Prestigio vs Mercado
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Democracias

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Mensaje  Genaro Chic Sáb Mayo 01, 2010 10:30 am



Me plantea un amigo el tema del concepto de democracia, y me gustaría responderle de una forma que yo entiendo como racional, dejando a un lado –metodológicamente- los conceptos morales.

Dicho esto, y a modo de introducción, quiero señalar que entiendo que la democracia es una forma de gobierno como cualquier otra y que puede funcionar mejor o peor según las circunstancias personales de quienes se vean afectados por ella: En sí misma no tiene por qué ser ni buena ni mala, y todo dependerá de cómo le vaya con ella a los miembros de una comunidad.

En la página 233 de mi libro El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad (Akal, 2009) tengo expuesto un esquema sobre los sistemas políticos desde la perspectiva del doble pensamiento (cuantitativo y cualitativo), en la que suelo manejarme, para analizar la organización económica desde la perspectiva del poder colectivo. Lo acompaña un breve comentario explicativo que intenta poner bases de mayor racionalidad en el tema, y que exigen un desarrollo que aún no he realizado.

La democracia aparece en dicho esquema como uno de los extremos de la línea cuantitativa o racional (el otro es la monarquía, o poder de uno sólo), en tanto que los extremos de la línea cualitativa o emocional se encuentran la plebe y la aristocracia. Entre los cuarterones formados por la intersección de las dos líneas se encuentran la anarquía (en sentido original), la oclocracia, la tiranía y la nobleza. Remito a dicho texto para la comprensión del porqué de dicha división y su sentido.

Hoy quiero detenerme brevemente en una contemplación del fenómeno de la democracia atendiendo al tipo de comunidad o sociedad en la que se da. Evidentemente no puede tener el mismo sentido en una comunidad pequeña, donde todos se conocen y controlan, que en otra amplia, donde dicho control directo es imposible. En la primera prima el concepto de comunidad sobre el de individuo (que se encuentra mucho más suelto en las sociedades complejas). Es a lo que se ha llamado “democracias primitivas”, y en ellas no se admite ningún elemento de desunión que pueda poner en peligro la comunidad, dada la fragilidad natural de las mismas, por lo que el individualismo queda limitado sólo a lo que afecta a la esfera personal (algo así como lo que solemos decir nosotros hoy de la religión).


Democracia Cualitativa (consenso; comunidad sobre individualidad) PREDOMINIO EMOCIONAL

..................... Cuantitativa (mayorías cuantitativas; individuo sobre comunidad) PREDOMINIO RACIONAL



Pongo algunos ejemplos de este primer tipo de democracia, que algunos -tanto de derechas como de izquierdas- consideran que es la más positiva, aunque el control directo de los representantes de la ideología común se haga bastante incompatible con el individualismo (o fe en desarrollo de los intereses individuales) que tiende a ser predominante en las sociedades extensas, las cuales se guían más por los principios de la fría racionalidad que todo lo individualiza.

Así, por ejemplo, nos dice J. Muñiz Coello en "Los miembros de la asamblea celta. Notas para su estudio", ( Iberia, 3, 2000 [2001], pp. 227-239 (fragmentos)):

“La asamblea está formada por todos los hombres libres de la comunidad, el pueblo llano en condiciones de portar armas, la iuventus de los textos latinos, y sus dirigentes, que son los principales de las mejores familias de la civitas. Ambos, en tanto que fuerzas guerreras eran iuventus, y no lo eran los ancianos, tanto de la nobleza, los maiores de los textos, como del resto de la ciudadanía. Los dirigentes asisten respaldados por sus clientelas; los ancianos, como portadores de las opiniones más respetables al ser expuestas en la asamblea.

No se toma decisión alguna si no se obtiene la unanimidad, y ésta se busca por todos los medios, desde la vehemente persuasión de los disidentes, hasta el menos ortodoxo pero muy asumido sistema de proceder a su eliminación. La necesidad de suprimir opiniones adversas es asunto que supedita cualquier acción a tomar por parte de los reunidos. En realidad, esta búsqueda de la unanimidad es típica de las sociedades arcaicas y en el mundo griego, por ejemplo, se integra como componente que caracteriza a la themis, [o sea] el conjunto de normas consagradas por la costumbre, norma no escrita y muy obstruccionista, que es neutralizada en buena parte del siglo V [a.C.] por los mecanismos [fijados por escritura] de la dike y la adeia, al servicio del estado ateniense democrático.

En las llamadas sociedades sencillas las decisiones de sus consejos tienen que ser unánimes, de modo que si uno o más miembros sostienen opiniones propias con tozudez, contrarias a las de los demás, pueden bloquear la actuación del colectivo. Sin embrago existen medios para alcanzar la unanimidad. En una situación de disputa, la opinión pública puede decantarse unánime hacia una de las partes, actuando de mediadora. La dificultad surge cuando no se alcanza esta unanimidad, pues las decisiones aspiran a ella y no asumen como válidas posturas mayoritarias. Cuando el litigio se dirime entre dos, puede recurrirse a un arbitraje, y si aún éste no funciona, queda el concurso de las armas.

Los ciudadanos matan a quienes se oponen a la línea de conducta adoptada por la mayoría, sean éstos los más veteranos y nobles o los propios líderes designados por ellos mismos. No sólo se conecta esto con la unanimidad, como hemos dicho, sino con la percepción del poder que aquellos pueblos poseían. Este poder nunca está distribuido [anarquía], no se ejerce separado del pueblo en aquellas sociedades consideradas sencillas o primitivas. Aunque en ellas se otorgue el liderazgo ocasionalmente a un cabecilla, todos los varones adultos participan en la toma de decisiones. Son sociedades esencialmente democráticas. El poder no está recortado, no existe un órgano que ostente una porción de este poder, no hay poder desgajado, sino que es toda la sociedad la que detenta el poder, conjurando así la aparición de desigualdades entre señores y súbditos, entre el jefe y la tribu, al menos por razones políticas. La opinión de los jefes goza de prestigio, se les escucha más que al resto, pero su parecer no es un mandato. Sólo arbitran en caso de conflicto, apelando al sentido común, y nunca invocan un poder del que carecen. El líder primitivo no hará nada que su comunidad no quiera y nunca podría imponer sus propios criterios, pues está desprovisto de poder. Este líder es más bien un portavoz.

