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Estudiar latín no es aprender un idioma

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Mensaje  Genaro Chic Dom Mar 21, 2021 12:52 pm


Lenguas muertas y hablas vivas

Mi mejor descubrimiento, mientras estudiaba la carrera de Filología Clásica en la Universidad de Sevilla, fue el que me proporcionó el Dr. Feliciano Delgado León [1926-2004] cuando nos dio a conocer, explicándonos la lingüística estructural de Ferdinand de Saussure [1857-1913], la diferencia entre lengua y habla.

Se entiende que la lengua es el sistema de signos orales o escritos que utilizamos para comunicarnos dentro de un grupo. O, como dice la Real Academia (4), el vocabulario y gramática propios y característicos de una época, de un escritor o de un grupo social.

Sólo es posible estudiarla cuando se escribe, que es cuando se puede percibir mejor su gramática a través de un sistema gráfico. O sea cuando se han llegado a pintar los sonidos, cosa que en absoluto es sencilla. Grosso modo podríamos decir que cuando se quiere conservar el recuerdo de alguien se pinta lo que se quiere recordar, razón por la cual surgen los sistemas de escritura llamados jeroglíficos, como sucedió por ejemplo en el Egipto de hace cinco milenios.
 
Pintar los objetos visibles es relativamente sencillo, pero ¿cómo se pinta lo que no se ve, como por ejemplo el viento o el pensamiento? Simplificando, podríamos decir que se puede hacer combinando la pintura de dos o más cosas que se ven y tienen nombre propio para obtener la palabra de aquello que tiene nombre pero que no se puede pintar.

Un ejemplo muy burdo, pero que es el que se me ocurre, ahora podría ser combinar la imagen de un sol con la de un dado. Juntas podrían representar un sol-dado, sin significar ni sol ni dado, sino algo distinto. Si esto se lleva al campo de las abstracciones creo que este ejemplo pedestre se puede entender.

Por simplificación constante del sistema, para tener que utilizar el menor número posible de signos -haciendo menos difícil el trabajo del escriba o escritor- sabemos, por ejemplo que, en el mundo que solemos llamar fenicio, un mismo signo o dibujo, como por ejemplo el que representa a una vaca o dicho en fenicio alef (póngase una A boca abajo, como suele aparecer pintada en antiguos textos griegos, y se verá la cabeza de la vaca, con sus cuernos), puede significar tanto el animal como su sonido inicial: a. Y así con otros signos, según la necesidad lo exija.

Cuando los griegos del siglo X a.C., que habían olvidado ya su antigua escritura palaciega en casi todas partes, entraron en contacto con los fenicios por variados motivos, vieron la ventaja de esta pintura de los sonidos puros (a, e, i, o, d, f, m, k, etc.) para representar su propia lengua en la que la ‘vaca’ se llamaba ‘bous’ en vez de ‘alef’ y por tanto el signo A sólo servía para ser usado desde el punto de vista de pintura de un sonido. Así, poco a poco pero sin gran dilación, se fue formando el primer alfabeto estrictamente fonético (que sólo pinta sonidos) de nuestro mundo, que tenía tan pocos signos (menos de 30) que no necesitaba de especialistas en escritura para usarlo en su simplicidad, como sucedía con las antiguas culturas. Las consecuencias que esto tuvo para el desarrollo de un individualismo, inusitado hasta entonces, que afectó a todos los campos de la vida en común y que ha dado origen a lo que llamamos pensamiento occidental, fueron enormes. La pintura de sonidos invisibles servía para representar visualmente todo lo invisible y de una forma sencilla. La racionalidad dio con ello un salto impresionante.

Las letras servían también para pintar ese mundo plenamente abstracto como es el de los números (no hay diferencia física en la pintura de unos conceptos abstractos y otros, o sea entre sonidos y números, en principio : piensen en los números romanos, p. ej.), pero en este caso la genialidad no iba a surgir por el lado de los griegos sino por la de los indios, con el invento de un signo numérico que pinta la nada pero que combinado con los otros signos numéricos en determinada posición puede tener un efecto interpretativo y multiplicador impresionante: el número 0, de propiedad par. Pero esto es algo que no sucedió hasta el siglo VII de nuestra era. Voy a dejarlo aparte, para simplificar lo que quiero expresar.

