Sabio no es sinónimo de culto
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Sabio no es sinónimo de culto
Las relaciones entre filósofos y sabios siempre han sido ambiguas, cuando no conflictivas. El sabio (si de verdad los hay) tiene algo que el filósofo ambiciona, así que entre ambos media la distancia que hay entre el profesional y el amateur: se supone que uno lleva a cabo con éxito lo que el otro contempla como simple aspiración. Ya lo dijo Sócrates [470-399 a.C.] con toda claridad: él no era sabio, tan sólo amaba la sabiduría. Así pues, entre el saber y el filósofo hay una filia de por medio, lo cual no deja de implicar una distancia, un hiato que, por contradictorio que resulte, se quiere y no se quiere al mismo tiempo. El filojudío no es judío, el anglófilo no es inglés, y el filósofo tampoco llega a sabio. Se supone que le gustaría serlo; pero si lo consiguiera perdería la condición de filósofo, a la que entre tanto ha cobrado apego. En otras palabras: se ha instalado en la provisionalidad y le pasa un poco lo de aquél que, después de hacer una larga espera y entablar amistad con los compañeros de cola, perdió todo interés en que llegara el turno. Por otro lado, querer ser lo que todavía -o quizás definitivamente- no se es, implica un problema de identidad, una incertidumbre respecto al propio destino que arrastra consigo cierto riesgo. ¿Qué pasa si nunca se acaba de encontrar eso que se busca, si uno empeña la existencia en un amor imposible? Tendrá que elegir entre alternativas poco gratas: resignación, desencanto, frustración, amargura... En resumidas cuentas, el filósofo está condenado a dejar de serlo -si tiene éxito-, o a convertirse en un fracasado -en caso contrario-. La fórmula «filósofo afortunado» sería contradictoria, algo así como un «hierro de madera».
Desde fechas muy tempranas los filósofos abrieron escuelas, academias, liceos, estoas y jardines, donde profesaron sus enseñanzas, desinteresadamente al principio y, luego, a cambio del consabido estipendio. Ahora bien, si no eran sabios ¿qué enseñaban? A buscar la sabiduría, a resignarse en caso de no alcanzarla, a encontrar sucedáneos del saber si la resignación tampoco era del gusto del cliente. Al fin y al cabo, el que paga manda.
La sabiduría oriental abunda en ejemplos de maestros que nada enseñan, o que se entretienen desconcertando a sus atribulados discípulos. Aplican el criterio de que no son ideas lo que hay que aprender, ni tampoco hábitos o reglas de ninguna clase, sino enigmáticos cambios de actitud, miradas que para el no iniciado se pierden en el vacío. El filósofo no es así. Tal vez no posea nada valioso que comunicar, pero se preocupa mucho de hacerlo. Por eso estudia las técnicas pedagógicas y sobre todo el uso del raciocinio que, aunque aburrido, es el medio de óptima transparencia para preservar la fuerza de convicción de una evidencia.
Otra ventaja de convertir los recursos de la lógica en pautas de estilo literario es que ayuda a dar unidad a la búsqueda y a dejar siempre abierta la posibilidad de prolongarla. No hay mejor modo de sistematizar una doctrina que axiomatizarla [reducirla a normas y creencias-verdades evidentes que no se pongan en duda]. Además, siempre quedan tesis por demostrar, conceptos que analizar, postulados por reducir y simplificar... Tanto una cosa como otra cuadran con la figura del filósofo: no es éste un buscador de verdades, sino de la Verdad, y en calidad de tal no está autorizado a dar por concluida la encuesta. El sabio es diferente: él posee la Verdad y no tiene que seguir buscándola; ya está instalado en ella. Además, como es modesto, nunca hará ostentación de sus argumentos, nunca agobiará con evidencias; se limitará a anunciar su revelación para que escuche quien tenga oídos. Por eso, el estilo sentencioso cuadra mejor con él. El filósofo razona porque es consciente de lo frágil de su posición, porque necesita urgentemente apuntalamientos externos. El sabio sabe bien que dice la verdad y no se apura si los demás no quieren reconocerlo.
J. ARANA*, "La incierta sabiduría del filósofo", Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, nº 85, Enero-Febrero, 2003, pp. 125-131 (fragmentos).
*Catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla.
COMENTARIO MÍO:
La cultura es la represión y encauzamiento de los instintos primarios a través de la razón. La sabiduría en cambio es el conocimiento emocional de la naturaleza que nos circunda. Para ésta basta el conocimiento del pasado para dirigir el presente, pero no implica la proyección hacia el futuro que no sea a corto plazo. Los pueblos cultos son aquellos que no se conforman con la sabiduría (en griego sofía) sino que la toman como elemento básico para depurarla a través de los planteamientos racionales (en griego filosofía). En términos actuales podríamos decir que los filósofos o investigadores científicos son los que no se conforman con la experiencia sino que además buscan la especialización en determinados aspectos de la misma para proyectar hacia el futuro la posibilidad de sacar mayor provecho a la realidad circundante, modelándola en provecho del hombre.