¿Para qué sirven estos jefes si les falta lo esencial, que es el poder? Son válidos porque representan a la comunidad, pueden hablar en su nombre. Son portavoces de los ciudadanos en las relaciones con los demás. Y si el deseo de sobrepasar este papel se hace demasiado evidente, la decisión es simple, se le abandona, o incluso se le mata. Se exorciza así el espectro de la división. La autoridad de la asamblea se refuerza en la misma medida en que se confirma la debilidad de sus líderes. La asamblea elige al jefe temporal de la guerra y respeta al princeps que el sector noble de los ciudadanos nombra como portavoz de sus decisiones. Pero es un princeps cuya autoridad apenas trasciende de su ámbito, porta el prestigio que le confiere el ser portavoz de los de su clase, pero en situación de guerra retrocede ante el liderazgo del dux nombrado por la asamblea”.

Hasta aquí lo relativo a las primitivas asambleas celtas. Por otro lado, nos dice H. Frankfort (Reyes y dioses, Madrid, 1976, p. 238) que en la antigua Mesopotamia, durante la etapa antigua de democracia primitiva, «se desconocían la votación y la sumisión de todos a la voluntad de la mayoría. Se aclaraban las cuestiones por medio de discusiones generales, “preguntándose mutuamente”, según la expresión de los babilonios [T. Jacobsen, “Primitive Democracy in Ancient Mesopotamia”, JNES, II, 1943, p. 168]. La acción comunal requería unanimidad, y ésta sólo podía lograrse por persuasión. De aquí que la necesidad de acción y de autoridad fomentase un crecimiento parásito del poder individual que a la larga destruyó el sistema de gobierno original».

Éste es curiosamente el mismo sistema que nos describe L.H. Morgan [La sociedad primitiva, Madrid, 1971 [1877], pp. 173-174 (nivel de tribu) y 183-194 (nivel de confederación)] cuando habla de los iroqueses: no existe autoridad de la mayoría sobre la minoría, siendo necesaria la unanimidad para tomar decisiones.

De ahí que cuando se contempla una sociedad ya jerarquizada en el sentido de gradaciones de poder (no sólo ya de autoridad, de prestigio), C. Préaux [El mundo helenístico. Grecia y Oriente (323-146 a.C.), Barcelona, 1984, p. 320] pueda decir que «la ciudad griega tuvo siempre un ideal totalitario. La μνοια, la concordancia, tan frecuentemente invocada, era concebida como unanimidad más que como armonía de opiniones divergentes. La oposición siempre era perseguida. Las proscripciones, destrucciones y confiscaciones hicieron de la revolución un instrumento de despoblación y empobrecimiento».

Podremos seguir en otro momento.

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Genaro Chic

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Mensaje  jorge Sáb Mayo 01, 2010 12:13 pm

El amigo que menciona Genaro soy yo y, esto es lo que dije.
Es la respuesta a un mensaje que envió Genaro que consta aquí, abajo del mio.
Me limito a rescatar algunos matices que se han perdido y otros que se han incorporado.
Insisto: en mi mensaje hacía un comentario al mensaje que me había enviado por Genaro
un saludo a tod@s


Sev illa 30.04.2010
Hola querido Genaro,

Nuevamente respondo al estímulo que proviene de tus
inquietudes, ideas y palabras.


Mis constataciones:
1. Occidente ha sancionado que solamente hay un solo tipo
de democracia: la electoral y, por lo tanto, representativa; por esta razón le
resulta imposible reconocer a la democracia directa que hay enCuba. Hace pocos
días se realizaron las elecciones municipales.

2. Churchil dijo que la democracia es el menos malo de los
sistemas de gobierno. Esta idea se la ha asumido como un dogma.

3- Tal como se puede constatar, del dogma derivan los
fundamentalismos


Mis ideas.
0. Asumo los contenidos de los textos y vinculos
recibidos

1. Hay varios tipos de
democracia
. A La democracia occidental tradicionalmente se la ha
denominado REPRESENTATIVA.

Equivale a los resultados de una encuesta que según el
tamaño de la muestra puede ser representativa o
simplemente expresiva.

Tal como están las cosas, las elecciones (democrático
representativas) serían equivalentes a las encuestas de consumo en las que se
puede identificar el producto (candidatos ofrecidos por el márketing que no
pasan por ninguna prueba previa y que son nombrados a dedo) preferido por los
consumidores/encuestados/votantes

2. En estas condiciones la democracia
occidental sería imposible sin la publicidad
. Por esta razón bien
puede denominarse DEMOCRACIA DE MERCADO

3. Una
elección/encuesta ni mucho menos es un instrumento apto
para
nombrar a los representantes de TODOS (de toda la sociedad).

4. Quizá, en lugar de
REPRESENTATIVA
, debería ser identificada como
DEMOCRACIA DELEGATIVA (ver mi último artículo [url=http://blogs.elcorreoweb.es/tribunas/?s=jorge benavides]http://blogs.elcorreoweb.es/tribunas/?s=jorge benavides[/url] )

5. Como la democracia occidental también está
globalizada, no hay otra opción
que la democracia representativa,
delegativa o de mercado solamente nos queda la posibilidad de conseguir

que los productos que se ofrecen
(candidatos/gobernantes/) sean de mejor calidad;

que las encuestas/elecciones sean
mejores y

que se realicen en un contexto/periodo/ más
propicio
para el elector/consumidor

antes que para el producto (candidato) o
fabricantes/partidos/dueños de la empresas
productoras.

