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La economía del miedo

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Mensaje  Admin Dom Jul 17, 2011 2:16 pm

En su obra "Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen", Jared Diamond pone ante todo el problema de la supervivencia biológica por encima de toda estructura cultural como causante de las formas de organización socio-económica. Al principio, y durante varios años (fue un libro que leí hace algún tiempo), me pareció que el autor exageraba su posicionamiento a favor de la naturaleza humana como causa sobre todo lo demás. No obstante, con el tiempo he ido entendiendo que posiblemente tuviera razón en algunos aspectos si lo observamos desde la perspectiva del problema de la escasez. Este mismo problema fue planteado inicialmente por David Ricardo, y en parte lo que Adam Smith expone como cuestión moral no es más que una diatriba sobre si es o no perentorio hacer crecer la riqueza de las naciones (bajo el concepto decimonónico de "nación") para la supervivencia de la comunidad. Sin embargo, no ha sido hasta profundizar en el concepto de "capitalismo de shock" que expone  Naomi Klein cuando me he parado a pensar en la posibilidad de que, en realidad, las estructuras socio-económicas y políticas se basan en gran parte en los miedos humanos.

Ahora que la economía habla tanto de las emociones humanas, deberíamos pararnos a pensar en qué medida el miedo a la extinción, a la hambruna, al desprestigio, al ostracismo, condicionan más que cualquier otro propósito la actividad humana. Después de todo, cuando uno dedica mucho tiempo a la economía corre el riesgo de pensar que todo depende de cómo organizamos nuestra supervivencia, que es a lo que, al fin y al cabo, se dedican los economistas como modernos chamanes. Si en el Paleolítico un tipo con taparrabos te decía que un bisonte era la comida y todos a cazar bisontes, en la actualidad agitan la bandera de un hedge found y ahí que van, o iban mejor dicho, unos cuantos banqueros codiciosos. Esta inmersión del hombre actual en la nueva religión contemporánea a la que todos ciegamente se entregan nos hace olvidar que por encima del objeto, está el sujeto. La gente mira sus ahorros en forma de  dinero, valoramos el patrimonio a través de las cuentas bancarias y estimamos lo bueno que es un trabajo en función de lo que señala la nómina cada mes. Algo que no deja de ser curioso dado que todo el sistema financiero, toda la banca, todo el modelo fiduciario se basa en una ilusión. Mañana hay una tormenta solar y se va todo a tomar viento fresco.  Según un informe de la OCDE,"la pérdida repentina de la electricidad podría causar fallos en los medios de transporte masivo de pasajeros por rail así como en los medios de señalización de tráfico rodado generándose un alto número de accidentes. El fallo de la refrigeración podría afectar a aquellos pacientes dependientes de medicación que debe mantenerse fría. Los cortes de agua debido al fallo de las bombas eléctricas que nos la suministran, o al fallo de las plantas de potabilización que las depuran, podrían llevar a una exposición aguda de la población a agentes nocivos para la salud y a la propagación de enfermedades asociadas. Las unidades de lucha contra incendio podrían dejar de tener acceso a agua que bombear desde sus mangueras y los hospitales dejarían de tener acceso a agua potable con la que atender a sus pacientes en riesgo".



En semejante panorama lo único que de verdad tendría valor sería el talento, la capacidad de las personas para emprender nuevas acciones que permitan la supervivencia en las nuevas condiciones adquiridas. Sin embargo, llegar al punto de averiguar cuál es el talento propio para ponerlo en valor exige una verdadera prueba de fuego personal porque nos sitúa en los límites. Y a la gente, reconozcámoslo, no le gusta los límites. Cuando Derrida nos habla de la aporía, nos sitúa justo en esa tierra extenuantemente fértil y a la vez paradójicamente inaccesible de la frontera. Cruzar la frontera siempre es inevitable. La aporía no es un sitio al que no tengamos que ir, ni siquiera es un lugar inevitable. Es un sitio que debemos cruzar a la fuerza. La edad, por ejemplo, es una de esas aporías imposibles de eludir. La muerte, incluso la enfermedad o el amor. Puedes curarte, y puedes dejar a esa persona, pero no puedes evitar el hecho del tránsito, de haber experimentado el paso por esa experiencia. Es en parte por ello que el miedo a la "irreversabilidad" lleve a la ejecución de lo que provoca la aporía, ya sea el suicidio o la muerte del otro como en la violencia entre parejas.


