios, o sea de los empresarios. Ello puede llevar a déficit gigantescos en las cuentas del Estado cuando sus administradores no cumplen con su obligación de mantener adecuadamente la vida social, por ineficacia o por corrupción.
Un artículo de Manuel Redal,Consejero de los Técnicos de Hacienda (GESTHA), en la revista Expansión ( http://www.expansion.com/2010/01/29/opinion/1264799675.html ), titulado "Contra la evidencia de la economía sumergida", pone de relieve este problema en la España actual, señalando, en estos momentos en que el Estado español se ve constreñido a gastar menos y/o recaudar más para rebajar su déficit público, que podrían recaudarse unos 38.000 millones adicionales para aliviar el déficit, procurando -sin cambiar los tipos impositivos o crear nuevos impuestos- mejorar la financiación estatal y las prestaciones sociales. Dice así:
"Hace escasos días, el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, monopolizó portadas y noticias de apertura de los principales medios de comunicación con unas declaraciones sobre un tema tabú en la órbita gubernamental, como es el de la economía sumergida, en las que se atrevió a cuantificarla, para situarla en una horquilla de entre el 16% y el 20% del PIB.
Como era de esperar, la intervención desencadenó la rápida reacción del Ministerio de Economía, que, a través del secretario de Estado, José Manuel Campa, tildó estas declaraciones de “osadas” y recalcó que, precisamente por ser sumergida, es algo incuantificable.
Imagino que el revuelo formado en los pasillos del Ministerio de Economía y Hacienda y en los de la Agencia Tributaria habrá sido de impresión. Mucho le debieron zumbar los oídos al ministro Corbacho a raíz de esos comentarios. Y me explico.
A la vista de la reacción del Ministerio de Economía y Hacienda, parece evidente que no se trata de una cifra consensuada, y es cierto que el ministro Corbacho debió aclarar desde un primer momento de dónde han salido sus cifras.
Pero quedarnos ahí sería, simplemente, rascar levemente la superficie del problema y pasar de largo. La intervención del ministro de Trabajo ha sido, al menos, oportuna y valiente, ya que la Administración no puede pasar de puntillas e impunemente por una realidad tan grave como es la de la economía sumergida.
Quizás resulte más contundente citar informes académicos o de instituciones y organismos internacionales como el Banco Mundial, Deutsche Bank, la OCDE, la OIT o el propio Banco de España y el Instituto de Estudios Fiscales. Todos ellos reconocen la existencia de la economía sumergida, y la cifran en una horquilla que va del 20% al 25% del PIB. Y, aunque complicado, cuando hay voluntad se pueden realizar estimaciones, como en efecto han hecho estas instituciones.
Me referiré a datos conocidos para precisar un poco más este problema. En sólo dos años, los ingresos tributarios del Estado se han reducido en una cuarta parte; alrededor de 50.000 millones de euros. Esta reducción no tiene parangón en los países de nuestro entorno (la zona euro y EEUU), también afectados por la crisis económica, y que en la mayoría de los casos registran mínimas variaciones decimales en este indicador.
Hay, además, numerosos indicadores muy reveladores, como que sólo un 3% de los declarantes del IRPF afirma ganar más de 60.000 euros, el elevado volumen de billetes de 500 euros en circulación, el desplome de la recaudación del IVA en un 40% en los dos últimos años (más de 21.000 millones de euros sólo en 2009) o el hoy desinflado “boom inmobiliario”. Todos ellos denotan la realidad de la existencia de enormes bolsas de fraude en nuestra economía.
Tampoco parece responder a la lógica el hecho de que los trabajadores y pensionistas declaren, de media, entre 5.000 y 7.000 euros anuales más que los empresarios, ni parece de recibo que la Agencia Tributaria sea capaz de ingresar sólo 13 de cada 100 euros en lo referente a la gestión de las deudas con la Administración.
Conviene reflexionar sobre el alcance de estas cifras, porque constituyen, junto a la elevada tasa de desempleo, el hecho diferencial y singular que ofrece nuestra economía en el contexto de crisis económica global.
