Campanian Connection
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Mis trabajos recientes con el material cerámico del Patio de Banderas en los Reales Alcázares de Sevilla comienzan a ofrecer datos interesantes para un debate sobre las conexiones comerciales de la Ulterior tardorrepublicana y tempranoaugustea. El material de importación procede en su casi totalidad (para un rango de fechas situado entre 100 y 20 a. C.) de la Campania o de zonas directamente relacionadas con el tráfico portuario de Puteoli: Delos, Brindisi, Ibiza, Egipto/Palestina? Las importaciones de ánforas itálicas presentan las pastas características del área vesubiana y, en menor medida, del área adriática que sirve de puente entre el centro de Italia y Oriente, especialmente Apulia. Esto coincide con los datos de otras intervenciones con material republicano de la ciudad (c/ Argote de Molina, 1986). Tal vez no sea una generalidad lo que afirma Estrabón, basándose seguramente en autores algo anteriores, como Posidonio: "todo el tráfico comercial se hace con Puteoli" (cito de memoria). Un par de datos interesantes apuntan hacia desarrollos nuevos en el momento pero llamados a intensificarse en el futuro inmediato:
1. La inclusión incipiente de los productos del área etrusca (sigillatas negras de Arezzo) en un panorama de cerámicas de barniz negro, aún dominado por las producciones de la bahía de Nápoles (incluida Ischia) y del Lacio meridional (Cales).
2. La emergencia de un repertorio anfórico provincial. bahía de Cádiz, pero sobre, todo, valle del Guadalquivir, consolidado en época augustea inicial.
Dejo los datos, por si a alguien le pudieran venir bien. Una aproximación preliminar en:
http://www.compitum.fr/publications/1750-c-carreras-et-r-morais-the-western-roman-atlantic-facade
1. La inclusión incipiente de los productos del área etrusca (sigillatas negras de Arezzo) en un panorama de cerámicas de barniz negro, aún dominado por las producciones de la bahía de Nápoles (incluida Ischia) y del Lacio meridional (Cales).
2. La emergencia de un repertorio anfórico provincial. bahía de Cádiz, pero sobre, todo, valle del Guadalquivir, consolidado en época augustea inicial.
Dejo los datos, por si a alguien le pudieran venir bien. Una aproximación preliminar en:
http://www.compitum.fr/publications/1750-c-carreras-et-r-morais-the-western-roman-atlantic-facade
Enrique García Vargas- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 03/12/2010
Campanian Conection. El gusto bético por las orgías
Los datos que nos ofrece Enrique son de gran interés porque ponen en evidencia, a través de la arqueología, datos que los textos literarios referentes a la misma época no nos dicen. Voy a intentar hacer lo contrario, para ayudar a contemplar esa visión de una Hispania meridional que importa artículos más o menos de lujo, como podía ser el vino de la Campania italiana, cuyo centro principal de importación-exportación fue Puteoli, la actual Puzzuoli, en el golfo de Nápoles. Esta colonia romana, fundada en 194 a.C. en el sitio de la antigua Dicearquía griega, se convirtió no sólo en el puerto comercial más importante de la península, sobre todo por el comercio con Oriente, sino en uno de los más activos de todo el Mediterráneo.
Era el comienzo de una etapa realmente gloriosa para la sociedad romana, después de la victoria sobre Cartago en 202. La economía romana, de carácter fundamentalmente prestigioso, pasaba a integrarse en una unidad fecunda con la economía de mercado monetizado que habían puesto en vigor los griegos, asentados desde cuatro siglos antes en la región meridional de Italia. Roma comenzaba a ser un gran centro de poder, no sólo político y militar, sino también económico, adonde acudían los que estaban interesados en el mercado de capitales pero también las masas campesinas que buscaban oportunidades en la ciudad. Y con ellas comenzó a tomar fuerza una forma religiosa más antigua que la propia del estado ciudadano romano. Me refiero a la religión orgiástica, centrada en torno a figuras divinas como Líber Baco o Pan, cuya importancia entre los griegos (bajo el nombre de Diónysos, asimilado al macho cabrío) es tan conocida, sobre todo a través de su manifestación cultual de la tragedia (de tragós, macho cabrío).
