El prestigio y el mercado de las obras de arte en la Bética
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El prestigio y el mercado de las obras de arte en la Bética
Tengo el gusto de presentar una nueva obra, elaborada en el marco del Grupo de Investigación “Economía de prestigio versus economía de mercado”:
A.A. Reyes Domínguez: Al mejor postor: el prestigio y el mercado de obras de arte en la Bética
(ISBN: 978-1-4457-1471-4)
Índice
1.-El Objeto de Arte, el Comercio y el Horizonte Cultural Romano
l.l.- Contexto y delimitación de la problemática………………………………21
1.2.-Estado de la cuestión……………………………………………………. 25
2.-Las fuentes históricas literarias y arqueológicas
2.1.-E1 concepto de ars/tekhné
2.1.1.-La reflexión sobre el hecho artístico desde Platón
al pensamiento helenístico...77
2.1.2.-E1 arte en el pensamiento de Cicerón a Marco Aurelio................84
2.1.3.-La discusión técnica.......................................................................93
2.2.-La situación legal y jurídica del objeto de arte……............................. 97
2.2.1.-Las regulaciones del período republicano.............................102
2.2.2.-E1 Digesto..........................................................................103
2.2.3.-Las leyes coloniales y municipales.......................................111
2.2.4.-Los senadoconsultos y regulaciones imperiales.....................124
2.2.5.-E1 Edicto de Precios de Diocleciano....................................130
2.3.-E1 concepto de oikonomos, comercio y mercado
2.3.1.-Planteamiento teórico del mercado en las fuentes literarias.. 132
2.3.2.-La reflexión sobre el comercio y el mercado.........................138
2.3.3.-La legislación relativa al comercio, la propiedad y el fomento del
mercado.......................................................................................143
2.3.4.-Comerciantes y comitentes en las fuentes............................155
2.4.-La evolución de la producción según las fuentes arqueológicas...........132
3.-Mercado y comercio de objetos de arte
3.1.- E1 objeto artístico en la política 3.1.-
3.1.1.-La importancia creciente: del botín de guerra a la expresión del prestigio.................................................................................169
3.2.-La situación en la provincia Ulterior
3.2.1.-E1 medio geográfico y político................................................ 196
3.2.2.-Particularidades étnico-políticas.............................................. 212
3.2.3.-La inmigración y la introducción de formas culturales...............224
3.3.-La evolución del comercio romano regional e interprovincial desde el siglo II a.C. hasta los Severos...............................................................................228
3.4.-Obtención, traslado y propiedad de la materia prima..........................264
3.4.1.-Madera...............................................................................265
3.5.2.-Metal.................................................................................275
3.5.3.-Piedra.................................................................................305
3.5.-Los productores del objeto de arte (artífices).....................................337
3.5.1. Los talleres (officinae).........................................................349
3.5.2. Los tipos de talleres y su localización..................................357
3.5.3. El papel socio-económico del artifex..........................................416
3.6.-E1 evergetismo, la liberalidad, la munificencia, la summa honoraria………………………………………………………….......422
3.6.1.-Los comitentes. Génesis y caracterización de la clientela.................442
3.6.2. La comitencia según su destino
3.6.2.1. Encargos para una carrera de honores................................462
3.6.2.2. La paz con los dioses.......................................................479
3.7.-Los medios para el transporte...........................................................528
3.7.1.-Las vías terrestres...............................................................532
3.7.2.-Las vías fluviales y marítimas.............................................540
4.-El Comercio y el Mercado en Crisis
4.1.-Las causas de la crisis desde finales del siglo II....................................553
4.2.-La recesión del evergetismo y la reconversión del mercado................563
5.-Conclusiones: un mercado para el prestigio.................................................575
Bibliografía......................................................................................................587
Referencia editorial de la obra: http://www.lulu.com/product/tapa-dura/al-mejos-postor-el-prestigio-y-el-mercado-de-obras-de-arte-en-l/10298984
Saludos cordiales
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: El prestigio y el mercado de las obras de arte en la Bética
Para esta obra escribí el siguiente prólogo, donde se muestran las características fundamentales que entiendo que definen las categorías de economía de prestigio y economía de mercado:
PRÓLOGO
En el año 2005, aprovechando un año sabático que la Universidad de Sevilla me había concedido para dedicarme en exclusiva a temas de investigación y el hecho de verme rodeado de una serie de jóvenes doctorandos llenos de vitalidad y pasión por el conocimiento, decidí poner en marcha un proyecto que se había ido perfilando en mi cabeza desde unos años antes. Surgió así el bosquejo del grupo de investigación “Economía de prestigio versus economía de mercado”, con vistas a tratar de forma dinámica temas históricos de todos los momentos cronológicos, con especial atención a los actuales, procurando ver sus raíces. Mi manera de ver la Historia como una unidad, y no como una suma de hechos particulares, me empujaba a ello. Pero esa unidad permite diferentes perspectivas y por ello preferí centrar la atención, por mi relativa mayor experiencia, en aquellos problemas que afectan a los ámbitos socioeconómicos de las sociedades humanas, considerados desde la doble perspectiva del pensamiento, emocional y racional, en su interrelación.