Sería deseable, además, que la aproximación a las razones de este abultado descenso recaudatorio, absolutamente desproporcionado en relación con la contracción del PIB en 2009, se hiciera desde una perspectiva crítica y serena, lejos de la autocomplacencia que mantienen al valorar su gestión tanto los responsables del Ministerio de Economía y Hacienda como la Agencia Tributaria.
Dimensión
Negar la realidad de la economía sumergida o esconder la cabeza bajo el ala, como el avestruz, no nos ayudará a afrontar la cuestión esencial que provoca la sangría de las finanzas públicas. Por el contrario, conocer su verdadera dimensión ayudará a concienciarnos de la necesidad de afrontarlo. Y es mejor hacerlo antes de vernos obligados a emplear terapias más dolorosas.
Quien tiene la responsabilidad natural de liderar esta medición es el Gobierno y sus ministerios económicos, Economía y Hacienda y Trabajo, quienes deben afrontar y combatir el problema del fraude en lugar de enzarzarse en cuestiones de imagen.
Las reformas impositivas puestas en marcha en 2010 no garantizan por sí mismas una rehabilitación de las cuentas públicas si antes no se resuelve la cuestión de fondo principal. Los técnicos del Ministerio de Economía y Hacienda llevamos muchos años alertando de la inaplazable necesidad de afrontar reformas estructurales en el Ministerio y en la Agencia Tributaria. Éstas permitirían la reducción del volumen de la economía sumergida y la mejora del control del gasto público hasta niveles comparables con los países de la eurozona.
En esta línea, hemos hecho propuestas legislativas y organizativas dirigidas a optimizar los recursos existentes y a desterrar actitudes corporativas, en beneficio de los intereses generales. Hablamos de unas reformas que, necesariamente, deben empezar por reconocer la magnitud del problema.
Pero la falta de decisión del actual Gobierno respecto a este asunto, con manifiestos incumplimientos de resoluciones parlamentarias, y abrir polémicas estériles sobre el volumen de economía sumergida, no son precisamente las actitudes más deseables ante la amenaza que el fraude fiscal supone para la sostenibilidad económica y los valores de suficiencia, equidad y justicia de nuestro sistema tributario.
Lucha insuficiente
Es evidente que las Administraciones están perdiendo una importante cantidad de ingresos derivados de la ineficiente lucha contra la economía sumergida que, estimamos, mueve unos 240.000 millones de euros al año. Por ello, resulta sorprendente que en los últimos años se haya avanzado tan poco en materia de lucha contra el fraude.
La Ley de Medidas para la Prevención del Fraude Fiscal se ha quedado, por el momento, en una mera declaración de intenciones, perdiendo la gran oportunidad de mejorar sustancialmente los recursos de la Administración cuando no habilita a los técnicos del Ministerio de Hacienda para asumir mayores responsabilidades en reducir el fraude fiscal y mejorar el control del gasto público, de las subvenciones y de las ayudas públicas.
Si se desarrollan esta y otras medidas, sería posible reducir hasta en 10 puntos porcentuales nuestro ratio de economía sumergida, lo que nos situaría en niveles de países de la UE como Francia o Alemania. De este modo, podríamos aflorar unos 90.000 millones y recaudar unos 38.000 millones adicionales (25.000 millones por impuestos defraudados y 13.000 millones por cuotas de la Seguridad Social impagadas), unos recursos que aliviarían el déficit público, mejorarían la financiación de las Administraciones y las prestaciones sociales.
No sé si Corbacho se merece el calificativo de “osado”, pero sus declaraciones vienen a reconocer un asunto que ha permanecido estancado durante demasiado tiempo y al que, ahora más que nunca, debe dársele solución. Sigamos caminando en esta dirección, por la cuenta que nos trae. A todos".
A título anecdótico puede verse una información de CCOO sobre la economía sumergida relativa al sector textil en http://www.ccoo.es/csccoo/menu.do?Informacion:Noticias:70553 .