Un elemento esencial en esas fiestas era el consumo del vino, al ser un elemento euforizante (una droga) que permite la reintegración al mundo natural una vez perdida la vergüenza social que impone la cultura, con sus virtudes (de vir, varón) fundamentalmente masculinas. La cultura es represión y encauzamiento de las pulsiones naturales de sexo y muerte que impone la naturaleza, y la religión surgirá como un medio de establecer un puente entre las dos orillas (de ahí el pontifex o pontífice) al tiempo que de medio de represión cultural con sus rituales y su establecimiento de faltas o pecados que hay que evitar (hybris o ebrietas, ebriedad que te pone en el plano de los dioses, lo que provocaría su envidia). Por ello cuanto más fuerte sea el Estado de guerreros que representa esa cultura mayor será la represión que se ejerza sobre el consumo del vino y de la desvergüenza que incita, sobre todo a las mujeres, a las que se tenderá a prohibir su consumo.
El hombre siempre temió la potente sexualidad femenina, a la que califica de insaciable (Salomón, Proverbios, 30, 15-16), y por ello ha procurado reprimirla de forma especial, evitando aquello que le incita a perder la citada vergüenza cultural en una búsqueda inconsciente de su necesidad biológica de preñarse y parir. Y el vino, que devuelve a la vida sagrada de la naturaleza, fue uno de esos elementos.
Esos romanos guerreros, que acababan de lograr el éxito militar y que se enorgullecían de llevar puestas sus corazas, como dice Plinio en el siglo I d.C. cuando echa de menos aquellas antiguas costumbres (N.H. 11.27.), veían con indignación la tendencia salvaje de esa plebe campesina que comenzaba a hacer furor entre los ciudadanos. Sobre todo desde el momento en que esos rituales orgiásticos (orgiasmós u orgasmo) aquí llamados bacanales comenzaron a tener formas organizativas que podían hacer sombra a los de la religión oficial (Liv. 39, 8-19). Por eso en 186 a.C. el senado emitió un senadoconsulto obligatorio que prohibía tales actos orgiásticos, tan inmorales, y en último extremo los sometía a previa autorización.
Se intentaba así poner freno violento a lo que eran pulsiones o instintos naturales de fecundidad y de muerte. El consumo del vino siguió existiendo, pero en principio estuvo limitado al acompañamiento de la comida (y mezclado con agua, como signo de respeto religioso), en especial de la del pan, que pronto tuvo un carácter sacramental como atestigua Cicerón, que lo ve como poco lógico por la identificación que se hacía entre el pan y el vino con el cuerpo y la sangre de la divinidad (Sobre la naturaleza de los dioses, 2, 23, 60 y 3, 16, 41).
Roma, hecha rica por sus victorias sobre Macedonia y Siria, se convertía en la heredera de la gran expansión comercial que se produjo en el Oriente tras la conquista de Alejandro III Magno de Macedonia de todo el Imperio Persa. Aquel hecho había puesto a disposición de los mercaderes griegos una enorme cantidad de metales preciosos, hasta entonces acumulados en los palacios según las directrices de la economía de prestigio y ahora volcados hacia la economía de mercado desarrollada a partir de las poleis griegas. La monetización de la economía fue enorme y trastocó todos los esquemas sociales anteriores. El nivel general de bienestar progresó y con ello los planteamientos dionisíacos, ligados al consumo del vino, se dispararon bajo las monarquías helenísticas. Lo que afectó, lógicamente al sistema productivo, de forma que las fincas agrícolas abandonaron progresivamente las tendencias a la autarquía y se abrieron a la producción para el mercado. Ni que decir tiene que uno de los principales productos lanzado de esta manera al mercado fue el vino. Pues bien, Roma se muestra desde ahora cada vez más abierta a esas tendencias heredadas con su victoria, y la villa esclavista pasa convertirse en el eje de su sistema productivo con vistas al mercado.