6. Quiero/queremos elecciones
ahora
, (como cuando en la familia hay crisis) justo cuando tenemos
que decidir entre todos.

Son solamente ideas irreverentes
frente a los dogmas y fundamentalismos


un abrazo

Jorge




¿Democracia

representativa?



Juan Torres: 29 Abril
2010


http://hl33.dinaserver.com/hosting/juantorreslopez.com/jtl//index.php?option=com_content&task=view&id=1867&Itemid=16




Leo
esta noticia en el diario El
País
: El pleno del Parlamento andaluz fue ayer el escenario de la

demostración palmaria de que los diputados no saben lo que votan y que
siguen a
pie juntillas lo que le dictan sus jefes de filas, aunque estos se
equivoquen
. Un error en la indicación de voto por parte del nuevo
secretario
del grupo socialista, José Muñoz, indujo ayer a todos los diputados del
PSOE a
pulsar el botón del sí a un paquete de 29 enmiendas presentadas por
el
Partido Popular a la ley de Aguas, cuando lo previsto era rechazarlas
.
Hace
unos días, en ese mismo diario Umberto Eco hablaba de este tipo
de
democracia: Hemos llegado al final de la democracia representativa.
Cuando en
Estados Unidos vota sólo el 50% de los ciudadanos, y uno debe elegir
entre dos
candidatos, es elegido con el 25%. Candidatos que no son elegidos por
el
pueblo, sino por la organización interna. ¿A quién representa este
candidato? ¿A
cuántos ciudadanos representa? ¿Cuál es la diferencia con el sistema
soviético,
en el que el Sóviet Supremo elegía tres candidatos, luego discutían y
elegían a
uno?
Que en Estados Unidos existe el control de la sociedad civil,
los
lobbies, las organizaciones culturales y religiosas, industriales, hay
una serie
de poderes que controla el poder central, y que en la Rusia estalinista
no
existía. Pero no es una democracia representativa. Estamos llegando a
una
crisis trágica de la democracia: seguimos simulando que existe la
democracia
representativa y que soy yo, el ciudadano, el que elige a mis
representantes,
pero no es cierto.
Y hace unos años, cuando los especuladores
presionaban a
Lula da Silva en pleno periodo electoral, incluso antes de que llegara a
ser
presidente de Brasil, el financiero Gerge Soros decía: Mientras en la
antigua
Roma sólo votaban los ciudadanos romanos, en el capitalismo global sólo
votan
los capitalistas norteamericanos, y lo hacen a través de sus empresas
especializadas en determinar el riesgo-país.
Esta es la realidad de
nuestras
democracias. Los ciudadanos, ni siquiera todos, votamos una vez cada
cuatro
años, los poderosos lo hacen diariamente influyendo a su antojo a los
gobiernos
y mientras tanto nuestros representantes no saben ni lo que votan.

Hasta que
pacífica y democráticamente la ciudadanía sabotee todo esto y haga
saltar la
farsa de los ricos por los aires.
----------

















Genaro Chic escribió:


Me plantea un amigo el tema del concepto de democracia, y me gustaría responderle de una forma que yo entiendo como racional, dejando a un lado –metodológicamente- los conceptos morales.

Dicho esto, y a modo de introducción, quiero señalar que entiendo que la democracia es una forma de gobierno como cualquier otra y que puede funcionar mejor o peor según las circunstancias personales de quienes se vean afectados por ella: En sí misma no tiene por qué ser ni buena ni mala, y todo dependerá de cómo le vaya con ella a los miembros de una comunidad.

En la página 233 de mi libro El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad (Akal, 2009) tengo expuesto un esquema sobre los sistemas políticos desde la perspectiva del doble pensamiento (cuantitativo y cualitativo), en la que suelo manejarme, para analizar la organización económica desde la perspectiva del poder colectivo. Lo acompaña un breve comentario explicativo que intenta poner bases de mayor racionalidad en el tema, y que exigen un desarrollo que aún no he realizado.

La democracia aparece en dicho esquema como uno de los extremos de la línea cuantitativa o racional (el otro es la monarquía, o poder de uno sólo), en tanto que los extremos de la línea cualitativa o emocional se encuentran la plebe y la aristocracia. Entre los cuarterones formados por la intersección de las dos líneas se encuentran la anarquía (en sentido original), la oclocracia, la tiranía y la nobleza. Remito a dicho texto para la comprensión del porqué de dicha división y su sentido.

Hoy quiero detenerme brevemente en una contemplación del fenómeno de la democracia atendiendo al tipo de comunidad o sociedad en la que se da. Evidentemente no puede tener el mismo sentido en una comunidad pequeña, donde todos se conocen y controlan, que en otra amplia, donde dicho control directo es imposible. En la primera prima el concepto de comunidad sobre el de individuo (que se encuentra mucho más suelto en las sociedades complejas). Es a lo que se ha llamado “democracias primitivas”, y en ellas no se admite ningún elemento de desunión que pueda poner en peligro la comunidad, dada la fragilidad natural de las mismas, por lo que el individualismo queda limitado sólo a lo que afecta a la esfera personal (algo así como lo que solemos decir nosotros hoy de la religión).


Democracia Cualitativa (consenso; comunidad sobre individualidad) PREDOMINIO EMOCIONAL

..................... Cuantitativa (mayorías cuantitativas; individuo sobre comunidad) PREDOMINIO RACIONAL



Pongo algunos ejemplos de este primer tipo de democracia, que algunos -tanto de derechas como de izquierdas- consideran que es la más positiva, aunque el control directo de los representantes de la ideología común se haga bastante incompatible con el individualismo (o fe en desarrollo de los intereses individuales) que tiende a ser predominante en las sociedades extensas, las cuales se guían más por los principios de la fría racionalidad que todo lo individualiza.