Desde la Antigüedad pagar impuestos fue, precisamente por ese carácter de algo "impuesto", considerado como algo poco agradable, que iba contra la libertad de las personas. Por ello cuando se quiere favorecer la actividad de alguien se le exonera total o parcialmente de impuestos. El problema es que un Estado es algo mucho más complejo que una comunidad (donde se funciona en base a "contribuciones" voluntarias de sus miembros) y precisa aplicar su fuerza -de la que tiene el monopolio- para extraer una parte de sus excedentes a los ciudadanos para mantener su propia estructura. Esa estructura que, dicho sea de paso, está dirigida a dar seguridad (justicia, orden público, comunicaciones, sanidad...) a los individuos que están bajo su control.
Los individuos quieren prescindir del Estado, como muestran claramente las tendencias individualistas del capitalismo. El problema es que, al mismo tiempo, fuera de la regulación estatal es difícil un desarrollo armónico del propio capitalismo, como supo ver A. Smith (aunque se tienda a pasar por alto por parte de aquellos que sólo se fijan en el individuo). Está visto que la competencia individual potencia la productividad incitando al trabajo; tan visto como que sin embargo -como se ha demostrado con la reciente crisis financiera debida a la falta de regulación efectiva- esa productividad puede decaer grandemente cuando el Estado no actúa. O sea que los impuestos deben ser evitados, pero son totalmente necesarios. De ahí que el capital prefiera los impuestos sobre el consumo, que proporcionalmente afectan sobre todo a las voluminosas clases trabajadoras, eludiendo en la medida de lo posible (a ser posible incluso de forma legal) los impuestos directos (IRPF). Pero la codicia hace peligrar incluso estos impuestos, derivando la recaudación del IVA en beneficio de sus recaudadores obligatorios, o sea de los empresarios. Ello puede llevar a déficit gigantescos en las cuentas del Estado cuando sus administradores no cumplen con su obligación de mantener adecuadamente la vida social, por ineficacia o por corrupción.
Un artículo de Manuel Redal,Consejero de los Técnicos de Hacienda (GESTHA), en la revista Expansión ( http://www.expansion.com/2010/01/29/opinion/1264799675.html ), titulado "Contra la evidencia de la economía sumergida", pone de relieve este problema en la España actual, señalando, en estos momentos en que el Estado español se ve constreñido a gastar menos y/o recaudar más para rebajar su déficit público, que podrían recaudarse unos 38.000 millones adicionales para aliviar el déficit, procurando -sin cambiar los tipos impositivos o crear nuevos impuestos- mejorar la financiación estatal y las prestaciones sociales. Dice así:
"Hace escasos días, el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, monopolizó portadas y noticias de apertura de los principales medios de comunicación con unas declaraciones sobre un tema tabú en la órbita gubernamental, como es el de la economía sumergida, en las que se atrevió a cuantificarla, para situarla en una horquilla de entre el 16% y el 20% del PIB.
Como era de esperar, la intervención desencadenó la rápida reacción del Ministerio de Economía, que, a través del secretario de Estado, José Manuel Campa, tildó estas declaraciones de “osadas” y recalcó que, precisamente por ser sumergida, es algo incuantificable.
Imagino que el revuelo formado en los pasillos del Ministerio de Economía y Hacienda y en los de la Agencia Tributaria habrá sido de impresión. Mucho le debieron zumbar los oídos al ministro Corbacho a raíz de esos comentarios. Y me explico.
A la vista de la reacción del Ministerio de Economía y Hacienda, parece evidente que no se trata de una cifra consensuada, y es cierto que el ministro Corbacho debió aclarar desde un primer momento de dónde han salido sus cifras.
Pero quedarnos ahí sería, simplemente, rascar levemente la superficie del problema y pasar de largo. La intervención del ministro de Trabajo ha sido, al menos, oportuna y valiente, ya que la Administración no puede pasar de puntillas e impunemente por una realidad tan grave como es la de la economía sumergida.