La gente huye de las aporías como suele ser habitual. Y lo hace a través de los objetos. El objeto no muta, no cambia, incluso si se rompe, se estropea o envejece podemos sustituirlo por otro. Es atemporal, otorga prestigio, dice algo de nosotros sin tener que abrir nuestra boca, puede comprarse y venderse, es atesorable y, ante todo, el objeto permanece inerme. Cada día que te levantes, el vaso con la marca de tu refresco preferido te recordará que durante más de cien años llevan produciendo esa bebida. La marca de tus zapatillas deportivas aparece en anuncios de la infancia de tus padres y detrás de tu reproductor de música la superficie está pulida para que puedas verte en él. Con los objetos puedes olvidar que tienes 30 años, o 50, o incluso más. Ya no eres alguien que tiene una moto sino que es la moto la que te tiene a ti, te diseña, te dice dónde tienes que ir, con quién te tienes que juntar, te otorga una identidad, te hace olvidar que eres un padre de familia o un tipo responsable, ahora eres un "malvado ángel del infierno".  

Es el objeto el que ha ganado la batalla desde su victoria. Muchas veces había pensado que el sistema de capital progresivo (vamos, lo que viene siendo el capitalismo salvaje de toda la vida, ése de más, más, más) había sido causante y a la vez causado por la "explosión" que supuso la Revolución Industrial. Ahogados territorialmente porque los grandes imperios territoriales de España y Francia, que practicaban un capitalismo expansivo (más tierras como modelo fisiócrata y de prestigio), no dejaban nada a los demás, los protestantes ingleses tuvieron que buscarse la vida en el comercio y la apertura de mercados. Es entonces cuando hay que cambiar la mentalidad, el progreso y todo lo que te ayude a producir más en menor espacio y tiempo pues mejor. De esa revolución surge el objeto, de ese objeto que gana terreno al sujeto surge también el surrealismo, y al mismo tiempo el incremento del valor de la posesión.  Tras la Segunda Guerra Mundial, lo que quedó fue un mundo destruido donde el objeto podía convertirse inmediatamente en la ilusión premeditada, y de esto fue de lo que se dio cuenta Warhol. Por eso decía Duchamp que él les había arrojado urinarios y los artistas le habían devuelto lienzos. El miedo al cambio se instaló como era normal porque el ciudadano medio quiere tener frigorífico, televisor, un coche decente, porque, al fin y al cabo, el llamado american way of life que se ha transustanciado en un Estado Consumista del Bienestar no deja de ser una tendencia natural. En 1960, John Updike escribía en su novela Corre, conejo: «Harry percibe la verdad: aquello que ha salido de su vida lo ha hecho de un modo irrevocable,y por mucho que lo busque no le recuperará. Ninguna huida podrá darle alcance.»


La gente se refugia en los objetos, en aquello inmutable que puede comprar por su miedo a cruzar el sendero de la aporía. Porque asumir el cambio produce un miedo terrible. Se sustituyen a las personas empalmando las emociones como si no se hubieran marchado nunca. Tu marido muere en acto de servicio y te indemnizan con un piso. Pierdes una pierna y te pagan una ortopédica. Pero no hay marcha atrás, las cremas antiarrugas no hacen que viajes en el tiempo, el objeto es sólo eso, objeto. El miedo del sujeto al cambio sin retorno es tan amplio que el objeto ha triunfado: no es el capitalismo quien nos lleva al consumismo, sino nuestro temor a lo irreversible.


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Mensaje  Admin Mar Ago 16, 2011 11:43 pm


El 3 de octubre del año 52 a.C., Julio César se sentaba a tomar su habitual almuerzo de queso, pan y aceitunas, normalmente con agua ya que sabía de los efectos del vino y quería estar atento a todo. Mientras tanto, sus tropas entraban en Alesia, oppidum de pueblos galos, y saqueaban a su antojo. Actos de vandalismo en recompensa por una fidelidad clientelar. Los soldados sabían que luchaban, no por Roma, sino por César, su pater patriae, el que les garantizaba el sustento. El 14 de julio de 1789 las multitudes asaltaban la prisión de la Bastilla en lo que ha sido ya el acontecimiento que ha simbolizado la revolución de Francia. Era una cárcel real, donde había, además de lo que hoy llamaríamos "presos políticos", presos comunes por robo, asesinato, violación, etc. Años después, ante las revueltas y los saqueos tuvo que constituirse el Comité de Salvación Pública con Robespierre a la cabeza. Rodaron cabezas, literalmente, incluida la de Robespierre dado que, como es habitual, se acabó usando para meter en un mismo saco a los violentos comunales (los que hurtan, roban y saquean bienes de todos) y los violentos personales (los que actúan desde la política [del griego polemos, espíritu de la guerra] para su beneficio particular). César y sus legionarios en el mismo espacio. De ahí a la toma del Palacio de Invierno, el saco de Roma por las tropas de Carlos V, el expolio de los ejércitos napoleónicos, los nazis (tenían que salir los nazis, tópico recurrente), etc, hay un tiro de piedra. Porque la historia del ser humano se encuentra movida por la estupidez, la inteligencia y la violencia, no nos engañemos.

