Guerreros y brujas
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Guerreros y brujas
Heisenberg [1901-1976] demostró que es posible construir un aparato que nos diga bastante bien donde está un electrón, pero que entonces no sabremos a qué velocidad se mueve. Medir implica interactuar, e interactuar implica una cierta alteración. A nuestra escala esa alteración no importa, pero cuando vamos a lo muy pequeño, esa alteración es una parte muy importante de las reglas. O sea que el pensamiento cuantitativo o racional, el que se puede expresar a través del preciso lenguaje matemático, implica la destrucción de la realidad observable. Es por ello por lo que se suele decir, no sin razón que el pensamiento racional es esterilizador: lo controla todo, pero matándolo. Y tal vez por ello se asimile más al hombre, diez veces más potente de promedio que la mujer en niveles de testosterona, la hormona de la violencia. Como lo plantea M. Detienne, en Los maestros de verdad en la Grecia arcaica (Madrid, 1983), sería el pensamiento que se desarrollaría junto a los fuegos de campamento de las partidas de guerreros.
Leo por otro lado a J. Arana, catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla, en un trabajo titulado "La incierta sabiduría del filósofo" (Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, nº 85, Enero-Febrero, 2003, pp. 125-131), lo que sigue: “Ya lo dijo Sócrates [470-399 a.C.] con toda claridad: él no era sabio, tan sólo amaba la sabiduría. Así pues, entre el saber y el filósofo hay una filia de por medio, lo cual no deja de implicar una distancia, un hiato que, por contradictorio que resulte, se quiere y no se quiere al mismo tiempo. El filojudío no es judío, el anglófilo no es inglés, y el filósofo tampoco llega a sabio. Se supone que le gustaría serlo; pero si lo consiguiera perdería la condición de filósofo, a la que entre tanto ha cobrado apego. En otras palabras: se ha instalado en la provisionalidad y le pasa un poco lo de aquél que, después de hacer una larga espera y entablar amistad con los compañeros de cola, perdió todo interés en que llegara el turno. Por otro lado, querer ser lo que todavía -o quizás definitivamente- no se es, implica un problema de identidad, una incertidumbre respecto al propio destino que arrastra consigo cierto riesgo. ¿Qué pasa si nunca se acaba de encontrar eso que se busca, si uno empeña la existencia en un amor imposible? Tendrá que elegir entre alternativas poco gratas: resignación, desencanto, frustración, amargura... En resumidas cuentas, el filósofo está condenado a dejar de serlo -si tiene éxito-, o a convertirse en un fracasado -en caso contrario-. La fórmula «filósofo afortunado» sería contradictoria, algo así como un «hierro de madera»….
El filósofo no es un buscador de verdades, sino de la Verdad, y en calidad de tal no está autorizado a dar por concluida la encuesta. El sabio es diferente: él posee la Verdad y no tiene que seguir buscándola; ya está instalado en ella. Además, como es modesto, nunca hará ostentación de sus argumentos, nunca agobiará con evidencias; se limitará a anunciar su revelación para que escuche quien tenga oídos. Por eso, el estilo sentencioso cuadra mejor con él. El filósofo razona porque es consciente de lo frágil de su posición, porque necesita urgentemente apuntalamientos externos. El sabio sabe bien que dice la verdad y no se apura si los demás no quieren reconocerlo”.
En resumidas cuentas, que el sabio no necesita descomponer la realidad para analizarla. Simplemente tiene constancia de ello. En caso de no renunciar a la acción, la persona que tiene capacidad de percibir la realidad de una forma más global y no necesita descomponerla en fragmentos para comprenderla, la persona que sabe no necesita matar lo vivo para transformarlo. Algo que difícilmente perdona el ser para la muerte [el guerrero, el hombre], que desconfía de esa forma holística de pensamiento que le resulta incontrolable, y por ello procura exorcizarla. La designación de “bruja” adquiere por ello un matiz despectivo. Cuando el guerrero se sienta fuerte en el dominio de la sociedad en la que vive se dedicará por ello a perseguir a las brujas y a todos aquellos que sigan esa forma de pensamiento global (sean hembras o varones).
Nolasc Acarín, médico neurólogo, escribía en ‘El Periódico’ (3/4/2005, p. 7) lo siguiente: "Afirmar que las mujeres no sirven para la actividad científica le ha costado un nuevo disgusto al presidente de la Universidad de Harvard. El claustro le ha retirado la confianza. La historia de las diferencias sociales entre las mujeres y los varones viene de muy lejos. Incluso en la Europa civilizada no se reconoció el derecho a votar de las mujeres hasta entrado el siglo XX.
