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Mito + Razón = Sentido común

Mar Nov 21, 2017 9:44 pm por Genaro Chic


MITO + RAZÓN = SENTIDO COMÚN

           Pensar que algo no ha existido en nuestro pasado porque no tiene constatación arqueológica no puede ser, visto desde la perspectiva actual, más que un dislate. F.J. García Fernández hace muy bien en asomarse a otras fuentes de conocimiento y analizarlas críticamente.

           La manera de percibir la realidad va cambiando con el tiempo y con el tipo de sentido que es predominante en esa cultura. E.A. Havelock [1903-1988] ha puesto claramente de relieve -en La musa aprende a escribir-  el hecho de cómo cambia la percepción de lo que se considera realidad a partir de que los griegos llegan, en un ámbito que tiende a ser urbano, a lograr fijar el habla por medio de signos visuales. La concepción cualitativa del mundo tiende a ser sustituida por otra cuantitativa, y la "normalidad" adquiere otro tono distinto.

          Y viceversa, en nuestros días la recuperación de la oralidad sin desprendernos de la visión de la realidad propia de la modernidad, gracias a las nuevas técnicas de comunicación (video, televisión, etc.), ha llevado a M. MacLuhan [1911-1980] y R. Powers  -en La aldea global- a poder plantear las transformaciones en la vida y los medios de comunicación mundiales propios del siglo XXI.

           Decir, sin más, que Tartessos no pudo existir como imperio sólo por el hecho de que no había ciudades, no es más que el resultado de aplicar el prejuicio ideológico de que el centro del universo se encuentra en la ciudad (uno de los mitos más poderosos de nuestra civilización letrada). Si aplicásemos como regla general ese principio difícilmente hubieran encontrado su lugar en la Historia pueblos mongoles -o con ellos relacionados- como los que formaron el efímero imperio huno en el siglo V; o el de los ávaros o yuangs-yuangs en los siglos VI-VII d.C., que tenían un jefe o kaghán y vivían en una capital ambulante y fortificada, el ring. Este carácter poco estable no impedía, por otro lado, el uso de la escritura, como sabemos que sucedía en el caso del imperio de Genghis Khan [1162-1227], difícilmente constatable por la Arqueología, que introdujo para el uso de su corte el uso del sello y de la escritura uigur. Sabemos perfectamente, porque coinciden Tucídides [460-396 a.C.] (I,10,2) y la Arqueología, que la Esparta de fines del siglo V a.C., la que venció a la formidable Atenas del Parthenón, los Muros Largos y El Pireo, no era una ciudad en el sentido urbanístico del término (aunque sí una polis, la más poderosa del mundo heleno, pero eso es otra cosa distinta de lo que entendemos por una ciudad), y sin embargo tenía ya una cultura letrada, como la tenían sus contemporáneos del S.O. de la península Ibérica, que tampoco era una zona precisamente muy urbanizada que digamos.

           Es evidente que, de acuerdo con el signo de los tiempos como antes se ha aludido (y no porque sea una moda, sino por pura necesidad) hay que dotar un sentido holístico o globalizador a nuestra percepción de lo que nosotros venimos llamando pasado desde una perspectiva que pretende ser estrictamente racional. Un ejemplo claro lo tenemos en la imposibilidad de definir con claridad desde esa perspectiva aludida el concepto de "grupo étnico" que se atribuye, en el caso presente, a los turdetanos. Como el autor defiende, siguiendo a Barth [1928-2016], la percepción del hecho es fundamentalmente subjetiva, lo que corresponde más a la mente emocional que a la racional (D. Goleman). El grupo étnico se nos muestra como un mundo de límites precisos indefinidos, en el que los elementos cualitativos pesan más que los cuantitativos propios de una mente lógica. Es más bien el mundo de los círculos y las esferas (cuyas dimensiones sólo imperfectamente pueden ser captadas racionalmente -piénsese en la inexactitud del llamado número pi-) que el de las líneas rectas de las geometrías clásicas. Porque no sin razón cita J.C. Bermejo a A. Schopenhauer [1788-1860] (El mundo como voluntad y representación. 1819) para señalar que el pensamiento lógico es al mítico lo que una recta a varias curvas que la rodean: expresa sensu proprio, y por lo tanto alcanza directamente, lo que el mito muestra bajo disfraces y alcanzan por medio de rodeos. Y a veces la recta nos resulta imposible de trazar. Es necesario pues recuperar el uso de la parte irracional de nuestro cerebro -cuya importancia está siendo señalada por los estudios de fisiología (R. Carter; D. Goleman)- para volver al concepto de sentido común que tenían nuestros pensadores clásicos, cuando la tendencia al predominio de la percepción visual (mediante la cual entran las letras en nuestro cerebro) no había determinado aún de la forma que lo hizo en la modernidad una concepción desequilibrada del mundo circundante.

          Entiendo por consiguiente que se impone dejar a un lado nuestra cultura cristiana en el aspecto de su demonización de la mítica: Sólo integrando, como tiende a hacer de forma natural nuestro cerebro, las dos formas de conocimiento de que disponemos, la emocional y la racional, podremos recuperar ese equilibrio sin necesidad de dar marcha atrás en ninguna de nuestras conquistas intelectuales. Hagamos como el justamente reivindicado en nuestros días Aristóteles [384-322 a.C.], aunque en sentido inverso. Él reivindicó la equiparación de la lógica con el pensamiento mítico socialmente imperante; reivindiquemos nosotros nuevamente el equilibrio recuperando ahora el desdeñado mundo del mito, el derivado de nuestra mente asociativa, donde los elementos cualitativos predominan sobre los cuantitativos. La conjunción de ambos sistemas de pensamiento, el emocional y el racional o lógico, dará unos resultados contradictorios (como son contradictorias las manifestaciones onda-partícula de los experimentos físicos), pero nuestra percepción de la realidad circundante se habrá enriquecido sin duda alguna una vez superada la falta de flexibilidad con la que ahora nos movemos en el campo del conocimiento.

G. CHIC, en el "Prólogo" al libro de Francisco José García Fernández, Los turdetanos en la Historia: Análisis de los tesrtimonios grecolatinos, Écija, 2003.


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