No existen revoluciones, rebeliones, ni nada que se le parezca sin su dosis de violencia de diverso tipo. Ya sean violencias expresadas desde los poderes fácticos, ya sean violencias practicadas por el poder ejecutor del llamado "pueblo". Abstracción irreal que no existe dado que su heterogeneidad hace imposible que se articule en un movimiento real al que otorgar voz, funcionamiento y entendimiento común. Caesari multos Marios inesse ("¡Hay muchos Marios en César!", dijo al parecer Sila según Suetonio). Que haya muchas formas de liderazgo en un solo líder no es malo en determinados tipos de sociedad. La aparición, sin embargo, de muchos aspirantes a “césares” adoptando una postura paternalista desde espacios de representación de la soberanía popular hace que el sentido de la democracia se pervierta.

Voy a ser más claro. Un estado a la vieja usanza, como el romano, estaba articulado en torno a una asamblea basada en el equilibrio de fuerzas superiores. Era un modelo oligocrático que encontró a través de los tiempos y de diversos conflictos un equilibrio con la plebs a través del tribuno de la plebe. Todas las fuerzas estaban en el Senado… y en la calle. Que se lo digan a Claudio cuando le arrojaron fruta podrida por la falta de abastecimiento, o a Marco Antonio cuando manipuló a las masas en el discurso funerario de César. Aparecía entonces si era necesaria la violencia en las calles, altercados y vandalismo, que diríamos hoy. Porque en nuestros días, a falta de senadores (parlamentarios), tenemos un montón de pequeños césares ejerciendo por todas partes su violencia personal a través de políticas encubiertas (como evitar investigar a Emilio Botín, eso lo hizo un gobierno socialista), corruptas (aceptación de regalia por clientelismos políticos como en Valencia) o falseadas (incremento ficticio del nivel de vida pero sin reducción del coste de vida creando así una enorme crisis de deuda, que es en lo que vivimos). El camino hacia la democracia no se construye con muchos césares, sino con ninguno (si es que de verdad no queremos volver al siglo I claro), y con senadores-parlamentarios que respondan a los intereses de un capitalismo comunal.

No es tan complicado. O sí, teniendo en cuenta la naturaleza del ser humano. Garret Hardin ("The tragedy of the commons", Science, 162, 1968, pp. 1243-1248) expuso cómo la tendencia habitual es a incrementar los bienes de forma ilimitada en un mundo muy limitado. Partimos de la base errónea en nuestra economía actual de que el dinero es infinito, los recursos inagotables y los alimentos casi imperecederos. Vivimos en la ficción de naranjas en verano, fresas en octubre, carne todo el año, electricidad toda la que puedas pagar, gasolina toda la que puedas echar, compra todo lo que puedas consumir y cuando hayas llegado a tu límite de consumo sigue consumiendo. Para ello usamos los bienes comunales, diferentes de los bienes públicos. Un Estado se construye precisamente para poner límite al capitalismo personalista donde los bienes comunales son explotados a través de bienes públicos. Podemos hacerlo con un poder coercitivo (Hobbes) o mediante acuerdos sociales (Locke). Cuando el acuerdo social lo establecen unos pocos sin tener en cuenta a todos (es como funcionaba la democracia en Atenas, el demos tomaba decisiones que afectaban a todos, tuvieran o no voz y voto) y su coerción se basa en la clientela del paternalismo, puede suceder que la fruta podrida se convierta en coches incendiados y cócteles molotov.

La acción colectiva de las sociedades para un uso de los bienes comunales a través de servicios públicos debe tener en cuenta a) la necesidad de la existencia de esos servicios públicos y b) las externalidades. Una externalidad en economía es algo que no está contemplado en una acción económica y que tiene efectos positivos o negativos. Si un rico paga más impuestos habrá mejor seguridad social y los trabajadores estarán mejor atendidos, pudiendo ser más productivos en las empresas que le han hecho rico. Aunque él, de seguro, no use un hospital público. Eso es una externalidad positiva. Como bien expone Mancur L. Olson (cit. "The logic of Collective Action", en B. Barry y R. Hardin (comps.), Rational Man and Irrational Society, Sage, Beverly Hills, 1982, pág. 44, visto en J. A. Marina, Las culturas fracasadas, Anagrama, 2010, pág. 56), las acciones colectivas tendrán más éxito si se contempla un principio de egoísmo básico. Si vemos los disturbios que se producen en nuestros días, es fácil de entender, ¿busca la gente mejorar su situación común o su situación personal? Desde el Movimiento 15M se llevan a cabo muchas reivindicaciones, algunas tendentes a mejorar sinceramente la democracia y otras solamente como peticiones personalistas. En las revueltas de Londres se extorsiona, se roba, se queman edificios pero no se ataca al poder establecido. ¿Por qué quemar una tienda de muebles y no el parlamento? O la sede de un banco y no una sucursal. Porque todo parte de una cuestión esencial: "salvo si el número de individuos de un grupo es reducido, o salvo si existe coacción o algún otro mecanismo especial que inste a los individuos a actuar a favor de los intereses colectivos, los individuos racionales e interesados no actuarán para satisfacer los intereses comunes o grupales" (Olson). Es decir, como aclara José Antonio Marina, dado que es el interés propio el motor de las acciones, sólo serán colectivas si existen incentivos selectivos que redunden en beneficio exclusivo de los participantes.