Entre hembras y varones hay diferencias, de siempre conocidas, en la función reproductora, que se corresponden con estructuras cerebrales también diversas, especialmente en lo que refiere al aparato hormonal. Pero hay más diferencias. Las mujeres tienen unos cuantos millones más de fibras nerviosas que los varones en la conexión entre la parte derecha y la izquierda del cerebro. Gracias a esta diferencia son capaces de comprender una determinada situación con echar un vistazo, mientras que a los varones a menudo nos han de explicar las cosas con detenimiento”.
Creo que poco se puede añadir después de esto: Las mujeres tienen más capacidad para tener un pensamiento de brujas como los hombres lo tienen para el de guerreros, los “seres para la muerte” de que habla P. Clastres [1934-1977] (Investigaciones en antropología política. Barcelona, 1981). Que la muerte sea tan necesaria como el nacimiento para la existencia de la vida no es lo que ahora se discute aquí. Simplemente que el desarrollo de una cultura de violencia, o sea de una cultura fundamentalmente masculina, arrollando a la forma predominantemente femenina de entender el mundo, ha logrado que las propias mujeres terminen asumiendo que su pensamiento es inferior y que la designación de “bruja” es un insulto. Algo así como lo que me comenta un colega del País Vasco, cuando me dice que lo insultan diciéndole “español”, aunque él sigue sintiéndose orgulloso de serlo. Es cuestión de tiempo: la violencia puede llegar a hacerte pensar que lo tuyo está equivocado (lo dicta el propio instinto de conservación). Negar la magia porque no se sepa comprender desde los parámetros de la racionalidad que hoy usamos lo único que hace es empobrecernos. Porque la magia verdadera no es sino la actuación en el mundo sin necesidad de descomponerlo para poder comprenderlo, es saberlo sin pensarlo, y actuar en consecuencia. Que le tengamos miedo a lo que no controlamos es normal (sea la violencia física o la mental) pero negar que existe lo que no controlamos es absurdo. Por eso admiramos a los grandes guerreros que se proponen luchar contra lo desconocido: son ellos los que muestran caminos. No hace falta ser bruja para comprender que existen formas de conocimiento que abarcan más que aprietan. Al fin y al cabo la comprensión del mundo la obtenemos a través del cerebro. Y no hay que emperrarse en una de las posibles formas de conocimiento que permite nuestro cerebro. Una vez más abogo por el equilibrio, o sea por un intento de comprensión de la parte opuesta, de la otra forma de entender el mundo. Ese equilibrio será siempre inestable –a no ser que mudemos de naturaleza- pero como guerrero que me considero no me gustaría tener que reconocer que me he conformado con ser sólo un “racionalista” (una persona limitada, un sectario, como todos los “-istas”). Guerreros y brujas (y soy consciente de que hablo en términos irreales de blanco/negro, pero es la manera más nítida de hablar: luego podremos entrar en los matices a partir de ahí) podemos convivir: es una cuestión de respeto.
[/left]Leo por otro lado a J. Arana, catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla, en un trabajo titulado "La incierta sabiduría del filósofo" (Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, nº 85, Enero-Febrero, 2003, pp. 125-131), lo que sigue: “Ya lo dijo Sócrates [470-399 a.C.] con toda claridad: él no era sabio, tan sólo amaba la sabiduría. Así pues, entre el saber y el filósofo hay una filia de por medio, lo cual no deja de implicar una distancia, un hiato que, por contradictorio que resulte, se quiere y no se quiere al mismo tiempo. El filojudío no es judío, el anglófilo no es inglés, y el filósofo tampoco llega a sabio. Se supone que le gustaría serlo; pero si lo consiguiera perdería la condición de filósofo, a la que entre tanto ha cobrado apego. En otras palabras: se ha instalado en la provisionalidad y le pasa un poco lo de aquél que, después de hacer una larga espera y entablar amistad con los compañeros de cola, perdió todo interés en que llegara el turno. Por otro lado, querer ser lo que todavía -o quizás definitivamente- no se es, implica un problema de identidad, una incertidumbre respecto al propio destino que arrastra consigo cierto riesgo. ¿Qué pasa si nunca se acaba de encontrar eso que se busca, si uno empeña la existencia en un amor imposible? Tendrá que elegir entre alternativas poco gratas: resignación, desencanto, frustración, amargura... En resumidas cuentas, el filósofo está condenado a dejar de serlo -si tiene éxito-, o a convertirse en un fracasado -en caso contrario-. La fórmula «filósofo afortunado» sería contradictoria, algo así como un «hierro de madera»….