La zona de Campania estuvo entre las pioneras de esta transformación. Y en ella Puteoli era el puerto más destacado, con dársenas comunicantes entre sí y un espigón que lo defendió desde el siglo II a.C. Pronto se convirtió en un puerto de acogida de los barcos de todas partes, destacando por su importancia los procedentes del Este, que comunicaban con el Lejano Oriente a través de los tráficos establecidos desde Alejandría en el área del mar Rojo, que comunicaba con India y las zonas aledañas a China. A cambio de lo importado, daba salida a la producción de los productos elaborados (el vino entre ellos) de Campania o hechos llegar previamente allí. Estrabón (2.3.4) nos cuenta que, a finales del siglo II a.C., Eudoxo de Cicico “vuelto a su país puso todo su capital en el barco y salió otra vez. Y llegó primero a Dikaiarchia [Puteoli], y después a Massalia [Marsella] y el litoral más allá hasta Gades. Y pregonando por todos lados su intento y recogiendo dinero construyó un barco grande y dos remolcadores parecidos a barcos de piratas. En estos barcos puso muchachas músicas, y médicos y otros artesanos, y después navegó hacia la India”.
También nos dice (17.1.7) que “las exportaciones de Alejandría son más grandes que las importaciones. Cualquiera puede juzgar esto al ver los buques mercantes, ya sea en Alejandría o en Puteoli. Se puede observar cómo los buques a su llegada son pesados y los barcos a la salida son mucho más ligeros”. Se exportaban pues capitales (el hambre de oro y plata del lejano Oriente se hizo proverbial, y en ello las minas del sur de Hispania tuvieron bastante que ver, pero también se exportaba, por ejemplo, vino. Es conocido el caso de la familia de los Peticii, que en la época de Augusto desarrolló un interés comercial por el negocio del vino del Mediterráneo y comenzó a hacer llegar al norte de África lotes de ánforas italianas. Poco después, durante el gobierno de Tiberio, la familia Peticii, que tenía casa en Apulia (de donde procedería buena parte del aceite exportado entonces a Hispania), nos es conocida como exportadora de vino al lejano Oriente (A. Tchernia, 1997).
La religión políada estatal se vio afectada por ello, como era de esperar, y las masas, cada vez más pobres al perder sus parcelas en las crisis económicas que –como siempre- favorecían a los grandes propietarios, ganaron paradójicamente influencia como comparsas de los políticos ambiciosos que les ofrecían su protección a cambio de su voto, que era lo único que les quedaba por vender. El dinero tomaba vida propia y desplazaba al prestigio de su primacía como motor de la economía. Ahora, frente a la virtud masculina del esfuerzo regulado, símbolo supremo de la cultura de la Urbe, se alzaba la tendencia más natural a holgar (follicare) de las masas campesinas, con su gusto por la ruptura de esas mortificantes reglas culturales y más dada a vivir en la medida de lo posible en un marco de fiestas. Fiestas que eran patrocinadas por los dirigentes, al principio en el marco del Estado pero luego, cuando se impuso el individualismo en la política (Imperio), como una forma de promoción clientelar del emperador. Los derechos políticos de antaño, se cambiaban por una sumisión al jefe a cambio de que este otorgara a los pobres un estado de bienestar: espectáculos, repartos de comida y banquetes en los que el vino se convirtió en un elemento indispensable. Las fiestas (que implican no trabajar) llegaron a durar 186 días al año en Roma.
Por consiguiente entiendo que hemos de ver los datos expuestos por Enrique como testimonio de cómo el sur de la Península Ibérica, y en particular la zona del bajo Guadalquivir, iba entrando de forma acelerada en esta nueva manera helenística de contemplar el mundo que Roma, la potencia administradora del territorio, había venido asumiendo ya con anterioridad en la propia Italia. La colonización emprendida por César (un hombre dionisíaco populista) y continuada y desarrollada después por su heredero Octaviano Augusto, debió ser un acicate extraordinario para la extensión no sólo del gusto por el vino sino también por los cultos dionisíacos, celebrados especialmente en primavera, cuando luego el cristianismo (con elementos dionisíacos evidentes) situará su Semana Santa. En cualquier caso el predominio de los temas báquicos en los mosaicos de las casas acomodadas del valle del Guadalquivir es innegable.
Era el comienzo de una etapa realmente gloriosa para la sociedad romana, después de la victoria sobre Cartago en 202. La economía romana, de carácter fundamentalmente prestigioso, pasaba a integrarse en una unidad fecunda con la economía de mercado monetizado que habían puesto en vigor los griegos, asentados desde cuatro siglos antes en la región meridional de Italia. Roma comenzaba a ser un gran centro de poder, no sólo político y militar, sino también económico, adonde acudían los que estaban interesados en el mercado de capitales pero también las masas campesinas que buscaban oportunidades en la ciudad. Y con ellas comenzó a tomar fuerza una forma religiosa más antigua que la propia del estado ciudadano romano. Me refiero a la religión orgiástica, centrada en torno a figuras divinas como Líber Baco o Pan, cuya importancia entre los griegos (bajo el nombre de Diónysos, asimilado al macho cabrío) es tan conocida, sobre todo a través de su manifestación cultual de la tragedia (de tragós, macho cabrío).
