Nietzsche y la voluntad de mandar
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Nietzsche y la voluntad de mandar
Nietzsche y la voluntad de los mercados
«¡Por qué la humanidad habrá tomado tan en serio las afecciones cerebrales de sutiles enfermos! ¡Bien caro lo pagó!» (Friedrich Nietzsche, Cómo se filosofa a martillazos).
Andaba el otro día tomándome un café en el bar y justo a mi lado, mientras le hincaba el diente a un cruasán, un tipo leía un artículo en el periódico sobre las oscuras maniobras financieras llevadas a cabo por algunos tahúres del póker bursátil; tipos de esos que no dudan en hundir países y condenar a varias generaciones a la miseria si con ello logran aumentar sus beneficios. En esas estábamos, cada uno a lo nuestro, cuando de repente el fulano cayó presa de una súbita cólera y con el cola-cao saliéndosele por las narices exclamó: “¡Esta gente no tiene moral!”. Dado el estado de excitación en que se encontraba, no era el mejor momento para entrar en debates, así que le tendí una servilleta y cerré el pico. No obstante, si la cosa hubiese estado más calmada, no habría dudado en decirle que la moral es como la cicatriz del ombligo: todo el mundo tiene una, es solo cuestión de fijarse.
Lo que nuestro buen amigo del cola-cao quería decir es que el comportamiento de estos tipos no tenía cabida dentro de su concepción de la moral. Ahora bien, decir de alguien que no tiene moral, porque su moral no coincide con la tuya, es como negarle a alguien la facultad de pensar porque no piensa como tú. Hay que ir más allá. Hay que preguntarse: ¿Qué idea de moral subyace en las acciones de estos tipos?; ¿en qué premisas filosóficas se asienta su idea de moral?; ¿en las ideas sobre la acumulación de riqueza de Adam Smith?; ¿en las ideas sobre la libertad de mercado de Milton Friedman?... Frio, frio. ¿Les suena del algo el nombre de Friedrich Nietzsche?
Sobre la figura de Nietzsche recaen dos dudosos honores: haber elevado el mostacho a la categoría de arte plástica y haber elevado lo que vulgarmente se conocía como un canalla sin escrúpulos a la categoría de superhombre. La tarea no fue nada fácil: había que desmontar primero los pilares sobre los que se sustentaba el edificio de la metafísica occidental, tarea a la que nuestro hombre se aplicó con denuedo, pertrechado con el martillo del escepticismo y con el azufre de su acerba crítica. Así, sus escritos están preñados de diatribas mordaces, de retazos de ideas, de abismales sugestiones, de intuiciones simbólicas, de enigmáticas máximas… en definitiva, de mórbidos vapores que subyugan la mente del lector y que en ella se entrelazan. Semejante uso promiscuo y ambiguo de la palabra, “un sacramento de muy delicada administración”, en palabras de Ortega, provocó el mayor vertido de conceptos tóxicos al caudal de la filosofía occidental conocido hasta la fecha. Algo parecido a lo de aquella alma cándida metida a socorrista que mezcló ácido clorhídrico con sulfato de no sé qué y la lió parda.
¿Por qué ese odio inveterado de Nietzsche a la metafísica? Fundamentalmente, porque en ella se sustentaba la moral de su tiempo, una moral que él consideraba decadente, propia de esclavos. Esta moral hundía sus raíces en conceptos tales como Dios, el Bien, la Verdad, etc., que a juicio de Nietzsche eran, en realidad, conceptos hueros. Se trataba de una simple coartada utilizada por los débiles para inculcar a los fuertes valores destinados a esterilizar sus energías y sus instintos; valores tales como la compasión, la humildad o el amor al prójimo. De ahí su empeño por derribar esos antiguos ídolos, para poder llevar así a cabo una transmutación de los valores y conseguir que aflorase una moral de señores, de hombres fuertes. De este modo, Nietzsche recurrió a una maniobra artera semejante a la del cuco: una vez que hubo vaciado el nido de la filosofía de los conceptos preexistentes, ayudado por sus indudables dotes de polemista y su brío narrativo, los sustituyó por otros, entre los que se acabará erigiendo como dueño de la pollada el concepto de la voluntad de dominación, comúnmente conocida como la voluntad de poder: “¡Este mundo es la voluntad de poder, y nada más! ¡Y también vosotros mismos sois esa voluntad de poder, y nada más!” (La voluntad de poder, 1067).