Así, por ejemplo, nos dice J. Muñiz Coello en "Los miembros de la asamblea celta. Notas para su estudio", ( Iberia, 3, 2000 [2001], pp. 227-239 (fragmentos)):

“La asamblea está formada por todos los hombres libres de la comunidad, el pueblo llano en condiciones de portar armas, la iuventus de los textos latinos, y sus dirigentes, que son los principales de las mejores familias de la civitas. Ambos, en tanto que fuerzas guerreras eran iuventus, y no lo eran los ancianos, tanto de la nobleza, los maiores de los textos, como del resto de la ciudadanía. Los dirigentes asisten respaldados por sus clientelas; los ancianos, como portadores de las opiniones más respetables al ser expuestas en la asamblea.

No se toma decisión alguna si no se obtiene la unanimidad, y ésta se busca por todos los medios, desde la vehemente persuasión de los disidentes, hasta el menos ortodoxo pero muy asumido sistema de proceder a su eliminación. La necesidad de suprimir opiniones adversas es asunto que supedita cualquier acción a tomar por parte de los reunidos. En realidad, esta búsqueda de la unanimidad es típica de las sociedades arcaicas y en el mundo griego, por ejemplo, se integra como componente que caracteriza a la themis, [o sea] el conjunto de normas consagradas por la costumbre, norma no escrita y muy obstruccionista, que es neutralizada en buena parte del siglo V [a.C.] por los mecanismos [fijados por escritura] de la dike y la adeia, al servicio del estado ateniense democrático.

En las llamadas sociedades sencillas las decisiones de sus consejos tienen que ser unánimes, de modo que si uno o más miembros sostienen opiniones propias con tozudez, contrarias a las de los demás, pueden bloquear la actuación del colectivo. Sin embrago existen medios para alcanzar la unanimidad. En una situación de disputa, la opinión pública puede decantarse unánime hacia una de las partes, actuando de mediadora. La dificultad surge cuando no se alcanza esta unanimidad, pues las decisiones aspiran a ella y no asumen como válidas posturas mayoritarias. Cuando el litigio se dirime entre dos, puede recurrirse a un arbitraje, y si aún éste no funciona, queda el concurso de las armas.

Los ciudadanos matan a quienes se oponen a la línea de conducta adoptada por la mayoría, sean éstos los más veteranos y nobles o los propios líderes designados por ellos mismos. No sólo se conecta esto con la unanimidad, como hemos dicho, sino con la percepción del poder que aquellos pueblos poseían. Este poder nunca está distribuido [anarquía], no se ejerce separado del pueblo en aquellas sociedades consideradas sencillas o primitivas. Aunque en ellas se otorgue el liderazgo ocasionalmente a un cabecilla, todos los varones adultos participan en la toma de decisiones. Son sociedades esencialmente democráticas. El poder no está recortado, no existe un órgano que ostente una porción de este poder, no hay poder desgajado, sino que es toda la sociedad la que detenta el poder, conjurando así la aparición de desigualdades entre señores y súbditos, entre el jefe y la tribu, al menos por razones políticas. La opinión de los jefes goza de prestigio, se les escucha más que al resto, pero su parecer no es un mandato. Sólo arbitran en caso de conflicto, apelando al sentido común, y nunca invocan un poder del que carecen. El líder primitivo no hará nada que su comunidad no quiera y nunca podría imponer sus propios criterios, pues está desprovisto de poder. Este líder es más bien un portavoz.

¿Para qué sirven estos jefes si les falta lo esencial, que es el poder? Son válidos porque representan a la comunidad, pueden hablar en su nombre. Son portavoces de los ciudadanos en las relaciones con los demás. Y si el deseo de sobrepasar este papel se hace demasiado evidente, la decisión es simple, se le abandona, o incluso se le mata. Se exorciza así el espectro de la división. La autoridad de la asamblea se refuerza en la misma medida en que se confirma la debilidad de sus líderes. La asamblea elige al jefe temporal de la guerra y respeta al princeps que el sector noble de los ciudadanos nombra como portavoz de sus decisiones. Pero es un princeps cuya autoridad apenas trasciende de su ámbito, porta el prestigio que le confiere el ser portavoz de los de su clase, pero en situación de guerra retrocede ante el liderazgo del dux nombrado por la asamblea”.

Hasta aquí lo relativo a las primitivas asambleas celtas. Por otro lado, nos dice H. Frankfort (Reyes y dioses, Madrid, 1976, p. 238) que en la antigua Mesopotamia, durante la etapa antigua de democracia primitiva, «se desconocían la votación y la sumisión de todos a la voluntad de la mayoría. Se aclaraban las cuestiones por medio de discusiones generales, “preguntándose mutuamente”, según la expresión de los babilonios [T. Jacobsen, “Primitive Democracy in Ancient Mesopotamia”, JNES, II, 1943, p. 168]. La acción comunal requería unanimidad, y ésta sólo podía lograrse por persuasión. De aquí que la necesidad de acción y de autoridad fomentase un crecimiento parásito del poder individual que a la larga destruyó el sistema de gobierno original».

Éste es curiosamente el mismo sistema que nos describe L.H. Morgan [La sociedad primitiva, Madrid, 1971 [1877], pp. 173-174 (nivel de tribu) y 183-194 (nivel de confederación)] cuando habla de los iroqueses: no existe autoridad de la mayoría sobre la minoría, siendo necesaria la unanimidad para tomar decisiones.

De ahí que cuando se contempla una sociedad ya jerarquizada en el sentido de gradaciones de poder (no sólo ya de autoridad, de prestigio), C. Préaux [El mundo helenístico. Grecia y Oriente (323-146 a.C.), Barcelona, 1984, p. 320] pueda decir que «la ciudad griega tuvo siempre un ideal totalitario. La μνοια, la concordancia, tan frecuentemente invocada, era concebida como unanimidad más que como armonía de opiniones divergentes. La oposición siempre era perseguida. Las proscripciones, destrucciones y confiscaciones hicieron de la revolución un instrumento de despoblación y empobrecimiento».