Un elemento esencial en esas fiestas era el consumo del vino, al ser un elemento euforizante (una droga) que permite la reintegración al mundo natural una vez perdida la vergüenza social que impone la cultura, con sus virtudes (de vir, varón) fundamentalmente masculinas. La cultura es represión y encauzamiento de las pulsiones naturales de sexo y muerte que impone la naturaleza, y la religión surgirá como un medio de establecer un puente entre las dos orillas (de ahí el pontifex o pontífice) al tiempo que de medio de represión cultural con sus rituales y su establecimiento de faltas o pecados que hay que evitar (hybris o ebrietas, ebriedad que te pone en el plano de los dioses, lo que provocaría su envidia). Por ello cuanto más fuerte sea el Estado de guerreros que representa esa cultura mayor será la represión que se ejerza sobre el consumo del vino y de la desvergüenza que incita, sobre todo a las mujeres, a las que se tenderá a prohibir su consumo.
El hombre siempre temió la potente sexualidad femenina, a la que califica de insaciable (Salomón, Proverbios, 30, 15-16), y por ello ha procurado reprimirla de forma especial, evitando aquello que le incita a perder la citada vergüenza cultural en una búsqueda inconsciente de su necesidad biológica de preñarse y parir. Y el vino, que devuelve a la vida sagrada de la naturaleza, fue uno de esos elementos.
Esos romanos guerreros, que acababan de lograr el éxito militar y que se enorgullecían de llevar puestas sus corazas, como dice Plinio en el siglo I d.C. cuando echa de menos aquellas antiguas costumbres (N.H. 11.27.), veían con indignación la tendencia salvaje de esa plebe campesina que comenzaba a hacer furor entre los ciudadanos. Sobre todo desde el momento en que esos rituales orgiásticos (orgiasmós u orgasmo) aquí llamados bacanales comenzaron a tener formas organizativas que podían hacer sombra a los de la religión oficial (Liv. 39, 8-19). Por eso en 186 a.C. el senado emitió un senadoconsulto obligatorio que prohibía tales actos orgiásticos, tan inmorales, y en último extremo los sometía a previa autorización.
Se intentaba así poner freno violento a lo que eran pulsiones o instintos naturales de fecundidad y de muerte. El consumo del vino siguió existiendo, pero en principio estuvo limitado al acompañamiento de la comida (y mezclado con agua, como signo de respeto religioso), en especial de la del pan, que pronto tuvo un carácter sacramental como atestigua Cicerón, que lo ve como poco lógico por la identificación que se hacía entre el pan y el vino con el cuerpo y la sangre de la divinidad (Sobre la naturaleza de los dioses, 2, 23, 60 y 3, 16, 41).
Roma, hecha rica por sus victorias sobre Macedonia y Siria, se convertía en la heredera de la gran expansión comercial que se produjo en el Oriente tras la conquista de Alejandro III Magno de Macedonia de todo el Imperio Persa. Aquel hecho había puesto a disposición de los mercaderes griegos una enorme cantidad de metales preciosos, hasta entonces acumulados en los palacios según las directrices de la economía de prestigio y ahora volcados hacia la economía de mercado desarrollada a partir de las poleis griegas. La monetización de la economía fue enorme y trastocó todos los esquemas sociales anteriores. El nivel general de bienestar progresó y con ello los planteamientos dionisíacos, ligados al consumo del vino, se dispararon bajo las monarquías helenísticas. Lo que afectó, lógicamente al sistema productivo, de forma que las fincas agrícolas abandonaron progresivamente las tendencias a la autarquía y se abrieron a la producción para el mercado. Ni que decir tiene que uno de los principales productos lanzado de esta manera al mercado fue el vino. Pues bien, Roma se muestra desde ahora cada vez más abierta a esas tendencias heredadas con su victoria, y la villa esclavista pasa convertirse en el eje de su sistema productivo con vistas al mercado.
