La magia del ritmo. La música, la poesía y la danza
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La magia del ritmo. La música, la poesía y la danza
J. Markale, en Druidas. Tradiciones y dioses de los celtas, (Madrid, 1989) señala algo que me parece interesante: “Se olvida con demasiada frecuencia que, para ser eficaces, algunas fórmulas consideradas mágicas deben pronunciarse de una cierta manera, según un ritmo, según cierta cadencia. En los medios rurales, incluso en la actualidad, son muchísimos los que poseen, si no el Gran Alberto, al menos el Pequeño Alberto [obras de magia del dominico del s. XIII San Alberto Magno], o, como se dice en Bretaña, el Agrippa [Filosofía oculta, magia natural, de Enrique Cornelio Agrippa (1485-1535)]. Estos manuales de magia práctica se reeditan continuamente. Hay pues mucha gente que conoce las fórmulas y gestos a realizar. Pero, ¿y el modo de decir las fórmulas? Ningún manual puede enseñarlo. Eso es lo que constituye el «secreto». Y sólo lo transmiten los que saben a aquellos que han escogido. Si se quiere comprender el druidismo, quizá haya que pensar en esto. Una fórmula aprendida de memoria, repetida sin error, no es nada si no se sabe decir. Ahí es donde residen la iniciación y la transmisión de poderes. Eso no puede hacerse más que por medio de la Palabra oral. La voz pone en juego vibraciones, frecuencias, elementos sutiles que en ningún caso se pueden describir. Por medio de la vibración se produce la transmisión de algo, por la vibración se efectúan los misteriosos intercambios que están en la base de toda magia operatoria. En todo ritual, hay predominio de la Palabra, tanto en las ceremonias católicas como en las demás, y en éstas quizá más aún, a condición de que se respeten las reglas. El poder de la Palabra tiene ese precio”. Esto justifica el tripudium, el valor secular del carmen saliare y tambien que un pueblo ritualista como el romano antiguo, pudiera entender que, a pesar de la formulación exacta, el rito podía no tener efecto Es lo que explica igualmente el poder de ritmos como el de la canción “Aserejé”, considerado satánico por algunos elementos de la antigua religión.
La inspiración del ritmo -ese ritmo que vive en nosotros y se manifiesta en los latidos de nuestro corazón- es algo inquietante únicamente para quien sólo admite lo que es capaz de razonar. D. Innerarity, en Ética de la hospitalidad (Barcelona, 2001), nos recuerda que “el artista se ha sentido casi siempre un recipiente indigno. Mozart, por ejemplo, declaraba en cierta ocasión que le había llegado toda una sinfonía…. Y por eso el anonimato del arte ha oscilado siempre entre las dos formas extremas de estar fuera de sí: la inspiración divina y la posesión demoníaca. Porque nadie creería una explicación humana para esos productos extraordinarios que nos atraen con tanta fascinación”….”Esa extrañeza e indiferencia que sustrae a las obras del control y la posesión del autor es lo que les confiere su verdadero significado: el don de expresar sentimientos y valores de otros hombres, en otras situaciones y momentos que el autor nunca hubiera podido imaginar”
El canto es, pues, algo natural que en algunas personas se manifiesta de forma más acusada que en otras. Piénsese en lo que nos dice el antropólogo Carlos Castaneda, en La enseñanza de Don Juan (Madrid, 1999 [1968]), cuando nos cuenta cómo le vino el canto después de haberse iniciado en los medios de los chamanes mexicanos yaki. Ni más ni menos que se convirtió en aedo o cantor, que es el paso anterior al del que con la personalización y toma de conciencia de uno mismo devendrá en poeta o compositor. La magia de la palabra y de la música, separadas y después unidas, volverá, pero de una manera bastante distinta.
