Por qué no funcionan las medidas de ajuste
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Por qué no funcionan las medidas de ajuste
Por qué no funcionan las medidas de ajuste
por Aarón Reyes.
En El Sistema de Mercado, Charles Lindblom señala cómo el capitalismo (entendido de forma genérica, para más precisión acerca de las diferentes formas de capitalismo, véanse entradas anteriores) y la democracia no van necesariamente unidos. Es más, determinadas formas de capitalismo, especialmente aquél que tiene que ver con la deconstrucción del Estado y la aplicación de medidas en la base del neoliberalismo de Hayek y Friedman, solamente son posibles bajo la existencia de una situación concreta. Ésta no es otra que la basada en una política del miedo (a la ruina económica, a la guerra, a un enemigo externo o interno) bajo cuyo amparo todo recorte en derechos civiles o en prestaciones sociales y servicios públicos es posible. Sin embargo, el problema de este modelo de capitalismo (y recalco, de este modelo de capitalismo ya que existen muchos; el propio Marx distinguió en El Capital hasta 17 clases sociales y nosotros apenas hablamos de dos o tres) es que no funciona. Otros sí han demostrado funcionar, y quiero dejar claro que a continuación no voy a criticar todo el Capitalismo como modelo económico sino tan sólo el neoliberal. Tal vez algún día me aventure y analice cómo incluso el comunismo no es más que una forma de capitalismo comunitario donde la economía de prestigio se encuentra mucho más presente que la de mercado, acercándose así a un sistema parecido, por ejemplo, al de ciertas economías de la Antigüedad, con peligro de caer en oclocracia.
Las medidas de "ajuste" (popularmente llamadas recortes) del gobierno español no funcionan. Ni van a funcionar. Todo recorte, y esto es un principio fundamental, provoca una contracción de la economía. Prueba de ello es que la inercia actual es la de recesión creciente-depresión en la práctica, y siguen dándose indicios de ir a peor. No son medidas que no se hayan experimentado antes. Las promesas de Friedman y de los llamados Chicago Boys en el Chile de Pinochet, por ejemplo, se basaban en la idea de que el libre mercado absoluto corregiría los problemas de crecimiento. Para ello se privatizaron numerosas empresas, se recortó el gasto público en un 10%, se eliminaron las restricciones arancelarias, y se eliminó el control de precios. No sé si les suenan estas medidas. Dado que las medidas no funcionaron (la inflación se situó en un 375%), al año siguiente y siguiendo las recomendaciones de Friedman (padre activo de las medidas que se están aplicando por si alguien no lo conocía) se recortó aún más el gasto público en un 27% bajo la idea de que los trabajadores públicos no eran necesarios y serían absorbidos por el sector privado. Sergio de Castro, un Chicago Boy aventajado, privatizó más de quinientas empresas y despidió a cientos de miles de funcionarios hasta dejarlos en la mitad de los que había dos años antes.
Por si el ejemplo de Chile puede parecernos poco (como es una dictadura muchos dirán que no puede parecerse a nuestro país), veamos qué sucedió en otro país con dictadura y en otro convertido en democracia. En el primer caso, Argentina, el neoliberalismo situó a Martínez de la Hoz como hombre de los milagros. En unos años privatizó y vendió numerosas empresas estatales, disolvió los sindicatos de todo tipo, fomentó el despido libre y se permitieron nuevas formas de especulación financiera para cubrir las diferencias de clase mediante la deuda. Esto último es muy importante ya que responde precisamente al modelo empleado en Europa en los últimos treinta años. La deuda compensa la desigualdad creciente para permitir que el crecimiento se siga produciendo. Es la única manera de introducir riqueza sin que ésta siquiera exista. Ése ha sido el esquema de Capitalismo Simbiótico empleado por Alemania para costear su unificación. El modelo económico alemán se basa, al contrario que el español, en un mayor número de exportaciones que de importaciones. Para ello, buscó países como España o Grecia cuya situación fuera la contraria. La paradoja de este modelo es que, al ser una balanza deficitaria, los alemanes nos prestan el dinero con el cual luego compramos sus coches.
Por simplificar el asunto. Esto tiene un límite y para alargar la llegada a ese límite, se reducen, por ejemplo, los salarios un 20%. No se hace directamente, para evitar un ataque directo a todos los trabajadores, sino a través de una reforma laboral que lleva a los trabajadores a negociar directamente con el empresario, sin contar con la fuerza de ninguna organización detrás. Con una tasa de desempleo como la actual y con serios problemas de sobrecualificación, es el que te paga quien tiene la sartén por el mango. O aceptas la reducción, o puerta. Una medida como ésta fue ya adoptada en Argentina por Martínez de la Hoz en los 70 (durante la Junta Militar), con el resultado de una pérdida de un 40% del valor de los salarios, el cierre de fábricas (si un trabajador no tiene con qué comprar, no se vende y, por tanto, no se produce). En menos de dos años el país pasó de una tasa de pobreza del 9% a casi triplicar esta cifra.
La deuda fue también un recurso que se utilizó en el último ejemplo que quería utilizar para ejemplificar por qué no van a funcionar las medidas del gobierno. En Polonia, la victoria de Lech Walesa y Solidaridad en las elecciones de 1989 parecía abrir un lugar magnífico para la experimentación de estas ideas. Fundamentalmente porque Solidaridad no tenía ningún plan a seguir y porque no había ningún tipo de cultura de consumo anterior y cientos de empresas estatales. Podían aplicarse, pues, estas mismas medidas para demostrar, en su pureza, su eficacia. Para ello se recurrió a Joeffry Sachs, quien ya había actuado, entre otros países, en Bolivia con nefastas consecuencias. Su Plan contemplaba, nuevamente, recortes presupuestarios, privatizaciones y venta de todas las empresas estatales, con despidos masivos del aparato funcionarial. En su caso, además, se introdujo un elemento que se asemeja al caso griego o español: reconversión industrial de industria pesada a bienes de consumo (en lugar de aumentar la inversión en investigación y desarrollo tecnológico para hacer la economía más competitiva como sí hizo Alemania). De esta forma se creaba un tejido laboral de escasa cualificación.
El resultado de estas medidas ha sido en todos los casos (podría citar cinco o seis países más repitiendo el mismo modelo) nefasto. En Chile una familia pasó de invertir un 17% de su sueldo en bienes de primera necesidad a invertir un 74%, lo que conllevó una drástica reducción del consumo y, por tanto, un aumento del cierre de empresas, más despidos, etc. La economía se contrajo un 15%, subiendo el paro del 3% al 20%, llegando al 30% al final del ciclo económico. La deuda privada de las empresas que habían entrado en el país supuestamente para levantar la economía alcanzó los 14 mil millones de dólares, una deuda que recayó en las arcas públicas, al igual que sucedió en el caso argentino, cuando volvió la democracia. Es decir, al no funcionar las medidas, hubo que inyectar dinero del Estado en empresas privadas. En los 70 y 80 era la industria, en los 90 y el siglo XXI es la banca. Por si a alguien aún no le quedan claras las similitudes. El "milagro chileno" se basó en la fuente constante de fondos públicos que generaba Codelco, la empresa estatal de minas de cobre que proporcionaba un 85% de los ingresos por exportación. En Argentina ya hemos visto las catastróficas consecuencias que tuvo, con una deuda que tuvo que ser pagada durante la etapa democrática mediante un modelo artificial que desembocó en una nueva y terrible crisis. En Polonia, el desempleo se disparó con estas medidas llegando al 25% (en España se prevé alcanzar esa cifra para 2013, aunque la medición es irreal por la existencia de enormes bolsas de trabajadores sin contrato) situando al 40% de los jóvenes en el paro. El 59% de la población seguía viviendo por debajo del umbral de pobreza en 2003.
Gran parte de este modelo fracasado se basa además en la presunción del déficit como causa de crisis y no como consecuencia. El déficit (el resultado, para decirlo en pocas palabras, de tener menos ingresos que gastos) es un instrumento de inversión para fomentar el crecimiento. No causa por ello una crisis económica. Ha sido precisamente el crecimiento y la necesidad de crecimiento desmesurado lo que nos ha llevado a esta situación. Es cierto que las inversiones públicas han gozado de un despilfarro formidable, en casi todas las comunidades gobernadas por diferentes partidos. Pero no es menos cierto que sin inversión pública la economía corre el riesgo de contraerse como, de hecho ya está sucediendo. Es falso que no haya dinero, lo que no hay es valor para invertirlo en el crecimiento del país en lugar de emplearlo para cubrir la deuda privada (la pública no es tan elevada en España como para suponer un problema). Nos dicen que, por ejemplo, si no pagamos los intereses de esa deuda (superiores a lo que cuesta el sistema público de empleo) no nos prestarán dinero. Falso, ya ha sucedido en España y en otros países y se ha seguido prestando. Nos dicen que si nacionalizamos empresas no vendrán a invertir. Falso, y si no que le pregunten a Repsol, que fue parcialmente nacionalizada en varios países de Latinoamérica donde sigue invirtiendo.
Lo que no hay es un plan ideológico que se imponga al económico y tome, de verdad, las riendas de la situación.
http://elhombrebizantino.wordpress.com/2012/05/14/por-qu-no-funcionan-las-medidas-de-ajuste/
NOTA:
El autor, webmaster de este foro, ha tenido más de 150.000 visitas en su página web por un artículo anterior en el que se expresaba en forma de exabrupto: http://elhombrebizantino.wordpress.com/2012/04/22/el-presidente-del-pas-de-los-horrores/ . La serenidad y profundidad analítica de este trabajo es sin duda menor y supongo que tendrá menos trascendencia cuantitativa (la mayoría es más propensa al insulto que a la reflexión) pero desde luego entiendo que no menos cualitativa.
por Aarón Reyes.
