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Cuando el progreso estaba mal visto

Vie Feb 19, 2016 10:45 am por Genaro Chic

Sociedad y economía desde la perspectiva antigua
​    ​
            La vida social se regula a través de códigos, reglas, expectativas, hábitos y costumbres relacionados con la etiqueta, la ética y el rol. En esta regulación, el refuerzo, es decir, el esfuerzo que realiza el grupo para integrar a sus componentes, es psicológico, habitual y consuetudinario, un constreñimiento de la vida social realizado por medio de sistemas de recompensas y castigos en el seno de la familia doméstica.

           En cualquier caso el principio fundamental que regula la vida de todas las sociedades arcaicas es el del prestigio, basado en la idea desigualitaria de que el ser se reparte por el mundo concentrándose más en unos puntos que en otros (sean estos puntos lugares, cosas o personas). Es él el que impone ese tipo de reciprocidad desigual, que en el marco de la religión se explicita en la fórmula do ut des ("te doy para que me des") implicada en el sacrificio como señaló M. Mauss. Comentándolo recientemente M. Godelier señala que, "donar parece instituir simultáneamente una doble relación entre el que dona y el que recibe. Una relación de solidaridad, ya que el donante comparte lo que tiene, o lo que es, con aquel al que dona, y una relación de superioridad, ya que el que recibe el don y lo acepta contrae una deuda con aquel que se lo ha donado.

           Por medio de esta deuda, se convierte en su deudor y por ello se halla hasta cierto punto bajo su autoridad, al menos hasta que no haya «devuelto» lo que se le donó. A los dioses hay que ofrecerles víctimas porque así se explicita la dependencia del donante y se obliga a la divinidad a quedar por encima dando mucho más. Y ese principio lo encontramos un poco por todas partes; lo vemos así igualmente en el marco de las relaciones que hoy diríamos estrictamente sociales, con la práctica de la clientela y de la hospitalidad (hospitium o xenía); o en el marco de la política, donde la conducta evergética (hacer actos en beneficio de los demás) establecerá una relación desigualitaria que hace de los poderosos (potentes) los donantes exclusivos y en consecuencia los que reciben todos los honores anejos a los cargos públicos. Son los poderosos los que corren con los gastos de la comunidad, que a cambio les otorga el prestigio de representar a la misma. El hombre libre no puede pagar impuestos (la imposición es contraria a la libertad) pero puede mostrar su grandeza contribuyendo al beneficio comunitario.

           Los sistemas de autoridad se basan en estatutos jurídicos claramente desigualitarios, pero siempre dentro de la institución familiar. No existe, pues, jerarquía real de autoridad alguna fuera de los estatutos de parentesco; esto es, no existe posición permanente de líder, por lo que el liderazgo, que aparece sólo en función de actividades suprafamiliares muy concretas, se basa enteramente en las cualidades personales, entre las que sobresale la capacidad para interpretar la opinión pública. La mediación en los conflictos internos se produce también dentro del ámbito de las relaciones de parentesco.

           Desde el punto de vista de la economía, es propia de esta formación social la producción doméstica (oikonomía), por parte de familias que explotan individualmente, según unas reglas definidas, la propiedad colectiva del clan. Hay que tener en cuenta que en la Antigüedad se tenía sobre la economía una serie de consideraciones distintas de las que nosotros tenemos actualmente. Si para nosotros un sistema económico estable es aquel que lleva al progreso al conjunto de la sociedad, en la Antigüedad el progreso estaba mal visto (todo cambio produce temor en una sociedad débil, donde la esperanza media de vida no sobrepasa los treinta años), y cuando el cambio se producía se ligaba a la voluntad de los dioses, no a la actividad humana. Las comunidades no trabajaban para producir unos excedentes potencialmente comercializables, sino que se buscaba sólo el nivel de subsistencia, con lo cual se procuraba tener un mínimo posible de necesidades que satisfacer (frente a nuestras sociedades de consumo).

              En primer lugar esto implica unas connotaciones de tipo religioso: si los dioses regían el mundo (un hecho tan evidente para ellos, tan axiomático, que no se planteaban siquiera el problema de la fe, como dice K. Kerényi) y esos dioses habían establecido el orden imperante de las cosas, los mortales no eran quiénes para alterar ese orden, como era propio de las actividades económicas. Con todo, la agricultura o la minería-metalurgia eran actividades en las que se procedía a alterar de forma considerable la Naturaleza (roturación del terreno o apertura de vetas metalíferas) y por ello se realizaban de forma ritual, después de haber ofrecido a los dioses sacrificios y haber consultado su voluntad mediante la interpretación de los auspicios (fiestas de iniciación de los trabajos).  Así,  pese a todo, el mito de la autarquía funciona por tanto como patrón de vida y en ésta el ideal es ser, no poseer, de forma que el trabajo, de carácter en principio ritual como hemos dicho (sólo los dioses son productivos, en expresión de Naredo) se evita en la medida de lo posible, abundando los días feriados o festivos, en los que su carácter sagrado impide la acción transformadora que implica la acción laboral[1].

             En ésta labor, por otro lado, la única división conocida es la que se deriva de la existencia de grupos de edad y de sexo. La riqueza producida se distribuye, por parte del cabeza de familia, dentro de la unidad familiar, mientras que los intercambios recíprocos -fundamentalmente matrimonios y trueque de bienes- poseen una funcionalidad que va más allá de la meramente económica, pues constituyen la forma en que todas las organizaciones de parentesco extienden o intensifican los vínculos interpersonales normales de los status de parentesco. De hecho el matrimonio, o sea el reparto regulado del sexo, ha constituido siempre la institución principal de todas las sociedades humanas. La riqueza (obtenida por trabajo o como botín) servía además para comprar el prestigio en medio de fiestas con sacrificios a los que se invitaba a la comunidad (las comidas colectivas jugaron siempre un papel fundamental en la articulación de las sociedades), estableciendo en ellas unas jerarquías de acuerdo con la importancia del invitado. De esta manera se establecían amistades y clientelas (o sea, amistades desiguales) que son la base del sistema social antiguo.

           G. CHIC GARCÍA, El mundo mediterráneo antiguo. Apuntes para la comprensión de una época. Sevilla, 2003, pp. 19-22.

[1] Juan Pablo II señala que “el descanso es una cosa «sagrada», siendo para el hombre la condición para liberarse de la serie, a veces excesivamente absorbente, de los compromisos terrenos y tomar conciencia de que todo es obra de Dios” (Dies Domini, 64-66).

​NOTA: ¿Verdad que ​conservamos rasgos antiguos?


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