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De la lucha de clases a la de los grupos de edad

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Mensaje  Genaro Chic Dom Feb 07, 2010 2:50 pm

Me envía Emilio un artículo de prensa de hoy mismo en el que plantea un tema que es de máxima actualidad en estos días, cuando se habla de la reforma del sistema de pensiones, al que ya hemos aludido con anterioridad en este foro y que está en íntima conexión con un problema aún mayor como es el de la hipertrofia de la población humana ( http://poodwaddle.com/worldclockes.htm ) que, siguiendo la linea del capitalismo, que lleva a la expansión sin límites en un planeta que es limitado, nos enfrenta a una contradicción sistémica que nos hace ser pesimistas. Tal vez cambiando de sistema sea posible una esperanza, pero yo dudo de que los humanos estemos dispuestos a cambiar de sistema, desde el crecimiento sin límites al decrecimiento que una minoría virtuosa predica. El artículo referido es el siguiente


"Choque de generaciones"

7 Febrero 10 - Madrid - Gonzalo Suárez



Primero fue la lucha de clases; luego, la guerra de los sexos. Ahora llega el choque entre jóvenes y mayores por el menguante dinero público.



Primavera de 2049. Los mayores de 65 años ya suponen una tercera parte de la población española. A cada trabajador en activo le toca mantener con sus impuestos a una persona ociosa. Y Fernando Pérez, líder del Partido de los Jóvenes, celebra el triunfo de su formación en las elecciones generales. «¡Se acabó el saqueo por parte de los jubilados!», proclama ante miles de enfervorecidos militantes. «¡La generosidad tiene un límite y hace mucho tiempo que lo sobrepasamos!».


Parece el arranque de una peli de serie B, pero así es el futuro según Laurence Kotlikoff, asesor del Fondo Monetario Internacional. Tras diseccionar las cuentas de los principales países occidentales, este antiguo consejero de Ronald Reagan no tiene dudas: nos enfrentamos a una época de crecientes hostilidades entre jóvenes y mayores. «El sistema de pensiones se ha convertido en una gigantesca estafa piramidal que deja pequeño a Bernard Madoff», alerta. «Olvida el famoso choque de civilizaciones; este siglo estará marcado por el choque de generaciones».



Puede que Kotlikoff sea una de las voces más alarmistas, pero no es el único que pronostica un fenómeno semejante. La semana pasada, por ejemplo, Martin Amis alertó de la inminencia de un «tsunami plateado», en alusión a los millones de trabajadores de sienes entrecanas que están a punto de jubilarse. «Puedo imaginarme una especie de guerra civil entre los viejos y los jóvenes dentro de 10 ó 15 años», pronosticó el escritor británico. ¿Se trata de un ejercicio de provocación de un novelista iconoclasta? ¿O de un problema real que tendremos que atajar lo antes posible?



En los pasillos de la Universidad Complutense hay pocos temas que susciten unanimidad, pero uno de ellos es el futuro de las pensiones. O, más bien, su falta de futuro: ninguno del medio centenar de estudiantes consultados –ni uno– confía en recibir una pensión cuando sea su turno de jubilarse. Para ellos, esta paga es una reliquia del pasado, como las hipotecas a diez años o los puestos de trabajo «para toda la vida». «Me conformaría con que mis padres la cobren hasta el final y no me toque hacerme cargo de todos sus gastos», apunta Sergio Yuste, estudiante de cuarto de Derecho, entre los gestos de asentimiento de sus compañeros.



Estas palabras espantarían a cualquier experto en Seguridad Social, pues indican que un tumor se ha instalado en las tripas del sistema. Las pensiones funcionan como una cadena de solidaridad: los trabajadores costean los gastos de sus mayores y esperan que sus hijos les devuelvan el favor. Pero si alguien no espera nada del futuro, ¿qué incentivo tiene para seguir metiendo billetes en el cerdito colectivo? «Nos encontramos ante un fenómeno novedoso y si alguien asegura que conoce las consecuencias, es que está mintiendo», dice William Frey, que lleva décadas estudiando la solidaridad entre generaciones para la Brookings Institution, un reputado «think tank» estadounidense.