En El Sistema de Mercado, Charles Lindblom señala cómo el capitalismo (entendido de forma genérica, para más precisión acerca de las diferentes formas de capitalismo, véanse entradas anteriores) y la democracia no van necesariamente unidos. Es más, determinadas formas de capitalismo, especialmente aquél que tiene que ver con la deconstrucción del Estado y la aplicación de medidas en la base del neoliberalismo de Hayek y Friedman, solamente son posibles bajo la existencia de una situación concreta. Ésta no es otra que la basada en una política del miedo (a la ruina económica, a la guerra, a un enemigo externo o interno) bajo cuyo amparo todo recorte en derechos civiles o en prestaciones sociales y servicios públicos es posible. Sin embargo, el problema de este modelo de capitalismo (y recalco, de este modelo de capitalismo ya que existen muchos; el propio Marx distinguió en El Capital hasta 17 clases sociales y nosotros apenas hablamos de dos o tres) es que no funciona. Otros sí han demostrado funcionar, y quiero dejar claro que a continuación no voy a criticar todo el Capitalismo como modelo económico sino tan sólo el neoliberal. Tal vez algún día me aventure y analice cómo incluso el comunismo no es más que una forma de capitalismo comunitario donde la economía de prestigio se encuentra mucho más presente que la de mercado, acercándose así a un sistema parecido, por ejemplo, al de ciertas economías de la Antigüedad, con peligro de caer en oclocracia.
Las medidas de "ajuste" (popularmente llamadas recortes) del gobierno español no funcionan. Ni van a funcionar. Todo recorte, y esto es un principio fundamental, provoca una contracción de la economía. Prueba de ello es que la inercia actual es la de recesión creciente-depresión en la práctica, y siguen dándose indicios de ir a peor. No son medidas que no se hayan experimentado antes. Las promesas de Friedman y de los llamados Chicago Boys en el Chile de Pinochet, por ejemplo, se basaban en la idea de que el libre mercado absoluto corregiría los problemas de crecimiento. Para ello se privatizaron numerosas empresas, se recortó el gasto público en un 10%, se eliminaron las restricciones arancelarias, y se eliminó el control de precios. No sé si les suenan estas medidas. Dado que las medidas no funcionaron (la inflación se situó en un 375%), al año siguiente y siguiendo las recomendaciones de Friedman (padre activo de las medidas que se están aplicando por si alguien no lo conocía) se recortó aún más el gasto público en un 27% bajo la idea de que los trabajadores públicos no eran necesarios y serían absorbidos por el sector privado. Sergio de Castro, un Chicago Boy aventajado, privatizó más de quinientas empresas y despidió a cientos de miles de funcionarios hasta dejarlos en la mitad de los que había dos años antes.
Por si el ejemplo de Chile puede parecernos poco (como es una dictadura muchos dirán que no puede parecerse a nuestro país), veamos qué sucedió en otro país con dictadura y en otro convertido en democracia. En el primer caso, Argentina, el neoliberalismo situó a Martínez de la Hoz como hombre de los milagros. En unos años privatizó y vendió numerosas empresas estatales, disolvió los sindicatos de todo tipo, fomentó el despido libre y se permitieron nuevas formas de especulación financiera para cubrir las diferencias de clase mediante la deuda. Esto último es muy importante ya que responde precisamente al modelo empleado en Europa en los últimos treinta años. La deuda compensa la desigualdad creciente para permitir que el crecimiento se siga produciendo. Es la única manera de introducir riqueza sin que ésta siquiera exista. Ése ha sido el esquema de Capitalismo Simbiótico empleado por Alemania para costear su unificación. El modelo económico alemán se basa, al contrario que el español, en un mayor número de exportaciones que de importaciones. Para ello, buscó países como España o Grecia cuya situación fuera la contraria. La paradoja de este modelo es que, al ser una balanza deficitaria, los alemanes nos prestan el dinero con el cual luego compramos sus coches.
Por simplificar el asunto. Esto tiene un límite y para alargar la llegada a ese límite, se reducen, por ejemplo, los salarios un 20%. No se hace directamente, para evitar un ataque directo a todos los trabajadores, sino a través de una reforma laboral que lleva a los trabajadores a negociar directamente con el empresario, sin contar con la fuerza de ninguna organización detrás. Con una tasa de desempleo como la actual y con serios problemas de sobrecualificación, es el que te paga quien tiene la sartén por el mango. O aceptas la reducción, o puerta. Una medida como ésta fue ya adoptada en Argentina por Martínez de la Hoz en los 70 (durante la Junta Militar), con el resultado de una pérdida de un 40% del valor de los salarios, el cierre de fábricas (si un trabajador no tiene con qué comprar, no se vende y, por tanto, no se produce). En menos de dos años el país pasó de una tasa de pobreza del 9% a casi triplicar esta cifra.
La deuda fue también un recurso que se utilizó en el último ejemplo que quería utilizar para ejemplificar por qué no van a funcionar las medidas del gobierno. En Polonia, la victoria de Lech Walesa y Solidaridad en las elecciones de 1989 parecía abrir un lugar magnífico para la experimentación de estas ideas. Fundamentalmente porque Solidaridad no tenía ningún plan a seguir y porque no había ningún tipo de cultura de consumo anterior y cientos de empresas estatales. Podían aplicarse, pues, estas mismas medidas para demostrar, en su pureza, su eficacia. Para ello se recurrió a Joeffry Sachs, quien ya había actuado, entre otros países, en Bolivia con nefastas consecuencias. Su Plan contemplaba, nuevamente, recortes presupuestarios, privatizaciones y venta de todas las empresas estatales, con despidos masivos del aparato funcionarial. En su caso, además, se introdujo un elemento que se asemeja al caso griego o español: reconversión industrial de industria pesada a bienes de consumo (en lugar de aumentar la inversión en investigación y desarrollo tecnológico para hacer la economía más competitiva como sí hizo Alemania). De esta forma se creaba un tejido laboral de escasa cualificación.
El resultado de estas medidas ha sido en todos los casos (podría citar cinco o seis países más repitiendo el mismo modelo) nefasto. En Chile una familia pasó de invertir un 17% de su sueldo en bienes de primera necesidad a invertir un 74%, lo que conllevó una drástica reducción del consumo y, por tanto, un aumento del cierre de empresas, más despidos, etc. La economía se contrajo un 15%, subiendo el paro del 3% al 20%, llegando al 30% al final del ciclo económico. La deuda privada de las empresas que habían entrado en el país supuestamente para levantar la economía alcanzó los 14 mil millones de dólares, una deuda que recayó en las arcas públicas, al igual que sucedió en el caso argentino, cuando volvió la democracia. Es decir, al no funcionar las medidas, hubo que inyectar dinero del Estado en empresas privadas. En los 70 y 80 era la industria, en los 90 y el siglo XXI es la banca. Por si a alguien aún no le quedan claras las similitudes. El "milagro chileno" se basó en la fuente constante de fondos públicos que generaba Codelco, la empresa estatal de minas de cobre que proporcionaba un 85% de los ingresos por exportación. En Argentina ya hemos visto las catastróficas consecuencias que tuvo, con una deuda que tuvo que ser pagada durante la etapa democrática mediante un modelo artificial que desembocó en una nueva y terrible crisis. En Polonia, el desempleo se disparó con estas medidas llegando al 25% (en España se prevé alcanzar esa cifra para 2013, aunque la medición es irreal por la existencia de enormes bolsas de trabajadores sin contrato) situando al 40% de los jóvenes en el paro. El 59% de la población seguía viviendo por debajo del umbral de pobreza en 2003.
Gran parte de este modelo fracasado se basa además en la presunción del déficit como causa de crisis y no como consecuencia. El déficit (el resultado, para decirlo en pocas palabras, de tener menos ingresos que gastos) es un instrumento de inversión para fomentar el crecimiento. No causa por ello una crisis económica. Ha sido precisamente el crecimiento y la necesidad de crecimiento desmesurado lo que nos ha llevado a esta situación. Es cierto que las inversiones públicas han gozado de un despilfarro formidable, en casi todas las comunidades gobernadas por diferentes partidos. Pero no es menos cierto que sin inversión pública la economía corre el riesgo de contraerse como, de hecho ya está sucediendo. Es falso que no haya dinero, lo que no hay es valor para invertirlo en el crecimiento del país en lugar de emplearlo para cubrir la deuda privada (la pública no es tan elevada en España como para suponer un problema). Nos dicen que, por ejemplo, si no pagamos los intereses de esa deuda (superiores a lo que cuesta el sistema público de empleo) no nos prestarán dinero. Falso, ya ha sucedido en España y en otros países y se ha seguido prestando. Nos dicen que si nacionalizamos empresas no vendrán a invertir. Falso, y si no que le pregunten a Repsol, que fue parcialmente nacionalizada en varios países de Latinoamérica donde sigue invirtiendo.
Lo que no hay es un plan ideológico que se imponga al económico y tome, de verdad, las riendas de la situación.
http://elhombrebizantino.wordpress.com/2012/05/14/por-qu-no-funcionan-las-medidas-de-ajuste/
NOTA:
El autor, webmaster de este foro, ha tenido más de 150.000 visitas en su página web por un artículo anterior en el que se expresaba en forma de exabrupto: http://elhombrebizantino.wordpress.com/2012/04/22/el-presidente-del-pas-de-los-horrores/ . La serenidad y profundidad analítica de este trabajo es sin duda menor y supongo que tendrá menos trascendencia cuantitativa (la mayoría es más propensa al insulto que a la reflexión) pero desde luego entiendo que no menos cualitativa.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
funcion de los recortes
Nuestros conocimientos siempre son limitados pero eso no impide construir una opinión. Comparto la mía.