Que es algo natural parece estar siendo probado por ciertos experimentos con otros animales. En este sentido, en la edición de la primera semana de Diciembre de 2004 la prestigiosa revista Nature (vol. 432) señalaba que investigadores estadounidenses han descubierto que los gorriones recién nacidos son capaces de entonar un gorjeo con sólo oír algunas notas, proceso similar al que utilizan los humanos para aprender a hablar. "Al igual que las personas, los pájaros conocen diferentes dialectos, por lo que su estudio representa una excelente oportunidad para entender la base psicológica del lenguaje", explicaba el profesor Gary Rose, de la Universidad de Utah (EEUU). El experimento permitió constatar que para aprender un canto no es necesario conocer todas sus notas, sino que basta con saber cómo asociarlas. A partir de un trino de gorrión, los investigadores crearon cinco versos, cada uno con sonidos distintos. A pesar de que se invirtió e intercaló el orden de los versos en varios ejercicios, los gorriones fueron capaces de recomponer el gorjeo original. El proceso es similar al de la reconstrucción de un rompecabezas: "Uno no tiene por qué conocer cuál es la imagen final, simplemente tiene que seguir las reglas para juntar las piezas", aseguraba Rose. En el caso de los gorriones recién nacidos, -concluye-, su aprendizaje del canto se produce por fases, de la misma forma que los bebés humanos empiezan a hablar.
Y el pediatra francés A. Naouri nos recuerda, en Padres permisivos, hijos tiranos (Barcelona, 2005), que “la voz materna hablada a un nivel de 60 decibelios la percibe el feto a 24 decibelios, mientras que las otras voces, femenina o masculina, y habladas al mismo nivel, no son perceptibles más que a 8-12 decibelios. Lo que permite, por otra parte, un mejor reconocimiento de la voz de la madre, de hecho, las bajas frecuencias de esta voz, porque son las portadoras de la melodía: un bebé no reconocerá la voz de su madre si hacemos que ésta lea una frase al revés”. Tenemos pues un elemento cualitativo que, sin embargo, ha sido fácil de cuantificar desde hace mucho tiempo. Piénsese en la relación que ya estableció Pitágoras en el siglo VI a.C. entre la música y las matemáticas.
Llegados al mundo moderno quiero recordar, una vez más, que el triunfo de las Luces, prefigurado en el triunfo de lo cuantitativo sobre lo cualitativo (el «viejo modelo» de A.W. Crosby, La medida de la realidad. La cuantificación y la sociedad occidental. 1250-1600, Barcelona, 1998) pasó a ser considerado como una conquista épica de la razón sobre el sentimiento, de forma que da la sensación de que la emoción está llamada a desaparecer frente al pensamiento lógico, sin darnos cuenta de que en realidad la potenciación de la mente humana tiende al equilibrio; que lo racional no sustituye a lo emocional, sino que lo complementa y tiende a incidir en el desarrollo de éste, como podemos comprobar perfectamente con el desarrollo de la música (referente a “la palabra con ritmo” o musa) que adquiere una complejidad y una capacidad de emocionar mayor desde el momento en que se racionalizan sus elementos mínimos constituyentes y se puede proceder a escribirla: no tiene sentido escribir música, sin embargo, si no es para escucharla, para sentirla.
La cuantificación del sonido ha permitido su –relativamente- fácil manipulación para reproducirlo con independencia del emisor original. De ahí al proceso de mercantilización no hay más que un paso que por supuesto se ha dado y con gran éxito, ya que permite vender emociones cuantificándolas: es la cuadratura del círculo. El producto del ser humano, sea su trabajo o la expresión de sus sentimientos se puede transformar en mercancía. Cosa que los de marketing han entendido perfectamente.
Concluyo esta breve divagación sobre el tema de la música y el mercado citando a G. Thomson, en Studies in ancient Greek society: the prehistoric aegean, (Pergamon, Oxford 1949): “En resumen, las tres artes, danza, música y poesía, comenzaron como una. Su origen fue el rítmico movimiento de los cuerpos humanos comprometidos en labor colectiva. Este movimiento tuvo dos componentes, corporal y oral. El primero fue el germen de la danza, el segundo del lenguaje. Comenzando con gritos inarticulados que marcaban el ritmo, la lengua se diferenció en habla poética y habla común. Descartados por la voz y reproducidos por percusión con los instrumentos, los gritos inarticulados se convirtieron en el núcleo de la música instrumental.
