Aristóteles, un rojo de derechas
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Aristóteles, un rojo de derechas
Aristóteles, un rojo de derechas
Como gusta ignorar, Aristóteles era un hombre del siglo IV a.C. que luchó lo indecible por el desarrollo de la racionalidad en los planteamientos de la vida humana, pese a lo cual no era un racionalista. Valga una frase de su inmensa obra para comprender que no era así: Cuanto más solo me hallo, más consuelo encuentro en el mito (Fr. 668 Rose).
Al no ser un racionalista, no podía ser un individualista, por más que confiase en la valía individual de los hombres. De hecho era un claro defensor de las aristocracias en medio de los sistemas democráticos, aunque no veía con buenos ojos que las citadas aristocracias se convirtiesen en círculos nobiliarios cerrados. Él mismo era un hombre rico y no creía en absoluto que todos los hombres fuesen iguales. Era por ello –como todo el mundo en la Antigüedad- partidario de la esclavitud, aunque no por supuesto de ser esclavo.
Sus planteamientos económicos iban en consonancia con lo anterior. En su obra sobre el análisis de lo que debe ser una polis (centro organizativo de la gente dedicada a pólemos, la guerra), o sea la Política, hay un fragmento de singular importancia al respecto: el que ha sido catalogado como I, 3 (1257‑1258). En él expone cómo una cosa es el capital y otra el capitalismo. El primero es la acumulación de riqueza, y como antes se señaló él no tenía nada en contra de ello, sino todo lo contrario.
Entendía que tal acumulación de riqueza permitía al hombre individual mostrarse generoso subviniendo a cubrir las necesidades de la comunidad de un modo conspicuo. Porque tenía muy claro, y así lo expone, que el objetivo había de ser la satisfacción de las necesidades y no la multiplicación de los símbolos de la riqueza por sí mismos (capitalismo, o fe en la multiplicación del capital), como marca la naturaleza (κατάφύσιν). Fue él quien planteó, en ese fragmento citado, algo que luego había de popularizar K. Marx: que el dinero ha de servir para facilitar los cambios, estando subordinado a ellos, y no al contrario:
MERCANCÍA → DINERO → MERCANCÍA
Aunque era bien consciente, y lo expone, que es fácil darle la vuelta al esquema y caer en el capitalismo:
DINERO → MERCANCÍA → DINERO
¿Era un progresista avant la lettre? En absoluto. Era un hombre de su tiempo, cuando la consideración de los intereses del grupo, en sociedades poco desarrolladas, eran mucho más patentes que los que concernían al individuo. Al poder ver el bosque entero (la polis ateniense) desde su lejanía macedónica, no se perdía en la contemplación de los árboles como una suma, sino como un colectivo. Se daba más importancia a la comunidad (lo colectivo) que a la sociedad (la suma de los individuos), dada la mayor debilidad de los humanos carentes de una técnica desarrollada para afrontar los problemas de violencia, enfermedad y muerte que la Naturaleza nos plantea. Lo vemos en todo el pasado antiguo europeo, como he analizado en mi último libro. Y en este sentido, y sólo en este, podemos decir que era “comunista”, porque el comunismo moderno está transido ya de racionalismo e individualismo confeso (lo que, bien examinado desde una perspectiva lingüística, es contradictorio: mejor sería hablar en todo caso de “socialismo”).
Un aspecto que destaca en el párrafo que comento es su siempre subrayada necesidad de encontrar siempre el equilibrio entre los extremos. En este caso concreto, entre el individuo, y sus manifestaciones de todo tipo, y la comunidad. Por ello señalaría también de forma totalmente explícita en su Moral a Nicómaco (II, 6, 45):
“Ninguno de estos sentimientos opuestos son buenos. Pero saber ponerlos a prueba [45] como conviene, según las circunstancias, según las cosas, según las personas, según la causa, y saber conservar en ellas la verdadera medida, esto es el medio, esta es la perfección que sólo se encuentra en la virtud”.