1-
Distingo entre sistema de producción y forma o sistema de gobierno. Los dos están vinculados pero no son lo mismo; sin embargo se tiende a confundirlos
Actualmente todos los países que tienen bancos privados son capitalistas, unos desarrolladísimos /EE.UU, Japón, Alemania) y otros en el extremo opuesto: Haití, Sierra Leona, Etiopía.
La versatilidad del capitalismo es que convive con todas las formas posibles de gobierno: Democracias avanzadas (EE.UU,), monarquías absolutistas (Arabia Saudita, muy amiga de EE. UU, España y las democracias más avanzadas. En A.S. constitucionalmente está prohibida la existencia de partidos políticos); gobiernos con partido único (China), dictaduras, monarquías constitucionalistas (España, Dinamarca), etc.
2.
El capitalismo tiene principios y valores irrenunciables. Es uno, Desde luego, el actual no está en crisis. Las formas de gobierno sí porque no están adaptadas a las características del capitalismo actual denominado cognitivo. Éste, como nunca antes ha conseguido intensificar (los ricos y los pobres son más que antes y éstos van en aumentan inusitadamente) y acelerar el proceso de acumulación del “capital actual” cuyos “atributos” son distintos a los de hace 30 años: en menos de 10 años Mark Zuckerberg (28 años de edad) será el 2º más rico del mundo (más de 40 mil millones de dólares) http://regionpuno.com/18-05-2012/mark-zuckerberg-sera-el-segundo-hombre-mas-rico-de-ee-uu/ Su mayor fortuna ya no se cuantifica por la propiedad de bienes materiales (fábricas, edificios) sino, sobre todo por la producción de intangibles que cuyo valor es “ponderado” (estimación del valor) en “bolsa” según el comportamiento de los mercados y de sus agentes.
3.
La crisis se manifiesta debido a la inadecuación, por deficiencia o insuficiencia, de las formas de gobierno al nuevo paradigma económico cuyo comportamiento finalmente empobrece a la mayoría de los gobernados (En Alemania hay menos paro que nunca pero los técnicos mileuristas se han multiplicado, los trabajadores ganan menos y trabajan más) y al mismo tiempo, a todos, sin discriminación, nos hace consumo-dependientes (productos informáticos, inmateriales, etc.)
En la crisis por otro lado, se mantienen los privilegios y salarios de gobernantes, “gestores” de capitales y de bancos. Justo en plena crisis los bancos y las grandes empresas ganaron más que nunca.
La crisis empieza a partir de la quiebra de los bancos estadounidenses dedicados a especular con los préstamos hipotecarios (burbuja inmobiliaria). Acumularon bienes materiales (a la economía actual le interesa poco) y se quedaron sin liquidez (le interesa mucho). Los endeudados (hipotecados) no pagaron a los bancos pero éstos ni cortos ni perezosos cobraron esas deudas a través de las “nacionalizaciones” e “intervenciones”. Pagamos todos. El estado y sus gobernantes (ex directivos de los bancos quebrados; Monte, de Guindos, etc.) nos están imponiendo. También para eso sirven los recortes.
La crisis está poniendo en peligro el orden económico/financiero y el orden social
Para eso está el estado; pero sus funciones represivas y ordenadoras también tienen que cambiar. Ahora, el estado nacional no resulta del todo funcional. De alguna manera es anticuado. Ha perdido la soberanía (moneda, órdenes de la UE, etc), el control de fronteras (son cada vez más permeables), la identidad nacional (sociedad multicultural, ciudadanía global, etc.)
4.
Cada crisis capitalista pasada ha tenido una salida específica. De las de antes se salía con revueltas, guerras o dictaduras. Pienso que ahora no. Saldremos con las “intervenciones”. Militarmente Libia está intervenida, Irak, Afganistán, también. Económicamente, Grecia está “intervenida” Irlanda también y el gobierno de España amenaza “intervenir” Asturias.
Los economistas, -brujos que interpretan el pasado pero que son incapaces de acertar el futuro- han ayudado a salir de la crisis a través de dos estrategias: la inversión pública en infraestructuras, etc. (Keynes) o la liberación del mercado (neoliberalismo). En el primer caso, el papel del estado es fundamental y en el segundo no; al contrario, el estado debería minimizar su “intervencionismo” dejando todo o casi todo en manos de las empresas, lo que nos llevaría a la PRIVATIZACIÓN DEL ESTADO. En efecto, los “libertarios” estadounidenses dicen que EE.UU es uno de los países más intervencionista del mundo. Es una referencia anecdótica pero que es coherente con el sistema económico actual que estimula el individualismo, el egoísmo, la negación de la sociedad (la Tacher dijo que no existía).
¿Por qué en EE.UU se está saliendo de la crisis sin renunciar al endeudamiento mientras que en Europa preponderantemente a través de los “recortes”? Porque en aquel país los servicios públicos básicos: sanidad y educación no existen mientras en Europa sí; por lo tanto, para acercarnos al modelo económico estadounidense es indispensable reajustar las funciones del estado. Éste debe garantizar la libertad para el ejercicio de los derechos individuales (cada individuo es “libre” de cuidar su salud como a bien tenga, etc.). La libertad de empresa.
Deteriorar el sistema público de salud y educación es una forma de acelerar la privatización o sea, la creación de empresas privadas encargadas de ese sector. En Madrid y en Valencia se ha privatizado la gestión de los hospitales. La reforma de Bolonia de la Universidad ha impuesto el modelo universitario de EE.UU. y ha privilegiado la relación de las Universidades con las Empresas antes que con la sociedad. Los catedráticos e investigadores universitarios, sin perder su condición pueden trabajar en una empresa privada. En los últimos decretos de Rajoy reconoce a las Empresas la posibilidad de dar titulaciones.
La comparación de los recortes aquí, con la aplicación de medidas neoliberales en crisis pasadas, sobre todo en Hispanoamérica, no es del todo adecuada. En la mayoría de países de ese continente el neoliberalismo (privatizaciones indiscriminadas) socialmente ha fracasado (Argentina, Perú) pero ha fortalecido a las empresas capitalistas y al proceso acelerado del enriquecimiento de pocos (Chile, México). El capitalismo está fortalecido. El análisis de su economía habría que hacerla tomando en cuenta la función otorgada por el sistema económico global. En este momento, China presta e invierte en ese continente más que EE.UU. Ha comenzado a proclamarse “chinos go home”.
En todos los casos, los recortes no sirven a la mayoría, a los ciudadanos. El capitalismo en cualquiera de sus fases no ha servido ni sirve para eso. No está en sus principios.
El gobierno español lo dice claramente: los recortes sirven para salvar el sistema financiero (capitalismo actual). El hombre al servicio de la economía. No al revés.
Para quienes no tenemos empresas “competitivas” ni somos gobernantes, ni “quebradores” de bancos, ni políticos, o sea para los ciudadanos el problema es encontrar respuesta, entre otras a éstas preguntas: ¿cómo salir de ésta situación? ¿Es posible un capitalismo humano? (la realidad nos dice que no), una democracia que no sea de mercado, que prescinda de la publicidad y la mercadotecnia)? ¿Un sistema democrático, transparente y proactivo? ¿Una democracia que obligue a los políticos a realizar consultas informáticas a sus gobernados/ciudadanos al menos antes de reformar la Constitución y las Leyes orgánicas? ¿Una democracia que ponga entre rejas a los políticos que han llevado al país, a la autonomía o al ayuntamiento a esta situación? ¿Una economía vinculada a garantizar los derechos humanos?
1-
Distingo entre sistema de producción y forma o sistema de gobierno. Los dos están vinculados pero no son lo mismo; sin embargo se tiende a confundirlos
Actualmente todos los países que tienen bancos privados son capitalistas, unos desarrolladísimos /EE.UU, Japón, Alemania) y otros en el extremo opuesto: Haití, Sierra Leona, Etiopía.
La versatilidad del capitalismo es que convive con todas las formas posibles de gobierno: Democracias avanzadas (EE.UU,), monarquías absolutistas (Arabia Saudita, muy amiga de EE. UU, España y las democracias más avanzadas. En A.S. constitucionalmente está prohibida la existencia de partidos políticos); gobiernos con partido único (China), dictaduras, monarquías constitucionalistas (España, Dinamarca), etc.
2.
El capitalismo tiene principios y valores irrenunciables. Es uno, Desde luego, el actual no está en crisis. Las formas de gobierno sí porque no están adaptadas a las características del capitalismo actual denominado cognitivo. Éste, como nunca antes ha conseguido intensificar (los ricos y los pobres son más que antes y éstos van en aumentan inusitadamente) y acelerar el proceso de acumulación del “capital actual” cuyos “atributos” son distintos a los de hace 30 años: en menos de 10 años Mark Zuckerberg (28 años de edad) será el 2º más rico del mundo (más de 40 mil millones de dólares) http://regionpuno.com/18-05-2012/mark-zuckerberg-sera-el-segundo-hombre-mas-rico-de-ee-uu/ Su mayor fortuna ya no se cuantifica por la propiedad de bienes materiales (fábricas, edificios) sino, sobre todo por la producción de intangibles que cuyo valor es “ponderado” (estimación del valor) en “bolsa” según el comportamiento de los mercados y de sus agentes.
3.
La crisis se manifiesta debido a la inadecuación, por deficiencia o insuficiencia, de las formas de gobierno al nuevo paradigma económico cuyo comportamiento finalmente empobrece a la mayoría de los gobernados (En Alemania hay menos paro que nunca pero los técnicos mileuristas se han multiplicado, los trabajadores ganan menos y trabajan más) y al mismo tiempo, a todos, sin discriminación, nos hace consumo-dependientes (productos informáticos, inmateriales, etc.)