Hasta ahora, se trataba de un debate casi metafísico, propio de los despachos enmoquetados de las universidades. Pero la polémica sobre la edad de la jubilación es un síntoma de que estas tensiones empiezan a salpicar a la política. Primero fue la lucha de clases; después, la batalla de los sexos; y, ahora, cada vez más expertos temen que el choque de generaciones sea el próximo eje del discurso político en las próximas décadas. «Lo que está claro es que países como España se enfrentan a una tormenta perfecta», dice Kotlikoff, autor de «The Coming Generational Storm», un ensayo que analiza este fenómeno. «Una natalidad raquítica, una enorme esperanza de vida y un déficit público colosal. El margen de actuación es mínimo».

«Boomers» contra «losers»



El sociólogo francés Louis Chauvel incluso ha bautizado a los dos bandos de esta contienda: los «babyboomers» contra los «babylosers». Los primeros, ya se sabe, son los nacidos en los 50 y los 60, en plena explosión demográfica. Es la generación del crecimiento sostenido, del empleo fijo y de los salarios razonables. Compraron sus pisos antes de la burbuja, quizá invirtieron sus ahorros en Bolsa y están a punto de retirarse cuando la Seguridad Social sigue en números negros. «Tras cuarenta años de trabajo durísimo, les toca disfrutar de su recompensa: llega la hora de que otros suden por ellos», explica Frey.



En la otra trinchera se encuentran los «babylosers». Ellos nacieron inmediatamente después que los «babyboomers» –en los 70 y los 80–, cuando la tasa de natalidad se desplomó por debajo de la tasa de reemplazo. Es la generación del ladrillazo, del currículo hipertrofiado y del mileurismo pertinaz. Viven de alquiler o hipotecados a cuarenta años, así que ni se plantean ahorros o inversiones en Bolsa: si les entra la angustia existencial, la sofocan a golpe de tarjeta de crédito. «Por primera vez en la historia reciente, nada garantiza a los jóvenes que vivirán mejor que sus padres», recalca Louis Chauvel.



En circunstancias normales, el crecimiento económico y el aumento de la productividad bastarían para parchear las diferentes expectativas de ambas generaciones. Pero aquí entra la recesión que no cesa y, sobre todo, la apabullante pirámide de la población que acaba de publicar el INE para los próximos 40 años. Un simple ejemplo de lo que nos espera: hoy, sólo 5,6 millones de españoles tienen más de 70 años; en 2049, serán más del doble, 12,1 millones. Mientras, los grupos más productivos se desplomarán en las próximas décadas: de 18,6 millones de españoles de entre 25 y 49 años pasaremos a 13,6.



Se mire por donde se mire, la consecuencia es inevitable: cada vez menos «babylosers» rellenarán la hucha de los «babyboomers» con sus impuestos. Y el gran problema es que esta situación tiende a retroalimentarse. A los jóvenes les cuesta cada vez más escapar de la precariedad, comprarse una casa y asentarse con su pareja, por lo que las madres españolas tienen de media 31 años en el momento del parto y una fecundidad de sólo 1,4 hijos por mujer. «A mi edad, mi madre ya tenía piso, coche y dos hijos», dice Claudia Hernández, a punto de acabar Publicidad con 24 años.



Al otro lado del teléfono, Kotlikoff cita estos datos para apuntalar su tesis de que nuestro sistema de pensiones espantaría hasta a Bernie Madoff. Así, recuerda la definición clásica de estafa piramidal: el «negocio» en el que los socios no se lucran con los beneficios generados por su actividad, sino con el reparto del dinero de los nuevos inversores. Pero estos sistemas dependen de que la base de la pirámide sea cada vez más ancha: si no, la quiebra está garantizada. «Los creadores de la Seguridad Social en los años 30 pensaban que habría 15 o 20 trabajadores por jubilado, no poco más de uno, como ocurrirá en las próximas décadas», denuncia Kotlikoff.