Y he aquí, por extensión, el grave fallo que han cometido las sociedades despersonalizadas generadas por una economía pretendidamente globalizada. Una ciudad como Londres, como expuse hace tiempo, es vasta y llena de múltiples colectivos en los cuales se mezclan todo tipo de intereses y necesidades. Esas sociedades yuxtapuestas, como se expone en un interesante artículo de Le Monde, carecen de personalidad común para constituir un demos y establecer una polis que vele por todos, conviviendo como aquellos pueblos itálicos a los que Roma trataba como "socios" sin poder de decisión en el Senado. No nos olvidemos que, por aquel entonces, aquellas comunidades se rebelaron manipuladas por intereses políticos internos de Roma para debilitar "al otro". La historia tiende a repetirse de forma que tras cosas como el 15M, las revueltas en los banlieu de 2005 o estas de Londres pueden estar, y de seguro están, otros intereses de control. El Reichstag ardió y Hitler dijo que fueron los comunistas.

Pero es que, además, la patraña de la no-identidad o del respeto excesivo por un igualitarismo fascistoide. Mantener cada cultura en su gueto es apostar por la no interacción, y con ello con el sometimiento de un montón a unos cuantos bajo la falsa idea de que tu libertad de actuación cultural cubre tu falta de actuación política. En esa falta de democracia real la gente no siente la ciudad como propia, y en cuanto le faltan aquellos servicios públicos que unos cuantos han decidido apropiándose de los bienes comunales (recursos como el agua, el trabajo, la alimentación, la comunicación, etc.) estallan en oleadas de violencia. Una violencia que no lleva a nada ya que es usada como excusa de nuevo para establecer mayores recortes, esta vez en derechos civiles. Las revueltas que se están produciendo en Londres y en otras partes no son más que el resultado de un egoísmo personalista engordado tras décadas de falso progreso y niveles de vida ficticio. Mientras nos recortaban los derechos de los trabajadores, nos introducían en una burbuja de deuda (la auténtica burbuja de verdad, no la inmobiliaria), no se movilizaba nadie. Ahora sí, pero para volver al status quo anterior.

Los altercados en Reino Unido tienen la misma naturaleza que los saqueos de las legiones de César. Apropiarse de lo ajeno porque está entendido precisamente como eso, como lo ajeno, y como tal puede ser robado o destruido. Esa es la muerte de todas las revoluciones, cuando los individuos que participan de ella se dan cuenta de que aquello por lo que luchaban no es algo propio que compartir, sino algo ajeno que tomar.
Precisamente, fue hablando con una limpiadora que viene a mi bloque cuando encontré algunos elementos que son importantes a tener en cuenta. Al fin y al cabo, ella expresaba una suerte de “sentir popular”. La naturaleza de la "dialéctica" fundamental en la que estábamos metidos era la forma de ejercer la violencia desde la base de la comunidad (el "pueblo") o bien desde la cima (el llamado "sistema"). Es la misma discusión a la que se ha hecho referencia cuando comenzó, por ejemplo, el movimiento 15M, las revueltas griegas o las chilenas. ¿Es legítima la defensa bajo la apelación de aux armes, citoyens, formez le batallons en estados llamados democráticos? Aún más, la comparación con la "primavera árabe", ¿es perentoria dado que allí se fomentaron en países con regímenes dictatoriales, cleptocráticos y carentes de libertades? Que se lo pregunten a David Cameron que ahora habla de cerrar de vez en cuando las redes sociales para controlar y evitar disturbios. Cortar la libertad para defender la libertad, amarga contradicción.

El problema viene planteado por la ausencia de un debate desacralizado y crítico sobre la estructura social en la que vivimos y, a veces, hasta convivimos. Probablemente porque reconocer que nuestra democracia está construida para amparar el progreso mercantil y el capital pero no para ampliar los horizontes vitales de los ciudadanos que participan de ella sería un duro golpe. Pongamos por caso España. Si uno observa el siglo XIX puede ver que la etapa conocida como Sexenio Democrático contempló dos intentos por asentar un modelo democrático pleno en el país, bajo dos regímenes diferentes. Por un lado, la monarquía parlamentaria de Amadeo de Saboya, fracasada por el enfrentamiento político, la nulidad cultural de la sociedad de entonces y la estrechez de miras de quienes mandaban y aspiraban a hacerlo. Por otro, la Primera República, unos meses de renovación absoluta con figuras como Pi y Margall que introdujo cambios fundamentales que situaron al país en primera línea de las políticas sociales y de las prácticas democráticas de la época. De haber triunfado, habríamos sido la vanguardia política de la época. En lugar de eso, la estabilidad vino con una Restauración monárquica propiciada mediante un golpe de estado que trajo de nuevo a una dinastía, la de los Borbones, amparada en el reconocimiento de Alfonso XII como Jefe de Estado y de todos los ejércitos. Para crear la ficción de la democracia, adaptar el turnismo británico con un sistema bipartidista que eliminaba de la ecuación a los posibles elementos contrarios al "sistema".