En la crisis por otro lado, se mantienen los privilegios y salarios de gobernantes, “gestores” de capitales y de bancos. Justo en plena crisis los bancos y las grandes empresas ganaron más que nunca.
La crisis empieza a partir de la quiebra de los bancos estadounidenses dedicados a especular con los préstamos hipotecarios (burbuja inmobiliaria). Acumularon bienes materiales (a la economía actual le interesa poco) y se quedaron sin liquidez (le interesa mucho). Los endeudados (hipotecados) no pagaron a los bancos pero éstos ni cortos ni perezosos cobraron esas deudas a través de las “nacionalizaciones” e “intervenciones”. Pagamos todos. El estado y sus gobernantes (ex directivos de los bancos quebrados; Monte, de Guindos, etc.) nos están imponiendo. También para eso sirven los recortes.
La crisis está poniendo en peligro el orden económico/financiero y el orden social
Para eso está el estado; pero sus funciones represivas y ordenadoras también tienen que cambiar. Ahora, el estado nacional no resulta del todo funcional. De alguna manera es anticuado. Ha perdido la soberanía (moneda, órdenes de la UE, etc), el control de fronteras (son cada vez más permeables), la identidad nacional (sociedad multicultural, ciudadanía global, etc.)
4.
Cada crisis capitalista pasada ha tenido una salida específica. De las de antes se salía con revueltas, guerras o dictaduras. Pienso que ahora no. Saldremos con las “intervenciones”. Militarmente Libia está intervenida, Irak, Afganistán, también. Económicamente, Grecia está “intervenida” Irlanda también y el gobierno de España amenaza “intervenir” Asturias.
Los economistas, -brujos que interpretan el pasado pero que son incapaces de acertar el futuro- han ayudado a salir de la crisis a través de dos estrategias: la inversión pública en infraestructuras, etc. (Keynes) o la liberación del mercado (neoliberalismo). En el primer caso, el papel del estado es fundamental y en el segundo no; al contrario, el estado debería minimizar su “intervencionismo” dejando todo o casi todo en manos de las empresas, lo que nos llevaría a la PRIVATIZACIÓN DEL ESTADO. En efecto, los “libertarios” estadounidenses dicen que EE.UU es uno de los países más intervencionista del mundo. Es una referencia anecdótica pero que es coherente con el sistema económico actual que estimula el individualismo, el egoísmo, la negación de la sociedad (la Tacher dijo que no existía).
¿Por qué en EE.UU se está saliendo de la crisis sin renunciar al endeudamiento mientras que en Europa preponderantemente a través de los “recortes”? Porque en aquel país los servicios públicos básicos: sanidad y educación no existen mientras en Europa sí; por lo tanto, para acercarnos al modelo económico estadounidense es indispensable reajustar las funciones del estado. Éste debe garantizar la libertad para el ejercicio de los derechos individuales (cada individuo es “libre” de cuidar su salud como a bien tenga, etc.). La libertad de empresa.
Deteriorar el sistema público de salud y educación es una forma de acelerar la privatización o sea, la creación de empresas privadas encargadas de ese sector. En Madrid y en Valencia se ha privatizado la gestión de los hospitales. La reforma de Bolonia de la Universidad ha impuesto el modelo universitario de EE.UU. y ha privilegiado la relación de las Universidades con las Empresas antes que con la sociedad. Los catedráticos e investigadores universitarios, sin perder su condición pueden trabajar en una empresa privada. En los últimos decretos de Rajoy reconoce a las Empresas la posibilidad de dar titulaciones.
La comparación de los recortes aquí, con la aplicación de medidas neoliberales en crisis pasadas, sobre todo en Hispanoamérica, no es del todo adecuada. En la mayoría de países de ese continente el neoliberalismo (privatizaciones indiscriminadas) socialmente ha fracasado (Argentina, Perú) pero ha fortalecido a las empresas capitalistas y al proceso acelerado del enriquecimiento de pocos (Chile, México). El capitalismo está fortalecido. El análisis de su economía habría que hacerla tomando en cuenta la función otorgada por el sistema económico global. En este momento, China presta e invierte en ese continente más que EE.UU. Ha comenzado a proclamarse “chinos go home”.
En todos los casos, los recortes no sirven a la mayoría, a los ciudadanos. El capitalismo en cualquiera de sus fases no ha servido ni sirve para eso. No está en sus principios.
El gobierno español lo dice claramente: los recortes sirven para salvar el sistema financiero (capitalismo actual). El hombre al servicio de la economía. No al revés.
Para quienes no tenemos empresas “competitivas” ni somos gobernantes, ni “quebradores” de bancos, ni políticos, o sea para los ciudadanos el problema es encontrar respuesta, entre otras a éstas preguntas: ¿cómo salir de ésta situación? ¿Es posible un capitalismo humano? (la realidad nos dice que no), una democracia que no sea de mercado, que prescinda de la publicidad y la mercadotecnia)? ¿Un sistema democrático, transparente y proactivo? ¿Una democracia que obligue a los políticos a realizar consultas informáticas a sus gobernados/ciudadanos al menos antes de reformar la Constitución y las Leyes orgánicas? ¿Una democracia que ponga entre rejas a los políticos que han llevado al país, a la autonomía o al ayuntamiento a esta situación? ¿Una economía vinculada a garantizar los derechos humanos?
jorgebs- Invitado
Re: Por qué no funcionan las medidas de ajuste
Copio otra reflexión ajena relativa al tema por parecerme cualitativamente interesante:
El príncipe de los silencios se queda sin habla
Sostenía hace unos días un perspicaz experto en comunicación política que la mejor demostración de que el marxismo ha fracasado es este Gobierno. Y argumentaba, de forma irónica, que mientras Marx pensaba que las relaciones de producción siempre se imponen a la acción política -como explica el materialismo histórico-, el Ejecutivo de Mariano Rajoy ha demostrado que puede nacionalizar todos los medios de producción o subir el tipo marginal del IRPF hasta el 99% y no pasa nada. Manda la política. O lo que es lo mismo, las condiciones económicas no son tan determinantes.
La calle asiste ensimismada a profundos cambios en las relaciones económicas y sociales, pero el Gobierno, lejos de desangrarse, mantiene unos formidables niveles de respaldo popular pese al flagranteincumplimiento de su programa electoral.
La causa de esta aparente contradicción tiene necesariamente que ver con la mala situación económica, que obliga a las familias a aceptar sacrificiosimpensables hasta hace bien poco. Y el hecho de que el Gobierno insista en las políticas de ajuste revela que los ciudadanos están dispuestos a apretarse el cinturón más allá de lo razonable. Probablemente, porque la alternativa es peor, lo que abunda en la idea de que los agentes económicos suelen comportarse de forma racional. Algo que los partidos políticos suelen olvidar.
Los ciudadanos -en defensa propia- tienen una tendencia natural a aceptar los sacrificios, pero no la mentira o la ocultación. Y mucho menos cuando se construye un discurso basado en la verdad y en la presunta previsibilidad del presidente que se diluye a las primeras de cambio. Y el espectáculo que está dando España sobre su nivel real de déficit público es digno de tenerse en cuenta.
A esta hora ni el medieval caballeroPercival ni Ginebra Aguirre han dado una explicación convincente a la opinión pública sobre tamaña desviación (un 100%). Ni mucho menos Beteta, acostumbrado a explicar decisiones transcendentales a golpe de nota de prensa. Como si el Congreso fuera una cámara de segunda lectura en la que únicamente se convalidan decretos leyes. No es, desde luego, el único. Es como si el príncipe de los silencios se hubiera quedado sin habla.
Apriorismos ideológicos
Esta forma de actuar de la opinión pública demuestra de forma palmaria cómo los apriorismos ideológicos -de forma convencional: la derecha y la izquierda- se diluyen a medida que avanza la crisis. Haciendo buena la célebre frase deGoethe, quien prefería la injusticia al desorden. Y hoy los ciudadanos que votan saben mejor que nadie que sólo desde el rigor presupuestario se puede salir de la crisis. Los recortes, dicho de otra manera, pueden ser incluso socialmente injustos, pero se aceptan en aras de un buen fin.
Es evidente que la inmensa mayoría de quienes sufren los recortes no han colaborado en inflar la burbuja inmobiliaria ni han cobrado inmorales bonus en sus empresas, aunque evidentemente se hayan podido beneficiar de la expansión económica dado el carácter universal de la mayoría de las prestaciones sociales. Pero parece obvio que la ciudadanía prefiere un Gobierno con un discurso coherente que otro que se comporte de formaoportunista. Y sin duda que esto explica la falta de credibilidad de los socialistas, que cuando recortan lo hacen por ‘imperativo legal’, como Izquierda Unida, pero sin convencimiento político alguno. Como si a cualquier gestor -sea de derechas o de izquierdas- le gustara amputar su capacidad de gasto.
La estrategia de Montoro, en este sentido, parece acertada; pero yerra cuando sugiere que sólo el ajuste es la solución sin mostrar cambios profundos en los mecanismos de financiación de los entes territoriales. Y a medida que la opinión pública comience a visualizar que años de esfuerzosirven para muy poco, es probable que la actual credibilidad del Gobierno tienda a difuminarse. La ley del déficit cero es, en este sentido, razonable, pero confiar en ella para resolver los problemas de financiación de las comunidades autónomas es como pensar que por aprobar un código penal se acaba con la delincuencia.
