El chivo expiatorio y el sentimiento de culpa
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El chivo expiatorio y el sentimiento de culpa
El miedo guarda la viña. Es el miedo el que hace que sigamos el orden establecido por el poder. El miedo colectivo a transgredir un tabú, luego desarrollado en el sentimiento de culpa individual, es el que mantiene el desarrollo de una civilización, de una cultura.
Sin embargo, es la transgresión del orden establecido el que permite avanzar, cambiar, progresar, que es lo que hacen los jefes emprendedores, los que se atreven a desafiar las normas con vistas a hacer triunfar otras nuevas.
Para ello tienen que lograr que otra gente les sigan, tienen que formar clientelas. Clientelas que los seguirán mientras los vean triunfar (y viceversa).
Si el jefe rupturista no triunfa dando lo que se espera, entonces la comunidad se libra del sentimiento de culpa por haberlo seguido (transgrediendo el orden al hacerlo) abandonándolo y convirtiéndolo en un pharmakós, en un chivo expiatorio, en el cordero de Dios que con su muerte en sacrificio se lleva los pecados del mundo, para que perdone nuestras deudas como nosotros estamos ahora dispuestos, si hace falta, a perdonar a nuestros deudores.
El sentimiento de culpa es muy fuerte. Pese a mi deseo de racionalizar la realidad, el sueño de la culpa por haber cometido en un sueño anterior un asesinato no descubierto se transforma de vez en cuando en pesadilla. Sólo lo puedo evitar razonando que es un sueño y huyendo de él. Pero vuelve, no lo venzo. Lo único que puedo hacer es luchar por cambiar mis circunstancias.
Puede desde luego uno liberarse del sentimiento de culpa, como hacen los sicarios tras cometer el primer crimen. O como los soldados tras haber entrado en combate siguiendo órdenes de sus jefes. Pero tras esa liberación viene la añoranza del mundo de orden perdido (cosa que consiguen normalmente los soldados si regresan vivos), ese orden que sigue la gente obediente que vive relativamente feliz en su sumisión y obediencia.
Esa misma gente que, sin embargo, admira en el fondo a quienes logran subvertir el orden social con éxito, obteniendo de esa forma poder y gloria.
La fama, la opinión pública a medio y largo plazo, será la que marque la senda del héroe triunfante. Y la del caído también.
Sin embargo, es la transgresión del orden establecido el que permite avanzar, cambiar, progresar, que es lo que hacen los jefes emprendedores, los que se atreven a desafiar las normas con vistas a hacer triunfar otras nuevas.
Para ello tienen que lograr que otra gente les sigan, tienen que formar clientelas. Clientelas que los seguirán mientras los vean triunfar (y viceversa).
Si el jefe rupturista no triunfa dando lo que se espera, entonces la comunidad se libra del sentimiento de culpa por haberlo seguido (transgrediendo el orden al hacerlo) abandonándolo y convirtiéndolo en un pharmakós, en un chivo expiatorio, en el cordero de Dios que con su muerte en sacrificio se lleva los pecados del mundo, para que perdone nuestras deudas como nosotros estamos ahora dispuestos, si hace falta, a perdonar a nuestros deudores.
El sentimiento de culpa es muy fuerte. Pese a mi deseo de racionalizar la realidad, el sueño de la culpa por haber cometido en un sueño anterior un asesinato no descubierto se transforma de vez en cuando en pesadilla. Sólo lo puedo evitar razonando que es un sueño y huyendo de él. Pero vuelve, no lo venzo. Lo único que puedo hacer es luchar por cambiar mis circunstancias.
Puede desde luego uno liberarse del sentimiento de culpa, como hacen los sicarios tras cometer el primer crimen. O como los soldados tras haber entrado en combate siguiendo órdenes de sus jefes. Pero tras esa liberación viene la añoranza del mundo de orden perdido (cosa que consiguen normalmente los soldados si regresan vivos), ese orden que sigue la gente obediente que vive relativamente feliz en su sumisión y obediencia.
Esa misma gente que, sin embargo, admira en el fondo a quienes logran subvertir el orden social con éxito, obteniendo de esa forma poder y gloria.
La fama, la opinión pública a medio y largo plazo, será la que marque la senda del héroe triunfante. Y la del caído también.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: El chivo expiatorio y el sentimiento de culpa
Pocos sentimientos hay en esta vida más dañinos que la culpa. Y si encima viene ligado a la sensación de haber traicionado a tu gente, se incrementa de manera exponencial convirtiéndose en una cuerda que poco a poco va cerrándose sobre la garganta.