Podremos seguir en otro momento.

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jorge

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Mensaje  Genaro Chic Vie Ago 12, 2011 11:04 pm

EL TURNISMO ‘ESPONTÁNEO’

“Lo dejo todo atado, y bien atado”. La célebre y archiconocida sentencia del entonces ya senil dictador, para acallar los rumores de ruptura o cambio en España tras su muerte, parece haber sido algo más que el desvarío de un viejo acechado por la Parca. Es cierto que, como dicen todavía algunos nostálgicos, “si Franco levantara la cabeza…”, se encontraría con ciertas situaciones que le harían volver a enterrarla de inmediato; pero a grandes rasgos, se podría decir que las esperanzas políticas del Caudillo para el país una vez fallecido él mismo, han cristalizado en realidades. Y me explico.

Todos recordamos a ese pequeño, pero enérgico líder militar, culpando a los, y cito casi textualmente, “masones y comunistas” como los responsables de la ruina de España. Durante su dictadura y con mano de hierro, se encargó de combatir a los ‘rojos’ en todos los frentes habidos y por haber. Ésta lucha querrá mantenerla activa en España incluso después de muerto, por lo que el almirante Carrero Blanco, (del núcleo duro del franquismo), fue tomando ventaja como posible nuevo hombre fuerte del Estado y sucesor del gallego. Tras el brutal asesinato del ‘candidatísimo’ por parte de la banda terrorista E.T.A., Franco comprendió que el futuro no se puede controlar ni manejar haciendo uso de la fuerza o de la autoridad impuesta.

Así, y bien asesorado, diseñó un proceso de transición del aparato político franquista hacia una monarquía constitucional bipartidista, a imitación de aquella que tuvo lugar en nuestro país durante el período conocido como la Restauración borbónica, en el tercer tercio del siglo XIX. Obviamente, cualquier comparación puede resultar odiosa, pero habría que ser muy inconsciente para no darse cuenta de las similitudes existentes entre ambos sistemas.

Hablemos, pues, un poco de la Restauración borbónica. Tras un período de caos y anarquía (política y militar) en el sexenio revolucionario (1869-1875), y más concretamente durante la I República (1873-1874), el líder del recién fundado Partido Conservador, Cánovas del Castillo, movió los hilos necesarios para volver a entronizar a un miembro de la familia Borbón tras la marcha de Isabel II. El nuevo rey para España sería Alfonso XII, tan moderado como comedido, justo tal y como Cánovas deseaba: la idea era construir un sistema político estable, ajeno de agentes desestabilizadores que pusieran en peligro el orden y normal funcionamiento de las instituciones. Para ello, el nuevo jefe de Estado debía contentar a unos y a otros, esto es, a conservadores y a progresistas. Estos agentes desestabilizadores serían los grupos políticos más radicales, (sobre todo los que más activamente participaron en el sexenio revolucionario), que quedarían fuera del juego político que Cánovas había diseñado con el beneplácito de los siempre revoltosos y entrometidos militares españoles.

La fórmula era sencilla: alternancia en el poder de los denominados partidos dinásticos, Conservador y Liberal, con dos líderes indiscutibles de fuerte personalidad (Cánovas, en el Conservador y Práxedes Mateo Sagasta, en el Liberal), mediante un sistema parlamentario bicameral. Sólo con el consentimiento expreso del monarca, que era quién decidía cuándo un gabinete estaba ‘exhausto’, se daba paso a su disolución y a la formación de uno nuevo, que podría durar, según las circunstancias, entre 2 y 4 años. De esta guisa, los dos partidos admitidos por el sistema se alternaban pacíficamente en el gobierno del país mediante unas elecciones manipuladas. Para ello, el caciquismo jugó un papel muy importante: los caciques locales se encargaban de ‘encauzar’ los votos de las personas censadas de su circunscripción, asegurando la gran mayoría de los votos al partido que debía ganar las elecciones, ya decidido previamente desde las altas esferas del sistema. Para asegurarse estos votos, los caciques recurrían a su amplia red clientelar para ‘persuadir’ y convencer a los votantes: por ejemplo, dar empleo a algunos de los votantes de su circunscripción o eximir de la instrucción militar obligatoria a sus hijos. La poderosa influencia del caciquismo, unido a la práctica del fraude electoral, (participación electoral de personas ya fallecidas, etc.), hacían de la monarquía parlamentaria una farsa perpetrada con el único fin de asegurar el orden político y la disciplina militar. Y es que aunque las directrices políticas de los partidos dinásticos diferían, las decisiones tomadas por cada uno de ellos durante sus períodos de gobierno eran respetadas una vez que se daba el traspaso de poder. Asimismo, el propio Cánovas supo atraer a ‘su’ sistema a los viejos progresistas, entre ellos Sagasta, manteniendo en la Constitución de 1876 una serie de libertades conseguidas tras la Revolución de septiembre del 68, como por ejemplo, la libertad de culto, a pesar de establecer el catolicismo como religión oficial del Estado. Este clímax de moderación, concesiones y ambigüedad era idóneo para que se alcanzaran los objetivos de Cánovas: convertir la Revolución del 68 en una imposibilidad política, e impedir que los militares se erigieran en árbitros de la política del país. Así, el turnismo pacífico (y pactado), sustituía al pronunciamiento militar como instrumento de cambio político durante todo lo restante de siglo XIX y aproximadamente un cuarto del XX.