Como sostiene un venerable economista del Banco de España, la política de recortes lleva en sus tripas el diablo del déficit. Cuanto más intenso sea el ajuste, menos crecerán los ingresos, lo cual genera una paradoja: al mismo tiempo que se reduce el desequilibrio fiscal a martillazos, la economía crece menos y el desempleo sube con fuerza. Y lo que es más inquietante: cuando dentro de varios trimestres los ciudadanos perciban que las cosas no mejoran, es muy probable que el príncipe encantado que ganó las elecciones se transforme en una rana. Y entonces emergerán los populismos y toda suerte de demagogos. Como en Grecia.
Verdades ocultas
Y Montoro oculta que España no tiene sólo un problema de gasto; sino, sobre todo, de ingresos.Ningún otro país recauda menos que España para financiar su sector público (incluido el pago de pensiones): apenas el 35% del PIB. Muy por debajo de Portugal (44,7%) e incluso de Grecia (40,9%). O lo que es todavía más elocuente. Si la Hacienda pública española recaudara la media de la eurozona -donde los tipos impositivos son sólo más elevados en el IVA y los impuestos especiales- el déficit público se habría situado el año pasado en el 1,6% del PIB, a años luz del 8,9% que ¿finalmente? se ha presentado en Bruselas. Y, por supuesto, dentro de los límites del Pacto de Estabilidad.
No es cierto -como sugiere Montoro- que la culpa de todos los males la tenga el nivel de gasto público. Nada más lejos de la realidad a la luz de Eurostat. El gasto público en España se sitúa en el 43,6% del PIB, nada menos que 5,7 puntos porcentuales por debajo de la media de la eurozona. Y eso que hay un claro ‘efecto composición’. Buena parte del gasto público, tres puntos de PIB, tiene que ver con el desempleo, no con la existencia de un nivel de prestaciones generoso en asuntos como la sanidad o la educación o la vivienda.
Esto quiere decir que la presunta inviabilidad del Estado de las autonomías o del Estado de bienestar no puede relacionarse con un exorbitante nivel de gasto público, sino más bien con la incapacidad del Estado -y en particular de las autonomías- para recaudar una vez que se pinchó el globo del ladrillo y España se quedara sin modelo productivo.
Esta realidad, que parece tan obvia, le es -como en la novela de Ciro Alegría- ancha y ajena al ministro Montoro, que en lugar de enseñar a pescar a las comunidades autónomas dándoles un nuevo modelo de financiación que les haga realmente responsables de la política de ingresos, hace lo más fácil, que es recortar, pero sin cambiar las reglas del juego.
Es verdad que la presión de de los mercados está ahí y que no hay tiempo para florituras. Pero el Gobierno comete una injusticia cuando culpa en exclusiva de los abultados déficits regionales sólo a los gobiernos locales, cuando el fondo del problema tiene mucho que ver con un modelo de financiación huérfano en cuanto a corresponsabilidad fiscal real, lo que produce una evidente asimetría entre quien ingresa (la Administración central) y quien gasta (las comunidades autónomas).
Y en este sentido, no estará de más recordar que fue Montoro, en su anterior etapa como ministro de Hacienda, quien entregó las competencias de sanidad y educación a la mayoría de las regiones del régimen común. El resultado de aquel demencial modelo de financiación se sustanció en un error fatal: aunque la crisis estalló en 2007 las comunidades autónomas no percibieron la drástica caída de los ingresos públicos hasta tres años más tarde. Al fin y al cabo, era 'madrid' quien decidía el nivel de presión fiscal. Y si esta no bastaba, sólo había que acudir a los mercados.
Y por eso, no estará de más recordar que el responsable del sistema de financiación no es otro que el ministro de Hacienda, Montoro o sus antecesores, que a veces confunden su empleo con el de guarda de la porra.
Carlos Sánchez
http://www.elconfidencial.com/opinion/mientras-tanto/2012/05/20/el-principe-de-los-silencios-se-queda-sin-habla-9227/
El príncipe de los silencios se queda sin habla
Sostenía hace unos días un perspicaz experto en comunicación política que la mejor demostración de que el marxismo ha fracasado es este Gobierno. Y argumentaba, de forma irónica, que mientras Marx pensaba que las relaciones de producción siempre se imponen a la acción política -como explica el materialismo histórico-, el Ejecutivo de Mariano Rajoy ha demostrado que puede nacionalizar todos los medios de producción o subir el tipo marginal del IRPF hasta el 99% y no pasa nada. Manda la política. O lo que es lo mismo, las condiciones económicas no son tan determinantes.
La calle asiste ensimismada a profundos cambios en las relaciones económicas y sociales, pero el Gobierno, lejos de desangrarse, mantiene unos formidables niveles de respaldo popular pese al flagranteincumplimiento de su programa electoral.
La causa de esta aparente contradicción tiene necesariamente que ver con la mala situación económica, que obliga a las familias a aceptar sacrificiosimpensables hasta hace bien poco. Y el hecho de que el Gobierno insista en las políticas de ajuste revela que los ciudadanos están dispuestos a apretarse el cinturón más allá de lo razonable. Probablemente, porque la alternativa es peor, lo que abunda en la idea de que los agentes económicos suelen comportarse de forma racional. Algo que los partidos políticos suelen olvidar.
Los ciudadanos -en defensa propia- tienen una tendencia natural a aceptar los sacrificios, pero no la mentira o la ocultación. Y mucho menos cuando se construye un discurso basado en la verdad y en la presunta previsibilidad del presidente que se diluye a las primeras de cambio. Y el espectáculo que está dando España sobre su nivel real de déficit público es digno de tenerse en cuenta.
A esta hora ni el medieval caballeroPercival ni Ginebra Aguirre han dado una explicación convincente a la opinión pública sobre tamaña desviación (un 100%). Ni mucho menos Beteta, acostumbrado a explicar decisiones transcendentales a golpe de nota de prensa. Como si el Congreso fuera una cámara de segunda lectura en la que únicamente se convalidan decretos leyes. No es, desde luego, el único. Es como si el príncipe de los silencios se hubiera quedado sin habla.
Apriorismos ideológicos
Esta forma de actuar de la opinión pública demuestra de forma palmaria cómo los apriorismos ideológicos -de forma convencional: la derecha y la izquierda- se diluyen a medida que avanza la crisis. Haciendo buena la célebre frase deGoethe, quien prefería la injusticia al desorden. Y hoy los ciudadanos que votan saben mejor que nadie que sólo desde el rigor presupuestario se puede salir de la crisis. Los recortes, dicho de otra manera, pueden ser incluso socialmente injustos, pero se aceptan en aras de un buen fin.
Es evidente que la inmensa mayoría de quienes sufren los recortes no han colaborado en inflar la burbuja inmobiliaria ni han cobrado inmorales bonus en sus empresas, aunque evidentemente se hayan podido beneficiar de la expansión económica dado el carácter universal de la mayoría de las prestaciones sociales. Pero parece obvio que la ciudadanía prefiere un Gobierno con un discurso coherente que otro que se comporte de formaoportunista. Y sin duda que esto explica la falta de credibilidad de los socialistas, que cuando recortan lo hacen por ‘imperativo legal’, como Izquierda Unida, pero sin convencimiento político alguno. Como si a cualquier gestor -sea de derechas o de izquierdas- le gustara amputar su capacidad de gasto.
La estrategia de Montoro, en este sentido, parece acertada; pero yerra cuando sugiere que sólo el ajuste es la solución sin mostrar cambios profundos en los mecanismos de financiación de los entes territoriales. Y a medida que la opinión pública comience a visualizar que años de esfuerzosirven para muy poco, es probable que la actual credibilidad del Gobierno tienda a difuminarse. La ley del déficit cero es, en este sentido, razonable, pero confiar en ella para resolver los problemas de financiación de las comunidades autónomas es como pensar que por aprobar un código penal se acaba con la delincuencia.
Como sostiene un venerable economista del Banco de España, la política de recortes lleva en sus tripas el diablo del déficit. Cuanto más intenso sea el ajuste, menos crecerán los ingresos, lo cual genera una paradoja: al mismo tiempo que se reduce el desequilibrio fiscal a martillazos, la economía crece menos y el desempleo sube con fuerza. Y lo que es más inquietante: cuando dentro de varios trimestres los ciudadanos perciban que las cosas no mejoran, es muy probable que el príncipe encantado que ganó las elecciones se transforme en una rana. Y entonces emergerán los populismos y toda suerte de demagogos. Como en Grecia.
Verdades ocultas
Y Montoro oculta que España no tiene sólo un problema de gasto; sino, sobre todo, de ingresos.Ningún otro país recauda menos que España para financiar su sector público (incluido el pago de pensiones): apenas el 35% del PIB. Muy por debajo de Portugal (44,7%) e incluso de Grecia (40,9%). O lo que es todavía más elocuente. Si la Hacienda pública española recaudara la media de la eurozona -donde los tipos impositivos son sólo más elevados en el IVA y los impuestos especiales- el déficit público se habría situado el año pasado en el 1,6% del PIB, a años luz del 8,9% que ¿finalmente? se ha presentado en Bruselas. Y, por supuesto, dentro de los límites del Pacto de Estabilidad.
No es cierto -como sugiere Montoro- que la culpa de todos los males la tenga el nivel de gasto público. Nada más lejos de la realidad a la luz de Eurostat. El gasto público en España se sitúa en el 43,6% del PIB, nada menos que 5,7 puntos porcentuales por debajo de la media de la eurozona. Y eso que hay un claro ‘efecto composición’. Buena parte del gasto público, tres puntos de PIB, tiene que ver con el desempleo, no con la existencia de un nivel de prestaciones generoso en asuntos como la sanidad o la educación o la vivienda.
Esto quiere decir que la presunta inviabilidad del Estado de las autonomías o del Estado de bienestar no puede relacionarse con un exorbitante nivel de gasto público, sino más bien con la incapacidad del Estado -y en particular de las autonomías- para recaudar una vez que se pinchó el globo del ladrillo y España se quedara sin modelo productivo.