Hoy, entre nosotros, las cosas son de otra manera. La razón se ha impuesto (teóricamente) como superior a la emoción (como dice el ingeniero y psicólogo D. Norman) y el racionalismo –necesariamente individualista- se ha impuesto como norma moral positiva. Del capitalismo –sea individual o social- ya no se duda. El dinero tiene como meta primaria su propia multiplicación, y no atender a las necesidades, aunque las necesidades sean un buen pretexto para conseguir el fin propuesto. Un ejemplo muy claro lo podemos encontrar en la banca inversora actual (un modelo inexistente en nuestra Antigüedad), que, como suele ser habitual en general, compra el propio dinero a un precio para venderlo luego a un precio más alto, no teniendo otro objetivo que el de aumentar su cantidad (capitalismo). Riza el rizo en momentos como los actuales, cuando, los bancos, en medio de una crisis económica alentada sobre todo por ellos, toman dinero prestado a los Estados, al 1% de interés, y lo invierten en buena medida en comprar la deuda pública de esos mismos Estados que se han endeudado para salvar la economía, aunque ahora al 3% o 4%. Genial. Aristóteles, que desde una consideración (absurda) actual sería un rojo de derechas, no comprendería a muchos de los azules de izquierdas que nos damos como gobernantes.
De la pugna entre los políticos y sus financieros (que recuerda a la que existía entre el Palacio y el Templo en la antigua Mesopotamia; o a la que se daba entre el Estado y la Iglesia de nuestra edad Moderna) venimos tratando en https://prestigiovsmercado.foroes.org/economia-de-prestigio-y-economia-de-mercado-f1/
Como gusta ignorar, Aristóteles era un hombre del siglo IV a.C. que luchó lo indecible por el desarrollo de la racionalidad en los planteamientos de la vida humana, pese a lo cual no era un racionalista. Valga una frase de su inmensa obra para comprender que no era así: Cuanto más solo me hallo, más consuelo encuentro en el mito (Fr. 668 Rose).
Al no ser un racionalista, no podía ser un individualista, por más que confiase en la valía individual de los hombres. De hecho era un claro defensor de las aristocracias en medio de los sistemas democráticos, aunque no veía con buenos ojos que las citadas aristocracias se convirtiesen en círculos nobiliarios cerrados. Él mismo era un hombre rico y no creía en absoluto que todos los hombres fuesen iguales. Era por ello –como todo el mundo en la Antigüedad- partidario de la esclavitud, aunque no por supuesto de ser esclavo.
Sus planteamientos económicos iban en consonancia con lo anterior. En su obra sobre el análisis de lo que debe ser una polis (centro organizativo de la gente dedicada a pólemos, la guerra), o sea la Política, hay un fragmento de singular importancia al respecto: el que ha sido catalogado como I, 3 (1257‑1258). En él expone cómo una cosa es el capital y otra el capitalismo. El primero es la acumulación de riqueza, y como antes se señaló él no tenía nada en contra de ello, sino todo lo contrario.
Entendía que tal acumulación de riqueza permitía al hombre individual mostrarse generoso subviniendo a cubrir las necesidades de la comunidad de un modo conspicuo. Porque tenía muy claro, y así lo expone, que el objetivo había de ser la satisfacción de las necesidades y no la multiplicación de los símbolos de la riqueza por sí mismos (capitalismo, o fe en la multiplicación del capital), como marca la naturaleza (κατάφύσιν). Fue él quien planteó, en ese fragmento citado, algo que luego había de popularizar K. Marx: que el dinero ha de servir para facilitar los cambios, estando subordinado a ellos, y no al contrario:
MERCANCÍA → DINERO → MERCANCÍA
Aunque era bien consciente, y lo expone, que es fácil darle la vuelta al esquema y caer en el capitalismo:
DINERO → MERCANCÍA → DINERO
¿Era un progresista avant la lettre? En absoluto. Era un hombre de su tiempo, cuando la consideración de los intereses del grupo, en sociedades poco desarrolladas, eran mucho más patentes que los que concernían al individuo. Al poder ver el bosque entero (la polis ateniense) desde su lejanía macedónica, no se perdía en la contemplación de los árboles como una suma, sino como un colectivo. Se daba más importancia a la comunidad (lo colectivo) que a la sociedad (la suma de los individuos), dada la mayor debilidad de los humanos carentes de una técnica desarrollada para afrontar los problemas de violencia, enfermedad y muerte que la Naturaleza nos plantea. Lo vemos en todo el pasado antiguo europeo, como he analizado en mi último libro. Y en este sentido, y sólo en este, podemos decir que era “comunista”, porque el comunismo moderno está transido ya de racionalismo e individualismo confeso (lo que, bien examinado desde una perspectiva lingüística, es contradictorio: mejor sería hablar en todo caso de “socialismo”).