El acto segundo de la Restauración vino tras la Transición, en los años 70 del siglo XX, cuando se procedió de nuevo a la introducción de un jefe de todo, también de los Borbones, con un sistema electoral injusto, golpes de estado fabricados para crear salvapatrias, etc. No voy a extenderme porque lo han hecho ya estupendamente en otro sitio y expuesto en este mismo foro del que copio un párrafo y pongo el enlace por si alguien quiere leer más:
"Y ahora llega el momento crítico de plantearse si, realmente, el sistema político español de la actualidad es diferente al sistema canovista. Al igual que entonces, es un Borbón quien hace las veces de Jefe de Estado, que “adorna y representa”, como garante de los valores de la democracia, si bien es cierto que ahora con atribuciones más simbólicas que efectivas. Al igual que entonces, aunque con sus evidentes diferencias, un sistema electoral injusto, (D’Hont), propicia la alternancia ‘espontánea’ de los dos grandes partidos políticos ‘dinásticos’ en el poder, excluyendo a elementos que podrían desestabilizar el orden constitucional de 1978, (IU, no estoy mirando a nadie)[con esto no estoy del todo de acuerdo, creo que tanto IU como el Partido Comunista se han adherido plenamente al sistema]. Al igual que entonces, el clientelismo y el nepotismo campan a sus anchas por todo el territorio de la piel de toro. Poco a poco, se van difuminando las ideologías primigenias y la imagen de un Estado subyugado a los intereses y caprichos del capital va cobrando forma. Visto así, tampoco hay tanta diferencia, ¿verdad?"

El ejemplo sirve para mostrar lo que José Antonio Marina llama "sistemas políticos fracasados", no de una forma general como definición de un modelo que fracasa siempre, aplique donde se aplique, sino que parte de sociedades que son estúpidas. La democracia en Occidente se encuentra actualmente atravesando un proceso derivado de la profunda recesión del conocimiento del que, en parte, nos advertía Walter Benjamin. Al aumentar las formas de comunicación (la llamada Revolución de las Comunicaciones), de relación (las redes sociales), de reproducción (la experiencia fragmentada de los referentes culturales), etc., se aumenta la desinformación. Se crean especulos, espejos en los que mostrar, no el reflejo de la sociedad, sino un reflejo que es el que la sociedad imita. Es decir, se entra en la paradoja de que no eres tú quien se refleja en el espejo sino que es el espejo quien te dicta lo que tienes que reflejar. El lenguaje es un arma maravillosa, y de especulo deriva especulación, esa especulación asentada en el sistema, del que formamos parte todos ya que nada es sin nosotros, y que nos permite desde la ficción del contrato social hasta la manipulación de los mercados.

¿Qué es si no la deuda? Se habla mucho de la crisis de deuda, de la bajada o subida de la categoría de la deuda de un país, y todo eso. Sin embargo, ¿sabemos lo que es realmente la deuda? ¿cuánto vale un favor? ¿cómo medir la solvencia de más de 30, 40 o 50 millones de habitantes? Rápidamente alguien podrá decir "¡la deuda es el dinero que debes!". Muy bien, pero ¿qué es el dinero sino un ejercicio de fe? Ya he explicado otras veces que el dinero no existe, en todo caso, es. De ahí que pueda recurrirse a la especulación. Si el dinero fuera una cosa fija, cuantitativa, física, no podría especularse con él. El dinero tiene valor, sólo hay que ver cómo funciona la Reserva Federal de EEUU, un banco privado que lo que hace en realidad es fabricar dinero que luego vende al gobierno americano.

Es entonces cuando surge la necesidad de tener controladas a las masas de consumo. Una vez finalizada la Guerra Fría, el Estado del Bienestar desveló su máscara de ardid político para mantener contentos a los partidos de izquierda y calmados a la vez a los mercados capitalistas. Crear un estado así requería una legión de funcionarios que alimentaban la clase media, motor del consumo, y con ello del trabajo no cualificado, motor de la deuda. Ahora ya no hacen falta los espejos, ni las ilusiones ni los espejismos, la realidad es que el motor del nuevo capitalismo es la deuda, y no el consumo, y por tanto hay que rebajar las clases medias (y si puede ser destruirlas), desmantelar los estados separando la gestión de los servicios públicos de los bienes comunales (privatizándolos por ejemplo) y crear masas de deudores que estén sometidos a una elite comprometida con castas de poder político. No es un modelo nuevo, ya ha existido antes en la historia y es el modelo en gran parte sobre el que se sustenta China.