Esta realidad, que parece tan obvia, le es -como en la novela de Ciro Alegría- ancha y ajena al ministro Montoro, que en lugar de enseñar a pescar a las comunidades autónomas dándoles un nuevo modelo de financiación que les haga realmente responsables de la política de ingresos, hace lo más fácil, que es recortar, pero sin cambiar las reglas del juego.
Es verdad que la presión de de los mercados está ahí y que no hay tiempo para florituras. Pero el Gobierno comete una injusticia cuando culpa en exclusiva de los abultados déficits regionales sólo a los gobiernos locales, cuando el fondo del problema tiene mucho que ver con un modelo de financiación huérfano en cuanto a corresponsabilidad fiscal real, lo que produce una evidente asimetría entre quien ingresa (la Administración central) y quien gasta (las comunidades autónomas).
Y en este sentido, no estará de más recordar que fue Montoro, en su anterior etapa como ministro de Hacienda, quien entregó las competencias de sanidad y educación a la mayoría de las regiones del régimen común. El resultado de aquel demencial modelo de financiación se sustanció en un error fatal: aunque la crisis estalló en 2007 las comunidades autónomas no percibieron la drástica caída de los ingresos públicos hasta tres años más tarde. Al fin y al cabo, era 'madrid' quien decidía el nivel de presión fiscal. Y si esta no bastaba, sólo había que acudir a los mercados.
Y por eso, no estará de más recordar que el responsable del sistema de financiación no es otro que el ministro de Hacienda, Montoro o sus antecesores, que a veces confunden su empleo con el de guarda de la porra.
Carlos Sánchez
http://www.elconfidencial.com/opinion/mientras-tanto/2012/05/20/el-principe-de-los-silencios-se-queda-sin-habla-9227/
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Por qué no funcionan las medidas de ajuste
Lo que decía Marx es que la economía impone la política o dicho al revés, que la política depende de la economía, pero no solamente de las relaciones de producción que son un factor del sistema de producción
2
Las relaciones económicas y sociales actuales en España cambian pero dentro de un mismo sistema, el capitalismo, ahora desde luego cognitivo. De similar forma qcambiaron cuando se comenzó a producir en serie (fordismo)
3
Si Goethe prefería la injusticia al desorden es prueba de que ni los genios aciertan siempre.
4
mantener el orden financiero que las reformas y medidas de Rajoy imponen propician el des-orden social y ya se sabe: el desorden social, solamente se detiene con represión. Que para eso está el estado, no solamente el gobierno.
2
Las relaciones económicas y sociales actuales en España cambian pero dentro de un mismo sistema, el capitalismo, ahora desde luego cognitivo. De similar forma qcambiaron cuando se comenzó a producir en serie (fordismo)
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Si Goethe prefería la injusticia al desorden es prueba de que ni los genios aciertan siempre.
4
mantener el orden financiero que las reformas y medidas de Rajoy imponen propician el des-orden social y ya se sabe: el desorden social, solamente se detiene con represión. Que para eso está el estado, no solamente el gobierno.
jorgebs- Invitado
Re: Por qué no funcionan las medidas de ajuste
Creo de nuevo interesante recoger una opinión ajena, en este caso de Jesús Cacho, para comprender por qué España ha fracasado al intentar engañar a los mercados con medidas de ajuste sobre el tejido productivo mientras mantiene intacto el desbarajuste y despilfarro de la clase política manteniendo instituciones (sobre todo las 17 cortes autonómicas en que se divide el país, enfrentadas entre sí y al poder central en muchos casos) que nos han llevado a la ruina:
Dicen que el tiburón solo enseña la aleta cuando, a toda velocidad, va derecho hacia su objetivo, seguro de clavar sus dientes de sierra en la indefensa presa. Mariano Rajoy le ha visto ya la aleta al escualo que se dispone a devorar el futuro de España. Lo decía la cara descompuesta de Sáenz de Santamaría el viernes cuando, en rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, contemplaba perpleja cómo los periodistas, a modo de introducción a sus preguntas, le iban relatando la escalada de la prima de riesgo por encima de la cota de los 600 pb. “Señora vicepresidenta, ahora que la prima está ya en 606, querría preguntarle…” Y la señora vicepresidenta dudaba y se trabucaba a la hora de responder, porque su cabeza estaba en otro mundo, tal vez en el paraíso perdido de una derecha que parecía llamada a sacar a España del atolladero en el que se encuentra y que ha fracasado en esta su cita con la Historia, apenas siete meses después de haber llegado al poder.
El fiasco de la derecha española otorga a la crisis política una dimensión particularmente preocupante. Los dos grandes partidos, los pilares del sistema salido de la Transición, PSOE y PP, se han mostrado incapaces de insuflar nueva vida al mismo y, más que salvadores, parecen llamados a oficiar de enterradores. Tras la demoledora experiencia de los casi ocho años de presidencia de Zapatero, un tipo que, en su extrema liviandad, no solo se mostró incapaz de embridar una burbuja que ya venía lanzada desde 2002, sino que echó leña al fuego de la crisis tirando de gasto público y engordando la deuda, la llegada del PP al poder fue imaginada por millones de ciudadanos, incluso por muchos que no le votaron, como la última oportunidad de darle la vuelta a la tortilla económica y, una vez puesto rumbo al crecimiento, pilotar la regeneración política y social que España necesita. El fracaso de la opción derechista parece rotundo.
Nadie ha respondido todavía al interrogante de en qué ocupó Rajoy y su equipo los casi dos años –al menos desde el 10 de mayo de 2010- en que estuvo claro que, con mayoría o sin ella, el PP iba a tener que pechar con el Gobierno de la nación. Todo parece haber sorprendido a estas nobles gentes. Ni hoja de ruta, ni plan concreto, ni proyecto armado con los consiguientes Decretos-ley listos para publicar. Apenas esa idea vaga y evanescente del “sé lo que hay que hacer, y lo vamos a hacer”, escuálido equipaje para abordar la crisis más importante vivida por España desde el final de la Guerra Civil. La tarea de gobernar les sorprendió sin el homework hecho y, lo que es peor, dispuestos a hacer justo lo contrario de lo que pregonaba su programa electoral.
El alma mater del mismo, Cristóbal Montoro, lo había edificado sobre la piedra angular de la “curva de Laffer”, según la cual es un error subir impuestos cuando un Gobierno pretende aumentar los ingresos, porque, a cuenta del castigo a la actividad que ello conlleva, se logra el efecto contrario. Pues bien, la primera medida relevante del nuevo Gobierno fue una espectacular subida del IRPF. Después ha venido la subida del IVA y muchas otras decisiones más, casi todas forzadas por la presión de los mercados, tardías y sin criterio. Dice el prontuario del economista ortodoxo que para que un ajuste fiscal funcione es obligado que bascule en un 70% sobre los gastos, dejando a los ingresos el 30% restante. Justo lo contrario de lo que ha sucedido aquí. De haberse mantenido fiel a sus principios, el Gobierno Rajoy tendría que haber subido –en todo caso- impuestos indirectos, y acometido un radical ajuste del gasto vía reforma del nuestras Administraciones Públicas, para reducir el tamaño y consiguiente coste de mantenimiento del Estado, un tema tabú para nuestra clase política.
El abandono de los principios ha sido una constante de la derecha política española antes y después del cambio de régimen operado en 1975. El estatismo, el desprecio a los principios y la falta de confianza en el protagonismo de la sociedad civil ha ido en la derecha española del brazo del abandono de la cultura, un terreno virgen que ya en la última parte del franquismo se dejó en manos de una izquierda imbuida de un fuerte componente gramsciano. Carente de un modelo que proponer a la muerte de Franco, la Transición fue posible porque esa derecha, junto a amplios sectores de la Iglesia, depuso sus banderas y efectuó concesiones esenciales en aras al pacto de convivencia pacífica y estable que significó el cambio de régimen.
Del famoso harakiri franquista surgió un sistema cuya parte del león se repartieron la derecha conservadora (travestida de pronto de partido centrista, la UCD), el partido socialista y los nacionalismos de derechas catalán y vasco a los que había que integrar en el invento para asegurar, se pensó, la estabilidad de un pastel en cuya cúspide se colocó de nuevo a la familia Borbón como clave del arco de la Constitución del 78. Los políticos conservadores, sin embargo, nunca osaron reivindicar a la derecha como verdadera artífice de la reforma política. Antes al contrario, han sido presa del complejo de culpa derivado de haber colaborado con el régimen que ellos dinamitaron desde dentro para traer la democracia, un complejo que explica también el hecho de que hayan dejado la iniciativa cultural y social en manos de la izquierda.
Un sistema ahogado por una corrupción galopante
Los “padres de la patria” pretendieron aliviar el estatismo heredado de Franco con la descentralización del Estado en un sistema autonómico que ha terminado convertido en un monstruo devorador de recursos, solo financiable en la fase expansiva del ciclo. Ello unido a la politización de la Justicia, el excesivo peso de los sindicatos, la ausencia real de separación de poderes y un sistema electoral de listas cerradas y bloqueadas, entre otras cosas, ha terminado por ahogar en una corrupción galopante –cuyo origen empezó en la propia jefatura del Estado, con la corrupción real-, un sistema que ya a principios de los noventa reclamaba a gritos una vuelta de tuerca democratizadora. En el fondo, la experiencia española ha vuelto a demostrar la extrema dificultad que supone intentar construir una democracia sin demócratas y sin liberales, sin ciudadanos habituados al dialogo civilizado y al respeto a quien piensa diferente.