Aarón A. Reyes fue desde el primer momento un puntal muy importante en la labor del grupo. Su dinamismo le llevó enseguida a construir una página web para todos que permitiera no sólo dar a conocer lo que nosotros íbamos reflexionando o lo que íbamos publicando, sino también, y de modo especial, dar cancha a todos los que quisieran exponer sus opiniones enriquecedoras a través del foro constituido ex profeso. Fue todo un acierto. El trabajo conjunto pronto comenzó a dar frutos y, en el escaso margen de cinco años se han publicado dos obras de conjunto y se han leído, en el marco creado, tres tesis doctorales, una de las cuales es la de Aarón, de la cual forma parte el texto del presente libro. El mismo tiene un precedente en otro anterior del mismo autor, publicado en 2007 luego de ser premiado por el Ayuntamiento de Écija en su II Concurso de Monografías, que llevó el título de Vivir del prestigio.
Porque el análisis del prestigio como elemento esencial de las relaciones humanas, manifestado en este caso a través de las obras de arte como forma de comunicación sostenida en el marco del uso de la inteligencia emocional, ha constituido el objetivo fundamental de sus trabajos.
Debemos tener muy claro desde el principio, y ante todo, que se entiende por economía de prestigio aquella que se basa en un planteamiento sobre todo emocional. La persona que quiere prosperar en ese campo procura manifestarse de forma destacada ante los demás y demostrar su supremacía haciendo favores a los más posibles, que a cambio han de reconocer la mayor calidad del ser de esa persona benefactora. La manera de devolver esa deuda de gratitud es intentando por todos los medios agradecer con el propio comportamiento los favores recibidos, procurando hacerle los más posibles al benefactor. Es más, la provocación a través de los favores es la base de la competencia, que sostiene al sistema y que puede llegar a ser agotadora. Por ejemplo, en el campo de la religión esa economía se manifiesta por medio de las pruebas de adhesión que se realizan hacia la divinidad, la cual, para manifestar su poder superior, se entiende que ha de devolver beneficios de una forma más espléndida.
Propia de los sistemas aristocráticos (en sentido originario: sociedades regidas por la autoridad –que no el poder- de los mejores que guían a las comunidades), la tendencia natural es a la cerrazón de estos en sistemas nobiliarios de poder (que no de autoridad, o sea de la capacidad de seducir a los demás con la inteligencia generosa) a través de la herencia de situaciones de hecho que tienden a convertirse en otras de derecho.
Contra estas situaciones de derecho tenderán a alzarse los grupos que se sienten ahogados por el sistema y explotados, que intentarán hacer valer otras ideas dominantes, como por ejemplo que lo que importa en el desarrollo de una comunidad es la inteligencia racional, que tiende a cuantificar los esfuerzos en un plano de igualdad.
El problema que presenta esta otra postura (que tiende a manifestarse en la economía de mercado, basada en la oferta y la demanda sobre bases en principio igualitarias) es la evolución en la exaltación de lo racional hasta extremos racionalistas, o sea sectarios de la razón, lo que implica un individualismo cada vez mayor y la tendencia a la destrucción del sentimiento social como algo emocional (sentimiento que se sustituye por un contrato carente de emoción, basado sólo en los intereses cuantificados). Esto quiere decir que la competencia, en este plano, puede llegar a ser tan destructiva como en el contrario.
Por eso entendemos en el grupo que, en el enunciado de “Economía de prestigio versus economía de mercado” lo principal es el estudio de lo que implica la palabra “versus” (que en latín significa “hacia” y no “contra”, como muchos creen). Partimos de la base de que el ser humano es al mismo tiempo emocional y racional, si bien las circunstancias pueden llevar momentáneamente a poner más el acento en un aspecto que en otro, aunque la tendencia al equilibrio –aunque sea inestable- es natural. Y entendemos que el desarrollo de la tendencia racional exige la de su contrapartida emocional. Como dice un investigador norteamericano, si el hombre es el ser más racional no debe extrañarnos que sea también el más emocional. El estudio de la economía desde esta doble perspectiva entendemos que ayuda mucho a comprender la evolución de las sociedades humanas. Y entendemos que el desarrollo del conocimiento racional favorece el desarrollo emocional, pues la búsqueda del equilibrio es una permanente constante en el desarrollo de todas las comunidades humanas.