El primer paso hacia la poesía propiamente dicha fue la eliminación de la danza. Esto nos da la canción. En la canción la poesía es el contenido de la música, la música es la forma de la poesía. Luego estas dos divergieron. La forma de poesía no acompañada por música es su estructura rítmica, que la ha heredado de la canción pero simplificada hasta el punto de desarrollar su contenido lógico. La poesía cuenta un argumento que tiene una coherencia interna propia, independiente de su forma rítmica. Y así más tarde emergió de la poesía narrativa el romance en prosa y la novela, en la que el habla poética ha sido reemplazada por el habla común y el integumento rítmico ha sido despojado -excepto que el argumento mismo es proyectado de una forma equilibrada, armoniosa. Mientras tanto ha surgido un tipo de música que es puramente instrumental. La sinfonía es la antítesis de la novela. Si la novela es habla sin ritmo, la sinfonía es ritmo sin habla. La novela deriva su unidad del argumento que cuenta, tomado de la vida perceptible; la sinfonía saca su material enteramente de la fantasía. No tiene coherencia interna aparte de su forma. Por lo tanto, todos esos principios estructurales que han desaparecido en la novela han sido elaborados en la música en un grado sin precedente. Han llegado a ser estimados como el campo particular de la música. Hablamos habitualmente de ellos como "forma musical". No obstante pueden aún ser rastreados en poesía -en la disposición de la materia de su tema, quiero decir, no sólo en su estructura métrica- si lo estudiamos con un sentido de música.”
La inspiración del ritmo -ese ritmo que vive en nosotros y se manifiesta en los latidos de nuestro corazón- es algo inquietante únicamente para quien sólo admite lo que es capaz de razonar. D. Innerarity, en Ética de la hospitalidad (Barcelona, 2001), nos recuerda que “el artista se ha sentido casi siempre un recipiente indigno. Mozart, por ejemplo, declaraba en cierta ocasión que le había llegado toda una sinfonía…. Y por eso el anonimato del arte ha oscilado siempre entre las dos formas extremas de estar fuera de sí: la inspiración divina y la posesión demoníaca. Porque nadie creería una explicación humana para esos productos extraordinarios que nos atraen con tanta fascinación”….”Esa extrañeza e indiferencia que sustrae a las obras del control y la posesión del autor es lo que les confiere su verdadero significado: el don de expresar sentimientos y valores de otros hombres, en otras situaciones y momentos que el autor nunca hubiera podido imaginar”
El canto es, pues, algo natural que en algunas personas se manifiesta de forma más acusada que en otras. Piénsese en lo que nos dice el antropólogo Carlos Castaneda, en La enseñanza de Don Juan (Madrid, 1999 [1968]), cuando nos cuenta cómo le vino el canto después de haberse iniciado en los medios de los chamanes mexicanos yaki. Ni más ni menos que se convirtió en aedo o cantor, que es el paso anterior al del que con la personalización y toma de conciencia de uno mismo devendrá en poeta o compositor. La magia de la palabra y de la música, separadas y después unidas, volverá, pero de una manera bastante distinta.
Que es algo natural parece estar siendo probado por ciertos experimentos con otros animales. En este sentido, en la edición de la primera semana de Diciembre de 2004 la prestigiosa revista Nature (vol. 432) señalaba que investigadores estadounidenses han descubierto que los gorriones recién nacidos son capaces de entonar un gorjeo con sólo oír algunas notas, proceso similar al que utilizan los humanos para aprender a hablar. "Al igual que las personas, los pájaros conocen diferentes dialectos, por lo que su estudio representa una excelente oportunidad para entender la base psicológica del lenguaje", explicaba el profesor Gary Rose, de la Universidad de Utah (EEUU). El experimento permitió constatar que para aprender un canto no es necesario conocer todas sus notas, sino que basta con saber cómo asociarlas. A partir de un trino de gorrión, los investigadores crearon cinco versos, cada uno con sonidos distintos. A pesar de que se invirtió e intercaló el orden de los versos en varios ejercicios, los gorriones fueron capaces de recomponer el gorjeo original. El proceso es similar al de la reconstrucción de un rompecabezas: "Uno no tiene por qué conocer cuál es la imagen final, simplemente tiene que seguir las reglas para juntar las piezas", aseguraba Rose. En el caso de los gorriones recién nacidos, -concluye-, su aprendizaje del canto se produce por fases, de la misma forma que los bebés humanos empiezan a hablar.