La década larga de crecimiento que se inició en 1996, con abundante dinerito en la calle, sirvió para enmascarar y posponer una solución democrática a los males que ya entonces exhibía el sistema y que ahora la crisis, como esas mareas que, al retirarse, dejan flotando sobre la ría las inmundicias arrastradas por la crecida, ha puesto dramáticamente en evidencia. La perversión del régimen salido de la Transición ha radicado, con todo, en el desmesurado poder alcanzado por los partidos políticos mayoritarios que, a imagen y semejanza del viejo turno Cánovas-Sagasta, se reparten el uso y disfrute del aparato del Estado al margen de los intereses del país a largo plazo. Los males del sistema, en efecto, tienen su origen en la falsificación de la representación política llevada a cabo por unos partidos poco o nada democráticos, convertidos en rígidas estructuras de poder donde medra una jerarquía reacia a cualquier viento de cambio.
Es un sistema de representación podrido, que reserva al ciudadano la gracia de poder depositar la papeleta de voto en una urna cada cuatro años. Reinan las cúpulas y su legión de resignados servants quienes, caso de los diputados, ni siquiera pueden emitir opinión contraria al pensamiento oficial, todos pendientes del último gesto de quien detenta la facultad de poner y quitar nombres de las listas electorales. Esa cúpula suele cooptar no a los más inteligentes y laboriosos, sino a los más fieles y sumisos. A gente que nunca ha gestionado una cuenta de resultados. El divorcio con la sociedad es total. Ello ha venido unido a un progresivo deterioro de la capacidad intelectual y las dotes de liderazgo de los jefes de ambos partidos, elegidos a dedo –el dedo torcido de Franquito Aznar-, o mediante una conspiración jacobina urdida en las zahúrdas de un Congreso, proceso que alcanzó su cenit con Zapatero, una auténtica desgracia para todos como responsable no ya de la crisis económica, sino de la más grave y desintegradora deriva de España como Estado nación.
Para quienes hemos ansiado siempre poder votar a una derecha democrática de corte liberal, la deriva del PP hacia ese modelo de partido estatista y conservador, ajeno a la cultura, siempre dispuesto a empeñar los principios en el altar de las circunstancias cambiantes, no puede sino llenarnos de amargura. Mariano Rajoy es el clásico conservador español -tipo honrado a carta cabal, ajeno a las pompas y vanidades del capitalismo castizo madrileño-, cuyo objetivo fundamental radica en mantener el status quo político a cualquier precio. Un alto funcionario, un servidor del Estado sin ideología y sin discurso, fácil presa del ala socialdemócrata –en realidad, socialcristiana y opusdeista- que hoy controla partido y Gobierno, y en la que militan Arenas, Montoro, Báñez, Gallardón, Villalobos, Feijó, Lasalle, la propia vicepresidenta Soyara y gente tan cercana al presidente como Arriola, entre otros muchos. Ha sido y es otro de los elementos definitorios de la derecha política hispana: su incapacidad para romper con el consenso socialdemócrata que rige en Europa desde el final de la II Guerra Mundial.
Tras otro auténtico viernes de dolores, con la Bolsa cediendo casi un 6%, la prima de riesgo escalando hasta los 612 puntos y el bono a 10 años por encima del 7%, la suerte de España parece echada, salvo que Alemania, que es quien manda en el BCE, decida a última hora echarnos un cable, cosa que a estas alturas parece muy improbable. La intervención es cuestión de tiempo, poco, y con ello la certificación del fracaso de la derecha española a la hora de dar una salida política al país. Con Rajoy ha fallado ese supuesto según el cual la derecha es el taller de reparaciones al que acude el Estado cada vez que el socialismo pasa por el poder. Para, en este momento crítico, romper la columna vertebral de un sistema corrompido desde la raíz, esta derecha de políticos mediocres, altos funcionarios y malos gestores, hubiera necesitado un Churchill en toda su plenitud. En su lugar, se ha topado con un Chamberlain.
La crisis terminal de la propia Corona
Declaración de impotencia absoluta. Es probable que, de haber hecho bien su trabajo, sin torpes cálculos electoralistas –¡Ay, Andalucía!- y sin traición a los principios, el Gobierno Rajoy se hubiera igualmente visto sometido a la humillación de la intervención por parte de la troica (CE, BCE y FMI), porque cualquier plan de saneamiento de las cuentas públicas españolas pasaba por la condición sine qua non de poder financiar ese ajuste a un coste razonable en los mercados de capitales, pero la forma en que parece a punto de entregar la cuchara no puede ser más deshonrosa. Sin barcos y sin honra. Y ello con mayoría absoluta y con la mayor cuota de poder territorial que jamás haya tenido partido alguno en nuestra dizque democracia.
El estropicio es fenomenal. Todo está en crisis, desde la Economía a la última de las instituciones, pasando por toda suerte de valores morales y éticos. Para ejemplarizar mejor que nada la crisis del Sistema, la no menos terminal de la propia Corona, con un rey Juan Carlos muy debilitado tras innumerables escándalos financieros y de faldas, y ello en un momento en que su función de árbitro hubiera sido más necesaria que nunca –naturalmente en el caso haber mantenido su prestigio intacto-. Sus gestos recientes tratando de recuperar imagen más que sorprender mueven a la piedad, en tanto en cuanto implican expresa renuncia a la Maiestas inherente a su condición de persona inviolable, para tratar de igualarse con el común de los mortales. Así resulta que el Rey “curra” como todo hijo de vecino y, además, se rebaja el sueldo un 7%, como cualquier humilde funcionario. Señor mío: es usted un hombre muy rico, ergo renuncie al estipendio que le otorga el pueblo, vía Presupuestos Generales del Eestado, durante el tiempo que sea menester y compórtese.
Acompañando el desmoronamiento de la Corona, unos partidos nacionalistas decididos a ahondar en el proceso de secesión al grito de “España nos lleva al desastre”. Con un PSOE abrasado, el fracaso de la derecha nos aboca a un cambio de Régimen, vía fallo renal agudo, con apertura de un proceso constituyente del que debería salir un país más justo, más vivible, más sanamente democrático, con un sistema democrático equiparable al de los países más ricos de nuestro entorno. Ahora mismo, sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta qué rumbo tomarán los acontecimientos. Es más que probable que Mariano Rajoy intente tomar aire con un cambio de Gobierno más o menos inminente, operación de libro, de la que ya se está hablando, que difícilmente conseguirá evitar la implosión desde dentro del propio Partido Popular a corto/medio plazo. Es el momento de los aventureros. Incluso dentro de las filas de la propia derecha.
http://vozpopuli.com/economia/12093-rajoy-y-el-fracaso-de-la-derecha-politica-para-dar-una-salida-a-la-crisis-de-espana
Dicen que el tiburón solo enseña la aleta cuando, a toda velocidad, va derecho hacia su objetivo, seguro de clavar sus dientes de sierra en la indefensa presa. Mariano Rajoy le ha visto ya la aleta al escualo que se dispone a devorar el futuro de España. Lo decía la cara descompuesta de Sáenz de Santamaría el viernes cuando, en rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, contemplaba perpleja cómo los periodistas, a modo de introducción a sus preguntas, le iban relatando la escalada de la prima de riesgo por encima de la cota de los 600 pb. “Señora vicepresidenta, ahora que la prima está ya en 606, querría preguntarle…” Y la señora vicepresidenta dudaba y se trabucaba a la hora de responder, porque su cabeza estaba en otro mundo, tal vez en el paraíso perdido de una derecha que parecía llamada a sacar a España del atolladero en el que se encuentra y que ha fracasado en esta su cita con la Historia, apenas siete meses después de haber llegado al poder.
El fiasco de la derecha española otorga a la crisis política una dimensión particularmente preocupante. Los dos grandes partidos, los pilares del sistema salido de la Transición, PSOE y PP, se han mostrado incapaces de insuflar nueva vida al mismo y, más que salvadores, parecen llamados a oficiar de enterradores. Tras la demoledora experiencia de los casi ocho años de presidencia de Zapatero, un tipo que, en su extrema liviandad, no solo se mostró incapaz de embridar una burbuja que ya venía lanzada desde 2002, sino que echó leña al fuego de la crisis tirando de gasto público y engordando la deuda, la llegada del PP al poder fue imaginada por millones de ciudadanos, incluso por muchos que no le votaron, como la última oportunidad de darle la vuelta a la tortilla económica y, una vez puesto rumbo al crecimiento, pilotar la regeneración política y social que España necesita. El fracaso de la opción derechista parece rotundo.
Nadie ha respondido todavía al interrogante de en qué ocupó Rajoy y su equipo los casi dos años –al menos desde el 10 de mayo de 2010- en que estuvo claro que, con mayoría o sin ella, el PP iba a tener que pechar con el Gobierno de la nación. Todo parece haber sorprendido a estas nobles gentes. Ni hoja de ruta, ni plan concreto, ni proyecto armado con los consiguientes Decretos-ley listos para publicar. Apenas esa idea vaga y evanescente del “sé lo que hay que hacer, y lo vamos a hacer”, escuálido equipaje para abordar la crisis más importante vivida por España desde el final de la Guerra Civil. La tarea de gobernar les sorprendió sin el homework hecho y, lo que es peor, dispuestos a hacer justo lo contrario de lo que pregonaba su programa electoral.