Para Nietzsche la voluntad no es el resultado de la interacción entre el intelecto y el deseo, sino que “la vida misma es voluntad de poder” (Más allá del Bien y del mal, 13). Lo que caracteriza a los seres vivos, incluidos el ser humano y el tahúr financiero, es su deseo de imponerse a los demás y cualquier acción busca esto y sólo esto. No hay por tanto buena o mala voluntad. La única voluntad existente es la voluntad de dominar, el deseo instintivo del individuo de imponer la propia supremacía. Esta supremacía es la “gran pasión, fondo y poder de su ser, aún más esclarecida y despótica que el mismo individuo, que acapara todo su intelecto, ahuyenta los escrúpulos y le infunde valor para apelar incluso a medios impíos” (El Anticristo, 54).
Por tanto el afán de dominar es, según Nietzsche, lo que caracteriza al ser humano, su esencia. El que no ejerce el dominio no es porque rehúse hacerlo, sino porque no puede. Como afirma Zaratustra: “En verdad me he reído mucho del débil, que se cree bueno porque tiene las garras tullidas” (Así habló Zaratustra, De los sublimes). El fuerte, el aristócrata, el nuevo hombre virtuoso, se distingue porque ha cambiado los bajos instintos que oprimen la voluntad (la compasión, la humildad, las convicciones, etc.), y deja que se manifieste en él el supremo instinto, la voluntad suprema: la voluntad de dominar a los demás, la voluntad de imponer las propias ideas, de elevarlas a la categoría estética de arte y jurídica de norma. Ésta es su moral. No hay un bien o un mal más allá.
Ahora bien, entonces, ¿qué es lo bueno? “Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo” -contestará Nietzsche- ¿Y lo malo? “Todo lo que proviene de la debilidad”. ¿Y qué hacemos con los que se queden por el camino? La respuesta de Nietzsche es tajante y esclarecedora: “Los débiles y malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se le debe ayudar a perecer” (El Anticristo, 2). ¿Les suena?
Nuestros psicópatas de las fianzas han hecho suya esa moral: en el mundo no hay buenos o malos, hay gente que domina y gente que es dominada; tampoco hay actos buenos o actos malos en sí mismos, sino que serán buenos los que vayan encaminados a la conquista del poder y malos los que provoquen su pérdida. ¿Cómo se manifiesta ese poder? Básicamente mediante el dinero, que es su representación simbólica. Como afirma Nietzsche: “Han cambiado los medios de que se vale el deseo de poder, pero sigue hirviendo el mismo volcán […] lo que antes se hacía por la voluntad de Dios, hoy se hace por la voluntad del dinero, es decir, por lo que hoy produce el sentimiento de poder más elevado y la mayor tranquilidad de conciencia” (Aurora, 204).
¿Qué creen que hubiera pasado si le cuento al señor de barra todas estas cosas? Que nuestros hombres no sólo tienen moral, sino que además esa moral es una moral aristocrática; que el dinero es su Dios y que tenerle cerca les permite dormir con la conciencia tranquila. Creo que me hubiese estampado el cruasán en la cara. Por eso estas cosas prefiero contarlas aquí, donde lo más que pueden arrojarme es algún comentario envenenado, y esos los esquivo mejor que los cruasanes.
Cazador entre Cascabeles*.- 21/04/2012
*Cazador entre cascabeles [seudónimo] estudió un poco de todo en la misma universidad que Quevedo [Alcalá de Henares]. Trabaja rodeado de ordenadores, personas y libros. Filósofo vocacional, es el fundador, dirigente y único miembro del proyecto Filosofía en una Lata de Galletas, que persigue bajar la filosofía del altillo, abrir la caja y dejar que la gente mire dentro.
http://www.elconfidencial.com/opinion/blog-del-forero/2012/04/21/nietzsche-y-la-voluntad-de-los-mercados-9073/
COMENTARIO:
Creo que lo que hace Nietzsche es poner en evidencia lo mismo que Freud: que la cultura reprime y encauza (pero no suprime) las pulsiones naturales del hombre. Lo del bien o del mal depende de la perspectiva cultural.