La zona de Campania estuvo entre las pioneras de esta transformación. Y en ella Puteoli era el puerto más destacado, con dársenas comunicantes entre sí y un espigón que lo defendió desde el siglo II a.C. Pronto se convirtió en un puerto de acogida de los barcos de todas partes, destacando por su importancia los procedentes del Este, que comunicaban con el Lejano Oriente a través de los tráficos establecidos desde Alejandría en el área del mar Rojo, que comunicaba con India y las zonas aledañas a China. A cambio de lo importado, daba salida a la producción de los productos elaborados (el vino entre ellos) de Campania o hechos llegar previamente allí. Estrabón (2.3.4) nos cuenta que, a finales del siglo II a.C., Eudoxo de Cicico “vuelto a su país puso todo su capital en el barco y salió otra vez. Y llegó primero a Dikaiarchia [Puteoli], y después a Massalia [Marsella] y el litoral más allá hasta Gades. Y pregonando por todos lados su intento y recogiendo dinero construyó un barco grande y dos remolcadores parecidos a barcos de piratas. En estos barcos puso muchachas músicas, y médicos y otros artesanos, y después navegó hacia la India”.
También nos dice (17.1.7) que “las exportaciones de Alejandría son más grandes que las importaciones. Cualquiera puede juzgar esto al ver los buques mercantes, ya sea en Alejandría o en Puteoli. Se puede observar cómo los buques a su llegada son pesados y los barcos a la salida son mucho más ligeros”. Se exportaban pues capitales (el hambre de oro y plata del lejano Oriente se hizo proverbial, y en ello las minas del sur de Hispania tuvieron bastante que ver, pero también se exportaba, por ejemplo, vino. Es conocido el caso de la familia de los Peticii, que en la época de Augusto desarrolló un interés comercial por el negocio del vino del Mediterráneo y comenzó a hacer llegar al norte de África lotes de ánforas italianas. Poco después, durante el gobierno de Tiberio, la familia Peticii, que tenía casa en Apulia (de donde procedería buena parte del aceite exportado entonces a Hispania), nos es conocida como exportadora de vino al lejano Oriente (A. Tchernia, 1997).
La religión políada estatal se vio afectada por ello, como era de esperar, y las masas, cada vez más pobres al perder sus parcelas en las crisis económicas que –como siempre- favorecían a los grandes propietarios, ganaron paradójicamente influencia como comparsas de los políticos ambiciosos que les ofrecían su protección a cambio de su voto, que era lo único que les quedaba por vender. El dinero tomaba vida propia y desplazaba al prestigio de su primacía como motor de la economía. Ahora, frente a la virtud masculina del esfuerzo regulado, símbolo supremo de la cultura de la Urbe, se alzaba la tendencia más natural a holgar (follicare) de las masas campesinas, con su gusto por la ruptura de esas mortificantes reglas culturales y más dada a vivir en la medida de lo posible en un marco de fiestas. Fiestas que eran patrocinadas por los dirigentes, al principio en el marco del Estado pero luego, cuando se impuso el individualismo en la política (Imperio), como una forma de promoción clientelar del emperador. Los derechos políticos de antaño, se cambiaban por una sumisión al jefe a cambio de que este otorgara a los pobres un estado de bienestar: espectáculos, repartos de comida y banquetes en los que el vino se convirtió en un elemento indispensable. Las fiestas (que implican no trabajar) llegaron a durar 186 días al año en Roma.
Por consiguiente entiendo que hemos de ver los datos expuestos por Enrique como testimonio de cómo el sur de la Península Ibérica, y en particular la zona del bajo Guadalquivir, iba entrando de forma acelerada en esta nueva manera helenística de contemplar el mundo que Roma, la potencia administradora del territorio, había venido asumiendo ya con anterioridad en la propia Italia. La colonización emprendida por César (un hombre dionisíaco populista) y continuada y desarrollada después por su heredero Octaviano Augusto, debió ser un acicate extraordinario para la extensión no sólo del gusto por el vino sino también por los cultos dionisíacos, celebrados especialmente en primavera, cuando luego el cristianismo (con elementos dionisíacos evidentes) situará su Semana Santa. En cualquier caso el predominio de los temas báquicos en los mosaicos de las casas acomodadas del valle del Guadalquivir es innegable.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
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