De la misma manera, el agonizante Caudillo de España por la Gracia de Dios, quiso ‘blindar’ la estabilidad política del país, lograda bajo sus 40 años de dictatorial gobierno, dotando a la Una, Grande y Libre con una fórmula de monarquía parlamentaria que tan buen resultado dio en su momento. Obviamente, en aquellos nuevos tiempos se debían incorporar sustanciosas modificaciones con respecto al siglo anterior, pero eso sí, sin alterar la base del producto. El nuevo hombre de confianza de Franco, Adolfo Suárez, (falangista de toda la vida, pero abierto y moderado), sería el encargado de engrasar la maquinaria de la Transición y de fundar un gran partido de centro-derecha que aglutinase a todos los elementos evolucionados del franquismo, bajo la Jefatura de Estado del joven Juan Carlos I de Borbón, instruido para la ocasión por el propio Franco. Como Cánovas, y tal vez siguiendo su ejemplo, Suárez cedió en algunos puntos para atraer a su causa a los hombres de izquierdas, como por ejemplo en la legalización del Partido Comunista. En un astuto juego político, instó a los combativos socialistas a que renunciaran a sus viejos dogmas izquierdistas como condición sine qua non para tener la posibilidad de llegar al gobierno venciendo en las urnas. Una vez que éstos aceptan el nuevo orden constitucional e institucional, el sistema ya está completo, casi a imagen y semejanza del canovista, aproximadamente un siglo después: en las primeras elecciones de 1977 sale victorioso el partido de Súarez, UCD, (Unión de Centro Democrático). En 1982, es el PSOE de Felipe González quien obtiene mayoría absoluta. Cuando la estela política de Suárez se fue apagando, surgió el exministro franquista, Manuel Fraga, con su Alianza Popular, para recoger el testigo del artífice de la Transición. Sería este último partido, rebautizado como Partido Popular, quien se hiciese con el gobierno en 1996 con un enérgico José María Aznar a la cabeza. En 2004, los votantes dan la victoria de nuevo al Partido Socialista de Rodríguez Zapatero, así como en 2008.

Y ahora llega el momento crítico de plantearse si, realmente, el sistema político español de la actualidad es diferente al sistema canovista. Al igual que entonces, es un Borbón quien hace las veces de Jefe de Estado, que “adorna y representa”, como garante de los valores de la democracia, si bien es cierto que ahora con atribuciones más simbólicas que efectivas. Al igual que entonces, aunque con sus evidentes diferencias, un sistema electoral injusto, (D’Hont), propicia la alternancia ‘espontánea’ de los dos grandes partidos políticos ‘dinásticos’ en el poder, excluyendo a elementos que podrían desestabilizar el orden constitucional de 1978, (IU, no estoy mirando a nadie). Al igual que entonces, el clientelismo y el nepotismo campan a sus anchas por todo el territorio de la piel de toro. Poco a poco, se van difuminando las ideologías primigenias y la imagen de un Estado subyugado a los intereses y caprichos del capital va cobrando forma. Visto así, tampoco hay tanta diferencia, ¿verdad?

Así las cosas, no tengan la más mínima duda: el próximo 20 de noviembre, fecha de unas elecciones anticipadas, asistiremos a un nuevo ejercicio de turnismo ‘espontáneo’, en el que la oposición conservadora, (o de centro-derecha, como quieran), tomará las riendas del gobierno gracias a los votos de millones de ciudadanos que, contaminados por los medios de comunicación al servicio del capital, (el verdadero Dios de nuestros días), ejercerán su derecho constitucional a ser absolutamente ignorados.

Luis Carlos Nogués

http://lanuevahistoria.wordpress.com/2011/08/08/el-turnismo-espontaneo/

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Democracias Empty Oligarquía y caciquismo. Lo que ha cambiado España en un siglo

Mensaje  Genaro Chic Dom Ago 14, 2011 2:38 pm

Hace algo más de un siglo un intelectual comprometido, Joaquín Costa, escribió unas páginas que, vistas con la perspectiva del tiempo, nos permiten apreciar hasta qué punto han cambiado las cosas de la política en España:

«Con esto llegamos como por la mano a determinar los factores que integran esta forma de gobierno y la posición que cada uno ocupa respecto de los demás.

Esos componentes exteriores son tres: 1º, los oligarcas (los llamados primates, prohombres o notables de cada bando que forman su “plana mayor”, residentes ordinariamente en el centro); 2º, los caciques, de primero, segundo o ulterior grado, diseminados por el territorio; 3º, el gobernador civil, que les sirve de órgano de comunicación y de instrumento. A esto se reduce fundamentalmente todo el artificio bajo cuya pesadumbre gime rendida y postrada la Nación.

Oligarcas y caciques constituyen lo que solemos denominar clase directora o gobernante, distribuida o encasillada en “partidos”. Pero aunque se lo llamemos, no lo es; si lo fuese, formaría parte integrante de la Nación, sería orgánica representación de ella, y no es sino un cuerpo extraño, como pudiera serlo una facción de extranjeros apoderados por la fuerza de Ministerios, Capitanías, telégrafos, ferrocarriles, baterías y fortalezas para imponer tributos y cobrarlos.

[...] En las elecciones [...], no es el pueblo, sino las clases conservadoras y gobernantes quienes falsifican el sufragio y corrompen el sistema, abusando de su posición, de su riqueza, de los resortes de la autoridad y del poder que para dirigir desde él a las masas les había sido entregado.»

Joaquín COSTA: Oligarquía y caciquismo como forma de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla, Madrid, 1901.

El libro entero puede ser visto, descargado y leído en http://www.biblioteca.org.ar/libros/70931.pdf

Genaro Chic

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Mensaje  Genaro Chic Miér Sep 21, 2011 12:17 pm

Recojo un nuevo texto que he considerado interesante para lo aquí tratado y lo apostillo brevemente:

LA DEGRADACIÓN DE LA DEMOCRACIA

El voto de los esclavos


Rousseau ha vuelto a tener razón: votar es un acto de libertad que dura un domingo

«¡Atención a la política!», decía el poeta mexicano Carlos Pellicer cuando encontraba excrementos de perro en la calle. La cosa pública le interesaba (incluso fue senador), pero odiaba la degradación de quienes deben representar la voluntad popular.