No hay una gran diferencia, de esta forma, entre democracia y tiranía. Es más, cabría presumir una nueva faceta de ambas, convergiendo en una hibridación a la que podríamos llamar "democracia despótica ilustrada". Ya no los advirtió Aristóteles en su Política. Según él, los tiranos usan tres estrategias para mantener el poder: "envilecer el alma de sus súbditos" (para evitar conspiraciones), "sembrar entre ellos la desconfianza" (para evitar la unión de la población) y "empobrecer a sus súbditos" (para que estén absorbidos por el trabajo). No hay que ser muy listo para darse cuenta que todos estos argumentos se han dado en las llamadas democracias occidentales en los últimos años. Se nos ha sometido a un proceso de conversión en entes pusilánimes (según el DRAE, "falto de ánimo y valor para tolerar las desgracias o para intentar cosas grandes", de ello el sistema educación ha dado buena cuenta) que banalizan sus propias vidas, sus creencias de todo tipo, sus relaciones personales y aspiran, como en el fascismo, a la creencia de que el ciudadano es mediocre y está por debajo de los "líderes". Cuando surgen movimientos civiles se desprestigian al momento, haciéndolo mediante una suerte de teorías de la conspiración, de difusión de imágenes de desconfianza entre los propios miembros de esos movimientos (por ejemplo, resaltando enfrentamientos y robos que lo único que muestran es que el ser humano es miserable en todas partes) y sobre todo rebajando el origen de todo a unos cuantos "vándalos", "perroflautas", "cabreados", "antisistemas", etc. Y el empobrecimiento de la sociedad es demasiado evidente. Tras la Guerra Civil la gente sólo quería tener algo que llevarse a la boca. El triunfo de Franco, como el de Hitler, entre otros, vino precisamente de las promesas, cumplidas por cierto, de trabajo y alimento.

Aún hoy puedes escuchar a la gente hablando en esos términos. "Lo que hay que hacer es ponerse a trabajar y menos protestar". Exacto. Cuando haya trabajo, claro. Y cuando se permita la generación de emprendedores más allá de la especulación. Un emprendedor debe adoptar una personalidad nodal, es decir, debe constituirse como eje e intersección de la inteligencia social y compartida de una sociedad. De esta forma, podrá acometer una labor principal: ampliar los horizontes del capital social con la finalidad de que los individuos de la comunidad puedan cumplir sus expectativas de felicidad privada. De esta forma, se actúa desde un campo diferente al de la publicidad, donde se intenta mediante capital mercantil inducir una concreción a la felicidad personal, que es abstracta.

La guerra, no obstante, está inclinada muy claramente del lado de los especuladores. De los prestidigitadores que nos engañaron entonces y nos siguen engañando ahora. Uno de los ejemplos más claros ha sido al difundir por la sociedad europea el camelo de los "niveles de vida". Por ejemplo, con programas como los de Andaluces por el mundo, Madrileños por el mundo, Españoles por el mundo, se arraiga la vieja idea de que irse del país no es doloroso, de que encuentras amigos, familia y acabas echando de menos abstracciones como el "sol" (existe en todas partes), la comida (no echas de menos un plato concreto de un día específico sino en general la gastronomía a la que estabas acostumbrado), elementos que se dejan de lado porque siempre aparecen triunfantes, victoriosos en sus aspiraciones vitales. La felicidad privada inducida desde una abstracción de lo que se dice debe ser la felicidad pública. En lugar de al revés. Con este bulo, aparece la vieja idea de que el nivel de vida es más alto, por lo general, en la Gran Europa que en países como España o Grecia. Y es cierto. Lo que no dice es que la proporción sueldo-coste de vida está más ajustada. Al tener en países como España un coste de vida más elevado, se genera una economía basada en la deuda. Un banco, por ello, no obtiene tanto su beneficio del capital circulante (por ejemplo, con sueldos más elevados podrían tener más dinero para hacerlo fluctuar bajo un capitalismo de circuito) sino de la deuda, con todos sus intereses.

