La venganza y la justicia
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La venganza y la justicia
La venganza y la justicia
Vindicta bonum vita iucundius ipsa
«La venganza es un bien más agradable que la vida misma»
Juvenal, Sat., 13, v. 180.
La venganza no es un capricho, es una pasión que, como las demás pasiones, ayuda a vivir y a morir. Es un deber tribal cuya razón de ser es fomentar el respeto a la tribu, a la familia, a la nación... La venganza, no perdamos la perspectiva, es un deber de los deudos para con el ultrajado. Siempre es un tercero el que tiene el deber de vengar. El problema siempre ha sido cómo detener el círculo vicioso de la venganza. Porque cierto es que ésta se instituyó para frenar y disuadir al agresor. Ahora bien, la venganza que lo único que consigue es estimularlo, acaba yendo contra su propio objetivo. Por eso la civilización ha ido poniendo freno a la venganza (empezó Moisés instituyendo las ciudades de asilo para los homicidios involuntarios), hasta ponerla finalmente en manos de los jueces, que son los llamados a encontrar el punto de equilibrio entre la venganza disuasoria y la venganza provocadora.
Es tan cierto que la justicia es esencialmente venganza (pero una venganza que persigue detener la sucesión interminable de venganzas), que en griego se llaman prácticamente igual: díke se llama la justicia, y ekdikia se llama la venganza [reclamación]. ¿Algo raro? En absoluto. Más aún, en este caso el prefijo ek tiene toda la pinta de funcionar de refuerzo de dike, con lo que es más que probable que al formar la palabra, los griegos estuvieran pensando que en realidad la venganza es la justicia más completa y más absoluta. Y esto es así porque la propia díke es polisémica. Significa al mismo tiempo y con la misma legitimidad justicia y venganza (y al mismo tiempo el significado anterior a justicia, que es "uso, costumbre"). Al alejarse los contenidos de la justicia y de la venganza, necesitaron crear una palabra distinta para cada una de ellas. ¿Y qué hicieron? Pues que a la justicia la llamaron "justicia" a secas, (dike) y a la venganza, "justicia total" (ekdike). Eso es lo que da de sí el análisis léxico. No se menciona explícitamente la fuerza como en el latín vindicatio, de donde salió nuestra venganza, pero determina que la máxima justicia es la venganza.
Es, por tanto, oficio de la justicia el de canalizar la venganza. Aquellos a quienes la fortuna ha convertido en vencedores [vindices en latín] (siempre he tenido la sospecha de que vincere = vencer y vincire = atar, son dos formas de lo mismo), si no exterminaron a sus enemigos en la guerra ya no deben hacerlo luego. La sed de venganza que quede, ha de saciarla a partir de ahora la justicia. Hay que buscar las cabezas de turco, los chivos expiatorios y organizar con ellos la ceremonia de la venganza, con toda su parafernalia, y cuanto más larga mejor, para dar tiempo a que entretanto se apaguen las llamas, de manera que se salde la operación con el menor número de víctimas posible. Se trata de apagar el fuego, no de avivarlo. Parece que eso es precisamente lo que pretendió la justicia desde que se inventó. Y apagar el fuego requiere por una parte disuadir a los pirómanos, y por otra no irritarlos. Para eso tiene una balanza la justicia: para sopesar cuánto ha de poner en el platillo de la venganza, y cuánto en el del perdón y el olvido.
Mariano Arnal
http://www.elalmanaque.com/Agosto/10-8-eti.htm
Reflexión:
La venganza está relacionada con la deuda no satisfecha, propia de la economía de prestigio. La economía de mercado, al poner límite concreto a las deudas, frente a lo que sucede en el otro tipo –donde, como la deuda, la venganza difícilmente tiene fin- la transforma en penalización legal objetiva. La cultura encauza así un sentimiento dándole una salida racional, objetiva y limitada.
El orden rige el mundo y lo orienta en el marco del caos. Desde muy temprano, conforme aprendió a conceptualizar, el hombre fue consciente de que algo santo e inmutable había establecido como regla (themis para los griegos; fas para los latinos: lo que no está prohibido, lo que no es nefasto) la dirección natural que debía regirlo todo. Esto pronto se fue entremezclando con la costumbre o camino a seguir que establecían las comunidades humanas entendiendo lo permitido por la ley divina (themista, palabra relacionada con theos, “dios” (Petersmann, 1990)) como leyes naturales que habían de regir la convivencia (thesmoi, ius). Resultaban así prescripciones rituales y disposiciones legislativas al mismo tiempo que, no se sabe cuándo (in illo tempore), habían sido inspiradas a la humanidad grupal y se transmitían por tradición oral, por lo que se solían contener en textos breves y ritmados para recordarlos mejor. Se podían interpretar, pero no cambiar (Glotz, 1957, 114-116).