Quizás resulte más contundente citar informes académicos o de instituciones y organismos internacionales como el Banco Mundial, Deutsche Bank, la OCDE, la OIT o el propio Banco de España y el Instituto de Estudios Fiscales. Todos ellos reconocen la existencia de la economía sumergida, y la cifran en una horquilla que va del 20% al 25% del PIB. Y, aunque complicado, cuando hay voluntad se pueden realizar estimaciones, como en efecto han hecho estas instituciones.
Me referiré a datos conocidos para precisar un poco más este problema. En sólo dos años, los ingresos tributarios del Estado se han reducido en una cuarta parte; alrededor de 50.000 millones de euros. Esta reducción no tiene parangón en los países de nuestro entorno (la zona euro y EEUU), también afectados por la crisis económica, y que en la mayoría de los casos registran mínimas variaciones decimales en este indicador.
Hay, además, numerosos indicadores muy reveladores, como que sólo un 3% de los declarantes del IRPF afirma ganar más de 60.000 euros, el elevado volumen de billetes de 500 euros en circulación, el desplome de la recaudación del IVA en un 40% en los dos últimos años (más de 21.000 millones de euros sólo en 2009) o el hoy desinflado “boom inmobiliario”. Todos ellos denotan la realidad de la existencia de enormes bolsas de fraude en nuestra economía.
Tampoco parece responder a la lógica el hecho de que los trabajadores y pensionistas declaren, de media, entre 5.000 y 7.000 euros anuales más que los empresarios, ni parece de recibo que la Agencia Tributaria sea capaz de ingresar sólo 13 de cada 100 euros en lo referente a la gestión de las deudas con la Administración.
Conviene reflexionar sobre el alcance de estas cifras, porque constituyen, junto a la elevada tasa de desempleo, el hecho diferencial y singular que ofrece nuestra economía en el contexto de crisis económica global.
Sería deseable, además, que la aproximación a las razones de este abultado descenso recaudatorio, absolutamente desproporcionado en relación con la contracción del PIB en 2009, se hiciera desde una perspectiva crítica y serena, lejos de la autocomplacencia que mantienen al valorar su gestión tanto los responsables del Ministerio de Economía y Hacienda como la Agencia Tributaria.
Dimensión
Negar la realidad de la economía sumergida o esconder la cabeza bajo el ala, como el avestruz, no nos ayudará a afrontar la cuestión esencial que provoca la sangría de las finanzas públicas. Por el contrario, conocer su verdadera dimensión ayudará a concienciarnos de la necesidad de afrontarlo. Y es mejor hacerlo antes de vernos obligados a emplear terapias más dolorosas.
Quien tiene la responsabilidad natural de liderar esta medición es el Gobierno y sus ministerios económicos, Economía y Hacienda y Trabajo, quienes deben afrontar y combatir el problema del fraude en lugar de enzarzarse en cuestiones de imagen.
Las reformas impositivas puestas en marcha en 2010 no garantizan por sí mismas una rehabilitación de las cuentas públicas si antes no se resuelve la cuestión de fondo principal. Los técnicos del Ministerio de Economía y Hacienda llevamos muchos años alertando de la inaplazable necesidad de afrontar reformas estructurales en el Ministerio y en la Agencia Tributaria. Éstas permitirían la reducción del volumen de la economía sumergida y la mejora del control del gasto público hasta niveles comparables con los países de la eurozona.
En esta línea, hemos hecho propuestas legislativas y organizativas dirigidas a optimizar los recursos existentes y a desterrar actitudes corporativas, en beneficio de los intereses generales. Hablamos de unas reformas que, necesariamente, deben empezar por reconocer la magnitud del problema.
Pero la falta de decisión del actual Gobierno respecto a este asunto, con manifiestos incumplimientos de resoluciones parlamentarias, y abrir polémicas estériles sobre el volumen de economía sumergida, no son precisamente las actitudes más deseables ante la amenaza que el fraude fiscal supone para la sostenibilidad económica y los valores de suficiencia, equidad y justicia de nuestro sistema tributario.