Es lo que sucede cuando una agencia privada de independencia dudosa afirma que la prima de riesgo de tal país sube tantos puntos. Se duda de la capacidad de pagar, lo que hace que te pidan más intereses para pagar lo que debes. El negocio es redondo. Piense por un momento que usted debe 1000 euros. Pide un crédito por esa cantidad que debe pagar a un 5% una vez que la entidad que le facilita el préstamo estima que usted es solvente. Sin embargo, alguien que le ha oído decir en un bar "hoy sólo una cerveza que está la cosa cortita" va al director del banco y le dice que usted es menos solvente de lo que creían. O porque le ha parecido que su ropa está ajada. O simplemente porque es una creencia y punto. De pronto el banco va y le dice "ahora me tiene que pagar un 25% y la siguiente vez que me pida al 40%". Mucho más que eso, imaginemos que la persona que le ha visto es primo de a quien usted le debe los 1000 euros, y que se los debe porque usted le pidió dinero para pagar otra deuda. Es el circuito de la deuda, el nuevo vasallaje. Por supuesto, un timo alegal bien montado basado en la creencia.


Para redondear el círculo nada mejor que hacernos vivir en una sociedad basada en el miedo. Quis custodiet ipsos custodes? Decía Juvenal. Quién va a vigilar a quienes nos vigilan cuando en pos de una supuesta cultura de la seguridad nos hacen vivir bajo el miedo de posibles revueltas, posibles castigos, posibles vigilancias, posibles denuncias, posibles desórdenes, posibles atentados. Y la democracia ¿se basa en una posibilidad, en una libertad o en un estado de paz social? La paz se consigue también en estados totalitarios. La libertad, no. Es sólo una opción cultural que debemos plantearnos. Nos cerrarán las redes sociales (que ellos financiaron y permitieron hasta que la cosa se fue saliendo un poco de control) cuando se les antoje. Nos quitarán nuestras casas, nos introducirán en una nueva esclavitud de la deuda y se quedarán el pastel para unos pocos. Es la Edad Media.

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Mensaje  Enrique García Vargas Mar Ago 30, 2011 10:58 pm

Dice Sloterdijk que el seguro ha hecho más por el desarrollo de occidente que el papel modeda y la letra de cambio juntos, lo que en cierto sentido viene a dar la razón a la idea de que es el miedo (al cambio, a lo imprevisto) uno de los puntales de nuestro mundo. El otro es el odio, hasta el punto de que el propio Sloterdijk habla de los movimientos sociales de los siglos XIX y XX como auténticos bancos o reservorios de odio que han hecho que corra la sangre y con ella los dólares. Es curioso, el odio y el miedo son los dos hijos mayores de la deuda.

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La economía del miedo Empty La deuda, motor maldito de las sociedades humanas

Mensaje  Genaro Chic Vie Sep 02, 2011 1:40 pm

La deuda ha sido siempre el motor de la economía, sea ésta del tipo que sea. Y la economía ha jugado siempre un papel muy importante en la política. En una época en que el capitalismo individualista estaba empezando a descollar por primera vez, en el marco de las poleis griegas, en el siglo IV a.C., Aristóteles (Política, 1305 b) tiene muy claro que

“en cuanto a las principales magistraturas, reservadas necesariamente a los que gozan de los derechos políticos, será preciso prescribir los gastos públicos que para obtenerlas deberán hacerse. El pueblo, entonces, no se quejará de no poder alcanzar los empleos, y en medio de sus recelos perdonará sin dificultad a los que deben comprar tan caro el honor de desempeñarlos. Al tomar posesión, los magistrados deberán hacer sacrificios magníficos y construir algunos monumentos públicos; entonces el pueblo, que tomará parte en los banquetes y las fiestas, y verá la ciudad espléndidamente dotada de templos y edificios, deseará el sostenimiento de la constitución; y esto será para los ricos un soberbio testimonio de los gastos que hubieren hecho. En la actualidad, los jefes de las oligarquías, lejos de obrar así, hacen precisamente todo lo contrario: buscan el provecho con el mismo ardor que los honores; y puede decirse con verdad que estas oligarquías no son más que democracias reducidas a algunos gobernantes”.

Tres siglos más tarde en Roma Ovidio (Fastos, I, 217-218) seguirá diciendo que

“Ahora sólo el dinero tiene precio: la riqueza es la que da los cargos de prestigio (census dat honores), la que da las amistades; el pobre yace en cualquier parte”.

Y por eso (Amores, III, 8, 55-56)

“La curia [el parlamento] está cerrada a los pobres; es la riqueza la que da los cargos de prestigio (dat census honores), ella la que hace juez al grave, caballero al serio”.

Quien logra que otro acepte un favor o regalo de otro consigue una superioridad moral que se traduce en una supremacía social y política con frecuencia, lo que puede ser un elemento de opresión del más débil, aunque no necesariamente haya de serlo. Según el mismo Aristóteles el hombre liberal ha de prestar, pero sin intereses materiales tangibles, simplemente por ofrecer un servicio comunitario:

“Lo propio de la liberación es, más bien, el dar cuando es preciso que el recibir cuando es preciso, y el no recibir cuando no procede”.