Un aspecto que destaca en el párrafo que comento es su siempre subrayada necesidad de encontrar siempre el equilibrio entre los extremos. En este caso concreto, entre el individuo, y sus manifestaciones de todo tipo, y la comunidad. Por ello señalaría también de forma totalmente explícita en su Moral a Nicómaco (II, 6, 45):
“Ninguno de estos sentimientos opuestos son buenos. Pero saber ponerlos a prueba [45] como conviene, según las circunstancias, según las cosas, según las personas, según la causa, y saber conservar en ellas la verdadera medida, esto es el medio, esta es la perfección que sólo se encuentra en la virtud”.
Hoy, entre nosotros, las cosas son de otra manera. La razón se ha impuesto (teóricamente) como superior a la emoción (como dice el ingeniero y psicólogo D. Norman) y el racionalismo –necesariamente individualista- se ha impuesto como norma moral positiva. Del capitalismo –sea individual o social- ya no se duda. El dinero tiene como meta primaria su propia multiplicación, y no atender a las necesidades, aunque las necesidades sean un buen pretexto para conseguir el fin propuesto. Un ejemplo muy claro lo podemos encontrar en la banca inversora actual (un modelo inexistente en nuestra Antigüedad), que, como suele ser habitual en general, compra el propio dinero a un precio para venderlo luego a un precio más alto, no teniendo otro objetivo que el de aumentar su cantidad (capitalismo). Riza el rizo en momentos como los actuales, cuando, los bancos, en medio de una crisis económica alentada sobre todo por ellos, toman dinero prestado a los Estados, al 1% de interés, y lo invierten en buena medida en comprar la deuda pública de esos mismos Estados que se han endeudado para salvar la economía, aunque ahora al 3% o 4%. Genial. Aristóteles, que desde una consideración (absurda) actual sería un rojo de derechas, no comprendería a muchos de los azules de izquierdas que nos damos como gobernantes.
De la pugna entre los políticos y sus financieros (que recuerda a la que existía entre el Palacio y el Templo en la antigua Mesopotamia; o a la que se daba entre el Estado y la Iglesia de nuestra edad Moderna) venimos tratando en https://prestigiovsmercado.foroes.org/economia-de-prestigio-y-economia-de-mercado-f1/
Última edición por Genaro Chic el Jue Nov 21, 2019 9:16 pm, editado 1 vez
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Aristóteles, un rojo de derechas
Como complemento a mi mensaje anterior adjunto una información aparecida hoy en el diario El Periódico (http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=689491&idseccio_PK=&h=100222 ) :
La banca española compra la tercera parte de la deuda pública
• El Tesoro tendrá en el 2010 dura competencia en los mercados para colocar las emisiones de renta fija
• El 55% de los bonos y las letras están en manos de españoles y el 45% en las de inversores foráneos
MÁS INFORMACIÓN
· La morosidad empresarial penaliza más a los bancos
· Bancos y cajas renuevan la batalla por los depósitos con ofertas agresivas
ROSA M. SÁNCHEZ
MADRID
Las aguas han vuelto a su cauce, de momento. Parece que el esfuerzo del Gobierno por explicar que España no es Grecia ha calado en los mercados financieros. Pero los ataques especulativos de la primera mitad de febrero contra el euro y su sacudida contra la deuda pública y privada española han hecho contener la respiración al Estado español que, como todos los demás, no tiene más remedio que acudir en masa al mercado –sobre todo este año y el que viene–, en busca del dinero que necesita para financiar tanto el déficit que está dejando la crisis como los fondos precisos para la recuperación.