Ese sentimiento de traición suele ser el peaje que generalmente se tiene que pagar cuando se mejora laboral, económica o sentimentalmente. Pero, si esa contrapartida se diluye como un azucarillo en el café, la culpa aflora con más fuerza que nunca y las dudas acerca de si mereció la pena inundan los pensamientos continuamente.
Item más:
No sólo he sido testigo de su poder sobre las emociones y las conductas de las personas, sino también he observado cómo ésta puede llegar a robarnos el sosiego y la felicidad en un abrir y cerrar de ojos. ¿Quién no ha sentido la fuerza y el poder del sentimiento de culpa en alguna ocasión? Ese sentimiento agrio y punzante que nos produce una intensa sensación de malestar y que es un arma de doble filo: en ocasiones es beneficioso y en otras es perjudicial. El lado positivo es que nos ayuda a gobernar nuestros impulsos. Algunos lo describen como un barómetro que controla nuestras conductas que podrían ser dañinas hacia otras personas o hacia uno mismo. El lado negativo, sin embargo, es que puede ser una emoción muy destructiva, intensa y dolorosa. Con un poder que llega a hacer sucumbir a una persona en la más profunda sensación de infelicidad y angustia. Con una fuerza abrumadora que consigue menoscabar la autoestima y anular el propio criterio. El sentimiento de culpabilidad no sólo es capaz de manipular y controlar nuestras acciones y nuestros pensamientos, sino que puede lograr que uno vaya en contra de su voluntad. La culpa a veces nos zarandea y domina por completo el pensamiento, hasta destruir cualquier resquicio de tranquilidad interior o hasta hacernos sentir que perdemos la cordura.
Desde los principios de la historia de la humanidad hemos creado una jerarquía de leyes y normas de conductas con el fin de establecer un orden, unas pautas de comportamiento y una estructura social determinada. Cuando las normas no se cumplen, la consecuencia es culpar, y el remedio, castigar. Tal y como lo describe el psiquiatra Carlos Castilla del Pino en su obra La culpa: «El origen de la culpa es social, aunque la experiencia de la culpa sea personal. La inducción de la presunta culpa la verifica la sociedad como una forma de praxis de grupo». Por ejemplo, la mayoría de las culturas tienen normas éticas y morales similares con respecto al homicidio o el incesto, independientemente de las costumbres o la religión que se practique. El remedio y el castigo empleado pueden variar. Sin embargo, en casi todas las sociedades estas conductas se consideran inmorales y son motivo de castigo severo.
Los antropólogos apuntan que todas las culturas de la humanidad —unas más que otras— promueven el sentimiento de culpa. Algunas pueden clasificarse esencialmente en culturas basadas en la culpa interna y otras en la vergüenza o deshonra. Las culturas basadas en la culpa interna —el mundo occidental— regulan la conducta mediante castigos intrínsecos, es decir, desde un punto de vista interno y personal: la propia conciencia. Mientras que aquellas que regulan la conducta mediante la vergüenza social y la deshonra, como ocurre en algunos países orientales, prefieren castigos externos. Una vez que las normas sociales forman parte de los valores y los principios de una persona, el castigo y el sentimiento de culpabilidad se generan desde lo más profundo del individuo, desde su conciencia. Es decir, todos tenemos la capacidad de juzgarnos por nuestros actos desde nuestra propia conciencia, así como de castigarnos a nosotros mismos por ellos, sin necesariamente compartir nuestra culpa con otra persona.
Los expertos sostienen que la sensación de culpa está integrada en los valores de la persona cuando «ésta reacciona ante una situación de culpa con remordimiento o necesidad de reparar lo dañado sin ser amenazado o controlado por un factor externo». De forma que nuestra propia conciencia es como un vigilante que está en situación de alerta permanentemente y su arma es el sentimiento de culpa. Podemos ocultar a otras personas nuestros actos o nuestra culpa, pero no podemos ocultárnosla a nosotros mismos. Al final, de una forma o de otra, a menudo acabamos siendo nuestros propios castigadores. En palabras de Castilla del Pino: «Quien se culpa de una acción se autorreprocha las consecuencias de esta acción. A partir de la vivencia de culpa no es extraño que aparezca en el sujeto la angustia».
Laura Rojas-Marcos, El sentimiento de culpa, Ed. Aguilar, Madrid, 2009, pp. 18-19, 20-21.