“Así, el hombre liberal y generoso dará porque es bello dar; y dará convenientemente, es decir, a los que debe dar, lo que debe dar, cuando debe dar, y con todas las demás condiciones que constituyen una donación bien hecha. Añádase a esto que hará sus donativos con gusto o, por lo menos, sin sentirlo, porque todo acto que es conforme con la virtud es agradable o, por lo menos, está exento de dolor, y no puede ser nunca verdaderamente penoso. Cuando se da a quien no debe darse, o cuando no se da siendo bueno dar, y se hace un donativo por cualquier otro motivo no es uno realmente generoso, y debe dársele otro nombre, cualquiera que él sea. El que da sintiendo pena no es tampoco generoso, porque si se atreviera preferiría su dinero a la acción buena que hace, y no es esto lo que debe sentir un hombre verdaderamente liberal. Tampoco recibirá de quien no debe recibir, porque aceptar un don bajo estas condiciones dudosas no es propio de quien no estima en mucho las riquezas. Si no recibe, tampoco pedirá, porque no es propio de un hombre que sabe hacer bien a los demás obligarse fácilmente él mismo. No tomará dinero sino donde deba tomarlo, es decir, de sus propios bienes; y no porque a sus ojos haya en esto algo que sea laudable, sino únicamente porque es condición absolutamente necesaria para tener la posibilidad de dar”. (Ét. Nic., 4, 1).

El problema de esta deuda es que, al ser cualitativa y no cuantitativa, no tiene bien precisados sus límites, con lo cual nunca se sabe si el don realizado ha sido en algún momento estrictamente compensado con otro don o servicio, o no. De ahí que la deuda cuantificada de una forma objetiva, en relación con la moneda, fuese sustituyendo a la anterior a medida que las relaciones personales se iban haciendo más complejas y no ser posible una relación directa entre deudor y acreedor como lo es en las sociedades en las que todo el mundo se conoce y controla. Era esta una deuda más racional, pero no menos constringente que la anterior, aunque, eso sí, era más fácil establecer en qué momento se encontraba saldada.

Así pues la deuda siempre fue un elemento de subordinación del que la contraía, tan contraria a la libertad como un impuesto (no es lo mismo contribuir voluntariamente que pagar lo que te imponen; como no es lo mismo esforzarse voluntariamente que trabajar al dictado de otro). De ahí que en el antiguo evangelio cristiano se proclamase como oración principal un ruego a la divinidad acerca del perdón de las deudas. Por eso no es de extrañar que Jesucristo prescribiera (Evangelio de Mateo:

1 “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.
2 Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. 3 Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, 4 para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”.

El interés quedaría sustituido por el amor (caridad), y la subordinación por la colaboración en el marco de la comunidad en su planteamiento primitivo. El interés quedaría reservado para otra vida, tras la muerte:

“Dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo habían invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos»”. (Lucas, Evangelio, 14, 12-14). “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de los cielos” (Luc. 6.20).

Los ricos han de practicar la caridad con los pobres en la tierra, para que luego les permitan el acceso a los cielos. Cuanto más pobre en la tierra, se es más rico en el cielo. Así lo plantea J. Chiffoleau en La comptabilité de l’au-delá. Les hommes, la mort et la religion dans la région d’Avignon à la fin du Moyen Age (París, 1980). Evidentemente esos planteamientos nunca triunfaron, de la misma manera que nunca murieron como aspiración. En eso creo que andamos. Pero hoy, al ser el dinero el nuevo dios, cuantitativo e inmanente (frente al cualitativo y trascendente de la religión tradicional), los pobres, que no tienen dios, no son necesarios para nada (no son los hijos de dios, y por tanto no ofrecen el cielo, que ahora está en la tierra). En ese sentido se expresa U. Beck en ¿Qué es la globalización? (Barcelona, 2000, p. 40).

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Mensaje  Genaro Chic Sáb Sep 10, 2011 11:17 am

Endeudarse es hipotecar el futuro para disfrutar del presente. Pero ¿se puede pagar una deuda con algo que en realidad no controlas? Cuando entregas tu futuro como garantía existen bastantes posibilidades de que te quedes sin él. Esto vale tanto para las personas como para las sociedades. Y es que, como toda droga euforizante (el vino, p. ej.), tomada en pequeñas cantidades la deuda puede ser incluso beneficiosa, pero la sobredosis suele ser mortal.

En la situación actual, atiborrados como estamos, tal vez que los gobiernos puedan llegar a salvar a los bancos, pero ¿quién salvará entonces a los gobiernos, sean del color que sean? ¿Es sensato combatir la deuda creando una mayor? ¿Hasta cuándo? Estas son las preguntas que se hacen en este video que contiene lo que para mí ha sido una de las mejores lecciones de Historia Contemporánea:

http://qmunty.com/blog/2011/06/22/sobredosis-la-crisis-segun-johan-norberg/

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