Recomiendo leer los comentarios de los lectores de esta publicación digital. El primero de ellos dice:
«Nietzsche ha sido siempre utilizado....primero por por los Nazis, lo que le costó al ya muerto filósofo que entre el 1945 y 1960 todo dios lo olvidase ("Gott ist tot es lebe Nietzsche"), luego vino la izquierda y se lo tomó para sí, Stalin ya ponía a Nietzsche por los cielos y Allende en Sur América lo nombró incluso en su discurso final antes de morir "y se abrirán las alamedas para que pase el hombre nuevo".
Este pobre hombre [murió muy pobre en casa de su hermana] lo único que hizo fue, como bien dice el artículo, escribir que todos somos unos ruines con ansias de poder, pero presionados por la Iglesia [la mas ruin de todas las instituciones] a mantenernos al margen en la lucha por el poder, y así las grandes instituciones especialmente la Iglesia tener menos competidores en esta lucha».
Invito a reflexionar sobre el tema racionalmente, al margen de racionalismos de consumidor de cruasanes.
«¡Por qué la humanidad habrá tomado tan en serio las afecciones cerebrales de sutiles enfermos! ¡Bien caro lo pagó!» (Friedrich Nietzsche, Cómo se filosofa a martillazos).
Andaba el otro día tomándome un café en el bar y justo a mi lado, mientras le hincaba el diente a un cruasán, un tipo leía un artículo en el periódico sobre las oscuras maniobras financieras llevadas a cabo por algunos tahúres del póker bursátil; tipos de esos que no dudan en hundir países y condenar a varias generaciones a la miseria si con ello logran aumentar sus beneficios. En esas estábamos, cada uno a lo nuestro, cuando de repente el fulano cayó presa de una súbita cólera y con el cola-cao saliéndosele por las narices exclamó: “¡Esta gente no tiene moral!”. Dado el estado de excitación en que se encontraba, no era el mejor momento para entrar en debates, así que le tendí una servilleta y cerré el pico. No obstante, si la cosa hubiese estado más calmada, no habría dudado en decirle que la moral es como la cicatriz del ombligo: todo el mundo tiene una, es solo cuestión de fijarse.
Lo que nuestro buen amigo del cola-cao quería decir es que el comportamiento de estos tipos no tenía cabida dentro de su concepción de la moral. Ahora bien, decir de alguien que no tiene moral, porque su moral no coincide con la tuya, es como negarle a alguien la facultad de pensar porque no piensa como tú. Hay que ir más allá. Hay que preguntarse: ¿Qué idea de moral subyace en las acciones de estos tipos?; ¿en qué premisas filosóficas se asienta su idea de moral?; ¿en las ideas sobre la acumulación de riqueza de Adam Smith?; ¿en las ideas sobre la libertad de mercado de Milton Friedman?... Frio, frio. ¿Les suena del algo el nombre de Friedrich Nietzsche?
Sobre la figura de Nietzsche recaen dos dudosos honores: haber elevado el mostacho a la categoría de arte plástica y haber elevado lo que vulgarmente se conocía como un canalla sin escrúpulos a la categoría de superhombre. La tarea no fue nada fácil: había que desmontar primero los pilares sobre los que se sustentaba el edificio de la metafísica occidental, tarea a la que nuestro hombre se aplicó con denuedo, pertrechado con el martillo del escepticismo y con el azufre de su acerba crítica. Así, sus escritos están preñados de diatribas mordaces, de retazos de ideas, de abismales sugestiones, de intuiciones simbólicas, de enigmáticas máximas… en definitiva, de mórbidos vapores que subyugan la mente del lector y que en ella se entrelazan. Semejante uso promiscuo y ambiguo de la palabra, “un sacramento de muy delicada administración”, en palabras de Ortega, provocó el mayor vertido de conceptos tóxicos al caudal de la filosofía occidental conocido hasta la fecha. Algo parecido a lo de aquella alma cándida metida a socorrista que mezcló ácido clorhídrico con sulfato de no sé qué y la lió parda.