Precisamente ello es lo que nos mueve a poner de relieve, como vienen haciendo desde no hace mucho los partidarios de la neuroeconomía, el hecho de que se han sobredimensionado los aspectos racionales de la cultura humana, exaltadores del individualismo, dejando a la emoción en un lugar secundario, casi vergonzoso, cuando en realidad basta con que nos detengamos un momento en nuestra propia conducta para darnos cuenta de que la mayor parte de nuestras acciones no las llevamos a cabo según un premeditado plan racional.
La nueva actitud, que ahora nos parece que es la normal porque hemos nacido en una sociedad educada en ella, la racionalista, en realidad no es muy antigua. No remonta, en sus formas que podríamos decir actuales, más allá de mediados del siglo XVII, cuando el desarrollo de los instrumentos de óptica y su aplicación por parte de Galileo a ver tanto el firmamento (comprobando la teoría anterior de Copérnico de que no estábamos en el centro del Universo) como hacia lo más pequeño; observando por ejemplo Antonio van Leeuwenhoek en 1679 que en la semilla (esperma en griego) humana existían unos bichitos (de ahí el nombre de espermato-zoides) que al principio se creyó que eran hombrecitos microscópicos con gran cabeza. Los instrumentos de la razón llegaban así donde las creencias anteriores no eran capaces de hacerlo. Y el orgullo de la racionalidad (ese que antes explicaba el castigo divino en el mito de Adán y Eva) se disparó ahora que el hombre se encontraba más perdido que nunca –descentrado- en un Universo infinito en cuyo centro ya sabía que no estaba. La fe en la razón humana, como algo interior, vino a sustituir a la que antes se tenía en lo divino, siempre exterior. Y el prestigio, siempre utilizado en las relaciones sociales, tomó una nueva dimensión al pasarlo por el filtro de la razón y darle una apariencia más acentuadamente cuantitativa a lo que siempre se había considerado fundamentalmente en base a su calidad, y no a su cantidad. Fue así como surgió el dinero desprendido de su carácter metálico, como pura fe cuantificada, que es como lo conocemos hoy. Y con ello comenzó a desarrollarse, poco a poco, la sociedad de mercado, que, como bien señala Aarón en su libro, no era en absoluto dominante en la época anterior.
Por supuesto ello sucedió lentamente, sobre precedentes ya existentes aunque no dominantes con anterioridad. Pero se nota ahora una aceleración de la que, curiosamente, no somos conscientes del todo pese a la idea dominante de “progreso”. La nueva mentalidad se vio forzada a existir por la necesidad de crear un nuevo sistema que sirviese de modelo adecuado al convivir humano con posterioridad a la crisis de la conciencia Europea de los siglos XVII y XVIII, tan bien señalada por Paul Hazard en su célebre obra La crisis de la conciencia europea (1680-1715) (Madrid, 1952 [1935]). Me gustaría resaltar, de paso y una vez más, que ello tiene lugar en consonancia con la filosofía que se desarrolla sobre todo a partir de la Revolución Copernicana, así denominada por Thomas S. Kuhn en La revolución copernicana, (Barcelona, 1993 [1957]), cuando el hombre tiene que admitir que no está en el centro del Universo (teoría geocéntrica) y se revuelve considerándose a cambio él mismo como ese centro, aunque ahora desde un plano esencialista: el hombre no ESTÁ en el centro, sino que lo ES. Y por tanto él no pertenece tanto a la Naturaleza como la Naturaleza le pertenece a él, lo que le permite actuar sobre ella como le parezca, sin restricciones morales. Esas restricciones morales que antes imponían unos dioses trascendentes, que ahora se dejan de lado, y son cambiadas por las de un dios inmanente (el Dinero) que todo lo rige desde una perspectiva de base humana. La tierra y el trabajo se cambian pues en capital de una forma clara.