Por consiguiente puede que el pueblo andaluz, por ejemplo, sea un pueblo sabio, que sabe adaptarse por la experiencia de su pasado a sacar el máximo provecho de su presente. Pero no necesariamente es un pueblo culto, pues ello sólo se consigue con el esfuerzo de racionalizar ese pasado, a través de un proceso de fijación y acumulación de datos (ilustración) y reflexión al margen de los intereses concretos del presente, buscando una proyección de futuro de forma consciente.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Sabio no es sinónimo de culto
Entonces, para el sabio, las certidumbres de la Verdad parecen acercarse a las certidumbres que dimanan de la intuición, que se desprende de reflexiones estrictamente mentales.
La sistematización de estas intuiciones, que realizaría el filósofo, es decir, su catalogación y experimentación medida y observada, no generaría entonces vías seguras de conocimiento de esas verdades… y si así se hiciera ¿confundiríamos el camino con la meta?
De cierta manera, es como decir que es más relevante la consideración de la naturaleza de un problema, que considerar sus vías de solución, aún logrando dicha solución identificando justamente dicha naturaleza. Es también, como decir, que las verdades que pueden ser explicadas no son, en dichas explicaciones, las verdaderas verdades, puesto que la naturaleza estricta de la explicación no es la naturaleza de la verdad considerada… (un poco platónica la idea, y farragosa en su explicación).
Es decir, la Verdad no puede ser ensayada ni medida, sólo conocida, y sólo conocida por vías mentales, no procedimentales… Pareciera entonces que la sabiduría respondería más al cómo son las cosas y la filosofía al porqué de las cosas: la primera una experiencia vivencial y la segunda una fenomenología experimental.
Ahora bien, contestar a la pregunta del porqué de las cosas optimiza mejor los procedimientos para interferir en ellas, mostrándolas entonces objetivas y exactas, pero susceptibles de importantes injerencias; mientras que el reflexionar acerca de cómo son las cosas las dibuja desde la perspectiva individual e intransferible de la experiencia subjetiva y las presenta más estables, aunque variables.
Y quizás, puesto que somos sujetos y no objetos, la experiencia subjetiva, y no sólo la objetiva, aunque también, nos da importantes claves para acercarnos a la Verdad.
P.D. Al decir la Verdad creo saber a lo que nos referimos: quizás al objeto de conocimiento de las emociones humanas, y creo que éstas también pueden ser químicamente identificadas, o podrán serlo, pero quizás no la proyección matizada que se hace de ello en cada una de nuestras consciencias, singulares como sujetos.
La sistematización de estas intuiciones, que realizaría el filósofo, es decir, su catalogación y experimentación medida y observada, no generaría entonces vías seguras de conocimiento de esas verdades… y si así se hiciera ¿confundiríamos el camino con la meta?
De cierta manera, es como decir que es más relevante la consideración de la naturaleza de un problema, que considerar sus vías de solución, aún logrando dicha solución identificando justamente dicha naturaleza. Es también, como decir, que las verdades que pueden ser explicadas no son, en dichas explicaciones, las verdaderas verdades, puesto que la naturaleza estricta de la explicación no es la naturaleza de la verdad considerada… (un poco platónica la idea, y farragosa en su explicación).
Es decir, la Verdad no puede ser ensayada ni medida, sólo conocida, y sólo conocida por vías mentales, no procedimentales… Pareciera entonces que la sabiduría respondería más al cómo son las cosas y la filosofía al porqué de las cosas: la primera una experiencia vivencial y la segunda una fenomenología experimental.
Ahora bien, contestar a la pregunta del porqué de las cosas optimiza mejor los procedimientos para interferir en ellas, mostrándolas entonces objetivas y exactas, pero susceptibles de importantes injerencias; mientras que el reflexionar acerca de cómo son las cosas las dibuja desde la perspectiva individual e intransferible de la experiencia subjetiva y las presenta más estables, aunque variables.
Y quizás, puesto que somos sujetos y no objetos, la experiencia subjetiva, y no sólo la objetiva, aunque también, nos da importantes claves para acercarnos a la Verdad.
P.D. Al decir la Verdad creo saber a lo que nos referimos: quizás al objeto de conocimiento de las emociones humanas, y creo que éstas también pueden ser químicamente identificadas, o podrán serlo, pero quizás no la proyección matizada que se hace de ello en cada una de nuestras consciencias, singulares como sujetos.
FabiánPP- Invitado
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