Ante estas atroces estadísticas, algunos «babyboomers» ya se han pasado al bando contrario. Es el caso de Thomas Friedman, el influyente analista del «New York Times», que hace examen de conciencia en su nuevo libro, «Caliente, plana y abarrotada», que acaba de publicarse.«Mi generación resultó ser la “generación cigarra”», escribe. «En las tres últimas décadas, dejamos aflorar nuestra cigarra interior y nos atracamos con los ahorros y el mundo natural que nos habían sido legados, dejando a nuestros hijos un enorme déficit financiero y ecológico. No podemos permitirnos ser cigarras por más tiempo».

De cigarras a hormigas



La mayoría de los expertos suscribirían su diagnóstico: el enigma es cómo animar a las cigarras a transformarse en hormigas. De hecho, no hay nada rompedor en el discurso de Friedman: hace décadas que se alerta del colapso de las pensiones y de la rebelión de la juventud. El problema es que la demografía se mide en décadas, mientras que la política funciona a golpe de legislatura. De ahí que pocos políticos se atrevan a imponer medidas dolorosas cuyos efectos sólo se percibirían al cabo de muchos años.


Además, existe un dato oculto en este debate. A los políticos les gusta hablar del voto juvenil pero, a la larga, quienes ponen y quitan los gobiernos son las personas mayores. Primero, porque son muchos y, además, sus números no paran de crecer. Y, también, porque los jubilados acuden a las urnas con mucha más constancia que otros grupos sociales. Así, nueve de cada diez mayores votaron en las últimas elecciones generales, por sólo seis jóvenes de cada diez. «Tienen una mirada más contractual que ideológica: se dan cuenta de que la política tiene un enorme impacto en su vida cotidiana, así que votan a los partidos que les ofrecen resultados», explica Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación política.



De momento, no hay síntomas de que la situación vaya a cambiar: el desencanto hacia la política crece en todos los países occidentales. De hecho, algunos opinan que quizá sea demasiado tarde para que los «babylosers» se organicen: «Son una generación desmovilizada que no es consciente del drama de la Europa del siglo XXI», pronostica Chauvel. «Por eso, las cosas seguirán estables durante una década. Pero la siguiente generación, más consciente y organizada, podría cambiar las reglas. Así, no descarto que aparezcan partidos que tengan la edad como eje, igual que surgieron partidos feministas o ecologistas».



De este temor surge la denuncia de Martin Amis: ¿sufriremos finalmente un choque de generaciones? Las tensiones son reales, pero al conflicto actual le falta un elemento que sí existía en la lucha de clases o en la guerra de sexos: que los grupos en colisión sean fijos. «Muchos se olvidan de que uno nace joven, pero sabe que se hará mayor», explica Julio Pérez Díaz, demógrafo del CSIC. «Si te cebas con los ancianos, sabes que te acabará afectando. Esto alivia cualquier conflicto entre generaciones».



Y quizá ahí esté la clave para resolver el sudoku de las pensiones. Si el Estado quiebra, los «babylosers» serán los más perjudicados a largo plazo. Sin embargo, las primeras víctimas serían los «babyboomers», que verían peligrar sus pensiones en plena jubilación. «En estos momentos, los políticos deben ganarse el sueldo explicando a los mayores que, a largo plazo, no les conviene exprimir a los más jóvenes, sino darles un futuro: es la única forma de sacarnos de este lío», concluye Kotlikoff.