Y el pediatra francés A. Naouri nos recuerda, en Padres permisivos, hijos tiranos (Barcelona, 2005), que “la voz materna hablada a un nivel de 60 decibelios la percibe el feto a 24 decibelios, mientras que las otras voces, femenina o masculina, y habladas al mismo nivel, no son perceptibles más que a 8-12 decibelios. Lo que permite, por otra parte, un mejor reconocimiento de la voz de la madre, de hecho, las bajas frecuencias de esta voz, porque son las portadoras de la melodía: un bebé no reconocerá la voz de su madre si hacemos que ésta lea una frase al revés”. Tenemos pues un elemento cualitativo que, sin embargo, ha sido fácil de cuantificar desde hace mucho tiempo. Piénsese en la relación que ya estableció Pitágoras en el siglo VI a.C. entre la música y las matemáticas.
Llegados al mundo moderno quiero recordar, una vez más, que el triunfo de las Luces, prefigurado en el triunfo de lo cuantitativo sobre lo cualitativo (el «viejo modelo» de A.W. Crosby, La medida de la realidad. La cuantificación y la sociedad occidental. 1250-1600, Barcelona, 1998) pasó a ser considerado como una conquista épica de la razón sobre el sentimiento, de forma que da la sensación de que la emoción está llamada a desaparecer frente al pensamiento lógico, sin darnos cuenta de que en realidad la potenciación de la mente humana tiende al equilibrio; que lo racional no sustituye a lo emocional, sino que lo complementa y tiende a incidir en el desarrollo de éste, como podemos comprobar perfectamente con el desarrollo de la música (referente a “la palabra con ritmo” o musa) que adquiere una complejidad y una capacidad de emocionar mayor desde el momento en que se racionalizan sus elementos mínimos constituyentes y se puede proceder a escribirla: no tiene sentido escribir música, sin embargo, si no es para escucharla, para sentirla.
La cuantificación del sonido ha permitido su –relativamente- fácil manipulación para reproducirlo con independencia del emisor original. De ahí al proceso de mercantilización no hay más que un paso que por supuesto se ha dado y con gran éxito, ya que permite vender emociones cuantificándolas: es la cuadratura del círculo. El producto del ser humano, sea su trabajo o la expresión de sus sentimientos se puede transformar en mercancía. Cosa que los de marketing han entendido perfectamente.
Concluyo esta breve divagación sobre el tema de la música y el mercado citando a G. Thomson, en Studies in ancient Greek society: the prehistoric aegean, (Pergamon, Oxford 1949): “En resumen, las tres artes, danza, música y poesía, comenzaron como una. Su origen fue el rítmico movimiento de los cuerpos humanos comprometidos en labor colectiva. Este movimiento tuvo dos componentes, corporal y oral. El primero fue el germen de la danza, el segundo del lenguaje. Comenzando con gritos inarticulados que marcaban el ritmo, la lengua se diferenció en habla poética y habla común. Descartados por la voz y reproducidos por percusión con los instrumentos, los gritos inarticulados se convirtieron en el núcleo de la música instrumental.
El primer paso hacia la poesía propiamente dicha fue la eliminación de la danza. Esto nos da la canción. En la canción la poesía es el contenido de la música, la música es la forma de la poesía. Luego estas dos divergieron. La forma de poesía no acompañada por música es su estructura rítmica, que la ha heredado de la canción pero simplificada hasta el punto de desarrollar su contenido lógico. La poesía cuenta un argumento que tiene una coherencia interna propia, independiente de su forma rítmica. Y así más tarde emergió de la poesía narrativa el romance en prosa y la novela, en la que el habla poética ha sido reemplazada por el habla común y el integumento rítmico ha sido despojado -excepto que el argumento mismo es proyectado de una forma equilibrada, armoniosa. Mientras tanto ha surgido un tipo de música que es puramente instrumental. La sinfonía es la antítesis de la novela. Si la novela es habla sin ritmo, la sinfonía es ritmo sin habla. La novela deriva su unidad del argumento que cuenta, tomado de la vida perceptible; la sinfonía saca su material enteramente de la fantasía. No tiene coherencia interna aparte de su forma. Por lo tanto, todos esos principios estructurales que han desaparecido en la novela han sido elaborados en la música en un grado sin precedente. Han llegado a ser estimados como el campo particular de la música. Hablamos habitualmente de ellos como "forma musical". No obstante pueden aún ser rastreados en poesía -en la disposición de la materia de su tema, quiero decir, no sólo en su estructura métrica- si lo estudiamos con un sentido de música.”
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