Muy interesante para la contemplación de la culpa como medida de control es el breve texto recogido en
http://definicion.de/culpa/#ixzz37qM8vwHP
Ese sentimiento de traición suele ser el peaje que generalmente se tiene que pagar cuando se mejora laboral, económica o sentimentalmente. Pero, si esa contrapartida se diluye como un azucarillo en el café, la culpa aflora con más fuerza que nunca y las dudas acerca de si mereció la pena inundan los pensamientos continuamente.
Item más:
No sólo he sido testigo de su poder sobre las emociones y las conductas de las personas, sino también he observado cómo ésta puede llegar a robarnos el sosiego y la felicidad en un abrir y cerrar de ojos. ¿Quién no ha sentido la fuerza y el poder del sentimiento de culpa en alguna ocasión? Ese sentimiento agrio y punzante que nos produce una intensa sensación de malestar y que es un arma de doble filo: en ocasiones es beneficioso y en otras es perjudicial. El lado positivo es que nos ayuda a gobernar nuestros impulsos. Algunos lo describen como un barómetro que controla nuestras conductas que podrían ser dañinas hacia otras personas o hacia uno mismo. El lado negativo, sin embargo, es que puede ser una emoción muy destructiva, intensa y dolorosa. Con un poder que llega a hacer sucumbir a una persona en la más profunda sensación de infelicidad y angustia. Con una fuerza abrumadora que consigue menoscabar la autoestima y anular el propio criterio. El sentimiento de culpabilidad no sólo es capaz de manipular y controlar nuestras acciones y nuestros pensamientos, sino que puede lograr que uno vaya en contra de su voluntad. La culpa a veces nos zarandea y domina por completo el pensamiento, hasta destruir cualquier resquicio de tranquilidad interior o hasta hacernos sentir que perdemos la cordura.
Desde los principios de la historia de la humanidad hemos creado una jerarquía de leyes y normas de conductas con el fin de establecer un orden, unas pautas de comportamiento y una estructura social determinada. Cuando las normas no se cumplen, la consecuencia es culpar, y el remedio, castigar. Tal y como lo describe el psiquiatra Carlos Castilla del Pino en su obra La culpa: «El origen de la culpa es social, aunque la experiencia de la culpa sea personal. La inducción de la presunta culpa la verifica la sociedad como una forma de praxis de grupo». Por ejemplo, la mayoría de las culturas tienen normas éticas y morales similares con respecto al homicidio o el incesto, independientemente de las costumbres o la religión que se practique. El remedio y el castigo empleado pueden variar. Sin embargo, en casi todas las sociedades estas conductas se consideran inmorales y son motivo de castigo severo.
Los antropólogos apuntan que todas las culturas de la humanidad —unas más que otras— promueven el sentimiento de culpa. Algunas pueden clasificarse esencialmente en culturas basadas en la culpa interna y otras en la vergüenza o deshonra. Las culturas basadas en la culpa interna —el mundo occidental— regulan la conducta mediante castigos intrínsecos, es decir, desde un punto de vista interno y personal: la propia conciencia. Mientras que aquellas que regulan la conducta mediante la vergüenza social y la deshonra, como ocurre en algunos países orientales, prefieren castigos externos. Una vez que las normas sociales forman parte de los valores y los principios de una persona, el castigo y el sentimiento de culpabilidad se generan desde lo más profundo del individuo, desde su conciencia. Es decir, todos tenemos la capacidad de juzgarnos por nuestros actos desde nuestra propia conciencia, así como de castigarnos a nosotros mismos por ellos, sin necesariamente compartir nuestra culpa con otra persona.
Los expertos sostienen que la sensación de culpa está integrada en los valores de la persona cuando «ésta reacciona ante una situación de culpa con remordimiento o necesidad de reparar lo dañado sin ser amenazado o controlado por un factor externo». De forma que nuestra propia conciencia es como un vigilante que está en situación de alerta permanentemente y su arma es el sentimiento de culpa. Podemos ocultar a otras personas nuestros actos o nuestra culpa, pero no podemos ocultárnosla a nosotros mismos. Al final, de una forma o de otra, a menudo acabamos siendo nuestros propios castigadores. En palabras de Castilla del Pino: «Quien se culpa de una acción se autorreprocha las consecuencias de esta acción. A partir de la vivencia de culpa no es extraño que aparezca en el sujeto la angustia».
Laura Rojas-Marcos, El sentimiento de culpa, Ed. Aguilar, Madrid, 2009, pp. 18-19, 20-21.
Muy interesante para la contemplación de la culpa como medida de control es el breve texto recogido en
http://definicion.de/culpa/#ixzz37qM8vwHP
Genaro Chic- Mensajes : 729
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