Pero, ¿quién está prestando dinero a España?, ¿quién compra la deuda que emiten las administraciones públicas españolas? y, lo que es más importante, ¿lo van a seguir comprando? En España, como en el resto de los países europeos y en EEUU, el sector financiero presta al Gobierno una ayuda inestimable como comprador de deuda pública, justo cuando más lo necesita. De los 148.000 millones de euros en deuda pública que Gobierno central y comunidades autónomas emitieron en el 2009, la banca española compró 54.373 millones (el 36% del total). Y, como es natural, no lo hizo por altruismo; sino porque encontró en la deuda pública la rentabilidad que no le daba un sector privado en el que veía demasiados riesgos de impago en plena recesión económica. Así ha sido, en general, en todos los países desarrollados.
DEPENDENCIA DEL EXTERIOR
En total, las entidades financieras españolas acumulaban el 26% de los 580.235 millones de la deuda de las administraciones públicas a finales del 2009. Alrededor de otro 12% está en poder de instituciones oficiales, como el Fondo de Reserva de la Seguridad Social. Particulares, compañías de seguros y fondos de inversión elevan al 55% el volumen de deuda pública en manos de españoles. Según datos del Banco de España, el restante 45% de la deuda total está en manos de no residentes.
En su gira por las plazas financieras europeas (Londres y París) y estadounidenses (Nueva York y Boston) para defender la solvencia de la deuda pública española, el secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, está destacando como un valor positivo la menor dependencia del exterior de la financiación del Tesoro. En términos de producto interior bruto (PIB), la deuda pública española en manos de extranjeros representa alrededor del 23% del PIB español. Es un porcentaje similar al de EEUU y algo superior al del Reino Unido (que no llega al 20%), pero inferior al de Alemania, Holanda, Irlanda o Francia. En Italia, casi el 60% de la deuda está en manos extranjeras; en Grecia, casi el 90%.
«El Tesoro coloca gran parte de su deuda dentro de España. Si hay episodios de volatilidad, de retirada de fondos, se puede ver mucho más perjudicado un país más dependiente del exterior», valora Sara Baliña, de Analistas Financieros Internacionales (AFI). «Para España, se trata de un buen indicador en el contexto actual», añade Baliña.
La banca española compra la tercera parte de la deuda pública
• El Tesoro tendrá en el 2010 dura competencia en los mercados para colocar las emisiones de renta fija
• El 55% de los bonos y las letras están en manos de españoles y el 45% en las de inversores foráneos
MÁS INFORMACIÓN
· La morosidad empresarial penaliza más a los bancos
· Bancos y cajas renuevan la batalla por los depósitos con ofertas agresivas
ROSA M. SÁNCHEZ
MADRID
Las aguas han vuelto a su cauce, de momento. Parece que el esfuerzo del Gobierno por explicar que España no es Grecia ha calado en los mercados financieros. Pero los ataques especulativos de la primera mitad de febrero contra el euro y su sacudida contra la deuda pública y privada española han hecho contener la respiración al Estado español que, como todos los demás, no tiene más remedio que acudir en masa al mercado –sobre todo este año y el que viene–, en busca del dinero que necesita para financiar tanto el déficit que está dejando la crisis como los fondos precisos para la recuperación.
Pero, ¿quién está prestando dinero a España?, ¿quién compra la deuda que emiten las administraciones públicas españolas? y, lo que es más importante, ¿lo van a seguir comprando? En España, como en el resto de los países europeos y en EEUU, el sector financiero presta al Gobierno una ayuda inestimable como comprador de deuda pública, justo cuando más lo necesita. De los 148.000 millones de euros en deuda pública que Gobierno central y comunidades autónomas emitieron en el 2009, la banca española compró 54.373 millones (el 36% del total). Y, como es natural, no lo hizo por altruismo; sino porque encontró en la deuda pública la rentabilidad que no le daba un sector privado en el que veía demasiados riesgos de impago en plena recesión económica. Así ha sido, en general, en todos los países desarrollados.