Lucha insuficiente
Es evidente que las Administraciones están perdiendo una importante cantidad de ingresos derivados de la ineficiente lucha contra la economía sumergida que, estimamos, mueve unos 240.000 millones de euros al año. Por ello, resulta sorprendente que en los últimos años se haya avanzado tan poco en materia de lucha contra el fraude.
La Ley de Medidas para la Prevención del Fraude Fiscal se ha quedado, por el momento, en una mera declaración de intenciones, perdiendo la gran oportunidad de mejorar sustancialmente los recursos de la Administración cuando no habilita a los técnicos del Ministerio de Hacienda para asumir mayores responsabilidades en reducir el fraude fiscal y mejorar el control del gasto público, de las subvenciones y de las ayudas públicas.
Si se desarrollan esta y otras medidas, sería posible reducir hasta en 10 puntos porcentuales nuestro ratio de economía sumergida, lo que nos situaría en niveles de países de la UE como Francia o Alemania. De este modo, podríamos aflorar unos 90.000 millones y recaudar unos 38.000 millones adicionales (25.000 millones por impuestos defraudados y 13.000 millones por cuotas de la Seguridad Social impagadas), unos recursos que aliviarían el déficit público, mejorarían la financiación de las Administraciones y las prestaciones sociales.
No sé si Corbacho se merece el calificativo de “osado”, pero sus declaraciones vienen a reconocer un asunto que ha permanecido estancado durante demasiado tiempo y al que, ahora más que nunca, debe dársele solución. Sigamos caminando en esta dirección, por la cuenta que nos trae. A todos".
A título anecdótico puede verse una información de CCOO sobre la economía sumergida relativa al sector textil en http://www.ccoo.es/csccoo/menu.do?Informacion:Noticias:70553 .
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
PRODUCTIVIDAD LABORAL
La productividad en el SAS viene marcada por unos parametros muy especiales, fijados sobre estructuras economicas y no sobre salud social, como deberia ser. Los criterios de control del gasto, hace que el personal sanitario tenga que multiplicarse en la dispensacion de salud para conseguir los mismos resultados , a costa de un mayor trabajo y dedicacion personal, no valorada
por la Administracion. Parámetros como gasto en farmacia, ratio de gasto por receta, asistencia laboral, nº de prescripciones realizadas, etc. tienen mas preponderancia que las ganas de trabajo,
la implicacion en el mismo y las ganas de resolucion de problemas. Si le añadimos la observacion periodica por parte de Servicios Centrales de registros de control de calidad médica, mediante encuestas ,a pie de ambulatorio, a los pacientes que quieren hacerlas de forma voluntaria sobre su
médico de cabecera, hacen sentir a los profesionales como verdaderos esclavos de nueva generacion.
La asignacion anual de productividad,totalmente aleatoria, asignada por la direccion de la zona básica, si observa los matices personales anteriormente descritos, pero despues del consabido informe ,son los Servicios Centrales los que asignan el dinero a cada uno. Lo compararia con el
capitán de una compañia que conoce a sus hombres y propone al coronel un premio para uno de ellos.El coronel es el sumo hacedor que lo da o lo niega, logicamente segun su criterio, nunca entendido por el peticionario.
por la Administracion. Parámetros como gasto en farmacia, ratio de gasto por receta, asistencia laboral, nº de prescripciones realizadas, etc. tienen mas preponderancia que las ganas de trabajo,
la implicacion en el mismo y las ganas de resolucion de problemas. Si le añadimos la observacion periodica por parte de Servicios Centrales de registros de control de calidad médica, mediante encuestas ,a pie de ambulatorio, a los pacientes que quieren hacerlas de forma voluntaria sobre su
médico de cabecera, hacen sentir a los profesionales como verdaderos esclavos de nueva generacion.