Pero a medida que el mundo político, el establecido por la fuerza de los hombres poderosos (polis = centro de guerra, de pólemos), fue tomando distancia respecto al mundo religioso –o sea, conforme el palacio se fue separando físicamente del templo- se fueron fijando para el mundo así regulado una serie de normas propias (nomoi ← nemo, “repartir”; en latín, lex, “colección de reglas” (Vaan, 2008, 337)), de carácter estrictamente humano, para establecer una justicia distributiva (némesis, implacable con la hybris, “desmesura” o “borrachera” de poder individual). El orden (taxis, ordo) sólo se entiende así dentro de la ley (nomos; lex), que tiene un valor relativo y puede ser cambiado a voluntad de los gobernantes siempre que estos consigan que las normas propuestas sean aceptadas por la masa y, a ser posible, sentidas como algo sagrado. En ese caso se convierten en el camino derecho. Una sentencia recta es éndikos, "encaminada"; una torcida es ékdikos, "descaminada" (Thomson, 1948, 127), culpa en latín (De Vaan, 2008, 151). Hay que seguir pues el derecho, el ius dirictum (Betancourt, 1995, 39; curvo dignoscere rectum (Hor. Ep. 2, 1, 63)). Tener en propia mano el control del derecho público es por ello fundamental para el ejercicio del poder, porque es la manera como se señala lo que es legal, la ley fundamental que rige los designios de una comunidad dada, transformada así en sociedad.
G. Chic García, "Violencia legal y no legal en el marco del estrecho de Gibraltar", en A. Álvarez-Ossorio Rivas, E. Ferrer Albelda y E. García Vargas (coords.), Piratería y seguridad marítima en el Mediterráneo antiguo, Sevilla, 2013, pp. 15-16.
https://www.academia.edu/7121101/Violencia_legal_y_no_legal_en_el_marco_del_estrecho_de_Gibraltar_Pirater%C3%ADa_
Vindicta bonum vita iucundius ipsa
«La venganza es un bien más agradable que la vida misma»
Juvenal, Sat., 13, v. 180.
La venganza no es un capricho, es una pasión que, como las demás pasiones, ayuda a vivir y a morir. Es un deber tribal cuya razón de ser es fomentar el respeto a la tribu, a la familia, a la nación... La venganza, no perdamos la perspectiva, es un deber de los deudos para con el ultrajado. Siempre es un tercero el que tiene el deber de vengar. El problema siempre ha sido cómo detener el círculo vicioso de la venganza. Porque cierto es que ésta se instituyó para frenar y disuadir al agresor. Ahora bien, la venganza que lo único que consigue es estimularlo, acaba yendo contra su propio objetivo. Por eso la civilización ha ido poniendo freno a la venganza (empezó Moisés instituyendo las ciudades de asilo para los homicidios involuntarios), hasta ponerla finalmente en manos de los jueces, que son los llamados a encontrar el punto de equilibrio entre la venganza disuasoria y la venganza provocadora.
Es tan cierto que la justicia es esencialmente venganza (pero una venganza que persigue detener la sucesión interminable de venganzas), que en griego se llaman prácticamente igual: díke se llama la justicia, y ekdikia se llama la venganza [reclamación]. ¿Algo raro? En absoluto. Más aún, en este caso el prefijo ek tiene toda la pinta de funcionar de refuerzo de dike, con lo que es más que probable que al formar la palabra, los griegos estuvieran pensando que en realidad la venganza es la justicia más completa y más absoluta. Y esto es así porque la propia díke es polisémica. Significa al mismo tiempo y con la misma legitimidad justicia y venganza (y al mismo tiempo el significado anterior a justicia, que es "uso, costumbre"). Al alejarse los contenidos de la justicia y de la venganza, necesitaron crear una palabra distinta para cada una de ellas. ¿Y qué hicieron? Pues que a la justicia la llamaron "justicia" a secas, (dike) y a la venganza, "justicia total" (ekdike). Eso es lo que da de sí el análisis léxico. No se menciona explícitamente la fuerza como en el latín vindicatio, de donde salió nuestra venganza, pero determina que la máxima justicia es la venganza.