DEPENDENCIA DEL EXTERIOR
En total, las entidades financieras españolas acumulaban el 26% de los 580.235 millones de la deuda de las administraciones públicas a finales del 2009. Alrededor de otro 12% está en poder de instituciones oficiales, como el Fondo de Reserva de la Seguridad Social. Particulares, compañías de seguros y fondos de inversión elevan al 55% el volumen de deuda pública en manos de españoles. Según datos del Banco de España, el restante 45% de la deuda total está en manos de no residentes.
En su gira por las plazas financieras europeas (Londres y París) y estadounidenses (Nueva York y Boston) para defender la solvencia de la deuda pública española, el secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, está destacando como un valor positivo la menor dependencia del exterior de la financiación del Tesoro. En términos de producto interior bruto (PIB), la deuda pública española en manos de extranjeros representa alrededor del 23% del PIB español. Es un porcentaje similar al de EEUU y algo superior al del Reino Unido (que no llega al 20%), pero inferior al de Alemania, Holanda, Irlanda o Francia. En Italia, casi el 60% de la deuda está en manos extranjeras; en Grecia, casi el 90%.
«El Tesoro coloca gran parte de su deuda dentro de España. Si hay episodios de volatilidad, de retirada de fondos, se puede ver mucho más perjudicado un país más dependiente del exterior», valora Sara Baliña, de Analistas Financieros Internacionales (AFI). «Para España, se trata de un buen indicador en el contexto actual», añade Baliña.
Última edición por Genaro Chic el Jue Nov 21, 2019 9:31 pm, editado 1 vez
Genaro Chic- Mensajes : 729
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Re: Aristóteles, un rojo de derechas
Los axiomas y el final del Imperio Romano
El problema de los racionalistas suele ser el de que no se percatan de que debajo de todo racionamiento, en el fondo, siempre hay un elemento irracional. Ese elemento es lo que se llama un axioma: “una verdad evidente que no necesita demostración”.[/font]
Ese “no necesita demostración” (racional, se entiende) no es más que una excusa similar a la de la zorra que alegaba que las uvas estaban verdes para no cogerlas, cuando en realidad es que no alcanzaba a poder hacerlo. Pongo un ejemplo: Durante milenios –como señala Thomas Kuhn- pareció evidente que el sol y los demás astros daban vueltas alrededor de la Tierra. No necesitaba demostración, era un hecho empírico. Pero luego se inventó el telescopio y se vio de otra manera: los satélites daban vueltas alrededor de los planetas y estos a su vez giraban en torno a una estrella. Fue la revolución copernicana, puesta en pleno vigor por Galileo. Había cambiado la perspectiva (de geocéntrica a heliocéntrica) y hubo por consiguiente un cambio de axioma o “verdad evidente”.
Hoy se ha convertido en un axioma el hecho de que el comercio movido por el lucro es un hecho natural propio del hombre. Posiblemente el hecho de que la Economía naciera como ciencia (despegada pues de la moral) a comienzos del siglo XIX (tras los balbuceos cada vez más firmes de la segunda mitad del s. XVII y sobre todo del XVIII) puede haber tenido que ver con ello: En ese momento el tipo de economía dominante era el propio de las sociedades de mercado (donde todo es cuantificable en relación al dinero) y parecía –como a aquellos que veían girar el sol en torno a la Tierra- que tenía que ser así, que era una verdad evidente que no necesitaba demostración. Puro racionalismo económico, que ha perdurado hasta finales del siglo XX, cuando la racionalidad ha ido mostrando que tras ello había también una explicación mítica. Y sabemos, sobre todo desde los estudios de K. Polanyi, que las cosas no son así sin más.
Pero la inercia del pasado es muy fuerte (como la del machismo, por ejemplo) y ello explica que se enseñe como real lo que sólo es verosímil. Y digo esto a raíz de un enlace de video, que amablemente me ha enviado Myriam Moreno llamándome la atención sobre lo sospechoso del mismo, en el que un profesor enseña a sus alumnos de Secundaria, durante siete minutos, que el Imperio Romano se hundió por causas internas –fundamentalmente- y que estas se basaban en el hecho de que en un mundo de economía de mercado, creadora de riqueza, se había ido desarrollando el socialismo, que acabó hundiendo al Imperio en la miseria. El planteamiento es coherente: el debilitamiento interno una vez alcanzado un alto nivel debido al esfuerzo colectivo, y eso ya lo planteó muy bien Carlo Mª Cipolla de forma magistral. Sólo falla una cosa en el planteamiento: aquella no era una sociedad de mercado y por consiguiente no había un predominio del individualismo comercial y tampoco la posibilidad de que se desarrollara una concepción socialista del mundo.