El oficio de político pasa por un severo desprestigio planetario. Las próximas elecciones en Francia, Argentina, España y México, para mencionar solo cuatro países, estarán marcadas por la resignada aceptación de que la democracia transcurre con costosa monotonía.

Poco antes de las elecciones primarias del 14 de agosto en Argentina, un taxista de Buenos Aires me dijo que votaría por Cristina Kirchner: «Llevaré una bolsa de plástico a las urnas», agregó. Le pregunté por qué lo haría. «Para vomitar a la salida», respondió.

Acto seguido, explicó que no entendía el voto como una señal de apoyo sino de castigo: «Quiero que a Cristina le reviente todo lo que ha hecho, para que no pueda culpar a otro». Los muchos subsidios que garantizan la popularidad de la presidenta argentina tienen un costo que tarde o temprano deberá pagarse. El votante en cuestión no deseaba que la factura se le endosara a otro: Cristina debía asumir las consecuencias de su dispendio. El voto no era para él una oportunidad de cambio o enmienda, sino un proceso para que los responsables asumieran sus actos. Su escepticismo se fundaba en una certeza: el descrédito de las elecciones. Ya no se cuestionan la suciedad o el fraude en los comicios, sino su sentido mismo.

El domingo 14, Cristina Kirchner arrasó en las primarias y todo parece indicar que volverá a hacerlo en las definitivas, dentro de un par de meses. Obviamente, el resultado se debió más al respaldo de los sectores favorecidos por su política asistencialista que a un gesto crítico como el del taxista que vota acompañado de una bolsa de plástico.

Después de 71 años con el mismo partido en el poder, los mexicanos pensábamos que tener elecciones confiables llevaría necesariamente a una mejoría política. Ahora sabemos que el peor puede ganar. Y no solo eso: los demás pueden deteriorarse hasta dejar de representar alternativas. El descontento electoral avanza en todos los frentes. En España, el movimiento de los indignados critica con razón la falta de propuestas genuinas de los profesionales del voto, convertidos en defensores de sus nichos de poder.

Tampoco Francia presenta un horizonte halagüeño. Ante la ausencia de opciones, la reelección del presidente Sarkozy se deberá al escándalo de su adversario Strauss-Kahn con una recamarera.

En su libro Argentinismos, Martín Caparrós se ocupa de la forma en que los políticos de su país devaluaron la misión que alguna vez creyeron representar. Ahí cita un elocuente pasaje de Jean-Jacques Rousseau: «El pueblo inglés cree que es libre: está gravemente equivocado. Solo es libre mientras dura la elección de los miembros del Parlamento. En cuanto sus miembros son elegidos, el pueblo queda esclavizado: vuelve a convertirse en nada». Este extracto de El contrato social, escrito en 1743, define a la perfección lo que siente el votante contemporáneo de casi cualquier país. Solo durante las campañas los electores son tomados en cuenta. En Valencia, Camps les prometió empleos. Lo mismo hizo Calderón en México. Una vez en el poder, uno compró ropa con dinero del erario y otro sacó el Ejército a las calles para enfrentar a un enemigo que no conocía. Los actos no derivan de las promesas. Caparrós resume esta dinámica de la hipocresía: «Todo voto es en blanco como un cheque».

Rousseau ha vuelto a tener razón: votar es un acto de libertad que dura un domingo; al día siguiente otorga impunidad al elegido [porque las elecciones, cuando se convierten en un sistema para votar pero no para elegir a quienes no sean los que ellos han seleccionado previamente, suelen ser bastante inocuas. Por eso se permiten].

La clase política disculpa su ineptitud con pretextos de teodicea, apelando a furiosos dioses invisibles: la situación internacional, la crisis de los bancos, la inseguridad general... En este rampante cinismo, los males siempre son atmosféricos (pero los beneficios, privados).

Lo más grave es la pérdida de expectativas. Saber que las cosas están mal no es tan dañino como carecer de esperanzas en que puedan mejorar. La ausencia de ilusiones muestra la pobreza de la realidad.

Numerosos movimientos (llámense o no indignados) piden pasar a una democracia participativa, donde las decisiones públicas sean vigiladas por ciudadanos. Mientras tanto, los expertos en administrar presupuestos simulan que aún son necesarios. Es falso decir que ellos no nos representan. Sí lo hacen, del peor modo. Mientras no acepten su bancarrota moral, tendrán pocas opciones de volver a ser creídos.

Juan Villoro Escritor

http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/voto-los-esclavos-1132101

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Mensaje  Genaro Chic Dom Nov 13, 2011 11:42 am

Sobre la muerte de la política a manos de los mercados

Vaya por delante que tengo sentimientos encontrados respecto a este asunto y que creo que hay muchos matices a la hora de tratarlo, pero sin duda los acontecimientos de los últimos días me han hecho dudar sobre la verdadera naturaleza de los sistemas democráticos que supuestamente gobiernan los países europeos, en la medida en que éstos se han visto alterados de manera extraordinariamente grave por la interferencia de factores externos que no computan como verdaderos agentes democráticos, ni mucho menos como parte de la soberanía popular sobre la que se sustenta la democracia. Reconozcamos primero algo obvio: quien nos presta dinero tiene, sino todo el derecho del mundo, sí al menos bastante derecho a establecer las condiciones en las que lo presta.