Es, por tanto, oficio de la justicia el de canalizar la venganza. Aquellos a quienes la fortuna ha convertido en vencedores [vindices en latín] (siempre he tenido la sospecha de que vincere = vencer y vincire = atar, son dos formas de lo mismo), si no exterminaron a sus enemigos en la guerra ya no deben hacerlo luego. La sed de venganza que quede, ha de saciarla a partir de ahora la justicia. Hay que buscar las cabezas de turco, los chivos expiatorios y organizar con ellos la ceremonia de la venganza, con toda su parafernalia, y cuanto más larga mejor, para dar tiempo a que entretanto se apaguen las llamas, de manera que se salde la operación con el menor número de víctimas posible. Se trata de apagar el fuego, no de avivarlo. Parece que eso es precisamente lo que pretendió la justicia desde que se inventó. Y apagar el fuego requiere por una parte disuadir a los pirómanos, y por otra no irritarlos. Para eso tiene una balanza la justicia: para sopesar cuánto ha de poner en el platillo de la venganza, y cuánto en el del perdón y el olvido.
Mariano Arnal
http://www.elalmanaque.com/Agosto/10-8-eti.htm
Reflexión:
La venganza está relacionada con la deuda no satisfecha, propia de la economía de prestigio. La economía de mercado, al poner límite concreto a las deudas, frente a lo que sucede en el otro tipo –donde, como la deuda, la venganza difícilmente tiene fin- la transforma en penalización legal objetiva. La cultura encauza así un sentimiento dándole una salida racional, objetiva y limitada.
El orden rige el mundo y lo orienta en el marco del caos. Desde muy temprano, conforme aprendió a conceptualizar, el hombre fue consciente de que algo santo e inmutable había establecido como regla (themis para los griegos; fas para los latinos: lo que no está prohibido, lo que no es nefasto) la dirección natural que debía regirlo todo. Esto pronto se fue entremezclando con la costumbre o camino a seguir que establecían las comunidades humanas entendiendo lo permitido por la ley divina (themista, palabra relacionada con theos, “dios” (Petersmann, 1990)) como leyes naturales que habían de regir la convivencia (thesmoi, ius). Resultaban así prescripciones rituales y disposiciones legislativas al mismo tiempo que, no se sabe cuándo (in illo tempore), habían sido inspiradas a la humanidad grupal y se transmitían por tradición oral, por lo que se solían contener en textos breves y ritmados para recordarlos mejor. Se podían interpretar, pero no cambiar (Glotz, 1957, 114-116).
Pero a medida que el mundo político, el establecido por la fuerza de los hombres poderosos (polis = centro de guerra, de pólemos), fue tomando distancia respecto al mundo religioso –o sea, conforme el palacio se fue separando físicamente del templo- se fueron fijando para el mundo así regulado una serie de normas propias (nomoi ← nemo, “repartir”; en latín, lex, “colección de reglas” (Vaan, 2008, 337)), de carácter estrictamente humano, para establecer una justicia distributiva (némesis, implacable con la hybris, “desmesura” o “borrachera” de poder individual). El orden (taxis, ordo) sólo se entiende así dentro de la ley (nomos; lex), que tiene un valor relativo y puede ser cambiado a voluntad de los gobernantes siempre que estos consigan que las normas propuestas sean aceptadas por la masa y, a ser posible, sentidas como algo sagrado. En ese caso se convierten en el camino derecho. Una sentencia recta es éndikos, "encaminada"; una torcida es ékdikos, "descaminada" (Thomson, 1948, 127), culpa en latín (De Vaan, 2008, 151). Hay que seguir pues el derecho, el ius dirictum (Betancourt, 1995, 39; curvo dignoscere rectum (Hor. Ep. 2, 1, 63)). Tener en propia mano el control del derecho público es por ello fundamental para el ejercicio del poder, porque es la manera como se señala lo que es legal, la ley fundamental que rige los designios de una comunidad dada, transformada así en sociedad.
G. Chic García, "Violencia legal y no legal en el marco del estrecho de Gibraltar", en A. Álvarez-Ossorio Rivas, E. Ferrer Albelda y E. García Vargas (coords.), Piratería y seguridad marítima en el Mediterráneo antiguo, Sevilla, 2013, pp. 15-16.
https://www.academia.edu/7121101/Violencia_legal_y_no_legal_en_el_marco_del_estrecho_de_Gibraltar_Pirater%C3%ADa_
Genaro Chic- Mensajes : 729
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