Todavía el padre del liberalismo económico, Adam Smith (1723 –1790), pone no obstante por delante La teoría de los sentimientos morales, publicada en 1759, a su Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, de 1776, donde se expresa con mayor claridad la necesidad de la racionalidad económica, que es en la única que se fijan sus presuntos seguidores en la fe del mercado impersonal. Entre una y otra obra, en sus Lecciones de Jurisprudencia (curso 1763-1764), el autor había puesto de relieve cómo los grandes propietarios, como antaño los guerreros, con su afán de lujo y vanagloria habían propiciado la actividad económica y con ello la generación de riquezas, entendidas éstas como el producto de la acción laboral humana. Pero si antes las relaciones se establecían sobre una base cualitativa, en la que las relaciones personales eran lo más importante y la propiedad sólo el reflejo de las mismas, ahora, en el mundo de los negociantes separados ya de los guerreros, la propiedad privada era la base del prestigio y no su reflejo. Ahora la gracia, antes otorgada de forma difusa por el patrono a su cliente servil, se convertía en remuneración cuantificada, de manera que, como imponía la racionalidad de las nuevas relaciones económicas, una deuda se consideraba saldada cuando se cumplían los requisitos marcados estrictamente cuando se estableció la misma. Las deudas de gratitud, que siempre eran mutuas, quedaban sustituidas así por las deudas del mercado, que sí tenían fin, porque estaban bien delimitadas.Porque si aquellas pertenecían a un espacio emocional, que es finito, termina, deja de ser, pero es al mismo tiempo de límites imprecisos, el mundo de la racionalidad es, por el contrario, de límites precisos pero infinito, y sus características son justamente las contrarias: el individuo, como sucede en las sociedades de mercado, siempre tiende a prevalecer sobre el grupo, donde es distinguible por su carácter de ser de límites precisos, permanente y estable; un carácter que se transmite al conjunto del grupo, que es igualmente limitado, aunque teóricamente infinito, como lo es el espacio geométrico. Después de todo, esa había sido la ilusión de los débiles –ser iguales- durante mucho tiempo, expresada en la oración que Jesús enseñó a sus discípulos: “Perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, recientemente cambiada por los jefes de la Iglesia para adaptarse a la nueva sociedad de mercado sin causar demasiado escándalo.
Pero, repito, la sociedad no siempre ha funcionado como un mercado impersonal, por mucho que les guste a los integristas de la nueva religión del dinero expresarlo así. Aarón Reyes lo ha visto muy bien en este trabajo cuando define a la sociedad del Alto Imperio romano, que estudia en la Bética de los primeros siglos de nuestra era, como bien metida en una economía de circuito, que es como denomina a la que dependía al mismo tiempo del prestigio y del mercado impersonal. Reflexionemos un poco sobre la relación que puede haber entre la política y la economía, tanto de prestigio como de mercado.
Como es bien sabido, a fines del siglo IV a.C. Aristóteles hacía unas reflexiones conservadoras acerca de lo que entendía que debería ser el gobierno de una polis (pequeña comunidad autónoma y autosuficiente). A ese arte lo denomina “política” y al mismo dedica un libro del que extraigo un fragmento (1305 b): “En cuanto a las principales magistraturas, reservadas necesariamente a los que gozan de los derechos políticos, será preciso prescribir los gastos públicos que para obtenerlas deberán hacerse. El pueblo, entonces, no se quejará de no poder alcanzar los empleos, y en medio de sus recelos perdonará sin dificultad a los que deben comprar tan caro el honor de desempeñarlos. Al tomar posesión, los magistrados deberán hacer sacrificios magníficos y construir algunos monumentos públicos; entonces el pueblo, que tomará parte en los banquetes y las fiestas, y verá la ciudad espléndidamente dotada de templos y edificios, deseará el sostenimiento de la constitución; y esto será para los ricos un soberbio testimonio de los gastos que hubieren hecho. En la actualidad, los jefes de las oligarquías, lejos de obrar así, hacen precisamente todo lo contrario: buscan el provecho con el mismo ardor que los honores; y puede decirse con verdad que estas oligarquías no son más que democracias reducidas a algunos gobernantes”.
Él se sitúa en una perspectiva donde se entiende que el hombre libre no puede pagar impuestos (lo impuesto se entiende contrario a la libertad) y, en ese ambiente anárquico, donde no hay que nutrir a un estado redistribuidor, la representación popular ha de ser entendida como un honor y quien lo desee debe gastarse sus bienes a favor del pueblo al que desea representar. Pero, como vemos, su propuesta parte de que una actuación de este tipo, basada en una economía de prestigio, permite hurtar el control sobre sí mismas a comunidades que aún no han desarrollado un aparato estatal y cuya tendencia natural, al ser anárquicas, es a la fiscalización de sus propios jefes. Estableciendo un límite mínimo al gasto que el magistrado ha de realizar en pro de la comunidad, se apartaba del poder a aquellos que no alcanzaran ese límite mínimo disponible para regalarlo. Se establecía así un principio cuantificador para reforzar el aspecto cualitativo de las relaciones sociales.