El filósofo no es un buscador de verdades, sino de la Verdad, y en calidad de tal no está autorizado a dar por concluida la encuesta. El sabio es diferente: él posee la Verdad y no tiene que seguir buscándola; ya está instalado en ella. Además, como es modesto, nunca hará ostentación de sus argumentos, nunca agobiará con evidencias; se limitará a anunciar su revelación para que escuche quien tenga oídos. Por eso, el estilo sentencioso cuadra mejor con él. El filósofo razona porque es consciente de lo frágil de su posición, porque necesita urgentemente apuntalamientos externos. El sabio sabe bien que dice la verdad y no se apura si los demás no quieren reconocerlo”.
En resumidas cuentas, que el sabio no necesita descomponer la realidad para analizarla. Simplemente tiene constancia de ello. En caso de no renunciar a la acción, la persona que tiene capacidad de percibir la realidad de una forma más global y no necesita descomponerla en fragmentos para comprenderla, la persona que sabe no necesita matar lo vivo para transformarlo. Algo que difícilmente perdona el ser para la muerte [el guerrero, el hombre], que desconfía de esa forma holística de pensamiento que le resulta incontrolable, y por ello procura exorcizarla. La designación de “bruja” adquiere por ello un matiz despectivo. Cuando el guerrero se sienta fuerte en el dominio de la sociedad en la que vive se dedicará por ello a perseguir a las brujas y a todos aquellos que sigan esa forma de pensamiento global (sean hembras o varones).
Nolasc Acarín, médico neurólogo, escribía en ‘El Periódico’ (3/4/2005, p. 7) lo siguiente: "Afirmar que las mujeres no sirven para la actividad científica le ha costado un nuevo disgusto al presidente de la Universidad de Harvard. El claustro le ha retirado la confianza. La historia de las diferencias sociales entre las mujeres y los varones viene de muy lejos. Incluso en la Europa civilizada no se reconoció el derecho a votar de las mujeres hasta entrado el siglo XX.
Entre hembras y varones hay diferencias, de siempre conocidas, en la función reproductora, que se corresponden con estructuras cerebrales también diversas, especialmente en lo que refiere al aparato hormonal. Pero hay más diferencias. Las mujeres tienen unos cuantos millones más de fibras nerviosas que los varones en la conexión entre la parte derecha y la izquierda del cerebro. Gracias a esta diferencia son capaces de comprender una determinada situación con echar un vistazo, mientras que a los varones a menudo nos han de explicar las cosas con detenimiento”.
Creo que poco se puede añadir después de esto: Las mujeres tienen más capacidad para tener un pensamiento de brujas como los hombres lo tienen para el de guerreros, los “seres para la muerte” de que habla P. Clastres [1934-1977] (Investigaciones en antropología política. Barcelona, 1981). Que la muerte sea tan necesaria como el nacimiento para la existencia de la vida no es lo que ahora se discute aquí. Simplemente que el desarrollo de una cultura de violencia, o sea de una cultura fundamentalmente masculina, arrollando a la forma predominantemente femenina de entender el mundo, ha logrado que las propias mujeres terminen asumiendo que su pensamiento es inferior y que la designación de “bruja” es un insulto. Algo así como lo que me comenta un colega del País Vasco, cuando me dice que lo insultan diciéndole “español”, aunque él sigue sintiéndose orgulloso de serlo. Es cuestión de tiempo: la violencia puede llegar a hacerte pensar que lo tuyo está equivocado (lo dicta el propio instinto de conservación). Negar la magia porque no se sepa comprender desde los parámetros de la racionalidad que hoy usamos lo único que hace es empobrecernos. Porque la magia verdadera no es sino la actuación en el mundo sin necesidad de descomponerlo para poder comprenderlo, es saberlo sin pensarlo, y actuar en consecuencia. Que le tengamos miedo a lo que no controlamos es normal (sea la violencia física o la mental) pero negar que existe lo que no controlamos es absurdo. Por eso admiramos a los grandes guerreros que se proponen luchar contra lo desconocido: son ellos los que muestran caminos. No hace falta ser bruja para comprender que existen formas de conocimiento que abarcan más que aprietan. Al fin y al cabo la comprensión del mundo la obtenemos a través del cerebro. Y no hay que emperrarse en una de las posibles formas de conocimiento que permite nuestro cerebro. Una vez más abogo por el equilibrio, o sea por un intento de comprensión de la parte opuesta, de la otra forma de entender el mundo. Ese equilibrio será siempre inestable –a no ser que mudemos de naturaleza- pero como guerrero que me considero no me gustaría tener que reconocer que me he conformado con ser sólo un “racionalista” (una persona limitada, un sectario, como todos los “-istas”). Guerreros y brujas (y soy consciente de que hablo en términos irreales de blanco/negro, pero es la manera más nítida de hablar: luego podremos entrar en los matices a partir de ahí) podemos convivir: es una cuestión de respeto.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
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