La escritura permite fijar los sonidos para estudiarlos mejor. Algo que tiene un origen práctico. Para facilitar la interpretación o lectura de los textos escritos se fue contemplando, progresivamente, la necesidad de separar los nombres escritos de las cosas o situaciones expresadas unas de otras, por medio de puntos o de espacios en blanco. Porque si nos fijamos en los escritos antiguos que se nos han conservado, vemos que todas las palabras se suelen escribir (pintar) seguidas, pues seguidas las pronunciamos. Y esta fijación de los términos condujo a la reflexión sobre la lógica interna que hay dentro de un lenguaje, que se definió como tal, como una lengua. Pero claro, esa fijación corresponde a un momento concreto, que es el que contempla el estudio particular de la lengua.

En cambio el habla, nuestro medio de comunicación sonoro, sobre la que se descubren y analizan las partículas lingüísticas, ese habla no está nunca fija. Evoluciona insensiblemente sin parar mientras haya hablantes que se entiendan a través de ella y que viven en un mundo continuamente cambiante, en tanto que los escritos de una época están fijados y por consiguiente pueden ser estudiados como la lengua de ese momento, pero es sólo ese momento. Así, sabemos que no es lo mismo el habla latina que muestran las inscripciones datadas en el siglo III a.C. que la que encontramos en otras del siglo II d.C., por decir algo. Y mucho menos que las escrituras nos muestran si comparamos los textos del siglo XV en España con los de época anterior o, por ejemplo, de estos momentos. Porque, digámoslo claro aunque sea evidente, en España no se ha dejado de hablar latín nunca desde aquellos comienzos de nuestra era cronológica cuando Estrabón [c. 64 a.C.-24 d.C.], que escribía en griego, nos dice que la mayor parte de los habitantes del valle del Guadalquivir prácticamente lo hablaban todos.

¿Es una lengua muerta la que refleja Antonio de Nebrija [1441-1522] en el siglo XV cuando analiza la gramática castellana? Sin duda lo es, como le sucede igualmente a la física de ese gran sabio de la Antigüedad que fue Aristóteles [384-322 a.C.] en el s. IV a C., que sostenía que el sol giraba en torno a la tierra, que es lo que se veía y por tanto era un axioma científico. O incluso, aunque menos muerta, la de Newton [1642-1727] a comienzos del s. XVIII. Pero ¿es inútil su estudio por ello? Las lenguas de épocas antiguas, como el latín o el griego llamados clásicos, que con un sentido equivocadamente utilitarios -reflejo de la ignorancia de quien así lo plantea- se arrinconan en los planes de enseñanza, no dejan de ser útiles como base de análisis de los antecedentes del mundo que dejamos continuamente atrás. Porque el habla sigue viva, y muy viva, aunque la lengua esté muerta (como tiene que estar para poder ser diseccionada, como han de estarlo los tejidos que se estudian en la anatomía). Las lenguas de la península Ibérica, salvo el vasco, todas tienen un fondo estructural latino (influido a su vez por el griego, que fue la segunda lengua y más perdurable del Imperio Romano, y que ha dejado su reflejo en muchos términos técnicos, por ejemplo). Es pues una cuestión de inteligencia, o de falta de ella, potenciar o anular su estudio.


Genaro Chic. Universidad de Sevilla

https://www.sevillainfo.es/noticias-de-opinion/lenguas-muertas-y-hablas-vivas/


Genaro Chic

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Estudiar latín no es aprender un idioma Empty La asombrosa persistencia del latín, una lengua que conserva su importancia aun muerta

Mensaje  Genaro Chic Dom Mayo 02, 2021 11:55 am

La asombrosa persistencia del latín, una lengua que conserva su importancia aun muerta

Muchas nociones del mundo clásico mantienen importancia hoy y en muchos idiomas es reconocible la influencia del latín. Pero además su valor futuro se mantiene para comprender los documentos de la Edad Media y parte de la Moderna.

El latín es una lengua familiar y extraña al mismo tiempo. Si a alguien que hable español se le pone por delante un párrafo escrito en latín, podrá adivinar parentescos entre buena parte de las palabras ahí presentes y muchas palabras de su lengua nativa, y todavía más si tiene competencias en otras lenguas romances. Ahora bien, si esta persona no ha estudiado latín con una mínima profundidad, es casi imposible que pueda dar con el significado del párrafo.

Con algunas lenguas hermanas nos basta un trato más o menos superficial para entender a grandes rasgos qué quieren decirnos: no sólo venimos de la misma familia sino que, sobre todo, pertenecemos a la misma generación. Pero nuestra anciana lengua madre pertenece a una generación remota. Su modo de razonar y de hacer las cosas es muy diferente al nuestro, y además nos cuesta comprender el mundo al que se refiere.