¿Por qué ese odio inveterado de Nietzsche a la metafísica? Fundamentalmente, porque en ella se sustentaba la moral de su tiempo, una moral que él consideraba decadente, propia de esclavos. Esta moral hundía sus raíces en conceptos tales como Dios, el Bien, la Verdad, etc., que a juicio de Nietzsche eran, en realidad, conceptos hueros. Se trataba de una simple coartada utilizada por los débiles para inculcar a los fuertes valores destinados a esterilizar sus energías y sus instintos; valores tales como la compasión, la humildad o el amor al prójimo. De ahí su empeño por derribar esos antiguos ídolos, para poder llevar así a cabo una transmutación de los valores y conseguir que aflorase una moral de señores, de hombres fuertes. De este modo, Nietzsche recurrió a una maniobra artera semejante a la del cuco: una vez que hubo vaciado el nido de la filosofía de los conceptos preexistentes, ayudado por sus indudables dotes de polemista y su brío narrativo, los sustituyó por otros, entre los que se acabará erigiendo como dueño de la pollada el concepto de la voluntad de dominación, comúnmente conocida como la voluntad de poder: “¡Este mundo es la voluntad de poder, y nada más! ¡Y también vosotros mismos sois esa voluntad de poder, y nada más!” (La voluntad de poder, 1067).
Para Nietzsche la voluntad no es el resultado de la interacción entre el intelecto y el deseo, sino que “la vida misma es voluntad de poder” (Más allá del Bien y del mal, 13). Lo que caracteriza a los seres vivos, incluidos el ser humano y el tahúr financiero, es su deseo de imponerse a los demás y cualquier acción busca esto y sólo esto. No hay por tanto buena o mala voluntad. La única voluntad existente es la voluntad de dominar, el deseo instintivo del individuo de imponer la propia supremacía. Esta supremacía es la “gran pasión, fondo y poder de su ser, aún más esclarecida y despótica que el mismo individuo, que acapara todo su intelecto, ahuyenta los escrúpulos y le infunde valor para apelar incluso a medios impíos” (El Anticristo, 54).
Por tanto el afán de dominar es, según Nietzsche, lo que caracteriza al ser humano, su esencia. El que no ejerce el dominio no es porque rehúse hacerlo, sino porque no puede. Como afirma Zaratustra: “En verdad me he reído mucho del débil, que se cree bueno porque tiene las garras tullidas” (Así habló Zaratustra, De los sublimes). El fuerte, el aristócrata, el nuevo hombre virtuoso, se distingue porque ha cambiado los bajos instintos que oprimen la voluntad (la compasión, la humildad, las convicciones, etc.), y deja que se manifieste en él el supremo instinto, la voluntad suprema: la voluntad de dominar a los demás, la voluntad de imponer las propias ideas, de elevarlas a la categoría estética de arte y jurídica de norma. Ésta es su moral. No hay un bien o un mal más allá.
Ahora bien, entonces, ¿qué es lo bueno? “Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo” -contestará Nietzsche- ¿Y lo malo? “Todo lo que proviene de la debilidad”. ¿Y qué hacemos con los que se queden por el camino? La respuesta de Nietzsche es tajante y esclarecedora: “Los débiles y malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se le debe ayudar a perecer” (El Anticristo, 2). ¿Les suena?
Nuestros psicópatas de las fianzas han hecho suya esa moral: en el mundo no hay buenos o malos, hay gente que domina y gente que es dominada; tampoco hay actos buenos o actos malos en sí mismos, sino que serán buenos los que vayan encaminados a la conquista del poder y malos los que provoquen su pérdida. ¿Cómo se manifiesta ese poder? Básicamente mediante el dinero, que es su representación simbólica. Como afirma Nietzsche: “Han cambiado los medios de que se vale el deseo de poder, pero sigue hirviendo el mismo volcán […] lo que antes se hacía por la voluntad de Dios, hoy se hace por la voluntad del dinero, es decir, por lo que hoy produce el sentimiento de poder más elevado y la mayor tranquilidad de conciencia” (Aurora, 204).
¿Qué creen que hubiera pasado si le cuento al señor de barra todas estas cosas? Que nuestros hombres no sólo tienen moral, sino que además esa moral es una moral aristocrática; que el dinero es su Dios y que tenerle cerca les permite dormir con la conciencia tranquila. Creo que me hubiese estampado el cruasán en la cara. Por eso estas cosas prefiero contarlas aquí, donde lo más que pueden arrojarme es algún comentario envenenado, y esos los esquivo mejor que los cruasanes.