El alma mater del mismo, Cristóbal Montoro, lo había edificado sobre la piedra angular de la “curva de Laffer”, según la cual es un error subir impuestos cuando un Gobierno pretende aumentar los ingresos, porque, a cuenta del castigo a la actividad que ello conlleva, se logra el efecto contrario. Pues bien, la primera medida relevante del nuevo Gobierno fue una espectacular subida del IRPF. Después ha venido la subida del IVA y muchas otras decisiones más, casi todas forzadas por la presión de los mercados, tardías y sin criterio. Dice el prontuario del economista ortodoxo que para que un ajuste fiscal funcione es obligado que bascule en un 70% sobre los gastos, dejando a los ingresos el 30% restante. Justo lo contrario de lo que ha sucedido aquí. De haberse mantenido fiel a sus principios, el Gobierno Rajoy tendría que haber subido –en todo caso- impuestos indirectos, y acometido un radical ajuste del gasto vía reforma del nuestras Administraciones Públicas, para reducir el tamaño y consiguiente coste de mantenimiento del Estado, un tema tabú para nuestra clase política.
El abandono de los principios ha sido una constante de la derecha política española antes y después del cambio de régimen operado en 1975. El estatismo, el desprecio a los principios y la falta de confianza en el protagonismo de la sociedad civil ha ido en la derecha española del brazo del abandono de la cultura, un terreno virgen que ya en la última parte del franquismo se dejó en manos de una izquierda imbuida de un fuerte componente gramsciano. Carente de un modelo que proponer a la muerte de Franco, la Transición fue posible porque esa derecha, junto a amplios sectores de la Iglesia, depuso sus banderas y efectuó concesiones esenciales en aras al pacto de convivencia pacífica y estable que significó el cambio de régimen.
Del famoso harakiri franquista surgió un sistema cuya parte del león se repartieron la derecha conservadora (travestida de pronto de partido centrista, la UCD), el partido socialista y los nacionalismos de derechas catalán y vasco a los que había que integrar en el invento para asegurar, se pensó, la estabilidad de un pastel en cuya cúspide se colocó de nuevo a la familia Borbón como clave del arco de la Constitución del 78. Los políticos conservadores, sin embargo, nunca osaron reivindicar a la derecha como verdadera artífice de la reforma política. Antes al contrario, han sido presa del complejo de culpa derivado de haber colaborado con el régimen que ellos dinamitaron desde dentro para traer la democracia, un complejo que explica también el hecho de que hayan dejado la iniciativa cultural y social en manos de la izquierda.
Un sistema ahogado por una corrupción galopante
Los “padres de la patria” pretendieron aliviar el estatismo heredado de Franco con la descentralización del Estado en un sistema autonómico que ha terminado convertido en un monstruo devorador de recursos, solo financiable en la fase expansiva del ciclo. Ello unido a la politización de la Justicia, el excesivo peso de los sindicatos, la ausencia real de separación de poderes y un sistema electoral de listas cerradas y bloqueadas, entre otras cosas, ha terminado por ahogar en una corrupción galopante –cuyo origen empezó en la propia jefatura del Estado, con la corrupción real-, un sistema que ya a principios de los noventa reclamaba a gritos una vuelta de tuerca democratizadora. En el fondo, la experiencia española ha vuelto a demostrar la extrema dificultad que supone intentar construir una democracia sin demócratas y sin liberales, sin ciudadanos habituados al dialogo civilizado y al respeto a quien piensa diferente.
La década larga de crecimiento que se inició en 1996, con abundante dinerito en la calle, sirvió para enmascarar y posponer una solución democrática a los males que ya entonces exhibía el sistema y que ahora la crisis, como esas mareas que, al retirarse, dejan flotando sobre la ría las inmundicias arrastradas por la crecida, ha puesto dramáticamente en evidencia. La perversión del régimen salido de la Transición ha radicado, con todo, en el desmesurado poder alcanzado por los partidos políticos mayoritarios que, a imagen y semejanza del viejo turno Cánovas-Sagasta, se reparten el uso y disfrute del aparato del Estado al margen de los intereses del país a largo plazo. Los males del sistema, en efecto, tienen su origen en la falsificación de la representación política llevada a cabo por unos partidos poco o nada democráticos, convertidos en rígidas estructuras de poder donde medra una jerarquía reacia a cualquier viento de cambio.
Es un sistema de representación podrido, que reserva al ciudadano la gracia de poder depositar la papeleta de voto en una urna cada cuatro años. Reinan las cúpulas y su legión de resignados servants quienes, caso de los diputados, ni siquiera pueden emitir opinión contraria al pensamiento oficial, todos pendientes del último gesto de quien detenta la facultad de poner y quitar nombres de las listas electorales. Esa cúpula suele cooptar no a los más inteligentes y laboriosos, sino a los más fieles y sumisos. A gente que nunca ha gestionado una cuenta de resultados. El divorcio con la sociedad es total. Ello ha venido unido a un progresivo deterioro de la capacidad intelectual y las dotes de liderazgo de los jefes de ambos partidos, elegidos a dedo –el dedo torcido de Franquito Aznar-, o mediante una conspiración jacobina urdida en las zahúrdas de un Congreso, proceso que alcanzó su cenit con Zapatero, una auténtica desgracia para todos como responsable no ya de la crisis económica, sino de la más grave y desintegradora deriva de España como Estado nación.
Para quienes hemos ansiado siempre poder votar a una derecha democrática de corte liberal, la deriva del PP hacia ese modelo de partido estatista y conservador, ajeno a la cultura, siempre dispuesto a empeñar los principios en el altar de las circunstancias cambiantes, no puede sino llenarnos de amargura. Mariano Rajoy es el clásico conservador español -tipo honrado a carta cabal, ajeno a las pompas y vanidades del capitalismo castizo madrileño-, cuyo objetivo fundamental radica en mantener el status quo político a cualquier precio. Un alto funcionario, un servidor del Estado sin ideología y sin discurso, fácil presa del ala socialdemócrata –en realidad, socialcristiana y opusdeista- que hoy controla partido y Gobierno, y en la que militan Arenas, Montoro, Báñez, Gallardón, Villalobos, Feijó, Lasalle, la propia vicepresidenta Soyara y gente tan cercana al presidente como Arriola, entre otros muchos. Ha sido y es otro de los elementos definitorios de la derecha política hispana: su incapacidad para romper con el consenso socialdemócrata que rige en Europa desde el final de la II Guerra Mundial.
Tras otro auténtico viernes de dolores, con la Bolsa cediendo casi un 6%, la prima de riesgo escalando hasta los 612 puntos y el bono a 10 años por encima del 7%, la suerte de España parece echada, salvo que Alemania, que es quien manda en el BCE, decida a última hora echarnos un cable, cosa que a estas alturas parece muy improbable. La intervención es cuestión de tiempo, poco, y con ello la certificación del fracaso de la derecha española a la hora de dar una salida política al país. Con Rajoy ha fallado ese supuesto según el cual la derecha es el taller de reparaciones al que acude el Estado cada vez que el socialismo pasa por el poder. Para, en este momento crítico, romper la columna vertebral de un sistema corrompido desde la raíz, esta derecha de políticos mediocres, altos funcionarios y malos gestores, hubiera necesitado un Churchill en toda su plenitud. En su lugar, se ha topado con un Chamberlain.
La crisis terminal de la propia Corona
Declaración de impotencia absoluta. Es probable que, de haber hecho bien su trabajo, sin torpes cálculos electoralistas –¡Ay, Andalucía!- y sin traición a los principios, el Gobierno Rajoy se hubiera igualmente visto sometido a la humillación de la intervención por parte de la troica (CE, BCE y FMI), porque cualquier plan de saneamiento de las cuentas públicas españolas pasaba por la condición sine qua non de poder financiar ese ajuste a un coste razonable en los mercados de capitales, pero la forma en que parece a punto de entregar la cuchara no puede ser más deshonrosa. Sin barcos y sin honra. Y ello con mayoría absoluta y con la mayor cuota de poder territorial que jamás haya tenido partido alguno en nuestra dizque democracia.
El estropicio es fenomenal. Todo está en crisis, desde la Economía a la última de las instituciones, pasando por toda suerte de valores morales y éticos. Para ejemplarizar mejor que nada la crisis del Sistema, la no menos terminal de la propia Corona, con un rey Juan Carlos muy debilitado tras innumerables escándalos financieros y de faldas, y ello en un momento en que su función de árbitro hubiera sido más necesaria que nunca –naturalmente en el caso haber mantenido su prestigio intacto-. Sus gestos recientes tratando de recuperar imagen más que sorprender mueven a la piedad, en tanto en cuanto implican expresa renuncia a la Maiestas inherente a su condición de persona inviolable, para tratar de igualarse con el común de los mortales. Así resulta que el Rey “curra” como todo hijo de vecino y, además, se rebaja el sueldo un 7%, como cualquier humilde funcionario. Señor mío: es usted un hombre muy rico, ergo renuncie al estipendio que le otorga el pueblo, vía Presupuestos Generales del Eestado, durante el tiempo que sea menester y compórtese.
Acompañando el desmoronamiento de la Corona, unos partidos nacionalistas decididos a ahondar en el proceso de secesión al grito de “España nos lleva al desastre”. Con un PSOE abrasado, el fracaso de la derecha nos aboca a un cambio de Régimen, vía fallo renal agudo, con apertura de un proceso constituyente del que debería salir un país más justo, más vivible, más sanamente democrático, con un sistema democrático equiparable al de los países más ricos de nuestro entorno. Ahora mismo, sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta qué rumbo tomarán los acontecimientos. Es más que probable que Mariano Rajoy intente tomar aire con un cambio de Gobierno más o menos inminente, operación de libro, de la que ya se está hablando, que difícilmente conseguirá evitar la implosión desde dentro del propio Partido Popular a corto/medio plazo. Es el momento de los aventureros. Incluso dentro de las filas de la propia derecha.
http://vozpopuli.com/economia/12093-rajoy-y-el-fracaso-de-la-derecha-politica-para-dar-una-salida-a-la-crisis-de-espana
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