El latín como lengua antigua

Efectivamente, el mundo que de inmediato se asocia al latín, el de los antiguos romanos, no es ya —¡afortunadamente!— el nuestro. Los filólogos clásicos siempre han entendido como una parte fundamental de su trabajo entender el mundo cultural de las sociedades antiguas. “Pasar del idioma a los hechos materiales e ideales que en ese idioma se expresaron”, según las palabras de Menéndez Pidal en su presentación de la revista Emerita (1933).

Lo que escribieron los antiguos no es cristalino, incluso cuando parece serlo, y por eso el mejor aprendizaje que se extrae de la filología es la necesidad de someter cualquier texto a un escrutinio profundo antes de darlo por comprendido, si es que esto último es posible.

Esa idea humanística la encontramos en lugares que nos pueden parecer tan inverosímiles como estos apuntes de Isaac Newton (1726): “Tal era el verdadero significado de las palabras theos y deus (“dios”) para todos los griegos y latinos antiguos, pero nosotros, cambiando el significado de sus palabras, hablamos de forma corrupta sus lenguas”.

De manera análoga a cuando un filólogo explica que, por ejemplo, “cálculo” significa originalmente “piedrecita”, Newton quiere decir aquí que la palabra “dios” significa originalmente “dueño”.

El latín como lengua europea común

Pero Newton escribió esas palabras… en latín. En el primer tercio del siglo XVIII, esa práctica estaba empezando poco a poco a abandonarse, pero hasta entonces, escribir en latín había sido la primera opción razonable para quien escribía sobre ciencia o filosofía.

El latín había sido hasta entonces la lengua europea de cultura, incluso la lengua práctica de comunicación internacional en muchos contextos y regiones. En latín se escribió más que en ninguna otra lengua europea durante toda la Edad Media y la primera Edad Moderna, cuando hacía siglos que no quedaba vivo ningún hablante nativo.

Además, fue la lengua que más influyó en la estandarización de las vernáculas europeas, no sólo de las lenguas romances, sobre las que el latín ha ejercido un efecto doble, el “genético” o etimológico y también el sincrónico (semejante a la influencia actual del inglés sobre el español, por ejemplo).

Teniendo en cuenta todo esto, el latín ha llegado a calificarse como “la lengua con más éxito del mundo”. Las cifras que habitualmente se manejan para esbozar sus dimensiones resultan apabullantes: en la estimación —muy conservadora— de Jürgen Leonhardt, el 95% de los textos conservados en latín se escribieron después de la Edad Media y casi todo el 5% restante en la propia Edad Media. Sólo una proporción muy inferior al 1% procede de la Antigüedad. Es una cantidad comparativamente exigua que, además, está constituida en sus cuatro quintas partes por literatura cristiana.

Estos números generan una mezcla de asombro y suspicacia en el auditorio, incluso —o sobre todo— cuando está compuesto de clasicistas. Aquí el latín se muestra de nuevo como una lengua familiar y extraña al mismo tiempo.

Dichas consideraciones rara vez se mencionan a la hora de insistir en la necesidad de estudiar latín. Por supuesto, siempre será necesario que exista alguien capaz de leer a Tácito —y a Spinoza— en su latín original, pero también será imprescindible que exista siempre alguien capaz de leer cada nuevo documento latino que a diario se rescata de los archivos. De estos últimos, no existirá con seguridad ninguna traducción a la que recurrir.

Existe el “mundo clásico”, cuya relevancia para nuestros horizontes culturales cabe reivindicar en muchos aspectos, y que en otros resulta muy saludable cuestionar. Pero el mundo clásico no es el único mundo del latín.

El mundo de los cronistas y amanuenses, profesores y filósofos, experimentalistas y teólogos, inquisidores y herejes, librepensadores y censores, son también mundos legítimamente latinos. Comparten sin duda la Antigüedad como referente ineludible, pero no pueden entenderse sin más como mera prolongación o “pervivencia” de ésta.

Como “signo europeo” —mucho más que como signo de los antiguos romanos—, el latín es rico en luces y sombras que nos ayudan a comprender nuestro pasado y aun nuestro presente.

Pablo Toribio, Doctor en Filología Latina en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS-CSIC), Madrid

https://www.infobae.com/cultura/2021/04/28/la-asombrosa-persistencia-del-latin-una-lengua-que-permanece-importante-aun-muerta/


Genaro Chic

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