Cazador entre Cascabeles*.- 21/04/2012
*Cazador entre cascabeles [seudónimo] estudió un poco de todo en la misma universidad que Quevedo [Alcalá de Henares]. Trabaja rodeado de ordenadores, personas y libros. Filósofo vocacional, es el fundador, dirigente y único miembro del proyecto Filosofía en una Lata de Galletas, que persigue bajar la filosofía del altillo, abrir la caja y dejar que la gente mire dentro.
http://www.elconfidencial.com/opinion/blog-del-forero/2012/04/21/nietzsche-y-la-voluntad-de-los-mercados-9073/
COMENTARIO:
Creo que lo que hace Nietzsche es poner en evidencia lo mismo que Freud: que la cultura reprime y encauza (pero no suprime) las pulsiones naturales del hombre. Lo del bien o del mal depende de la perspectiva cultural.
Recomiendo leer los comentarios de los lectores de esta publicación digital. El primero de ellos dice:
«Nietzsche ha sido siempre utilizado....primero por por los Nazis, lo que le costó al ya muerto filósofo que entre el 1945 y 1960 todo dios lo olvidase ("Gott ist tot es lebe Nietzsche"), luego vino la izquierda y se lo tomó para sí, Stalin ya ponía a Nietzsche por los cielos y Allende en Sur América lo nombró incluso en su discurso final antes de morir "y se abrirán las alamedas para que pase el hombre nuevo".
Este pobre hombre [murió muy pobre en casa de su hermana] lo único que hizo fue, como bien dice el artículo, escribir que todos somos unos ruines con ansias de poder, pero presionados por la Iglesia [la mas ruin de todas las instituciones] a mantenernos al margen en la lucha por el poder, y así las grandes instituciones especialmente la Iglesia tener menos competidores en esta lucha».
Invito a reflexionar sobre el tema racionalmente, al margen de racionalismos de consumidor de cruasanes.
Genaro Chic- Mensajes : 729
Fecha de inscripción : 02/02/2010
Re: Nietzsche y la voluntad de mandar
Esta bofetada de humildad cultural es de agradecer para el pensamiento moderno, y la manera en la que Nietzche lo aborda, lo hace una expresión excelsa de un dogmatismo acultural. Es decir, abordar el relativismo de las convenciones culturales (ciertamente contingentes) desde la asunción de un dogmatismo de la voluntad de poder que, éste sí, él entiende como necesario.
Se me antojan un abanico de reflexiones…
La voluntad de poder, a mi entender, aparece en el discurso filosófico de Nietzsche como voluntad individual de poder, aunque su deseo es que dicha voluntad individual se fundamente en la ausencia social y política de imposiciones o desagravios al deseo y la pasión del instinto.
Esto entendido en el campo de la estética, deviene en un muy interesante formalismo esteticista, de discurso artístico ensimismado, lo que parece le llevó a su enfrentamiento artístico con Wagner, tras una apasionada, musicalmente hablando, amistad. Exaltó a Bizet, y lo enfrentó a Wagner: “hay que volver mediterránea la música”, llegó a escopetar, para deshacer las nieblas y brumas de las teatrales óperas wagnerianas.
En el campo de la sociología nazi, sirvió para fundamentar eso que Darwin definió para la biología como la selección natural, y parece participar, también, del mismo sustrato teleológico que encontramos igualmente en el marxismo dialéctico: avanzar progresando, dibujando un objetivo predeterminado, por encima de las limitaciones que impone la inercia de la historia o la biología, la convicción en una mejora ilimitada de la realidad, justificando su necesidad sólo y exclusivamente en la verdad de esta dinámica. Quizás por eso ha sido tan contaminado su pensamiento.
Pero si la cultura es consustancial al aparataje adaptativo del homo sapiens, los modelos sociales e ideológicos lo son también, luego, aunque diferenciadas en el tipo, siempre aparecen como estructurales. Ciertamente todo es contingente en su significación, pero necesario como estructura. La voluntad de poder… también, pero las sociedades modernas han camuflado (léase civilizado) dicha voluntad, pero responde, creo, a un modelo universal que bien claro queda en las intervenciones de este foro: quien hace el dinero es quién realmente manda, y la convicción por el mandado de estar dominando las estructuras, invisibiliza ideológicamente esta característica.