Cuando un Estado acude a los mercados a financiarse sabe que pueden existir situaciones de riesgo que lleven a éstos a exigir tipos de interés más altos precisamente como consecuencia del riesgo que corren, aunque esta situación puede acabar convirtiéndose en una pescadilla que se muerde la cola, porque a mayor volumen de intereses también crece la posibilidad de que el prestatario no puede hacer frente al pago y necesite volver a acudir a los mercados a financiarse y así hasta el infinito. De hecho, gran parte del problema de Grecia es precisamente ese: le ha costado tanto colocar su deuda en los mercados que ahora no puede hacer frente al pago de los intereses de la misma. Estados y mercados se ven envueltos entonces en una dinámica perversa en la medida en la que, realmente, unos y otros se necesitan y al mismo tiempo se aborrecen.

Sería el colmo que el poder de los mercados financieros llegara hasta el punto de quitar y poner gobiernos sin que en ningún momento se pronuncien los ciudadanos.

Pero hemos llegado a una situación en la que, seguramente como consecuencia de la penosa y escandalosa en algunos casos gestión de políticos mediocres, los estados están arrodillándose ante los mercados, hasta el extremo de que los segundos se han convertido en agentes capaces de tumbar gobiernos y colocar otros nuevos, sin haber pasado previamente por las urnas. Es verdad que va a ocurrir: en España el día 20, en Grecia y en Italia en fechas próximas también. Sería el colmo que el poder de los mercados financieros, y no solo el de los mercados financieros -ahora me referiré a otra interferencia que considero aún más grave-, llegara hasta el punto de quitar y poner gobiernos sin que en ningún momento se pronuncien los ciudadanos, pero casi. Tanto en Grecia como en Italia es eso exactamente lo que está ocurriendo, y aunque es verdad que son finalmente los parlamentos los que toman la decisión, también lo es que lo hacen presionados por una situación absolutamente descontrolada para ellos.

¿Quién gobierna aquí? Porque no es solo la presión de los mercados financieros la que está pervirtiendo la esencia de la soberanía popular: es la interferencia de un país, Alemania, y su brazo armado, el Banco Central Europeo, con la anuencia interesada de Francia, la que está realmente obligando a los países periféricos del sur de Europa a tomar decisiones de calado político sin que sus ciudadanos hayan sido consultados previamente. ¿Tiene derecho Alemania a imponer sus condiciones hasta ese punto? Yo creo que no, y que cometemos un error que puede costarnos muy caro en el futuro si los países periféricos permitimos esta injerencia brutal en nuestra política interna.
Es verdad que políticos nefastos como Berlusconi, como Papandreu, como el propio Zapatero, han llevado a sus países a situaciones extremas. Si hoy los mercados financieros han dado un respiro a España y centrado sus miras en Italia es, precisamente, porque, obligado por esas presiones, Zapatero convocó elecciones anticipadas. De lo contrario, es bastante probable que hoy nos encontráramos en una situación muy similar a la de Italia o Grecia, buscando un ‘ex’ del Banco de España para ponerlo al frente del país, un Caruana o un Viñals, cuyos méritos no discute nadie, pero a los que nadie habría elegido de manera democrática.

La Unión Europea exige el compromiso de todos y el cumplimiento de unas obligaciones. Cuando Alemania y Francia incumplieron el objetivo de déficit, nadie pidió la cabeza de sus primeros ministros. Y Alemania y Francia sabían de sobra que el euro se construía con países de muy distinta naturaleza, y aún así se siguió adelante. Luego ahora todos tenemos que asumir las consecuencias, pero también ellos. Máxime cuando, además, la dureza de la posición franco-germana viene condicionada por las propias expectativas electorales de sus líderes políticos, Merkel y Sarkozy. Por eso no podemos permitir que su intervención llegue hasta el punto de anular la esencia misma del sistema democrático. Está bien que se nos exija a todos el cumplimiento de unas determinadas condiciones para poder seguir acudiendo a los mercados, pero también es necesario que para seguir construyendo esta Europa se respeten las decisiones de los ciudadanos y se les consulte. Y aquí, en toda esta historia de la crisis de deuda, los ciudadanos están siendo meros espectadores de una situación que es precisamente a ellos a los que más afecta.

Federico Quevedo
http://www.elconfidencial.com/opinion/dos-palabras/2011/11/12/sobre-la-muerte-de-la-politica-a-manos-de-los-mercados-8240/

Sentencias de El Roto:

El poder del pueblo

El poder emana del pueblo. De su sumisión, para ser exactos.

Democracia es que los ratones podamos elegir el gato que nos ha de cazar.

La democracia es una franquicia de Washington.

Si os comportáis como ovejas ¿por qué os asombra que os traten como a ganado?

¿Qué más da hombre que mono, si sólo somos cuota de pantalla?

Los poderes del estado no deben competir entre sí; hay víctimas para todos.

REFLEXIÓN FINAL:
Existen dos maneras de dominar a otro: 1) Por la fuerza física. 2) Generándole el sentimiento de deuda al ofrecerle tu protección para salir adelante.

Al ser la deuda una creencia, es mucho más fuerte que una simple acción física porque es un pre-juicio (algo irracional) que nos obliga íntimamente incluso a suicidarnos (piénsese en los terroristas suicidas).

Si la deuda se combina con la amenaza de la fuerza física entonces se vuelve absolutamente odiosa al sentir la protección como impuesta. Se tenía absolutamente claro en la Antigüedad cuando se pedía al jefe (cuya abstracción era dios) “perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.

La primera abolición de deudas que conocemos (aparte de la institución de los años jubilares judíos, que implicaban la abolición automática cada cincuenta años, según Levítico 25.10) es la de Solón, en la Atenas del s. VI a.C., en una economía que no conocía la moneda. Tras ello surgiría la grandeza de Atenas. (Como tras la de César vendría la de Roma, cuando ya existía la moneda, sin que los ricos dejaran de serlo).

¿Qué es democracia? --dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es democracia? ¿Y tú me lo preguntas?
Democracia…. eres tú.


Saludos

Genaro Chic

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