Hoy, entre nosotros, las cosas son muy distintas en cuanto que diferentes son las bases de actuación de los líderes políticos. Estamos en un sistema estatal, que dispone de sus propios fondos. Unos fondos que recauda como impuestos y redistribuye a través del gasto público. Los políticos no sólo no pagan, sino que cobran por participar en el sistema de poder. Sin embargo lo fundamental, antaño como ahora, es la participación en el poder, con independencia de que se cobre o se pague. En ambos casos permite resarcirse, como el análisis histórico ha demostrado, incluso en el plano económico (dentro de la legalidad, piénsese por ejemplo en la cantidad de millones de euros que un dirigente de izquierdas como A. Blair va a recibir anualmente como jubilación). Los partidos políticos, especialistas en el mercado electoral, gastan muchísimo dinero (de origen confesable o no) en unas campañas electorales carísimas que impiden a cualquier agrupación ciudadana tener auténticas posibilidades de éxito en un mundo regido por los principios de la economía consumista de mercado. La competencia es fuerte. En Sanlúcar de Barrameda, por ejemplo, se sorteó, en las pasadas elecciones municipales españolas, entre los asistentes a mítines, un dormitorio de caoba; y un sindicato policial prometía una televisión de plasma a quien prestase su apoyo a las propias siglas. En realidad hoy, como en la época de Juvenal, cuando gobernaba el César Domiciano en el siglo I, el pueblo se contenta con pan, circo (y tranvías). Mientras no se dé cuenta de lo caro que le sale, los jefes pueden estar tranquilos. El control de la información, tanto ayer como hoy, es fundamental. Es el sostén del prestigio, y este hace milagros por sí mismo. Si, a pesar de todo ese control de los medios de comunicación, los jefes terminan desprestigiados, entrarán en juego los mecanismos de mercado impersonal que impiden acercarse a los que no están dentro del sistema.
El hacer dádivas al pueblo para ganárselo siempre fue una norma en cualquier sistema de jefatura, y más aún en los estatales. Pero dentro de esas dádivas, como bien señala Aarón Reyes, hay unas categorías, hoy más claramente delimitadas que antaño. Y entre ellas hay que situar aquellas que le hacen sentirse orgulloso de pertenecer a una determinada sociedad; precisamente a esa donde han manifestado su grandeza los grandes hombres, esos que se merecen el reconocimiento público y dotan a la comunidad de obras de arte que, de forma conjunta, honran tanto al que da como al que toma.
Las sociedades en las que impera la economía de prestigio se entienden que son siempre desigualitarias, y en ellas la gracia baja de los superiores a los inferiores para retornar, en forma de agradecimiento, a subir desde estos a aquellos en un proceso sin fin. Y el arte, como bien dice el crítico Jorge Bustos, pertenece a esta esfera: no es democrático. Su carácter de tratamiento refinado de algo lo hace por principio siempre singular. Cuando se vulgariza deja de ser arte para convertirse en artículo de consumo que no exige una preparación especial para degustarlo. Por ello vemos cómo, conforme el proceso de desarrollo cultural de una sociedad avanza, el gusto se va democratizando… y exigiendo nuevos niveles de refinamiento que no están al alcance de todos. Y son precisamente con éstos con los que los que quieren ser considerados como mejores, o sea como aristócratas, intentan seducir al pueblo, a ser posible ligando su nombre al objeto de seducción. Si el que quiere subyugar el gusto del pueblo no logra elevar los niveles de éste, sino que se deja imponer los cánones de belleza, no logrará nunca ser considerado como una auténtica persona de valor. El sistema de mercado permite siempre ofrecer pan y circo, y eso se puede obtener normalmente en una relación comercial impersonal, pero el gusto distinguido siempre pertenecerá, por pura biología, a unos cuantos. Si algunos de ellos logran ser admirados por su buen gusto, sin llegar a ser odiados por ello gracias a una generosidad bien calculada, como recomendaba Aristóteles, entonces lograrán triunfar en el corazón de los más. Hoy hemos cambiado de horizonte mental respecto a la época a la que dedica su hermoso estudio Aarón Reyes, pero en el fondo seguimos actuando de la misma manera, porque seguimos teniendo el mismo tipo de cerebro, que es al mismo tiempo emocional y racional. Por lo menos es lo que da a entender la ciencia de la neurofisiología.
Genaro Chic García
Noviembre de 2009
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