Radiografía del colapso



La última pirámide de la población publicada por el INE es la radiografía de un sistema de pensiones al borde del colapso. De momento, la Seguridad Social se mantiene en números negros gracias a que sólo hay 47 dependientes –niños y jubilados– por cada persona en edad de trabajar. Sin embargo, esta cifra se disparará en las cuatro próximas décadas, hasta rozar los 90 en 2049. Y la realidad es aún peor, puesto que este dato no tiene en cuenta los parados ni quienes estudian pasados los 16 años. Si la situación no cambia, estamos abocados a que haya más de un dependiente por cada trabajador. La partida más abultada será el gasto en pensiones: en esas fechas, los mayores de 64 años supondrán el 31,9 por ciento de la población. «En estas circunstancias, la solución menos dolorosa sería retrasar la edad de la jubilación, siempre que avises a los trabajadores con suficiente antelación», explica William Frey, del Brookings Institution de Washington.




http://www.larazon.es/noticia/4135-choque-de-generaciones

Genaro Chic

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Mensaje  Daniel Pérez Muñoz Jue Feb 11, 2010 9:20 pm

El problema no es que no haya dinero, el problema es que no se administra adecuadamente. Como ejemplo está el tema de las famosas setas de Sevilla: 28 millones de euros desperdiciados en una obra que se sabía que no se podía terminar. Ejemplos así hay muchos

Tampoco se entiende que la crisis la paguen los que no la causaron, es decir, los trabajadores. O a lo mejor se entiende demasiado bien. En un año en el que los bancos han obtenido beneficios, se habla de modificar el sistema de pensiones, liberalizar el despido, etc ... es más fácil para los políticos atacar a los débiles que enfrentarse a los abusos de los fuertes. Y como los políticos no responden frente al electorado sino ante su partido, gracias al bipartidismo y al turno crispado (que es igual que el turno pacífico de la Restauración solo que hábilmente disimulado), no hay solucion posible con el actual sistema.

Las crisis no son un defecto del sistema, sino que son la clave de su expansión: si hay crisis, los ciudadanos estarán más asustados, con lo que aceptarán más fácilmente medidas que les perjudican ante el miedo a una alternativa peor. Llamar medida valiente a recortar las pensiones es engañarnos: lo valiente sería controlar el fraude fiscal, controlar los abusos de los bancos, perseguir los paraísos fiscales y abolir las SICAV. Pero eso no va a ocurrir con el actual sistema

Gobernar con el miedo es uno de los trucos más viejos

Daniel Pérez Muñoz

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Mensaje  Genaro Chic Miér Feb 17, 2010 12:04 pm



Es ahora Joaquín quien me envía un artículo interesante sobre el tema, aunque desde una perspectiva distinta:

La financiación de las pensiones

JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO

Desde hace más de 20 años, periódicamente se alzan voces pronosticando la quiebra de la Seguridad Social, y otras tantas veces llega la fecha en que se había anunciado el cataclismo sin que este se produzca. Tal discurso parte de una premisa errónea: la de considerar la Seguridad Social como algo distinto al Estado. Es esa concepción liberal, promovida por las entidades financieras y las organizaciones empresariales, y transmitida por algunos expertos y políticos, la que se coló de rondón en el Pacto de Toledo. La separación de fuentes no se ha entendido como algo convencional, un mero instrumento para la transparencia y la buena administración, sino como algo sustancial, de forma que se considera la Seguridad Social como un sistema cerrado que debe autofinanciarse y aislado económicamente de la Hacienda Pública, con lo que queda en una situación de mayor riesgo y complica cualquier mejora en las prestaciones.



En el marco del Estado social, de ninguna manera se puede aceptar que las pensiones deban ser financiadas exclusivamente con las cotizaciones sociales. Son todos los recursos del Estado los que tienen que hacer frente a la totalidad de los gastos de ese Estado, también a las pensiones. La Seguridad Social es parte integrante del Estado, su quiebra sólo es concebible dentro de la quiebra del Estado, y el Estado no puede quebrar; todo lo más, acercarse a la suspensión de pagos, pero tan sólo si antes se hubiese hundido toda la economía nacional, en cuyo caso no serían únicamente los pensionistas los que tendrían dificultades, sino todos los ciudadanos: poseedores de deuda pública, funcionarios, empresarios, asalariados, inversores y, por supuesto, los tenedores de fondos privados de pensiones. Los apologistas de estos últimos, que son los que al mismo tiempo más hablan de la quiebra de la Seguridad Social, olvidan que son los fondos privados los que tienen más riesgo de volatilizarse, como ha demostrado la actual crisis bursátil.