“La cultura reprime y encauza (pero no suprime) las pulsiones naturales del hombre. Lo del bien o del mal depende de la perspectiva cultural” dice el profesor Genaro Chic. Pero la perspectiva cultural es necesaria, fundamentado además en los prejuicios y los conceptos morales: es una “relatividad necesaria”, pues la perfecta libertad de acción según las voluntades instintivas (serían las límbicas ¿no?) deshace el aparato cultural, fundamentado, precisamente, en el acotamiento de este instinto. La conducta des-reflexionada que se desprende de ello, nos acerca a la conducta animal, aunque su camino lo es de ida y vuelta. Así es porque se alcanza al llegar al final del proceso reflexivo… después de dar un giro completo en el pensamiento filosófico, completando el ciclo en una reflexión creo que contranatura a la esencia biológica del propio homo sapiens: la libertad de acción que se desprende de la voluntad de poder frente a la irremediable acotación conductual que significa la adaptación cultural.
P.D. ¿Dios ha muerto…? No, pero en realidad nunca existió, nada más y nada menos que personifica el corpus ético de las sociedades, materializa abstractamente los prejuicios y la moral.
Se me antojan un abanico de reflexiones…
La voluntad de poder, a mi entender, aparece en el discurso filosófico de Nietzsche como voluntad individual de poder, aunque su deseo es que dicha voluntad individual se fundamente en la ausencia social y política de imposiciones o desagravios al deseo y la pasión del instinto.
Esto entendido en el campo de la estética, deviene en un muy interesante formalismo esteticista, de discurso artístico ensimismado, lo que parece le llevó a su enfrentamiento artístico con Wagner, tras una apasionada, musicalmente hablando, amistad. Exaltó a Bizet, y lo enfrentó a Wagner: “hay que volver mediterránea la música”, llegó a escopetar, para deshacer las nieblas y brumas de las teatrales óperas wagnerianas.
En el campo de la sociología nazi, sirvió para fundamentar eso que Darwin definió para la biología como la selección natural, y parece participar, también, del mismo sustrato teleológico que encontramos igualmente en el marxismo dialéctico: avanzar progresando, dibujando un objetivo predeterminado, por encima de las limitaciones que impone la inercia de la historia o la biología, la convicción en una mejora ilimitada de la realidad, justificando su necesidad sólo y exclusivamente en la verdad de esta dinámica. Quizás por eso ha sido tan contaminado su pensamiento.
Pero si la cultura es consustancial al aparataje adaptativo del homo sapiens, los modelos sociales e ideológicos lo son también, luego, aunque diferenciadas en el tipo, siempre aparecen como estructurales. Ciertamente todo es contingente en su significación, pero necesario como estructura. La voluntad de poder… también, pero las sociedades modernas han camuflado (léase civilizado) dicha voluntad, pero responde, creo, a un modelo universal que bien claro queda en las intervenciones de este foro: quien hace el dinero es quién realmente manda, y la convicción por el mandado de estar dominando las estructuras, invisibiliza ideológicamente esta característica.
“La cultura reprime y encauza (pero no suprime) las pulsiones naturales del hombre. Lo del bien o del mal depende de la perspectiva cultural” dice el profesor Genaro Chic. Pero la perspectiva cultural es necesaria, fundamentado además en los prejuicios y los conceptos morales: es una “relatividad necesaria”, pues la perfecta libertad de acción según las voluntades instintivas (serían las límbicas ¿no?) deshace el aparato cultural, fundamentado, precisamente, en el acotamiento de este instinto. La conducta des-reflexionada que se desprende de ello, nos acerca a la conducta animal, aunque su camino lo es de ida y vuelta. Así es porque se alcanza al llegar al final del proceso reflexivo… después de dar un giro completo en el pensamiento filosófico, completando el ciclo en una reflexión creo que contranatura a la esencia biológica del propio homo sapiens: la libertad de acción que se desprende de la voluntad de poder frente a la irremediable acotación conductual que significa la adaptación cultural.
P.D. ¿Dios ha muerto…? No, pero en realidad nunca existió, nada más y nada menos que personifica el corpus ético de las sociedades, materializa abstractamente los prejuicios y la moral.
FabiánPP- Invitado
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