La asignacion anual de productividad,totalmente aleatoria, asignada por la direccion de la zona básica, si observa los matices personales anteriormente descritos, pero despues del consabido informe ,son los Servicios Centrales los que asignan el dinero a cada uno. Lo compararia con el
capitán de una compañia que conoce a sus hombres y propone al coronel un premio para uno de ellos.El coronel es el sumo hacedor que lo da o lo niega, logicamente segun su criterio, nunca entendido por el peticionario.
joselu- Mensajes : 4
Fecha de inscripción : 17/02/2010
La reforma de la actividad productiva en España
A pesar de la calamitosa situación en que nos encontramos, el producto total de la economía española se mantiene alrededor de los 1.153 miles de millones de euros de producción anual; crece o decrece ligeramente, pero está en torno a esa cifra que, dividida entre 46,3 millones de personas, nos da un producto bruto por habitante de casi 25.000 euros, contando ocupados y no ocupados, trabajadores, jubilados y niños.
Es llamativo que desde el comienzo de la crisis sigamos, más o menos, produciendo por el mismo valor, pero con tres millones menos de trabajadores, en un entorno de cierre de empresas y aparente disminución general de la actividad. Pero no todas las actividades productivas caen, nuestras exportaciones están fuertes, la agricultura atraviesa un buen momento de demanda internacional (aunque comercialmente perdemos nuestras ventajas) y el turismo mundial crecerá también en 2012, tanto en viajes de ocio (un 5%), como de negocios (un 6,5%), lo cual nos proporciona una oportunidad que sí estamos aprovechando.
De ese producto bruto anual hay que quitar lo que se debe, por el sector público y privado, amortización e intereses, que en el caso del sector público no es mucho: el 70% de lo que se produce en un año, que a efectos comparativos sería como si una familia que ingresa 40.000 euros al año tuviera deudas por un total de 28.000, lo que no parece excesivo. Distinta es la deuda del sector privado en España, que es tres veces más que la deuda pública, y supone, trasladándolo a una economía familiar o empresarial, deber el doble de todo lo que uno gana en un año.
Controlando la deuda con más ahorro, menos gasto y mejor aprovechamiento de lo que tenemos, si la población no aumentara y los precios se mantuvieran bajos, podríamos quedarnos como estamos.
Considerando el país en su conjunto, nunca la sociedad española y andaluza ha sido tan rica y ha disfrutado de este nivel de bienestar. Sin embargo, si dejamos las cifras y miramos alrededor vemos que la situación no es ésa, sino de deterioro, lo cual nos lleva a plantearnos cuatro preguntas.
La primera es que si las remuneraciones de las personas desempleadas han caído, los salarios de los que trabajan no suben y, sin embargo, el valor de lo que se produce es el mismo, ¿dónde están las rentas correspondientes a la producción? Hay una cuestión evidente de distribución de lo que se produce en nuestra economía. La segunda pregunta es que si con menos empresas se produce lo mismo, qué tipo de producción llevamos a cabo y qué tipo de reformas precisa nuestra economía productiva. La tercera reflexión parte de que el 3,7% de nuestra producción anual es la diferencia entre lo que compramos y vendemos fuera; no cabe duda de la necesidad de cubrir ese 3,7% con un mayor esfuerzo exportador. Y, por último, hay que hablar de Europa, pues donde nosotros tenemos un déficit, Alemania tiene un superávit del 5,2%, que consigue en buena medida dentro de la Eurozona. Junto con las reformas, hay que exigir políticas europeas, inmediatas, que corrijan algo esos desequilibrios productivos que dan lugar a desequilibrios comerciales internos, pues aquí está la clave del paro.
GUMERSINDO RUIZ
http://www.diariodesevilla.es/article/opinion/1190644/la/reforma/la/actividad/productiva.html
¡OJO!
Podéis elegir entre tener más paro o más desigualdad
El milagro alemán. Entrevista de “El follonero” a un alemán:
https://www.youtube.com/watch?v=mjhJ4rPfTG8
Entonces, ¿el problema es económico o de mentalidad social? ¿Hay salvación dentro del sistema? ¿La hay fuera?
España es el país de la UE en el que más han aumentado las diferencias entre ricos y pobres desde 2006, según Cáritas
http://www.europapress.es/sociedad/noticia-espana-pais-ue-mas-aumentado-diferencias-ricos-pobres-2006-caritas-20120222144130.html
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
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