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Educación: El franquismo prevaleció sobre el fascismo

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Mensaje  Genaro Chic Miér Jul 18, 2018 2:46 pm


«El fascismo es una ideología ecléctica, que intenta sintetizar en su discurso político elementos del liberalismo, del socialismo, del nacionalismo y de la contrarrevolución. En España ocurrió lo mismo que en Italia, donde los fascistas tomaron de dos liberales elitistas, como Gaetano Mosca [1858-1941] y Vilfredo Pareto [1848-1923], algunas pautas de su discurso político».

P.C. González Cuevas, «Ortega y Gasset: conservadurismo y heterodoxia». Empresas Políticas, 7 (2007), p. 70.

«Dada la identificación habitual entre Iglesia y Estado en la España acaudillada por Franco [1892-1975], podría parecer fuera de lugar presentar un epígrafe que indique alguna conflictividad en la relación entre ambos poderes.

Sin embargo, es preciso tratar de este asunto no sólo porque constituye un factor imprescindible para comprender la labor del primer Gobierno de Franco, sino también porque, respecto de él, se dieron importantes divergencias de opinión, hasta ahora apenas conocidas, entre los distintos componentes de la España sublevada.

Esta discrepancia motivó la intervención del propio Franco, que sentó unos criterios de actuación que le caracterizarían durante el resto de su gestión como dictador (...) Vinculado a esa España tradicional de modo estrechísimo estaba un catolicismo cuya relevancia intelectual y cultural había decrecido y, con ella, su propio peso en la sociedad. La descomposición de la España tradicional se entendía como una consecuencia de la desaparición de ese elemento vertebrador religioso.

Por eso, la reconstrucción de la España católica fue un elemento primordial, definitorio como ninguno, de la tarea del primer Gobierno de Franco. Pero eso no obsta para que, en relación con este programa aparecieran actitudes diferentes e incluso contradictorias. Hubo una posición, representada por el Tradicionalismo, que pretendió poco menos que el restablecimiento de una identidad entre el trono y el altar; otra, de conservadurismo clásico, que, aun radicalmente identificada con el catolicismo, era, a un tiempo distante de cualquier vaticanismo; y otra, en fin, la de Falange, que, sin prescindir del factor religioso, pretendía marginarlo de lo estrictamente político. Entre estas actitudes se movió la posición de Franco, vacilando a veces, pero manteniendo en general una línea vertebral que le alejaba de unas posiciones y le acercaba a otras».

J. Tusell [1945-2005], Franco en la Guerra Civil. Una biografía política, Barcelona, 1992, p. 228.

«Pertenecientes, por origen familiar, casi todos los prohombres falangistas, a la burguesía profesional e ilustrada y educa¬dos igualmente en su mayoría en colegios religiosos, adoptaron en su mocedad bélica una actitud un mucho reluctante respecto de la versión tradicional del catolicismo. Aunque pocos de entre ellos fueron ganados por la postura descalificadora de la Iglesia española contemporánea manifestada, abierta y reiteradamente, por el self-man [fundador del movimiento nacionalsindicalista, JONS] Ramiro Ledesma Ramos (1905-1936), todos creían que en el mundo surgido de la Gran Guerra las fórmulas religiosas conservadoras estaban caducadas, imponiéndose como protagonistas principales de la historia los movimientos políticos connotados de un sentimiento nacional impregnado de ímpetu social revolucionario.

La crispada relación mantenida por la Falange con la CEDA y la propia dubitación del «Fundador» José Antonio Primo de Rivera [1903-1936] en materia religiosa —según se descubría de forma tan explícita como polémica en el célebre punto 25 del programa de la Falange acordado en 1934— añadieron a esa posición de fondo factores de relevancia en orden a la actitud del sector más dinámico y combativo de la retaguardia franquista.

Como en el muy denostado liberalismo —(por ellos, ciertamente, menos que por nadie en la zona «nacional»)—, la religión debía relegarse a las sacristías y al ámbito de la conciencia individual y dejar paso, en la conducción de los pueblos, a los estratos so¬ciales penetrados de la gravidez de «la hora histórica». Después del triunfo de Mussolini [1883-1945; antes nº 3 del Partido Socialista Italiano] sobre los popolari italianos, del agotamiento del «Centro» alemán que dejara expedito el camino de Hitler [1889-1945; líder del  Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán] hacia el poder, y, sobre todo, del fracaso de Gil Robles [1889-1980] y sus gentes [de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA)] para articular una convivencia democrática anclada en el centrismo, el catolicismo político se hallaba desahuciado a sus ojos como palanca regeneradora de los Estados europeos. Su promesa de futuro, los jóvenes, merecían otros guías para la forja de un «nuevo Imperio». En el creado por Isabel y Fernando, el catolicismo de un pueblo con vocación de mando y galvanizado por la energía histórica resultante del final de la empresa reconquistadora había sido pieza fundamental, en tanto que en el presente perdería tal papel en beneficio de las fuerzas que, conectadas con el kairós [ocasión o momento oportuno] de la política mundial, afrontaban la responsabilidad de timonear el crucial momento.

Y fue aquí, en la disputa por la formación y control de la juventud, donde se alzó el telón del sordo e implacable duelo que, conforme a una línea inalterable a lo largo de su andadura contemporánea, enfrentó a la Iglesia docente española con la Falange, como lo efectuase en los periodos anteriores con los grupos políticos e ideológicos partidarios de la educación pública con carácter uniformador y laico que hiciera desaparecer, definitivamente, en la juventud del país la existencia de «dos almas». De acuerdo con la jerarquía eclesiástica más estricta, sería su cabeza en el plano insti¬tucional la que abanderase, de su lado, la controversia».

Tomado de J.M. Cuenca Toribio, Nacionalismo, franquismo y nacionalcatolicismo, San Sebastián de los Reyes (Madrid), 2008, pp. 18, 21 y 22-24.


Genaro Chic

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