Las fuentes literarias y epigráficas nos dejan bien claro (otra cosa es que se prescinda de lo que va en contra de las ideas que se pretende defender) que la consideración mayor era para el ocio, y no para su contrario el negocio, y que la colaboración era estimada por encima de la competencia. Que una cosa es que se muevan grandes cantidades de mercancías y otra es que ello se deba a una economía liberal de mercado. Un ejemplo claro lo tenemos en el Monte Testaccio de Roma, constituido por unos 25 millones de ánforas de aceite, la inmensa mayoría de la Bética, acumuladas allí como envases desechados de unos 7 millones de kg anuales de aceite importado durante unos 250 años. Hoy está claro que se trata de un comercio plenamente intervenido por el Estado, hasta el punto en que se convierte en un hecho tributario, dado que lo público se consideraba superior a lo privado y había la obsesión (desde hacía milenios entre los Estados más avanzados) para regular los precios de forma que fuesen justos, lo cual no se podía dejar a la iniciativa privada exclusivamente.
Como mostré en https://prestigiovsmercado.foroes.org/economia-de-prestigio-y-economia-de-mercado-f1/aristoteles-un-rojo-de-derechas-t7.htm una cosa es el capital y otra el hecho de considerar que ese capital no es principalmente un medio para conseguir un fin (el abastecimiento) sino un fin en sí mismo (capitalismo). Es lo que diferencia a una sociedad de prestigio de una sociedad de mercado (llamadas así por la tendencia dominante, pues ninguna de las dos se da de forma pura).
Un fragmento del libro Sobre los oficios (I, 150-151) de Cicerón (al que difícilmente se le podría acusar de izquierdista según los parámetros actuales) puede resultar esclarecedor:
“[150] En cuanto a los oficios y géneros de ganancias, cuáles han de ser reputados por honrosos y cuáles por mecánicos, establecemos lo siguiente: En primer lugar; condenamos todo oficio odioso, como es el de los cobradores [de impuestos] y usureros [banqueros].
También es bajo y servil el de los jornaleros, y de todos aquellos a quienes se compra no sus artes, sino su trabajo; porque en estos su propio salario es un título de servidumbre. Asimismo se ha de tener por oficio bajo el comercio de los que compran a otros para volver a vender, pues no puede tener algún lucro sin mentir mucho, y no hay vicio más feo que la mentira. Además, es bajo todo oficio mecánico, no siendo posible que en un taller se halle cosa digna de una generosa educación. Tampoco son de nuestra aprobación aquellos oficios que suministran los deleites, los "pescadores, carniceros, cocineros y mondongueros", como dice Terencio. Y añadamos a estos los que hacen comercio de aguas, olores y afeites; los bailarines; los jugadores y todo género de tahúres.
[151] Mas aquellas artes que suponen mayores talentos, y que producen también bastantes utilidades, como la arquitectura, la medicina y todo conocimiento de cosas honestas, son de honor, y dan estimación a aquellos a quienes corresponden por su esfera. El comercio, si es corto, se ha de reputar por oficio ruin; pero si es mucho y rico, que conduce mercadurías de todas partes y las distribuye sin engañar a nadie, no se ha de condenar enteramente. Y aun parece que merece con razón alabanza si, satisfecho el comerciante o, por mejor decir, contento con sus ganancias después de haber hecho muchos viajes por mar desde el puerto, se retirase desde aquí al descanso [ocio] y sosiego de las posesiones del campo. Mas entre todos los oficios por donde se adquiere alguna cosa, el mejor, el más abundante, mas delicioso y propio de un hombre de bien, es la agricultura.”
Genaro Chic- Mensajes : 729
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