Ante una hecatombe de la economía nacional, muy pocos podrían salvarse, pero no tiene por qué ser ese el futuro de la economía española, a no ser que el dogmatismo liberal nos introduzca en una coyuntura parecida a la de Argentina. Desde hace 30 años, la economía de nuestro país ha venido creciendo, abstrayendo de movimientos cíclicos, a una tasa media anual superior al 2,5% mientras que la población en todo el periodo sólo se ha incrementado en un 25%, con lo que la renta per cápita a precios constantes ha aumentado cerca del 100%. Somos casi el doble de ricos que en los últimos años del franquismo. Y no hay razón para pensar que, al margen de oscilaciones cíclicas, la evolución en los próximos 30 años no sea similar. La pregunta no es cuántos van a producir, como pretenden los agoreros de las proyecciones demográficas, sino cuánto se va a producir y si la respuesta es que lo producido en el año 2040 va a ser el doble que en la actualidad, ¿por qué razón las pensiones habrían de estar en peligro?

Previsiblemente, el problema que se plantea de cara al futuro no va ser el de la falta de recursos sino el de su distribución, entre activos y pasivos, entre rentas del trabajo y del capital y entre bienes públicos y privados. Las transformaciones en las estructuras sociales y económicas comportan también cambios en las necesidades que hay que satisfacer y, por ende, en los bienes que se deben producir. La incorporación de la mujer al mercado laboral y el aumento de la esperanza de vida generan nuevas necesidades y exigen, consecuentemente, la dotación de nuevos servicios.


Hace ya tiempo que Galbraith anunciaba que todos estos cambios demandaban una redistribución de los bienes que hay que producir a favor de los llamados bienes públicos y en contra de los privados. El pronosticado envejecimiento de la población de ninguna manera hace insostenible el sistema público de pensiones, pero sí obliga a dedicar un mayor porcentaje del PIB no sólo al gasto en pensiones, sino también a la sanidad y a los servicios de atención a los ancianos. Detracción por una parte perfectamente factible y, por otra, inevitable si no queremos condenar a la marginalidad y a la miseria a buena parte de la población, precisamente a los ancianos; una especie de eutanasia colectiva.
Que es perfectamente factible lo indica el hecho de que sea España, en estos momentos, el país de la UE (de los 15) que dedica menor parte de su renta a pagar las pensiones (8,8%). Por el contrario, Alemania, Holanda, Francia, Austria e Italia gastan todos ellos en pensiones más del 12% del PIB. Existe por tanto margen suficiente para incrementar el gasto en pensiones. El reducido importe a que ascienden las prestaciones sociales en nuestro país tiene su contrapartida en los siete puntos de diferencia con la media europea (de los 15) que presenta la presión fiscal en España.


La verdadera amenaza para el sistema público de pensiones se encuentra en una concepción neoliberal de la economía que ha criminalizado los impuestos, de manera que ninguna formación política se atreve a proponer una política fiscal más agresiva. Las continuas rebajas fiscales como es lógico perfectamente dirigidas a beneficiar especialmente a las rentas de capital, a las empresas y a los contribuyentes de ingresos altos están vaciando de contenido el sistema tributario, minorando su progresividad y limitándolo a la imposición indirecta y a gravámenes sobre las rentas de trabajo, al tiempo que reducen su futuro potencial recaudatorio. El colmo de la esquizofrenia, pero una esquizofrenia muy rentable para algunos consiste en proponer hace unos meses la bajada de varios puntos de las cotizaciones y afirmar ahora que se precisa una reforma para que el sistema sea viable.

Juan Francisco Martín Seco es economista

Público, 12/2/2009

http://blogs.publico.es/dominiopublico/1838/la-financiacion-de-las-pensiones/


Genaro Chic

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